Sin adaptación, asoma el desastre...

Llegaron a marchas forzadas, los músculos de las piernas tensos, los pulmones ardiendo. El sitio que desde lejos parecía una aldea ahora resurgía como una fortaleza. Almenas ubicadas a cada diez metros en la empalizada redoblada. Pebeteros en cada esquina mantenían una luminosidad fantasmagórica semejante a lugares o templos consagrados a la adoración. El grupo apenas había entrado al recinto mientras su nuevo amo les daba la bienvenida en un sosegado aplauso.

Les retiraban el peso extra, les desencadenaban y les vertían un preparado sobre un pequeño vaso de madera. La solución era entre amarga y salada pero que daba al parecer una reposición de fuerzas perdidas. Era mejor no intentar averiguar su procedencia. Antes de que pudieran descansar otro grupo de lugareños traían sobre sus costados unas palas. Aquel lugar por donde quiera que se le mirara parecía una extraña prisión y por los alrededores varios sujetos entablaban combates en duos. Otros grupos se les miraba atravesando un corredor con muchos artilugios bastante extraños.

Zelghadis no tuvo mucho tiempo de analizar el sitio, la voz de Morticus retumbó y lo que les dijo les provocó una gran apatía. Aquellas palas que les habían traído les fueron entregadas a cada uno. Luego los condujeron a través de lo que parecía campos de entrenamiento. Los demás le miraban. Algunos ojos refulgían orgullosos, altaneros y petulantes sobre los nuevos. Otros se mostraban intimidantes pero ninguno hizo algún gesto o ademán.

Las indicaciones que les daban era que cada uno debía cavar una especie de foso. Ancho como tres personas, largo como seis y profundo como dos. Todos hacían cálculos y no comprendían para que les requerían ese trabajo.Les habían informado que se ganarían la cena y el techo si cada uno iba terminando su trabajo. El que paga manda.

Pensó Zelghadis, su vida siempre había sido de trabajo por alimento, nunca había tenido opción a otra cosa. Sin atender a los demás clavaba la punta de pala en el barro endurecido. Estaba tan cansado para hacerlo pero igual estaba determinado a recibir su alimento como se los habían indicado. Sí, él era ingenuo pero con el tiempo iba a desarrollarse porque hasta ahora entendía que si no se acondicionaba a su entorno, tarde o temprano su vida estaría por terminarse.

Lo que fueron alrededor de cinco horas para Zelghadis resultaron ser como apenas cinco minutos de sueño cuando los gritos de los guardias resonaron a lo largo de las celdas en aquel modesto recinto. Somnolientos, cansados y perezosos los esclavos eran conducidos por los custodios de los pasillos de las barracas hacia el exterior. No todos eran invitados entre empujones y patadas al exterior.

Por el camino entre celda y celda podía observarse a sus ocupantes envueltos en ejercicios simples y uno que otro meditando. Otros se les miraba hacer posturas de combate y lanzar golpes y patadas sincronizados contra su sombra. Parecía un combate contra uno mismo pero para los recién llegados era simplemente alguien que había perdido los estribos por el seguro encierro de tiempos prolongados a la ausencia de la libertad.

El alba apenas despuntaba asomando el sol por entre las cordilleras. Los trinos matutinos de las aves les despertaban por completo mientras cada uno iba tomando su lugar. Había dos filas, Zelghadis conformaba la segunda y alguno de sus compañeros de armas en la primera. Por lo que respectaba a Morticus, este con rostro impertérrito les miraba de un lado hacia el otro. Como si él mismo fuera un general al frente de sus tropas a las vísperas del combate.

- Desde su adquisición...

Irrumpió con voz firme y penetrante a la vez que sus ojos se tornaban ávidos y amenazadores.

- ... hasta el día de su muerte ustedes me pertenecen...

Un sosegado pero elegante andar le daba un cierto aire de hidalguía. La verdad era que el porte de aquél susodicho de nombre Morticus imponía con solo mirarle.

- ... Mi nombre es Bhassir Al Gherif, Morticus para las masas deseosas de la brutalidad, el honor, la sangre y la gloria que se obtiene al dar muerte a tus oponentes...

Esta vez, Morticus se detuvo cerrando su puño y en sus ojos, el fulgor de tiempos gloriosos podía notarse.

