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Vientos tempestuosos.
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Vientos tempestuosos.
Recuerdo del primer mensaje :
El día ya estaba demasiado agotado, venía su declive para anunciar la llegada del manto oscuro y frío de la noche. Un reducido grupo de jinetes llegaba ante las puertas reforzadas de madera del destacamento romano. Baluarte de una cultura esplendorosa y de intenciones ambiguas para el mundo de su época. Hasta este sitio apartado del imperio un puñado de romanos mantenía su posición apoyados por una civilización sin escrúpulos, vendidos al mejor postor. Esta era la nueva legión que el general Noah tomaría, la maltrecha tropa asignada ante unos tiempos violentos, crudos y bélicos.
Le habían informado poco, pero lo necesario para darse cuenta de lo que le esperaba tras esas puertas que ante el lento y perezoso movimiento resonaba sus goznes congelados como un lastimero lamento, el llanto a sus uniones castigadas por las inclemencias de los malos tiempos. El centinela apostado en la torre de guardia miraba con interés aquel que encabezaba la escueta columna, trataba de descifrar la conducta y la personalidad de aquel general. Distinguirlo no era tan complicado, cada legionario podía identificar las variantes en los uniformes romanos, mas en los yelmos coronados con esa crin rojiza sobre ellos, pero este general vestía un atuendo demasiado distinto, era raro en cierto punto como las facciones juveniles de su rostro mortecino.
Parecía poco habitual conocer generales de ese tipo, ¿pero quién era él para juzgarlo?, ¿cómo podría permitirse el lujo de discernir entre lo que era correcto y lo que era malo? Mas ahora que ante sus ojos había visto la reincorporación de sus aliados, de seres a los que había combatido desde su llegada y que ahora cambiaban de bando por una suma cuantiosa de oro. Lo que le daba cierta resignación era con saber que el nuevo comandante era romano y no un bárbaro, apelativo que usaban sus compatriotas para referirse a los que no comulgaban con las costumbres de una civilización como la romana.
Desmenuzó sus cavilaciones cuando las puertas quedaban abiertas completamente y el recién llegado desaparecía de su rango de visión. Ya habría tiempo para saber de él pero por lo pronto su función en aquella posición elevada, expuesto a los cuatro vientos era otear el horizonte a la espera de la más mínima señal de problemas, aquella que debería notificar de inmediato para tomar las armas y hacer sonar el clarín de guerra. Maldecía al centurión de su unidad por haberle elegido para esta tarea en estas horas, las cuales se volverían más frías e implacables. Le consolaba al menos saber que otros de sus compañeros hacían la misma función en las distintas torres situadas a los otros puntos cardinales.
Noah por fin, luego de unos días de travesía y de una pequeña lucha en las inmediaciones hacía arribo en lo que sería su emplazamiento, todo con el fin de mantener la presencia romana en una Germania que mostraba una reacia voluntad por no dejarse vencer. Desde un tiempo para acá parecía el encargado de arreglar toda la mierda que estaba mal, eso era lo que pensaba cada vez que le asignaban misiones que parecían complicadas, salvo que esta vez al menos, lo metían en el escenario de una angustiosa defensa y eso por donde quiera que se le mirara lo ponía en su entorno, al estilo de vida que prefería.
Los sonidos imperantes de la legión le infundían aquel sentimiento de sentirse como en su hogar. El golpe metálico del martillo incidiendo sobre la espada y el yunque, el sonido de las alcayatas siendo clavadas en el suelo cristalizado por el hielo, los ligeros murmullos de los hombres, todo eso y un sin fin de sonidos que el combatiente veterano conocía, le daban un indicativo de que al menos las cosas no estarían tan desanimadas. Pero aún era pronto para relajarse, no había entrado en batalla con ellos y mucho menos comprobar el desempeño de los mercenarios.
Pensar en aquellos últimos le irritaba, le presentaba una ofensa para sus ideales, para sus formaciones y para sus tradiciones. El tribuno que le había recibido apretaba ligeramente el costillar de su caballo para ponerlo a la par de su nuevo general. Por ahora le daba una pequeña explicación de las actividades de la legión, las ubicaciones de las tiendas y como estaban distribuidas en aquel fortín, las caballerizas, la armería, el emplazamiento de sanidad, todo con un rápido reporte puesto que ello lo llevaría a la hora requerida, cuando su general se lo demandará.
Drayden seguía el paso, pegado a ellos mirando discretamente el sitio, haciendo gestos teatrales de alguien sorprendido pero que disfrazaba su verdadero motivo... el acopio de la información y el conocimiento. Todo esto para unos intereses ajenos a todos ellos, sólo él entendía el padecimiento de tantos atropellos pero que a futuro le daría sus dividendos...
Le habían informado poco, pero lo necesario para darse cuenta de lo que le esperaba tras esas puertas que ante el lento y perezoso movimiento resonaba sus goznes congelados como un lastimero lamento, el llanto a sus uniones castigadas por las inclemencias de los malos tiempos. El centinela apostado en la torre de guardia miraba con interés aquel que encabezaba la escueta columna, trataba de descifrar la conducta y la personalidad de aquel general. Distinguirlo no era tan complicado, cada legionario podía identificar las variantes en los uniformes romanos, mas en los yelmos coronados con esa crin rojiza sobre ellos, pero este general vestía un atuendo demasiado distinto, era raro en cierto punto como las facciones juveniles de su rostro mortecino.
Parecía poco habitual conocer generales de ese tipo, ¿pero quién era él para juzgarlo?, ¿cómo podría permitirse el lujo de discernir entre lo que era correcto y lo que era malo? Mas ahora que ante sus ojos había visto la reincorporación de sus aliados, de seres a los que había combatido desde su llegada y que ahora cambiaban de bando por una suma cuantiosa de oro. Lo que le daba cierta resignación era con saber que el nuevo comandante era romano y no un bárbaro, apelativo que usaban sus compatriotas para referirse a los que no comulgaban con las costumbres de una civilización como la romana.
Desmenuzó sus cavilaciones cuando las puertas quedaban abiertas completamente y el recién llegado desaparecía de su rango de visión. Ya habría tiempo para saber de él pero por lo pronto su función en aquella posición elevada, expuesto a los cuatro vientos era otear el horizonte a la espera de la más mínima señal de problemas, aquella que debería notificar de inmediato para tomar las armas y hacer sonar el clarín de guerra. Maldecía al centurión de su unidad por haberle elegido para esta tarea en estas horas, las cuales se volverían más frías e implacables. Le consolaba al menos saber que otros de sus compañeros hacían la misma función en las distintas torres situadas a los otros puntos cardinales.
Noah por fin, luego de unos días de travesía y de una pequeña lucha en las inmediaciones hacía arribo en lo que sería su emplazamiento, todo con el fin de mantener la presencia romana en una Germania que mostraba una reacia voluntad por no dejarse vencer. Desde un tiempo para acá parecía el encargado de arreglar toda la mierda que estaba mal, eso era lo que pensaba cada vez que le asignaban misiones que parecían complicadas, salvo que esta vez al menos, lo metían en el escenario de una angustiosa defensa y eso por donde quiera que se le mirara lo ponía en su entorno, al estilo de vida que prefería.
