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Mensaje por Vergilius Miér Feb 02, 2011 1:57 pm

El joven salió de la cabaña, con su prima en brazos, se dirigía al caballo en el que ambos tendrían que volver a la ciudad. A Vergilius no le molestaba para nada, pero desconocía si a Sophia le importaría tener que compartir un caballo con el general. Después de todo, ya debía de sentirse apenada por la forma en la que él se había tomado el atrevimiento de recogerla y llevarla en brazos hasta el caballo que usarían para transportarse. El sol agonizante estaba por meterse entre las montañas, había perdido la noción del tiempo. Juraba que sólo habían sido unos minutos, pero era más tarde de lo que había estimado.

Vergilius bajó a Sophia, mientras cuidadosamente la cubría bien con la sabana que llevaba alrededor de su cuerpo cuando la encontró. El aire estaba comenzado a enfriar el ambiente. Esperaba que el aire helado no fuera a empeorar el estado de la joven; no era la gran cosa, pero con alguien tan frágil como Sophia no sabía que resultados podía esperar.

Lo primordial para él era cuidar de Sophia, por eso se sentía algo inquieto por lo que pudiera pasar. Pero se estaba olvidando de una cosa; de que la chica ya no lucía el aspecto enfermizo, ahora se veía más saludable. Debía tomar eso como que ya no había nada que temer. El pelinegro se montó en el caballo y seguidamente tendió la mano para que Sophia subiera también: no pudo hacerlo por ella, pues no quería que Sophia pensara que era un estorbo, así que le dio la oportunidad de subir al caballo sin ayuda. Aunque no por eso debía dejar la caballerosidad de lado.

Sophia ya debía de estar harta de que la estuviera tratando como a un bebé incapaz de valerse por sí misma, pero no podía evitar ser protector con la joven, pues era difícil no ser servicial con la persona que lo entendía mejor que nadie.

-Anda, te ayudaré.-

El general esperaba paciente a que Sophia aceptara su mano, sin importarle cuánto demorara la chica en responder a su amable gesto. Podía esperarla todo lo que quisiera, ya que el que estaba insistiendo en irse era él, así que sería grosero pedirle que se apresurara cuando el que estaba deseoso por partir no era otro más que el general.
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Mensaje por Sophia Jue Feb 03, 2011 7:06 pm

- Gracias Vergilius...

Sophia tomó con delicadeza la mano de Vergilius le ofrecía para subirse al caballo. ¿Recordaría Vergilius que Fye nunca la había dejado montar caballos sola y detestaba cuando alguien la cargaba en ellos diciendo que no era la labor de una dama? Por lo mismo, Sophia poco sabía sobre montarse, desmontarse o incluso dirigir a un animal. Las pocas veces que se había subido a uno había sido cuando de niña Octavius la había llevado con él a recorrer el valle... y cuando Manigoldo la había prácticamente tirando sobre el lomo de su caballo a la fuerza... apenas sabía que debía sujetarse con fuerza de quien conducía para no caerse... aparte de eso, sus conocimientos eran nulos. Ademas... le temía un poco a las bestias y sobre todo a caerse y morir.

Miró al animal desconfiada, y se ruborizó por el miedo que la recorría un instante... pero cerró los ojos y dejó que Vergilius la impulsara hacia arriba sobre el caballo. Pasó sus piernas por el lomo y quedo sentada justo delante de Vergilius que seguramente sería el encargado de guiar a su propio animal. El caballo se notaba era de una hermosa estirpe, tal vez hispano, pues su pelaje brillaba y se le podía ver la musculatura llena de fibra, su crin bellamente peinada y amarrada con las distinciones que le correspondían al caballo de un general y lo manso que era al momento de montaje. Eso la hizo sentir segura, que pasara lo que pasara, ese animal no la dejaría caer pues era su responsabilidad llevarla a salvo por el camino rocoso, y por otro lado, Vergilius estaba con ella. No podía temerle a nada.

- Aun recuerdo... - Susurró Sophia mientras el caballo comenzaba a andar. - Cuando éramos niños... me prometiste que un día me enseñarías a cabalgar.

Recordaba haber estado sentada en el pasto bajo un sauce, observando a Vergilius cabalgar por la pradera a gran velocidad. Parecía que se unía con el mismísimo viento y los pastizales solo le abrían paso honrándolo. Gelum, que era aun menor, lo miraba con sus grandes ojos turquesa casi hipnotizado de que hubiese alguien que pudiera montar un caballo de esa forma. De esa manera se pasaban los veranos en el Valle Dulce, jugando a ser adultos y alzando un palo al aire gritando en nombre de Roma que derrotaría a todos sus enemigos.

Era en los tiempos en que todos eran niños, a excepción de Solomon y Fye que eran adolescentes. En aquellos días la entrada de Vergilius a la Villa no estaba prohibida y podían verse con más frecuencia cuando su madre lo mandaba al campo a alejarse de Roma y hacerle compañía a sus primos... cuando Fye recién asumía sus funciones como padre de familia en la Villa... antes de que las cosas se volvieran tan confusas y tristes para toda aquella familia.

Luego bajó del caballo, miró a Sophia dándole la mano para que se levantara del pasto y al ver los ojos melancólicos de su prima cuando veía el caballo le prometió que algún día le enseñaría a montar un caballo tan bien como él.

- Sabes Vergilius, siempre envidié eso de ti. – Su voz sonaba dulce aun mientras se apoyaba como mejor podía contra él. Por lo general, la voz de Sophia era fina y energética, siempre feliz… pero tal vez cabalgar en el atardecer y las memorias la habían cansado. - La libertad con que ibas y venías dónde se te diera la gana desde pequeño... como si supieras desde entonces que tenías el mundo en tus manos. A veces deseaba con tantas fuerzas haber nacido hombre y haber podido acompañarte en tus conquistas y ver las cosas que tu veías... cabalgar contigo bajo la lluvia, comer lo que tu espada cazaba, poder hablar en el senado y escribir edictos para ayudar a quien lo necesitase. – La joven hizo una pausa mientras volteaba levemente el rostro sobre su hombro. – Haber estado contigo siempre…

Suspiró mientras sonreía y se reclino completamente sobre el hombro derecho de Vergilius. Se sentía muy cómoda así, envuelta entre las cobijas para protegerla del frío y además cerca de la persona que amaba. Su mente aun ni si quiera divagaba en la idea de que en unos días tendría que darle explicaciones a Fye sobre el porque se había quedado en esa soledad junto a Vergilius. Empezaba a dudar si su hermano realmente la extrañaría o no.
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Mensaje por Vergilius Dom Feb 06, 2011 1:04 pm

Vergilius tenía en mente que quizá Sophia no sabia cómo montar un caballo después de todo y lo que había imaginado al llegar a las montañas estaba algo errado. Pues ya pensaba que su prima había aprendido a viajar en caballos durante el tiempo que estuvo ausente. Además de que a caballo era la única forma de llegar hasta ahí. Sólo un demente se atrevería a atravesar los caminos de las montañas a pie, en especial con las condiciones del clima que soplaba en esos lugares. Lo confirmó al ver que Sophia parecía no saber qué hacer ante un animal como ese. El ligero rubor que tinturaba sus mejillas era como una enorme flecha roja que le decía que algo no estaba marchando bien.

El pelinegro sonrió y jaló a Sophia hacia arriba, dándole un pequeño empujón a su prima querida para que no tuviera problema en ascender y sentarse correctamente en el caballo. La joven quedó sentada enfrente de Vergilius, recargándose en el pecho del general. No podían temerle al animal, era más viable que Vergilius se equivocará durante la cabalgata a que el caballo tirara a Sophia, después de todo un corcel de su clase no podía darse el lujo de cometer ese tipo de errores.

No dejaba de angustiarlo la idea de estar haciendo o no lo más sensato al exponer así a Sophia, que era como entregarla a las fauces de algún animal salvaje, y una flor delicada como ella no le daba mucha confianza para comenzar a viajar. Ya que no podía creer que su prima hubiera tenido una recuperación tan milagrosa. Pero seguía repitiéndose que no ganaban nada quedándose en esa cabaña esperando algo peor.

Antes de indicarle al corcel que emprendiera el viaje, el joven se aseguró de que su prima estuviera bien asegurada. -Sujétate con fuerza, no queremos que ocurra un accidente.- musitó con tono severo mientras tomaba la riendas del caballo. Apretó las riendas e inmediatamente el animal inició con el trote. Por el sonido estrepitoso que producía el andar del caballo al golpear sobre aquel sendero rocoso Vergilius casi es privado de las palabras de su prima. Ella le comentaba que él había prometido que le enseñaría a cabalgar algún día. Aún recordaba aquella promesa, pero no lo mencionó más pues creía que Sophia había aprendido a montar a caballo por sí misma. Era una chica inteligente, algo como eso no debía ser un gran reto.

Al menos así lo consideraba Vergilius que prácticamente toda su vida había podido galopar con naturalidad, como si hubiera nacido haciéndolo. -Sí lo recuerdo, pero pensé que aprender algo como eso seria aburrido para ti.- declaró mientras mantenía los ojos fijos en el camino. Era como si estuviera ignorando a Sophia pero en realidad le estaba brindando toda la atención del mundo.

El tono aterciopelado de Sophia, hablándole del pasado, era algo que Vergilius no podía dejar de lado, ni por estar atento al camino. El general parecía estar enfocado en ambas tareas sin problema. -No digas ese tipo de tonterías por favor. Lo único que yo más deseaba mientras estaba lejos era poder estar contigo, lo hubiera dado todo por verte aunque sea por unos segundos cuando me encontraba fuera de casa. Quiero estar a tu lado, pero no de esa forma, pues seria simple compañerismo y lo nuestro es más profundo que eso. Y si hubieras nacido hombre, creo que seria otro obstáculo para nuestra relación...- pronunció lo ultimo como en broma mientras continuaba domando al magnifico corcel. La habilidad de Vergilius con el caballo era sorprendente, quizá hasta un gran maestro como él podría instruir a Sophia.
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Mensaje por Sophia Dom Feb 06, 2011 5:55 pm

Sophia bajó el rostro un tanto apenas se dio cuenta que tal vez había dicho algo que a Vergilius le pudiere haber molestado. Sabía los valores morales de su primo, siempre privilegiando los asuntos romanos sobre todas las demás cosas, incluso su propia vida. Iba a luchar cada vez que Roma lo pedía y volvía lleno de gloria en medio de sus desfiles de triunfo. Mientras las personas gritaban y alababan su nombre lanzándole pétalos de flores en su entrada por las calles de Roma, Sophia se encontraba en su cuarto en la Villa leyendo algún filosofo griego, o sentada junto a Fye en silencio mientras él atendía sus ocupaciones, y en ocasiones, raras ocasiones, cuando su hermano mayor viajaba a Roma, ella y Gelum se mezclaban entre los campesinos del Valle y observaban las labores diarias, ayudaban a cultivar y cosechar o simplemente se bañaban en los esteros. Pero nunca, en todos esos años, Sophia pudo hacer más que observar a los caballos, creciendo con un cierto grado de melancolía cuando los veía.

Los caballos blancos de Fye representaban lo que ella nunca podría hacer… galopar por cuenta propia. Por lo mismo, nunca le habían permitido tocar uno. No era la labor de una mujer Romana saber cabalgar, ni jugar con espadas, ni menos arcos. Una mujer Romana de su sociedad crecía para un propósito solamente, estar atrás de un gran hombre.

Una mujer nunca era realmente independiente, menos ella. Incluso para ganar un poco de libertad si quiera debían llegar a ese tipo de poder maquinándolo con toda case de confabulaciones, engaños y negocios oscuros… hasta inmorales. Sophia no deseaba ser como Samantha o Lydia, mujeres de las cuales se sabía su moralidad era más que cuestionable y traían vergüenza a sus familias por su falta de acato. La joven no creía que ella debía comprometer su integridad moral para ganar un poco más de determinación. Su fuerza estaba en poder pasar por todas esas solemnidades y tradiciones con una sonrisa y con el rostro siempre en alto. Después de todo, no era una cualquiera, era un miembro de la familia del emperador y como tal debía honrar a su tío, a sus primos, y en especial a su hermano mayor.

Claro que aprender a cabalgar habría sido un sueño hecho realidad, pero se veía casi imposible haberlo hecho. No era algo propio de las mujeres, por lo mismo su tono resignado y su mirada entristecida que adornaba su eterna sonrisa.

- Claro, debe ser bastante aburrido cabalgar y viajar… y todas esas cosas para una mujer como yo. De seguro me caería y rompería una pierna o algo por el estilo. No tengo tu equilibrio. – Su tono siempre sonaba amable, demasiado dulce, bromeando para que no se notara su resignación y tristeza… pero dejaba un cierto sentimiento de desolación oculta por un corazón completamente inmaculado. – Pero… - Murmuró luego de que una risa suave saliera de sus labios color cereza. - Sería lindo aprender esas cosas contigo.

Apretó una de las manos de Vergilius entre la suya. Pasó sus dedos por las aberturas entre los dedos de su primo cerrando su mano. Sophia de verdad lo amaba y generalmente se sentía demasiado tonta o demasiado infantil para que él la pudiera mirar como una mujer de verdad… pero su simple compañía la hacía feliz. Para alguien que no sabía nada del contacto físico entre un hombre y una mujer, poder tocarlo, tomarle la mano e incluso apoyarse en él, era lo más íntimo que podría haber logrado. Su relación no se basaba en algo sexual ni apasionado, de aquellas relaciones que hacen hervir la sangre, sino en el más puro de los amores… el primer amor. Aquel tiempo en el cual una simple mirada logra encender las mejillas y acelerar el corazón, cuando tomar las manos es causa para que el cuerpo tirite de nerviosismo al no saber en que terreno se esta entrando. El lazo que unía a Vergilius y Sophia era aquel, el primer amor… En ese instante, en medio de la nada, solos… a Sophia la tenía sin cuidado seguir una a una las virtudes e intentar ser la mujer que representara la esencia de una esposa Romana… sólo quería estar con su primo, el que la conocía tal cual era… un tanto torpe, distraída, demasiado confiada y alegre, optimista por naturaleza con un toque de infantilismo que hacía que sus ojos siempre tuvieran la inocencia de una niña. Sabía que por mucho que lo intentaba siempre había algo en ella que la hacía ser inferior a lo que hubiese querido su hermano que fuera, y eso a veces la entristecía, pero cuando estaba con Vergilius era lo contrario, pues sabía que eran esos rasgos en la personalidad su personalidad lo cual el joven amaba en ella.

- Perdón si dije algo que te ofendió Vergilius. – Dijo finalmente, cuando su primo dejó de hablar, algo avergonzada de las tonterías que habría podido decir, cuidando pensar dos veces cualquier otra cosa que saliera de su boca.

Permaneció silenciosa al menos por un buen rato, un tanto distante en sus pensamientos e incluso su cuerpo se sentía desganado. Ambos venían de una de las familias fundadoras de la Republica, de aquellos que habían expulsado a los etruscos de Roma… y ahora se habían asentado al poder de un imperio. Pero aun así, Sophia se sentía como si fuera nada cuando estaba con Vergilius, se sentía tan inferior a él y siempre la llenaban dudas sobre si ella merecería el amor de su primo o no, si realmente era una mujer buena y honrada que pudiera servir para hacer que él se sintiera orgulloso de tenerla a su lado.

Sólo cuando sintió que no molestaría a Vergilius intentó volver a hablar, ordenando los pensamientos en su cabeza para poder decirlos con coherencia. Respiró profundamente y dejó salir lo que había estado guardando en su pecho con tanta delicadeza.

– A veces me pongo un tanto nerviosa y no se como poder explicarte todo lo que pasó mientras no estabas… - Su voz se aceleraba un tanto cuando hablaba con nervios, y se ponía solo un toque más aguda mientras sus mejillas se encendían y sus manos le tiritaban. - … y todas las cosas que sentí mientras no estabas… y… y… todas las cosas que desee compartir contigo… mientras no estabas. – Hizo una pausa apretando la mano de su primo con fuerza, seguramente para él apenas sería un toque pues Sophia no tenía nada de fuerza en ese sentido, pero para ella era sujetarlo con la misma voluntad que un moribundo se aferra a la vida. – Crecimos desde niños a adultos a la distancia, apenas nos veíamos después que entraste a comandar las legiones. Es tan difícil tenerte de verdad conmigo y no pensar que estoy soñando o en que apenas lleguemos a Roma eso se va a acabar…y en el peligro constante de una guerra en la cual tendrás que dejarme de nuevo…ya que es el deber de nuestra familia por los últimos 500 años estar al servicio de Roma… pero no lo digo con tristeza ni resentimiento hacia las legiones, o las guerras y menos Roma… sino que… que… Ay Vergilius… yo…– Apoyó la cabeza sobre el hombro de Vergilius besándoselo con un beso simple y corto, tal vez habría besado sus labios pero ya que estaban cabalgando esa posición se le hacía algo difícil. - Simplemente me siento feliz contigo. Podría esperar tres años más, o cinco o diez…realmente no me importa cuanto sea el tiempo… lo esperaría sin problemas si eso significara estar así contigo, aunque sea… aunque sea sólo por un momento. – Su corazón se llenó de un calido sentimiento de ternura, tan cálido que tal vez Vergilius pudiera sentir la calidez de su cosmoenergía llena de amor por él, aunque no entendiera que era la sensación a su alrededor que hacía que las cosas se vieran de un color mas intenso y que el sol a pesar de estar a punto de ponerse en el horizonte, brillara con semejante intensidad. - De verdad te amo Vergilius, he estado enamorada de ti desde antes de que pudiera darme cuenta. Incluso cuando éramos niños, no podía apartar mis ojos de ti… siento que nací en este mundo sólo para cuidar de que nada malo te ocurra y ser feliz contigo. ¿Entiendes esa sensación? A veces me siento muy tonta por pensar así, pero es lo que siento.
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Mensaje por Vergilius Mar Feb 08, 2011 12:05 am

Quizá había sido un poco rudo con sus palabras, pero lo que dijo Sophia le molestaba en verdad. Pues no le hubiera gustado que si prima pudiera tener la resistencia para vivir al ritmo de un soldado. Todo lo que se tenia que ver y experimentar, algo que no era demasiado placentero ni grato, pero si necesario y que para lo que Sophia no podía estar preparada para vivir, por eso él prefería no hablar de ello. Habían avanzado un buen tramo y Vergilius no dijo nada, no parecía tener interés en participar en la conversación, pero escuchaba a su prima, y trataba de responder, aunque era dificil pues temia aprecer tonto repitiendo lo mismo que ya le había declarado. La noche se hacía más oscura mientras el camino se acortaba, pero aún faltaba bastante para llegar a Roma. Estando en la mejor de las formas el General no hubiera tenido conflicto en cabalgar hasta la ciudad, pero el cuerpo le pesaba, como si tuviera un peso extra encima. La sensación de cansancio que lo embargo cuando Sophia actuó de esa forma tan particular en el exterior de aquella pacifica cabaña en medio de la nada.