- ... sí, yo alguna vez fui uno de ustedes. Esclavo, un conquistado por los ejércitos romanos. Pero la moneda de la vida da giros inesperados y de aquellos tiempos en los que me despreciaban las guarniciones hasta las deidades romanas, se convirtió en la adulación, la admiración y el respeto que te otorga la arena.

La voz que tomaba pasión y euforia parecía avivar el alma de la mayoría. Otros aún seguían apesadumbrados y otros ajenos al lugar, extraviados en lugares más allá de la empalizada que los retenía.

- Ahora ante ustedes, se abre la oportunidad de ser lo mejor que su tierra escupió. Están en la antesala de la gloria para bien o para mal. La muerte será su eterna compañera, la amante de todos ustedes y la pareja que los guiará a su transición en esta vida. Desde que nacemos libramos una batalla por la vida y es un hecho indiscutible que todos vamos a morir.

Morticus giró en redondo, deambulaba de un lado a otro como un león frente a sus presas. Mismas que le miraban y le escuchaban en esas primeras horas de la mañana.

¿Morir? Morir no figuraba en los planes inmediatos de Zelghadis. A diferencia de los demás, aquel sujeto pelirrojo tomaba conciencia de las palabras expuestas por Morticus pero sin una alteración en su interior. Exiguo en sus rasgos se hundía en un mar de ideas. No precisamente las expuestas por su nuevo dueño si no por el creciente fervor de salir avante en esa circunstancia que le había deparado la vida.

- Puesto que en el momento mismo de nuestra concepción, comienza una lucha sin cuartel contra la muerte. Nadie está exento de la inmortalidad, pero tenemos la posibilidad de darle un sentido a nuestra efímera existencia.

Sentenció Bhassir al tiempo que las yemas de los dedos de su mano derecha se frotaban cual mercader avaricioso a la espera de tener una suma considerable de dinero.

- Todos y cada uno somos gobernantes de nuestros destinos. La cuestión primordial es hacer de nuestros actos obras fundamentales con el fin de prevalecer...

Se hizo un pequeño silencio. Morticus dibujaba en su rostro una media sonrisa, sus ojos se desplazaba por cada rostro del grupo de esclavos. Él era un experto en descifrar a las personas mirando sus gestos. Se daba una idea a primera vista de la suerte de muchos.

- ... y no tener la deshonra de pasar a la historia sin el conocimiento de la gloria. Pero no se confundan, no crean que los he adquirido para ponerlos a mis ordenes. Ustedes son un bien, son sus vidas y el desenlace de las mismas de las que me beneficiare y a la vez ustedes también. Pues tendrán la posibilidad de redimirse, de dejar el estigma que cae sobre sus hombros...

Quien mejor que un sujeto como Morticus para entender aquellas palabras. Habría sido posiblemente un argumento con las mismas características el que hubiera escuchado en sus años de juventud. Quizás le tocaba difundir este extraño evangelio ahora a él, pero que más daba si aquellos desarrapados comulgaban con sus palabras, con sus vivencias, importaba que ahora tenía la libertad de fijar un precio muy alto por sus patéticas vidas.

- Son desde ahora guerreros o al menos eso serán. Se les entrenará para el combate cuerpo a cuerpo, para utilizar cualquier tipo de armas pues se encaminan para convertirse en combatientes desprovistos de una nación que defender, de un estandarte. Serán abanderados de una causa que no es más que entretener. Su misión a la hora de pelear no será otra más que arrancar de las gargantas la exclamación y harán vibrar las emociones más elementales de todo ser. Sí, sus vidas ahora tienen un fin, hacer la transición de este mundo a otro desconocido con la ovación y el griterío del público pues ya sean ustedes vencedores o vencidos se les amará por igual. Bienvenidos sean a la profesión de gladiador.

Se hizo un apabullante silencio, incómodo y prolongado. Morticus estudiaba cada señal en las facciones de sus hombres. Muchos de ellos se mostraban preocupados, unos pocos entusiasmados y sólo uno indiferente. Todo aquello se relegó cuando con una voz de mando aparecían flanqueando por la derecha cuatro sujetos a la carrera transportando una gruesa tablazón con cadenas rematadas por sendos remaches de acero reforzado.

