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Mensaje por Noah Sáb Feb 19, 2011 3:14 am

El día ya estaba demasiado agotado, venía su declive para anunciar la llegada del manto oscuro y frío de la noche. Un reducido grupo de jinetes llegaba ante las puertas reforzadas de madera del destacamento romano. Baluarte de una cultura esplendorosa y de intenciones ambiguas para el mundo de su época. Hasta este sitio apartado del imperio un puñado de romanos mantenía su posición apoyados por una civilización sin escrúpulos, vendidos al mejor postor. Esta era la nueva legión que el general Noah tomaría, la maltrecha tropa asignada ante unos tiempos violentos, crudos y bélicos.

Le habían informado poco, pero lo necesario para darse cuenta de lo que le esperaba tras esas puertas que ante el lento y perezoso movimiento resonaba sus goznes congelados como un lastimero lamento, el llanto a sus uniones castigadas por las inclemencias de los malos tiempos. El centinela apostado en la torre de guardia miraba con interés aquel que encabezaba la escueta columna, trataba de descifrar la conducta y la personalidad de aquel general. Distinguirlo no era tan complicado, cada legionario podía identificar las variantes en los uniformes romanos, mas en los yelmos coronados con esa crin rojiza sobre ellos, pero este general vestía un atuendo demasiado distinto, era raro en cierto punto como las facciones juveniles de su rostro mortecino.

Parecía poco habitual conocer generales de ese tipo, ¿pero quién era él para juzgarlo?, ¿cómo podría permitirse el lujo de discernir entre lo que era correcto y lo que era malo? Mas ahora que ante sus ojos había visto la reincorporación de sus aliados, de seres a los que había combatido desde su llegada y que ahora cambiaban de bando por una suma cuantiosa de oro. Lo que le daba cierta resignación era con saber que el nuevo comandante era romano y no un bárbaro, apelativo que usaban sus compatriotas para referirse a los que no comulgaban con las costumbres de una civilización como la romana.

Desmenuzó sus cavilaciones cuando las puertas quedaban abiertas completamente y el recién llegado desaparecía de su rango de visión. Ya habría tiempo para saber de él pero por lo pronto su función en aquella posición elevada, expuesto a los cuatro vientos era otear el horizonte a la espera de la más mínima señal de problemas, aquella que debería notificar de inmediato para tomar las armas y hacer sonar el clarín de guerra. Maldecía al centurión de su unidad por haberle elegido para esta tarea en estas horas, las cuales se volverían más frías e implacables. Le consolaba al menos saber que otros de sus compañeros hacían la misma función en las distintas torres situadas a los otros puntos cardinales.

Noah por fin, luego de unos días de travesía y de una pequeña lucha en las inmediaciones hacía arribo en lo que sería su emplazamiento, todo con el fin de mantener la presencia romana en una Germania que mostraba una reacia voluntad por no dejarse vencer. Desde un tiempo para acá parecía el encargado de arreglar toda la mierda que estaba mal, eso era lo que pensaba cada vez que le asignaban misiones que parecían complicadas, salvo que esta vez al menos, lo metían en el escenario de una angustiosa defensa y eso por donde quiera que se le mirara lo ponía en su entorno, al estilo de vida que prefería.

Los sonidos imperantes de la legión le infundían aquel sentimiento de sentirse como en su hogar. El golpe metálico del martillo incidiendo sobre la espada y el yunque, el sonido de las alcayatas siendo clavadas en el suelo cristalizado por el hielo, los ligeros murmullos de los hombres, todo eso y un sin fin de sonidos que el combatiente veterano conocía, le daban un indicativo de que al menos las cosas no estarían tan desanimadas. Pero aún era pronto para relajarse, no había entrado en batalla con ellos y mucho menos comprobar el desempeño de los mercenarios.

Pensar en aquellos últimos le irritaba, le presentaba una ofensa para sus ideales, para sus formaciones y para sus tradiciones. El tribuno que le había recibido apretaba ligeramente el costillar de su caballo para ponerlo a la par de su nuevo general. Por ahora le daba una pequeña explicación de las actividades de la legión, las ubicaciones de las tiendas y como estaban distribuidas en aquel fortín, las caballerizas, la armería, el emplazamiento de sanidad, todo con un rápido reporte puesto que ello lo llevaría a la hora requerida, cuando su general se lo demandará.

Drayden seguía el paso, pegado a ellos mirando discretamente el sitio, haciendo gestos teatrales de alguien sorprendido pero que disfrazaba su verdadero motivo... el acopio de la información y el conocimiento. Todo esto para unos intereses ajenos a todos ellos, sólo él entendía el padecimiento de tantos atropellos pero que a futuro le daría sus dividendos...
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Mensaje por Noah Dom Feb 27, 2011 8:13 pm

- Así que esto es con lo que contamos...

Su voz no reflejó el fastidio, la creciente furia que en días pasados le estaba dominando. Ante todo él era un comandante y mostrarse alterado ante sus subordinados no era una actitud deseada en las filas romanas. Se tomaba como que el líder no era capaz de revertir situaciones complicadas, Noah lo comprendía y se reservaba sus propias percepciones para él mismo. Dario aquel hijo de perra que le había asignado a esta zona le había dado información escueta, burlándose una vez más, advirtiéndole apenas que él mismo valoraría la situación apenas la viera, tremendo granuja resultaba aquel militar enchufado por los favores que compraba con el salario de sus oficiales.

Examinó discretamente los rostros facetados en desesperanza de sus nuevos oficiales que habían sido exigidos al máximo. Reconocía en ellos el valor, su compromiso como elementos del imperio pero también se les miraba el brillo de que habían perdido sus ideales. Que si permanecían en ese maldito infierno congelado era por sus hombres, ahora, únicamente peleaban por ellos mismos. Roma quedaba relegada de sus vidas, no daban más sus vidas para conservar las extensiones conquistadas, supervivencia y nadamas obraba en sus corazones.

- Tendremos que hacer ciertos ajustes sobre todo esto... adiestrar a los nativos que se nos han unido. Rearmar a los heridos y suprimir la atención medica y de víveres a los críticos.

Los oficiales que le rodeaban en torno a una mesa se miraron intranquilos, sorprendidos ante las palabras del nuevo general. ¿Es que era un ser inhumano capaz de dejar morir a miembros de la legión? Noah, advirtió en ellos tal preocupación, pero para nada reflejó un semblante de piedad, aquella que diera un pizca de empatía por aquellos que había mandado a morir sin más.

- ¿A caso tienen alguna objeción sobre esto que debamos discutir?

Expresó al tiempo que movía su mano hacia una de sus espadas por si se requería. Aquel acto no era en sentido de intimidación, para un sujeto como Noah las amenazas ante sus hombres no eran requeridas. Cada uno de los que conformaban la decimotercera le respetaban, pero ahora, esta era una legión extraña. Este nuevo grupo de hombres estaba alejado ya mucho tiempo de la patria. Habían sido mezclados con un entorno demasiado cambiante inesperado y lleno de ambigüedades.

Ninguno de los presentes mostró algún indicio de insubordinación que él pudiera descifrar de sus rostros encolerizados. Sí, aquella señal era buena, la manifestación de que despertaba en ellos un sentimiento de odio hacia él la aprovecharía para llevarlos a las últimas consecuencias. Después de todo, Noah no había venido a hacer amigos o a ser amado por sus hombres. Su misión consistía en llevarlos a las batallas y detener las rebeliones en los territorios conquistados. Y por ahora, aquella orden había devuelto el espíritu de venganza que se les había extraviado.

- Los germanos hicieron su parte... ahora la naturaleza hará el resto.

Sus ojos refulgieron de una manera extraña, como si la muerte estuviera presente. Era un semblante raro, pero parecía que aquel que les habían enviado formaba parte de algo satánico, perverso y maligno que nadie hubiera imaginado.
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Mensaje por Noah Jue Mar 10, 2011 1:14 am

En cierta manera aquellas acciones llevadas por el nuevo general de la legión no había hecho más que enardecer a las tropas que conformaban aquella defensa en tierras germanas. Noah había actuado como juez y verdugo de un grupo de militares romanos y uno que otro mercenario bajo su cargo. Él podía sentir el repudio y el odio que le manifestaban a sus espaldas, pero no por eso tenía algún sentimiento de intimidación. Cualquier otro hubiera puesto una guardia personal para que le acompañase las veinticuatro horas del día. Pero siendo él un extraño dentro de las filas defensoras de Germania no había hasta el momento algún miembro que pudiera infundirle confianza. Y si los hubiera encontrado en aquel adusto lugar no habrían hecho falta.

Para una persona como él los cuidados estaban de más, su personalidad le hacía ser demasiado temerario pero no por eso imprudente. Hasta ahora él había hecho sus cálculos mentales acerca de las provisiones y comprendía perfectamente el estado de los refuerzos destinados a su nuevo comando. No habría ayuda de Roma ahora que las cosa parecían salir de su cauce. Tenía entonces un problema entre manos. Seguir suministrando las atenciones a los heridos críticos y sobre todo distribuir las raciones entre ellos suponía una estancia relativamente corta si a eso se le sumaban los ataques esporádicos que mantenían los insurgentes según los reportes oficiales de Demetrio.

Por tal razón Noah no necesitaba justificar sus instrucciones a pesar del malestar expresado por sus oficiales. La única cosa que parecía inquietarle era la calma que al parecer les rodeaba en los últimos seis días. Días en los que había estado supervisando personalmente las fortificaciones para una óptima defensa. La verdad era que a él le desagradaba la idea de defender una posición ante un enemigo que en campañas anteriores había combatido casi hasta el exterminio.

Malditas cucarachas, fue lo que él pensó al mirar hacia el horizonte congelado mientras el crepúsculo empezaba a cubrir todo el paisaje. Ahí entre la oscuridad y más allá sabía muy bien que una fiera hambrienta de libertad deambulaba, los acechaba y que en cuestión de poco tiempo se abalanzaría voraz y salvaje sobre cada miembro de la guarnición romana. Si tan sólo tuviera a la decimotercera en este lugar, fue lo que le vino a la mente pero desecho aquel pensamiento rápidamente así como llegó.

Aún con este tiempo mortuorio cerniendo sobre su cabeza tenía muchas cosas por hacer. El tiempo le llegaría y sólo entonces le haría saber de que calibre estaba hecho un sujeto como él.
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Mensaje por Noah Dom Mar 20, 2011 11:49 am

El tiempo era relativamente condescendiente con aquellos que pernoctaban a pocos kilómetros de la fortificación romana. Una gran fuerza reunida para la aniquilación de los enemigos del reino.

- Señor, ya hemos establecido un campamento provisional. ¿Es recomendable detener la marcha en estos momentos? Sugiero avanzar lo más pronto posible hacia...

Randver contuvo sus palabras cuando su rey alzó la mano en señal de acallar sus palabras. Sucinto en sus pensamientos Gudrek el piadoso le restaba importancia al lugarteniente que se le había acercado y recomendado desplazarse de manera diligente hacia el campo de batalla que prontamente sería glorificado con la sangre de los romanos y ofrecerlo como tributo a su dios Tyr.

- Eres impaciente Randver, pero muy eficaz en la batalla sólo por eso te permito tal confianza en tus apreciaciones.

Gudrek se volvió hacia su comandante ofreciéndole una mirada airada. Aquel que había conseguido unir a los pueblos nórdicos en una empresa visionaria tan ambiciosa como noble estaba convencido de que no era el momento propicio para marchar. La noche presagiaba una tormenta y expuestos de esa forma supondría bajas y un cansancio tanto para bestias como para sus guerreros. No, por ahora debían evitar cualquier tipo de vicisitudes que les mermara para la hora de la verdad... la aniquilación completa de la legión y de aquellos que la apoyaban.

- Aún así sabes muy bien que tu tiempo llegará, que el momento está cerca seremos nosotros los que reinemos en este lugar. Los romanos no son más que escoria a los cuales mi benevolencia les concede unos días más de tranquilidad. Hoy descansarán aquellos perros, pero mañana sangraran y repudiarán el día en que sus mujerzuelas los botaron de sus vientres para conocer el día en que pagaran su afrenta por invadir estas tierras que son nuestras.

Sus palabras estaban inyectadas de un odio profundo por Roma y cualquiera que abrazara esa ideología perecería ante sus tropas. Randver asintió, mostrándose sumiso ante su rey.

- ¿Algunas noticias de los espías ?

- Si mi señor. Nuestros informantes revelan la incursión de un nuevo comandante y el descontento que ha provocado con sus ordenes. Al parecer dejó a su suerte a sus heridos y eso no fue muy bien visto por sus tropas. Tal parece que es un completo imbécil el que los dirige.

- Puede ser, puede ser.
- Musitó Gudrek al tiempo que pasaba su mano por su trenzada barba pelirroja. - Pero no podemos juzgarlo sin ver como se comporta en batalla. Aquel que no tiene consideración por sus hombres o es demasiado brillante o es demasiado inepto. De cualquier forma él está sentenciado y los demás que defienden ese fuerte perecerán de la manera más cruel. Lo que ha hecho aquel comandante ha sido mostrar más piedad al convertirlos en la vanguardia que los precederá en su camino al infierno.

Ambos, lanzaron una risa en complicidad con sus ambiciones. Ver muertos y borrados a los invasores era el único fin que perseguían de momento, la causa unificadora de todas las tribus de Germania, una cruzada por eliminar el yugo a los que habían sido sometidos. Randver devolvió una mirada hacia el horizonte, ansiando el momento en conocer al imbécil comandante romano y cercenarle la cabeza de un sólo golpe con su hacha de guerra. Pero ahora obedecería las ordenes de su rey, y estaba claro que por eso le llamaban el piadoso. Randver no podía asimilar que un hombre germano mantuviera esa frialdad para contenerse y no ir de una vez a eliminar al invasor de occidente, pero por muy ansioso que estuviese ahora trataría de comulgar con su visión. Mañana la sangre y la batalla, pero por ahora celebración y un gran barril de aguamiel.
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Mensaje por Noah Mar Mar 22, 2011 2:16 am

- ¡Adelante malditos perros! ¡La gloria y la fortuna nos aguarda traspasando aquellos bosques!

Una nutrida columna de combatientes insurgentes emprendía la marcha hacia un destino previamente establecido. Vigorosos y animados desfilaban ante la presencia de su líder. Alguno que otro soldado miraba en la posición de Gudrek y su mano derecha, aquél que todos conocían por el nombre de Thorlack.

- Señor. Pareciera que Randver se ha despertado de buen animo y está ansioso por comenzar la batalla.

Aquel comentario hecho por Thorlack provocó una mirada escrutadora en Gudrek, una que trataba de comprender los impulsos de su lugarteniente. Le miraba desde su caballo a cuatro metros de distancia, la cual era suficiente para escuchar sus gritos estentóreos en las primeras horas de la madrugada.

- Siempre está ansioso por demostrar en batalla que es el mejor guerrero. Es lo único que conoce por vida a diferencia tuya Thorlack.

Aquel comentario, lejos de ser un halago era una recriminación por las acciones precavidas que Thorlack solía mantener. Daba la impresión de que no le entusiasmaba liberar a Germania de los invasores romanos.

- ¿Y el resto de los hombres Thorlack, cual es su condición para el día de hoy?

Si bien la fuerza combinada de los residentes germanos había detenido su avance hacia el fuerte romano, lo habrían hecho sólo para resguardarse de las inclemencias de la noche. Un pequeño descanso que daba un día más a los defensores romanos.

- Comparten los mismos animos que Randver mi señor. Pero sigo creyendo que aún nos falta adiestrar a los hombres. Todos ellos son guerreros que pelean sin vacilar pero no lo hacen como unidad a diferencia de los romanos. En años anteriores hemos sido testigos de su eficacia en el campo de batalla mi señor.

Los comentarios de Thorlack no parecieron alegrarle en nada a Gudrek el piadoso pues un ligero gruñido denostó su malestar. Thorlack tenía razón en sus palabras, nada de lo que había dicho eran mentiras y recordar la forma en que su pueblo había sucumbido a manos de tres generales le enervó la sangre. Apenas recordaba el nombre de dos, Breda y Vergilius eran unas brechas tan ahondadas que le escocían en el alma. En su vida tenía pendiente ajustar cuentas con aquellos generales romanos que habrían sometido a su pueblo.

Sobre todo los rumores del general llamado Breda, el cual según las verbenas populares había arrasado el gran reino Germano del norte. No sólo había terminado con la vida del rey rival si no que además le había arrancado la gloria personal al secuestrar a las princesas. Ese honor le correspondía solo a Gudrek y no iba a permitir que un extranjero le arrebatara su más grande sueño. Esperaba desde muy en el fondo de su ser que el nuevo general romano fuera ese al cual todos conocían por Breda.