-Te parecera extraño, pero yo tambien siento lo mismo. Poder estar contigo me hace sentir maravilloso, y no me gustaria perderte nunca, Sophia.-

Había dicho muy poco, pero Sophia ya habia expresado todo, como si hubiera leído su mente. ¿Sería que Sophia tenia una union tan fuerte con él que hasta sabía lo que iba a decir antes de pensarlo siquiera?. Con gusto habría tratado de no hacer que Sophia se tomara a mal su falta de palabras, pero sentía una extraña presión en su cabeza y en otros lugares de su cuerpo, aflicciones que lo hacían mantener la boca cerrada y los ojos en el camino. Era desconocido el motivo, pero tenía un mal presentimiento, como si algo malo estuviera a la vuelta de la esquina, esperándolo. Los parpados cansados, las manos perdiendo fuerza, los pasos del caballo azotando el camino empedrado. Si no fuera por la presencia de Sophia, quizá se habría caído y permitido que el caballo siguiera marchando sin él abordo, pero no podía hacer una cosa como esa, debía tratar de no darle importancia a esos malestares nimios. Aunque era cierto que con cada distancia superada éstos cobraban más fuerza.

Podía ser que todo se lo estuviera imaginando, que fuera algo creado por su mente, el nerviosismo. No había sido fácil afrontar lo que había pasado, además de que no había sido un día como todo, algo agitado. Sentirse aliviado por que el secuestro de Sophia no había sido tal cosa y que a ella nada le había ocurrido, después volver a verse, y luego el interesante pero escalofriante suceso que su prima había protagonizado al transmitirle aquella sacudida. Su boca estaba seca y en su garganta había un ardor terrible. De pronto el camino se hizo doble y la luz de la luna estaba coloreando los alrededor, como si aquella tenue iluminación blanca ahora hubiera sido manchada con sangre. Insistía en que todas esas cosas no eran más que efectos contraproducentes por tantas emociones vividas en un lapso tan corto de tiempo.

Entonces ocurrió: sintió que su cuerpo se ladeaba y no le respondía, como si alguien más estuviera tomando control de sus brazos y estuviera guiando al animal. Sabia que eso era ridículo, que era él el que estaba conduciendo, pero el caballo estaba tomando otro rumbo, pero éste no lo desobedecía, parece que en verdad se trataba de Vergilius quien estaba encaminando a la criatura hacia otro lugar. Inesperadamente recuperó el dominio y entonces frenó el andar imponente del corcel. El animal dejó oír un relincho mientras el General revisaba que su pasajero estuviera bien.

-Disculpa Sophia, tal parece que yo tambien estoy algo enfermo. Creo que te falle.-

Dijo mientras bajaba del caballo y caía al suelo, azotando fuertemente contra éste. Todo el ambiente parecía estarse moviendo, girando a su alrededor, mutando, pasando a convertirse en un paisaje de pesadilla. Una punzada de dolor lo hizo estremecerse y volver a la realidad. ¿Estaba alucinando?, ¿soñando despierto? Fuera lo que fuera tenia que detenerse, por mucho que le disgustara la idea. Al menos hasta que averiguara qué era lo que le pasaba. Se puso de rodillas y respiró profundamente, tratando de expulsar lo malo que se había metido dentro de él. Pero tal vez una inhalación de aire puro no seria suficiente para limpiarlo. Algo estaba despertando dentro de él, como un parasito que amenazaba con destruirlo en lo profundo de su ser.

-Como soy tan incompetente en este momento, ¿tienes problema en que acampemos en este sitio?. Mañana, cuando haya luz de sol y yo esté descansado podremos llegar a Roma.-

El hombre observaba el terreno, quería estar seguro de haber caído en un buen lugar para montar un campamento. Había rocas y algo de vegetación, no muy abundante. Algunos árboles y hierba crecida más de lo normal. -No tengo idea de qué es lo que me está pasando hoy...- dijo.
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Mensaje por Sophia Mar Feb 08, 2011 8:13 pm

A pesar de que Sophia había hablado más de la cuenta y Vergilius apenas respondido a sus palabras, la joven se sentía feliz. Poder pasar tiempo con él, aunque fuese en silencio y casi con la seguridad de que su presencia y las cosas que decía irritaban al joven… Estaba extasiada con todo lo que estaba ocurriendo y lo reflejaba por la enorme sonrisa en su rostro. Era maravilloso poder tocarlo, apoyarse contra él y contemplar como el sol se perdiera en el horizonte entre sus brazos. No hubiese cambiado aquello por nada. Era la sensación más reconfortante que había para ella.

Pasaban entre las colinas, por los pastizales, entre los altos árboles. Parecía todo salido de un mundo ajeno a ella, pues era la primera vez que se había detenido a mirar de verdad el mundo que la rodeaba. No era de viajar, casi siempre permanecía en el Valle Dulce, acostumbrada a sus plantaciones y a la organización, todo estaba en su lugar. En ciertas hectáreas sólo se veía olivos uno atrás de otro en hileras… en otras partes cerca del estero estaban las viñas, donde los parrales crecían uno atrás de otro con sumo orden. Más allá de la casa, cerca de los campos de girasoles, estaban las colmenas de abejas, también ordenadas. Todo en el valle tenía su orden y la naturaleza crecía a la voluntad del hombre. En cambio, en ese páramo en medio de la nada, la flora se yuxtaposicionaba sin orden alguno y a pesar de eso, se veía hermosa. Era un paisaje casi paradisíaco de lo que podía hacer la vida sin que el hombre interviniera en ello.

El sonido fuerte de los grillos uno tras otro rompía el silencio entre ambos, los pequeños insectos parecían ser su compañía. No necesitaban hablar, al menos a los ojos de Sophia las palabras en una situación así habrían sobrado y lo último que quería era irritar a Vergilius con sus tonterías otra vez. Por lo general la joven nunca se callaba y era muy probable que mareara a la mayoría de las personas que tenía a su alrededor con historias y anécdotas que muchas veces carecían de punto, pues nunca terminaba una idea. Apenas podía terminar una idea pues otra se entrometía en sus relatos… pero en esa ocasión prefería mantener silencio y aprovechar de ver lo hermoso que era el mundo que nunca había conocido. Su corazón latía con fuerza por la alegría de estar ahí con la persona que amaba… no podía pedir nada más.

Siempre cuando perdía levemente los ánimos, pensaba en Vergilius. Era su motivado para seguir sonriendo… por lo mismo, ahora que efectivamente el joven estaba con ella y no tenía que imaginar su cercanía, su corazón rebosaba de felicidad. No había una doncella más radiante que Sophia en ese instante en el mundo. Estaba con la persona que amaba y no había alegría más grande para ella que poder sentirlo cerca, observarlo y escucharlo respirar. Poder rozar su mano con los dedos mientras se sorprendía con el paisaje, acariciar su piel suavemente con las yemas la hacía querer reír en voz alta por lo contenta que estaba.

El cielo se tornaba rojizo, el sol comenzaba a desaparecer. Hacía muchísimo tiempo que no veía un atardecer más hermoso que aquel mientras cabalgaban. Comenzaba a bajar de a poco la temperatura y ya las primeras estrellas empezaban a mostrarse tímidamente sobre las montañas con un titilar cautivador. No quedaba mucho más tiempo de luz y hasta las libélulas comenzaban a salir de sus escondites para alumbrarles el camino con sus tonos verdosos. La joven sonrió al verlas, era como si el bosque confabulara para hacer ese momento aun más perfecto de lo que era.

Tal vez si Sophia no hubiese estado tan feliz y en paz consigo misma en ese instante, se habría percatado que atrás de ella Vergilius no se veía nada bien. Sus parpados iban cayendo como si tuviera un cansancio irremediable, sus manos perdían aquella fuerza desagarradora que causaba que sus enemigos temblaran de miedo cuando empuñaba una espada, su visión le comenzaba a fallar y hasta su respiración parecía forzada. Pero el joven aguantaba su malestar pues su prima estaba ahí con él… la noche caía al igual que la fuerza de Vergilius y la joven no parecía notarlo. Si Sophia se hubiese dado cuenta de aquello lo hubiese obligado a bajarse de aquel caballo y descansar un poco, dormir en el pasto apoyando su cabeza en las piernas de su prima mientras ella vigilaba su sueño. Pero Sophia iba delante de él maravillada con el paisaje y el momento que estaban viviendo. No se dio cuenta de que algo estaba mal hasta que miró la luna. Parecía una hermosa joya en aquella negrura y hasta las estrellas brillaban con más fuerza. Nunca había visto una luna tan grande como aquella… incluso suspiró dándose cuenta que ese podría haber sido hasta entonces, el día más feliz de su vida. Fue entonces cuando una sombra cruzó la luna en el firmamento, como si por un instante ésta desapareciera. Abrió ampliamente sus ojos sorprendida de lo que había ocurrido. La luna, esa hermosa perla en el firmamento había sido devorada por la sombra de un momento a otro y su corazón sintió una pesadez dolorosa al verlo. La luz blanquecina que los había alumbrado hasta entonces desapareció y sólo se veía a las libélulas jugueteando alrededor de ellos. Todo el resto era oscuridad.

- ¿Viste eso Vergilius? – Preguntó incrédula de que la luna se hubiese apagado de un momento a otro por capricho propio, o voluntad de un ente superior que ella aun no podía ver y mucho menos reconocer. – Nunca antes había visto algo tan raro como…¿Vergilius?

Fue entonces que el cuerpo firme y seguro de su primo tambaleó y ella pudo reparar que perdía el equilibrio. Volteó su rostro para observar el por qué no respondía, pero era demasiado tarde. Estaba más pálido que de costumbre, su mirada perdida, ojeras profundas marcaban sus ojos rasgados. No entendía que le había ocurrido de un momento a otro, pero definitivamente Vergilius no se veía nada bien. Intentó sujetarlo con sus manos cuando éste perdió la estabilidad y comenzó a caer con fuerza, pero su reacción torpe no fue a tiempo. Era como si se le resbalara de las manos y por mucho que se estiró para poder sujetarlo, Vergilius se le volvía inalcanzable cayendo como peso muerto hacía un costado desde la montura del caballo. Sophia ahogó un suspiro de la impresión paralizada un instante por lo que acababa de ocurrir. Fue sólo un segundo pero pareció como si hubiese sido toda una vida… sintió que su corazón se saltaba un latido al ver al hombre que amaba caído en la hierba.

No dijo nada, todo lo que podría haber dicho había quedado ahogado en aquel suspiro de espanto. Sus manos se sintieron paralizadas y se le revolvió de inmediato el estómago. Quedó helada, sin saber que hacer, su mente quedó en blanco.
Pero aquel segundo de sorpresa pasó y su alma le volvió al cuerpo. Casi desesperada bajó torpemente del caballo llegando a caerse, bueno, la verdad se dejó caer pues era muy baja como para haber podido descender con gracia de aquel animal, además que no sabía como montarlos si quiera, Vergilius la había ayudado a subirse. No había tiempo para conservar la gracia de una dama cuando su primo estaba tendido en el pasto después de semejante caída.

- ¿Estás bien? ¿Me escuchas? – Le preguntó mientras gateaba hacia donde él estaba, arrodillándose a su lado y posando sus manos sobre el rostro del hombre, intentando percibir si había algo de calor en su cuerpo aun o ver alguna reacción por mero instinto que le indicara que estaba al menos vivo. Era claro que Sophia no estaba facultada para haberle prestado ningún tipo de ayuda médica, pero al menos tocándolo podía determinar si lo que estaba sufriendo su primo era una fiebre, un desmayo o estaba muriendo. - ¡Vergilius háblame! – Le ordenó mientras lo movía un poco sacudiéndolo. Sophia no solía levantar la voz, nunca hubiese armado una escena como esa si su angustia no hubiese sido tan grande. Pero pronto el joven pareció recobrar su conciencia al menos y se puso de rodillas junto a ella. – Vergilius tenemos que llevarte a Roma, no podemos acampar aquí… te tiene que ver un médico.

Si tan sólo pudiese montar este caballo o tener mas fuerza para subirlo a él… - pensó Sophia apretando su puño de impotencia, pues sabía que en la condición en que su primo se encontraba era imposible que volviera a subirse al caballo por si mismo. No sabía como tocarlo, no quería sostenerlo entre sus brazos y que Vergilius se sintiera ofendido de que ella lo considerara débil. El ego de un hombre de guerra era muy sensible y lo que ella menos hubiese querido era herirlo, hacerlo sentir menos hombre por estar de rodillas admitiendo que no podía más.

De no muy buena gana aceptó la proposición de Vergilius de quedarse ahí esa noche, apenas asintió. Sus ojos vidriosos mostraban lo preocupada que estaba de la salud de la persona más importante para ella… si algo le hubiese ocurrido no se lo podría haber perdonado jamás. Él estaba ahí por ella arriesgando su salud. Había llegado a Roma hacía apenas unos días y ya estaba montando su caballo por largas horas… todo eso mezclado con lo preocupado que debió haber estado de buscar a Sophia, quizás en cuantos días no habría dormido ni comido por la pesquisa.

- No te preocupes podemos dormir aquí, comer alguna cosa… tu… tu descansa. Yo cuidaré de ti ahora. – Le sonrió tiernamente, retirándose la manta que llevaba sobre los hombros para cubrirlo con ella. La atención meticulosa que ponía en él sólo podía indicar lo mucho que le importaba la persona frente a ella… y fue entonces que ocurrió.

Apenas Sophia puso una de sus manos sobre el hombro de Vergilius al taparlo con la manta, sintió algo horrible en su pecho… fue como si no pudiese respirar y un escalofrío recorriese su piel. Retiró su mano de inmediato mirándolo asustada, como si se hubiese quemado al tocarlo. Era la segunda vez en poco tiempo que le pasaba aquello cuando estaba cerca del hombre, una sensación casi de pánico que se anidaba en su pecho sin razón aparente. Se posó derecha y se movió hacia atrás con rapidez, mirándolo asustada.
¿Qué ocurría con Vergilius que su cuerpo le advertía alejarse de él? ¿Por qué de pronto una sombra lo cubría y hacía que todo a su alrededor pareciera moverse excepto él y ella?

Habían pasado cosas muy raras esos días, desde la forma en que podía sentir el corazón de Gelum, la nevada en el valle dulce, la mujer idéntica a ella, Manigoldo diciéndole que podía espantar a la muerte… y ahora… su instinto le decía alejarse lo más posible del hombre frente a ella. Sus manos comenzaron a temblar y no sabía que decir para explicar la forma en que estaba mirando a Vergilius… la forma en que sentía dolor físico en el pecho por tenerlo cerca, aquella sensación de desesperanza que cubría su corazón.

Pero no podía abandonarlo. No importaba que fuera lo que estuviese afectando a Vergilius, no importaba si los dioses estuviesen castigándolo… ella se quedaría a su lado. Movió levemente su mano hacia delante y tocó con la punta de sus yemas el rostro de su primo buscando sus ojos, independiente de que aquella oscuridad que lo rodeaba le causara terror. Su voluntad era mucho más fuerte que sus miedos, el amor por Vergilius no se comparaba al dolor físico que le estaba produciendo el contacto con su piel. Sonrió mirándolo con algo de esfuerzo… pero sonrió. Se quedaría con él sin importar lo que pasara.

Y en ese instante la oscuridad que cubría la luna desapareció, y en el claro de aquel bosque, a contraluz, se pudo ver una alas translucidas atrás de la espalda de Sophia y una suave luz dorada la cubrió. Su sonrisa pura y amable mostraba que no tenía miedo de lo que les esperaba… pues la luz siempre podía disipar la oscuridad. Aquella visión de ella cubierta por alas pasó rápidamente, casi tan pronto como aquella energía dorada se empezó a expandir siendo incluso más brillante que la luz de la luna. Era evidente para entonces que Sophia no era un ser terrenal, pero esa fue la primera vez que algo visible en ella aparecía de manifiesto para indicar que esa joven era especial por sobre las demás personas.

- Quédate conmigo Vergilius… no me dejes sola. – Le susurró mientras volvía a acercar su torso hacia él, bajando con lentitud su mano por la mejilla de éste, rozando su cuello para pasar ambos brazos sobre sus hombros y abrazarlo suavemente. Apoyó su frente en la de su primo, cerrando los ojos… nunca antes de eso había sentido más amor por él. – No dejare que nada malo te suceda. – A pesar de que Sophia era suave, tierna y demasiado ingenua, su voz en ese instante tenía una imponencia sentencial. No existía espacio para dudar de lo que la mujer decía. Era una determinación que mostró apenas abrió los ojos… el valor que le habría faltado para enfrentar a Fye o para hacer lo que se le diera la gana todos esos años… lo mostraba ahora al decir que nada podría lastimar a Vergilius.

Su abrazo era tibio y dulce, llegando a ser tan agradable como la brisa en una tarde de verano. Un intenso olor a flores y hierbas apareció, como poleo con menta… y aquella luz dorada los cubrió a ambos. Sophia terminó de tapar a Vergilius con aquella manta y la pasó también sobre su cuerpo. No tenía intensión de soltarlo… no sabía cuanto tiempo ya lo había mantenido entre sus brazos. Pareció olvidarse del transcurso de éste y lo único en que se pudo concentrar era cuidar la salud de su primo con la delicadeza que la caracterizaba.

El resplandor que surgía entre ambos era hermoso, como una flama dorada que rompía la oscuridad de la noche. No había espacio para tristeza, sufrimiento ni dolor… cualquier sensación extraña que hubiese sentido Sophia hasta entonces desapareció cuando aquella calidez empezó a recorrer su cuerpo. Retiró su cabeza un poco hacia atrás y miró a Vergilius a los ojos sonrosándose un poco, pero con una sonrisa.

