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Bar ~La moneda Negra~
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Bar ~La moneda Negra~
El mejor sitio, si eras un bebedor de primera. Estaba ya enfrente de las puertas de dicho negocio, donde en un cartel de madera con letras negras. Decía el nombre, volteando para ver a Ikki, con una sonrisa de lo más grande. Pronunciando con alarme y emoción –Entrar hermano, seas bienvenido a Roma- No era un contexto demasiado concuerdo. Pero como me había dicho que no conocía demasiado el sitio. Daba a suponer que era un extranjero, lo mejor que podía de hacer era de mostrarle la alegría de mi dicha, como romano. Abriendo las puertas de par en par, notándose gente tanto pobres como de dinero. Algunos eran hasta mendigos, que andaba en la parte de apuesta, dando lo poco que tenia. Ya fuera ropa, o en todo caso una lata o algo robado. Este sitio era especial, todo aquí se podía de ver imparcial, si dar críticas a nada. Mesas por doquier, como sillas regadas, nada ordenado. Un hombre de alrededor de unos 60 años, que tenia barba blanca y ni un pelo en su cabeza. Limpiando una copa rustica de licor, en el cual a veces hablaba en voz alta, pidiendo orden en el negocio, viéndose vigor en su profesión.
Al entrar, me decidí en sentar en la primera silla que veía. Dando un salto sobre ella, que provoco también que me moviera con todo y silla a unos cuantos pasos por decirlo. El piso era perfecto para deslizarse, porque lastimosamente la que atendía. Era la hija de dicho dueño, la cual todos conocíamos. Una chiquilla de 15 años, que apenas podía con la escoba, al limpiar echaba de todo en el suelo. Cómico era verla limpiar, pero peor era sufrir cuando estaba recién limpio. Ya que faltaría decir que podría echarle hasta cerveza el suelo, para ver si lograba limpiar. Causaba cada vez diferente desastres. Por lo menos solo estaba vez, era resbaladizo el suelo. Ya que en otras había llegado, hasta olor a pescado podía de sentir. Viendo a Ikki, las puertas había quedado abiertas, ya que fue para que el pudiera ver desde afuera el negocio, empezara a tomar confianza. Diciendo desde adentro, con voz alta –¡Entra chaval!- A veces debía de controlarme aquel tono tan amigable, pero era una mala maña de mi.
Inmediatamente veía a la hija de dicho dueño, para pedirle dos buenas terneras calientes, con papas hervidas. Era lo único que cocinaba, bien por suerte. No mataba a nadie, pero con hambre todo sabio rico. Esperando a que la chica, pudiera de apurarse en atendernos. Acercaba una mesa a mi posición, por flojera en mover mi propia silla. Entonces darle un gesto que podía de coger la que quisiera, sin preocuparse que alguien se enojara. Arecostandome de la mesa, esperando a mi amigo. Sentí de inmediato algo que me alarmo, volteando y cogiendo de la nada una de aquellos vasos de madera con metal en curvado, que iba para mi cabeza. Era el viejo que decía con enojo “!No arrastres las mesas!”, hombre mas gruñón y me mataba. Qué bueno que tenia… ¿6 sentido?, siempre me ayudaba en cierto casos. Pero en otros a veces también como en el problema con el gordo, me causaba problemas. Ya que me desconcentraba, esto hacia perder la noción de las cosas en las cuales tenía a mi alrededor.
Al entrar, me decidí en sentar en la primera silla que veía. Dando un salto sobre ella, que provoco también que me moviera con todo y silla a unos cuantos pasos por decirlo. El piso era perfecto para deslizarse, porque lastimosamente la que atendía. Era la hija de dicho dueño, la cual todos conocíamos. Una chiquilla de 15 años, que apenas podía con la escoba, al limpiar echaba de todo en el suelo. Cómico era verla limpiar, pero peor era sufrir cuando estaba recién limpio. Ya que faltaría decir que podría echarle hasta cerveza el suelo, para ver si lograba limpiar. Causaba cada vez diferente desastres. Por lo menos solo estaba vez, era resbaladizo el suelo. Ya que en otras había llegado, hasta olor a pescado podía de sentir. Viendo a Ikki, las puertas había quedado abiertas, ya que fue para que el pudiera ver desde afuera el negocio, empezara a tomar confianza. Diciendo desde adentro, con voz alta –¡Entra chaval!- A veces debía de controlarme aquel tono tan amigable, pero era una mala maña de mi.