Los sonidos imperantes de la legión le infundían aquel sentimiento de sentirse como en su hogar. El golpe metálico del martillo incidiendo sobre la espada y el yunque, el sonido de las alcayatas siendo clavadas en el suelo cristalizado por el hielo, los ligeros murmullos de los hombres, todo eso y un sin fin de sonidos que el combatiente veterano conocía, le daban un indicativo de que al menos las cosas no estarían tan desanimadas. Pero aún era pronto para relajarse, no había entrado en batalla con ellos y mucho menos comprobar el desempeño de los mercenarios.
Pensar en aquellos últimos le irritaba, le presentaba una ofensa para sus ideales, para sus formaciones y para sus tradiciones. El tribuno que le había recibido apretaba ligeramente el costillar de su caballo para ponerlo a la par de su nuevo general. Por ahora le daba una pequeña explicación de las actividades de la legión, las ubicaciones de las tiendas y como estaban distribuidas en aquel fortín, las caballerizas, la armería, el emplazamiento de sanidad, todo con un rápido reporte puesto que ello lo llevaría a la hora requerida, cuando su general se lo demandará.
Drayden seguía el paso, pegado a ellos mirando discretamente el sitio, haciendo gestos teatrales de alguien sorprendido pero que disfrazaba su verdadero motivo... el acopio de la información y el conocimiento. Todo esto para unos intereses ajenos a todos ellos, sólo él entendía el padecimiento de tantos atropellos pero que a futuro le daría sus dividendos...
Noah- Status :
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Re: Vientos tempestuosos.
Selene se sentó al ver al hombre. Vestía de forma distinta ahora y no se le veían las mismas manchas en el rostro, seguramente se lo había lavado. Sentía la sangre seca aún en el rostro pues le costaba pestañar pero no mostró que aquello le afectara en lo más minimo, tan sólo le dio dos fumadas mas a la pipa y la guardó en una caja que sostenía en la mano izquierda. El sabor era amargo, pero el efecto inmediato… sus ojos se fueron apagando y cualquier dolor en su cuerpo desapareció.
No tengo nada que decirte… - le hubiese contestado, pero no lo hizo, sólo lo pensó. El humo de los dioses dorados la tenía atontada, relajada, no sentía el rostro. Había fumado aquellas bayas con gran frecuencia para matar el aburrimiento en el pasado y estaba acostumbrada a ellas, pero siempre se asombraba de las cosas que aparecían ante sus ojos cuando aquello sucedía. Decían que eran sagradas, Selene lo creía. La mayoría de las personas a su alrededor fumaban, aunque sus criadas más cercanas lo desaprobaran diciéndole que le quitaba su razonamiento claro. Selene generalmente, drogada, sólo se reía y se estiraba entre el suave algodón por horas para sentirlo. Pero ahora no tenía algodón y Sid había vuelto al inframundo. Solo Cheshire se quedó en su regazo e ignorando unos instantes a Noah le acarició el pelaje una y otra vez. Cheshire ronroneó suavemente mientras enterraba sus garras en la piel de oso acariciándola también en un juego entre ambos.
Finalmente, Selene sonrió y tomó la hoz de la Ira que permanecía quieta como un arma normal. Se apoyó en el báculo para ponerse de pie, sabía que se podía caer si no se afirmaba en algo. No porque estuviese adolorida, sino porque todo a su alrededor se movía muy lento. Se rió de si misma, le parecía muy chistoso todo aquello. Suspiró y el viento helado le movió la melena hacia atrás. No sentía dolor por la herida en la frente, era el precio del cansancio y la sensación había quedado anulada por las bayas.
Se afirmó en la hoz y comenzó a caminar hacia la oscuridad, alejándose del alba. El sol se alzaba por el este. Esa ruta no le interesaba. Quería llegar al mar, al oeste… alejarse de Roma lo máximo que pudiesen. Aunque en ese momento caminó por inercia más que por un motivo, riendo y tatareando una canción… no le dirigió la palabra al general. No se lo merecía. No se merecía nada de ella. Por mucho que las bayas hubieran dormido todo lo que pasaba por su mente, por su cuerpo y corazón… el odio y la humillación que sentía porque no la hubiese atacado no se habían borrado, pero al menos lo podía sobrellevar no estando del todo en ese lugar.
Sacó la pipa de la caja y siguió fumando mientras caminaba…. Delante del Romano, sin si quiera mirarlo.
No tengo nada que decirte… - le hubiese contestado, pero no lo hizo, sólo lo pensó. El humo de los dioses dorados la tenía atontada, relajada, no sentía el rostro. Había fumado aquellas bayas con gran frecuencia para matar el aburrimiento en el pasado y estaba acostumbrada a ellas, pero siempre se asombraba de las cosas que aparecían ante sus ojos cuando aquello sucedía. Decían que eran sagradas, Selene lo creía. La mayoría de las personas a su alrededor fumaban, aunque sus criadas más cercanas lo desaprobaran diciéndole que le quitaba su razonamiento claro. Selene generalmente, drogada, sólo se reía y se estiraba entre el suave algodón por horas para sentirlo. Pero ahora no tenía algodón y Sid había vuelto al inframundo. Solo Cheshire se quedó en su regazo e ignorando unos instantes a Noah le acarició el pelaje una y otra vez. Cheshire ronroneó suavemente mientras enterraba sus garras en la piel de oso acariciándola también en un juego entre ambos.
Finalmente, Selene sonrió y tomó la hoz de la Ira que permanecía quieta como un arma normal. Se apoyó en el báculo para ponerse de pie, sabía que se podía caer si no se afirmaba en algo. No porque estuviese adolorida, sino porque todo a su alrededor se movía muy lento. Se rió de si misma, le parecía muy chistoso todo aquello. Suspiró y el viento helado le movió la melena hacia atrás. No sentía dolor por la herida en la frente, era el precio del cansancio y la sensación había quedado anulada por las bayas.
Se afirmó en la hoz y comenzó a caminar hacia la oscuridad, alejándose del alba. El sol se alzaba por el este. Esa ruta no le interesaba. Quería llegar al mar, al oeste… alejarse de Roma lo máximo que pudiesen. Aunque en ese momento caminó por inercia más que por un motivo, riendo y tatareando una canción… no le dirigió la palabra al general. No se lo merecía. No se merecía nada de ella. Por mucho que las bayas hubieran dormido todo lo que pasaba por su mente, por su cuerpo y corazón… el odio y la humillación que sentía porque no la hubiese atacado no se habían borrado, pero al menos lo podía sobrellevar no estando del todo en ese lugar.
Sacó la pipa de la caja y siguió fumando mientras caminaba…. Delante del Romano, sin si quiera mirarlo.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
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Capullo de Rosa
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Re: Vientos tempestuosos.
No le había contestado. Por lo visto dicha mujer no tenía intenciones de hablarle nada, y simplemente actuaba por cuenta propia. La habría dejado marcharse sola, y él hubiese tomado otro camino. Pero la información que supuestamente almacenaba dentro de su cabeza, era vital para él en ese minuto. Tendría que guardar sus deseos para otro momento y simplemente continuar con ella.
La verdad es que la mujer egipcia le estaba resultando una verdadera caja de Pandora. Primero era misteriosa y hostil, y veía con los ojos de una serpiente; después era melancólica y fantasmal, casi como si estuviese muerta; de pronto la ira la había posesionado, y su carácter se había vuelto completamente ofensivo; y ahora estaba calmada e indiferente, como si en realidad no le interesara que el ex general la siguiera.