- Tus palabras conllevan la verdad. Yo también soy de la creencia de que se necesita una organización en las filas. Que si los romanos han sido superiores es por acto de su disciplina y la profesión de soldados que ellos hacen como un estilo de vida. Pero no podemos darnos el lujo del tiempo. No ahora que hemos logrado unificar a la mayoría de las tribus rivales y darles un motivo. Posponer las cosas supone perder adeptos, debemos aprovechar ahora el entusiasmo que gozan todos estos guerreros. Andan sedientos de sangre, sangre del invasor y de los hermanos que se han unido a ellos por una suma considerable de oro.

Thorlack se quedó pensativo, analizando las palabras de su señor. Visto desde el punto de vista emotivo Gudrek mantenía la razón, pero desde el punto estratégico los dos sabían que llevaban desventaja ante un enemigo que les había vencido. Como fueran las cosas la rueda de la guerra comenzaba su sangriento trayecto, encaminada a confrontar a las huestes insurgentes de Germania con el diezmado grupo de la legión romana...


El alba había aparecido en la fortificación imperial. Los estandartes legionarios emplazados en las torres de vigilancia ondeaban con el gélido viento de la región. Los preparativos habituales en todo regimiento castrense daban inicio a otro día más. En la torre de oriente el centinela designado tomaba su puesto, pensativo y en conflicto con las acciones del nuevo general, aquel líder que le viera llegar días atrás.

En el puesto de mando una tenue luz amarillenta alejaba las sombras de la estancia, una que servía como punto de reunión entre Noah y sus oficiales para discutir los puntos importantes en la defensa de la fortaleza. Por ahora sólo dos hombres sumidos en sus pensamientos aguardaban y establecían actividades para matar el tiempo. Uno de ellos se mantenía reclinado sobre su silla con los brazos cruzados y los pies encima de la mesa. Usaba el uniforme del oficial de más alto rango. A su derecha y a tres metros de distancia un esclavo mantenía una ardua labor registrando ciertas indicaciones del comandante en jefe de la legión.

La labor del esclavo había terminado y por ahora daba paso a una costumbre que había desarrollado a lo largo de su vida. Registraba algunos acontecimientos en un inusual diario. En el había plasmado los acontecimientos de los cuales era testigo y que por ahora tenía el tiempo y la disponibilidad de continuarlos.

Décimo noveno día del presente año.
El Alba.

Un día más es un día por aprender. Definitivamente los romanos son unas personas extrañas, con costumbres muy distintas a las del nativo promedio de Germania, pero no por eso dejan de ser sumamente interesantes. El general al parecer ha tenido un desacierto al mandar a morir a los heridos cuando suprimió los suplementos médicos y alimenticios. Se la razón por la cual lo hace pero se muy bien como él que eso sólo retardará lo inevitable.

Sin embargo tiene un aire sombrío, algo difícil de poder discernir en su comportamiento. En ocasiones le he visto como una estatua, como si estuviera muerto y en los último días no le he visto dormir siquiera. Ha llevado una vida de excesos con la bebida pero ni aún así se le nota mermado. Extraño sujeto, pero intuyo que sospecha de mis movimientos. Cómo yo lo miro es alguien solitario y sin amigos, parece que a nadie le importaría si le pasara algo. Pero no por eso es al


Drayden detuvo su escrito al notar como la tinta se diluía. Miró de soslayo a Noah el cual ni siquiera daba señales de vida. Seguía en la misma posición de la noche anterior como si estuviera a la espera de algo. El asgardiano no le dedicó mucho tiempo en él. Mojó la punta de su pluma en un concentrado de tinta para reanudar su escritura en un lenguaje raro pero de una hermosa caligrafía que él sólo podía leer.

guien a quien le preocupen mucho esas cosas. ¿Tendrá en su vida algún destino un sujeto como él? Sea lo que le depare el destino al parecer todos los que estamos en este bastión terminaremos como él. Pero me da curiosidad hasta donde logrará sacar un grupo que le detesta hasta este momento

Un sonido irrumpió en el silencio y Drayden detuvo su actividad al reconocer el típico cuerno de guerra que se toca para anunciar una batalla sangrienta. Al momento la campana de la torre de oriente repicaba y un creciente barullo empezaba a tomar fuerza dentro de la fortificación. Esto claramente no pasó desapercibido por aquél que con un ligero movimiento se enderezaba en su asiento y con una voz tan natural como templada profirió.

- ¿Así que ya se dignaron en aparecer? Muy bien que así sea. Drayden ve por Demetrio y los otros oficiales, tenemos cosas por hacer...
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Mensaje por Noah Sáb Mar 26, 2011 1:26 pm

La reunión había sido breve pero concisa, enfocada a las tácticas a seguir ahora que se había avistado una fuerza hostil en las inmediaciones del perímetro. Todos los hombres de la legión, romanos y mercenarios, tomaban sus puestos de combate, se habían rearmado e integrado a sus respectivas unidades. Estaban a la espera de que sus oficiales asumieran el mando, que los llevaran hacia el campo de batalla para defender la posición y todo por la hegemonía romana en esas tierras.

La mayoría había perdido esa visión sobre Roma, ahora peleaban por sus vidas, la supervivencia más que nada. Noah por otro lado, no lo hacía por el imperio que comenzaba a parecerle corrompido, ni tampoco lo hacía por sobrevivir, era el instinto del guerrero de encontrarse en la batalla. De poner a prueba sus habilidades y constatar el significado a tantas horas de sufrimiento desde pequeño al ingresar en el ámbito militar como siempre había querido su padre Valerio. Aquel afamado general que le había inculcado esa tradición seguramente estaría desde el más allá examinando su desempeño.

Sus motivos para pelear eran esos, él era un soldado de profesión, no cuestionaba las ordenes, las acataba a pesar de que en su fuero interno evaluara la real situación. Y por ahora esta era una de esas que ningún general en su sano juicio hubiera tomado. Ponerse a llorar nada arreglaba su predicamento, al diablo su seguridad y la escasez de material así como el del personal, él estaba metido en esa mierda y encontraría alguna solución en el transcurso de las siguientes horas.

Al final si las cosas no salían bien, lo único que podía pasar, y algo malo en verdad era morir. Esa idea no era del todo agradable, pero estaba presente en su vida. Los combatientes siempre encontraban la gloria en la batalla y como tal, una muerte honrosa era aquella en la que se efectuaba en la escaramuza, entre la masacre y todas esas mierdas que un guerrero fanático encuentra por agradable.

- Son azarosos como numerosos.

Noah escuchó el comentario moderado de Demetrio mientras exploraba el horizonte de forma visual en el muro oriental. Ahí estaban todos esos hijos de perra envalentonados, lanzando injurias y uno que otro cántico de guerra en su idioma natal. El general hubiera mandado llamar a Drayden para entender el significado literario de aquellas frases sin sentido, pero no podía darse ese lujo, no ahora que la batalla ya estaba establecida entre las dos facciones.

- No importan los números, ellos no determinan un triunfo. Pero no hagamos esperar a esos infelices, vayamos a darles una "cálida" bienvenida. Demetrio, asume tu cargo y preparate para salir.

El segundo al mando efectuó el saludo militar romano para después encaminarse a la rampa que le dejaría en el primer plano de la fortificación. Sus pensamientos fluían como un río incrementado por una lluvia intensa, y es que para estos momentos cada soldado en la unidad sopesaba su futuro, la forma en que regresarían a casa, de si estarían para la noche gastando una broma con los colegas del regimiento o ya siquiera probando la cena rancia.

Es fácil dar ordenes cuando se está tras la línea de combate, menuda mierda es ser segundo oficial al mando.

Mientras sujetaba las correas de su yelmo, Demetrio no reprimió aquel pensamiento. Estaba en la primera posición de la columna que saldría a combatir. Su corazón martilleaba y un gran esfuerzo por no demostrar preocupación o temor le hacían tensar los músculos del rostro a su máxima capacidad. Expresarlos infundiría en los hombres un atenuante a sus ya de por si menguadas ansías por salir a combatir. Demetrio trataba de distraerse, de no pensar en lo que le esperaba tras esas enormes puertas de roble reforzadas con acero.

Incluso se ponía a jugar dentro de aquel escenario bélico. Le daba rienda suelta a su imaginación tratando de encontrar figuras similares en las líneas que conformaban la superficie de madera de la puerta. Todo servía para alejarse de momento de aquel infierno en donde los tenían olvidados y que gracias a los grandes estrategas del imperio les habían mandado a un solo general que parecía estar chiflado.

Si no había dicho nada era por su juramento, aquél que todo legionario pronunciaba a temprana edad de su formación militar. Pero no todos conocían aquel juramento, menos aquellos pobres desgraciados que se les reclutaba en una leva, a los que se les arrancaba del seno familiar para ir a cumplir con la patria y todas esas madres ambiciosas de los que gobiernan en la actualidad. El soldado promedio si tuviera la opción hubiera mandado al infierno todo ese lugar y desertar, pero los oficiales, aquellos que si habían tenido una instrucción desde pequeños comprendían el deber y hacían dentro de lo posible ejercer esa llamada, esa obligación que se tenía por pertenecer a unos de los más grandes ejercitos del mundo entero.

Si la acción de que muriesen los heridos por falta de suministros le había parecido incorrecta. Ahora marchar hacia los germanos con una pequeña unidad era todavía aún más grave, un suicidio prácticamente y le tocaba a Demetrio encabezarla. ¿Es que acaso el general quería que todos murieran? ¿Era un enemigo del estado actuando de esa forma? ¿Quién habría sido el imbécil que le había dado un comando? Lo que varios de ellos hubiesen dado por pertenecer a una legión con un comandante más prudente, menos arrebatado y condescendiente con sus hombres.

Ni un mísero discurso del general, ni una palabra de aliento que les infundiera confianza. Ahí estaban, esperando el momento de que las puertas se abrieran para marchar a lo único seguro, el derramamiento de sangre y la muerte que ya les esperaba con una ansía desmesurada. Demetrio había dejado su pequeño juego mientras miraba a cada lado, examinando al hombre que cuidaba su flanco. En el de la derecha ni una seña de preocupación, claro pues como no, era el que sostenía el estandarte y que quedaba dentro de la formación el que se protegía a toda costa y no entraba en combate, pero el de la izquierda mostraba una cara que denostaba como se cagaba de miedo.

Si por alguna razón salía con vida, tomaría el riesgo de relevar y apresar a Noah por esas acciones en contra del imperio. Y es que desde su perspectiva, derrochar el bien militar romano ya era causa de una degradación y en el peor de los casos su ejecución. Ya habría tiempo de llevarlo a una corte marcial por ello, pero primero asegurarse de salvar el pellejo. Tan sumido estaba en sus ideas que no se dio cuenta cuando un nuevo compañero se sumaba ahora a su derecha desplazando al signifer y siendo remplazado por el mismo general y el vexillarii.

- Ge... general. ¿Piensa dirigir la unidad en la primera fila?

La cara de Demetrio ahora expresaba sorpresa, no comprendía que un general asumiera la posición de comando en tales circunstancias.

- ¿Y dónde putas madres debería estar? ¿Qué lugar es el mejor para tomar decisiones si no el mismo campo de batalla?

La respuesta concisa y grosera de Noah no fue lo que esperaba Demetrio, pero ahora comenzaba a ganarse un punto su nuevo comandante. Si bien el antiguo general optaba por mandar las tropas a combatir y quedarse en el puesto de mando fue aquella vez que envalentonado tomaba la decisión de salir al campo. Grave error que le significó la muerte, ahora se exponía a que otro general saliera y muriera, pero si el general Noah estaba dispuesto a salir a partirse la madre con los germanos quién era él para evitarlo.

Maldito emblema de la legión, escupo sobre su tumba al que lo haya seleccionado como distintivo.

Dentro de todo aquello, Noah empezaba a ser quisquilloso con la nueva legión. Miraba de soslayo el emblema que ondeaba en la formación. Un jabalí con sus colmillos curvados y unas lanzas cruzadas entre unos laureles estaban pintadas en la tela roja del estandarte. Ese emblema para nada le gustaba, echaba de menos al dragón con las alas extendidas, pero en estas circunstancias tampoco se iba a poner exigente. Ya se desquitaría con los germanos que tomaban posiciones de combate en el exterior. Esperaba que las puertas se abrieran y un sentimiento en el pecho le consternó, luego su visión se oscureció y la silueta de una chica de cabello corto tomó forma como una especie de visión borrosa.

- ¿Pero que demonios?

Se contuvo, a pesar de sentirse perturbado por eso. El sonido de las puertas chirriando a causa del oxido le despertó de ese ligero trance. Su visión tomó una blancura intensa por los primeros rayos del sol incidiendo en la nieve.

- Adelante... Firmes y dignos...

Pronunció y en un silencio casi mortuorio, la pequeña columna empezaba a salir con el general Noah a la cabeza y todos aquellos dispuestos a sobrevivir...
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Mensaje por Noah Dom Mar 27, 2011 3:20 pm

Una gran descarga de adrenalina y euforia recorría a todo lo largo y ancho de las filas de los guerreros germanos. Acostumbrados a dar rienda suelta a sus emociones la mayoría de los combatientes entre gritos y farfullas golpeaban sus escudos de madera con sus armas de combate. Un frenesí que contagiaba el carácter uniéndolo a la proclama establecida en las filas... la aniquilación de los defensores de aquel bastión insulto a su hegemonía.

- Atacaremos apegándonos al plan. La primera oleada, la principal consistirá...

- ¡Señor ahí sobre el muro! ¡Tropas romanas salen a confrontarnos!

Gudrek fue interrumpido cuando uno de sus líderes de tropa motivado por la excitación que le provocaba indicios del movimiento del enemigo se tomaba la confianza de irrumpir en las directrices que su señor establecía en aquel terreno elevado. Tal insubordinación por ahora se podía dejar de lado, la nueva información tenía que revalorarse en el acto, ya habría tiempo para solucionar estos deslices.

- Pensaba que los perros romanos defenderían la fortaleza, no que tuvieran las agallas de venir a confrontarnos.

Aquella acción que mostraban los legionarios daba un giro inesperado a los planes de batalla de los germanos. Estos últimos al ver al enemigo salir del campamento les incrementó la euforía y las ansías por salir a exterminarlos. Podrían incluso romper la precaria formación y acabarlos, eso estaba latente que el general romano los estaba provocando.



Sincronizados y con una perfecta coordinación la columna se desplazaba por el terreno al ritmo del tambor que les marcaba el paso a seguir. Thump, thump, thump. Los sonidos provocados por aquel instrumento y artefacto militar asemejaba a los latidos de un corazón relajado. Cada soldado adaptaba su paso y por cada golpe era una paso más hacia la muerte, hacia la linea de batalla que en pocos momentos se formaría a la primera señal del general que iba a la cabeza. Los que iban en punta apenas si podían concebir que se dirigían ante un combate muy desigual.

En las filas más atrás la imagen solo era mirar la capa roja del compañero de adelante, y en algunas ocasiones alzar la vista y tratar de mirar más allá de su escasa visión. Todo mundo iba callado, tragando saliva o apretando la mandíbula para contener emociones, palabras o alguna imprudencia dentro de la formación. Ahora que estaban metidos en estas primeras cohortes envidiaban a los compañeros que se quedaban dentro de los muros, aquellos que habían sido excluidos del primer embate con el enemigo.

Las últimas filas pudieron darse el lujo de echar una mirada hacia los costados cuando atravesaban las puertas de la fortaleza. Ahí un soldado de la retaguardia pudo advertir el rostro de un camarada que le miraba distante y que reflejaba cierto alivio por no pertenecer a la tercera centuria. Pobres infelices, mejor ustedes que yo. Ese pensamiento rondó en la mente centinela de la puerta, miraba como salían las primeras tropas, pensaba igual que iban al matadero y sólo pudo lanzar una risa un tanto nerviosa tratando de infundir confianza.

Los últimos hombres en salir sintieron un fuerte vuelco en sus corazones cuando escucharon el lento y lastimero sonido de las bisagras de la puerta al cerrarse. El mensaje estaba claro, no había vuelta atrás, estaban solos y expuestos a las hordas germanas. Muchos tuvieron que hacer un gran esfuerzo por controlar los impulsos de sus cuerpo evitando así el instinto primario en cualquier individuo, ponerse a resguardo y regresar al cuartel.

