Pasando por las montañas

"Es la hora del spam"
- Leon -

"Por cada atropello y laceraciones que
sufre mi cuerpo y alma, renace mi espíritu de supervivencia..."
- Zelghadis -



- Aún así eres un estúpido Zelghadis, tu indiferencia hacia la vida no te sacará del problema en que estás metido. ¿ O a caso ya se te olvidó cómo nos ordenaron marchar hacia la línea de combate romana?

Espetó Khorvinus en un momento dado, estaba hastiado del comportamiento de Zelghadis como muchos otros. Les repudiaba la conducta que mostraba y el poco orgullo que debía reflejar un celta y galáta como él. Aunque ellos habían conformado la unidad de infantería de la segunda oleada entre ambos existía un abismo de diferencia. Por supuesto que los dos eran extremadamente resistentes y Khorvinus era un superviviente nato, sus triunfos en los juegos de gladiadores entre la legión daban credito de ello y muchos de sus compañeros le temían, pero el caso de Zelghadis era distinto.

- Traer de regreso los sucesos buenos o malos no mitiga ni favorece el trato romano...

Aún en su mundo, aquella estúpidez declarada por Zelghadis provocó una reacción violenta en Khorvinus que preso de la ira lanzaba una certera patada hacia el pequeño plato de madera que sostenía el pelirrojo entre sus manos. Aquella porquería que servía de cena para los esclavos quedaba vertida en la faz del muchacho.

- ¡Por toda la mierda...! A parte de apestosos y pusilánimes resultan ahora ser quisquillosos.

La voz ronca del centurión Arestes contuvo el impetú desbordado de Khorvinus. Todo mundo guardó silencio mientras el infame romano se abría paso entre los esclavos acompañado de un puñado de soldados. Sus ojos cual serpiente rapaz relampagueron hacia Zelghadis, le conocía bien, le había dado un par de correctivos y aún así no aprendía. Era el tipo de sujetos que se metía en problemas a pesar de su conducta, a su forma de ver, era un instigador que tenía que ser eliminado.

- ¡¿Tú de nuevo?! ¡Creación de mil padres...!


Un fuerte puñetazo viajó hacia la mandibula de Zelghadis la cual amenazó con desencajarse de su rostro. La inconciencia asomaba, el equilibrio cedía para dar paso a una estrepitosa cíada de espaldas. Pero aún así y con todo el rostro punzando, Zelg con mucho esfuerzo intentaba levantarse. Las extremidades inferiores vacilaban al tiempo que le temblaban. Arestes posó su mano sobre la desdeñada cabellera pelirroja de Zelghadis tirando violentamente de él cual muñeco de trapo.

- ¡... se ve que nunca aprendes, pero ya es hora de ponerle fin a tu insufrible vida...!

La punta del pie de Arestes se hundió sin misericordia en el abdomén del prisionero que por acto reflejo soltó un cohagulo de sangre seguido de la poca cena que había pobrado. Aquel espectáculo levantó las risas de los soldados pero en Arestes creo un odio intenso mismo que apaciguaría con la muerte del celta. Sus manos empuñaron su espada desenvainádola como si la voz de ataque retumbara en su mente dispuesto a degollar a su maltrecha víctima.

- ¡YA BASTA CENTURIÓN!

- Tri... tri... buno Demecio.

Las risas y el mal ambiente cesaron como si una guillotina hubiera caído de momento. El silencio era supremo ante la aparición de la mano derecha del comandante de la legion. Demecio, oficial altamente capacitado y veterano que gustaba de dar ejemplos había llegado por pura suerte. La escena que contemplaron sus ojos en ese momento le parecía de lo más nefasto. Ver a un subordinado dejarse llevar preso por sus instintos a causa de un prisionero era algo inadmisible, impropio para laa disiciplina castrense que obraba en los altos mandos romanos.

- ¿A caso piensas que tu proceder influirá en ese bastardo? Lo único que logras es ponerle fin a su miseria. Es como darle un dulce a un niño hambriento. ¿Es eso lo que quieres? ¿Premiarlo por su comportamiento?

- No mi comandante.

Arestes tragó saliva disimuladamente, contradecir las ordenes del tribuno era la muerte segura, o en el peor de los casos la esclavitud en la milicia.

- Deberás entender que a estos perros se les debe de dar ejemplos. Alicientes para un mejor comportamiento, no es que me agraden esas basuras, pero entiendes la problematica de llegar Roma sin los prisioneros. Los últimos días se de buena fuente que han sometido a varios de ellos en actividades del ámbito circense. Pues bien, no estoy en contra de que la tropa se divierta, estoy en contra de que esos hechos debiliten nuestra podersa armada, ¿comprendes lo que digo centurión.