Era complicada. Probablemente el mayor enigma que pudiese haber visto a lo largo de su vida el de mirada de hielo. Aunque dentro de él, una señal le decía que llegaría el momento en que podría entenderla. Lo dudaba, ciertamente. Sin embargo con todo lo ocurrido a lo largo de dichas horas tan largas y extrañas, ya no era capaz de afirmar o descartar nada con toda su precisión. En menos de un día, la vida le había dado una señal muy clara: nada estaba definido.
La vio levantarse y fue ahí cuando captó que tenía una cicatriz en su rostro. ¿Cuándo se la había hecho? Seguramente hace poco, puesto que no se la notó con anterioridad. Dudaba que dicha mujer se hubiese tratado la herida, que de todas maneras parecía no estarle molestando en lo absoluto. Llevaba un arma muy extraña junto a ella, la cual le provocó un golpe en su interior a “Noah”.
Es el arma… - Susurró con los ojos bien abiertos. – El arma que poseía en los sueños…
Sus sospechas sobre Selene aumentaron. ¿Y si lo estaba guiando para asesinarlo en otro momento? No, no era probable. Ocasiones para asesinarlo había tenido, y de sobra, y si no había concretado ninguna es porque simplemente no lo quería ver muerto. O bien, le daba pereza acabar con su vida. La cuestión era que más le valía evitar recordar dicha pesadilla, o de lo contrario, terminaría por volverse completamente loco. Aunque en cierta forma, consideraba que ya lo estaba.
La risa de la mujer lo despertó de sus pensamientos. Caminaba de manera lenta, riéndose sola y fumando mientras seguía su trayectoria. También estaba tarareando. Realmente le daba la impresión de estar frente a una niña, una muy especial y que escondía más secretos de los que sus ojos permitían imaginar. No era una simple egipcia, ni siquiera una simple reina. En ella había más, mucho más.
Jaló de las riendas y con el caballo la siguió unos cuantos minutos. Veía de reojo su herida y comprendía que no se veía para nada bien. Entonces suspiró, detuvo su animal y cortó un trozo de la capa roja que traía su armadura. Le vertió un poco del agua que traía en una cantimplora y se acercó sigilosamente a la mujer, aprovechando que ella le daba la espalda.
Puso el paño mojado en su frente y se lo amarró, con la velocidad suficiente como para evitar que ella se diera vuelta y se lo impidiera. Si la herida se le infectaba, los problemas iban a ser mayores y necesitaba tenerla con vida. Probablemente lo iba a insultar, aunque ya estaba preparado para sus desprecios. Como buen guerrero, se adaptaba bastante rápido a las situaciones y al capital humano con el que convivía a diario. No por ello evitaría fastidiarse, pero al menos dicha especie de “tolerancia” le facilitaba mucho más la convivencia con otras personas. Era necesario cuando se era un sujeto poco amigable que tenía como trabajo ser cruel y despiadado con los que le rodeaban. Tenía que estar listo para tratar con cualquier tipo de gente, y Selene no era una excepción a ello.
La verdad es que la mujer egipcia le estaba resultando una verdadera caja de Pandora. Primero era misteriosa y hostil, y veía con los ojos de una serpiente; después era melancólica y fantasmal, casi como si estuviese muerta; de pronto la ira la había posesionado, y su carácter se había vuelto completamente ofensivo; y ahora estaba calmada e indiferente, como si en realidad no le interesara que el ex general la siguiera.
Era complicada. Probablemente el mayor enigma que pudiese haber visto a lo largo de su vida el de mirada de hielo. Aunque dentro de él, una señal le decía que llegaría el momento en que podría entenderla. Lo dudaba, ciertamente. Sin embargo con todo lo ocurrido a lo largo de dichas horas tan largas y extrañas, ya no era capaz de afirmar o descartar nada con toda su precisión. En menos de un día, la vida le había dado una señal muy clara: nada estaba definido.
La vio levantarse y fue ahí cuando captó que tenía una cicatriz en su rostro. ¿Cuándo se la había hecho? Seguramente hace poco, puesto que no se la notó con anterioridad. Dudaba que dicha mujer se hubiese tratado la herida, que de todas maneras parecía no estarle molestando en lo absoluto. Llevaba un arma muy extraña junto a ella, la cual le provocó un golpe en su interior a “Noah”.
Es el arma… - Susurró con los ojos bien abiertos. – El arma que poseía en los sueños…
Sus sospechas sobre Selene aumentaron. ¿Y si lo estaba guiando para asesinarlo en otro momento? No, no era probable. Ocasiones para asesinarlo había tenido, y de sobra, y si no había concretado ninguna es porque simplemente no lo quería ver muerto. O bien, le daba pereza acabar con su vida. La cuestión era que más le valía evitar recordar dicha pesadilla, o de lo contrario, terminaría por volverse completamente loco. Aunque en cierta forma, consideraba que ya lo estaba.
La risa de la mujer lo despertó de sus pensamientos. Caminaba de manera lenta, riéndose sola y fumando mientras seguía su trayectoria. También estaba tarareando. Realmente le daba la impresión de estar frente a una niña, una muy especial y que escondía más secretos de los que sus ojos permitían imaginar. No era una simple egipcia, ni siquiera una simple reina. En ella había más, mucho más.
Jaló de las riendas y con el caballo la siguió unos cuantos minutos. Veía de reojo su herida y comprendía que no se veía para nada bien. Entonces suspiró, detuvo su animal y cortó un trozo de la capa roja que traía su armadura. Le vertió un poco del agua que traía en una cantimplora y se acercó sigilosamente a la mujer, aprovechando que ella le daba la espalda.
Puso el paño mojado en su frente y se lo amarró, con la velocidad suficiente como para evitar que ella se diera vuelta y se lo impidiera. Si la herida se le infectaba, los problemas iban a ser mayores y necesitaba tenerla con vida. Probablemente lo iba a insultar, aunque ya estaba preparado para sus desprecios. Como buen guerrero, se adaptaba bastante rápido a las situaciones y al capital humano con el que convivía a diario. No por ello evitaría fastidiarse, pero al menos dicha especie de “tolerancia” le facilitaba mucho más la convivencia con otras personas. Era necesario cuando se era un sujeto poco amigable que tenía como trabajo ser cruel y despiadado con los que le rodeaban. Tenía que estar listo para tratar con cualquier tipo de gente, y Selene no era una excepción a ello.
Noah- Status :
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Re: Vientos tempestuosos.
Sus pasos se estaban volviendo torpes y descuidados. En un momento incluso pisó la capa de oso que llevaba sobre los hombros y casi se cayó. El tropiezo le dio gracia pero no dejó de tatarear. Recordaba esa canción a la perfección… una melodía que siempre surgía en su cabeza cuando pensaba en sus pequeños hermanos muertos. Solían cantarla mientras se bañaban en el agua limpia y diáfana del Oasis El Fayum. Jezzara se agarraba a la pierna de Selene sin soltarla mientras que sus otras dos hermanas comían uvas y jugaban a lanzarse las pepas con la boca. Eran todas pequeñas… eran inocentes de la política y el mundo de los hombres que conspiraban desde ya para su muerte.