Otros tantos estaban resignados y se movían alentados únicamente por el sonido cadencioso del golpeteo del tambor. Los gritos elevados del enemigo trataban de alejarlos, cualquiera que dijera que no estaba consternado y que estaba sereno para estos momentos hubiera mentido, pero aún así se guardaban sus temores, sus ansiedades y se aseguraban de seguir en la funesta marcha.

Desde el frente un grito logró escucharse, este se fue extendiendo por los centuriones, la orden estaba clara y cada soldado empezaba a desplazarse hacia la izquierda. !Despliegue!, fue lo que se indicó y cada uno de los que conformaba la columna de ataque empezaba a hora a trasladarse a una nueva ubicación, listos para formar la línea de combate, ahora si no había vuelta de hoja, estaban formando posiciones para comenzar la masacre.


Hay que reconocerles a estos romanos la férrea disciplina que mantienen aún en momentos tan desventurados.

Un sujeto ubicado en la esquina del muro oriental miraba la escena con un interés desbordado. Cruzado de brazos no perdía detalle de lo que sucedería en los siguientes minutos. Por supuesto que él no tenía autorización de permanecer en aquel sitio, pero se las había arreglado para estar ahí.

"Ordenes del general de estar atento a su señal para servir de enlace entre la primera fuerza y las fuerzas aliadas"

Claro que eso no era cierto, pero el soldado promedio no tenía como comprobar eso. Ya le habían visto a Drayden muy cerca del general, habían sido testigos de cómo era en ocasiones el que transmitía hacia las tropas mercenarias las ordenes de Noah y por ahora no podían o no querían ponerse a indagar, la prioridad era estar en su puesto a la espera de las ordenes inmediatas del oficial a cargo de su respectiva unidad.

La unidad de sanidad ya se había trasladado a su edificación. Los médicos del batallón extendían sobre las precarias mesas su material quirúrgico una extraña colección que parecían mas que nada las herramientas de un carnicero común. Mancebos de una edad temprana corrían de aquí allá llevando suplementos, rasgando telas para improvisar vendas y adaptando alguno que otro camastro para alojar a los heridos o aquellos que el general vea aptos para recibir la atención. Dentro de algunas horas este sitio estaría plagado de lamentos y agonías, uno de los cirujanos esperaba que fuera el mismo general el que ocupara su mesa de operación, algunos podían darse ese pequeño lujo, nadie podía recriminarles dicho pensamiento, aún quedaba latente la primera orden que recibieron y que a regañadientes obedecieron, Noah les había obstaculizado su labor, dar y atender a cualquiera que lo necesitara era su prioritario deber.



- Señor... el enemigo toma posiciones ofensivas están dispuestos a atacar que a defender.

Un gruñido por lo bajini expulsó Gudrek. ¿Es que acaso nadie entendía la jerarquía militar? ¿Por qué todos se tomaban esa confianza de evidenciar lo que él mismo podía mirar? Sus ojos eran fieles testigos de como un puñado de hombres establecía lo que hasta ahora parecía un rectángulo rojo en medio de la blancura del lugar. Los escudos romanos bien alineados, los hombres apelotonados como una sola entidad. Envidiaba a aquel que los comandaba ahora, y se preguntaba ¿que se sentirá comandar una legión romana?

Una creciente frustración se trasladó a sus puños, que se aferraban a las riendas de su montura como si quisiera estrangularlas. No era el tiempo para ponerse a admirar esas mierdas, era tiempo de actuar.

- ¡No sé que pretenden esos perros! ¡Pero una pequeña fuerza no es suficiente para vencernos! ¡Acabemos con su moralidad, rompan su formación y pulvericen sus huesos! ¡Thorlack... toma tres cuartas partes de la caballería! ¡Embístelos y trame las cabezas de todos ellos!

- ¿Señor...?

- ¡Lo que escuchaste, hoy les romperemos el espíritu!


Thorlack no dijo nada, pero pudo percibir en los ojos de Gudrek una locura inusual. Tenía sus ordenes, él a diferencia de los demás era el único que pensaba de una manera apegada a la militar. Si le hubieran contactado los romanos seguramente se hubiera unido a sus filas, pero habría sido Gudrek el que lo encontró y ahora le debía fidelidad y la de sus hombres.

- ¡Hermanos, nuestra hora ha llegado! ¡Somos los elegidos, los que hemos sido honrados para lanzar el primer ataque! ¡Seremos los primeros glorificados en romper el yugo que nos han impuesto los invasores! ¡Los primeros libertadores de Germania! ¡Allí ante sus ojos aquello que ven que viene caminado no son más que los usurpadores de nuestra libertad! ¡Los enemigos que han osado cambiar nuestra forma de vida! ¡Los que robaron y saquearon todo a su paso! ¡Los que arrebataron de nuestros hogares a nuestras mujeres, los que mataron a nuestros niños! ¡Ha llegado el momento de hacerles pagar por todo estos atropellos! ¡Nuestro señor Gudrek confía en nosotros, ni un solo rehén! ¡¡¡¿Están conmigo?!!!

El grito colectivo se alzó y Thorlack que controlaba a su caballo inquieto giró en redondo espoleando su caballo.

- ¡¡¡A LA CARGA!!!

Como un mar que se desboca, la caballería germana se lanzaba iracunda sobre la infantería romana. Noah miró el movimiento del enemigo y alzó su mano. Al instante el hombre que le iba a sus espaldas colocó el clarín de señales y emitió una nota en particular que cada soldado conocía. Todos se detuvieron mirando que una fuerza hostil se les venía encima. Desde esa distancia parecía una ventisca que avanzaba peligrosamente y que corría el riesgo de romperles la formación. El encargado de dar las señales con su clarín de guerra observó otro ademán de Noah. Miraba la mano derecha del general que mantenía sobre su cabeza y se mantuvo atento a lo forma que tomaba la mano del comandante. Identificando la orden colocó nuevamente el clarín de guerra sobre sus labios reteniendo todo el aire posible sobre sus pulmones, listo para romperselos y emitir la señal que estaba a punto de transmitir a lo largo de la formación. Estaba a la espera de que el general Noah hiciera el ademán de ejecutar la orden listo y atento, su mirada no se apartaría por nada del mundo a pesar de la creciente curiosidad por echar una ojeada de la distancia que quedaba entre ellos y la caballería germana...
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Mensaje por Noah Sáb Abr 02, 2011 12:09 am

La guerra en todo sentido, puede unir o separar la conciencia de los hombres. Irrumpir en la serenidad de la mente y transformar los corazones. Es por tanto que el deseo de glorificación del ser humano en el combate, no es más que un sueño inalcanzable. No habrá ni vencedores ni vencidos, sólo el creciente deseo por encontrar más adversarios de cualquier tipo. Algunos pelean por su orgullo, otros por la patria o porque así se los han dicho, y unos pocos porque pareciera han nacido para ello, para otorgarle a su vida algún fin en particular. Desde esta perspectiva es complicado catalogar al general de la legión.

- Pequeño fragmento del diario de Drayden. -


El hervor contenido en todos los ahí presentes era unánime. Desde las dos facciones beligerantes el incentivo de la batalla era como una exposición de una sustancia volátil en medios inflamables. La caballería germana cargaba hacia los combatientes romanos que se erguían impávidos como si alguna fuerza mayor los hubiera clavado al piso. Los estandartes e insignias de la legión ondeando lentamente en contraposición a las capas de oso que portaban los barbaros agitadas por la salvaje cabalgada y que iniciaría la melé de aquí a nada.

La frente perlada en sudor del hombre del clarín de señales remarcaba el creciente nerviosismo al que era sometido. La espera le parecía eterna y el creciente ruido de los cascos de la caballería enemiga la sentía demasiado cerca. Bajo sus pies un pequeño hormigueo y su cuello se tensaba para no girar y perder de vista la mano del general. Su labor en este punto era crucial. De él dependía que la orden la escucharan todas las hileras y las columnas que unificaban la formación de batalla. Era como para volverse loco pues no entendía que tanto esperaba el nuevo general.

Desde los muros y a una seguridad, al menos más que allá fuera, los soldados establecidos en cada punto sujetaban sus arcos con mucha intensidad. Algunos comenzaban a sentir que la vejiga les estaba haciendo una mala jugada. Si así estaban ellos no querían ni por un momento pensar lo que estarían sintiendo aquellos en formación y listos para desplegar. Podía contenerse el aliento y ni aún así mitigaba un poco toda la adrenalina que podía sentirse por todo aquel sitio. Ya habían peleado en muchas escaramuzas, pero hacerlo de esta forma, con un pequeño concentrado de tropas era para erizar los cabellos de la nuca.

Drayden sin embargo, encontraba divertida la escena, era como si estuviera asistiendo al circo romano del cual había leído un poco. Desde su perspectiva no era más que un sujeto en tierra de nadie luego de querer ostentarlo todo. Él no tenía nada que perder de hecho, al menos no por el momento. Aún si los de ahí afuera eran barridos, tendrían que pasar algunos meses más para que la ciudadela fuera tomada y es que él conocía las carencias de los combatientes germanos como ningún otro. Ellos, a diferencia de los romanos solían atacar en números nutridos con la bravura de su lado. Pero no contaban con la maquinaria de asedio para traspasar los muros. Por lo tanto tenía tiempo para que en el peor de los casos, hacer un plan y escapar con vida de aquel lugar.

Siempre había usado su mente para vencer todos esos percances, y desde ahora, que estaba más cerca de su patria, nada lo haría sucumbir, no cuando estaba tan cerca. La risa dibujada en su rostro se transformó en una línea recta cuando un sonido retumbó en la perfecta formación. Lo escuchó atentamente y se dio cuenta de que era una nota larga que precedía a una corta para enlazar a una larga de nuevo y nadamás.

Soplando como si la vida le fuera en ello, el legionario encargado de las señales por fin encontró un alivio a la tensión que se posaba en sus hombros. Noah, el general de la legión ya había dado la señal que tanto ansiaba y que le aligeraba de momento de sus funciones. Ahora, junto al Signífer y el Vexillarius comenzaban a moverse hacia la parte central de la formación que comenzaba a mutar.

Formación en Delta.

Se repitió mentalmente para sí mismo Demetrio y sin tener que hacer alguna orden él y todos los demás miembros empezaban a trotar para establecer la formación. Cada uno se apresuraba de manera ordenada a tomar una posición asignada. Se trataba entonces de romper la formación tradicional en rectángulo para elaborar una triangular. Muchos se referían a ella a la formación en Delta por la similitud a la letra griega del mismo nombre. Su tiempo de respuesta fue eficaz y sin importarles el creciente ruido y alaridos de rabia del enemigo en poco tiempo cada uno de los soldados había maniobrado a las peticiones del nuevo general.

Al acto, las primeras líneas de la formación colocaban su Scutum como una primera muralla, la orden de Noah fue clara: "repeler caballos". Cada oficial retransmitía la misma orden y los hombres apostados en la segunda fila tomaban posiciones con las pilas reglamentarias. Noah, establecido como el hombre en punta sintió un ligero roce por su mejilla izquierda. Un alarido brotó de más atrás, la primera baja de la batalla en las filas romanas. Aquel desafortunado soldado había recibido sin esperarlo una flecha en su globo ocular que se le alojó al cerebro. Apenas si tuvo tiempo de gritar cuando su cuerpo se desplomaba como un títere al cual se le cortan los hilos.

Sus compañeros sujetaron el cuerpo movilizándolo y lanzándolo fuera de la formación mientras los demás levantaban los escudos para evitar otra baja. Era evidente que la caballería enemiga contaba con arqueros móviles y ya la estaban empleando pero la acción oportuna de la segunda hilera había frustrado las maniobras de los atacantes.

Thorlack constató la maniobra de los romanos. Ahora, la extraña formación asomaba peligrosamente unas lanzas por entre los escudos. Desde la marcha señaló con la espada empuñada hacia izquierda y derecha y en el acto toda la caballería germana se dividía para hacer un desplazamiento de envolvimiento. Harían un cerco y poco a poco abrumarían a los romanos. Entendía que no podían romper la formación con una carga frontal por lo cual él se desplazaba hacia la derecha mientras otro grupo nutrido tomaba la izquierda.

- ¡Lancen Pilas!

Los primeros jinetes que encabezaban el embiste fueron recibidos por las lanzas usadas a modo de jabalina de las terceras filas. Algunos de ellos caían tumbados aún con signos de vida, misma que se extinguía cuando sus cuerpos eran destrozados por los caballos que mantenían su frenético trote. Los gritos de júbilo de los legionarios del fuerte se alzaron en un himno a la sangre vertida. La orden del tribuno encargado resonó y el orden se restableció. Todos ellos, tensaron sus arcos con las flechas listas para ser soltadas. Una señal del clarín que aún permanecía en el centro de la formación les advirtió para soltar la cuerda tensada de sus arcos y como una lluvia pero de mortales partículas cobraba la vida de más jinetes que rondaban en círculos cuales buitres a punto de despedazar a una víctima moribunda.

El escenario era caótico para los germanos, mientras que para los romanos era de una causa perdida. A pesar de recibir cobertura del fuerte, las cargas se lanzaban hacia ellos y apenas si podían detenerlas. Pequeños huecos se formaban cuando un legionario era alcanzado por una flecha o cuando recibía un golpe mortal de espada a pleno galope. A pesar de ello la disciplina se mantenía y por cada compañero caído uno nuevo ocupaba su sitio. Noah hacía lo propio, bloqueaba y resistía hombro a hombro con los soldados de sus costados.

Eran demasiados, faltaría poco para que les rompieran la formación y se filtraran al centro y así los masacraran. Thorlack alentaba a sus compañeros, no habían llegado a perder tantos hombres para darse por vencidos. A pesar del pequeño grupo de soldados romanos, la formación les había hecho dividirse y desorganizarse. Ahora cada hombre cabalgaba arremetiendo pero siendo repelidos. En las filas romanas comenzaba a notarse que sus fuerzas disminuían. Era cuestión de tiempo para que pudieran barrerlos. Él estaba confiado de que así sería.

Dentro del fuerte, algunos hombres ya comenzaban a presagiar un resultado demasiado desfavorable. Aún miraban la escena y se frustraban por no estar ahí con los camaradas. ¿Cuales amigos ahora estarían muertos? ¿Por qué la caballería no había tomado posición como en toda formación? ¿Por qué seguían ahí emplazados pero no afuera?

Noah se detuvo un momento, asegurándose de tener el tiempo suficiente para dar una orden más. Alzó su mano derecha y con los dedos extendidos hacía ademanes en forma circulares, luego reanudó la lucha cuando un jinete germano amenazaba con acabarlo. Afortunadamente para él y el resto de la legión, aquel que daba las señales vía clarín entendió la señal y una nueva nota se alzó entre los gritos de los moribundos, de los combatientes y el sonido de los escudos golpeados y los relinchos de los caballos heridos o aquellos que estaban libres de sus jinetes.

- ¡Ha llegado nuestra hora! ¡Ciudadanos romanos caen en estas malditas tierras congeladas!

El tribuno comandante de las equites exclamó con la sangre agolpada en su corazón. Hundió los talones en el costillar de su caballo que con un relincho de desafío emprendía la marcha hacia el lado opuesto de la fortificación seguido de los demás jinetes romanos. Las capas rojas ondeando al tiempo que todos desenfundaban sus gladius. Las puertas occidentales se abrían dejando salir a cada lado jinetes y animales que comenzaban a rodear el fuerte.

Los germanos que ya estaban empecinados a entrar en la formación no estaban al tanto de lo que llegaría en un momento dado. Ni siquiera Gudrek, que miraba desde lo alto, pudo notar que por el lado occidental la caballería romana estaba saliendo a todo galope.

- ¡Confronten y rompan formación!

Noah ordenó y la precaria unidad se dispersaba, todo esto llamó la atención completa del enemigo. Todos menos uno que empezó a mirar a los alrededores, en busca de aquél que había dado la orden. Le buscaría y lo mataría entendiendo que era él comandante en persona el que dirigía la defensa. Noah, igual hacía lo mismo, de momento había dado la orden de dispersarse, de por si es que no iban a aguantar mucho pero les ofrecía carnada para acaparar su entera atención.

Y fue entonces, que Thorlack pudo notar que una estampida estaba llegando desde los lados del fuerte. Gudrek se maldijo a él mismo y a todos los presentes, ya nada podía hacer, todos los combatientes no entendían más que pelear y vencer. No podría hacer nada para revertir la contraofensiva romana.

- ¡Reagrupar, unirse a mi! ¡Romanos intentan tomarnos por los flan... AGGGGHHHHKKKK!