- No se que esta pasando… pero no me asusta. Los dioses no dejaran que nada nos lastime esta noche. – Acarició su rostro, y acercó levemente sus labios a los de Vergilius besándolo con dulzura. Un suave roce, un beso del fondo del corazón de una persona hacia otra. Una promesa implícita de que el corazón de Sophia no dejaría que nada pudiese dañarlo. Era su amor, aquel sentimiento tan destacable en la persona de la joven, que no dejaría que aquella oscuridad cubriera a Vergilius…
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Mensaje por Vergilius Vie Feb 11, 2011 1:14 am



Yacía en el suelo, patético, sin poder elevarse por su propia cuenta, lo que además de humillante, por ver de qué estaba hecho, era que Sophia lo miraba desde ahí arriba, seguro pensando que su carne se había ablandado y que ya no era el mismo que podría darle seguridad en sus brazos. O pero por si no tuviera suficiente, juró ver a Octavius mirándolo desde el caballo junto a Sophia, haciendolo sentir más incompetente y vencido. El hombre hacía la lucha por volver a estar de pie, pero su cuerpo se sentía como plomo, o si estuviera arrastrando detrás suyo metros de cadena. A su cabeza venían imágenes que no recordaba haber vivido, cosas y experiencias que podrían ser ficticias, creadas por el delirio en el que estaba metiéndose. Primero el paisaje brillando con las ligeras auras rojizas, y esta vez sombras que oscurecían su mente. Él estaba seguro de que sólo eran cosas pasajeras, que se irían cuando estuvieran en la ciudad. Temía haber perdido la condición, pues era sumamente extraño haber caído tan pronto cuando él ya debía de tener su cuerpo acostumbrado a soportar viaje tras viaje sin mostrar una señal de cansancio.

Intentaba regresar al caballo, pero su cuerpo otra vez estaba pesado. Sus movimientos se veían interrumpidos, torpes y débiles, algo opuesto a lo que solía mostrar en el campo de batalla a la hora de empuñar su espada y enfrentarse a cualquiera. Ahora era difícil creer que ese joven pelinegro pudiera ser una importante figura, cuando sólo se podía apreciar a un chico debilucho que ahora tenia que ser socorrido por su prima. Desde su posición poco agradable pudo ver a la doncella bajar difícilmente del caballo, casi tropezando del mismo modo en el que él lo había hecho al caerse de forma accidental.


Un ángel pareció ir en su rescate, Sophia que brillaba con una luz celestial que la rodeaba y apartaba las sombras que se lo devoraban vivo. No pudo ver la desaparición repentina de la luna, sin saber que la causa de aquel misterioso evento estaba relacionado con su agotamiento anormal.

La luz que el cuerpo de Sophia producía, que aunque había sido sólo perceptible por unos momentos y no dio el tiempo de ver claramente, era como el aura que sólo podía tener algún protector enviado por los Dioses. Los cabellos rojizos de la chica moverse por todas partes era lo único que podía distinguir con total nitidez, pues estaba algo mareado y lo que había visto detrás de la joven podría ser simplemente un juego de su mente. No podía pensar adecuadamente, ni siquiera descubrir cuál era la realidad y qué era una simple imagen creada por su mente confundida por los síntomas que estaba presentando él.

Se sentía tan inútil, pues había ido hasta ahí sólo para proteger a Sophia, cuidar de ella, y hacer que volviera sana y salva a Roma, y ahora era la joven la que estaba cuidando de él, como si fuera un niño dependiente. Bajo su cuerpo podía sentir el pasto rozar su piel, como si perforara sus ropas y lo estuvieran picando. El viento estaba mucho más frío que antes, la temperatura ambiental había caído un poco y ahora se estaba helando. Titiritaba, pero el ambiente se veía completamente normal en Sophia que apenas y se molestaba por el viento gélido que Vergilius podía sentir sobre su cuerpo.

Tanta fue la seguridad de la chica en aquel lugar que le cedió la sabana con la que se abrigaba a su primo, para que éste cubriera su cuerpo y dejara de temblar. El chico iba a devolverla, pero cuando los labios rosados de Sophia hicieron contacto con los suyos sintió su calor, entendiendo que el que estaba siendo afectado por el frío era él y no la pelirroja.

Vergilius hizo un ultimo movimiento para intentar ponerse erecto, y después de ladearse varias veces pudo mantener el equilibrio para restablecerse, y cuando al fin pudo colocarse sobre sus dos piernas dio algunos pasos, alejandose de la joven y parandose muy cerca del animal; en caso de perder la poca estabilidad que tenía contaba con el poderoso corcel para tener un apoyo extra. Ya no se sentía pesado, pero si agotado por haberse esforzado tanto. No pretendía volver a caer, no frente a Sophia al menos. Retomó lo que había dicho Sophia y le dijo: -Sí-sí, yo siempre estaré contigo, mientras estés conmigo nada malo me puede pasar.¿No te has lastimado al caer?- el chico colocó la sabana alrededor de la delicada figura de Sophia y luego se apoyó en el caballo para no perder estabilidad.

El joven respiró, lo cual fue doloroso para sus pulmones. Se sentía muy sensible, como si su cuerpo estuviera perdiendo fuerza. Por eso el aire aunque no estaba del todo frío le afectaba a tal magnitud. Después de pasar unos pocos minutos con el cuerpo arriba volvió a vacilar, pero por estar enganchado al caballo con su brazo quedó suspendido sin tocar el suelo, colgando gracias a que tenía los dedos atorados en la montura.

-Sophia, podrías darme una mano? No puedo moverme. Sigo sin comprender qué es lo que pasa.-

Aunque él sabia que la razón de su actual padecimiento era por la demente idea de ir a buscar a Sophia por todos lados estando muerto del cansancio. Había sido una impudencia, que no se volvería a repetir si salía vivo de eso. Pero no podía ser sincero con Sophia, la conocía bien y sabía que podría sentirse mal por haber sido en parte responsable por su estado moribundo.

-Por favor Sophia, hagas lo que hagas no pienses que de alguna manera eres culpable de algo, yo me lo busqué al tratar de encontrarte por todos los medios posibles… Fui un idiota, lo sé bien. Pero te encontré, y esa es mi victoria del día.-

Dijo sonriendo mientras caía casi dormido sobre el animal. No quería dormir, era como si su propio cuerpo se hubiera apagado. En todo caso era normal, al final de cuentas Vergilius era un hombre ordinario y no un ser increíble que podría hacerlo todo, hasta él tenia sus limitantes y lo sabía, aunque por Sophia no los pudiera ver.



-
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Mensaje por Sophia Mar Feb 15, 2011 4:35 pm

Los labios de Vergilius se sintieron muy fríos para Sophia. Era como si hubiese besado a un muerto… y la reacción del joven no fue la que ella hubiese podido esperar. Apenas sus labios se separaron de los de él, su primo se alejaba de ella. Sophia suspiró y lo siguió con la mirada mientras Vergilius se ponía de pie y daba algunos pasos hasta el caballo. La joven permaneció sentada sobre sus piernas, esperando alguna reacción de parte de su primo que le indicara qué era lo que estaba pasando por su cabeza. Comenzó a sentirse estúpida e innecesaria, como si lo que había hecho tan sólo hubiese irritado un poco más al joven. Bajó la mirada y miró el pasto cerca de sus piernas, en silencio. Al parecer todo le salía mal, y en vez de haber logrado esa cercanía que buscaba, sólo había conseguido alejar aun más a Vergilius.

Incluso las palabras que él decía parecían ajenas y desinteresadas, parecía que lo decía para que ella lo dejara de molestar y no por que lo sintiera. Sophia entristeció un tanto y se mantuvo en silencio. Ni si quiera le respondió si se había dañado o no, tan sólo le negó con el rostro mientras que su cabellera roja caía por sus hombros cubriéndole parte del rostro. Se cubrió bien el cuerpo con la sabana que Vergilius le había devuelto, y permaneció así, quieta, únicamente el sonido de la brisa interrumpiendo sus pensamientos.

Le preocupaba que todo eso fuera su culpa. Que Vergilius se hubiese sobre exigido de esa forma por ella, por encontrarla y llevarla a su casa sin considerar lo cansado que estaba por apenas haber vuelto de su campaña en Germania.

De pronto sintió un sonido más fuerte que el aire. Era Vergilius que volvía a perder el equilibrio y caía, pero esta vez al estar sujeto de la montura del caballo, no había alcanzado a tocar el suelo. El joven le pedía ayuda, a lo cual Sophia se levantó del pasto y con delicadeza desenredo sus extremidades del caballo. Lo miró con un cariño casi maternal, pues despues de todo, lo que los unía era mas que una atracción, sino el amor de familia, de dos personas que se habían conocido y cuidado toda su vidda.

- Deberías intentar dormir un poco. – Su tono era dulce como siempre, le sonreía a pesar de que se sentía afligida por él.

Lo observó caer en sueño nuevamente contra el animal. No le dijo nada más, no quería interrumpir su descanso. Sophia no entendía cual era el apuro de Vergilius en subirse nuevamente al caballo, pero no dijo nada. Algo le decía que en el estado en que se encontraba Vergilius sería muy difícil que se subiera nuevamente a él y que tendrían que pasar la noche en ese lugar. Por lo mismo, lo ayudo a sentarse contra la corteza del tronco de un enorme árbol y lo tapó con la frazada, de nuevo, a pesar de que la hubiese rechazado era él quien se encontraba frío, no ella.

- No necesitas hablar… sólo descansa. – Aunque el joven le dijera que no era su culpa que él estuviese así, ambos sabían que eso no era cierto. Hasta Sophia comenzaba a sentirse cansada de cabalgar tantos días seguidos y no era ella quien había pasado años luchando una guerra interminable. Por alguna razón su cuerpo se sentía agotado, como si hubiese hecho un gran esfuerzo para realizar algo sin saber que. Para ella que no estaba acostumbrada ni tenía conciencia de su cosmoenergía, utilizarla le resultaba extenuante. Sabía que todo lo que estaba ocurriendo era extraño, pero era tan ingenua que no se detenía a pensar en el porqué de lo que estaba ocurriendo.

Luego de dejar a Vergilius sentado contra el árbol, dio unos pasos hacia el animal. Tomó las riendas del corcel pues tenía que amarrarlo a algo para que no se escapara, pero Sophia no sabía absolutamente nada de caballos y animales… ¿Cómo hacer para que la bestia le obedeciera?

- Caballo…jop! jop! arre!! Andando - Dijo mientras lo tiraba sin muchos resultados. – Ahm… soy tu dueña y te lo ordeno… - Ni si quiera ella creyó en sus palabras y mucho menos el animal que pareció relinchar negándose a dar un paso. Era el caballo de Vergilius y seguramente sólo lo obedecería a él, pero Sophia no podía dejar al animal ahí. Si pasaban villanos y veían a un corcel tan hermoso como ese podrían sentirse tentándoos a robarles, y con Vergilius en ese estado, no habrían podido hacer mucho al respecto. Tocó la crin del caballo y lo miró a los ojos. – Señor Caballo, ¿Tendría la amabilidad de moverse sólo unos pasos? Le daré una manzana…- Sabía que entre las cosas había comida y tal vez ese era un buen soborno. Era inocente de su parte pensar que el animal entendía sus palabras, pero había algo más - Por favor caballito… - algo en su pecho que le decía que el caballo podía entender perfectamente su súplica; un calor que se desprendía por sus dedos al tocarlo.

El animal cerró los ojos y relinchó con suavidad, siguiendo a Sophia. La joven sintió que era ella quien con amabilidad y cariño había logrado eso. No estaba errada en pesar así, pero era la primera vez que realmente estaba segura de que algo había pasado porque ella deseara que así fuera. Cosas así habían sucedido antes a su alrededor, como cuando deseaba que hubiese sol con todas sus fuerzas y paraba de llover de un momento a otro y volvía a ver los rayos de luz alumbrando su ventana. Pero esta ocasión era distinta, era la primera vez que sucedía algo así y ella se daba cuenta que era su deseo de corazón lo que lograba que sucedieran las cosas.

Amarró las riendas del caballo al tronco y lo acarició una vez más dándole una manzana para que comiera. El caballo bajó su cuello con nobleza en forma de agradecimiento. Sophia sonrió y se apoyó contra el tronco mirando la luz de la luna que pasaba entre las hojas. No quería molestar a Vergilius mientras dormía…
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Mensaje por Vergilius Dom Feb 20, 2011 1:02 am

El General dormía sin ser interrumpido, cayendo ante el sueño después de haber sido derrotado por el cansancio. Sus dedos se habían puesto pálidos al cortarse la circulación en ellos por la forma en la que habían quedado prensados de la montura. Sus cabellos negros ocultaban perfectamente sus ojos, evitando que la joven pudiera asegurar que sus orbes se encontraban abiertos o cerrados. Estaba tan silencioso, ni siquiera su respiración que era cada vez más forzada hacía el mismo ruido molesto que hace unos minutos atrás cuando estaba luchando arduamente por mantenerse respirando. La sensación de pesadez ya se había desvanecido, sumiendo a Vergilius en un sueño del que no podría escaparse fácilmente. Era como si la extraña energía que pudo ver en Sophia fuera algo más que un producto de la imaginación y hubiera realizado algo en él, liberándolo de la mala condición en la que estaba al perder el equilibrio y golpear la tierra.

Sus vestimentas estaban tapadas por una ligera capa de polvo que no se desprendía aunque no había vuelto a desplomarse sobre la tierra, además de haberse rasgado al impactar con fuerza contra el suelo del que salían afiladas rocas hundidas en el terreno y pasar algo de tiempo ahí durante la primera caída. De haber estado conciente se habría opuesto completamente a que su prima cargara su peso y lo llevara hasta un tronco para que se recostara. Él apreciaba los cuidados y las atenciones de Sophia, pero nunca abusaría así de la joven. Seguía con la idea de que él tenía que velar por ella y no lo que se estaba dando en esa situación, siendo ella la que se tomaba la labor de cuidarlo.

Su cuerpo emitía una extraña energía de la que era conciente, podía sentirla penetrar por sus poros, como si estuviera cortándole la piel desde adentro. Un poder que quizá no debía estar en manos de un simple mortal, aunque ya no se podía considerar como sólo eso. El alma de Hades se estaba fundiendo con la de su nuevo recipiente, y todo indicaba que pronto tomaría control sobre su nuevo cuerpo. Sin embargo había algo con lo que no contaba y eso era la presencia de la Diosa Athena y su cosmos, esa molesta aura que era producida por aquella jovencita que todavía no había descubierto sus capacidades y poderes de divinidad.

Vergilius seguía confuso sobre lo que pasaba con él, sólo sabía que necesitaba atención médica urgente, pues ya estaba comenzado a desvariar. Insistía que esas sensaciones sobre su piel seguían siendo parte de sus alucinaciones, negándose a aceptar que no era una enfermedad, que había una causa diferente. El joven no pudo ver la escena de Sophia tratando de domar a su corcel, puesto que seguía profundamente dormido y pasando por un tortuoso momento en sueños.

El rostro del muchacho se arrugó un poco por el gesto que estaba haciendo; gimiendo por las descargas de dolor. El cielo sobre la cabeza del joven comenzó a volverse oscuro para luego expandirse completamente. La luna y las estrellas se perdieron en la negrura, los animales que merodeaban salían corriendo espantados, incluso los pequeños como insectos escapaban de sus escondites para buscar refugio.

Un viento anormal comenzó a soplar en derredor, corrientes que golpeaban el cuerpo del hijo del Cesar, meciendo sus cabellos y bamboleando sus ropas, despejando su rostro por completo. Unas gotas de sudor bajaban por su rostro, empujadas por el poderoso aire nocturno que se intensificaba por alguna presencia maléfica que salía del cuerpo del pelinegro. Las hojas de los árboles caían y se arremolinaban por el viento misterioso que giraba alrededor del joven, alzando la tierra y creando pequeños tornados que sólo nacían en el área que existía en el lugar donde se encontraba el cuerpo inmóvil de Vergilius.


-Sophia... Sophia... Sophia!-

Decía pausadamente y al final exclamó el nombre de su prima para que fuera a ayudarlo, pues sentía que estaba solo en medio de ese caos a su alrededor. Todos los seres vivientes se alejaron, incluso el caballo que obedecía al General emitió un fuerte relincho al sentir el cosmos aterrador. El alarido del animal hizo despertar a Vergilius, pero todo parecía un desastre tras otro: un cielo teñido de negro, una noche sin estrellas, insectos huyendo, vientos sobrenaturales, presencias extrañas, sonidos aturdidores. El muchacho sólo quería tomar a su prima, montar el caballo y salir para más nunca volver a ese sitio.

Se levantó y se marchó corriendo como si el estar cerca de Sophia lo molestara, dejando abandonada la frazada acomodada por ella sobre su cuerpo. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo volvió donde Sophia: se había apartado aproximadamente unos doce metros de la chica antes de percatarse de que estaba huyendo de ella. Apenas recuperó el conocimiento de lo que hacía corrió en dirección a Sophia y el caballo atado al tronco, pero antes de poder llegar, al estar sólo a algunos metros de ella un pequeño rayo cayó justo en medio, abriendo un agujero de tamaño considerable entre ambos. La abertura había sido creada de forma muy particular, ya que de haberse acercado un poco más el rayo lo habría golpeado a él y lastimado a Sophia, pero no lo pudo lograr. Pero cómo era posible se preguntaba Vergilius, que ahora las fuerzas desconocidas estuvieran distanciándolo de su prima.

-De cierta forma siento que soy yo el que está causando este desastre.-

Dijo mientras se alejaba de su prima, no pensaba poner en riesgo la vida de la chica si era él el que estaba atrayendo las desgracias que los perseguían.
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Mensaje por Sophia Mar Feb 22, 2011 11:44 pm

Sophia había dejado a Vergilius dormir apoyado del tronco de uno de los árboles que los protegerían de la garúa nocturna. La chica se enfocó en mirar hacia el cielo estrellado y escuchar el sonido de los grillos a su alrededor. Algunas luciérnagas la rodeaban, alumbrando intermitentemente con tonos verdosos el ambiente. La joven suspiró y cerró los ojos, aspirando el aire fresco de la noche. Nunca en su vida había estado tan lejos de su hogar, de sus hermanos y del lugar en donde pensaba pasaría el resto de su vida. Estar tan lejos la hacía sentir cierta melancolía pero al mismo tiempo, una conciencia mucho mas marcada de lo que realmente significaba ser libre y no depender de la voluntad de nadie excepto la suya.

Se sentó al lado de Vergilius, observándolo dormir. Le tomó la mano y vio que el joven seguía igual de frío que antes. Los ojos de Sophia mostraban la preocupación y angustia que había en su pecho de que la persona que amaba estuviera en esa condición. Pero no perdió la calma, tan sólo rezó de que fuera lo que fuera que aquejaba a Vergilius se pasara.