Recordaba la forma en que Jezzara con sus enormes ojos azules como el cielo se reía cuando escuchaba la canción y repetía las últimas estrofas aplaudiendo. Selene, algo mayor que el resto, le cepillaba su larga cabellera rubia. Era la única de las hijas del faraón que había sido bendecida por los dioses con esa cabellera y por lo mismo, la única de ellas que no usaba una hermosa peluca. El sol caía en su cabello que brillaba como el oro que adornaba el cabello del resto de sus hermanas. Era la única que no portaba joyas pues su madre era una concubina extranjera, pero sin duda era la más hermosa. La última vez que Selene la vio la dejó al cuidado de Edward… los dioses sabían si Jezzara seguía viva. De todas sus hermanas, fue la única que realmente amó. Fue la única persona en su vida que había amado.
Djema tenía tan sólo 8 años cuando Seth la asesino. Era hermana de Selene por parte de madre y padre. De todas ellas era la que más reía y su mente era tan ágil que asustaba a Selene constantemente. Era la primera en salir corriendo cuando las esclavas que las atendían se descuidaban pero también, aprendió a leer y escribir antes que Selene junto a los cuidados de Diva. A los 10 años iba a ir a formarse a Alejandría, pero los hombres habían decidido algo distinto para ella… habían decidido que era muy peligrosa para la estabilidad de Egipto y le habían dado una muerte denigrante e indigna para la hija de un faraón. Aún sentía un nudo en la garganta cuando pensaba en ella…
Pero de todas las hijas del faraón, la que más se parecía a Selene era Tesha. Eran idénticas, aunque los ojos de la niña eran de color miel. Su madre era una concubina que Selene odiaba pues las golpeaba y solía gritarles como si ella hubiese sido la legítima esposa del faraón y no su madre. De hecho cuando supo que Rahlkora había muerto en el ataque del Oasis defendiendo a su hija, Selene se alegró. Tesha era curiosa, engreída y a pesar de sus cinco años volvía a Selene loca. Solía delatarla por todo lo que hacía y romperle sus cosas. Cuando estaba durmiendo junto con ella solía orinarse con el mero propósito de irritar a su hermana. Selene detestó a Tesha toda su vida hasta que supo de su muerte…
Fue en esa parte de su canción que sintió algo húmedo en la cabeza. Movió su cabeza para el costado parando en seco y vio que el caballo del hombre estaba ahí junto a ella. Le dio una aspirada más a su pipa y levantó una ceja. ¿Qué se creía ese hombre? Estaba loco si pensaba que iba a permitirle ese tipo de libertades. Tomó el paño sucio y se lo sacó por encima de la cabeza para luego tirárselo al rostro al general romano.
Lo miró con rabia y desprecio, y con el movimiento violento casi sintió que perdería el equilibrio pero no sucedió eso. Y como se había prometido no le dijo una palabra. Pero con los ojos se lo podía decir todo… lo odiaba y no quería hablarle, no quería que la tocara, no quería que se acercara a ella. No necesitaba su ayuda y de haberla requerido habría preferido morir congelada, desangrada, de hambre o de sed. Se veía amenazadora con la mitad de la cara manchada en sangre, los ojos rasgados y su capa de oso. Más que una princesa Egipcia parecía una druida germana cubierta… lista para sacarle el corazón a un hombre y ofrecérselo a los dioses del bosque.
Junto al Nilo ilo ilo
Vivía un niño iño iño
Cultivando lino lino lino
Y se lo comió un cocodrilo ilo ilo
Vivía un niño iño iño
Cultivando lino lino lino
Y se lo comió un cocodrilo ilo ilo
Recordaba la forma en que Jezzara con sus enormes ojos azules como el cielo se reía cuando escuchaba la canción y repetía las últimas estrofas aplaudiendo. Selene, algo mayor que el resto, le cepillaba su larga cabellera rubia. Era la única de las hijas del faraón que había sido bendecida por los dioses con esa cabellera y por lo mismo, la única de ellas que no usaba una hermosa peluca. El sol caía en su cabello que brillaba como el oro que adornaba el cabello del resto de sus hermanas. Era la única que no portaba joyas pues su madre era una concubina extranjera, pero sin duda era la más hermosa. La última vez que Selene la vio la dejó al cuidado de Edward… los dioses sabían si Jezzara seguía viva. De todas sus hermanas, fue la única que realmente amó. Fue la única persona en su vida que había amado.
Jezzara y las princesas esas esas
Comían fresas esas esas
Con muchas frambuesas esas esas
Hasta quedar obesas esas esas
Comían fresas esas esas
Con muchas frambuesas esas esas
Hasta quedar obesas esas esas
Djema tenía tan sólo 8 años cuando Seth la asesino. Era hermana de Selene por parte de madre y padre. De todas ellas era la que más reía y su mente era tan ágil que asustaba a Selene constantemente. Era la primera en salir corriendo cuando las esclavas que las atendían se descuidaban pero también, aprendió a leer y escribir antes que Selene junto a los cuidados de Diva. A los 10 años iba a ir a formarse a Alejandría, pero los hombres habían decidido algo distinto para ella… habían decidido que era muy peligrosa para la estabilidad de Egipto y le habían dado una muerte denigrante e indigna para la hija de un faraón. Aún sentía un nudo en la garganta cuando pensaba en ella…
Djema tenía un pollito ito ito
Que era muy tontito ito ito
Y un erudito ito ito
Se lo comió frito ito ito
Que era muy tontito ito ito
Y un erudito ito ito
Se lo comió frito ito ito
Pero de todas las hijas del faraón, la que más se parecía a Selene era Tesha. Eran idénticas, aunque los ojos de la niña eran de color miel. Su madre era una concubina que Selene odiaba pues las golpeaba y solía gritarles como si ella hubiese sido la legítima esposa del faraón y no su madre. De hecho cuando supo que Rahlkora había muerto en el ataque del Oasis defendiendo a su hija, Selene se alegró. Tesha era curiosa, engreída y a pesar de sus cinco años volvía a Selene loca. Solía delatarla por todo lo que hacía y romperle sus cosas. Cuando estaba durmiendo junto con ella solía orinarse con el mero propósito de irritar a su hermana. Selene detestó a Tesha toda su vida hasta que supo de su muerte…
La pequeña Tesha esha esha
Es más rápida que una flecha echa echa
Y si corre a la derecha echa echa
Sospecha echa echa
Es más rápida que una flecha echa echa
Y si corre a la derecha echa echa
Sospecha echa echa
Fue en esa parte de su canción que sintió algo húmedo en la cabeza. Movió su cabeza para el costado parando en seco y vio que el caballo del hombre estaba ahí junto a ella. Le dio una aspirada más a su pipa y levantó una ceja. ¿Qué se creía ese hombre? Estaba loco si pensaba que iba a permitirle ese tipo de libertades. Tomó el paño sucio y se lo sacó por encima de la cabeza para luego tirárselo al rostro al general romano.
Lo miró con rabia y desprecio, y con el movimiento violento casi sintió que perdería el equilibrio pero no sucedió eso. Y como se había prometido no le dijo una palabra. Pero con los ojos se lo podía decir todo… lo odiaba y no quería hablarle, no quería que la tocara, no quería que se acercara a ella. No necesitaba su ayuda y de haberla requerido habría preferido morir congelada, desangrada, de hambre o de sed. Se veía amenazadora con la mitad de la cara manchada en sangre, los ojos rasgados y su capa de oso. Más que una princesa Egipcia parecía una druida germana cubierta… lista para sacarle el corazón a un hombre y ofrecérselo a los dioses del bosque.
