Bajo la luz de la luna

La brisa de la noche dominaba la escena junto al rumor de las olas sobre la arena. Los animales propios de un escenario como aquel se encontraban totalmente dormidos, esperando el día siguiente mientras que los pocos árboles apostados a los bordes de la playa se mecían con pereza. Nada parecía ser capaz de interrumpir una escena como esa…

Al menos, no hasta que una ola más grande de lo usual cubrió gran parte de la costa sin hacer gran ruido, como mucho un simple susurro seguido del ruido de pasos ahogados por la arena mojada. Parados e iluminados por la luz de la luna, la diosa del mar Anfitrite avanzaba observando el lugar a donde había llevado a sus seguidores, cortesía de sus Puertas de la Atlántida.

Precioso lugar, mi reina. Me recuerda a las noches en Isla Cristina. Dijo el Zepar quitándose la máscara para así dejar ver su armonioso rostro angelical, bajando la capucha mientras que sus cabellos dorados se mecían con la brisa nocturna al unísono de su capa color nieve. No hubiera podido hacer una mejor elección.

Así que…¿esto es lo qué había dentro? Preguntó Sokaro levantando ambas cejas en un tono un tanto ácido y divertido. Le parecía la mar de curioso que después de semanas y semanas de intriga, el resultado final de la espera resultara ser un ente que al caminar se veía en extremo…anti-natural, pero no por eso, menos curioso y entretenido de observar. Espero que lo por lo menos sea mucho más útil que las los dos rellenos que tenemos detrás. Finalizó el General encogiéndose de hombros, haciendo referencia obvia a las dos niñas que aún se mantenían al final de la comitiva, observando la inmensidad del océano en la noche.

Se lo aseguro mi co-Chevalier, estoy lejos de ser una carga. Nunca podría permitirme ser una para mi queridísima Emperatriz…jamás en la vida. Respondió Solomon con una sonrisa conciliadora, dejando en vista sus modales que resaltaban horriblemente contra los demostrados tanto por Sokaro como por la misma Ambrose, que si bien estaba “controlada” (comparada al tiempo en que iba de albina) tampoco era demasiado “educada”. Dando varios pasos con su máscara en mano, el rubio tan solo se acercó a su reina, tomando su mano derecha y sonriéndole con dulzura. Dime, ¿Estás cansada? Usar tanto tus habilidades debe ser agotador, necesitas tomarte un tiempo para ti ya que has terminado con tus labores…

No es mala idea. Lo interrumpió Lymnades ladeando la cabeza, usando la derecha para señalar en diagonal a su posición, justamente a donde se encontraba aparcado el carruaje de hipocampos. Ahí hay comida.

Precisamente. Tomémonos la noche, todos nosotros. Por ahora podemos decir que nuestra meta ha sido completada…no pensemos en el futuro, disfrutemos el presente. ¿Les parece? Que esta sea nuestra utopía por una noche…

Aprovechando que ya se había declarado la estadía en la playa, el General Marino de Lymnades tan solo resopló para así dejar que las Escamas que vestía se separaran de su cuerpo retomando la apariencia de demonio oceánico que las caracterizaba y junto a la armadura divina de Anfitrite, asentarse encima del Sarcófago de la Locura justamente al lado contrario, actuando como algún tipo de perro guardián.

Menuda forma de demostrar su posición como soldado de la diosa Marina, aunque ya de por sí fuera gracioso.

Un rato después un refugio improvisado de cristal, hecho gracias al Zepar, se convertía en su lugar de reposo por la noche custodiado a su vez por un jardín de rosas azules…y eso le hacía formularse ciertas preguntas que tendrían que esperar, al menos hasta que terminaran de comer.

Ahí fue que la reina hizo lo que ya se veía venir desde el momento en que se hubo demostrado lo inútiles que resultaban: sin más, tan solo se deshizo de las dos chiquillas por medio de una conversión en piedra y eso era…raro. No por el hecho de tal sentencia, sino porque ya se había tardado demasiado en dictaminar semejante destino y por lo mismo, los comentarios de los otros dos no se hicieron esperar:

Hasta que al fin. Murmuró Sokaro recostándose en su asiento, mordisqueando un hueso de pavo cocido.

No apoyo tales formas de actuar…pero si mi Reina ha decidido que eso es lo correcto, ¿quién soy yo para contradecirla? Dijo a su vez el Zepar, levantando su copa de vino y con su rostro angelical esbozando una media sonrisa complaciente, algo que solo parecía ser capaz de expresar al momento de mirar a la diosa marina… Propongo un brindis...por nuestra gloria personal, que ínfima, ha sido bastante provechosa. Por ti mi Reina…y por ti, Guardián de Lymnades.