De pronto, algo extraño comenzó a suceder alrededor de ambos. Las luciérnagas se alejaron volando lejos, los grillos dejaron de hacer sonar su canto, las estrellas e incluso la luna se apagaron y todo se volvió negro. Un fuerte viento se levantó… y por extraño que se viera, a Sophia le pareció que todo aquello provenía de Vergilius. Un helado frío le caló los huesos causando que toda su piel se erizara. Sintió miedo de inmediato, el mismo pavor paralizante que ya había sentido dos veces en ese día.

Algo muy muy errado estaba sucediendo en el mundo, algo que superaba con creces la situación entre ella y Vergilius. Era algo más, como si todo se estuviese confabulando para abrir el telón a una situación o presencia terrible que se avecinaba cada vez más, sin que ella pudiera hacer más que observar mientras ocurría. Al menos en ese momento sentía que no lo podría detener fuera lo que fuera que estaba a punto de suceder. Sus manos tiritaban de miedo, pero aun así, se aferró al brazo de Vergilius intentando ocultar su rostro de aquel viento. Su cabellera salía disipada para todas las direcciones, dejando su cuello a la vista. Se escuchaban truenos y se podían ver rayos cayendo a lo lejos. Era extraño, pues no se apreciaba ninguna nube en el cielo… tan sólo oscuridad impenetrable.

Y así como Sophia se aferraba a la persona en quien depositaba todos sus pensamientos… él recobraba la conciencia llamándola.

- Estoy aquí. – Le dijo casi gritando y apretando su brazo para que la sintiera, pues el viento y el sonido de los truenos hacían difícil el poder escucharlo o escucharse a si misma. Grande fue su sorpresa cuando el brazo de Vergilius se despegó de sus manos y la frazada con que lo tapaba voló por los aires a cualquier dirección impulsada por el viento.

Vergilius la abandonaba.

Apenas consiguió abrir sus ojos para observar como el joven corría en dirección opuesta a la de ella sin signos de querer volver a buscarla. Sophia ahogó un suspiro. ¿De verdad la abandonaba en medio de la nada? ¿Qué era lo que le sucedía que lo estaba haciendo actuar de una forma tan errática? Su cuerpo estaba completamente agotado, su salud inestable y además su personalidad lo hacían actuar de forma impredecible. Sophia apenas se pudo poner de pie entre aquella ventisca. Intentando cubrir su rostro lo buscaba con la mirada cuando vio que el joven se devolvía. Aun no entendía nada… pero su corazón pareció aligerarse cuando lo vio volviendo.

- ¿Qué haces? – Le gritó intentando que su voz superara el sonido del viento. - ¿Por qué actúas de esa forma? ¿Acaso he hecho algo para ofenderte?

Apretaba su pecho pues le dolía ver la actitud de Vergilius, pero no tuvo tiempo si quiera para recibir una respuesta, pues apenas terminó de hablar una luz frente a ella la cegó por completo y la impulsó hacia atrás. Cayó con fuerza y chocó contra la hierba, rodando por el impulso hasta chocar contra un tronco. Gritó agudamente apenas tocó suelo sin saber que había hecho que cayera de esa forma inesperada, cuando vio que había una franja de tierra quemada entre ella y Vergilius.

¿Un rayo había caído justo entre ambos evitando que pudieran juntarse nuevamente? No podía creerlo. Intentaba recomponerse pero no podía hacerlo, sospechosa de la probabilidad de que eso hubiese ocurrido. No le cuadraba que la naturaleza estuviese actuando así. ¿Serían los dioses que querían castigarlos por los crímenes que ambos habían cometido, viviendo un amor que les era prohibido por su cercanía sanguínea? Aun más sorprendida quedó cuando Vergilius dijo que sentía que todo eso estaba sucediendo por él y se volvía a alejar.

¿Vergilius tenía miedo?

Su estómago se dio vuelta. En toda su vida, siempre su primo había sido el hombre más irreverente y valiente que había conocido. Si había que hacer un viaje largo era el primero en ofrecerse, cuando decían que un territorio era inconquistable, el se aventuraba a conquistarlo… cada vez que algo lo asustó se le enfrentó de una forma admirable que hacía que hubiera ganado por merito propio y no por ser el hijo del emperador, el puesto de lider de todas las legiones. ¿Entonces por que se alejaba de ella con el rostro pálido?

¿Vergilius tenía miedo… de ella?

La joven no movió un solo músculo. El dolor que sintió al deducir aquello hizo que le faltara el aire. Aun así, no se movió. Si él quería marcharse ella no lo impediría. Tenía el orgullo de una dama después de todo, pero sintió un horrible pesar en su corazón que la hizo lagrimear sus ojos sin llorar, pues una mujer romana no lloraba nunca por un hombre.

Su corazón le imploraba que le dijera que se quedara ahí, que fuera lo que fuera que sucedía ambos juntos podrían hacerle frente… que no había nada de temer en ella, pues lo único que podía causarle temor era que su amor por él la cegara. Su corazón obstinado latía con fuerza obligándola a hablar, a suplicar por que no se fuera, que se quedara con ella para siempre, que se escaparan de Roma y pudieran vivir la vida que ambos habían soñado desde la adolescencia, uno al lado del otro.

Pero su cabeza la mantenía cuerda y en silencio, era una dama de altura y una dama jamás suplicaba ni se humillaba ante ningún señor, por muy grandioso que fuera. Le sonrió con la mirada, deseándole lo mejor, humilde siempre. No podía pedirle que se quedara ahí sólo por ella. Ya le había demostrado su amor por él de todas las formas en que podía y sabía hacerlo… si eso no le bastaba, no podía hacer nada más.
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Mensaje por Vergilius Dom Feb 27, 2011 10:27 pm

Aquel fenómeno sumamente anormal había sacado a Vergilius totalmente de su perspectiva de lo que es común. Claro, el joven era un hombre imbatible y capaz de superar todo obstáculo, pero ver un rayo caer frente a él y crear un agujero que lo separaba de su prima era algo que no se podía ver todos los días, por lo cual era lógico que reaccionara de esa manera. En ningún momento pretendió dejar a Sophia abandonada en medio de esa nada, pero al ver ese rayo golpear la tierra había entendido el mensaje. Algo, o alguien, estaba interponiéndose, desconocía qué era pero ya estaba molesto. No odiaba el hecho de haber sido casi quemado por un poderoso relámpago, sino que fuera lo que fuera también estaba poniendo en riesgo a Sophia. Pudo escuchar el sonido de la tierra partirse por la fuerza del impacto que hizo volar algunas rocas. El hoyo todavía seguía humeante y ni el viento era capaz de extinguirlo.


Debía hacer lo que era mejor para ambos, tenía que dar la vuelta y dejar a Sophia para no seguir provocando la ira de los dioses. Se preguntaba qué había hecho para que le impusieran un castigo como ese, no recordaba haber realizado un acto tan infame como para ser reprendido de tal forma. Era algo cruel, no, inhumano que estuvieran haciéndole una jugada como esa cuando no lo merecía.

Por supuesto que Vergilius era escéptico, pero eso era hasta cierto punto. Que la luna se ocultara era una cosa, que se sintiera agotado inexplicablemente todavía tenía sentido, pero que un rayo golpeara en el punto exacto para quebrar el suelo y separarlo de su prima era evidente que algo estaba mal.

Sophia comenzó a hacerle preguntas, como qué había hecho ella para que el General le ofreciera ese trato después de haber sido ella tan amable y atenta al estar ahí para servirlo mientras se recuperaba. Lo menos que él podía hacer era regresar y explicarle con palabras qué era lo que pasaba en caso de que ella no lo hubiera comprendido del mismo modo que él.

Vergilius se acercó a la fémina, caminando despreocupadamente para que ella no se asustara pero, notó algo extraño mientras se dirigía a su prima. El viento en derredor se volvía un tanto más... violento conforme el muchacho cortaba la distancia. El joven no prestó atención a ese pequeño detalle y sólo siguió avanzando, quería tener a Sophia entre sus brazos otra vez si se le era permitido.

Sintió como una fuerza lo ahogaba, teniendo la sensación de que alguien le estaba robando el aliento. El viento alrededor formaba un tipo de muro invisible que insistía en separarlos por segunda vez. Definitivamente algo muy raro estaba pasando, algo que los involucraba a ambos.

El joven no se rindió como se esperaría, por lo tanto el joven continuó, caminando, decidido a llegar con Sophia, rodeando el cráter mientras mantenía los ojos sobre Sophia, que en su rostro expresaba su tristeza. Él la conocía mejor que ningún otro, aunque estuviera aparentemente bien y deseándole suerte desde lejos como si estuvieran en medio de una despedida, podía ver el sufrimiento.

Cuando el muchacho por fin pudo estar frente a frente con ella él el abrazo fuertemente mientras le susurraba al oído: -No fue mi intención preocuparte. El miedo que yo estoy sintiendo no es por mí persona, tengo miedo de herirte a ti y por eso trate de alejarme. Es como si estuviera maldito y algún extraño mal me estuviera persiguiendo, es la única forma de dar explicación a todo lo que nos a pasado hoy.- una lagrima se dejó ver desde el ojo izquierdo de Vergilius. Era imposible lo que pasaba, el General derramando una lagrima. Aunque sólo fuera una resultaba sorprendente. -Saldremos de esto, juntos.- musitó y en ese momento sintió como el viento volvía a tornarse agresivo, obligándolo a pegar más su cuerpo con el de la joven.
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Mensaje por Sophia Vie Mar 04, 2011 1:36 am


Desde el suelo se puso de pie con algo de dificultad producto del viento. Cuando el rayo había separado el lugar en dos, el impacto la había impulsado hacia atrás y la pobre Sophia cayó y rodó y rodó con rapidez hasta chocar contra un tronco que detuvo su movimiento. Por ello, apenas el corazón le dejó de doler al ver en los ojos de quien amaba ese miedo profundo, se paró sujetándose del tronco.

Era horrible sentirse así, desechable y dispensable. Pero no iba a hacer nada al respecto, su corazón se lo rogaba pero su cabeza se lo impedía. Habían pasado tantas cosas hasta ese momento, y en cada uno de ellos había estado una sola cosa siempre presente, que pasara lo que pasara siempre amaría a Vergilius y sin importar nada más, ella haría todo lo posible para darle felicidad, aunque eso significara perderlo. No quería ver a Vergilius con esa expresión en el rostro, por lo cual bajó el rostro y respiró profundamente intentando no llorar, no podía hacerlo, debía ser fuerte aunque sintiera que su corazón se estaba haciendo trizas.

Apretó los ojos, no quería verlo marcharse, no sabía si podría resistir ver que se iba una vez más.

A medida que su vida había avanzado lo había visto irse tantas veces y siempre sentía un nudo en la garganta que le rogaba que rompiera en llanto, pero nunca lo había hecho pues una mujer romana entendía los deberes que llamaban a un hombre de guerra. Estaba ahí para apoyarlo, dirigir su camino para alcanzar siempre la victoria, que encontrara su felicidad. En esa ocasión si el necesitaba marcharse, ella no podría detenerlo por mucho que lo deseara, por eso apretaba los ojos, simplemente para no dejar escapar ninguna lágrima que arruinara aquel momento y que pudiera mantenerse al menos firme, indiferente a lo que ocurría a su alrededor, tan sólo concentrada en que su cuerpo no le fallase debido al dolor físico en su pecho.

Fue entonces que sintió algo que le quitó el aliento. Abrió los ojos sorprendida, y se dio cuenta que lo que sentía eran los brazos de Vergilius protegiendola. No entendía bien que hacía el joven aun ahí. Su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho pues era un cúmulo tan grande de emociones que no sabía muy bien como manejarlas. Sus brazos cayeron pesados pues era muy fuerte el impacto de haber estado un segundo despidiéndose de él y al siguiente con él frente a ella abrazándola. No cuestionó lo que sucedía, ni si quiera respiró. La impresión de lo que sucedía la había tomado completamente de sorpresa. Una sonrisa melancólica apareció en su rostro y estuvo a punto de devolverle el abrazo cuando algo la detuvo.



Por algún motivo, el tacto con Vergilius le erizaba los pelos… lo venía sintiendo todo el día ya… ese miedo paralizante al estar con él. Era casi como si su cuerpo sintiera un completo rechazo y repulsión por Vergilius en base al miedo, simplemente un frío que le recorría la columna.

Cerró los ojos escapando de aquella sensación. Pero ni si quiera en el refugio de la oscuridad de sus párpados podía sentirse en paz pues de inmediato imágenes vinieron a su mente… cosas lejanas que no recordaba haber si quiera vivir, ni si quiera leído. Imágenes de una gran torre… un lugar perdido en medio de un páramo de muerte y desolación. Y en la cima de aquella torre, vino la imagen rápidamente de un hombre con una gran espada apuntándo hacia ella justo en el cuello… la sensación que le producía aquellos ojos llenos de odio y desprecio era la misma que ahora sentía cuando Vergilius la tocaba.

- Vergilius… yo… - Quería decirle que estaba muerta de miedo, que estaba literalmente helada, que no entendía que rayos estaba sucediendo entre ellos que el amor que había sentido por él desde siempre se transformaba en un miedo tan absoluto que le costaba si quiera respirar, un pánico y terror que no eran producto de algo terrenal, sino de algo mucho mayor y grandioso, algo que ella no podía entender. – yo… - <Habla… habla… di algo… di algo…cualquier cosa... habla Sophia!!> pensaba mientras escuchaba las palabras del joven, escuchaba en su mente una y otra vez que no tenía miedo, que no podía sentir miedo de él… pero lo sentía, a pesar de lo que antes hubiese dicho… y era un miedo tal que le costaba no temblar. – …No se que esta pasando. – Fue lo único que atinó a decir. Era eso lo que estaba en su mente desde que aquel rayo la había botado al piso, simplemente no sabía que era lo que estaba ocurriendo que hacía que el aire a su alrededor se esfumara y que le costara tanto respirar…

El cielo seguía alborotado. Rayos caían a lo lejos alumbrando la noche. Los animales e insectos habían sido silenciados y ya no brillaba la luna. Aun así había un resplandor tenue entre ella y Vergilius que no comprendía de donde procedía.

Pero incluso con ese escándalo, las imágenes seguían pasando por su mente: un brillo cegador, portaba un objeto dorado en su mano derecha que desprendía una luz tan brillante… tan hermosa… que era devorada por la oscuridad de aquella espada que parecía dar muerte a todo lo que había a su alrededor… los ojos de ese sujeto frente a ella, no se inmutaban, no sonreían, no cambiaban en lo absoluto. Sólo había odio en ellos. Un odio tan profundo que su estómago se revolvía. Había sentido aquello, esa sensación de pesar en sus hombros que le dificultaban que se irguiera.


Pero no era ella… no era ella quien se le enfrentaba con aquella mirada severa, era alguien más. Sophia jamás había mirado a una persona con deseos de acabar con su existencia. En su cuerpo no existía ese valor que puede sólo adquirirse cuando se ha caído y vuelto a levantar, pues su vida había sido tan tranquila e irrelevante hasta entonces que era imposible que hubiese formado el carácter que tenía esa mujer.

Sophia era asustadiza, torpe, demasiado ingenua, demasiado buena, su corazón era algo inmaculado e inmaduro, como si se tratara de una niña a quien nunca la hubiese tocado la maldad o la tristeza. No sólo eso, era del tipo de personas que a pesar de su clase social se inmiscuía con la plebe para ayudarles en el día a día, a escondidas de su hermano. Solía hacer cualquier cosa para ver en el resto una sonrisa…pues eso la hacía genuinamente feliz.

No, esa mujer en su mente no podía ser ella, pues los ojos de esa dama de cabello violeta estaban tocados por la tristeza, su mirada melancólica y hasta abnegada representaban a un martir listo para morir por sus convicciones; una virgen guerrera dispuesta a cualquier cosa con tal de proteger al mundo de la oscuridad de aquella espada terrible. No… no podía ser Sophia.

¿Entonces quien era esa mujer y porqué su corazón latía de esa forma al verla?

Sacudió la cabeza y miró a Vergilius, volviendo a la realidad. Fue como si lo estuviese mirando por primera vez en su vida. Parecía un extraño y no su primo a quien conocía desde siempre. Con cada segundo que pasaba más se demoraba en entender que aquel sujeto frente a ella se trataba de su Vergilius, mientras con la mirada volvía a conocer cada detalle de su rostro. Y fue entonces que se percató de algo que le quitó un suspiro. ¿Estaba llorando? ¿Su Vergilius estaba llorando?

Su corazón no podía soportar verlo así, con una tristeza tan profunda que ella no podía sanar. Le daba dolor físico verlo así… quebrado. Un hombre que se podía parar en frente de toda Roma sin bajar un instante la cabeza, que podría haber puesto de rodilla a cualquier adversario, un hombre rudo como ningún otro, y al mismo tiempo suave cuando las manos indicadas lo rodeaban.

No. No podía verlo así, no podía dejar que él la viera desmoronándose.

Por favor… por favor… denme la entereza de aquella mujer para poder ser lo suficientemente fuerte por los dos.



Con ambas manos tomó las mejillas de Vergilius y secó su lágrima, acariciando su rostro sin dejar de mirarlo. Sus enormes ojos verdes empezaron a reflejaran la luz de la luna nuevamente y el horrible sonido de aquellos rayos cayendo se detuvo. Sólo hubo silencio… hasta el viento dejó de soplar… sólo hubo silencio y aquella tenue luz entre ambos empezó a crecer y crecer hasta resplandecer como si los estuviera rodeando una llamarada dorada.

- Estás tan frío… - Le susurró con preocupación para luego besar sus mejillas una y otra vez confirmando con sus labios lo que sus dedos le presagiaban. La piel de Vergilius estaba fría. El joven solía tener las manos frías y en invierno buscaba las de Sophia para procurar calor de forma inconciente, algo que ella adoraba… pero en esta ocasión, toda la piel de aquel joven parecía hielo y el sudor helándose en su rostro no mejoraban aquello. – No llores… no tengas miedo de lo que esta pasando. El mundo esta cambiando pero nosotros no tenemos porqué cambiar… somos Vergilius y Sophia, nadie nos puede derrotar mientras estemos juntos, ni si quiera los dioses. Compartimos algo que nunca nadie podrá destruir, ni si quiera lastimar. Nos amamos, nos amamos de verdad. Confía en ello, confía en mí… y si no puedes hacerlo…déjame que yo confíe por los dos.

