Volviendo a Roma.

Era curioso ver que después de caminar algunos días, ni siquiera habíamos logrado encontrar a una sola persona viva que tuviera la mínima noción de donde se demonios se encontraba Roma.

En la primera villa a la que habíamos ido a parar solo había ancianos tosedores, cuyas gargantas parecían irse destrozando con cada arcada que los poseían. Lo único bueno era la comida y que habíamos podido reabastecernos sin muchas complicaciones; y a pesar de que todos eran unos viejitos temblorosos, el recibimiento había sido de lo más amable. En la segunda villa nos habían recibido un enorme grupo de mujeres cuyos soldados se habían unido bien a la milicia Romana o a grupos de revolución que se oponían al régimen del Emperador…y aún así ni tenían la más mínima idea de donde diablos es que se ubicaba la vasta Capital donde se suponía que vivía aquel tipo (que de paso debía tener una bóveda llena de montañas de oro, plata, copas, espadas, armaduras, rubíes, zafiros, esmeraldas o cualquier otra cosa lo suficientemente valiosa que un gobernante de tal calibre fuera capaz de obtener después de robar, matar y vejar a otras naciones enteras en cuestión de meses…), dejando aquello de lado, tan solo nos reabastecimos y continuamos con la búsqueda de alguna alma virtuosa que nos señalara el camino. En la tercera villa no tuvimos tanto éxito…

A pesar de que era pequeña y algo tenebrosa, ubicada cerca de la costa (y ni teníamos la más mínima idea de cómo habíamos ido a parar al límite con el mar…en especial porque eran unas playas extensas y de arenas algo apelmazadas), un viejo pastor había accedido a darnos alojamiento y a interceder por nosotros para conseguir las reservas que necesitábamos una vez saliéramos del lugar. Antes de poder largarnos, un pequeño grupo de bandidos había decidido atacar el sitio…menuda suerte. Con un poco de esfuerzo el grupo se había rendido para huir con la cola entre las patas…pero como no todo era color de rosa, mis hombres se habían visto reducidos en unos…eh, diez? once? Algún número cercano a aquel.

Fuera como fuera, todavía andábamos perdiendo el tiempo sin lograr hallar a alguien quien supiera colarse en Roma.