Selene- Dama del Pecado
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AF - Rosa Sangrienta (4350)*
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Re: Vientos tempestuosos.
El frío le congelaba las manos a pesar de que ya el sol daba sus primeras luces de querer aparecer. El norte era tan duro, estaba tan sumergido en su permanente onda polar, que no había manera de que no se sintiera el cuerpo helado en esa zona del continente. El aire llevaba la brisa gélida por todas partes, y nada que entrara en sus dominios iba a ser capaz de escapar a su sentencia. Por algo era el peor enemigo de los romanos, más que los mismos bárbaros. A los germanos rebeldes se les podía matar, en cambio, ¿Qué se podía hacer para acabar con el frío? Era permanente, y la única forma de soportarlo, consistía en permanecer bien abrigado y de preferencia, con una fogata o más muy cerca del cuerpo. Conservar la temperatura corporal a un nivel estable era casi tan primordial como tener los ojos bien abiertos. No cualquiera podría sobrevivir allí, menos aun siendo extranjero. Muchos romanos habían muerto al entrar a esas tierras, y sólo los mejores eran lo suficientemente duros como para continuar con vida y además, arriesgarse a luchar contra los salvajes.
Esperaba que la chica lo insultara, sin embargo no le extrañó que le devolviera el pañuelo mojado y se lo lanzara directo a la cara. Lo agarró en el aire y lo apretó con su mano derecha, sin quitar su vista de los ojos de la mujer, que en ese minuto le demostraba todo su aprecio sin tapujos.
Pocas veces lo habían visto de esa forma. Ya de por si era extraño que una persona tuviese el atrevimiento de observarle por tanto tiempo a los ojos. No estaba acostumbrado a dicho trato, era totalmente nuevo para él disputar batallas sólo con su presencia y la presencia de sus orbes. Con el emperador bajaba la cabeza; al resto de la realeza la ignoraba; sus soldados y criados bajaban su mirada ante la suya por respeto y miedo; y respecto a sus enemigos, él mismo se aseguraba que muriesen antes de si quiera poder mirarle de lleno a los ojos. En cambio ella, se daba la libertad para observarle con odio y rabia, despreciándolo a un nivel en el que no eran necesarias las palabras.
Suspiró de nuevo. Era el único método que había conseguido para calmar su rabia y evitar cometer alguna tontería. Simplemente se acercó con velocidad hasta ella y puso una mano en su mentón. Se quedó mirándola fijamente a los ojos, aunque ya no la veía con la misma furia de antes. Tantas cosas por su cabeza le habían calmado, y a comparación de otros momentos, ahora simplemente lucía cabreado, irritado dentro de su frialdad.
Te guste o no, te quiero viva. – Le exclamó de forma reprochadora y procedió a limpiarle la sangre de la cara. Suponiendo que se resistiría, utilizó bastante fuerza para intentar mantenerla quieta y poder borrar esos rastros de sangre.
Obviamente tampoco podía darse el lujo de tardarse, por lo que en un par de segundos ya estaba listo. Continuaba sujetándola mientras guardaba el trozo de paño, sin dejar de mirarle a los ojos con la misma intensidad de un rato. Algo dentro de él le impedía darle la victoria y apartar sus ojos de los de ella, por lo que todo lo que hacia lo realizaba mirándola a sus dos esferas violetas, tan profundas como el cielo de la noche.
La soltó, sólo para volver a quitar otro trozo de su capa y volver a amarrárselo. Con la única diferencia, de que en esta ocasión se lo había apretado de tal forma que le fuese imposible sacárselo con facilidad. Con su arma probablemente podría cortárselo, pero si aquello ocurría bien tenía una capa bastante larga para seguir destrozando.
Sube al caballo… si caminamos nos tardaremos más. Sobretodo al paso que vas… - Agregó tranquilo, observando de reojo para todas las direcciones colindantes. No quería que aparecieran los salvajes y los encontraran a ambos bajo su corcel. Si ello pasaba, podrían considerarse muertos. O él muerto y ella prisionera… opción que por supuesto, no estaba dispuesto a permitir.
Esperaba que la chica lo insultara, sin embargo no le extrañó que le devolviera el pañuelo mojado y se lo lanzara directo a la cara. Lo agarró en el aire y lo apretó con su mano derecha, sin quitar su vista de los ojos de la mujer, que en ese minuto le demostraba todo su aprecio sin tapujos.
Pocas veces lo habían visto de esa forma. Ya de por si era extraño que una persona tuviese el atrevimiento de observarle por tanto tiempo a los ojos. No estaba acostumbrado a dicho trato, era totalmente nuevo para él disputar batallas sólo con su presencia y la presencia de sus orbes. Con el emperador bajaba la cabeza; al resto de la realeza la ignoraba; sus soldados y criados bajaban su mirada ante la suya por respeto y miedo; y respecto a sus enemigos, él mismo se aseguraba que muriesen antes de si quiera poder mirarle de lleno a los ojos. En cambio ella, se daba la libertad para observarle con odio y rabia, despreciándolo a un nivel en el que no eran necesarias las palabras.
Suspiró de nuevo. Era el único método que había conseguido para calmar su rabia y evitar cometer alguna tontería. Simplemente se acercó con velocidad hasta ella y puso una mano en su mentón. Se quedó mirándola fijamente a los ojos, aunque ya no la veía con la misma furia de antes. Tantas cosas por su cabeza le habían calmado, y a comparación de otros momentos, ahora simplemente lucía cabreado, irritado dentro de su frialdad.
Te guste o no, te quiero viva. – Le exclamó de forma reprochadora y procedió a limpiarle la sangre de la cara. Suponiendo que se resistiría, utilizó bastante fuerza para intentar mantenerla quieta y poder borrar esos rastros de sangre.
Obviamente tampoco podía darse el lujo de tardarse, por lo que en un par de segundos ya estaba listo. Continuaba sujetándola mientras guardaba el trozo de paño, sin dejar de mirarle a los ojos con la misma intensidad de un rato. Algo dentro de él le impedía darle la victoria y apartar sus ojos de los de ella, por lo que todo lo que hacia lo realizaba mirándola a sus dos esferas violetas, tan profundas como el cielo de la noche.
La soltó, sólo para volver a quitar otro trozo de su capa y volver a amarrárselo. Con la única diferencia, de que en esta ocasión se lo había apretado de tal forma que le fuese imposible sacárselo con facilidad. Con su arma probablemente podría cortárselo, pero si aquello ocurría bien tenía una capa bastante larga para seguir destrozando.
Sube al caballo… si caminamos nos tardaremos más. Sobretodo al paso que vas… - Agregó tranquilo, observando de reojo para todas las direcciones colindantes. No quería que aparecieran los salvajes y los encontraran a ambos bajo su corcel. Si ello pasaba, podrían considerarse muertos. O él muerto y ella prisionera… opción que por supuesto, no estaba dispuesto a permitir.
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Re: Vientos tempestuosos.
Cuando le limpiaba la sangre quiso apartarse, pero la forma en que sujetaba su rostro con fuerza se lo impidió. Apenas podía sentir el roce del trapo en su rostro, estaba demasiado dormido para ello. Pero se sintió irritaba y extremamente cautivada por el tacto que hacía en ella a pesar de lo bruto de aquello. Respiró con fuerza mientras sentía como su corazón latía más rápido debido a la rabia de que la sometiera de esa manera.