Su corazón era dulce, siempre lo había sido. Y era un corazón fuerte destinado a poder soportar cualquier tristeza, angustia e incluso miedo… pues ella era la diosa de la guerra y la sabiduría. A pesar de ser frágil y amable, tenía una entereza y severidad temible cuando debía serlo; En su tono de voz reflejaba aquella confianza absoluta en que la luz podía ganarle a la oscuridad. Por ello, aunque su corazón sintiera aquel pesar de no entender lo que ocurría, algo dentro de su cuerpo hacía que todos esos sentimientos desaparecieran al igual que sus dudas, pues el amor que manifestaba por ese muchacho era genuino, ella, Sophia, amaba a Vergilius. Había nacido para amarlo. Su misión en la tierra era resguardar ese corazón, el más puro en el mundo, para que nunca nada lo corrompiera...

… para que Hades no pudiera apoderarse del cuerpo destinado para él aquella era.

Y aquel silencio entre ambos, luego de que todo calló finalmente fue quebrado por el sonido del abatir de alas. De un momento a otro, decenas de lechuzas blancas volaron desde la oscuridad de los árboles como si aquella llama entre ella y Vergilius las estuvieran llamando. Su ulular era hermoso, una canción perfecta para aquella noche sin estrellas. Sophia miró hacia arriba, asombrada que la oscuridad impenetrable de aquella noche estuviera disipándose por esas hermosas aves que con su cantico traían una paz inmediata al cuerpo. Sonrió con sinceridad, se sentía feliz pues si el rayo le había presagiado algo terrible, esas aves blancas le indicaban lo contrario, que entre ella y él había esperanza. Su lazo era mas fuerte que la voluntad de los dioses.



- Vergilius… ¡Mira! – Dijo sonriendo y mirando hacia arriba pues cientos de plumas blancas estaban alrededor de ambos, flotando como si se tratara de nieve que caía con delicadeza adornando el suelo de blanco. - Ángeles Vergilius… los dioses los mandan para ti y para mi… Ángeles de la guarda.

Sus ojos se veía vidriosos pues se sentía verdaderamente conmovida con dicho espectáculo. Apegó su cuerpo al de Vergilius y descansó su mejilla contra su pecho mientras miraba como las plumas blancas caían a su alrededor, brillando y alumbrando esa noche que parecía nunca acabar. Su corazón se sentía en una paz tan absoluta, que apretó una de las manos de Vergilius rozando sus yemas contra su piel. Se sentía feliz de estar con él y que no la hubiese abandonado, pero se sentía aun más feliz pues, por primera vez en su vida, tenía la seguridad absoluta de entender que estaba pasando ahí.

El mundo efectivamente estaba cambiando, y no necesariamente tenían ellos que cambiar, tal como lo había dicho. No le importaba si los Ángeles o los demonios los perseguían, si se abría a sus pies el mismísimo tártaro para tragárselos o el cielo de los dioses los recibía. Permanecería al lado de Vergilius siempre y cuando él se lo permitiera.

Cerró los ojos, y vio un lejano lugar en el cual hombres con hermosas y brillantes armaduras estaban esperándola… lo sentía. Esas aves traían con ellas el cantico de las almas de esos sujetos, podía escuchar cada una de sus voces llamandola de vuelta a casa. Pero Sophia, en ese instante, se negaba a escuchar el llamado de aquellas plumas, de aquella intensa luz dorada que los bañaba. Los latidos de su corazón eran mucho más fuerte que el grito de Guerra que se escuchaba desde aquella lejana imagen. Su lugar estaba ahí, con Vergilius.

- El mundo esta cambiando Vergilius…. El mundo esta cambiando…
- Murmuraba abrazándolo, como si estuviera hablándose a si misma, convenciéndose de que era real y no un sueño lo que sucedía. Seguía sonriendo, completamente embobada por la cercanía de ese joven. – El mundo esta cambiando, pero… mi corazón… es un punto fijo. – Retiró con lentitud su rostro del pecho de Vergilius. La luna iluminaba su cabello rojizo y hacía que sus ojos brillaran. Sus mejillas estaban cubiertas en un hermoso rubor que denotaban lo inocente que era al sonrojarse tan sólo por abrazarlo. - Vayamos a casa… - Le susurró sobre los labios, sin besárselos. Y por primera vez en ese viaje, no sintió que se refería a Roma precisamente y la idea de no volver nunca más a Roma no se le hizo insoportable.
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Mensaje por Sophia Sáb Mar 12, 2011 8:44 pm

Pero eso fue sólo un instante, pues apenas lo pensó a su mente vino la imagen de Fye... de Gelum... de sus primos Solomon, Richard, Samantha, Lydia, Mauritius, Defteros, Aspros... su familia estaba en Roma... pero su corazón estaba justo ahí con Vergilius.

Era como si dos voces le hablaran y se sintiera algo culpable de ser egoista. Había estado luchando toda su vida para ser una dama romana, pero ahora que estaba tan cerca de ello se sentía, como si ya no lo quisiera. Sólo quería estar con Vergilius.

El aire de la noche estaba helado mientras aquellas plumas blancas de las lechuzas seguían volando entre ambos. Sophia no sabía que más decir para romper el silencio, asi que decidió no decir nada más, sólo aferrarse al cuerpo de Vergilius y entibiar su piel con el contacto entre ambos... pues Vergilius estaba tan frío... tan tan frío. Pero eso no importaba, ella estaba ahí junto a el para hacer que su cuerpo volviera a sentir el calor de la vida, pues era eso lo que Sophia le daba a Vergilius inconcientemente cada vez que lo abrazaba y lo tenía cerca, fortaleza para que Hades no pudiera apoderarse de su cuerpo, para que ningun mal cayera sobre él. Contaba con la protección de la cosmoenergía de Athena, y eso, aunque Sophia no estuviese conciente de sus poderes, era una protección inquebrantable.

La joven suspiró y puso su mejilla contra el pecho de Vergilius, no tenían porque moverse si el no quería hacerlo. No tenían que hablar si el no lo deseaba... lo unico que ella deseaba era verlo nuevamente feliz y sin las preocupaciones que sus hombros habían tenido que cargar por tantos años.


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Mensaje por Vergilius Sáb Mar 12, 2011 9:30 pm

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Esas lagrimas no eran por él, era por ella. No tenía que estar en ese sitio sufriendo junto a él. Al cerrar sus ojos y encontrarse con sus parpados, apareciendo en un lugar ausente de luz y del sonido de los truenos y la dulce voz de Sophia, como si hubiera sido transportado a otro lugar muy lejos de las montañas, pero desde hace rato ya había descartado el hecho de encontrarse ahí, desde que el escenario se volvió algo violento y comenzó a despreciarlos a ambos, descargando sus peores elementos sobre ellos, desde el viento embravecido hasta los relámpagos que azotaban furiosos contra la tierra, partiéndola y abriendo prominentes hendiduras ennegrecidas. Más de un rayo había caído cerca de la zona, lo cual lo hacía temer debido a que no sabía cómo enfrentarse a algo así. Sin importar el valor de un hombre ante las adversidades simplemente existían cosas que estaban más allá del dominio y de lo que era posible controlar.

Los ojos del joven no se abrían, el único hilo que lo mantenía atado a ese mundo era el cuerpo de Sophia al que estaba sujeto, y el frío de la lágrima que recorría su mejilla. El cuerpo de la joven transmitía su calor a él, pero no era suficiente para atenuar el viento cruel que había en derredor, amenazando con hacerlo caer sobre el cuerpo de su amada por la fuerza con la que estaba golpeándolo por detrás. Mientras yacía encerrado en la oscuridad de su mente, una luz brillante, como una puerta, se abrió en un haz de luz que hizo que quedara paralizado por un momento. Quería abrir los ojos pero no le era posible, como si los tuviera cosidos.

La oscuridad tomaba un color gris mientras un fondo diferente aparecía, en lugar del sitio entre montañas en el que se encontraba con Sophia en un principio ahora estaba frente a una mujer de cabellos violáceos, que se ondeaban con el viento. Parecía ser valiente y la estaba mirando de frente, como si él fuera su opositor. Sí, aquella mujer parecía estar observándolo a él y sólo a él, como si fuera el enemigo a vencer. Por su parte no podía moverse para mirar a otro lugar, por más que intentaba virar su cabeza para cerciorarse de que no era a él al que contemplaba con esos ojos llenos de esperanza.




Un aura de colores dorados rodeaba a la figura de la dama y esa luz que generaba el femenino cuerpo de la joven le recordaba a algo, algo que había visto antes pero no lograba atinar en dónde había visto una luz similar. Y ahora sabía en qué lugar había visto ese brillo, el mismo resplandor, era el de Sophia, el mismo que pensó haber imaginado por el agotamiento.

La imagen de la mujer comenzó a borrarse como si se deshiciera en el viento, desvaneciéndose por los suaves golpes que mecían los cabellos negros del muchacho. El cuerpo de Sophia tampoco lo sentía, pero parecía que él era un ser ajeno a esa visión, ya que no podía moverse en el interior de aquel sueño nublado. La oscuridad volvió a consumir el lugar que fue iluminado por el cuerpo de la joven mujer del vestido blanco. Podía mover su cuerpo y una misteriosa niebla le rodeó, y entre la niebla se pudo divisar una especie de estatua de metal con alas sujetando una espada. De sus ojos corría sangre, y cuando una de sus gotas resbaló y tocó el suelo sobre el que él estaba parado pudo ver algo horripilante. Había millones de cadáveres en el suelo, pudriéndose y manchados por la misma sangre que brotaba de los ojos de la armadura.

Estaba parado sobre una pila de cadáveres en estado de putrefacción, y cuando dio un paso en falso la cabeza de uno de ellos salio rodando para caer en un charco de sangre. La montaña de cuerpos se encontraba flotando sobre un mar rojo, y el cielo estaba teñido del mismo color. Antes de perder el equilibrio y caer la armadura apareció detrás de él y evito que éste cayera, sujetándose firmemente. Pero lo que estaba agarrando era el cuerpo de Sophia al abrir los ojos de golpe. ¿Qué había sido todo eso? ¿Más alucinaciones?

Despertó a tiempo para escuchar las palabras valientes de Sophia, y por extraño que fuera, sus palabras y su mirar eran idénticos a los de la dama de largo cabello violeta y vestido blanco, la misma que sostenía a la victoria en su mano. Tenía toda la razón, algo estaba cambiando, pero ellos no tenían porqué cambiar.

Un grupo de lechuzas de blanco plumaje, brillando en medio de aquel cielo en el que sólo la luna destellaba después de que las tinieblas se fueron. Todo estaba cambiado, en lugar de la tempestad se encontraban en medio de la calma. Las plumas de aquellos seres que parecían ser ángeles caían por doquier, y emitían una luz que apartaba a la oscuridad de los jóvenes enamorados, pero no causaron gran impresión.

Pero algo no iba bien con todo eso, quería saber qué había sido lo que vio al cerrar sus ojos, la mujer, la armadura de oscuros colores con la espada y ese mar sangriento en el que flotaban los cadáveres. -Athena, nos volvemos a encontrar.- Musitó tenuemente mientras sus ojos adquirían un brillo maléfico, pero duro poco, para volver a ser el mismo Vergilius. El joven no había escuchado lo pronunciado por él, como si lo hubiera dicho otra persona.

-Es verdad, todo está cambiando mi amada Sophia. Creerás que estoy loco por lo que te voy a decir pero, cuando te abrasé y cerré mis ojos vi a una mujer de largo cabello violeta y con un vestido blanco, que portaba un cetro y me observaba del mismo modo en el que lo haces tú. Cuando la vi mirándome con esos ojos llenos de dulzura y calidez mi cuerpo se cayó ante ella, como prueba de mi amor hacia esa doncella. No pude hacer nada, simplemente sentí que las fuerzas se me iban otra vez, no podía hacer nada para defenderme de esos ojos. Imposible de contrarrestar. Después esas horribles visiones, de un lugar en el que sólo yo me encontraba con vida, flotando en un mar color carmesí. Y ahora que tú me miras de la misma forma que aquella dama que parecía tratar de salvarme de la oscuridad, no puedo evitar pensar que son la misma persona, Sophia. Puesto que eres la única que me haría sentir eso, la única y ninguna otra, hermosa damisela. Pero me llena de inquietudes lo que pasa, lo que siento, es inexplicable.-

Me preguntó si yo soy el responsable de aquella devastación que vi, pero algo en mí me dice que si fue obra mía. Pero quién era esa mujer... Sólo sé que me recuerda a Sophia, su forma de mirarme, es la misma, no puedo estar mal, he visto esos ojos por años y no puedo equivocarme.

Pensó mientras se alejaba unos pasos de Sophia y caminaba al árbol para sentarse. Curiosamente ya no se sentía cansado y podía asegurar que un peso había bajado de sus hombros. Su rostro volvía a ser falto de expresiones y la lágrima ya se había secado por completo, invitando a Sophia a sentarse junto a él.
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Mensaje por Sophia Sáb Mar 19, 2011 5:31 pm

Seguía apoyando su mejilla contra el pecho de Vergilius adormecida por el sonido de su corazón. Le gustaba apegar su oído a la piel de su primo y escuchar el ritmo que llevaba en el pecho, aquel sonido le producía una calma única, y por algún extraño motivo, también le daba felicidad. Era como si con ese ruido tan leve y al mismo tiempo fuerte, pudiese asegurarse de que no estaba soñando, de que Vergilius realmente estaba ahí con ella.

Se quedó en silencio un tiempo que pareció eterno, cubiertos sólo por la luz de la luna que brillaba nuevamente en el cielo como una hermosa perla en el firmamento. Sophia abrió los ojos y miró a su alrededor. Todo parecía estar el calma nuevamente, pero por algún motivo el corazón de Vergilius pareció debilitarse, latir con menos intensidad que anteriormente y apenas Sophia se percató de esto ese mismo sentimiento paralizante cubrió su cuerpo y hasta su propio corazón se saltó un latido cuando lo escuchó decir las palabras que dijo con un tono de voz que aunque suyo, no lo parecía… “Athena, nos volvemos a encontrar.” ¿Qué había querido decir con esas palabras?¿Por qué nuevamente se sentía tan incomoda ahí con él? La mirada suave y tierna de Sophia cambio abruptamente.

Ese nombre… Athena. Athena.Athena… Athena…. Athena.
No era la primera vez que lo escuchaba, no era una completa inculta, Fye la hacía leer bastante filosofía griega y obras como la Odisea y la Iliada eran favoritos en su hogar, los cuales solía leer a Gelum antes de que ambos se durmieran. Recordaba ese nombre, la diosa que apoyaba a los griegos durante la guerra de Troya, el equivalente de Minerva para los Griegos…
El nombre no era ajeno a ella. Pero por primera vez en su vida, lo sintió suyo y un escalofrío cubrió su piel. Era como si un millón de cosas quisieran explotar en su mente pero su corazón las mantenía a raya, guardadas y cerradas… no permitiendo que las imágenes y recuerdos de vidas anteriores volvieran a ella aun. No era el momento para recordarlo, no era necesario hacerlo. No era el momento para que la diosa de la guerra y la sabiduría volviera a portar su titulo y encontrara su camino de vuelta al Santuario. Pero su presencia en el mundo de por si avisaba de horribles catástrofes y tragedias por venir… y cuando ello sucediera, Athena despertaría una vez más y tomaría conciencia de su labor y su identidad. Pero no era el momento para hacerlo, no aun. Su única voluntad, por ese entonces, era amar a Vergilius, a pesar de que su familia se opusiera a ello.

Pero Sophia, y no Athena, había sido quien por casualidades del destino (o tal vez no) se había enamorado del joven cuyo corazón era tan puro e inmaculado, tan noble y valeroso que estaba destinado desde su nacimiento para ser el cuerpo de Hades en esa era del mundo. Pero aun el dios de la muerte no lo había reclamado, no había en su cuello el temido collar que lo reclamaba como suyo…y eran, justamente con esas palabras, que a la mente de Sophia sólo se venía 2 palabras. Dos palabras de las cuales no tenía idea que podrían significar…

VESTER SEMPER... y la imagen de una cadena con una estrella con esas palabras se vino a su mete, y por instinto vio si dicho collar maligno estaba alrededor del cuello de Vergilius. Pero no lo vio. Lo cual, por algún motivo, la tranquilizó, pero no la calmó por completo pues aquel nombre, Athena, seguía rondando su mente… ¿Por qué Vergilius la había llamado así? muy en el fondo… temía que sabía la respuesta de ello, por mucho que su corazón se negara a aceptarlo.

- ¿Por qué?...¿Por qué me llamaste de esa forma Vergilius? – Le preguntó con seriedad mirándolo directamente a los ojos.

Y escuchó con cuidado la explicación que le daba su primo, sin apartar su vista de la de él. Estaba visiblemente afligido. Cuanto hubiese querido Sophia llevar en su propio corazón todos esos miedos y angustias que estaba pasando Vergilius a modo de evitárselos. Él no merecía estar sufriendo de esa manera…

- Ya veo… - Respondió con suavidad y melancolía cuando el hombre dejó de hablar.

No era el mismo tono dulce y comprensivo de siempre. Se escuchó ajeno, preocupado; sus ojos se retiraron de él mientras el joven se alejaba para sentarse bajo un árbol. Sophia no se movió del lugar en donde estaba quedando de espaldas a Vergilius. Miraba en frente, la luna, el paisaje, el bosque que se abría entre las montañas y los valles que reposaban a las laderas. El mundo era realmente hermoso, a pesar de que apenas era visible a la luz de la luna.

Suspiró. Y sintió un leve pesar sobre sus hombros. Su estomago se apretaba con cada segundo que pasaba, como si necesitase estar más alerta que nunca. Pero no se volteó a mirar a Vergilius. Tenía otras cosas en mente por ahora… algo, dentro de ella… le decía que horribles cosas estaban sucediendo el Roma. Lo había sentido como un presentimiento desde que estaba en aquella cabaña junto a Lukas y Manigoldo. Temía regresar, no por Fye, no por la evidente separación que sufriría del lado de Vergilius… sino porque había algo en Roma que la inquietaba. Pero al mismo tiempo, temía que esa oscuridad se estuviese apoderando no sólo de la ciudad, sino de sus seres queridos… su familia.