La orden de Thorlack no pudo transmitirse, sólo el grito y el gorjeo de su garganta al ser atravesada por una gladius extraña. Noah lo había encontrado primero y antes de que reordenara a sus tropas había desenfundado una de sus espadas gemelas. Con gran habilidad la había tomado por la hoja y lanzado con tanta precisión que interceptaba el trayecto del que cabalgaba y la espada. Cortando tendones, traquea y arterias, la mortal arma acallaba al que fuera la mano derecha de Gudrek. Su cuerpo se desplomaba en medio de la vorágine.

Ahora, todos los germanos desorganizados se veían envueltos por dos frentes. En el centro los romanos al borde de la locura por toda la barbarie a la que habían sido exigidos buscaban en los enemigos desahogar las penalidades sufridas. En el exterior, la caballería romana sedienta de sangre y reanimados con el espíritu de salvadores. Con la moral en alto para salvar a sus compañeros de infantería, se habían desplazado desde los costados del fuerte para envolver a los atacantes ahora convertidos en defensores.

Todos actuando con un único fin, la aniquilación de los primeros germanos que les habían confrontado. Noah seguía derribando con golpes certeros hacia las bestias o hacia los jinetes. Le daba lo mismo, lo único en su mente era causar bajas en el enemigo. Todo mundo gritaba, todo mundo peleaba y en poco tiempo la caballería y primera oleada germana quedaba reducida. Aquellos que no eran masacrados emprendían la huida con el horror remarcado en sus ojos.

Extenuados, con la cara cubierta de sangre, lodo y sudor, los legionarios apenas si creían su suerte. Los equites se reagrupaban para salir en persecución de los supervivientes pero una orden más del general se hizo notar.

- ¡Defender posiciones!

Todos, caballería e infantería reorganizaban la formación mientras al rededor cuerpos mutilados, atravesados y moribundos transformaba la blancura del lugar en un mar de sangre y desolación por todo lo que ahí había ocurrido.
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Mensaje por Noah Lun Jun 20, 2011 12:07 am

Luego de salvar sus vidas de la furia germana, al menos por ese momento, la orden en todos los soldados romanos que quedaban en pie era clara y aceptada de forma unánime: no dejar supervivientes y defender el terreno apropiado. Lo curioso de este hecho, era que dicha disposición para con la legión y todos los soldados, no fue exclamada con su energía tradicional por entre los labios del general. Es que la verdad, el combate había llegado a uno de los puntos en los cuales era innecesario pronunciar ese tipo de cosas, ya que se daban por lógica militar. Se veía en los ojos de cada uno de los feroces combatientes la sed de sangre y venganza; la necesidad de descargar toda la adrenalina producida por el éxtasis de verse con un pie en el mundo de los dioses, y de pronto, estar parados de manera gloriosa empuñando un filo en nombre del emperador y mandando al infierno a aquellos incivilizados monstruos llenos de bello facial y corporal.

El sabor de la victoria inundaba los labios de cada uno de los emisarios de la conquista romana, y era ese impulso moral transmitido por el César hacia sus soldados, lo que ocasionaba en ellos la liberación de energías que hasta hacía pocos instantes escaseaban, tal como el calor y los rayos del Sol en las tierras bárbaras. Definitivamente estaban en presencia de un milagro, de un hecho glorioso que quedaría archivado para siempre en los papiros y los libros de los más altos y condecorados ilustrados escribanos romanos. Se hablaría de generación en generación acerca de dicha hazaña conseguida por la legión que invadió Germania; que glorificó los estandartes de un imperio en franco ascenso y defendió con un amor tan puro los deseos de su emperador, que hasta los muertos podrían ser considerados héroes, puesto que no podía haber un honor de más prestigio y categoría que morir por la causa de la mano que aspiraba a controlar todas las tierras del mundo, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Algún día, todos se inclinarían para alabar a aquellos que hicieron posible el sueño romano, la nación perfecta, y de cómo dicha campaña daba sus inicios pasando por diferentes batallas, hasta llegar a las más fieras que sin duda fueron acontecidas en las gélidas tierras de los límites que todavía se oponían a la dominación global.

Un buen titulo para dicho choque de armas hubiese sido el día que nevó sangre, ya que aunque pareciera increíble, el carmesí emanado de los cadáveres recientemente asesinados en plena batalla opacaba incluso al tono blanco que usualmente se alzaba como preponderante en todo el suelo bárbaro. O también se podría denominar como el último coro bárbaro, dada la gran magnitud con que las vidas de los desdichados opositores al régimen totalitario y utópico del César fueron pereciendo, dejando impregnado un sinfín de suspiros de dolor que le demostraban a los romanos, de paso, que estaban luchando contra seres humanos después de todo, aun cuando su aspecto y comportamiento fuese el de animales. Naturalmente, esto último motivaba a las fuerzas del águila mayor para inspirarse, soltarse y finalmente, acabar sin problemas con todo aquel no romano que estuviese frente al brillo de su yelmo imperial.

El desprecio en los ojos de cada uno de los legionarios para con sus derrotados rivales era total. Era como si el espíritu endemoniado de los germanos se hubiese transmitido por el aire hasta los Centuriones, otorgándoles una fiereza antinatural para la forma tan sincronizada y mecánica con la que afrontaban sus luchas. Pero, estaba lejos de ser ése el motivo de su rabia inspiradora. La realidad era muy distinta a lo recién dicho, ya que no provenía de sus rivales la energía con la que soportaron la adversidad hasta llegar a la gloria. No, definitivamente no. La causa estaba en el bando romano, como la raíz que alimentaba a una planta para que se irguiera con imponencia por sobre las demás y se mantuviera firme durante día y noche, por una gran cantidad de tiempo. Causa que tenía nombre y cargo para con sus soldados…

General Noah… el enemigo ha sido neutralizado por completo. ¿Qué hacemos con los heridos y supervivientes? – consultó un soldado de apariencia desaliñada, a un hombre de cabellos rubios que yacía parado como una estatua con espadas gemelas en cada una de sus manos.

¿Cuántas bajas hemos tenido? – contestó sin mirarle ni permitir que viera su rostro.

Por lo menos, poco más de un cuarto de nuestras fuerzas ha caído en combate.

Bien, entonces por cada romano muerto, dos…no, cinco bárbaros perderán su cabeza. – sentenció con rudeza y claridad, sin dar mayores explicaciones del porqué de su decisión.

Entendido. – respondió de manera afirmativa el emisario romano, evidenciando que las órdenes de su superior no tenían que ser cuestionadas.

Espera un segundo…, cuando concreten mi orden, procura una cosa. – agregó de la misma forma, deteniendo el andar de su soldado sin siquiera tener que tocarlo.

¿Qué cosa mi señor?

Que las hachas con las que corten su cabeza sean las que posean más sangre seca en su hoja. No las limpien ni las afilen; que esos malditos perros germanos huelan el olor de la sangre putrefacta e inferior de sus pares antes de morir; que su carne sea cortada con la misma hoja que acabó con sus hermanos. Quiero que sientan miedo del imperio romano hasta el último paso que den en este mundo y en el primero que den en el otro, ¿Entendido? – solicitó con una imponencia que no daba espacio a queja, comentario o acotación alguna por parte del receptor de su mensaje.

Usted dispone, mi general.

Estás equivocado, el emperador es quién dispone. Yo sólo transmito sus deseos, y su deseo es que hasta en el infierno de los miserables se hable de la majestuosidad de la gloria romana. Ahora lárgate, no quiero hablar más.
– finalizó dando pasos hacia delante, enterrando sus pies en toda la nieve que quemaba con el frío hasta lo más profundo de sus huesos.

Su carácter displicente y ofuscado, era producto de muchas cosas. Pero para efectos prácticos en el ejercicio de su puesto, la explicación del porqué era así era bastante fácil de comprender, y se trataba nada más ni nada menos que imponer disciplina. Era un líder, y más importante todavía, era el gatillo que el emperador presionaba para disparar a los soldados que tenía a su disposición. El nexo entre lo que su majestad deseaba y la forma en que esos pensamientos divinos se transmitían hasta los Centuriones. Si él fallaba, los soldados fallaban, ya que el emperador era divino y perfecto, por lo tanto no podía equivocarse. Por ende, su responsabilidad era lo más importante en su vida y, precisamente, de ella dependía su existencia. Y bajo su criterio, si deseaba ser un buen gatillo, tenía que ser inflexible e intolerable con toda su legión. Inspirarles respeto, amor por el imperio y sobretodo, inyectarles algo que nadie podía otorgar mejor que su persona…furia. Para todos los legionarios, el general era el corazón de su escuadrón. Y dependiendo de su estilo, forma de ser, etc, un general bombea "algo" a sus subordinados. Ya fuese respeto, talento, elegancia, etc. Pero en el caso de Noah, sólo podía brindarles una sola cosa para la batalla: una Furia incontrolable, casi tan potente como la que lo dominaba al momento de entrar al campo de batalla.

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Mensaje por Noah Mar Jul 05, 2011 12:11 pm

Noah continuó caminando por la nieve sin prestar atención a sus soldados, los cuales habían quedado ya muy atrás. Su rostro no reflejaba absolutamente nada y sólo sus cabellos, movidos por la helada brisa del norte, presentaban vida en su cuerpo. En sus ojos parecía existir un leve brillo, pero por alguna razón no salía ni resplandecía como debería. En vez de eso, se contenían y a su vez, dejaban que el reflejo de la nieve tomara la posesión de su vida. Lucía como un muerto, pero que podía caminar y respirar tranquilamente. En su boca se formaban pequeñas nubes, que no eran otra cosa sino su aliento al exhalar y encontrarse con lo congelado del ambiente. La verdad, es que hacía tanto frío que no sería extraño pensar que dichas heladas le habían congelado no sólo la armadura, piel, músculos y huesos, sino que además, hasta su propia alma. A pesar de ser un soldado entrenado para soportar condiciones adversas, y ser calificado como el más frío y despiadado de todos, nunca jamás le había tocado enfrentarse a un enemigo que no diera descanso ni durante el día ni la noche. Ese enemigo era el clima, el azote del viento polar que atacaba por todos los flancos y a toda hora posible. Muchos de sus soldados habían perecido en el sueño, demostrando que ni en el descanso profundo se podía estar a salvo de las congeladas garras de la muerte. Era un depredador silencioso y hostil, tan concentrado y firme en sus objetivos que el más mínimo descuido ante él perfectamente podía ser el último. El general lo sabía, por tanto, no permitía que sus soldados durmieran mucho a menos que estuviesen protegidos. No estaba dispuesto a ofrecerle comida a un hambriento extranjero, por mucho que pudiese tocar a su puerta en cada sueño que tuviese. Había jurado que ni siquiera las ondas polares más despiadadas y mortíferas mermarían sus fuerzas. Y tenía planeado cumplir su palabra sin importar lo que le costara. Desde siempre había sido así, decidido y aunque todo le indicase que retrocediera, terco como él solo. En su vida no toleraba hinchar la rodilla ante nada ni nadie, tal cual lo había educado su padre. Sólo a una persona se le podía jurar respeto eterno, y esa persona era el emperador. Pero todo y todo lo demás, no eran realmente nada para él. Ni siquiera sus soldados tenían un valor verdadero, puesto que si bien los conocía y respetaba, el día que murieran los honraría pero al mismo tiempo olvidaría. Si caían en el campo de batalla, eran indignos. Si sobrevivían, tenían la gloria pero únicamente por cumplir bien su trabajo. Casos especiales eran los desertores, a los cuales simplemente asesinaba al momento de escuchar un pero. No era un general que tuviese oídos para los argumentos. Todo el que salía a la guerra, a embarcarse en una campaña junto a él y a sus órdenes, no podía retirar su palabra ni echarse para atrás. Lo pagaría con la vida, puesto que no permitiría insubordinaciones ni que el imperio se llenase de cobardes. Por supuesto, él tampoco estaba exento de esa regla. Aquello se lo repetía todas las mañanas al despertar y todas las noches al dormir. Era un arma, nada más que ello. Un arma al servicio del emperador, y que tenía la facultad para dirigir y ordenar a otros como él. No, no como él realmente, sino que más débiles e insensatos, pero que podían tener utilidad para el Imperio. ¿Cómo? Ese era su trabajo como general, el averiguar como transformar hasta un pedazo de mierda en algo que contribuyera a la causa de su señor. Por lo mismo es que se había convertido en un ser estricto y sin misericordia, puesto que su deseo era crear una legión más poderosa y legendaria que la de Octavius o el Emperador. Pero no por fama ni gloria, sino que por obediencia a sus convicciones. Tenía tan inculcado el respeto y la servidumbre a su dios encarnado, que no sabría qué hacer en caso de que no existiese. Su vida era servir al Imperio, y no tenía nada más en ella que valiese la pena. En el fondo, se sentía algo vacío, pero no es algo que fuese a admitir un soldado como él…

De pronto, estaba caminando por los bosques de Germania. Llevaba varios minutos así, y no parecía que estuviese muy cerca de su campamento ni algún aliado cerca de él. Sin embargo, no le importó. Tan sólo siguió caminando, sin saber a dónde iba.
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Mensaje por Selene Dom Jul 17, 2011 10:07 pm

De pronto, frente al camino que estaba tomando aquel hombre de cabellera desordenada, apareció una extraña criatura. ¿Era un gato? No podía serlo. Los gatos no tenían aquellos colores ni rayas sobre sus pieles. Lo miró de frente, fijamente, sin maullar ni emitir sonido ni movimiento alguno, como si lo estuviese vigilando de lejos.

El viento sopló, trayendo un particular aroma, extraño por completo al bosque.

Miau...

El gato se lamió una pata y se refregó una oreja con su pata derecha delantera. Y tal como apareció empezó a retirarse de vuelta al bosque, caminando con rapidez, con una gracia unica de un animal de su calaña. Sus pisadas no emitían sonido alguno, como si más que un animal presente se tratara de una verdadera sombra que se escondía entre los troncos. Dio un salto, escalando por la corteza de un árbol con una rapidez y agilidad digna de un animal del inframundo, y miró desde arriba al General Romano.

Miau... Grrrrr....

Su ronroneo lejos de parecer tierno, sonaba un tanto amenazador, con su mirada fija, impeccionaba al hombre, para volver a saltar a una rama más alta y caer sobre el regazo de una dama de cabellera negra y larga, que a pesar del frío, vestía sólo una delgada tela de algodón decorada con hilos de oro. En su cabellera había cuentas del mismo tono, con gemas preciosas de todo tipo. Estaba completamente fuera de escena, sus ojos estaban delineados de negro y sus mejillas, pálidas, se sonrosaban por elo viento que corría en aquella tierra templada.

Observó al gató, acariciando su pelaje, para despues posar sus ojos directamente sobre los del legionario Romano, sin decir palabra alguna.
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Mensaje por Noah Lun Jul 18, 2011 12:14 am

El viento era tan frío que traspasaba la pesada armadura que portaba el cuerpo del general romano en esos segundos. Sentía como el gélido beso del norte le llegaba directamente a la cara y lo desorientaba, nublando su visión del medio ambiente. Así mismo, todos sus huesos se congelaban y comprendía que su cuerpo quería tiritar, pero no le daría al norte esa satisfacción. Jamás hincaría la rodilla ante nadie, ni siquiera ante un clima tan hostil como ese, por lo tanto, no estaba en sus planes demostrar que el frío le llegaba hasta lo más profundo de su alma.

Su obstinación en no actuar con debilidad era su mayor defensa en aquellos minutos, en los que fuera donde fuera no pareciera encontrar algún rastro de su tropa. Por un instante pensó que podía estar muerto, pero luego lo descartó de golpe. Aquel sitio era muy distinto a como consideraba él que sería el lugar al que debería llegar el día de su muerte.

En las noches más tranquilas, cuando las victorias recorrían la garganta de sus hombres en forma de vino para unos, y transformada en hermosas mujeres prisioneras para otros; Noah solía descansar lejano del resto. Recordaba cosas de su vida, hasta que el cansancio aprisionado era tal que terminaba por cerrarle los ojos y transportarlo hasta el mundo de Morfeo.