Como digas rubio. Contestó el General Marino, levantando la copa y entrechocándola con la del Zepar para así proceder a beber de fondo blanco. Soltando un ligero eructo por lo bajo, Sokaro miró a Anfitrite para soltar la pregunta que tenía más de una hora queriendo formularle. Y...¿no qué ya habías cambiado las Rosas Azules por las Rojas? ¿Acaso te vino la indecisión?

La respuesta de la deidad marina no se hizo esperar y tal cual era su costumbre, no perdía la oportunidad de proferir una risa capaz de agitar las mareas y de sacudir la tierra. Su nombre como la consorte de Poseidón era por demás, bien merecido.

No sé de qué demonios hablas... mi única participación "cósmica" yace en la playa hecha piedra. El jardincito y el lugar donde tienes reposando el culo es obra de tu congénere...

HAHAHAHAHHAHAHAHAHAHAAAHHAAHA uuuuupppppps! verdad.... tu no eres un cadáver.

Abriendo la boca para contestar, en ese momento Sokaro notó que debía detenerse puesto que el Zepar se adelantaba, con una cara decidida y más enseriada que antes. Aparentemente Anfitrite había dicho algo que lo hizo reaccionar de inmediato.

Y aún así mi devoción hacia ti es absoluta…sea cual sea mi estado, de eso no te quepa duda mi Reina. Dijo Solomon levantado y haciendo una pequeña reverencia de cabeza. Incluso siendo un muñeco, al mismo General Marino no se le hacía más que un gran lambiscón…aunque no malo, a final de cuentas. Esa es la razón de mi existir…esa es la razón por la cual tus Chevaliers existen.

Esa es la razón por la cual me invocaste, ¿no? Por tus deseos es que vivo ahora como tu paladín…yo soy tu espada, yo soy tu Saber y tú, eres mi todo.

Completando lo dicho por nuestro amigo rubio, ¿cuál vendría siendo mi título aquí? Preguntó Sokaro levantando la mano izquierda mientras que con la diestra sostenía su copa de vino, esperando una buena respuesta de parte de los otros dos…y de paso, una aclaración. ¿Y cuál es el tuyo, eh jefa?

Y…deja de invocar esas puertas, no son un juguete. Concluyó el Marino con tono regañón, sabiendo que en esos instantes Anfitrite no tenía ni la más mínima razón para invocar aquel portal…tan solo era ocio, se le notaba en los manerismos que tan solo quería perder el tiempo. Ya pareces una niña pequeña…y según se, estás muy vieja para eso.

Curioso nombre… Dijo Sokaro con algo de sorna, sin dejar su posición relajada en aquel asiento de cristal con los brazos extendidos y su “mirada” apostada tanto en Anfitrite como en el Zepar.

Particularmente él no sentía sueño y por la naturaleza del rubio, dudaba que durmiera. Por otro lado la reina del mar parecía más dada a seguir despierta…de hecho, se le hacía muy inquieta en esos momentos. Al parecer más de una cosa pasaba por su cabeza mientras el cielo daba señales de caerse a pedazos.

Entonces cumpliré con tu deseo, mi reina. ¿Quieres ver al “Emperador” muerto? Te daré ese deseo…tan solo debes seguirme. General. Dijo Solomon con tono noble, tomando la mano de Anfitrite para darle un ligero beso levantándose y mirar en dirección a Sokaro con ojos nebulosos y expresión seria.

¿Eh?

¿Sería una molestia salir ahora mismo a un destino incierto? ¿O puedes conducir nuestro carruaje sin falla hasta llegar a nuestra próxima parada? Preguntó el Zepar con tono curioso y hasta…compasionado. La diferencia que se respiraba entre ese sujeto y el que habían conocido en Roma era enorme. Uno era un parangón de ridiculez extrema y el otro era tan solo, demasiado meloso. Pero las presencias por parte del General estaban claras y esa era que se quedaba con el menos abrasivo de los dos.

Yo no tengo problema, solo digan adonde. Respondió Sokaro levantando ambos pulgares en señal positiva, dejando que sus lentes oscuros resplandecieran ligeramente con la luz reflejada por la superficie del cristal sobre el que estaban todos amparados.

Perfecto, tienes mis agradecimientos. Ahora mi Reina…¿subimos al carruaje?