Me humilla… y me sigue humillando…
Bien podría haberle escupido el rostro, ¿Sería inteligente hacerlo? No. No lo era. Pero la paciencia no era una de sus virtudes y la insistencia de aquel insecto la estaba haciendo enojar cada vez más. El viento seguía soplando y la humedad en su rostro pareció congelarse, pero no sentía… las bayas impedían que lo sintiera. Odiaba que la mirara de esa forma, como si estuviese tan seguro de si mismo, tan seguro de que podía tocarla sin que aquello le costase caro. Con gusto le habría cortado una mano con el hoz de la ira… le había advertido antes que no la tocara si ella no se lo permitía y seguía desafiándola.
Entonces, palabras del pasado llegaron a la mente de Selene… las escuchó junto al viento que traía pétalos de rosas.
........La única cosa que me hace olvidar que soy una dama de los pecados, que amo luchar, que adoro el olor de la sangre y escuchar como la respiración de mi enemigo se acaba… lo único que me hace olvidar todo eso… es él. Cuando lo siento… todo lo demás se puede ir al diablo… Es el único hombre que se ha ganado el derecho de poder tocarme a su antojo por el mero hecho… de que esta consiente que lo puedo matar por ello… y aun así se arriesga. Ese tipo de valor para mi es… invaluable y es por ello que puede hacer conmigo lo que quiera. Soy suya aunque no lo sepa y es probable que nunca se entere y se siga acercando a mi pensando que lo mataré. Esa irreverencia… me cautivó…
- Y me sigue cautivando… - Dijo mirándolo, riéndose de ello. Pero no sería una debilidad, se lo había prometido. Aquello se volvería su fortaleza.
Cuando él le dijo que se subiera al caballo, pensó en mandarlo al diablo, en matar al caballo y caminar los dos. Pero eso lo habría hecho una mocosa sin escrúpulos. Aún podían matar el caballo si aquella nieve se volvía un desierto de frío y se quedasen sin comida. Ella podría arreglar aquello, pero no sin que él tuviera mil dudas que sólo hicieran que el dragón volviera a dominar su alma. Le daría en el gusto, sólo por esa vez, sólo porque era algo necesario al menos por ese momento.
- Me subiré, sólo si puedo yo dirijo a esta bestia. Si no puedes dominar a tus hombres, menos espero que puedas dominar un caballo. De lo contrario tendrás que caminar tú y mantenerme el paso. Te advierto que soy muy rápida.
Selene dejó caer las bayas que estaban al rojo vivo a la nieve y éstas produjeron un sonido raro antes de apagarse. Guardó la cajita en una de sus manas de oso y esperó que Noah se moviera para dejarla a ella adelante y con el control de las riendas.
En Egipto era muy buena cabalgando y estaba acostumbrada a ello, a pasar entre las piedras de enormes quebradas, evitar la arena en que los caballos se pudieran resbalar y quebrarse una pata. Su corcel era negro y hermoso… casi podía verlo ahí. Pero seguramente, eso era producto de las bayas.
Me humilla… y me sigue humillando…
Bien podría haberle escupido el rostro, ¿Sería inteligente hacerlo? No. No lo era. Pero la paciencia no era una de sus virtudes y la insistencia de aquel insecto la estaba haciendo enojar cada vez más. El viento seguía soplando y la humedad en su rostro pareció congelarse, pero no sentía… las bayas impedían que lo sintiera. Odiaba que la mirara de esa forma, como si estuviese tan seguro de si mismo, tan seguro de que podía tocarla sin que aquello le costase caro. Con gusto le habría cortado una mano con el hoz de la ira… le había advertido antes que no la tocara si ella no se lo permitía y seguía desafiándola.
Entonces, palabras del pasado llegaron a la mente de Selene… las escuchó junto al viento que traía pétalos de rosas.
........La única cosa que me hace olvidar que soy una dama de los pecados, que amo luchar, que adoro el olor de la sangre y escuchar como la respiración de mi enemigo se acaba… lo único que me hace olvidar todo eso… es él. Cuando lo siento… todo lo demás se puede ir al diablo… Es el único hombre que se ha ganado el derecho de poder tocarme a su antojo por el mero hecho… de que esta consiente que lo puedo matar por ello… y aun así se arriesga. Ese tipo de valor para mi es… invaluable y es por ello que puede hacer conmigo lo que quiera. Soy suya aunque no lo sepa y es probable que nunca se entere y se siga acercando a mi pensando que lo mataré. Esa irreverencia… me cautivó…
- Y me sigue cautivando… - Dijo mirándolo, riéndose de ello. Pero no sería una debilidad, se lo había prometido. Aquello se volvería su fortaleza.
Cuando él le dijo que se subiera al caballo, pensó en mandarlo al diablo, en matar al caballo y caminar los dos. Pero eso lo habría hecho una mocosa sin escrúpulos. Aún podían matar el caballo si aquella nieve se volvía un desierto de frío y se quedasen sin comida. Ella podría arreglar aquello, pero no sin que él tuviera mil dudas que sólo hicieran que el dragón volviera a dominar su alma. Le daría en el gusto, sólo por esa vez, sólo porque era algo necesario al menos por ese momento.
- Me subiré, sólo si puedo yo dirijo a esta bestia. Si no puedes dominar a tus hombres, menos espero que puedas dominar un caballo. De lo contrario tendrás que caminar tú y mantenerme el paso. Te advierto que soy muy rápida.
Selene dejó caer las bayas que estaban al rojo vivo a la nieve y éstas produjeron un sonido raro antes de apagarse. Guardó la cajita en una de sus manas de oso y esperó que Noah se moviera para dejarla a ella adelante y con el control de las riendas.
En Egipto era muy buena cabalgando y estaba acostumbrada a ello, a pasar entre las piedras de enormes quebradas, evitar la arena en que los caballos se pudieran resbalar y quebrarse una pata. Su corcel era negro y hermoso… casi podía verlo ahí. Pero seguramente, eso era producto de las bayas.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
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Re: Vientos tempestuosos.
Al menos ya no lo insultaba… tanto. Era un logro moral el hecho de que no le recordase lo insignificante que era y lo poco que valía como ser humano. Podía ver que todavía le lanzaba miradas amenazantes, aunque por alguna razón, dichas risas tan poco coherentes le daban una buena señal. Lo importante seguía siendo ahorrar tiempo, de todos modos. Y si no discutían a cada rato, era muy probable que llegasen un par de horas antes a su destino. La cuestión era mantener dicha tranquilidad, una misión que en su cabeza, le parecía prácticamente imposible.
Pero ni lo imposible me detendrá. – Pensó viéndola a ojos de forma fría, percatándose que sus ojos se habían suavizado un poco.
La petición de la mujer no le había pasado desapercibida. Le extrañó, puesto que la veía tan relajada y calmada, dentro de su ira, que no creía posible que tuviese ganas ni fuerza para poder montar a caballo. Menos en parajes tan inhóspitos y complicados como solían ser las tierras nórdicas.
