Recinto de Gula, Portal al Tártaro

por Trista Jue Jul 07, 2011 4:06 pm

De nuevo su cuerpo se desvanecía para así atravesar los albores del tiempo y del espacio, llegando finalmente a aquel lugar que su espíritu conocía tan bien. Había llegado a una simple habitación rectangular desprovista de cualquier tipo de decoración que no fuera más que unas piedras sobresaliendo las unas por sobre las otras, siguiendo un patrón cuadrado que hacía pensar que era el interior de un paralelepípedo de cubos de obsidiana. Pasando por alto el hecho de que el lugar se mantenía más silencioso que el mismo tribunal de los muertos de la Primera Prisión, Trista se levantó para avanzar hasta el fondo del recinto con paso seguro.

Entonces, de nuevo en mi puesto de siempre verdad? dijo la representante de la Gula mientras cerraba los ojos y colocaba su mano sobre un arco de piedra resquebrajada que enmarcaba una puerta de metal cobrizo, un acceso que poseía un tipo de abertura por la cual introducir la llave apropiada y así abrirlo…y quien tenía aquella llave? Perséfone. murmuró Trista con calma para así voltearse y golpear las baldosas negras una sola vez con el extremo de su báculo granate. Bien…si Hades le había encomendado la protección del portal al Tártaro tan solo debía obedecer. Su función en la vida era esa…ser un instrumento del Señor del Inframundo.

Pocos segundos después, una fábrica oscura cubrió todos y cada uno de los rincones de la habitación mientras que el cuerpo de la adivina caía inerte en el suelo. De la materia surgieron flores peculiares…esas que los humanos llamaban “Campanitas”. Gula había resumido su puesto en el portal al Tártaro, no como una humana sino como la representación del Pecado Capital que todo lo consumía y como el espíritu que alguna vez hubo llegado a ser: la protectora de las Campanitas.

De nuevo, su espíritu durmió y el silencio se hizo en aquella habitación por lo que serían siglos, hasta el momento en que Hades la llamara al servicio nuevamente.