El centurión de un momento experimentó un vacio debajo de sus pies, se contraba solo, expuesto y temeroso de lo que su superior encontrara como deficiente en su persona.

- N-no mi comandante.

Un hilo de voz escapó de Arestes, muy lejos estaba de aquel imponente guerrero en presencia de Demecio.

- ¡Con una chingada! Si serás un imbécil centurión, Roma necesita para sus tropas, personal de intendencia, aquella basura que no sirve para la guerra, en este caso los prisioneros que atrapamos en sus tierras. Por mi parte yo los hubiera empalado a todos pero el general tiene ordenes y así como el obedece a los superiores, yo obedezco las ordenes del general. Verás...

El corcel negro de Demecio resopló inquieto mientras ladeaba su cabeza alterado. Solo la mano firme de su jinete logró persuadirlo y tranquilizarlo. Demecio era en todos los sentidos un líder indiscutido.


- ... estos imbéciles no son para presumirlos en los desfiles, han sido seleccionados para servir en las galeras, bueno al menos los que estén en condiciones de hacerlo, los demás podrán ser asignados al mercado de esclavos, una retribución que se obtiene por trasladarlos, alimentarlos y "cuidarlos..". La imagen de nosotros quedaría mal si llegamos con pocos prisioneros, aunque no se puede alardear llevar a estos gusanos a Roma pero al menos demostremos que la vigésima tercera está a la par de las legiones comandadas por los generales más renombrados.

- Tiene toda la razón mi comandante.

- Pues claro que la tengo, de no haber sido de esa manera no les habría salvado el culo en las primeras escaramuzas ordenando los despliegues necesarios para detener a la chusma. Pero bueno, basta de hechos héroicos y hedonistas, tu proceder no es correcto, debes saber que un ejemplo es lo que se necesita para imponer el orden y la disciplina, se necesita de un chivo expiatorio para socavar la mala conducta entre las presas.

- Sugiero poner de ejemplo al pelirrojo mi comandante.

- ¡Estúpido! Deja los rencores en el pasado, aunque es un problema, tiene la juventud y la resistencia necesaria para servir a la nave a la que sea asignada o tal vez como un esclavo que se rebaja a los trabajos mas denigrantes. Tú que has convivido más tiempo con ellos deberías ser capaz de notarlo, alguien como él es extraño, incluso para su propia gente y epoca.

Zelghadis sostenía la mirada hacia la distancia, lejos del lugar en el que estaba y ajeno a la charla romana.

- Yo estaba pensando en áquel sujeto, es anciano y sólo causa perdidas el alimentarlo...

Demecio señaló a un prisionero encanecido y frágil, sus mejors años sin duda ya habían pasado. El extraño que mantneía una mirada temorosa entornó los ojos cuando todas las miradas, romanas y celtas se dirigieron hacia su presencia.

- ... por lo que es una buena idea crucificarlo y dejarlo como advertencia. Dejar un letrero en el idioma romance para que todos los demás puedan comprender su significado.

Arestes asintió, ordenó con la valentía que infunden los tiranos y en pocos segundos apresaban con violencia al pobre anciano.

- Bastane eficiente Arestes, ordena entonces la sentencia del prisionero y date prisa que es para hoy...

Seis millas atrás la advertencia y ejemplo del tribuno Demecio habría dejado estragos psicologicos entre los cautivos y uno que otro soldado de la vigésima tercera. La sentencia convencional pero efectiva se llevó de manera diligente a manos del centurión Arestes. El elegido, un avasallado y decrépito celta que por mala fortuna había sido avistdo por el tribuno Demecio. A pesar de las súplicas en su lengua natal, la sentencia ya había sido establecida y dos vigas de madera, las que se empleaban para hacer una empalizada fueron los inrtrumentos empleados para el malsano tormento.

Para Demecio una ejecución más que realizar, para los esclavos una muestra más de la brutalidad a cargo de una civilización ilustre y avanzada. Nadie de los cautivos borraría de su mente los gritos desgarradores de la victima al momento en que la pieza metálica se fundía con una de sus muñecas. Diestros en su ejecución, los responsables de la cruxificción lograban hundir a traves de los huesos, la carne, los tejidos y los tendones y finalmente la madera, aquel clavo de hierro dulce fijando el brazo derecho del pobre elegido.

Un surtidor carmesí fluía aparatosamente, nada que no fuera ajeno a todos los ahí presentes, pues cada uno conocía bien la fría caricia de la muerte. Un temblor inundaba y sobrecogia la humanidad del pobre desdichado. Los verdugos sonreían comprendiendo la magnitud de sus actos y lo eficaces de ellos, retrato macabro de una civilización aspirante a ilustre.