Saint Seiya Ancient Chronicles
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Mensaje por Sokaro Sáb Feb 04, 2012 1:18 pm

Con sus lentes reflectantes posados en el ominoso augurio frente a su persona el General Marino de Lymnades solo pudo liberar su aliento con cansancio evidente, que semejante a la niebla helada que los rodeaba en esos instantes marcaba el inicio de otra extenuante aventura junto a la Emperatriz de los Mares y los Océanos a lo que parecía ser una segunda visita a la vasta Isla Primigenia. La pregunta que se formaba dentro de su cabeza era entonces ¿no qué todos los accesos habían sido destruidos por la irritable divinidad? Era eso o…

-Pues...no se siente igual.- Murmuró el enorme sujeto con ambas manos asiendo fuertemente las dos riendas de cuero negro pulido, un conjunto que hacía juego junto a su propio atuendo de tela opaca y tonos semejantes al del mar sobre el cual transitaban en esos instantes, sintiendo además una naturalidad que solo podía compararse a la de la Tierra. Incluso si la misma Anfitrite le decía que habían cambiado de plano existencial no lo creería…la diferencia, pensaba él, era notoria.

Un bufido seguido de un relincho que disipó parte del banco de niebla fue la señal necesaria para que el General percibiera con su mejorada “visión” el muelle improvisado frente al carruaje: era la entrada a Saint Sulpice, la misma que había visto con anterioridad solo que esta vez sin el aura de locura perenne flotando alrededor.

El edificio que en otra realidad era siniestro y oscuro, ahora se veía simplemente normal y carente de un techo que cubriera la visión de la lejana bóveda celeste; las paredes se encontraban derruidas, presas del escozor del tiempo así como las enormes baldosas.

Colgando de las columnas incompletas se encontraban los recipientes de las velas ahora inexistentes y más allá, a unos cien metros se hallaba un sustituto al altar principal en cuya contraparte hubiera estado el Sarcófago del Leviatán: un simple agujero circular que ningún hijo de Eolo se atrevía a transitar…de hecho, era como si la misma existencia se negara a acercarse a tal sitio.

Levantando sus cejas dispares y resignándose a la que fuera la voluntad de Anfitrite, Lymnades dio un salto para caer sobre el borde destrozado de Saint Sulpice y avanzar hasta encontrarse a un metro de la columna más cercana. Definitivamente la diferencia entre las dos caras de la moneda era abismal.

-Hemos llegado.- Dijo la voz de Solomon Goldsmith con suavidad, descendiendo del carruaje con delicadeza y su rostro contorsionado por un ligero espasmo de incomodidad. Aparentemente no le gustaba ni un ápice el encontrarse allí pero tampoco debía negarle los deseos a la hija de Nereo, dado que para cumplirlos era que existía en esa era. -Este será el lugar de su sentencia final mi reina. Todos sus deseos pueden ser cumplidos en este, el nexo de Saint Sulpice con la Isla Primigenia.- Explicó el Zepar con voz angelical, avanzando para tomar la delantera sobre Ambrose y su fornido compañero. -Este lugar es el origen de todo lo que Poseidón posee y no desea admitir tener. En esta misma capilla es donde obtuvo varios secretos que para un Olímpico, están prohibido…como por ejemplo las Cadenas al Cielo…- Murmuró el rubio levantando una mano, atrapando un objeto invisible que chinchineó por sobre la calma general.

Era una cadena. Una cadena que se tiñó de tonos azulinos verdosos.

-Caelo Catena...un arte arcano.- Emitiendo un poco de energía, Solomon jaló el objeto para así revelar que un lado de los eslabones terminaban hundiéndose en su pecho mientras que el otro se perdía en la distancia. El otro punto quedaba claro, al menos para la Reina de Atlantis. -Mi querida Anfitrite...ahora queda a tu potestad. Si vas a hacer lo que viniste a crear en este sitio, piénsalo con cuidado. Una vez activado no hay vuelta atrás…ni siquiera los Olímpicos son capaces de detener y obligar al tiempo a dar marcha atrás…esta decisión, tú decisión es de crucial importancia ahora. Recuérdalo bien.- Y esas fueron las última palabras del fino hombre falso cuyos orbes de zafiro rebosaban en tristeza y resignación.

