Saint Seiya Ancient Chronicles
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Mensaje por Ganymede Jue Jul 07, 2011 6:31 pm

El rubio avanzaba con paso presuroso por los extensos pasillos demacrados del templo de la discordia cuando, un viento peculiar lo vapuleó en el rostro haciendo volar su sedosa cabellera. Lo que sentía como viento no era otra cosa que el cosmos de las deidades Olímpicas que se encontraban del otro lado . La joya que se encontraba colgando de su cuello cayó al suelo duro, estrellándose y abriéndose grietas. Era sabido por Ganymede que la presea era el corazón del ángel de la sinceridad, y por ello había sido muy cuidadoso con la protección del cristal, teniéndolo siempre junto a su pecho, pero no contaba con que la delicada cuerda se iba a despedazar en ese momento.

Una lágrima se asomó en el rostro de Ganymede mientras un humo celeste emanaba desde las fisuras que se habían generado en el orbe. Se arrodilló para recoger lo perdido pero, cuando sus dedos rozaron, el cristal se partió en pedazos, dejando escapar el último rastro de la esencia del ángel atrapado. Desesperadamente intentaba reunir los pedazos y colocarlos en su respectivo lugar, sin tener éxito.

-No… no puede estar pasando. ¿Por qué a mí? ¿No soy merecedor de estar junto a mi diosa? ¡¿Es lo que significa esto?!

Ya no escuchaba la voz del ángel, sólo un silencio interminable, como si estuviera completamente solo en la oscuridad. Ya no podía ver a Afrodita sin aquel tesoro que ella misma le confirió en otra de sus encarnaciones. Sin la joya él era un simple mortal y no podía presentarse ante los dioses de esa manera. Comprendiendo que su oportunidad para conocer su función se había desvanecido como el humo que abandonaba el cristal dañado, dejó ahí los restos del ángel y se devolvió por donde había llegado, emitiendo un lamento casi inaudible y con la cara agachada.

Estando a las afueras del territorio de Eris observó el ruinoso escenario una vez más antes de seguir su marcha. Se sentía avergonzando y no quería que su diosa lo viera llorar. La rosa que se hallaba prendida de su ropa se transformó en una espada, peligrosa y brillante que levitaba sobre él. ¿Sería que ese sería su castigo? ¿Afrodita estaba decepcionada de él y dictaba su muerte? Era una diosa, probablemente lo supo antes de que él pudiera siquiera pensarlo. Un rayo salió de la hoja de aquel instrumento para la guerra, el cual atravesó la cabeza del rubio.

-¿No he muerto? Estoy vivo pero, me siento tan errático.

Como un golpe en la cara, todos sus recuerdos volvían a él, los recuerdos fabricados antes de haberse encontrado con el espíritu que habitaba dentro de la presea. La espada cayó al suelo de forma estridente, convirtiéndose en una hermosa rosa roja que fue empujada por el viento hasta los pies del muchacho.

El sello en su memoria se había desbaratado y ahora sabía perfectamente que no era un ángel enviado del cielo para ayudar a los humanos con sus problemas, era el hijo de una familia adinerada que tenía sus raíces en Roma. Al haberse desecho del ángel de la sinceridad su control también se había desvanecido, permitiendo que el muchacho pudiera retomar su vida donde la dejó.

No quería regresar a casa. Se había acordado de que era muy infeliz viviendo en Roma al tener padres que le exigían demasiado. Le dio la espalda a las ruinas y miró en dirección al horizonte, para luego comenzar a caminar y perderse con el sol agonizante que se ocultaba en las colinas. Estaba tomando la decisión más arriesgada de su vida, pero quizá era la más sabia que había hecho. El joven iniciaba un nuevo viaje, en busca de una vida más acorde a él en Grecia.

Flashforward


Ganymede abrió las ventanas de su habitación, dejando que los rayos del Astro rey bañaran cada rincón de su alcoba. Era un lugar humilde pero con un aire acogedor, lo mejor que había podido conseguir tras establecerse en la dulce Villa Rodorio. Para obtener sustento se dedicaba a vender flores, lo cual no le daba mucho pero eso era lo suficiente para él. La pacifica aldea parecía ser el lugar indicado para un chico tranquilo y sereno que sólo deseaba tener una vida sencilla sin mayor preocupación que mantener un techo sobre su cabeza. Los lujos de su antigua vida no se comparaban en nada con la sensación de ser libre y no ser engañado por un espíritu aprovechado. Podía hacer lo que quisiera con su persona. Miró por la ventana, pensando en sus cosas cuando escuchó que alguien estaba tocando a su puerta, despertándolo con el golpeteo y sacándolo de su reflexión.

¡Enseguida voy!

Finalmente su vida era como siempre la había soñado… suya.
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