Pensó en Fye, su mirada severa, su cabellera rubia que caía por los hombros. Eran tan diferentes pero tan similares. Podía entenderlo sin que él necesitara hablar. Sentía que sus corazones latían al mismo tiempo. Era un hombre entre los hombres y aun así, se había abnegado toda su vida al cuidado de ella y de Gelum, alejados de los vicios de Roma, para que crecieran sin corrupciones ni inmoralidades cerca. Fye podría haber sido un general tan famoso como Vergilius o un político tan inteligente como Solomon. Pero a cambio, había sacrificado sus propios intereses personales por criarla a ella libre de las confabulaciones y perversidades de Roma.
Pensó en Gelum, su hermano menor, mientras daba unos pasos al frente alejándose de Vergilius. No sólo era su hermano, era tal vez su único amigo. Era la persona con quien jugaba desde niña, y más que una hermana mayor, había sido la única influencia femenina en su vida, la única imagen que el pequeño podría haber visto de una madre al haber perdido la suya al momento en que nació. Sus ojos eran lo mas llamativo que tenía, incluso más que sus cabellos de plata… esos enormes ojos verdosos que traspasaban a cualquiera que los mirara… como si no fuera un niño sino un hombre que ha vivido muchos años.
Pensó en Aspros y en Defteros. Sus primos gemelos… que a pesar de siempre estar peleando el uno con el otro encontraban en Sophia un punto reconciliador. Ambos eran amados por ella, eran personas realmente cerca de su corazón con los que había crecido pues tenían la misma edad.
Pensó en Solomon, en Richard, en Samantha… que aunque primos, eran tan distintos a ellos. Tan ajenos a su estilo de vida, tan apartados a los valores que Fye había inculcado en ellos. Y temió, por ellos, más que por cualquiera, pues sentía que ellos estaban más vulnerables a ser tentados por la maldad que cualquier otro miembro de su familia.
Pensó en Lydia, la hermana menor de Vergilius. Ella era una persona tan distinta a ella, pero en su misma situación, encerrada a pretender algo que no era. Lydia sin duda era la mujer más bella en toda Roma, y aun así, tenía que ser un simple adorno, una mujer sin ningún tipo de influencia en nada, sólo estar ahí para dar gracia al nombre de su familia. Entendía lo que vivir así podría haber causado en ella, pues Sophia no estaba tan lejana a esa realidad.
Y por ultimo… pensó en Octavius. Pero no se lo permitió, pues cada vez que lo recordaba lloraba, y no era momento para llorar.

- Vergilius… - Dijo aun mirando hacia el valle a sus pies. – No estás loco. – Se volteó lentamente con algo de nostalgia.

Tal vez, tú ya no desees estar conmigo. Tal vez… yo sólo sea un motivo para causarte tristeza y dudas. No quiero serlo, no quiero ser una carga para ti...

- Deberías dormir un poco… para que te sientas mejor. – Dijo Sophia sin sentarse a su lado. Sintió que aquello podría incomodar a su primo quien no la había invitado a sentarse. – Yo cuidaré de ti mientras duermes. ¿Trato? – Le preguntó con una sonrisa.

A pesar de todo, seguía siendo la misma chica dulce que siempre había sido. No le importaba no dormir, sólo quería que la persona que amaba con toda su alma descansara y no pensara que ella era sólo una carga que le causaba sólo molestias. Quería mostrarle que tambien en ella había la sangre guerrera y noble de su familia, que podía ser fuerte si debía serlo. No era una carga para nadie, sino por el contrario, el sentimiento de paz en los momentos más difíciles.

Se quedó parada frente a él, mirando las estrellas sin decir una palabra más. Algo había en ellas que parecía hablarle, en especial las constelaciones que brillaban con más fuerza.
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Mensaje por Vergilius Miér Mar 23, 2011 12:35 am

-No lo hagas, ya no me digas nada Sophia, no me veas con esos ojos, no me hables con esa voz.-

Las palabras de Sophia eran, más que tranquilizantes para Vergilius un sonido que lo estaba haciendo perder la cordura, como si aquella voz tuviera algo impregnado en ella, como clavos ardientes que perforaban en sus sienes. Por alguna razón desconocida que no podía explicar se sentía, extraño al lado de Sophia, como si su sola presencia representara una molestia para él. No se trataba de la joven, se sentía mal por lo que ella podría llegar a ser cuando sus poderes regresaran a su cuerpo humano y la Diosa de la Guerra justa volviera al mundo para enfrentarlo, ocupando su lugar nuevamente después de tantos siglos. Por supuesto, de aquello Vergilius todavía no conocía nada, sólo tenía tenues presentimientos y corazonadas de que aquello iba a ocurrir, por eso era extraño, que sin saber nada tuviera tanta información, daba miedo esa sensación de poseer conocimiento que no se podía recordar cuándo fue obtenido.

Vergilius levantó su cuerpo, ya no quería escuchar ni una sola palabra más, no estaba dispuesto a seguir sintiendo ese dolor. No nada más era su existencia, también el hecho de que en verdad amaba a esa mujer y que en el fondo de su corazón sentía que lo suyo no tenía futuro, insistía, así que, ¿qué más daba? Ella jamás iba a ser de él, por más que dijera lo contrario, se trataba de algo más grande que Roma por lo que no podían estar juntos, había un conflicto mayor que ese para vivir una vida en unión como lo desearía cualquier pareja de enamorados. Y si no podía tener a la persona más amada ya no pretendía seguir engañándose, prefiriendo mil veces dejar a Sophia libre, su corazón libre, para que ninguno saliera más herido de lo que ya estaba.

Decir lo que quería no era fácil, aunque no debía de explicar demasiado era un duro pesar tener que hacerlo ya que, todavía la amaba, aún le importaba Sophia sólo que ya no la quería tener cerca al ser eso no sólo benéfico para sí mismo sino para su propia prima, al principio quizá iba a estar sumamente herida pero al final podría superarlo y mirar hacia adelante, olvidándose de él y reconfortándose en los brazos de otro. Ser detestado por ella tal como lo deseaba Fye, que no quisiera ni verlo en pintura, pero al final ella podría encontrar a alguien que en verdad pudiera hacerla feliz, confiaba en ello. En lugar de simplemente estar con él, que obviamente no había nacido para estar junto a ella como lo pensó cuando fue a buscarla a las montañas. Era increíble, como en pocas horas había pasado de querer protegerla con el alma a pedirle que se apartara y lo dejara solo. Había algo que no cambiaba, su amor hacia ella, sólo que ahora en lugar de anhelar permanecer a su lado para ser dichoso la dejaba libre para no dañarla más. Estaba seguro de que Sophia se sentía herida por algún motivo, lo podía ver en sus ojos, y antes de lastimarla más lo ideal era que todo terminara ahí. La amaba, pero como familia, ya no como algo más, eso se decía para convencerse de lo que iba a decir.

-Sophia, yo...- pronunció vacilante, no tenía el valor para expresar las siguientes palabras, lo que estaba próximo a decir y finalmente devastar a su prima pero, no había otra cosa por hacer. Lo hacía por amor, era lo que se repetía para poder hacerlo. Algo lo detuvo, congelando su lengua y evitando que fluyeran vocablos de su boca, una voz femenina que resultaba familiar.

“Vergilius…Señor Hades…escuche mi voz, venga hacía mí…aléjese, pronto, salga de allí…ella no es su amada, es su enemiga, corra, déjela…Heinstein lo espera, mi señor…Ven…a tu hogar.”


¿Quién era? Se preguntó alarmado, cerrando sus labios y dándole la espalda a Sophia del mismo modo en el que ella lo había hecho hace poco. Y ahora estaba más indeciso. Lo que dijo la voz en su cabeza, que no era la mujer que amaba, fue como una orden que penetró en su cerebro, provocando que no tuviera que meditar más y pudiera gritar las palabras que nacían en su pecho, siendo remplazadas por odio en lugar de amor.

Volveré a mi hogar...

-Quiero que te alejes de mí, ¡No quiero volver a verte nunca en la vida! ¡Rata mentirosa! Haciéndote pasar por la mujer que amo cuando no eres más que algo planeado por... Athena. Tú nunca me amaste, sólo eres algo creado por esa Diosa patética para confundirme porque yo soy, yo soy...-

La voz de Vergilius había cambiado, algo igual que su semblante pacifico y carente de maldad. Sus ojos inyectados de sangre, lagrimeando por sentirse engañador y tan perdido. Creer que la mujer a la que le había jurado amor eterno era sólo un contenedor de Athena preparado para retenerlo, pero no le iba a dar la satisfacción, acabaría con esa desgraciada porque él era...

-¡Porque yo soy Hades! ¡Y sería un gran tonto de no aprovechar esta oportunidad en la que aún no has recuperado tus poderes para extinguirte como a un fuego! ¡MUEREEEE!-

Exclamó poseído por el espíritu de Hades, el cual le estaba otorgando más poder para aniquilar a Sophia. Una esfera de energía púrpura apareció en su mano izquierda y no dudo ni un segundo en hacerla explotar contra ella libreando una potente ola de muerte pero, antes de hacerla volar quería escuchar sus últimas palabras...

-¿Tienes algo que decirme? Athena...-
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Mensaje por Sophia Miér Mar 23, 2011 9:36 pm

Sophia no entendía el porqué del cambio tan brusco de humor en Vergilius. Aun sentado, le pedía que no hablara ni lo mirara, cosa que la sorprendió en algo, pero sólo terminó asintiendo. Así era su naturaleza… no quería lastimar a alguien tan preciado para ella como lo era él sin importar cuanto sus palabras en cambio la lastimaran a ella. Pero hacerla callar no había sido suficiente…de pronto una actitud violenta en Vergilius surgía como nunca antes ella la había sentido. Quedo paralizada observandolo, con los ojos ampliamente abiertos mientras lentamente sus mejillas se ruborizaban al estar intentando controlar toda la pena y angustía que comenzaba a sentir.

Sus palabras, una a una, fueron como si la golpearan directo al alma. Era un dolor que no se podía describir con palabras, era el dolor que lleva a los hombres a desear que la vida se acabe de una vez, pues el dolor de seguir viviendo se vuelve insoportable. Pero no dijo nada. Se mantuvo en silencio escuchando lo que su primo sentía y lo que finalmente quería decirle.

La verdad, no entendío todo eso de Hades y Athena, porque su mente estaba aun intentando procesar, comprender, analizar y digerir… que él no quería volver a verla, que no la amaba y que de hecho, la detestaba. Sus manos temblaron, al igual que sus labios, pues su respiración se volvía cada vez más abrupta, como si le faltara el aire.
Finalmente, luego de un momento en que sintió que la tierra bajo sus pies temblaba y se volvía todo silencio… bajó el rostro ocultándose su mirada en la sombra que generaba su flequillo.

Lo primero en que pensó fue en Fye y en como lo necesitaba en ese momento. Como necesitaba abrazarlo y llorar, desconsoladamente, con él. Como hubiese querido apretar su cuerpo buscando alguna calma para la angustia en su pecho, decirle que tenía razón, que Vergilius no era para ella, que efectivamente, él se había burlado de sus sentimientos todo ese tiempo, que había sido una idiota al enamorarse de él, que a pesar de todos los años en que se había ocupado exclusivamente en convertirse en una mejor mujer para él… no lo era, que había fracasado rotundamente en ello, que no podía ser lo que él quería o necesitaba a su lado, que era tan sólo un estorbo, una molestia, algo que irritaba tanto a Vergilius que lo hacía enfermar.

¿Cuánto tiempo habría querido decirle que se callara, que dejara de depender de él? ¿Cuánto tiempo la habría detestado en silencio, siguiéndole la corriente sólo por no herirla? Sólo por ser honorable y no deshonrarla cuando casi todos sabían que lo amaba… ¿Cuánto tiempo habría hecho el ridículo amándolo, siendo sólo un juego para él todo aquello? Había sido, burlada.

- Es curioso, cuando llega el final de algo… siempre empiezas a pensar en su comienzo. – Dijo con un tono apagado, como si estuviese agonizando, sin ningún brillo… aquella vocecita inocente y alegre, se apagaba de a poco, tal vez para siempre. Cerró los ojos. Quería esfumarse, desaparecer, volverse nada… quería simplemente acabar con el dolor que no le hacía dificultoso mantenerse en pie.

Vergilius siempre había sido callado y esquivo con todos. Su mirada era fría, como si no se encontrara realmente ahí. Pero cuando estaba con ella, sus ojos cambiaban completamente. No tenía una noción sobre haberlo conocido, al contrario, desde que tenía uso de memoria él siempre había estado ahí con y para ella. Desde pequeños jugaban por los valles al atardecer; Lo podía sentir, el pasto bajo sus pies mientras corría intentando alcanzar a Vergilius… el olor a la menta, al poleo y la albahaca de las grandes plantaciones de la Villa… el amarillo de los girasoles en las colinas mientras su primo se escabullía entre ellas perdiéndose de vista. Podía escucharlo reír cuando la asustaba mostrándole horribles bichos cerca del estanque que la hacían gritar. Cuando ello ocurría, generalmente era Octavius quien le decía, “A las mujeres se les debe cuidar y proteger, nunca asustar idiota.” Y Vergilius volvía arrepentido de sus actos a pedirle perdón, no sin antes empujarla y hacerla caer, siempre jugando con ella pensando que su prima era un chico y que podía tratarla como tal… era la edad de la inocencia, la primavera de sus vidas y la época de la esperanza en que siempre todos ellos estarían juntos.

Octavius… ¿Habrían sido las cosas distintas si él hubiese vivido? ¿Habrían sido todos más felices de haberlo tenido siempre junto a ellos guiándolos como un verdadero hermano mayor? Pues, él no era sólo un hermano mayor para Vergilius, lo era también para Sophia, que aunque era una infante, lo amaba como si hubiese sido un padre.
Mientras su mente quedaba en blanco, luego de las duras palabras de Vergilius… esfumandose lentamente todos los recuerdos que poseía de su vida, pensó en los días en que Octavius los llevaba a ambos en su caballo y les enseñaba los bosques, los educaba sobre tácticas para enfrentar a un enemigo, les mostraba porque había que estar orgullosos de ser Romanos y formar parte del glorioso linaje de la gran familia Juliai. Eran apenas niños, pero Sophia recordaba a la perfección esa sensación de amor que siempre había tenido por ambos, eran para ella su familia. Eran sus primos adorados… recordaba la cálido que eran los brazos de Octavius cuando la abrazaba y lo segura que se sentía cuando estaba junto a él, como si nada ni nadie pudiese nunca lastimarla. ¿Quién hubiese pensado, que finalmente, la persona que más amaba en la tierra conseguiría hacerlo con tanto éxito?... el mismo niño con el cual montaba a caballo en los días de inocencia y esperanza, había borrado, tal vez para siempre, su tierna sonrisa y sus ojos llenos de fe en las personas.

La primera vez que había visto a Vergilius montado solo en un caballo, había sido el día en que se dio cuenta que su amor por él superaba el cariño familiar o fraternal. Era distinto… su corazón latía fuerte cuando lo podía admirar, desde esa edad, destinado a la grandeza de un gran señor. Cuando veía que era prácticamente uno con esos animales y se perdía a toda velocidad galopando por los valles en los caballos negros del establo que eran reservados exclusivamente para él, en el tiempo en que Vergilius era recibido aun en su hogar, la Villa Vallis Mellitus.

Parecía que se unía al viento y volaba.

Sophia recordaba a la perfección ese cosquilleo en su estómago cuando lo veía o lo sentía cerca, cuando el joven extrañamente la rodeaba con sus brazos buscando consuelo por haber perdido a Octavius. En la soledad, en la desesperación y en la angustia tan grande de la muerte de alguien idolatrado y amado por ambos, habían encontrado regocijo y paz el uno con el otro… y el mero acto de estar enamorada de él, habría bastado para Sophia por toda la vida. Lo amaba tanto, tanto, que habría callado su amor por él para siempre por verlo feliz junto a alguien más. Lo amaba tanto que le dolía. Lo amaba tanto que su mente no podía parar de pensar en él e imaginarlo siempre cerca en los días solitarios de su adolescencia en los cuales no estaba cerca. Lo amaba tanto, que lo esperó cada uno de los días de su adolescencia en los cuales él iba a la guerra, a las batallas, a regiones con las cual ella ni si quiera imaginaba a poner el nombre de Roma en su maxima Gloria. Y aun así, Vergilius tal vez nunca si quiera pensó lo que hacían esos días en el pecho de la joven, la angustia de saber que su querido Vergilius seguía los mismos pasos que habían llevado a la muerte a Octavius.

Pero no podía hacer nada al respecto, ese era su destino, la guerra, la batalla, la muerte de otros para la gloria del imperio. Sophia lo entendía, porque era después de todo, una mujer romana y orgullosa de serlo. Soportaba la idea de que su primo, estaba lejos y podía caer en combate o ser capturado e incluso esclavizado, concentrando todo su amor en pedirle a los dioses que lo mantuvieran a salvo un día más, aunque fuera tan sólo para despedirse, verlo vivo… verlo a salvo… verlo feliz.

Inconcientemente, esa joven diosa, que no conocía su estado de tal, lo mantenía a salvo con su cosmoenergía durante las batallas. Ese era, el amor de Athena. El amor de poder incluso pedir la protección y cuidado de sus enemigos. La joven, se sentaba cerca de la ventana observando hacia la dirección en la cual su corazón le decía estaba Vergilius, juntaba sus manos y pedía que lo dejaran vivir tan sólo un día más para poder despedirse de ella. Lloraba, y rezaba, con toda su fuerza, para que Vergilius pudiera vivir ese día para volver con ella. Ese era el corazón de Sophia.

- Han sido… muy amables en permitirme estar, al menos un día más con él. – Murmuró mientras una lágrima finalmente caía por su mejilla… entendiendo que todo había terminado para él y ella.

Él no la amaba.

Tal vez, nunca lo había hecho.

No le importaba que no la amase, de hecho, era feliz tan sólo amándolo.

La forma en que el hombre le había comunicado que su amor era innecesario, indeseado y dispensable, era la cuestión del asunto.

Deseó de inmediato haber sido una mejor mujer, haber sido más madura, haber sabido poder conservar su amor. Pero sabía que había fracasado en ello. Había fracasado en lo que más había anhelado en la vida. En lo único que le había importado durante su corta vida, ser una mujer con la que él hubiese querido estar. Ser una mujer que lo hubiese hecho sonreir el resto de su vida, haber sido la paz en su vida llena de guerra.

Pero había fracasado. Ella, Sophia Juliai, había fracaso en la única cosa que había deseado con toda su alma y ahora veía los pedazos de aquel anhelo cayendo a su alrededor.