Solo faltaba escuchar entonces, el juzgado de Anfitrite.
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Mensaje por Ambrose Dom Feb 26, 2012 3:38 pm

Habíamos dejado las playas blancas para dirigirnos a ese lugar donde todo tuvo su inicio y todo indicaba que allí mismo todo tendría su final.

Los hipocampos cabalgaban con suma gracia y poderío, atravesaban las aguas en un hermoso galope, como si con sus cuerpos acariciaran las aguas haciendo que éstas ni se alteraran un poco.

Sokaro con mucha diestra manejaba a las hermosas bestias llevándonos sin problemas, no hubo queja ni reclamo por su parte, sospeché que por su propia naturaleza de Marino quizás imaginaba o bien, estaba preparado para los momentos próximos, era curioso, por primera vez quería sonreír con sinceridad pero no pude hacerlo, el sólo pensar que volveríamos allí solo era el anuncio que uno de los dos bandos perecería y la promesa con Ambrose era algo que pude en su momento, tomar a la ligera. Ya no había marcha atrás, sólo quedaba dos caminos: morir o ganar, no había más y no había que darle más vueltas al asunto.

Retraída en mis pensamientos no me había dado cuenta que habíamos arribado al muelle improvisado de aquel pedazo de tierra en medio del Mediterráneo, un nexo a aquella tierra maldita y podrida, tierra que alguna vez albergó a Saint Suplice.

Habíamos llegado, el ambiente era completamente distinto, nada que ver con el pasado, ni punto de comparación con el vivido semanas atrás, ahora mismo parecía una simple y normal isla en medio del mar, sin locura ni caos, todo parecía que se encontraba contenido en un lugar, un lugar que yo tenía y controlaba a mi antojo: El sarcófago.

Con el carruaje completamente detenido, Sokaro abrió la puertecilla del mismo para permitir nuestro descenso, Solomon no tardó en salir, bajó las pequeñas escalinatas y ya en tierra extendió su mano invitándome a que lo acompañara. Finalmente en tierra noté que la niebla cubría casi en su totalidad la isla, a través de ella se distinguían formas de columnas y ruinas, no era amenazante ni atemorizante por lo que podíamos encontrarnos seguros, una vez ubicada al lado del Zepar chasqueé mis dedos y a nueva cuenta el carruaje se descapotaba, invocando el ataúd mismo, él cual se posicionó a nuestro lado de manera vertical, elevé mi cosmos y desprendiéndose de él mi armadura, la cual parte por parte cubrió en su totalidad mi cuerpo.

Solomon inició la marcha, adelantándonos parecía que parte de su consciencia conocía aquel lugar, la niebla se disipaba a cada palabra suya: "-Hemos llegado..... Este será el lugar de su sentencia final mi reina. Todos sus deseos pueden ser cumplidos en este, el nexo de Saint Sulpice con la Isla Primigenia.... Este lugar es el origen de todo lo que Poseidón posee y no desea admitir tener. En esta misma capilla es donde obtuvo varios secretos que para un Olímpico, están prohibido…como por ejemplo las Cadenas al Cielo…-" Yo caminé en diagonal, en otra dirección a la que estaba dirigiéndose el Zepar, tomando a Caladbolg y escuchando sus palabras comencé a trazar con la punta de la espada figuras y trazos sobre la tierra, dibujaba un círculo mágico, justo a unos 10 metros de la entrada de la iglesia que se encontraba erguida a mi espalda. Detuve mis movimientos en el momento en que pronunció: “-Caelo Catena… un arte arcano.-“ Levanté mi vista y mis labios se movieron solos, musitando: - Vinculis Inferni… Brotando de la tierra cadenas, cadenas que se entrelazaban una con la otra, cadenas negras que materializaban aquel circulo dibujado en el suelo, levanté mi espada y corté la palma de mi mano libre derramando al instante mi sangre que caía gota a gota sobre aquel entramado de acero “despertando” aquel círculo mágico. Cerré mis ojos y comencé a entonar un particular rezo: - Deja que tu cuerpo descanse bajo mi dominio, deja que mi destino descanse en tu espada. Si tú te sometes al llamado del Caos, y si tú obedeces a esta mente, a esta razón, entonces tú deberás de responderme. Yo hago mi juramento aquí. Yo soy la que se convertirá en la imagen de todos los Infiernos. Yo soy la que está cubierta con toda la vileza del reino del Caos. Pero, tú servirás con tus ojos cubiertos por el caos. Tú, atado dentro de una prisión de locura. Yo soy y seré aquella que comanda esas, tus cadenas. Hice una pausa y levanté mi vista, quería ver que pasaba a mi alrededor, sonreí al ver que Solomon permaneció quieto, más bien… prisionero, no musitaba palabra, tan solo inmóvil esperando, aguardando el momento exacto para actuar. Llevé mi vista a Sokaro la maldad y la malicia se me reflejaba en todo el rostro, continué con el rezo mientras le sonreía: - …Uds. los siete mares, Uds. los siete infiernos envueltos en una Trinidad del Caos, vengan mas allá de los anillos que los detienen y sean Uds. las manos que definan esta contienda. De pronto la tierra empezó a temblar y la tierra dentro del círculo mágico se resquebrajó dejando que de su interior emanaran más cadenas que a su vez se reagrupaban, tomando la figura de personas, seres bastante conocidos para y por mí: Ponto, Nereo y Doris.