Inmediatamente veía a la hija de dicho dueño, para pedirle dos buenas terneras calientes, con papas hervidas. Era lo único que cocinaba, bien por suerte. No mataba a nadie, pero con hambre todo sabio rico. Esperando a que la chica, pudiera de apurarse en atendernos. Acercaba una mesa a mi posición, por flojera en mover mi propia silla. Entonces darle un gesto que podía de coger la que quisiera, sin preocuparse que alguien se enojara. Arecostandome de la mesa, esperando a mi amigo. Sentí de inmediato algo que me alarmo, volteando y cogiendo de la nada una de aquellos vasos de madera con metal en curvado, que iba para mi cabeza. Era el viejo que decía con enojo “!No arrastres las mesas!”, hombre mas gruñón y me mataba. Qué bueno que tenia… ¿6 sentido?, siempre me ayudaba en cierto casos. Pero en otros a veces también como en el problema con el gordo, me causaba problemas. Ya que me desconcentraba, esto hacia perder la noción de las cosas en las cuales tenía a mi alrededor.
Evans Scaletta- Cantidad de envíos : 8
Re: Bar ~La moneda Negra~
El muchacho volteó a ver a Ikki y dijo:
-Entra hermano, seas bienvenido a Roma-
El joven ignoraba que Ikki era romano de nacimiento, pues Ikki no quería decirlo porque esto se prestaba a que le hicieran preguntas de todo tipo y no quería tal cosa. Evans abrió las puertas de par en par y entró dando grandes zancadas mientras vadeaba las sillas y mesas que no tenían ningún tipo de orden, por todos lados se veían todo tipo de personas, hombres y mujeres, bien vestidos o no. Muchos de los hombres parecían hombres de trabajo con barbas y cabelleras hirsutas que parecían nunca haber sido lavadas, de brazos fuertes debido seguramente al arduo trabajo que desarrollaban y con una sucia copa de licor en sus manos o comiendo grandes trozos de carne casi sin masticar. Al fondo había un pequeño lugar de apuestas en el cual se arremolinaba una gran cantidad de personas enviciados por el juego, el cantinero era un hombre de piel morena, ojos oscuros, la barba blanca ocultaba a medias su rostro surcado por miles de arrugas de vejez.
El muchacho se sentó en una silla y lo hizo con tal ímpetu que la silla se movió unos cuantos centímetros del lugar en el que estaba originalmente, el piso estaba resbaladizo y parecía que algún líquido había caído en el mismo lugar donde estaba la silla; pero Ikki no le puso mucha importancia.
–¡Entra chaval!- gritó Evans Scaletta, lo cual hizo que Ikki empezara a caminar hacia el muchacho, en la taberna se formó un gran silencio que el recién llegado notó, varios le miraban a hurtadillas volteando la vista cuando Ikki fijaba sus amenazadores ojos en ellos. Mientras tanto el muchacho acercaba una mesa a su silla de manera poco ortodoxa, a lo cual el cantinero respondió lanzándole un vaso con todas sus fuerzas que por suerte Evans pudo notar y con un rápido movimiento lo atrapó antes de que este golpeara su cabeza.
Recordando las malas maneras de un hombre parecido a ese, Ikki no fue capaz de controlar su ira y su lanza empezó a lanzar fuego de manera violenta, sabía que debía controlarse. Siempre había sido difícil para él controlar sus violentas reacciones, pero había ido trabajando en ello desde que compartió una noche con los hombres del desierto que con sus maneras tranquilas y pacíficas habían dejado una honda impresión en el cerebro de Ikki.