Sin subir el rostro, sin decir nada, el viento comenzó a soplar con fuerza. La joven no se movía, parecía que se había quedado completamente paralizada por lo escuchado, pero la verdad era, que no hubiese podido moverse ni de haberlo querido pues lo unico que la mantenía aun de pie era su orgullo.

- Perdóname Vergilius. – Dijo finalmente para romper el silencio, sin mirarlo, sin poder levantar el rostro, con cada palabra saliendo de sus labios siendo aun más difícil que la anterior, procurando que su voz no se quebrara y que él no se sintiera responsable de haberle dicho finalmente la verdad. - Siento haberte fallado. Siento haber sido una molestia para ti todo el tiempo. Siento que mi amor por ti no fuera lo suficientemente fuerte para… para…

Su voz se quebraba. Pero no lloraba. Su madre se habría avergonzado de ella si la hubiese visto humillándose de esa forma. ¿Pero realmente importaba ya aquello? No, no importaba. La deshonra ya estaba sobre sus hombros, aunque eso no le importara, era algo con lo cual podía vivir sin nunca bajar el rostro ante nadie. Pero… ¿Cómo vivir con un corazón roto? Nadie le había enseñado que hacer cuando se amaba con toda el alma y ese amor no era deseado.

El corazón de Sophia que siempre había sido inocente y puro, bondadoso de verdad, estaba trizado en un millón de pedazos. Su espíritu orgulloso y vivaz, su sonrisa alegre, su mirada tierna y hasta angelical, tal vez se habían perdido para siempre luego de escuchar aquello. ¿Cómo podría volver a sonreír?

Y lo más irónico del asunto, era que la había destruido sin necesidad de tocarle un solo cabello. Sus palabras, habían quebrado su espíritu, le había hecho más daño que cualquier otra cosa. Quitarle la vida en ese punto, habría sido lo mínimo que le pudo haber hecho, pues el daño ya había sido inflingido en ella. Le había quitado algo mucho mas preciado que su vida.


Le había quitado su alegría desmedida.
Su fe en las personas.
Su optimismo desmedido.
Su eterna sonrisa capaz de superar cualquier pesar.

Le había quitado su esperanza.

- …para hacer que me amaras de vuelta.

Le había quitado su belleza. Le había robado su inocencia y su fe en que todas las personas tenían algo bueno. Había, literalmente, quebrado su espíritu. Y eso era un castigo, mucho peor que la misma muerte.



_____
OFF: Dedicado a todas las mujeres que hemos perdido al amor de nuestras vidas. Horrible tener que revivir esta mierda.....
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Mensaje por Gelum Jue Mar 31, 2011 9:30 pm

Ya había estado fuera de las villas de mi hermano fye, y de alguna u otra forma, un cosmos me hizo cambiar mi destino hacia las montañas, caminaba otros senderos, buscando estar al lado de aquella presencia. Un presentimiento de que se trataba de mi hermana estaba más vivo que nunca, además de mis sentimientos humanos, también estaban los de guerrero. Camine un tramo más largo, a cada paso se sentía fuerte el cosmos de atena, pero entonces estando cerca, también se podría sentir un cosmos, el cual no tenía idea de quien se trataba, camine por las sendas de los bosques un rato más, hasta entonces veía por fin a dos personas, una mujer y un hombre, a lado sus caballos, sin duda se trataban de romanos.
Trate de perderme mas entre las grandes cortezas de los arboles, sin que me pudieran detectar, la capa aun cubria mi cuerpo y mi cara, mire unos cuantos segundos, los dos hablaban, pero a esa distancia no podía escuchar lo que decían, solo ver sus labios. Pasaron segundos, hasta que al reconocer la voz por parte de la mujer, me di cuenta que se trataba de ella, a la mujer que siempre había querido y respetado, esa mujer del cual le debía toda mi existencia, por ser ella la que me había cuidado por varios años. Mi corazón latía a mil por hora, tan cerca de ella, un abrazo quizás debería de darle, un beso, todo había sido tan rápido, que ahora solo estaba ahí pasmado al ver las reacciones de aquella conversación.
La veía perdida en sus pensamientos, ¿Qué había pasado? Aquel hombre le había hecho algo malo, o pronunciado las peores palabras, no podía soportarlo más, aquel se andaba aprovechando del amor de mi hermana, ella siempre había sido la mejor, e incluso demostraba su amor por toda la familia. Camine un poco más para estar a su lado, las plantas se movían con el viento de la noche, los últimos rayos del sol estaban siendo opacados por la presencia de la luna. Movía con fuerza la capa, miraba fijamente al tipo mientras me iba acercando mas y mas, no me importara si se tratara del hijo del césar o incluso algún general, nadie haría llorar más de lo debido a mi hermana.
Sophia, dije mientras me desprendía de la capa que me había servido para proteger mi identidad, ¿qué ha pasado hermana?, porque estas triste, que te ha dicho ese hombre, porque has perdido la sonrisa que siempre me has brindado, quizás mi visita no sea adecuada ahora pero… no hable mucho, tan solo quería saber la verdad, pero quizás sería muy difícil de contarlo.
Le tome la mano, para ayudarla, tal vez en esos momentos se sentiría débil, pero ahí estaría para ella, para protegerla y quererla. Una luz morada se hacía presente iluminando aquel desértico paraje, lentamente me di dando la vuelta solo para ver, que aquel ser, no era del todo humano una voz sobrenatural emanaba de ese cuerpo, y con su mano izquierda manipulaba una bola de energía que era lanzada hacia Sophia.
Sophia, despierta, no dejes que esta situación te afecte, vamos, tenemos que ir a casa… no había respuesta… Vamos, Sophia… La esfera de poder seguía avanzando más y mas, deje por un momento a mi hermana, que aun estaba hundida entre sus sentimientos, y me puse de frente, mirando a aquel hombre, tenía que defenderla por mucho que me llevara la vida. Eleve mi cosmos, una capa blanquecina comenzó a cubrir el ambiente, y el ambiente comenzó a descender la temperatura, era mi primera aparición como tal frente a Sophia.
No dejare que lastimes a tu antojo a mi hermana, sea quien seas te detendré… Dije mientras veía como seguía avanzando la esfera, cruce los brazos enfrente de mí, en forma de una equis, no llevaba conmigo mi armadura, por ello no podría usar todo mi poder contra aquello. La bola impactó de lleno contra mi cuerpo mortal, haciendo que mis ropajes que cubrían mi pecho salieran volando por el mismo impacto. Poco a poco, el poder carcomía lentamente la piel de mis brazos, quemándolos ligeramente, comenzaban a arder, formando llagas.
¡¡¡AAGGGHHH, SOPHIA DESPIERTA!!!. No podía contener mas, el poder era más fuerte de lo que había pensado, mis pies iban derrapándose contra el suelo hacia atrás, sin poder controlarme. Hasta el final, que todo el ataque consumió ligeramente mi cuerpo, lanzándome varios metros hacia atrás de mi hermana. Había provocado heridas sobre mi piel, ese no era un poder cualquiera, era la de un dios, había casi desecho todo mi cuerpo, y ahora brotaba de mi, el liquido carmesí que comenzaba a perderse entre el suelo, dejando un pequeño lago, donde se postraba mi cuerpo. Miraba el cielo, las estrellas estaban apareciendo de poco en poco, no había sido lo suficientemente fuerte como para proteger a mi propia hermana, ¿todos tenían la razón en decirme débil?... ¿Qué pasaría?, no podía moverme mucho, quizás serian los últimos momentos de mi vida….Pero al menos disfrute de ver, a mi hermana querida….
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Mensaje por Vergilius Sáb Abr 02, 2011 8:01 pm

Mientras la onda de energía demoledora se aglomeraba en su mano y en ella contenía todo su odio y frustración hacia la impertinente mujer, que con el mero hecho de vivir lo molestaba de manera indescriptible, un cosmos diminuto que apenas sintió por lo poca cosa que era había servido de escudo para frenar el violento impacto que estaba destinado a demoler las ruinas que quedaban de Sophia. Las palabras empleadas por Hades pero que habían salido de la boca de su amado Vergilius habían acabado con aquella chica, por lo que la devastadora energía no tenía un verdadero propósito al estar la fémina en sus últimas de vida. No había provocado ninguna herida física en su endeble cuerpo de niña, sin embargo con las palabras entonadas con rencor pudo despedazar el alma inocente de la joven.

Al pelinegro le importaba muy poco lo que fuera de Sophia, pues sentía que lo había estado engañando y entonces se preguntó si todo lo vivido con la pelirroja había sido una mentira, algo creado por Athena para evitar que el Dios de la muerte volviera al mundo y trajera la destrucción. Entonces todas las experiencias que guardaba con amor no fueron más que una mentira, algo diseñado por la Diosa para retenerlo como a una bestia. Y si Sophia en verdad nunca lo amo y esa actuación de mujer acabada no era más que otra mentira. Ya no sabía qué creer o en qué pensar.

La voz desconocida seguía resonando en su cabeza como campana, estresándolo más y evitando que pudiera pensar en algo diferente a la traición. Lo hubiera esperado de cualquiera pero jamás de Sophia. Siempre creyó que ella lo amaba del mismo modo en el que él lo hacía pero, la evidencia plantada por Hades y Pandora no mentía, incluso había visto pruebas en su cabeza, esas imágenes aterradoras del pasado, como fantasmas acosándolo y suplicando que despertara como el Rey del Inframundo.

El rostro de Vergilius se ensombreció mientras miraba al pequeño caballero que despedía un cosmos helado y que con los rayos perlados que emitía su pequeño cuerpo lo enceguecía. No le importaba que fuera Gelum, Fye, o alguien más, sólo quería destruirlo por meterse en algo que no le concernía para nada.

-¿Qué es lo que quieres aquí despreciable rata? Si has venido a salvar a esa chiquilla llegaste tarde… porque de aquí ninguno de los dos saldrá con vida. Nadie me ve la cara de idiota y se sale con la suya, nadie.-

Un cosmos de color oscuro como la noche comenzó a rodear el cuerpo del joven Vergilius y a su alrededor una lúgubres demonios que aportaban un toque macabro apretaban los brazos de su señor. Sus caras llenas de dolor y sus voces distorsionadas invadían los sentidos de Vergilius.

Una vorágine de energía oscura se conformó a los pies del pelinegro y de ésta salía una armadura de oscuros colores, hecha con los materiales más resistentes del Inframundo y que iba cubierta por un resplandor morado. El brillo purpúreo se reflejó en los ojos oscuros de Vergilius mientras se acercaba a él, levitando con un paso pausado, como si estuviera rechazando al joven.

-Llévame contigo a Heinstein.-

Susurró con sus ojos perdidos en el reflejo metálico de la armadura, ordenándole que lo empujara a las ruinas de Heinstein, el lugar en el que conocería a la “voz”. Los demonios que no se alejaban del pelinegro lo elevaron hacia arriba mientras él se quedaba quieto y con los ojos cerrados, como un muerto. Pero antes de emprender el viaje a las ruinas quería deshacerse de ese par de idiotas, de la sabandija mentirosa y el enano que se atrevía a protegerla con su vida. Concentrando una pequeña esferita en la punta de su dedo apunto a Gelum y a Sophia desde su posición en el cielo. -¡Fuera de mi vista!- dijo, invocando un rayo mortal que fue dirigido hacia la chica y el peliblanco Su piel se había vuelto de tacto frío, y en un instante su cuerpo y la armadura desaparecieron en el aire, hacia Heinstein… aunque algo de le decía que ese no era el lugar en el que iba a aterrizar precisamente.


[Cambio de escena]
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Mensaje por Edward Dom Abr 03, 2011 3:02 pm

Hay un momento en la vida de un hombre, en el cual tiene que volver a sus raices, a lo que una vez fue, a sus ideales y creencias, a lo que desde el momento de su nacimiento.. o mucho antes tenia destinado a hacer en esta vida. La vida no era mas la busca de ese camino que todos teniamos marcados. Pero para algunos elegidos, el destino es una gran peso que debian cargar sobres sus hombres, pero cuando sean conscientes de su mision, no deben desfallecer, no deben rendirse, no deben mirar atras. Deben levantarse cada vez que caigan, deben afrontarlo con valor, deben estar orgullosos de lo que son. Habia llegado... el momento de Edward. El momento en que encontrara al fin su camino, el momento en el cual las nubes se disiparan de su vista y de su mente, el momento de encontrar a la persona por la cual habia sido elegido en esta vida como un humano por encima de los demas, pero eso no es un privilegio, es un deber. Un deber.. como protector de Athena.

Un rayo mortal, definitivo, se dirigia hacia la joven Sophia y su pequeño hermano que habia intentando aguantar el ataque del ya despertado Hades. Ni el chico peliblanco podria parar ese segundo ataque en su actual estado, ni tampoco la confundida Sophia moveria un dedo por salvar su vida a la cual ya no daba importancia, ese.. era el final la humanidad, era el final de todos los sentimientos hermosos que recorren este mundo, el final del amor, un amor que se habia roto cuando la relacion de Vergilius y Sophia habia terminado, la muerte de Athena, se acercaba.

Pero... hay algo que nunca morira, y es la esperanza, esa en la cual ni la propia Athena creia en ese momento. Nada podra romper esa esperanza.....

El impacto era inminente, el rayo golpeo y una gran onda expansiva levanto la tierra y el polvo, la explosion habia sido tremenda. Pero para cuando Sophia se pudiera dar cuenta, ella entenderia que el rayo no habia impactado ni en ella ni en su hermano. Unas plumas blancas pasaron flotando levemente al lado de Sophia. ¿Una ilusion quizas? ¿Un sueño? ¿O la realidad? Quizas esas plumas podrian simbolizar la esperanza de vivir...

Un hombre se encontraba delante de ellos, reteniendo con sus brazos y con sus manos extendidas el ataque que deberia haberlos matados. No se podia ver bien de quien se trataba ya que el ataque hacia que por culpa de la luz que emitia solo se viera la silueta de un hombre, alto, con cabellera larga y una cinta en su cabeza que ondeba.


Yo no... yo no....

Muchas cosas llegaban a la mente de ese valiente que arriesgaba su vida tanto por la chica como por el chico herido. Recuerdos algo confusos de otra vida, imagenes que se sucedian una y otra vez, de Athena y sus caballeros, riendo y luchando juntos. El recuerdo de un hombre de alas doradas.. y de una mujer que representaba el amor en este planeta.

¡¡¡¡NO VOY A PERMITIR QUE MUERA LA ESPERANZA EN ESTE MUNDO!!!!

Un grito de confianza salio de los labios de ese hombre, su fuerza parecio multiplicarse de manera inimaginable, no parecia posible que un hombre pudiera adquirir tal poder, solo por querer proteger algo que desea salvar desde lo mas proundo de su corazon, pero asi es la humanidad... sus sentimientos pueden hacerle conseguir cualquier cosa. Y Athena.. protegia esos ideales, sacrificando su divinidad al ser humana.

El hombre repelio el ataque en direccion al cielo, y en ese infinito espacio estallo. El muchacho era Edward, que miraba al cielo mientras respiraba agitadamente, observaba como desaparecia el ataque de aquella persona que no habia podido ver por que se habia marchado antes. Solto un pequeño quegido para el, y se llevo la mano a su costado, tenia algunas costillas rotas, era increible como ese ataque, y aunque Edward habia usado todo su poder, le habia roto algunos huesos, pero no era momento para sentirse debil delante de esa mujer.


¿Te encuentras bien?

Dije girando solo mi cabeza, con la suave brisa del viento ahora mas tranquila recorriendo nuestros cuerpos. Era una chica pelliroja.. de pequeña estatura.. y con un rostro lleno de tristeza. Ella.. era Athena... En mis brillantes ojos se reflejaba el cuerpo de la chica, tanto tiempo buscandola, y ahi estaba... Me gire completamente y comence a andar hacia ella, pero la pase de largo para llegar hasta donde se encontraba el chico peliblanco, habia protegido bien a Athena, aun siendo tan joven.

Luchaste bien amigo... debes estar orgulloso.

Me agache y lo cogi con mis brazos levantandolo, estaba muy mal herido pero no muerto. No moriria por algo asi. Me lo lleve al lado de Athena y lo coloque a su lado para que viera que estaba vivo. Dejandolo a nuestro lado, coloque una pierna en tierra, para estar a la altura de la pelirroja.

Tus ojos muestran tristeza, no es tipico.. de alguien como tu.

No recordaba aun mi pasado, pero si sabia a la perfeccion como eran los sentimientos que desprendian Athena, siempre llenos de felicidad, amor y esperanza. Y mas aun, cuando en esas dos personas, existian unos lazos irrompibles.

Al fin te encontre.

Tenia muchas cosas que decirle, pero no era el momento, decirle que era una diosa y todo lo que este mundo dependia de ella, seria demasiado duro en ese momento de tristeza para ella. Solo me quedaba estar a su lado, y reconfortar su corazon maltrecho

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Mensaje por Samantha Dom Abr 03, 2011 3:49 pm

De repente en aquel cuadro de ejecución un aire rioplatense se comenzó a arremolinar en uno costado del sendero. Abruptamente la vida silvestre se marchitó dispersando así entre el céfiro alocado un hediondo olor a muerte y putrefacción. Rápidamente el lugar se congelaba, generando el cristalizar de los alrededores. De la nada unos cuantos fogonazos de luces añiles inundaron el medio exponiendo la silueta ostentosa de una mujer. Lánguidamente se apagó dicha irradiación sin dejar vestigio del cual elogiar. El aire corrió hacia el oeste y con ello una bruma espesa y grisácea comenzó a emanar de entre los árboles.

Una agitada respiración resonaba y explayaba por entre la nube grisácea, la cual tras otro soplo de viento abatía con dicha cortina dejando expuesto el rostro y parte del cuerpo de Samantha, la reencarnación de la Discordia y el Caos. Sus ojos permanecían cerrados dando un ligero aire de tranquilidad, pero al abrirlos y divisar aquella escena fatal la mujer soltó un rayo carmín que causaba el inundar de la tierra que se mantenía inerte por debajo de sus pies.
Caminando rápidamente al lugar, Eris soltaba sus objetos de guerra y se abatía al suelo hincada, posando sus manos y aferrando el poco pasto avivado, esta susurraba con tonos melancólicos:

-¿Pero que diablos paso? Demasiado tarde es, mirad como están ambos uno lastimado y la otra desconsolada ¿Quién fue el maldito perro que generó esto?