La mujer dio un paso al frente, inmóvil tan sólo pronuncié: - Madre… Ella levantó su brazo derecho y señalándome desplegó de su índice un rayo de luz tan intenso que me encegueció al instante. Sabía que todo a mi alrededor se encontraba iluminado, movía mis párpados a causa de la molestia de la misma luz, intenté abrir mis ojos un par de veces pero fue en vano, perdiendo las esperanzas de poder hacerlo lo intenté una vez más y lo logré, no distinguía nada conocido, estaba al aire libre, escuchaba las risas y el zumbar del viento que a su vez agitaba mis cabellos, eran cortos, quizás un poco más cortos de los que recordaba, podía escuchar y respirar el olor del mar, estaba cerca. Seguía mirando a mí alrededor, todos sin excepción alguna llevaban ropas bastante extrañas, unas jovencitas con prendas exactamente iguales y en sus manos llevaban algo, un extraño objeto de forma rectangular, confundida seguía buscando algo el cual identificar y poder determinar donde demonios estaba, completamente exhorta en mis pensamientos solo quería descubrir que era aquella visión o imagen que mi propia madre me mostraba, de pronto sentí que tocaban mi hombro derecho, giré mi cabeza en su dirección, un hombre corpulento, de tez morena, algo en sus ojos, parecía el mismo artificio que tenía Sokaro en sus ojos y algo había en él que me lo recordaba, sus labios se movieron, pronunciaron algo, algo que fue completamente inaudible e incompresible para mi, rápidamente volteé en la dirección opuesta cuando un sonido desconocido atravesó mi tímpano, algo inmenso que se movía por tracción propia, era un monstruo de metal transitando por la tierra misma, llevaba pequeñas ventanas de cristal y a través de ellas otras personas que parecían ir sentadas, levanté mi mano para llevarla a mi cabeza y hasta ese momento me percataba que yo también llevaba aquel objeto rectangular, lo solté asustada y en el momento en que aquella bestia de metal pasaba cerca de mí pude verme reflejada en uno de los cristales que parecía indicar que era la puerta, era yo, la misma cara y el mismo cuerpo pero… pero ¿Dónde demonios estaba y quiénes eran todos ellos? Dí un paso hacia atrás, gritaron mi nombre, un nombre que no podía saber ni escuchar, giré para ver quién llamaba, eran dos de las chicas que ya había visto, ambas portaban el mismo atuendo que el mío, sonrientes la rubia esbozó: - Felicidades por el triunfo en la competencia de los 200 mts planos, siempre has sido la mejor en deportes y en las clases… Quiero ser como tú ***** La pelirroja acompañaba a la peliinsipida con una sonrisa, una risa que parecía sincera y divertida, miré al sujeto grande y negro, con mirada de confusión tratando de qué él pudiera decirme algo, tan solo golpeó dulcemente mi hombro dos veces.