Entonces, dentro de su cabeza se imaginaba a él mismo, no muy diferente de cómo era en el campo de batalla. Seguía siendo un hombre de mirada desgarradora y apariencia ruda, pero estaba cubierto por unas sombras que lo hacían parecer una especie de dragón. Era algo ilógico, pero no parecía muy preocupado por estar así en sus sueños. Siempre se encontraba luchando contra otras sombras de distinta forma. Todos los capítulos eran iguales, y comenzaban con el caminando por un puente en medio de la lava. A los costados sólo podía ver enormes posos de líquido hirviendo saltando de vez en cuando, con varios cadáveres siendo consumidos hasta que el humo que se esparcía en el aire era lo único que quedaba de ellos. Luego de varios minutos caminando sin detenerse, llegaba hasta donde un sujeto se arrodillaba ante él y pedía misericordia. Sin embargo, lo único que obtenía por gracia de Noah era un fuerte pisotón en su cabeza, la que terminaba por estallar en medio de la nada. Pero en vez de sangre, simplemente caía un líquido negro y espeso, el cual daba paso a una enorme sombra de ojos rojos que se imponía delante de él. Por alguna extraña razón, le ofrecía tributo bajando una de sus rodillas al piso y cerrando los ojos. Para cuando los abría, frente a ellos no estaba dicha silueta tan extraña, sino que estaba una larga escalera de muchos peldaños. Comenzaba a recorrerla a mucha velocidad, saltando por los peldaños viejos que sonaban con cada paso que daba el general romano. En su trayecto pasaba por muchos templos, en los que combatía con diversas figuras que poseían una extraña tonalidad dorada, aunque ninguna resultaba ser un adversario que no pudiese combatir. Todos caían a sus pies y se desvanecían en el suelo, dejándole pasar hasta un camino que no tenía claro porque seguía. Eso, hasta que frente a sus ojos aparecía la figura de una mujer envuelta en ropas blancas y de mirada inocente. No podía distinguir su rostro con exactitud, pero sí podía sentir la calidez y la bondad que emanaba su sola presencia frente a la punta de su nariz. Inexplicablemente se lanzaba contra ella, tal cual lo haría una fiera salvaje. Pero en el último segundo antes de tocar su cuello y destrozarle, la figura de dicha mujer se desvanecía y la sensación de estar observado recorría por completo su cuerpo. Sentía el peligro en el ambiente, por lo que alzaba sus manos hacia los lados y destruía todo a su alrededor acompañado de un grito desgarrador. Pero lejos de desaparecer dicha sensación de su piel, sólo se acrecentaba a tal punto que volvía a hacer lo mismo y el polvo le nublaba la vista. Y al volver, frente a sus dos orbes se encontraba una mujer con una especie de Hoz y una mirada tan, pero tan profunda, que le daba la impresión de ser alguien que conocía todo acerca de él. Entonces perdía la voluntad de su cuerpo, las sombras que cubrían su humanidad lo abandonaban y caía de rodillas al piso. La mujer de cabellos negros y rostro cubierto por la sombra de su cabello se acercaba lentamente, agitando la pesada arma entre sus manos, a pesar de poseer unas palmas y dedos tan frágiles que no tenía explicación que pudiese sostener con tanta maestría aquel pedazo de metal. Sin embargo se daba la licencia de, incluso, poner el filo de la Hoz justo por sobre el cuello desnudo del general Noah, recitar unas palabras en un idioma que no podía entender, y cuando finalmente levantaba su rostro y la luz de la luna iluminaba su boca y su nariz… despertaba, agitado y extrañado. Desde luego, nunca fue capaz de ver el verdadero rostro de la ejecutora, pero siempre aparecía al final de sus sueños.

De pronto, sintió esa sensación pero esta vez caminando por el bosque. Se puso alerta y sacó una de sus espadas dispuesto a entablar batalla, con la respiración agitada elevándose de forma visible por sobre el aire. Para su sorpresa, al frente suyo sólo se encontraba un gato de color extraño. En silencio lo maldijo, y entonces fue cuando el animal tomó rumbo hasta subirse a un árbol y siguió ronroneando. Algo en el sonido de su boca lo ponía incómodo, le daba la impresión que lo estaba acechando. Dio un paso hacia delante, y al instante, el animal se dejó caer por sobre el regazo de una mujer escasamente desnuda, y con una apariencia tan fuera de lugar que el mismo general romano no sabía qué decir en ese minuto. Presencio en silencio y asombro como la muchacha acariciaba y miraba al felino, para después volver su vista hacia él. Sus ojos le parecían extrañamente familiares, a pesar de no haberlos visto nunca. Pero algo en ellos, le provocaban una sensación muy similar a una que ya había sentido antes en su vida…

Se quedó de pie, con la espada en la mano, aunque en una posición que no daba la impresión de ser de batalla. Estaba tan concentrado, e impresionado, en el rostro de aquella mujer recién avistada, que olvidó por completo todo lo que pudiese estar pasando en esos momentos.
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Mensaje por Selene Lun Jul 18, 2011 12:58 am

La cola del gato se movía en forma de vaivén de un lado a otro sobre el vientre de Selene, como si estuviese acariciando la piel que se dejaba ver en ese sector de su cuerpo. Selene pasaba sus manos por el pelaje del lomo del animal, concentrada en observar a aquel hombre que portaba en sus manos una espada… un arma… que no recordaba haber visto antes. Era una lástima que ya no portase aquella espada de dragones, quizás la hubiese perdido durante su última batalla, ¿Quién podría decirlo? De seguro ella no.

Sabía que compartía algo con ese sujeto, su alma de alguna forma estaba asociada con él, e incluso mucho antes de que despertase como el pecado de la ira, recordaba haber soñado con ese rostro en más de una ocasión. Y en todos sus sueños, portaba el mismo semblante de un gran señor como lo hacía ahora, orgulloso, altanero, emanando una confianza que resultaba difícil de poder soportar en su presencia. Sólo al estar parado ahí, le decía a Selene que era cierto lo que Orgullo había dicho… ese hombre, si es que eso era posible, hacía que volvieran a su cuerpo y alma recuerdos del pasado, del presente y del futuro que eran demasiado pesados para llevar sobre los hombros. Pero no se lo mostraría jamás. Selene no era el tipo de mujer que le mostraría a alguien, menos a él, lo que sentía. Ya no era una niña… como en otros tiempos. Entendía que todo aquello ya no era un juego… no podía jugar a golpearlo para luego terminar en sus brazos haciéndose suya sobre pétalos de rosas. Ese tiempo… pasado y futuro… no podían dejar que se nublara el único propósito por el cual estaba viva una vez más… destruir… matar… llevar caos y oscuridad al mundo de los vivos.

Y aún así, la presencia de aquel sujeto le parecía intimidante. Por ello sonrió y bajó el rostro cerrando los ojos.

- Selene Kamilah vuela más alto que el dragón de alas negras…¿Quién lo diría? – Dijo en Egipcio, lentamente. Pero sabía que ese hombre era Romano. No había que ser un genio para adivinarlo, era cosa de ver su indumentaria de guerra, por lo cual, con el mejor de su acento, comenzó a hablar en el vulgar latín que tanto odiaba. – Aunque las alturas no me agradan precisamente, prefiero mantener ambos pies sobre la tierra.

Dejó caer su cuerpo con gracia, como si no pesara nada, como si ella y su gato se movieran a la par con aquella agilidad de un felino.

- Mi nombre es Selene Kamilah Nephthy…. hija de Isis, del linaje sagrado de Ankrahsenmun, Reina de Bajo y Alto Egipto y la tierra que se extiende hasta las cataratas… señora de todas las rosas. – No creía tener que decirle más. Si tenía dos dedos de frente y no había estado desterrado de Roma durante los últimos 10 años, sabría quien era Selene, pues por largo tiempo Roma y Egipto habían estado en guerra. Se preguntó, si por su mente no pasaría en aquel instante la idea de tomar esa espada y cortar la cabeza de la reina de un imperio enemigo, ahora que estaba sola e “indefensa” tan lejos de su propio hogar. – Que decepción… Creo que no me recuerdas… - Dijo con tono infantil, con algo de sarcasmo en su voz. – Tal vez… ¿Me prestarías tu espada, guerrero Romano? Y quizas quieras decirme tu nombre.


No se movió ningun centimetro. Se quedó ahi, parada a unos metros de distancia de él, mirandolo a los ojos con interes. Su cabellera se seguía meciendo al viento de un lado a otro... pero parecía no molestarle.
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Mensaje por Noah Lun Jul 18, 2011 2:30 am

El viento seguía siendo tan helado que Noah captó como su cabello se llenaba de una suave y fina capa de escarcha, la que también se esparcía por todo su cuerpo, humedeciendo su armadura de general romano y dando la impresión de que se estaba congelando en ese minuto. Curiosamente, dicha afirmación no hubiese estado tan alejada de la realidad, si no fuera por el hecho de que el general romano se negaba a permitir que su cuerpo cediese ante el impacto del gélido ambiente. Se repetía constantemente, prácticamente de manera automática, que no podía demostrar debilidad ante nadie, ni siquiera ante la tierra en la que habitaban sus enemigos.

Y mucho menos, en presencia de los ojos de una mujer como esa. No la conocía, ni recordaba haberla visto en algún lado. Tampoco se explicaba de dónde podría haber salido, y todavía más inquietante, cómo es que podía sobrevivir a dichas temperaturas tan extremas y mantenerse tan tranquila y fresca en ese lugar. No podía saber que estaba sintiendo ella en ese minuto, pero por la forma en que se comportaba con ese animal, y por como le miraba directamente a los ojos, comprendía muy bien que a pesar de estar cubierto por una armadura, cotas de mallas y cuero, y ella simplemente con una fina túnica que apenas le cubría y gemas en su cabello; era él quien se sentía más afectado por la temperatura del medio ambiente.

Desde luego no era agradable darse cuenta de que estaba siendo más endeble que una mujer, fuese quien fuese. Apretó suavemente el mango de su espada, tensionándolo lo suficiente como para poder sentir hasta los más mínimos detalles que ostentase. Rápidamente se calmó y sin apartar la vista de los ojos de la extraña aparecida, prestó más atención al percatarse de como sus labios se separaban y daban paso a unas palabras tan desconocidas que, en realidad, le dio la impresión de que no había escuchado absolutamente nada. Era un idioma tan diferente al suyo, que ni siquiera se molestó en querer interpretarlo. Un simple acto reflejo de su cuerpo fue el que provocó que volviese a apretar el mango de su espada, quizás en respuesta al hecho de percibir que había sido insultado, a pesar de no entender la forma ni mucho menos conocer las palabras emitidas por la extraña.

Para su suerte lo siguiente que dijo sí que pudo entenderlo. A pesar del acento peculiar, el latín en que había sido pronunciada la oración fue prácticamente perfecto. No era común conocer a una persona que conociese más de dos idiomas, aunque desde luego, no era aquel el detalle que llamaba la atención del general romano. Mantuvo su rostro serio y frío en todo momento, ignorando los movimientos que estaban siendo ejecutados por la muchacha. No le interesaba observar un espectáculo de una niña con su gato, sino que más bien, lo que quería eran respuestas. Contestaciones que, por gracia del destino o no, llegaron en cuanto la idea pasó por su mente.

Lo primero que escuchó fue el nombre de su interlocutora. Para su sorpresa, según ella, resultaba ser nada más ni nada menos que la emperatriz de Egipto, aquella nación que tantas dificultades le había estado trayendo a los romanos en su conquista por la búsqueda de la unificación mundial bajo un solo estandarte. Automáticamente pasaba a ser una enemiga pública, incluso para Noah, y por un segundo pensó en que ello era lo único que necesitaba oír y ya lo mejor era tomarla prisionera. De seguro que el Emperador estaría muy complacido de tenerla en su guarida, o quizás, hasta en su propia cama y completamente a su servicio. Era una idea tentadora, aunque, la descartó en el instante en que consideró un agravante que resaltaba y que había ignorado a pesar de ser evidente: ¿Por qué una reina tan importante estaría allí, en medio de la nada, prácticamente sirviéndose en bandeja de plata a quien se le cruzara por delante?. Un líder podía ostentar mucho poder, pero si no tenía gente que guiar y luchara por él, tan sólo era un mortal común y corriente, como cualquier otro.

Soltó un bufido de burla sin perder la compostura fría, y sonrió con malicia mientras escuchaba, ya un poco más desinteresado, las palabras que seguían saliendo por la boca de la mujer de cabellos negros. Estaba claro que no le había creído quién era, y ya tenía decidido cual podía ser su destino. Una simple muchacha loca no tenía valor alguno para el imperio, pero probablemente sirviese de diversión para la tropa. Eso si es que antes ya no habían encontrado en que divertirse esos desgraciados a los que definitivamente había perdido de vista.

Escuchó lo último que la mujer tuvo que decirle y, sin sacar la sonrisa irónica, que formaba una combinación bastante llamativa si se le sumaba la frialdad de su mirada, se aprestó a contestarle dispuesto a no perder demasiado tiempo.


La única forma de que toques mi espada, es que seas atravesada por ella en alguna de tus extremidades.
– Contestó de golpe, y sin esperar prosiguió. - ¿Qué clase de idiota piensas que soy? La reina de Egipto, aquella nación que no estaba dispuesta a ser conquistada… ¿En el norte? – Remarcó la pregunta. - ¿En el norte? Estás loca, mujer, y más de lo que pude pensar en un primer instante.

Movió la espada frente a sus ojos, de tal forma que la hoja reflejara en un costado el rostro de la muchacha, y en otro, la seriedad de la cara del general Noah al desaparecer de su boca la sonrisa irónica. Iba a tomarla prisionera y asesinaría a su gato. Dio un paso, pero entonces, se detuvo y volvió a sentir la sensación de sentirse observado. Aquello provocó que no pudiese seguir avanzando, aunque lo disimuló con una mirada llena de desprecio contra la mujer. No dejaría que se diese cuenta de lo que estaba pasando dentro de su cabeza. Nunca mostraría debilidad ante nadie.


En cualquier caso, no me importa si eres la reina de Egipto, del Norte, de Persia o de una casa de placer.
– Comentó con rapidez, mostrando que no iba a ser cortés con ella sólo porque fuese una mujer. – No eres romana, y si lo fueses, estás en un sitio en el que no deberías estar. Ante mis ojos, no eres más que una desquiciada y debería tomarte prisionera ahora mismo.

Prestó atención a su cabello, el cual se movía danzarín por alrededor de su cuello, el que por unos segundos no pudo dejar de mirar. Era raro, nunca se había detenido a observar con tanta pasividad el cuello y cabello de alguna mujer, pero ahora lo hacía y no entendía bien el porqué. Pestañeó con fuerza y volvió sus ojos en dirección a los de su compañera en el frío.

¿Qué haces aquí? Responde.
– Ordenó con la autoridad de un general romano que contaba con el respaldo del Emperador. Quería respuestas, y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de obtenerlas. En lo que respectaba a Noah, esa mujer no le importaba en lo más mínimo. Pero por otro lado… algo dentro de él, le hacía sentirse extraño al sentir la presencia de la muchacha.

Sólo hasta entonces diferenció el aroma que invadía el ambiente. . – Rosas… - Exclamó con tranquilidad, como si por ese segundo en el que habló, hubiese sido otra persona la que emitía dicho comentario.
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Mensaje por Selene Vie Jul 22, 2011 10:16 am

- ¿Entonces por qué no lo intentas? - Le respondió Selene cruzandose de brazos y mirandolo como si estuviese parada tratando con un niño con la boca más grande que su cerebro. - Siempre puedes tomar tu gran espada Romana e intentar atravesar mi cuerpo... Despues de todo tu enemigo es una mujer desarmada, debe ser muy honorable según tus estandares ¿No? Esa es la gloria... del imperio romano... Un pobre diablo amenazando a una mujer... ja!

Podría ser el dragón, sin duda tenía la altanería de uno... y ese brillo particular en los ojos que decía que no temía a nada. Tal vez había visto la muerte demasiadas veces para temerle a algo.

Y eran esos mismos ojos que le decían a Selene que entre ellos había más que una rivalidad de momento, un romance, una pelea a muerte... compartían algo que ella pensó que nunca había tenido, pero que de cualquier manera no podría tener jamás.

- En fin... no espero más de un asqueroso romano lleno de mierda y pulgas. - Selene siempre había sido maniatica con la higiene, solía tomar largos baños, hacer que sus doncellas cepillaran su cabello y la llenaran con aceites y esencias de flores para hacerla relucir. Por ello, a su vista, aquel hombre que llevaba en combate mucho tiempo, cuya ropa tenía rastros de sangre seca y barro, era un asco, y lo despreciaba por ello. - De cualquier forma, tú no estas en posición para exigir nada. No estoy aquí para aclarar tus dudas... sino para imponerte las mías.

Dio un paso adelante. Extendió su mano lentamente y sobre ésta apareció una luz azulina que lentamente fue materializandose en una rosa de color azul que Selene puso en su cabello. Le parecía apropiado para el ambiente.