Cuando Ikki se sentó frente a la mesa, Evans Scaletta ya había pedido la comida para ambos; y aunque Ikki era de pocas palabras no pudo contenerse y dijo:
-Vaya lugar extraño al que hemos venido a dar, pero no importa con tal de que la comida sea buena….y además creo que nadie se meterá con nosotros…-
-Entra hermano, seas bienvenido a Roma-
El joven ignoraba que Ikki era romano de nacimiento, pues Ikki no quería decirlo porque esto se prestaba a que le hicieran preguntas de todo tipo y no quería tal cosa. Evans abrió las puertas de par en par y entró dando grandes zancadas mientras vadeaba las sillas y mesas que no tenían ningún tipo de orden, por todos lados se veían todo tipo de personas, hombres y mujeres, bien vestidos o no. Muchos de los hombres parecían hombres de trabajo con barbas y cabelleras hirsutas que parecían nunca haber sido lavadas, de brazos fuertes debido seguramente al arduo trabajo que desarrollaban y con una sucia copa de licor en sus manos o comiendo grandes trozos de carne casi sin masticar. Al fondo había un pequeño lugar de apuestas en el cual se arremolinaba una gran cantidad de personas enviciados por el juego, el cantinero era un hombre de piel morena, ojos oscuros, la barba blanca ocultaba a medias su rostro surcado por miles de arrugas de vejez.
El muchacho se sentó en una silla y lo hizo con tal ímpetu que la silla se movió unos cuantos centímetros del lugar en el que estaba originalmente, el piso estaba resbaladizo y parecía que algún líquido había caído en el mismo lugar donde estaba la silla; pero Ikki no le puso mucha importancia.
–¡Entra chaval!- gritó Evans Scaletta, lo cual hizo que Ikki empezara a caminar hacia el muchacho, en la taberna se formó un gran silencio que el recién llegado notó, varios le miraban a hurtadillas volteando la vista cuando Ikki fijaba sus amenazadores ojos en ellos. Mientras tanto el muchacho acercaba una mesa a su silla de manera poco ortodoxa, a lo cual el cantinero respondió lanzándole un vaso con todas sus fuerzas que por suerte Evans pudo notar y con un rápido movimiento lo atrapó antes de que este golpeara su cabeza.
Recordando las malas maneras de un hombre parecido a ese, Ikki no fue capaz de controlar su ira y su lanza empezó a lanzar fuego de manera violenta, sabía que debía controlarse. Siempre había sido difícil para él controlar sus violentas reacciones, pero había ido trabajando en ello desde que compartió una noche con los hombres del desierto que con sus maneras tranquilas y pacíficas habían dejado una honda impresión en el cerebro de Ikki.
Cuando Ikki se sentó frente a la mesa, Evans Scaletta ya había pedido la comida para ambos; y aunque Ikki era de pocas palabras no pudo contenerse y dijo:
-Vaya lugar extraño al que hemos venido a dar, pero no importa con tal de que la comida sea buena….y además creo que nadie se meterá con nosotros…-
Ikki- Cantidad de envíos : 12
Re: Bar ~La moneda Negra~
Cuando encendió su arma, sinceramente me alarmo. Ya que parecía ser que tomo lo sucedido como algo preocupante, pero esperaba que lograra tener su estribos bien controlados. Pero el chico se calmaba. La cosa seria que no se volviera a poner con aquel tono, o aquellas tomarían los demás como que estaba buscando mas pelea de lo que podría ser aceptado en este sitio. Suspirando de manera profunda, viendo ya que se integraba al sitio de una manera u otro, sonriendo y contestar a sus palabras –Dudo mucho que se metan con nosotros, si no nos metemos con ellos. Además la comida es aceptable aquí, solo te tienes que relajar- Mencionaba. Parándome por unos momentos y mirar hacia una de las puerta, la cual daba a la cocina. Diciendo sin prestar atención a mi acompañante esta vez –Espérame un momento- Mencione con cierto tono cortante, totalmente diferente al que empleaba anteriormente con él. Yendo par dicha cocina, entrando con confianza, sin preocuparme por el hombre barbudo.