Guiar a un corcel de guerra requería un manejo perfecto de las riendas y conocimiento adecuado del medio. Eran demasiado veloces, astutos y acrobáticos, pero además sensibles al movimiento. Un mal empleo de una muñeca, algún exceso con los pies, o hasta el dar una orden con el tono inadecuado, podrían significar que el equino realizase cualquier tipo de acción imprevista. Además, el caballo de Noah era diferente al de los demás. Era gris por completo, con una mirada de muerte que parecía que había heredado del mismo demonio. El general cabalgó con él en muchas batallas, por lo que en más de una ocasión resultó herido y magullado. Sin embargo, siempre se recuperaba y volvía a correr con más fuerza y rapidez que antes. Se decía en las legiones que era un animal inmortal, diseñado para la guerra y para soportar sufrimiento. No se dejaba montar por cualquier jinete, y hasta entonces, únicamente el romano contaba con el privilegio de haber recorrido la tierra sobre él.
Lo que no puedo controlar, siempre lo puedo matar. – Añadió en tono arrogante caminando un par de pasos hasta el animal. – Todo lo que permanezca a mi lado, significa que puedo controlarlo. – Agregó viéndole de reojo, sin poder adivinar si ella captaría el mensaje oculto.
Está bien. – Contestó de espaldas, sonriendo levemente de forma irónica. – Dejaré que intentes tomar las riendas. – Continuó. – Mientras no me hagas perder más el tiempo…
Se subió de un enorme salto y se acomodó. Acto seguido, guío al corcel hasta donde estaba la mujer del cabello negro y, mirándola a los ojos, extendió uno de sus brazos para darle su mano - curiosamente, justo la que tenía la herida provocada por la espina del tallo de rosas- . No es que estuviese siendo educado, sino que simplemente estaba apresurado. En cuanto ella le tomase la palma, la subiría con cualquier cosa menos delicadeza.
Toma mi mano. – Exclamó en tono frío. – Debemos irnos… ahora.
Una parte de él se sintió aliviado de saber que ya era casi seguro que marcharía con ella. Siempre le había gustado cabalgar solo, alejado de las tropas y de todo lo demás. Sin embargo, la idea de montar su corcel con alguien con su carácter no le parecía tan terrible. Después de todo, él no era estúpido. Jamás le hubiese ofrecido subir si no considerase que tenía la personalidad lo suficientemente imponente como para tener el honor de ser la segunda en sentarse sobre el equino. Y si el caballo no se había negado a acercarse a ella hasta ese minuto, era porque hasta el animal podía comprender que la compañera de su amo no era una mujercita común y corriente.
Pero ni lo imposible me detendrá. – Pensó viéndola a ojos de forma fría, percatándose que sus ojos se habían suavizado un poco.
La petición de la mujer no le había pasado desapercibida. Le extrañó, puesto que la veía tan relajada y calmada, dentro de su ira, que no creía posible que tuviese ganas ni fuerza para poder montar a caballo. Menos en parajes tan inhóspitos y complicados como solían ser las tierras nórdicas.
Guiar a un corcel de guerra requería un manejo perfecto de las riendas y conocimiento adecuado del medio. Eran demasiado veloces, astutos y acrobáticos, pero además sensibles al movimiento. Un mal empleo de una muñeca, algún exceso con los pies, o hasta el dar una orden con el tono inadecuado, podrían significar que el equino realizase cualquier tipo de acción imprevista. Además, el caballo de Noah era diferente al de los demás. Era gris por completo, con una mirada de muerte que parecía que había heredado del mismo demonio. El general cabalgó con él en muchas batallas, por lo que en más de una ocasión resultó herido y magullado. Sin embargo, siempre se recuperaba y volvía a correr con más fuerza y rapidez que antes. Se decía en las legiones que era un animal inmortal, diseñado para la guerra y para soportar sufrimiento. No se dejaba montar por cualquier jinete, y hasta entonces, únicamente el romano contaba con el privilegio de haber recorrido la tierra sobre él.
Lo que no puedo controlar, siempre lo puedo matar. – Añadió en tono arrogante caminando un par de pasos hasta el animal. – Todo lo que permanezca a mi lado, significa que puedo controlarlo. – Agregó viéndole de reojo, sin poder adivinar si ella captaría el mensaje oculto.
Está bien. – Contestó de espaldas, sonriendo levemente de forma irónica. – Dejaré que intentes tomar las riendas. – Continuó. – Mientras no me hagas perder más el tiempo…
Se subió de un enorme salto y se acomodó. Acto seguido, guío al corcel hasta donde estaba la mujer del cabello negro y, mirándola a los ojos, extendió uno de sus brazos para darle su mano - curiosamente, justo la que tenía la herida provocada por la espina del tallo de rosas- . No es que estuviese siendo educado, sino que simplemente estaba apresurado. En cuanto ella le tomase la palma, la subiría con cualquier cosa menos delicadeza.
Toma mi mano. – Exclamó en tono frío. – Debemos irnos… ahora.
Una parte de él se sintió aliviado de saber que ya era casi seguro que marcharía con ella. Siempre le había gustado cabalgar solo, alejado de las tropas y de todo lo demás. Sin embargo, la idea de montar su corcel con alguien con su carácter no le parecía tan terrible. Después de todo, él no era estúpido. Jamás le hubiese ofrecido subir si no considerase que tenía la personalidad lo suficientemente imponente como para tener el honor de ser la segunda en sentarse sobre el equino. Y si el caballo no se había negado a acercarse a ella hasta ese minuto, era porque hasta el animal podía comprender que la compañera de su amo no era una mujercita común y corriente.
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Re: Vientos tempestuosos.
- Tienes la misma filosofía que yo al respecto. – Selene volvió a reír. Aun su mente se sentía dormida por las bayas y todo lo que escuchaba le parecía bastante gracioso. – Pero si crees que a mí me vas a poder controlar alguna vez… te estás engañando a ti mismo.
Puso el Hoz de la Ira acomodado en el lomo del caballo. Ese era el lugar en que solía dejar sus cosas cuando viajaba. El caballo del general Romano era hermoso, de un gris que nunca antes había visto. Su corcel negro era veloz, pues lo necesitaba para correr, para liderar, para viajar sin que nadie le pudiera seguir el paso… y veía que en cambio, ese caballo era de guerra, mucho mas grande y pesado. Pero tendría que bastar, fuera o no su caballo no había bestia alguna en el mundo que pudiera desobedecer la voz de la estrella infernal de la ira.
A pesar de que el hombre le había extendido la mano para ayudarla a subir, lo ignoró por completo y apoyándose de la grupa del caballo se subió de un salto, con bastante gracia para su estado. Si el aquel sujeto pensaba que Selene requería de su ayuda para subir a un caballo estaba equivocado Pero debido al estado en que se encontraba se quedó alrededor de un minuto simplemente acariciando la piel del caballo y sonriendo mirando al vacío. Fue entonces que se percato que se encontraba entre las piernas del hombre… mas cerca de lo que a ella le hubiese gustado. Tenerlo cerca le encrespaba la piel, pero no se preocupó… su piel de oso era muy gruesa y no tendría que sentirlo de ninguna forma. Se acomodó la cabeza del oso sobre la suya, no quería que la luz le quemara la piel, y comenzó a cabalgar tomando las riendas.
El caballo era mucho más lento que el suyo… lo había adivinado por su peso, pero al mismo tiempo se notaba que le serviría mucho mejor cuando se tratase se atravesar por la nieve. Si se resbalaba sus cascos aquellas piernas firmes evitaría que se lastimara, pero aún así… la ponía un tanto nerviosa estar cabalgando por tierras que no conocía. Pero no podía ser tan difícil, lo único que debía hacer era ir en dirección opuesta al sol.