- Rosas... creo haberte dicho que soy su señora. Pareces retrasado repitiendo cosas que ya deberían estar claras. ¿Qué más se puede pedir de un vulgar generalucho romano?

Dio un paso más hacia adelante, el viento le agitaba la cabellera larga y azabache. Lo miró con orgullo en su rostro, con serenidad pero al mismo tiempo impaciencia.

- Te lo preguntaré una sola vez... ya que no me quieres prestar tu espada... ¿Te acuerdas de mí?

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Mensaje por Noah Lun Ago 01, 2011 1:05 am

Noah escuchaba atentó las palabras emitidas por la mujer de cabellos lisos y negros. Por lo visto tenía una habilidad única para decir cosas que al soldado romano le resultaban irritantes, pero que al mismo tiempo, le llamaban poderosamente la atención. Lo desconcertaba la idea, y dudó por unos segundos si no estaba volviéndose loco.

¿Qué explicación había, para sentir que esa persona desconocida era el rival que tanto había buscado a lo largo de su vida? Siguiendo los ideales de un buen guerrero, exploraba los frentes de combate en busca de un digno luchador de esgrimir la espada contra él. En una que otra ocasión había hallado entes sin nombre interesantes, pero que todavía permaneciese con vida era la muestra que no eran el luchador adecuado. El guerrero adecuado para chocar acero contra él, sería aquel que pudiese dejarle una marca de por vida, o en el mejor de los casos, arrebatarle la existencia y los sueños. Obviamente ninguna de las dos opciones estaba cumplida y por lo tanto, nadie merecía estar en los recuerdos del general romano. Entonces… ¿Por qué una chica, diminuta, frágil, claramente fuera de sus facultades mentales, le causaba esa sensación? No tenía lógica, en absoluto. Sí, era cierto, poseía una mirada honorable, llena de un orgullo que sólo podía portar un soldado…no, un guerrero formidable, que perteneciera a lo mejor de lo mejor. Es por ello que la veía tanto a los orbes, le sorprendía en demasía el sentir que su mirada no se imponía con facilidad ante la de ella. Le daba batalla, mucho más que toda su legión junta, e incluso, que todos los pobres diablos que hubiese visto anteriormente en sus años de existencia. Pero al momento que veía más allá de sus ojos, se desconcertaba al contemplar que frente a él no estaba un campeón de campeones, sino una… mujer.


¿Y desde cuándo estoy en la obligación de responder a tus requerimientos?
– Contestó con dureza, apretando con mucha fuerza el mango de su espada. No cedería terreno tan fácilmente, el ser derrotado por una mujer era algo inaceptable, bajo cualquier punto de vista. – Que yo sepa, sólo he jurado lealtad al emperador.

Dio un paso hacia delante, manteniendo la mirada firme a pesar de estar confuso. Habría querido pensar que sólo sus ojos le causaban curiosidad, pero su carácter y, esa extraña habilidad para hacer aparecer una rosa azul, tampoco eran hechos que le pasasen desapercibidos. ¿Acaso esa mujer practicaba brujería o una religión extranjera? No podía saberlo, y aunque le llamaba la atención, no permitiría que su rostro reflejara alguna emoción. Todo lo que ella vería, sería a un general romano que claramente no estaba dispuesto a someterse a sus órdenes.

Volveré a repetirlo, puesto que parece que tú eres la retrasada que no comprende cosas que deberían estar claras. No tengo porqué, ni tampoco pretendo obedecerte!!.
- Esta vez le gritó a unos cuantos metros de distancia, demostrando que la cortesía no era una virtud que poseyera el general romano. Si aquella mujer pensaba que la trataría de manera especial, entonces estaba más que equivocada.

¿Quieres mi espada?
- Sonrió de forma burlesca e irónica.- Atrápala.

Acto seguido, lanzó su espada hacia el cielo de tal forma que la hoja girara por sobre sus cabezas. El filo del arma relucía con los escasos rayos del sol que se reflejaban en la nieve que los rodeaba, y cualquiera podría notar que tocarla sería ganar un corte instantáneo. Naturalmente, el recibir un impacto de ella considerando la velocidad que alcanzaría en el aire, sería una muerte instantánea.

Veamos si sus agallas son ciertas.
– Pensó para sus adentros, sin dejar de observarla directamente a los ojos ni tampoco retroceder un paso. Había utilizado su muñeca de tal forma, que la hoja caería en picada por sobre la mujer. No quería matarla, por extraño que sonase. Pero tampoco estaba en sus planes extender su vida, si es que era una enemiga. Por lo cual, dejaría que fuesen sus capacidades los que la juzgaran.

Sólo hasta que ello pasara, otorgaría una respuesta a sus interrogantes.
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Mensaje por Selene Lun Ago 01, 2011 2:36 am

Nunca antes le habñia ardido la sangre como lo estaba haciendo en ese momento.

No sintió esa ira cuando murió su padre presa del veneno de una mano traidora...veneno... deshonrosa arma de eunucos y mujeres.
No sintió aquella ira desmedida cuando a los 12 años viajó a Alejandría y vio la hambruna en que su hermana Diva había dejado el pueblo Egipcio.
No sintió aquel hormigueo de rabia en el estómago cuando le comunicaron que sus hermanos en el oasis de las rosas habían sido asesinados... ni si quiera cuando le dijeron que la cabeza de Jezzara había sido clavada en una pica y que se la comían las aves.
No sintió aquel sentimiento cuando la obligaron a casarse con su hermano menor y tuvo que dormir a su lado, mientras cientos de ojos observaban el morbo de dos niños jugando a ser marido y mujer.
No sintió ese calor cuando se enteró de que todo el tiempo al gobierno de Egipcio había sido manipulada por Seth y otros de su calaña.
No sintió aquel rencor ni si quiera cuando Diva le declaró la guerra a Egipto y observó como buena parte de su amada Alejandría era asediada y su biblioteca se quemaba a manos del general Edward.
No sintió aquel cosquilleo en el estómago cuando sedució a aquel puerco romano en el Nilo deshonrando su piel al dejar que la tocara.
No sintió nada de aquello, ni si quiera cuando le comunicaron que su futuro marido era el niño Gelum.... y tampoco cuando Octavius interrumpió el día de su matrimonio con él.
No sintió tal sed de venganza cuando Octavius no volvió a cumplir su palabra de hacerla su esposa y se dio cuenta que simplemente la había utilizado para tramitar aún más la paz entre ambos reinos.
No sintió tal enojo ni si quiera cuando el hijo de puta de Apocalypse se atrevió a besarla y luego tuvo que arrastrarse de vuelta al inframundo al caer bajo su propio veneno y haber sido salvada por nada menos que un gato... dependiendo de la ayuda y misericordia de Astrid para vivir...
Ni si quiera sintió aquella ira cuando Astrid le sacó en cara que por su culpa vestían sappuris y Kore había muerto.

Todo eso, parecían niñadas al tener a ese sujeto frente a ella hablandole de ese modo. Nunca nadie le había provocado ese cosquilleo en el estomago, esa mezcla de odio que empezaba a sentir por él.

No despegó sus ojos de él cuando le lanzó la espada por el aire. Sabía que podía sujetarla por la empuñadura. Para ella... esa espada estaba moviendose en camara lenta... y aún así, sólo para mostrarle al dragón que no le temía ni a él ni a las armas de los hombres subió su mano y la atrapó entre su dedo indice y el pulgar por la punta de su filo, sin cortarse. Lo miró haciendole burla, como si estuviese sorprendida de que pudiese haber hecho algo así, sólo para cerrar el resto de sus dedos en el filo apretando la espada con fuerza contra su palma, dejando que su sangre adornada la nieve con rojo.

- Que dolor... ay... ay... voy a llorar. - Dijo sonriendo y riendose luego de ello para volver a lanzar la espada al aire, hacer que diera una serie de vueltas y tomarla por la empuñadura.

Sin previo aviso puso sujetó su cabello por atras con la mano libre, lo tensó y lo cortó todo de un viaje, tirando la cola a los pies del dragón. Cuando soltó la cabellera de su mano, cayó una melena un tanto dispareja sobre sus hombros, negra azabache remarcando su rostro pálido y sus preciosos ojos color violeta.

- ¿Ya sabes quien soy? - Le preguntó algo más esperanzada sonriendo con sinceridad. - ¿O tengo que empezar a golpearte un poco para refrescarte la memoria?

Estaba feliz. Lo había encontrado. Había encontrado al hombre, al único ser, que podía mirar a los ojos y no hacia abajo. Al único que la desesperaba a ese punto de provocar querer matarlo con sus manos desnudas, ahorcandolo, mirandolo sufrir lentamente mientras besaba sus labios una y otra vez.

La única persona que alguien como ella, podría realmente amar... pero que nunca lo admitiría por su obstinado orgullo.
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Mensaje por Noah Lun Ago 01, 2011 3:20 am

El tiempo avanzaba más lento a medida que la espada se acercaba girando una y otra vez hacia la mujer. Por una parte, el general romano deseaba asestarle y acabar con el asunto, a sabiendas de que aunque no la matase, el simple hecho de no poder atajar una espada comprobaría que era una mujer común y corriente, nada de que preocuparse ni tampoco lamentarse, en el caso de que muriera.

Aunque por otro lado, estaba la opción que por alguna razón, una parte de él deseaba que se cumpliera. Esa que le decía que a pesar de su apariencia, en la que parecía más una doncella perdida que un rival temible, no debía creerle a nada más que no fueran sus ojos. En ellos estaba la verdad de la muchacha frente a él, el verdadero reto que había estado esperando por toda su vida el general Noah. Aquel desafío que lo haría plantearse su calidad como luchador, como líder, e incluso, como hombre que sólo servía para la guerra.

Estaba más que consciente de que resultaba imposible que obtuviese la respuesta a muchas de sus dudas de legionario al enfrentar a un ser de apariencia tan débil. Y a pesar de que no era tan imbécil para subestimar a sus oponentes, sabía que hasta su padre se habría reído de él si lo veía ahí, de pie, dudando acerca de una mujer que sólo podía tener una utilidad, ser esclava romana, y obligarla a realizar tareas domésticas, a servirle, y tener placer a costa suya. Un botín de guerra, tal cual lo era cualquier mujer que apareciese en el camino de un soldado del imperio. Darle más importancia que la de un pedazo de carne, hubiese sido un error y una deshonra para su familia, y para el título del general más terrible y despiadado de todos.

No obstante, su cuerpo no respondía a ninguna de sus órdenes. Por tanto, sólo permanecía quieto a la espera del desenlace entre la extraña aparecida y su espada. Por supuesto, su mirada desafiante y altanera no se apartaba del trayecto que le ofrecía el rostro de su “casual” compañera. Sabía muy bien que apartar el rostro significaba la derrota, e incluso pestañear demasiado o tomarse demasiado tiempo al cerrar sus párpados. Era una confrontación a nivel de orgullo, y claramente tenía tantas ganas de perder como las que demostraba su exótica amiga.

Tuvo que luchar mucho para no lucir impresionado al contemplar cómo, prácticamente sin esforzarse, ni demostrar sumisión alguna, contoló la espada. Peor todavía fue la demostración de habilidad, puesto que al cortarse, claramente le quería decir que su prueba había sido una mierda. Y él, un estúpido. Una ofensa, por cualquier lado que se le mirase.

Gruñó de la rabia, pero no dijo nada. Tenía que admitir para sus adentros que había sido un movimiento inteligente, aunque claro, no sería algo que diría en voz alta.

Luego retornaron las preguntas, al mismo tiempo que ella se cortaba el pelo y se lo lanzaba. ¿A qué estaba jugando?. Esa actitud, tan demente… lo desconcertaba a tal punto, que llegaba a parecerle una sensación familiar. Y cuando se dio cuenta, captó que lo mismo sintió al enojarse. Era familiar, era algo que ya había vivido antes…


Atrapaste una espada.
– Señaló, sin emoción alguna.- Gran cosa, te felicito. Ya tienes lo que querías, y todo por obedecerme.– Concluyó en tono altanero, ignorando el cabello que yacía a sus pies. Le provocaba gracia que ya le había hecho caso, sin siquiera darse cuenta.

A pesar de ello, por otro lado, cada vez era más difícil disimular la confusión… y para peor, cada segundo que pasaba, se sentía más interesado en la muchacha.

Pero eres una estúpida, infantil, arrogante e ingenua hembra, si piensas que por ello puedes siquiera ponerme un dedo encima.
– Sonrió con burla, claramente despreciándola. – Si quieres intentarlo… adelante.

La miró de pies a cabeza. No tenía oportunidad contra él, ninguna.

No me hago responsable de lo que te pueda suceder. El mundo se acabará antes de que te trate con cortesía, si es lo que piensas que puede ocurrir…je… no vales nada, mujer.

Estiró sus dedos, y dejó que la sonrisa molesta e irritante permaneciera en su rostro. Una sonrisa que sólo predicaba una cosa: Imponencia.
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Mensaje por Selene Lun Ago 01, 2011 4:00 am

No me recuerda...

Su sonrisa (sincera) lentamente desapareció y sintió un nudo en la garganta. No la recordaba... no lo hacía. No tenía idea de quien estaba frente a él.

¿Por qué habría de recordarte? ¿Por que te amaba? .... patética. No digas esa palabra, no la pienses... no existe.... nunca existió en tu vida.

Bajó el rostro más pálida que de costumbre mientras intentaba tragar la saliva que se había juntado en su boca. Escuchó sus palabras, pero al mismo tiempo no lo hizo. Lo único que retumbaba en su cabeza era el pensamiento de que ese sujeto... no sabía quien era. No le importaba quien era.

¿Tanto he cambiado?

Miró sus manos, una sangrando, la otra limpia... no tenía el cuerpo de una niña ya, ni de una mocosa impulsiva.... era una mujer, el sol y la soledad se habían asegurado de ello. Pero aún con su cabello cortado de la forma en que Scarlett lo llevaba, cortado de una forma limpia y despreocupada... él no sabía que tenía frente a aquella alma que en la soledad de una luna llena había tomado entre sus brazos.

Eso fue hace mucho... mucho tiempo.

¿Por qué aquella noche volvía a ella entonces? Sería el aroma de las rosas quizas lo que le recordaba la forma en que ambos en medio de una batalla se habían rendido al cuerpo del otro.

No tiene importancia. Los espectros no deberían recordar ese tipo de cosas de cualquier manera. Es mejor así...

Cerró los ojos, no quería verlo. No quería ver a sus ojos y sentir aquella punzada en el pecho nuevamente. No quería observarlo y darse cuenta que en sus ojos sólo veía a una mocosa, extraña, sin importancia alguna. Su orgullo era demasiado grande para dejarse herir de esa forma nuevamente.

Es mejor que no sepa quien soy ni nuestros caminos se vuelvan a cruzar. En la guerra no tenemos que vernos nuevamente.... el nunca iría al castillo de los pecados, el aroma lo irritaba.... y yo no tengo porqué acercarme a Caina. Se acabó.... es mejor así.... sí....


Sólo ella lo había deseado y recordado incluso sin saber quien era. Desde que era una niña había soñado con sus ojos, su aroma, sus brazos... la forma en que hablaba y la calidez de su aliento. Sus labios recorriendo sin respeto alguno su piel, susurrandole lo mucho que disfrutaba someterla de esa forma.

Orgullo tenía razón. Me he vuelto debil y patetica a causa de él.


Lo había soñado, había imaginado que era él cada hombre que alguna vez sedujo por sobrevivencia. Cuando dormía con su hermano imaginaba que a su lado se encontraba ese hombre con el cual soñaba en vez de un niño al que odiaba. Sabía que en algun lado había nacido y fantaseaba con el momento en que vería a aquel sujeto de sus sueños llegar a pedir su mano. Le habría dado un verdadero festín para recibirlo.... lo habría cubierto en oro, joyas, aceites y compartido su lecho y cada uno de sus días con él. Lo sabía, pues desde niña le pedía a Isis que lo llevara ante ella, que fuera un rey, un príncipe, un emperador.... que le diera hijos varones fuertes y saludables que pudieran llevar la corona de Alejandro o que él mismo la tomara y conquistara el mundo con ella.

Pero ya nada de eso importaba... en lo absoluto. Selene, la reina de Egipto, ya no existía. Su alma era ahora una sola con la ira, y estaba al servicio de Hades. No habrían niños en su vientre que llevaran espadas de oro, ni conquistaran un mundo que ella debía destruir. No habría sueños de gloria, grandeza y conquista.... sólo de oscuridad y destrucción.