La cabeza me dolía mientras todos aquellos lentamente se desvanecían en el aire, dejándome una vez más en medio de una blanca nada, di dos pasos hacía atrás y choqué con algo que me detuvo instantáneamente, volviendo a la realidad de aquella isla, girando mi cabeza en dirección a aquel obstáculo lo vi, con los labios entreabiertos, los ojos de par en par, expelí: - Ne… Padre!...
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Mensaje por Sokaro Mar Feb 28, 2012 1:25 pm

-Vinculis Inferni…Deja que tu cuerpo descanse bajo mi dominio, deja que mi destino descanse en tu espada. Si tú te sometes al llamado del Caos, y si tú obedeces a esta mente, a esta razón, entonces tú deberás de responderme. Yo hago mi juramento aquí. Yo soy la que se convertirá en la imagen de todos los Infiernos. Yo soy la que está cubierta con toda la vileza del reino del Caos. Pero, tú servirás con tus ojos cubiertos por el caos. Tú, atado dentro de una prisión de locura. Yo soy y seré aquella que comanda esas, tus cadenas.

…Uds. los siete mares, Uds. los siete infiernos envueltos en una Trinidad del Caos, vengan mas allá de los anillos que los detienen y sean Uds. las manos que definan esta contienda.-


Y de nuevo, empezaba.

El cántico y ritual de Anfitrite, aunque interesante viéndolo desde fuera, no era precisamente lo que más deseaba ver el General Marino de Lymnades quien en medio de un deje aburrido se sentó en una de las columnas derruidas que rodeaban la “antesala” de Saint Sulpice.

Con el viento helado de testigo, acompañado de la solitaria luna en la bóveda celeste y la niebla opaca rodeándolos un sonido de eslabones chocando los unos contra los otros dominó la escena al tiempo que del círculo arcano surgían un trío de figuras altas y de porte sobrenatural. Los tres entes, cuya identidad era totalmente desconocida para el único no enterado de la escena tan solo avanzaron y de un momento a otro, actuaron.

El más menudo de todos tan solo levantó la derecha para hacer que la niebla blanca se tornara completamente negra y que de un gas se convirtiera en un líquido ominoso. Girando sobre sí mismo, susurrando como ninguna otra sustancia en la Tierra la negrura se extendió para finalmente crear un muro infranqueable que bloqueaba todo acceso a la zona inmediata donde se erguían los invitados a la catedral.

-Madre...- Murmuró la diosa marina, ganándose además un gesto de incredulidad de parte del General quien de un salto ya había llegado a aproximarse bastante a ella cuando…

-Oh, carajos.- Dijo Lymnades con un murmullo cuando un destello terminaba por cegar a Anfitrite y lo desorientaba a él, incluso si directamente la luz era incapaz de afectarlo. Y dado el mismo principio lo que se mostraba en su cerebro eran escenas incompletas.

Un sitio completamente desconocido, personas que no le importaban en lo más mínimo y frente a su persona una versión más joven de la emperatriz del mar. En definitiva, no sabía que diablos estaba sucediendo en ese lugar…

-Felicidades por el triunfo en la competencia de los 200 mts planos, siempre has sido la mejor en deportes y en las clases… Quiero ser como tú----- - Dijo una chica a lo lejos, justo cuando pudo ver como su brazo le daba unas simples palmaditas en el hombro antes de que toda la escena se destrozara como cristal. Ahora frente a ellos se encontraba el hombre de las cadenas negras, el más alto del trío y quien en definitiva parecía ser el líder de la comitiva sobrenatural que Anfitrite había invocado con anterioridad.

-Ne… Padre!...-

-Silencio.- Dijo la figura levantando la diestra, dispersando la armadura de Anfitrite en todas sus piezas elementales para así convertirlas en un fino polvo que se introdujo en la corriente negra a sus espaldas, haciendo que desapareciera sin más. -No hay necesidad de usar semejante estorbo, no en mi presencia.- Declaró Nereo con voz potente dando un paso hacia delante, tiñendo las baldosas azuladas en un color de obsidiana impenetrable que poco a poco amenazaba con consumirlos si se mantenían mucho tiempo estáticos; al mismo tiempo más y más eslabones aparecieron, atrapándolos con su firme agarre, fijándolos justo donde antes estuvieran parados.

-Ahora...observa el resultado de tus cosechas, hija mía.- Murmuró la sombra dejando que su brazo se moviera en un arco, manifestando su cosmos distorsionando la realidad y marcar el inicio de una canción…una canción que todos los marinos conocían muy bien…

Una voz profunda como el mar, una canción tan preciosa como la mejor de las joyas en el mundo y un escenario tan mortal como la más ínfima criatura que caminara sobre la Tierra, ese era el nuevo mundo que se presentaba delante de los ojos de Ambrose y Sokaro quienes de nuevo, parecían adquirir apariencias totalmente opuestas a lo vivido anteriormente.

