[Alejandria] Muelle

La princesa de ROma no pudo continuar su diálogo con Solomon porque habían llegado ya a los muelles de Alejandría. Lydia quien ya había leído y visto ilustraciones de alejandría no se sorprendió para nada de ese lugar, ya que estaba ocupada en verse tan muerta e inexpresiva como un fantasma, totalmente inmaterial, fuera de sí, y es que el pensamiento de un gran incendio en ese lugar hacía que ella se abstrajera del mundo real; de pronto la voz de Solomon la sacó de su trance justo cuando ella en su escenario imaginario veía la gran biblioteca incendiada.

-Claro que estoy bien-dijo Lydia poniendo una sonrisa en sus hermosos labios, y bajó lentamente del muelle caminando con la gracia de una bailarina, y con una fragilidad propia de un espíritu errante; sin embargo esto no hacía que ella se viera menos hermosa, es mas! Cuando ella descendió del muelle los hombres que estaban esperando por ellos en el muelle se quedaron por unos segundos presos en su belleza, puesto que al terminar de decir lo que tenían que comunicar se quedaron pasmados unos segundos, segundos que la diosa del amor y la lujuria saboreó sintiendo una alegría de esas que se iban tan pronto como venían

Una vez que ella terminó de bajar siguió a su primo otra vez con la misma forma inmaterial que la desligaba bastante de su lado humano, espera que dejara de distraerse tanto de otra forma causaría más problemas a su primo; por otro lado con esa excusa podría irse del lado de ese demonio rubio para dedicarse a vagar por los alrededores, las reuniones con emperatrices lo único que hacían era terminar de aburrirla más de la vida.

-Solomon tú sabes porqué la emperatriz nos esperaba? Tú le mandaste una carta?- Lydia dijo esto en voz baja puesto que estaba algo confundida, según sabía ese viaje era como por decirlo así de improviso y no tenía nadie conocimiento alguno del mismo, pero bueno tampoco le sorprendía desde que eran niños Solomon siempre salía con sus cosas raras y supuestamente nadie sabía de las mismas hasga que zas! Alguien lo descubría y en horrendos líos que se metía.

-Diva maldita serpiente, no puedo creer que este desquiciado haga todo esto solo por ti...Apenas tenga más poder para matarte te aseguro que te partiré el cuello...

La guerra, el arte más antiguo para solucionar los problemas entre los seres vivos que se diferencian de una u otra forma. Ya sea por raza en los tintes de color; en ubicación geográfica de acuerdo a un asentamiento en específico; en base a la creencia política de su lugar de origen o mediante la enseñanza y continúa lectura de libros; entre otras muchas variedades de diferenciaciones que no hacían más que llevar a un punto de inflexión común y concreto: las batallas.

Desde los tiempos más antiguos de la humanidad, que las peleas han estado presentes en la vida cotidiana de todo ser con dos ojos, dos manos y dos pies, además de la capacidad para razonar y tomar pensamientos como propios y traspasarlos a sus extremidades. O en forma más simple, la de ejecutar decisiones de acuerdo a un contexto o situación en particular que le hagan actuar de un modo u otro. Aquella definición que es conocida universalmente como la iniciativa, tener la habilidad y el coraje para concretar las ideas que crea un cerebro sin importar lo que puedan decir medios externos. El tener la indiferencia y convicción necesarias como para decidir por cuenta propia y mantener dicha elección hasta el final sin tomar en real cuenta la opinión negativa de los demás, incluso a veces llegando a parecer un ególatra o un demente.

Iniciativa…lo que había llevado al inicio de un sueño, conocido como el imperio Romano. Pero no cualquier tipo de pensamiento onírico, sino que aquel sueño tenía todo un trasfondo detrás que planeaba lograr algo nunca antes visto en la humanidad: una sola y ejemplificadora nación que tome en cuenta a todos y cada uno de los seres vivos bajo su alero, independiente si con ello están traspasando los límites territoriales de otras naciones. Serían detalles menores que, una vez llegado el bien en concreto, no tendrían mayor significancia para los afectados. O al menos, eso era lo que creía el primer pionero y conquistador romano que decidió que haría de su patria la más majestuosa y enorme de todas, aún si para ello sólo debía dejar un lado en unos pequeños cimientos de madera; puesto que sabía que con el tiempo otros seguirían su camino y lentamente, aquellos pequeños bloques de palos serían reemplazados por piedras, y estos a su vez por materiales más complejos que irían formando lentamente un enorme muro que cercaría un límite extranjero, y dicho sea de paso, lo transformaría en parte de un nuevo territorio. En tierra Romana.

No obstante, para lograr aquello es que se necesitaba mucho más que un sueño y un poco de movimiento. El mundo era muy grande como para ser dominado por un solo hombre, pero sin embargo era un pensamiento bastante común en las cabezas de todos aquellos que creían que podían hacer las cosas mejor de que como se estaban haciendo en esos minutos, horas y días. Pero eran demasiado pocos los que en verdad tenían la valentía suficiente como para atreverse a cambiar su destino y lograr con ello no solo la consolidación de su nombre para el resto de la existencia, sino que además el contribuir con un legado que pretendía ser inmortal y perdurar más allá de la vida y la muerte, o al menos, eso era lo que planeaban muchos visionarios intelectuales que habían decidido apoyar a los conquistadores. Y es así como nacía la diplomacia, un medio de relaciones publicas entre países en los cuales se arreglaban tratados, pactos, u otros documentos que hicieran innecesaria la toma de las armas y por ende, de vidas que muchas veces podían resultar inocentes.

Diplomacia… sin duda, algo a lo que Octavius, aquel seguidor de legado romano y otro soñador más, no estaba acostumbrado y prefería sin lugar a dudas arriesgar su cabeza en una batalla a muerte. Pero por ahora, no tenía más opción que seguir aparentando que lo era mientras se aprestaba para embarcarse hacía Roma.