- Cheshire. - Llamó dandose vuelta, dandole la espalda. Dejó caer la espada pesadamente. No tenía nada más que hacer en ese lugar.

Comenzó a caminar alejandose de él. Cheshire la seguía aunque se detuvo a mirar un segundo al general Romano como si entendiese que había sido él quien había ganado el duelo, Selene se iba, con él, dejando al general solo en medio de la nieve. Movió su cola triunfante, siguiendola de cerca.

Es mejor así.... Sin Jezzara.... sin Astrid.... Sin Wyvern.... Sin Kore....

Sin nadie.


Y de pronto, a unos 20 metros de distancia se detuvo. El cosmo de su hermana Diva acababa de exitinguirse y otro gigantesco estaba naciendo al mundo...
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Mensaje por Noah Lun Ago 01, 2011 4:28 am

El sabor de la victoria siempre era un placer que cualquier hombre disfrutaba una enormidad, especialmente cuando se trataba de una hazaña especial, heroica, por la que había luchado mucho tiempo y puesto bastante de su esfuerzo en ello. Que le había llevado años y años concretar, y que a pesar de todas las adversidades, se había impuesto a uno o más enemigos formidables, o a una situación de la que ningún otro hombre hubiese salido airoso con anterioridad.

Pero ello distaba rotundamente de ser una victoria épica. Y aunque en un primer instante lo había disfrutado, y su rostro expresó una genuina sonrisa de satisfacción al verse con el triunfo en la mano, no bastó mucho tiempo para que sintiera un vacío tremendo en su interior.


¿Por qué..?
– Se preguntaba, atónito, sin explicarse el motivo de su malestar.

Y es que, realmente, no era una sensación que hubiese podido sentir en toda su vida. Hasta ahora, por supuesto. No tenía heridas, tampoco sentía el cuerpo débil y el frío ya no le incomodaba. Pero a medida que la mujer caminaba y caminaba, alejándose lentamente de su persona, identificaba que tanto en su espíritu como en su cuerpo nacía una nueva forma de percibir dolor: La perdición.


Perder…
- Decía con voz baja, bajando la vista hasta el cabello de la muchacha.

De pronto, le pareció que dichos hilillos negros, brillantes por su limpieza, eran más hermosos de lo que se había percatado en un comienzo. Misma consideración fue la que prevaleció al instante en que subió el rostro y la vio ahí, caminante, errante por los bosques. También se percató de que el felino lo había visto una última vez, antes de seguir a su dueña.

¿Quién… eres?- Se preguntó en silencio, sin explicarse qué le ocurría.

A la vez se agachó para recoger los cabellos desparramados por el suelo. A medida que los tomaba, le parecía que tocaba con su piel la seda más suave y refinada de todas. Por curiosidad, acercó su nariz hasta su mano y los olió… era un aroma que le revolvió hasta el alma… un aroma exquisito… profundo…excitante… irritante… que despertaba en él más de una sensación familiar, MUY familiar.

Se aprestó a tomar su espada del suelo y, sin perder tiempo, la lanzó con mucha fuerza hasta dejarla clavada en un árbol frente al trayecto de la mujer, la cual curiosamente, se había detenido en silencio. Luego, se acercó trotando hasta llegar a estar a la misma distancia de un comienzo…

No te he dado permiso para retirarte.– Exclamó con autoridad, caminando hasta posarse frente a la mujer. Quería verle directamente a los ojos.

Responde… ¿Qué buscas? ¿Por qué actúas de esa manera?
– Preguntó con la imponencia de un general, aunque al mismo tiempo, con la duda de un ser atormentado.

Selene… Selene era tu nombre. Entonces dime Selene… ¿Qué sabes de mí? Hay algo que conoces sobre mi persona, que yo desconozco… no me lo explico, intenté no creerlo… pero debo aceptarlo.
– Concluyó apretando los puños. Sentía rabia, mucha rabia.

La razón por la que aunque deseé matarte, y no pude… la misma que ahora me impide tomarte prisionera.
– Prosiguió con tono cortante, pero honesto. – Y la misma… que fuerza a mi cuerpo a no permitir que te alejes.
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Mensaje por Selene Lun Ago 01, 2011 5:19 am

Sus manos le tiritaban y la sombra que se proyectaba en su rostro oscurecía el hueco donde estaban sus ojos. Diva... aquella a quien había odiado por tantos años había muerto. No sintió placer en ello. Pensó que si algun día sucedia sería la primera en festejarlo, pero cuando sentía como una de las mentes más brillantes que había en el mundo desaparecía a manos de un cosmo gigantesco y abrumador... sintió deseos de largarse a llorar. ¿Era esa la humanidad que aún quedaba en ella?

No... No puede ser... pensé que ya no quedaba nada... que la ira lo había consumido todo...

Es gracioso que al final de las cosas las personas suelan pensar en el comienzo de ellas. Selene recordaba a Diva como una hermana mayor de gran simpatía que solía cautivar a los hombres con las palabras más que con su cuerpo. Todos acudían a ella a escucharla recitar sobre los temas que inundaban el mundo de los hombres, su padre aplaudía su inteligencia y Selene la miraba deseando algun día ser como ella. Muchas veces la abrazó, era hija de su madre y su padre... era su sangre. Hasta lucían parecidas.

Estúpida... ¿Cómo una maestra en sobrevivir terminó cayendo por mero orgullo y soberbia?

Apretó aun más los puños y sintió el roce de un arma a su costado, clavandose sobre un tronco. No le prestó la menor importancia. Sentía que se ahogaba... su hermana... la podía odiar, pero era su hermana... era....

Debo buscar su cuerpo... enterrarla en la tierra de nuestros padres...

Seguía temblando de ira, deseando... deseando que todo entre ellas hubiese sido distinto. Con su muerte ya podía dejar de odiarla, aquello había terminado. Ahora podía guardarle luto a la ultima de su estirpe.

¿Qué diría.... Padre.... si supiera.... si supiera.... que su sangre muere conmigo? Y yo jamás... podré hacer que nuestro nombre perdure. Padre....

- Padre... - Murmuró con la voz quebrada. Parecía olvidar donde se encontraba parada hasta que escuchó la voz de wyvern nuevamente. - Yo no necesito de tu permiso para hacer lo que se me de la gana.

Se lo dijo con tanta frialdad como desánimo. Su voz parecía apenas un susurro ahogado en el viento. No había sarcasmo en ella, ni la tipica vivacidad... sólo dolor. Sólo le quedaba Jezzara... su hermana... quien podría estar muerta para entonces. Despues de todo la había puesto en manos de Edward.

Escuchó a Wyvern ladeando su rostro. Ni si quiera ella sabía que buscaba, que estaba haciendo ahí con él. Pensó que cuando lo viera....

- No se tu nombre, Romano. - Le dijo con tristeza en su voz. - Pensé que... cuando te viera, sabría que quería de ti. Y ahora lo se, por eso me voy. Nuestros caminos no se volverán a cruzar.

Iba a seguir, no le debía explicaciones a esa basura... a ese Romano. No era el dragón, el rey de los dragones... no se comparaba a ningun otro hombre. Entre los jueces del inframundo, era el más respetado por los espectros, y eso era decir mucho de entes tan bastardos como los espectros de Hades, que eran sólo superados en desgracia y deslealtad por los Bersekers. A Wyvern nadie le levantaba la voz, nadie le decía que no. Sus hombres vivían y morían por él.

- ¡No debería decirte nada!
- Le gritó mirandolo a los ojos y sólo entonces él se podría haber percatado, si era lo suficientemente agudo, de que sus ojos estaban humedos. - ¡Eres basura Romana! Eres parte del ejercito que viola y clava a sus enemigos a cruces... no puede haber gloria en ti si eres parte de esos hijos de putas que se acuestan con perros en Roma y dan de comer mierda a los niños. Tú no eres el dragón... ¡Ante el dragón temblaban todos y se abrían a su paso asustados! ¡El dragón destruía armaduras doradas como si fueran polvo entre sus dedos y acababa con la esperanza de los corazones de aquellos bajo el estandarte de la justicia y la paz en la tierra! ... yo te vi.... yo te vi destrozarlos... hacerlos morir sin esfuerzo... los hombres se orinaban al sentirte cerca...tus alas cubrían de terror a tus víctimas en un baile glorioso de sangre y muerte. Tu nombre era sinónimo de majestuosidad, de respeto... de temor.... y yo te miraba a los ojos.... te miraba a los ojos... ¡Eras el Rey dragón!... y cuando dejaste de serlo... y sólo fuiste un hombre... y yo sólo una mujer.... - su voz se cortó. No iba a decirlo. No... eso era su humanidad, su vulgar humanidad que se rebelaba en un momento... en el pero de todos los momentos.

Se aclaró la garganta. Dejó que sus lágrimas se congelaran y su corazón terminara de morir. Recordaba como con lo último del poder del dragón la había protegido mientras la torre caía, cuando ella era sólo Scar. Cuando todo terminó y ambos fueron libres habían caminado juntos lado a lado como hombre y mujer... recordaba el sonido de las risas de niños y el dolor en su alma por una muerte prematura. Lo recordaba todo... y se tenía que obligar a olvidarlo, pues ella era nuevamente prisionera de Hades y siempre lo sería. Su alma le pertenecía... Y él, por ahora era libre de aquellos recuerdos, tenía la oportunidad de seguir viviendo, de sentir, de hacer lo que su propia voluntad le ordenara hasta que Hades lo arrastrara de vuelta a su lado.

- El la lealtad te harán servir a tu verdadero amo a la brevedad....


Y entonces sabrás quien es Selene de la Ira.

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Mensaje por Noah Lun Ago 01, 2011 7:35 pm

Pocas veces en su vida, se podría haber dicho que el general romano conocido como Noah había estado desconcertado y confundido. Ostentaba la reputación de ser el más terrible de todos los líderes de los legionarios, llevando como estandarte la furia con la que se ensañaba contra todos sus enemigos. No conocía la piedad, ni tampoco arrastraba remordimiento por sus actos, siendo conocido entre el ejército romano por ser brutal a la hora de aplicar sentencias. Nunca le había importado mucho quien estaba al frente, puesto que para él, en un campo de batalla todos los que no estuvieran bajo sus órdenes eran sus enemigos. Por ello es que cuando se percataba de traiciones o abandono, personalmente aplicaba los castigos pertinentes para así imponer el ejemplo frente a sus tropas. Con el tiempo, su política tan estricta se hizo famosa y a su legión sólo entraban aquellos que estaban dispuestos a perder la vida en el campo de batalla, ya fuese al día siguiente o muchos años después. Sus guerreros, por tanto, no poseían mayores sueños o aspiraciones, tales como la familia o el terminar sus días tranquilamente en el imperio. Eso era para otro tipo de soldados, no para los que se sometían a la dureza del trato de Noah. Para él, eran todos, incluyéndole por supuesto, herramientas al servicio del emperador, que habían nacido para servirle y morirían sirviéndole. La paz jamás había sido un objetivo en su vida, ni mucho menos conformar un núcleo o conservar su sangre a través de un primogénito. En su espíritu sólo existía la lucha, y nada más que la lucha.

Quién iba a decir que una mujer extraña iba a hacer temblar los cimientos tan fuertes que había construido el emisario romano. Sus ojos no dejaban de mirarla fijamente a la vez que la escuchaban, y por alguna razón, dentro de él una llama comenzaba a encenderse lentamente, alimentándose de cada una de las palabras y gestos que emitía la que se auto identificaba con el nombre de Selene. Hasta a él, lo desconcertaba de sobremanera el percatarse que, siendo una desconocida, parecía conocerlo mejor que nadie. Incluso que él mismo. Y lo que era peor, sus palabras, a pesar de sonar totalmente ilógicas e improbables, tenían una emoción y potencia, tan únicas… que prácticamente lo obligaban a creerle. Aun cuando nunca la había visto en su camino, tenía que aceptar que algo dentro de él le gritaba que ella hablaba con honestidad.


El dragón…
- Susurró, meditando todas las palabras emitidas por Selene - Un dragón…

Entonces abrió los ojos de golpe, y varias gotas de sudor frío descendieron por sus hombros hasta llegar a la parte baja de su espalda. Tragó saliva y se quedó mudo por varios segundos, en los que la brisa del invierno movió sus cabellos. Por un segundo, parecía como si no estuviese ahí, sino que en otro lugar. Situación que no estaba muy lejos de la realidad…

Dragón… podría ser que… no… no tiene manera de… no hay forma de que…


Estaba atónito, totalmente impactado por el hecho de que, sólo bajo una circunstancia, él se había relacionado con dragones. Era en sus sueños, más específicamente, en dicha pesadilla que se repetía constantemente a lo largo de su vida. No tenía ningún sentido que dicha muchacha supiese acerca de ello, pero por la forma en que hablaba, lo describía como si hubiese sido sus ojos a lo largo de su vida. Puesto que si bien era cierto, no era un “rey dragón”, sí provocaba dichos efectos en sus adversarios. Sí era temido por todos, aunque… no tenía alas ni mucho menos. En cambio, en su sueño, vaya que sí las poseía. Para peor… recordaba muy bien verse peleando contra siluetas doradas ¿Quizás las mismas de las que ella hablaba? Era una posibilidad… fuera de toda lógica común… pero posibilidad al fin y al cabo.

Volvió a mirarle directamente a los ojos, y entonces se sintió dentro de su sueño, justo en la parte donde la ejecutora de su vida aterrizaba frente a él. Claro, que ahora no estaba soñando, ni tampoco pretendía arrodillarse frente a ella.


No puede ser…
- Le dijo a la vez que se acercaba y le tomaba el rostro con ambas manos. –Eres… - Exclamó, titubeante, sorprendido y ya sin poder disimula su desconcierto.

Eres tú!!!!!


La sujetaba con fuerza, dejando asomar algo de brusquedad. Sus manos le temblaban, a la vez que se negaba a aceptar los hechos. Pero la evidencia era contundente, y con ello, no tenía forma de negar los hechos.

Tú me conoces…. tú sabes mucho de mí… tú eres esa mujer!!!
- Le gritó con fuerza, jadeando por el esfuerzo producido debido a la impresión. Por primera vez, estaba dejándose llevar por una extraña especie de furia… una que nunca había sentido antes. La sangre le quemaba debajo de las venas, el rostro le sudaba y sus ojos lucían atentos, pero cansados. Ya no era capaz de distinguir el frío en su piel. Lo único que tenía, era calor, mucho calor.

Vienes a por mi vida!!!???
– Preguntó con la misma intensidad, observándola con una mirada mucho más brutal que antes. Y es que, nunca antes su cuerpo estaba dominado por una furia tan intensa, tan alta como la que poseía en ese segundo. Por alguna razón se sentía en peligro, pero por otro lado, no quería alejarse de esa muchacha. E incluso, se atrevía a pensar que, mientras más cerca la tenía, más furia nacía dentro de su cuerpo…

Y de pronto… su corazón latió con fuerza… y se detuvo.

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Mensaje por Selene Lun Ago 01, 2011 11:04 pm


Las palabras de aquel hombres surgían con violencia de sus labios. Sus manos estaban apretando su rostro poniendola incómoda mientras la miraba a los ojos. Había soñado con sus ojos color miel toda su vida, pero sólo ahora los veía realmente y le parecían los de un hombre sin miedo. Nunca había visto a alguien que no le temiera realmente a nada.

¿Me ha conocido? ¿Se habrá acordado?.... no.... no es eso... aun no lo sabe.... aun no sabe quien soy yo pero lo empieza a recordar...


- Sueltame si no quieres perder las manos - Le dijo Selene sin moverse pero sintiendo que tambien se ponía furiosa. Nadie la tocaba sin su permiso, ni si quiera él... aunque quizás, era justamente él quien la tocaba siempre sin su permiso. Esa era una de las cosas que en algun tiempo la habían hecho mirarlo a los ojos. - No vengo por tu vida... no llamaría vida a lo que tienes ahora.

Sentía que del cuerpo de ese hombre estaba surgiendo cosmo. Era levísimo, pero desde el fondo de su epcho se sentía el despertar del universo. Cheshire gruñó furioso, parecía gustarle incluso menos que a Selene que ese hombre le pusiera las manos encima.

- Quieto saco de pulgas. - Le advirtió Selene en Egipcio.

Si esto sigue así... despertará, ira a la guerra de Hades... sin saber quien soy. Su lealtad y devoción a Hades le exigirá estar con él...