Caminando animadamente en un jardín semejante al Elíseo y teniendo el claro mar como bóveda, una mujer de cabello negro se dirigía a una torre ubicada más allá, franqueada por una muralla amarillenta que estaba casi totalmente posesionada por la hiedra y el color verde. Siguiéndola de cerca iba además, un sujeto cuya cara no podía ser identificada más su porte indicaba una posición privilegiada en el mundo.

Y resonando por todo ese jardín de verano, una canción que no podía ser más que algo producto de la garganta de un dios.
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Mensaje por Sokaro Miér Abr 04, 2012 10:48 pm

.- Interlude 01 -.

Al mismo tiempo que dentro del vórtice de agua negra se daba el juicio de las sombras por parte de los vestigios de Nereo, Doris y Phontos, la situación en las afueras de Saint Sulpice parecía empeorar.

A cada minuto la fuerza del viento aumentaba, las aguas antes pasivas habían embravecido y finalmente, la niebla se espesaba impidiendo ver otra cosa que no fuera un blanco totalmente opaco y fantasmagórico.

El silbido del viento cortando el agua del mar y el correr del líquido primigenio invocado por Phontos se juntaban en una melodía sobrenatural que escuchada de lejos, era el lamento propio de un Leviatán.

Encima de todo, coronando la bóveda celeste y siendo el único testigo de lo que podría darse dentro del enorme banco de niebla estaba la luna en su apogeo, completamente llena y evocando la figura de una dama expectante por la llegada de su esposo al altar.

Ahí fue que algo más, algo distinto a todo lo visto hasta los momentos ejerció fuerza sobre el ambiente: tal como si hubiera removido su fuente de energía el mar se paralizaba. Las olas anteriormente de tres metros se fundían sobre la ahora lisa masa de agua. La niebla dejaba de girar alrededor de pared de líquido negro y finalmente, las cuchillas de aire se convertían en brisas que conferían caricias gentiles.

La razón era simple: aquel que representaba el avatar de Poseidón en la Tierra acababa de perecer y por tanto, el mar demostraba su luto.

Lo único que quedaba entonces, eran los eventos que se desenvolvían dentro del perímetro levantado por Phontos.
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Mensaje por Sokaro Jue Abr 12, 2012 1:07 am

Vueltas, vueltas y más vueltas. Esa era la eterna repetición que se sucedía para las paredes de agua primordial que hubiera levantado la sombra de Phontos apenas la invocación de la Reina Marina hubo sido efectiva. Separando el reino mortal de los remanentes de la Isla Primigenia los antiguos gobernantes del mar decidían el destino de la consorte de Poseidón.

De un momento a otro el bramor de las aguas misteriosas se detuvo. Parándose en seco las corrientes de ébano se convertían en meros muros divinos que al instante estallaron, llevando sus gotas hacia la superficie del océano que se encontraba inmediatamente por debajo.

Más allá, por encima de la que debía ser la tumba de la Reina de los Siete Océanos no existía nada más que la estructura destruida de Saint Sulpice. Con las baldosas todavia desgatadas y cuarteadas, sus paredes derrumbadas y al fondo el gran agujero cuyo destino era por demás incierto, no se podia sentir ni la presencia de la mas miserable de las almas.

Respondiendo a un llamado inexistente y actuando por debajo de la enorme luna aparecían varias nubes de tormenta que al instante liberaron su contenido sobre todo el Mar. Lloviendo torrencialmente la antigua iglesia comenzaba a desvanecerse, siendo enterrada por las aguas y por un cosmos muerto que ni siquiera se sentía.

Una agitación, un canto y finalmente un murmullo se sucedieron, uno tras otro de forma seguida. De improviso un estallido se dio lugar y con el se hundió para siempre Saint Sulpice. El juicio había terminado y el veredicto dado ahora era inmutable. La decision por otro lado era desconocida y bajo la ley de incertidumbre el silencio se apoderaba del escenario.

Finalmente el mar estaba calmo. Las deidades marinas se habían desvanecido la una tras la otra.
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