Lentamente a gatas se acercaba donde Gelum y Sophia yacían tendidos a la custodia de un total extraño, que tal parecía había sido el defensor de una muerte nunca deseada. Tomando entre sus manos el rostro de Sophia y jalándola hacia su cuerpo para surcarla en un abrazo cálido, la mujer le susurraba:

-¿Pero que te paso mi querida prima? ¿Dónde está esa sonrisa con la que siempre me animabas cundo de niña me caía? ¿Dónde está mi Sophia? ¿Quién me la ha quitado? (susurraba constantemente mientras su rostro era inundado con sentimientos de dolor y frustración) Sophia…

Eris besaba la nuca de la mujer pelirroja y así la recostaba sobre sus piernas para poder atender también a su pequeño primo Gelum, quien se mantenía gravemente herido, posando sus manos sobre el pecho de este, la Diosa reencarnada cerraba los ojos y musitaba:

-Por gracia del tiempo aún vivo estás y tus heridas son fáciles de curar querido primo, así que déjame ser quien te salve del abismo…

Elevando su cosmos la mujer inyectaba una nova de energía traslucida en el pecho del jovenzuelo limpiando así todo rastro de daño adquirido por defender a su hermana querida. Al mismo tiempo la Diosa lo hacia dormir para que este descansara y olvidara el rostro del Dios que le estaba proporcionando ayuda, era un poco deshonroso para Samantha que su familia viera en que se había convertido.

Suspirando y bajando el rostro la mujer posaba el brazo izquierdo por debajo de la cadera de Sophia mientras que el izquierdo surcaba la espalda para así con su mano sujetar su hombre, sin tanto esfuerzo la mujer de cortos cabellos color plata se levantó cargando así a su desdichada prima, al mismo tiempo provocaba que recargara su cabeza en su pecho semidesnudo. Seria la reencarnación de Eris dio unos cuantos pasos hacia el frente donde aquel joven extraño y mal herido permanecía hincado ensombrecido por lo que estaba pasando, tragando saliva y posando la mirada en la faz de Sophia… Eris exclamó:

-Por eras la antipatía entre Athena y Eris ha prevalecido, al igual que con sus soldados, sin embargo mi prima esta primero y por esta vez con humildad agradezco que hayas acudido a su rescate como también con mi primo… ambos sabemos que frente a nuestros ojos una Diosa esta pero esta noche nadie lo mencionara… tus heridas se curaran tras tocar mi armadura joven guerrero no desperdicies el tiempo y tocarla…

Dicho eso Samantha se acercó aun más, su mirada seguía clavada observando la fisionomía de aquella que amaba como prima. Cerrando sus ojos esta exclamó con tonos de rabia:

-Juro que Hades lo pagara caro… ese maldito cerdo ha provocado a un demonio sediento de venganza… aquel insignificante Dios morirá en mis manos… ¿Cómo se atrevió a lastimar a Sophia? ¿Cómo? Imperdonable…

Farfullaba con gran odio, sin embargo la dama acalló al ver como seguía despierta Sophia un poco alterada por lo que pasaba, por lo tanto la diosa Eris surcó una tierna sonrisa y dijo:

-Todo saldrá bien… yo cuidare de Gelum (colocando sus labios resecos sobre la frente lisa de Sophia y soltando una ligera nova cósmica generaba que aquella mujer cayera en un sueño pesando para que así no siguiera atormentándose por lo que en esos momentos se vivía) Tú extraño hombre generoso, te debo la vida de dos seres queridos y muy amados para mi… ¿Cómo puedo pagártelo? No con sólo curar tus heridas y jurar que ella estará bien a mi lado vasta para pagar tu honrada acción ¿que más puede hacer esta humilde Diosa? Decírmelo por favor y no niegues mi acción.


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Mensaje por Sophia Dom Abr 03, 2011 6:18 pm

Sus manos temblaban y su visión se volvió completamente vidriosa cuando vio el cuerpo de Gelum inconciente y herido a sus pies. El eco del último llamado latía en su pecho, pero el dolor, ese indescriptible dolor era aun más fuerte que cualquier palabra. Y sólo se acrecentaba ahora que veía a una de las personas más amadas en su vida en esa condición. Gelum, era familia, era mucho más importante para ella que Vergilius. A Vergilius lo amaba como un hombre, pero el amor de la sangre entre ella y Gelum era mucho más poderoso.

Ahogó un suspiro aterrorizada, mientras sus labios tiritaban y sus mejillas se llenaban de lágrimas silenciosas. Tapó su boca para no gritar, para no dejar salir el horror que estaba sintiendo su pecho al ver a su pequeño hermano en esa condición. El dolor era indescriptible… era mucho más fuerte de lo que Vergilius le había causado, pues uno era el dolor de la desilusión, el otro, era el dolor de la perdida tal vez para siempre, de un hermano. Eran similares en intensidad pero uno se sobreponía al otro, el amor por su hermano, el dolor por verlo lastimado.

Sophia observaba su cuerpo, sin poder moverse, sin tener la fuerza para poder salir de ese estado de impacto en que se encontraba. Pero finalmente murmuró lo que estaba en su pecho…

- Por favor no te mueras… por favor… no ahora…

Sus mejillas se sonrosaban, estaba experimentando una agonía que llegaba a ser física, viendo que al joven que había prácticamente criado se le escapaba la vida. El único ser que había compartido constantemente su soledad y la había hecho sonreír, persiguiéndola por considerarla lo más cercano que tenía a una madre.

- ¿Cómo pudiste Vergilius? – Le preguntó con su voz ahogada. No tenía si quiera fuerza para hablar. Su corazón le dolía, al punto que necesitó tomarse el pecho y apretárselo con su mano derecha mientras buscaba aire. No sabía si era Vergilius quien de alguna forma la estaba ahogando o era la tristeza desbordándose de su cuerpo. Su mirada se perdía en Gelum, dándole la espalda a Vergilius. Por el momento, su drama personal con él no le interesaba, quería llegar al lado de alguien que la amaba incondicionalmente, por ser su hermana, un amor mucho más puro y perfecto que el que se puede generar entre dos amantes. Era por ende, mucho más fuerte lo que sentía por ver a su hermano cubierto en sangre, que lo que sentía por ver a Vergilius cubierto en oscuridad. Si su primo la rechazaba de esa forma, obviamente la destrozaba, pero ver a Gelum cubierto en sangre, era el mismo dolor que siente una madre al perder un hijo, algo indescriptible y muy superior al dolor de un corazón roto por el amor pasional.

Sintió que Vergilius decía algo pero no entendió nada. El dolor la tenía completamente ajena a la realidad. Sólo pudo observar una gran luz brillante que se acercaba a ella… pero no se movió. Se quedo ahí, frente a Gelum que estaba algunos metros más atrás, y espero que aquella luz los destruyera a ambos. Si su hermano iba a morir, prefería hacerlo con él. No tenía ninguna esperanza para si misma ni una razón para estar ahí si la alejaban de su querido pequeñito y además, de quien había sido hasta ahora el amor de su vida, con quien soñaba en un futuro juntos.

Y fue justo antes de que abandonara completamente la esperanza por vivir en esa tierra llena de tristeza y dolores, cuando una pluma blanca volvió a rozarle el rostro. ¿Nuevamente aparecían lechuzas o quizás ahora si eran los Ángeles que venían por ella? Cerró los ojos y sonrió, esperando su final. Si lo que decía el carpintero de belén en sus escritos era cierto, Gelum y ella podían vivir felizmente en el reino de dios.

Pero… esto no ocurrió.

Sorprendida abrió los ojos, algo mareada y cansada, y pudo observar algo que la dejo helada, una silueta frente a ella la defendía de aquella energía que tenía como sólo propósito hacerla desaparecer de la tierra. Ese hombre… su presencia resultaba bastante confortante por algún motivo, y Sophia sintió que no era la primera vez que vivía algo así, como si todo eso fuera el inicio de un nuevo ciclo que venía experimentando una y otra vez desde los inicios del tiempo, y ver esa cabellera castaña y aquella cinta roja flotar en el viento… le traía un increíble sentimiento de nostalgia por algo que no podía recordar, algo perdido en lo más profundo de su corazón y sus memorias… la imagen de un árbol de cerezo y un antiguo lugar lleno de pilares caídos.

Pero aun así, Sophia no reaccionaba. Miraba un tanto ida lo que estaba pasando como si se encontrara en medio de un sueño del que quería despertar lo más rápido posible.

E increíblemente, el hombre pudo detener aquella luz que emanaba tanta fuerza y ésta se perdió hacia el cielo. Sophia lo miró asombrada, aun llorando, pero sintiendo más que nada curiosidad que dolor… curiosidad de que hacía él ahí en ese lugar, porque había intercedido para salvarla y de paso proteger a su hermano.

Cuando le preguntó si se encontraba bien intentó hablar, pero para su sorpresa no habían palabras. No salían palabras de su boca, tal vez por el dolor, tal vez por la impresión. Sólo asintió, por que no quería que ese extraño se preocupara por ella, no quería además de todo convertirse en una carga para alguien que no tenía ninguna obligación con ella. Pero si pudo distinguir perfectamente su latín, por lo que entendió que ese sujeto era sin duda Romano. Sí era Romano, tal vez podría ayudarla, no a ella, sino a Gelum. Moviendo su rostro, le pidió que se enfocara en su hermano, y lo apuntó con su mano temblorosa y lágrimas cayendo una tras otra.

El hombre tomó a Gelum en sus brazos luego de dedicarle algunas palabras y lo acercó a Sophia. La chica deseaba abrazarlo, decirle que todo estaría bien, que ella estaba ahí para él y que no estaba solo… pero no pudo. Sólo se quedó mirándolo ahogada en su propio dolor con las manos temblando aun, sin poder alcanzarlo.

Escuchó que el hombre se dirigía a ella, de una forma extraña, como si la conociera. Sophia bajó el rostro aun más. No deseaba que nadie viera la tristeza que estaba experimentando en ese momento… Sólo quería estar ahí, con Gelum, sin moverse, sin hablar, sin hacer absolutamente nada excepto esperar que el tiempo la borrara de la faz de la tierra.

Y de pronto, sintió algo raro. Alguien la abrazaba… y la voz de ese alguien, era la de Samantha. Sophia ni si quiera pensó que podría haber estado haciendo ella ahí. No tenía mente en ese momento como para estar buscando respuesta o hacer las preguntas adecuadas. Sólo se limitó a abrazar a su prima y llorar fuertemente contra su pecho.

Lo demás fue oscuridad, pues cuando cerró los ojos ya no los quiso volver a abrir. No quiso volver a escuchar… su mente la alejó del mundo y la dejó en un estado de apatía completo, en que Sophia parecía estar mas muerta que viva. Su alma había sido sellada por la tristeza.

Y luego de eso, un beso llegó a ella… de Samantha seguramente… y no recordó nada más. Su cuerpo cayó victima del cansancio emocional y se dejó estar en un mundo de oscuridad sin sueños ni esperanza en el cual, su alma vagaría tal vez permanentemente.

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Mensaje por Gelum Dom Abr 03, 2011 9:01 pm

Mi cuerpo descansaba ya sobre el piso, trataba de mover mis musculos, viendo a ver que pasaba, no escuchaba nada mas, hasta que una explosion se hizo presente, chocaba el pdoer de hades, contra un nuevo contricante, chillidos salian de su boca, para luego hablarme a mi, al parecer me daba las gracias o me reconocia el esfuerzo que habia hecho en favor de mi hermana, quizas era el guerrero dorado que tambien protegia a la diosa atena.

Grssss, trataba de poder hablar, al menos voltearme queria ver que todo estuviera bien, lentamente comenze a ladear mi cabeza hacia un lado, para verla mejor, un guerrero estaba ahora viendola, no sabia quien era, pero le daria gracias si pudiese hablar, respire aliviado de ver que por fin estaba libre de cualquier ataque, y el cosmos de aquel dios no se sentia por ahi.

Sophia... trataba de enlazar palabra, mi cuerpo lastimado, los huesos estaban un poco rostos y mi sangre no dejaba de correr y de regarse por los suelos, ademas de que comenzaba a cubrir mi traquea y evitaba que pudiese decir palabra, vomite un poco de sangre, me sentia un poco aliviado, y con ello pude decir un poco mas... me alegra que estes bien.... la debilidad se hacia presente en mi cuerpo, no podia moverlo, y por ello, el cansancio empezaba a hacerse presente, cerre ligeramente los ojos, mientras una mujer tomaba entre manos a mi hermana, y sin decir mas, cerre los ojos, tenia que descanzar un poco....No te preocupes, estoy bienn, susurre antes de caer completamente dormido mientras sentia ligeramente un calor humano rodeandome.
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Mensaje por Edward Mar Abr 05, 2011 10:50 am

La reencarnacion de la diosa mas bondadosa de todas me afirmaba con la cabeza a mi pregunta si se encontraba bien. Su cuerpo era verdad que no mostraba ninguna herida o rasguño, quizas algunos muy leves. Pero.. la herida estaba dentro de ella. Su tristeza era tanta que no podia no alzar la voz para hablarme, solo queria que nos preocuparamos por el otro chico, aquel de pelo blanco que habia recogido y colocado a nuestro lado.

Aunque yo habia sido uno de los generales con mas tiempo al servicio de Roma, no conocia a la pequeña Sophia ni tampoco a su hermano Gelum. Aun siendo sobrinos del emperador, pues ellos nunca salian de la villa donde vivian casi encerrados. Por eso no conocia sus rostros ni nada sobre ellos. Asi que desde que vi a esa chica de pelo rojo para mi fue como ver a Athena, no como a una persona de la alta burguesia romana.

Las lagrimas no dejaban de salir de los ojos esmeraldas de ellas, y hablar con ella.. en ese momento era imposible, para ella solo existia su hermano, que soltaba unas pocas palabras antes de caer insconciente a nuestro lado.

De pronto, senti un energia diferente entrar a donde nosotros estamos, era una mujer de cabellos muy cortos, de color plateado y una figura bastante atractiva. Se acerco hasta Athena para abrazarla y consolarla, entonces ella si se lanzo a sus brazos para llorar en su regazo, al parecer era alguien conocida por ella.


Asi esta bien por el momento...

Cerre los ojos y me levante de mi postura de maximo respeto, era mejor que por el momento estuviera con alguien que podia darle consuelo a un desconocido como yo, aunque no me sentia tan desconocido delante de ella. Un ultimo llego hasta la frente de la pelirroja y fue en ese momento cuando tambien cayo insconciente, pero no por las heridas, sino por la depresion que sentia. Su corazon.. su alma.. habian sufrido demasiado daño, un daño tan grande que le haria no querer volver a despertar, su corazon.. tenia que ser reconfortado para que volviera a ver la luz.

La mujer que llego se dirigio hacia mi, sosteniendo a Sophia. Me agradecia todo lo que habia hecho, pero yo negaba con mi cabeza, solo habia hecho lo que debia. Con mucha amabilidad me decia que tocara su armadura que portaba para curar mis heridas. De verdad se notaba que estaba muy agradecida por salvar a Athena.


Se lo agradezco, pero no es necesario, estas heridas deberan curarse solas para que me recuerden que debo hacerme mas fuerte.

Aun me dolia las costillas por sostener ese gran poder, y las manos me ardian, incluso las vendas que tenia en mis manos ya no estaban, habia sido quemadas. Lo que si me pidio si podia hacer algo mas por mi como agradecimiento, en eso si quise decirle algo muy importante.

Cuide de ella, denle amor y cariño, ella es lo que mas necesita en este momento, si quieren que despierte.. cuiden de ella. Yo siempre estare cerca de ella.
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Mensaje por Samantha Mar Abr 05, 2011 6:15 pm

Samantha cayada despegó su mirada que la tenía fija en Sophia para así poner atención en aquel guerrero ateniense aún no proclamado cómo tal. Se negaba a ser curado por parte de la agradecida Eris, quien sería bajó su rostro y acalló su deseo de refutarle tal estupidez. Aquella confirmaba que cierto era que el orgullo de un guerrero mayor que su razón, por lo tanto después de meditarlo le sonrió respetando con humildad su decisión.

Las lágrimas amargas de Sophia se impregnaban en la piel del pecho de Samantha deslizándose y dejando un cálido sendero en su tez. La Diosa suspiró y con la cabeza asintió cundo el joven desconocido pidió su recompensa: la cual era proteger a esa mujer por lo más se quisiera y que le despertaran dando así un mundo de amor y esperanza. Escuchado eso la mujer dijo mientras le daba la espalda, caminado hacia donde Gelum permanecía inconsciente:

-De eso no te preocupes hombre… presente en mi mente está que tengo que proteger a esta niña a como de lugar… amor y esperanza no es lo mío soy una Diosa tachada como mala, sin embargo por mi prima hare una excepción. Te aviso que la tendré en custodia en mi palacio haya en las ruinas de la Discordia en Grecia… Tú sabrás como estar en contacto… pero te juro que tratare que le regrese la esperanza para que despierte… nuestra rivalidad como diosas no será cortada por culpa de hades… ajajajaja… al final de cuenta las mañas preceden…

Dicho eso elevó su cosmos haciendo que sus objetos bélicos: El tridente y la manzana levitaran y tras alzar su mano diestra lanzó una nova cósmica, abriendo un portal de espacio y tiempo que succionaba atronadoramente sus reliquias. Siguiendo caminando y posándose a un lado del inconsciente Gelum la dama suspiró y con ello una vez más se dirigió al extraño salvador:

-Joven recuerda esto: Eris eternamente está agradecida con cumplir con tu deber cómo guardián de Athena, a futuro espero volverte a ver y anhelo que sea cuando te entregue reanimada a esta niña Sophia… mi prima.

Dicho eso la dama recargó su frente en la nuca de la pelirroja para tan sólo murmurar:

-Sophia, juro que hare lo que tenga que ser necesario para traerte de vuelta la esperanza y el amor a tu cuerpo… no me hagas esto Athena no cortes nuestra rivalidad por culpa de un hombre… no me niegues la oportunidad… te lo suplica Eris y Samantha te ruega que regreses por favor… prima.

Suspirando la dama elevaba su cosmos de una sobremanera, encapsulando con mero cosmos un perímetro de aproximadamente tres metros. Surcando con dicha cúpula traslucida al joven inconsciente y a las damas. La mujer alzando su rostro y viendo el cielo estrellado, género que una tormenta de polvo les cubriera por completo desapareciendo sus fisonomías del frente al extraño, dejando tan sólo un aroma a orquídeas típico de aquella Diosa y una última frase:

-¡Gracias!


OFF: Me llevo a Gelum y a Sophia con Fye n.n como me ordeno la señorita n.n
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