Sentía que el corazón le estaba palpitando muy fuerte a Wyvern, y cada latido incrementaba su cosmo, hasta que simplemente el palpitar se detuvo. Selene lo miró horrorizada pensando que había llegado el momento. Pero ella no deseaba que eso pasara, no aún... si é se iba sin reconocerla... hubiese sido horrible. Sin saber porque, sin dejar de mirarlo, la maestra de la vida puso su mano en el pecho de aquel hombre y concentrando todo su cosmo en ello, hizo que su corazón se calmara y latiera con lentitud... con calma... con la suficiente rapidez para permitir que estuviese ahí respirando, con ella. Lo miró a los ojos durante todo el proceso sin saber si se daría cuenta de que era ella quien estaba manipulando su torrente sanguineo. No era dificil para alguien que podía manipular la vida omo ella.

- Tienes razón. - No podía creer lo que estaba a punto de hacer, pero con Diva muerta, el imperio Romano no significaba un riesgo para ella.- Se todo sobre ti y tu destino en este mundo. Llévame contigo y si me tratas como corresponde, te lo diré.

Tenía que permanecer junto a él por si aquello volvía a pasar, de cualquier forma. Si su corazón se detenía y lo cubría la oscura sappuri del Juez Wyvern y la estrella celestial de la furia despertaba en su pecho... lo perdería nuevamente, ambos serían prisioneros de Hades para servirlo hasta sus muertes, y en ese instante él, era lo único que la mantenía aferrada a lo que quedaba de su humanidad.

Una rosa azul comenzaba a abrirse en uno de los troncos, y lentamente una enredadera empezaba a enrollarse en torno al filo de la hoja de la espada del general romano. Uno a uno crecían botones de color azul, florenciendo a cada segundo que Selene permanecía con él.

Sus manos... son como las recuerdo. No teme tocarme, nunca me ha temido. Sabe que podría cortarselas, envenenarlo, hacerlo sufrir y llenarlo de dolor... y aún así me toca.

Cerró los ojos y apoyó una de sus mejillas contra la palma de la mano del hombre. Se sentía bien su calidez en ese frío.

- Olvida tu alianza y tu juramento con el emperador. Él esta muerto y pronto tambien lo estarás tu si sigues en esa dirección. Tenemos que alejarnos de Roma.
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Mensaje por Noah Lun Ago 01, 2011 11:48 pm

Cuando su corazón dejó de latir, sintió como se le nublaba la vista y el cuerpo se le volvía muy, muy liviano. Ya no poseía el control de sus manos, ni de su boca, y prácticamente tenía la sensación de estar en el aire. Lentamente fue perdiendo hasta sus recuerdos, pero por algún motivo no le importaba. Mantenía sus ojos fijos en los de la muchacha, al mismo tiempo que la textura y suavidad de sus mejillas eran lo único que todavía podía percibir con exactitud. E incluso, tuvo la certeza de que podía comprender su piel más allá de estarla tocando. No podía explicarse el porqué, pero la forma en que se sentía su rostro era tan calido, y misteriosamente adictivo. Aunque sin dudas, lo más llamativo era el hecho de que verla y tocarla, le brindaba una quietud muy, muy escondida, dentro de toda la furia que estaba emanando de su interior.

De pronto sintió una de sus manos, y cuando ya estaba en un estado de inconciencia casi absoluta, el frío, el aroma a rosas, la nieve cerca de sus pies y todo lo demás volvieron a su humanidad. Estaba de vuelta, y su corazón, a pesar de que le quemaba, latía particularmente relajado. ¿Acaso estaría soñando? ¿Sería todo ello un sueño? Tal vez. Muchas veces su subconsciente le había pasado la cuenta, y dada las circunstancias, bien podía ser posible que ahora ocurriese lo mismo. Seguramente en realidad estaba recostado en su campamento de legionario, en una cama incómoda, semi desnudo y con la armadura en un costado.

Entonces oyó de nuevo su voz, tan imponente y seria, como una tonada oscura, sombría, aunque con un dejo de melancolía tremendo. Ciertamente es que no poseía habilidades para distinguir la música, y en realidad no le gustaba ningún tipo de expresión artística; sin embargo, el escuchar las palabras de esa mujer poseía un encanto atípico. No era una voz particularmente melodiosa, y en realidad sonaba más autoritaria que delicada, sin embargo, ello a él parecía no desagradarle… del todo. Por otro lado, no dejaba de irritarle el hecho de que intentara darle órdenes. A él nadie, salvo el emperador, le daba órdenes.

Llevarla consigo podía significar una molestia terrible. Especialmente considerando que a sus hombres les negaba cualquier tipo de prisionero que implicase un retraso y una boca más que alimentar. Por ello, les daba tiempo para descargarse con cuanta mujer encontrasen, de la forma que deseasen, pero sin ir más lejos que eso. Ya después enviaba a matarlas o mandaba un par de hombres a que las transportaran como esclavos hasta Roma. Pero con él, no caminaba nadie que no fuese un guerrero dispuesto a morir.

Estaba a punto de responderle, cuando su atención pasó a una de sus espadas. Clavada en un tronco, una variedad de rosas azules crecían junto a ella, con una velocidad bastante exagerada como para ser normal. Aunque a esas alturas, ya no se impresionaba por algo tan simple. La chica por lo visto tenía sus habilidades, y entre ellas, estaba juguetear con las flores.

Suspiró. No podía creer que estuviese perdiendo el tiempo con todo ello. Lo que necesitaba eran respuestas inmediatas, no una compañera que lo siguiese a todas partes. La furia una vez más comenzó a ascender en su cuerpo, aunque esta vez, se veía aplacada por el contacto que aquella mujer ejercía para con quien denominaba “Rey dragón”. No era capaz de entender la razón, pero algo dentro de su ser se sentía tremendamente bien al lado de dicha muchacha. Aunque lo quisiera, no tenía el control de su cuerpo como para poder apartarla de su camino. Y, muy en el fondo, tampoco es que quisiese hacerla a un lado. Era un enigma… agradable.

No obstante, las palabras acerca del Emperador, su único señor, lo descompensaron a tal punto que le fue imposible no abrir los ojos con fuerza una vez más y mirarle con rabia, con más rabia que antes.


¿Qué… qué has dicho? ¿El Emperador está muerto? No… no te creo, es imposible.
– Acercó su rostro más al de la mujer, casi chocando la punta de su nariz con ella, sin importarle el hecho de que pudiese molestarse o sentirse invadida al tener su presencia tan cerca. – Mientes, no hay forma de que esté muerto. El Emperador no puede morir… es imposible.

Sus manos estaban rígidas al igual que todo su cuerpo, el que se había tensado de una manera tal que parecía estar a punto de entrar en batalla. La sangre le hervía, y mucho, de sólo pensar que el único ser que le daba sentido a su existencia ya no permaneciese con vida. Era una verdad que no podría aceptar, aunque en el fondo, le sucedía lo mismo que con todas las demás cosas que ella le había dicho: Le creía, a cuestas y protestas, pero le creía.

Tienes que estar mintiendo… ¿Cómo sabes que murió? ¿Quién te lo ha dicho?
– Preguntó rabioso, con la ira que sólo podía demostrar un hombre orgulloso que se veía atacado en uno de sus puntos más sensibles.

Aunque lo peor vino después, cuando tras unos segundos en que no apartó el rostro de la cara de la mujer, entendió que ella ya había deducido una verdad contundente: Sin el Emperador, él ya no tenía nada que hacer por Roma. No confiaba en absolutamente nadie más que él, y si efectivamente estaba muerto, se había transformado en un soldado errante. Jamás pelearía por la mierda que significaban los senadores, tampoco Diva, ni ninguno de los hijos de su señor. No era un hombre de seguir fácil a una persona.


Pero si lo que dices es verdad… ya no tengo nada que hacer en Roma.
– Concluyó con el tono de alguien que, de pronto, perdía su vida de un golpe. Apartó su cabeza y le dio su espacio a la chica, y tan sólo mantuvo una de las manos en su mejilla casi por inercia, dado el hecho de que ella se estaba apoyando en su palma. Dentro de su cabeza se procesaban muchas posibilidades, pero en el fondo todas llegaban a lo mismo: Ya no tenía nada. Su vida había terminado… al menos lo que él conocía. Pero, siempre quedaba lo que pudiese contarle esa mujer.
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Mensaje por Selene Mar Ago 02, 2011 2:57 am

La reacción en el hombre que tenía en frente hizo que sus ojos se abrieran ampliamente. ¿Cómo era posible que la noticia de la muerte de un puerco como aquel que se decía el emperador de Roma le afectara tanto? Pero luego lo recordó, si había algo en ese hombre que le brotara por los poros era lealtad… una fidelidad que llegaba casi a lo enfermizo.

- Claro que es posible que haya muerto. Era sólo un hombre viejo en medio de una guerra en Persia. ¿Qué creías? ¿Qué viviría para siempre?
– Era verdad, era tan sólo un hombre. Los emperadores Romanos solían coronarse como dioses vivientes, algo que a los ojos de Selene era rescatable de esa nación… pero seguían siendo sólo hombres y como a todos, eventualmente les llegaba la hora de morir. - Marco Vinicius Vitellius Augusto Cesar, señor de Roma, Júpiter reencarnado… ha muerto. En Roma reina el caos, nadie sabe quién debe gobernar. Diva, mi hermana, también ha muerto… Solomon la ha asesinado.

Decirlo en voz alta hizo que se le revolviera el estómago. La odiaba, habría quemado Roma por verla hacerse carbón entre las llamas, pero seguía siendo su hermana y su muerte le dolía. Si todos esos acontecimientos hubiesen ocurrido 6 meses antes, sólo 6 meses antes… habría tomado a la galera de guerra principal, La Reina Isis, al mando del resto de los escorpiones y habría invadido Roma. Ahora, no tenía sentido. Si lo hubiese deseado podría haberlo hecho con sus dos manos… con una lluvia de espinas que atravesaran todo lo que viviera, ¿Pero para qué? Todo el mundo estaba a punto de caer bajo la desesperación de la muerte, ya fuera por el ejército de Espectros o por el ejército de Bersekers… Poseidón había despertado en Roma, había recibido la visita de la princesa Romana Lydia y había sentido su cosmoenergia divina. Hasta el mocoso de Gelum tenía cosmoenergía dorada fluyendo por sus venas. Todo Roma era un antro de guerreros y ella no iría a ese lugar a menos de que se lo ordenaran. No le causaba el menor interés ver el mundo de los vivos luego de que había visto sus aposentos en el infierno.

- ¿Cómo lo sé?...
– Selene rió.

La desesperación tan humana en el hombre le causaba gracia. Pero al mismo tiempo le llamaba la atención, como si quisiera conocer todo acerca de él. Era un soldado después de todo. Seguramente lo único que tenía era su honor como tal, su orgullo, su respeto por los dioses de la guerra. Para un soldado, Roma era su gloria, su madre… no era algo que se abandonaba de un momento a otro, por lo tanto, tendría que hablarle como a un soldado si quería conseguir algo con él de buena forma sin volverlo loco o agresivo, sabía que había mucha agresividad en él, y no quería luchar aún, no antes de que hubiese recuperado su resplandor de antaño.

- ¿Cómo iba? … ahh sí… “…Pide a cambio, para hacer de esta alianza algo sagrado y una unión final entre las familias de Roma y Egipto, desposarse con uno de los descendientes de Marco Vinicius Vitellius Augusto Cesar y que la descendencia que resulte de dicha unión sea considerado el fruto de la eterna amistad entre Egipto y Roma.” – Su tono sonaba solemne, pero burlón. Cuando terminó de hablar rió. – Mi esposo me lo dijo, pues era su padre. Soy la esposa de Octavius.

Mentía, nunca habían llegado a consumar su unión política ante los dioses, pero si ese hombre llevaba tanto tiempo lejos de Roma como para no saber que el Emperador había muerto, no había forma de que supiera si la unión de la Reina de Egipto y uno de los de la casa del emperador se había realizado o no. Además, tenía entendido que había sido la legión de ese hombre la que había llevado a Gelum a Egipto por el mediterráneo. Reconocía los emblemas.

- ¿No fueron tus hombres los que llevaron al pequeño Gelum Juliai a mi palacio para que se casara conmigo? Si se hubiesen quedado hasta nuestra boda sabrías que finalmente me casé con Octavius y el pequeño volvió a casa. Mi esposo se encuentra en Roma tratando de solucionar los motines de los traidores Fye y Solomon. Y Vergilius… se ha casado con Sophia secuestrándola y renunció al trono para dedicarse a su nueva esposa y a luchar contra su primo.

Todo aquello era mentira (en parte pues sabía que efectivamente Roma era un caos, había una guerra civil espantosa entre los herederos al trono, entre TODOS ellos), pero había pagado muchísimo oro para saber todo acerca de su enemigo, para complacer a su esposo fuese quien fuese, había aprendido sus historias.

Sabía que Solomon se acostaba con su hermana, no podía haber honor en un hombre como ese, un motín de parte de él era más que probable. Fye odiaba a los hijos del emperador, y eso era conocido en toda Roma al haberse alejado todos esos años de la ciudad… y Vergilius estaba enamorado de la hermosa pelirroja Sophia, su prima, y estaban comprometidos en matrimonio por lo que Selene sabía, solo que Fye nunca le hubiese permitido llevar a cabo aquella unión. Un hombre de guerra como Vergilius era capaz de secuestrarla si su hermano no se la cedía libremente.

– Lo último que supe es que las tropas de Vergilius y Fye están peleando cerca de Helvetia. Solomon ha alzado en armas al senado y Richard y Samantha han desaparecido y se presumen muertos. Octavius, mi esposo, me ha mandado a ti. He huido del fuego y el caos en que se ha convertido Roma. Ni si quiera Egipto es un lugar seguro para mi si Octavius cae, de seguro clavarían mi cabeza a una estaca. Eres........ – No podía creer la sarta de mierda que estaba hablando, pero tantos años en el trono la habían hecho apelar al honor de un hombre cuando lo necesitaba. Sin embargo era MUY orgullosa, y pedirle algo a alguien como él hacía que quisiera vomitar sobre sus botas. -… mi.............. última esperanza… General. Estoy asustada, tengo mucho frío… - Hizo como si tiritara y se rodeo el cuerpo con los brazos. – Mi esposo dijo que usted es un hombre de honor y que podía confiar en que me mantendría a salvo de los enemigo de Roma y Egipto...

La boca le sabía a hiel por tener que mostrarse como alguien débil después de haber atrapado la espada del sujeto con la punta de sus dedos. No estaba segura si le creería, pero no tenía razones para no hacerlo. Una cosa es que ella fuera ágil y otra muy distinta era que tuviera la fortaleza física para mantenerse viva y sola… a los ojos de un hombre, una mujer era menos que basura, solo servía para coger y tener hijos.

- Octavius me pidió que te diera este mensaje oralmente, es muy arriesgado haberlo escrito… el camino está lleno de desertores que me venderían al ejercito de Fye o al de Solomon. El general Edward desertó también… La compañía de la doceava esta en caos y lo último que supe es que ahogaron a Breda en una letrina. Por ello, tiene orden del legítimo emperador de Roma de ir a Britania y reunir el ejército que queda allá para proteger Londinium y también… mi cuello. Es un bonito cuello ¿No?, ambos estaríamos muy tristes si por alguna razón terminara lejos del resto de mi cuerpo.

Hablaba con la autoridad de Selene la reina de Egipto. No era difícil hacerlo, era una maestra cuando se trataba de mentir. Tendría que hacer el papel de dama en peligro, de ser débil, de respetar al ejército Romano… pero no le importaba mientras pudiera mantenerlo lejos de los ojos de Hades. Tal vez aún tenía la oportunidad de salvarlo, o al menos demorar la sentencia que había sobre su alma.

– A pesar de que insulté tu honor y el de Roma te mantuviste firme… por eso sé que puedo confiar mi seguridad en ti y tu honor. Aunque…estoy sangrando por el filo de tu espada. No se lo diré a mi esposo, pero necesito atención médica y una tienda para cambiarme de ropa. Estoy congelándome. Voy a necesitar agua caliente, comida, ropa abrigada y vino también…
- Sabía que lo último irritaría al general, era un hombre de guerra no un paje, pero tampoco podía desobedecerla, eso habría sido traición. – Lo anterior fue una pequeña… actuación… para ver qué tipo de hombre eres, ahora lo sé. No dejarías a tu emperatriz a congelarse en este lugar.

Selene le sonrió y le extendió la mano para que se la besara, conteniendo la risa por dentro. Cheshire la miraba confundido y hasta a él pareció asquearlo toda esa actuación pues subió a un árbol y desapareció.
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