El final azul: mar y cielo...

Luego de salir de la playa y hacer que los hipocampos volvieran a sumergirse en las Puertas de la Atlántida, tanto el General Marino de Lymnades como el Zepar se dirigieron a ese mundo que apenas hubieron visitado una sola vez: Atlantis, el Reino de Poseidón. Fuera de la presencia del senador Romano, quien por lo visto se había suicidado, sus razones eran más nobles. Y ciertamente el que la zona estuviera limpia era un alivio como ningún otro.

Tras el término del rumor del mar en medio del portal marino el carruaje divino de Anfitrite tocó tierra atlante, deslizándose con entereza en una extensión que antes era irregular. En la bóveda oceánica por encima de sus cabezas se movían enormes seres de las profundidades, cuyos cantos llegaban como un tributo a la única gobernante de ese mundo que hubo despertado hace no mucho tiempo atrás. Y en lugar de un ambiente iluminado por luz artificial Atlantis se hacía oscura, con una lluvia salada descendiendo desde lo alto, creando una niebla perlada y opaca que se elevaba hasta más de un metro de altura por sobre el suelo.

Y con un solo latigazo de las riendas de Sokaro las bestias míticas se detuvieron a tiempo, levantando agua y mojando los ya empapados escalones del gran templo de Anfitrite, que se antojaba incluso más mortuorio y siniestro que antes.

-Entonces el plan vendría a ser… ¿qué?- Preguntó el General una vez se hubo bajado, apoyando uno de sus brazos sobre el costado del carruaje mientras observaba la figura del Zepar surgiendo del vehículo.

-Ya verás mi estimado General. Tan solo debemos llegar al Templo de la Reina.-

-Como digas.- Concluyó el General encogiéndose de hombros mientras reacomodaba la película frente a sus ojos, acompañando al rubio con calma, pisando los primeros escalones con fuerza. Ciertamente la lluvia no pararía pronto.