Ya estaba decidido y lo que faltaba era entonces salir. Anfitrite tan solo subió la escalerita del carruaje para acomodarse adentro al tiempo que Solomon esperaba que Sokaro guardara todo en el compartimiento de carga; una vez hecho eso, el rubio sonrió y extendió ambos brazos como si pretendiera abarcar la inmensidad de la playa para con una sola nota sostenida de su celestial voz, cuartear el cristal y derrumbar el improvisado refugio. Los escombros afilados que normalmente se volverían un desastre al dejarlos impunes sobre la eran tan solo desaparecieron por acción de las rosas azules, que desvaneciéndose en el aire anunciaban el final de la canción del ente divino salido del Sarcófago de la Locura.

Bien, ya estamos listos. Vengan a mi…hipocampos. Dijo Solomon con calma extendiendo la diestra y acariciando el aire, momento en que una fuente de agua salada surgió de la arena, tomando una forma gigantesca que se dividió en dos para finalmente mutar en el mismo par de caballos marinos que hubieron usado para llegar a la Atlántida. General, ya estos corceles conocen el destino. Con una sacudida de las bridas será suficiente para que estén listos. Al momento en que nos acerquemos a nuestro destino saldré para dar las indicaciones finales…ni siquiera mi Reina sabe la locación exacta de a donde nos dirigimos.

Entendido, señor Cristal. Contestó Sokaro con un gesto de su mano izquierda, montándose de un simple salto en el asiento del conductor del carruaje para tomar las riendas de cuero negro que descansaban a un lado del barandal dorados, posando además sus dos piernas sobre los acabados azulinos del frontón del vehículo.

Gracias por sus servicios, son apreciados y a su momento, serán recompensados. Finalizó el Zepar con una sonrisa angelical en su rostro, subiendo las escalerillas y cerrando la delicada puerta de la cabina de pasajeros.

Al instante los hipocampos volvían a disolverse en agua salada, moviéndose a través del aire y sin más amarrarse a sí mismos en las bridas direccionales, esperando por la orden de marcha de Lymnades. Levantando una de sus cejas por encima de los lentes oscuros que cubrían sus ojos ciegos, Sokaro alzó las riendas y con un solo golpe les ordenó a los animales partir.

Un bufido, un nubarrón de arena y una salpicadura después la costa empezaba a quedar atrás: las capacidades naturales de los hipocampos parecían hacerlos flotar sobre el mar dado que ahora en lugar de un suelo pedregoso, tenían el agua bajo las ruedas del carruaje.

Era una vista maravillosa, por decir lo menos…y aún así, el General Marino no estaba ahí para admirar el paisaje. Su trabajo consistía en vigilar los movimientos de los corceles…ni más, ni menos. Tan solo esperaba que su próximo destino no estuviera tan lejos.

/Dentro del Carruaje/

¿Dormiste bien? ¿Soñaste algo placentero? Preguntó Solomon con una sonrisa complaciente, acariciando los cabellos de Anfitrite y esperando una pronta respuesta. Eso era todo lo que él necesitaba: su felicidad. Si Anfitrite estaba contenta, el compartía sus sentimientos…si ella deseaba algo, se lo daría sin falta alguna. Ese era el motivo de su existir.

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1er Post 2do AD – Maestría

Con su mano derecha apostada encima del entramado que bordeaba el asiento del conductor del carruaje marino, el General de Lymnades volteó la vista para ver como un destello azulado salía de la cabina principal y se dirigía al cielo para desaparecer casi al instante. Justo después Anfitrite declaraba que todo “terminaría” una vez llegaran al destino dispuesto por el cadáver viviente antes de salir de la playa.

Sí lo se, no tienes que redundar. Le dijo Sokaro a Anfitrite con una ceja levantada, resoplando para así levantar las riendas y dar un simple golpe que azuzó a los hipocampos a apurar el paso.

La monotonía volvía a fastidiarlo y eso era casi por completo culpa del paisaje. El mar a aquellas horas era negro con la simple silueta de la luna decorando el manto negro que dominaba su superficie; lo único que rompía la permanente calma era el carruaje conducido por las monturas del Zepar hasta que… apareció.

¿Uh? Rompiendo su postura para acercarse al borde del carruaje, el General observó más allá de la obsidiana del agua un figura enorme e indeterminada. No podía distinguir por completo sus bordes y realmente, no quería saber dado que ahora otra cosa más llamaba su atención. Agh no...¿otra vez? Preguntó Sokaro dándose una palmada en la frente con la izquierda mientras el vehículo en donde se transportaban se acercaba a un lejano banco de niebla que se le hacía horriblemente familiar…