- Pero ahora veremos para que están hechos. - Expuso el lanista gesticulando con el rostro a sus ayudantes. Éstos se extendieron tirando de las cadenas para mantener una plataforma movible.

Diligentemente Morticus les indicó a los presentes tomar posición en aquella tabla. Se miraron los unos a los otros extrañados. La paciencia de Morticus no era para desperdiciarla en la mañana y un grito estentóreo seguido de unas maldiciones y una amenaza como sólo él podía vertirlas hizo mella en la indecisión de los nuevos reclutas.

De izquierda a derecha y de la primera fila a la segunda cada uno de los esclavos fue solicitado. Morticus fue claro, la orden era que cada miembro del grupo ascendiera y se posara en aquella pieza. Nadie perdió de vista lo que sucedería a continuación. Los custodios con los músculos tensos tiraron de un lado para otro, extendiendo y relajando los metales haciendo balancearse a la plataforma con todo y esclavo incluido.

Era una primera prueba donde el equilibrio estaba presente. Morticus mantenía un péndulo mientras contaba los lapsos en que el nuevo recluta se sostenía haciendo gala de reflejos sobre la tablazón.

- Treinta y cuatro segundos... Gladiador.

El siguiente un sujeto de mediana estatura saltó con la habilidad de un gato sobre la plataforma. Extendiendo sus brazos hacia contrapeso y mantenía su centro de equilibrio por la cintura.

- Sesenta y seis segundos... Cuadriguero.

La selección iba en puerta, cada sujeto mostraba lo que de ahora en adelante marcaría su vida, así como ese símbolo que adquirían sobre su pecho una vez examinados. Parecía divertido pero con el paso del tiempo cada uno de los esclavos se lamentaría por no haberse mostrado más habilidoso que el resto del grupo.

Su proceso de selección siguió el mismo patrón que los demás. Zelghadis apenas si pudo sostenerse quince segundos cuando la fuerza de gravedad y la falta de habilidad le hicieron caer. Los guerreros que miraban a lo lejos aquella separación de gladiadores y cuadrigueros soltaban una que otra carcajada y hacían apuestas sobre cuantos novatos pasarían la prueba para determinar si se jugaban la vida a bordo de una cuadriga o para preservarla de acuerdo a sus habilidades en la arena de combate.

Zelghadis había sido destinado a gladiador, muestra de ello era aquella cruz pintada sobre sus ropas. Un grillete de bronce con una inscripción en latín ininteligible para él le había sido colocado en su tobillo derecho. Habían quedado seleccionados las nuevas adquisiciones de Morticus y eso ya nadie lo iba a cuestionar. La vida, como él había dicho era una constante lucha por la supervivencia y prueba manifiesta de aquella idea era que cada uno de ahora en adelante miraría para sacar provecho de su nuevo oficio, selección o destino.

Por supuesto que la estancia era bastante exigente pero compensaba con la instrucción y el perfeccionamiento de sus cuerpos como meros instrumentos mortales. De todos ellos, ni uno parecía resentir las duras jornadas de trabajo forzado, las carreras a campo traviesa ni los calentamientos a las primeras horas de la mañana.

Los grupos se sucedían constantemente en combates de parejas cuerpo a cuerpo, la implementación de las armas no estaba contemplada, al menos no para esas instancias. Zelghadis aprendía cada lección, la asimilaba y la repasaba mentalmente en sus largas noches donde su mente divagaba y se extraviaba constantemente.

Podía recordad fielmente el día que sostuvo su encuentro con aquel guardia del turbante negro. A pesar de poner a prueba sus conocimientos prematuros en el arte del combate cuerpo a cuerpo no fue capaz de defenderse contra su oponente. Su mandíbula crujió lastimosamente con una patada veloz como una serpiente. Aquellos movimientos relámpagueantes terminaron por mandarlo al suelo semiinconsciente.

Era bastante obvio que aquel sujeto era demasiado mortal y Zelghadis comprendía que si no se esforzaba por alcanzar un estado óptimo tanto de lo físico como mental sus días terminarían en los primeros encuentros de aquel oficio que se le presentaba en su camino. Asimilar y aprovechar, era lo único que necesitaba si es que no quería terminar sus días de esa manera. Su vida estaba en juego y algo más allá de su entendimiento le estaba por aguardar.