Al entrar simplemente veía a la dama, que era la hija del dueño. Una chica peli roja, la cual cubría su cabeza, por la parte de el pelo. Con una especie de paño color blanco, teniendo un atuendo de criada de tonos azul marino y blanco. Algo sucio, pero no le quitaba el hecho que estuviera en su juventud. Reluciendo sus caderas bien formadas, como sus ojos color rojo que llegaban a llamar la atención muchas veces, pero una linda cara y una actitud torpe, siempre ocultaba un veneno fuerte. Cerrando la puerta de la cocina, para que no tuviera problemas en entrometidos, incluyendo su padre. Empezar hablar con confianza –Prepara si puedes algo que sea lo suficientemente pesado. Quiero averiguar quién es el chico de la lanza, una comida rápida no me servirá- Entonces la chica sonreía, dejando su tonitos de hija novata, mostrarse algo mas picara. Acercándose a mí ser, tocando con sus índices mi pecho y decir de manera reptante “Pero si quieres un trato especial en la cocina, debes antes llamar mi atención”, Mostrando una mueca enseguida. Sacando algunas monedas de mi bolsillo, ponerlo entre sus pechos.
Mujer de roma al fin de cuentas, conocidas por sus tonos tan brillantes y avaros a veces. Dejando la habitación de la cocina, con una expresión fría. La cual todo el que me miraba, terminaba prácticamente asesinándolo con mi cara. Caminando hasta donde mi compañero, donde una sonrisa espontanea salía, cambiando de nuevo drásticamente. ¿Qué era esto?, algo tan fácil que yo llamaba actuación. Ocultar aquella sadiques y grandes ansias de causar a veces dolor, solo podía de tenerla en buen orden, teniendo mi porte por delante. Ya que aunque sería bueno disfrutar de lo que en verdad deseo, hacerlo significa meterme en problemas. Empezando a comentar con mi ritmo amigable –Pronto estará la comida. Cuéntame de ti, ikki. No sé nada de su persona- Mencionaba, obvio que si lo hacía, tenía que hacer igual. Pero el tener idea del origen de su presencia, me era como el insistir de la sangre. No quería que se escapara de mis manos, datos que podían ser interesantes.
Al entrar simplemente veía a la dama, que era la hija del dueño. Una chica peli roja, la cual cubría su cabeza, por la parte de el pelo. Con una especie de paño color blanco, teniendo un atuendo de criada de tonos azul marino y blanco. Algo sucio, pero no le quitaba el hecho que estuviera en su juventud. Reluciendo sus caderas bien formadas, como sus ojos color rojo que llegaban a llamar la atención muchas veces, pero una linda cara y una actitud torpe, siempre ocultaba un veneno fuerte. Cerrando la puerta de la cocina, para que no tuviera problemas en entrometidos, incluyendo su padre. Empezar hablar con confianza –Prepara si puedes algo que sea lo suficientemente pesado. Quiero averiguar quién es el chico de la lanza, una comida rápida no me servirá- Entonces la chica sonreía, dejando su tonitos de hija novata, mostrarse algo mas picara. Acercándose a mí ser, tocando con sus índices mi pecho y decir de manera reptante “Pero si quieres un trato especial en la cocina, debes antes llamar mi atención”, Mostrando una mueca enseguida. Sacando algunas monedas de mi bolsillo, ponerlo entre sus pechos.
Mujer de roma al fin de cuentas, conocidas por sus tonos tan brillantes y avaros a veces. Dejando la habitación de la cocina, con una expresión fría. La cual todo el que me miraba, terminaba prácticamente asesinándolo con mi cara. Caminando hasta donde mi compañero, donde una sonrisa espontanea salía, cambiando de nuevo drásticamente. ¿Qué era esto?, algo tan fácil que yo llamaba actuación. Ocultar aquella sadiques y grandes ansias de causar a veces dolor, solo podía de tenerla en buen orden, teniendo mi porte por delante. Ya que aunque sería bueno disfrutar de lo que en verdad deseo, hacerlo significa meterme en problemas. Empezando a comentar con mi ritmo amigable –Pronto estará la comida. Cuéntame de ti, ikki. No sé nada de su persona- Mencionaba, obvio que si lo hacía, tenía que hacer igual. Pero el tener idea del origen de su presencia, me era como el insistir de la sangre. No quería que se escapara de mis manos, datos que podían ser interesantes.
Evans Scaletta- Cantidad de envíos : 8
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