Se acurrucó un poco más entre la piel negra. Estaba comenzando a sentir con fuerza el frío del amanecer y aquello no le hacía nada de gracia, sin mencionar que aquel trapo que el hombre le había puesto en la cabeza le apretaba demasiado.
Mantenía la mayoría de su cuerpo inclinado hacia adelante al haberse topado con una colina bastante pronunciada. Entre el sendero que había escogido había huellas de animales, lo pudo notar, pero le parecía poco probable que lobos fueran a atacarlos a esa hora. Por lo general, los caballos podían oler a los lobos y si ello ocurría éste estaría nervioso.
- ¿Cómo se llama este corcel? – Le preguntó después de lo que parecieron horas de silencio. Le interesaba saber su nombre en caso de que tuviera que darle alguna orden para ir a la derecha, izquierda, esquivar, agacharse…etc. Después de todo la altura de los árboles disminuía, las rocas se acrecentaba y se veía rastros por todas partes de que por ahí rondaban animales…
Puso el Hoz de la Ira acomodado en el lomo del caballo. Ese era el lugar en que solía dejar sus cosas cuando viajaba. El caballo del general Romano era hermoso, de un gris que nunca antes había visto. Su corcel negro era veloz, pues lo necesitaba para correr, para liderar, para viajar sin que nadie le pudiera seguir el paso… y veía que en cambio, ese caballo era de guerra, mucho mas grande y pesado. Pero tendría que bastar, fuera o no su caballo no había bestia alguna en el mundo que pudiera desobedecer la voz de la estrella infernal de la ira.
A pesar de que el hombre le había extendido la mano para ayudarla a subir, lo ignoró por completo y apoyándose de la grupa del caballo se subió de un salto, con bastante gracia para su estado. Si el aquel sujeto pensaba que Selene requería de su ayuda para subir a un caballo estaba equivocado Pero debido al estado en que se encontraba se quedó alrededor de un minuto simplemente acariciando la piel del caballo y sonriendo mirando al vacío. Fue entonces que se percato que se encontraba entre las piernas del hombre… mas cerca de lo que a ella le hubiese gustado. Tenerlo cerca le encrespaba la piel, pero no se preocupó… su piel de oso era muy gruesa y no tendría que sentirlo de ninguna forma. Se acomodó la cabeza del oso sobre la suya, no quería que la luz le quemara la piel, y comenzó a cabalgar tomando las riendas.
El caballo era mucho más lento que el suyo… lo había adivinado por su peso, pero al mismo tiempo se notaba que le serviría mucho mejor cuando se tratase se atravesar por la nieve. Si se resbalaba sus cascos aquellas piernas firmes evitaría que se lastimara, pero aún así… la ponía un tanto nerviosa estar cabalgando por tierras que no conocía. Pero no podía ser tan difícil, lo único que debía hacer era ir en dirección opuesta al sol.
Se acurrucó un poco más entre la piel negra. Estaba comenzando a sentir con fuerza el frío del amanecer y aquello no le hacía nada de gracia, sin mencionar que aquel trapo que el hombre le había puesto en la cabeza le apretaba demasiado.
Mantenía la mayoría de su cuerpo inclinado hacia adelante al haberse topado con una colina bastante pronunciada. Entre el sendero que había escogido había huellas de animales, lo pudo notar, pero le parecía poco probable que lobos fueran a atacarlos a esa hora. Por lo general, los caballos podían oler a los lobos y si ello ocurría éste estaría nervioso.
- ¿Cómo se llama este corcel? – Le preguntó después de lo que parecieron horas de silencio. Le interesaba saber su nombre en caso de que tuviera que darle alguna orden para ir a la derecha, izquierda, esquivar, agacharse…etc. Después de todo la altura de los árboles disminuía, las rocas se acrecentaba y se veía rastros por todas partes de que por ahí rondaban animales…
Selene- Dama del Pecado
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AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
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Re: Vientos tempestuosos.
Eso lo veremos. Siempre puedo matarte. - Contestó al acto con desinterés.
La observó subirse al caballo sin su ayuda y acomodarse, parecía ser que efectivamente no tenía problemas para montar un equino, pero era pronto para poder sacar conclusiones. Miró con curiosidad como le hacía cariño al corcel, aunque evitó pronunciar algún comentario al respecto.
Noah jamás demostraba afecto, ni siquiera por sus pares más cercanos. Por lo tanto, tampoco era de esperar que cambiara su trato para con el animal. Nada más lo veía como su medio de transporte, el más óptimo y adecuado para recorrer distintos terrenos sin preocuparse porque se le quebraría una pata o se resbalaría. De esa manera, tan sólo debía concentrarse en dar órdenes y cortar cabezas a diestra y siniestra. Le ayudaba por supuesto que el caballo fuese tan perceptivo, puesto que así era capaz hasta de manejarlo con pequeños tirones en las riendas y golpeándole con los pies. Después de todo, un equino serían sus piernas en la batalla, por lo que no era recomendable montar uno que fuese estúpido y torpe. Además, al ser tan resistente y poseer fuerza, imponía presencia entre los demás corceles y otros tipos de animales en las luchas.
Finalmente la chica alzó las riendas y comenzó la marcha. Lo trataba con una delicadeza poco habitual, pero no dijo nada. Iba afirmándose con sus piernas y las manos encima de ellas. Además, estaba tan preocupado por posibles ataques bárbaros que casi ni se preocupó de la ruta que pudiese tomar la mujer.
Llegar hasta su destino no sería difícil, de cualquier modo. El trayecto podía tener complicaciones, pero no era complicado ubicarse en esa zona del norte. O al menos así era la situación para él, pero desconocía si ella estaba en las mismas condiciones. Ya lo vería cuando avanzaran por más camino, eso era obvio, por lo que pestañeo y continuó mirando atentamente en ambas direcciones.
De pronto las palabras de Selene lo sacaron de su vigía. Le estaba consultando acerca del nombre del caballo, pregunta la que por cierto le extrañó. No le veía importancia a un detalle como ese, pero tampoco es que tuviese ganar de discutir. Viendo al bosque, se aprestó a responder de inmediato.
No posee nombre. – Declaró en voz fría y desinteresada, lo suficientemente alto como para que le escuchase. – No lo necesita. Entiende bien mis requerimientos y como gratitud, le proporcionó alimento y agua. Más que eso es una pérdida de tiempo.
Giró su rostro hasta el frente, y observó la piel negra de oso que traía la chica sobre su cabeza. Parecía una bárbara vestida de esa forma, y de ninguna forma aparentaba la imagen de la reina que decía ser. Incluso, por su carácter y estilo de hablar, la habría asemejado más a una guerrera que a una aristócrata estúpida. Para Noah, todos los políticos eran absurdos y una mierda con poder, en pocas palabras.
Después de todo, este caballo es mi sirviente, no mi amigo. Ponerle un nombre es crear un lazo, y yo no creo lazos con nadie que me acompañe en batalla. – Continuó de la misma forma. – Lo bueno de las bestias es que no tienen sentimientos. Un león es feroz porque mata para sobrevivir. Así mismo, un caballo corre porque sino sabe que morirá. Soy su señor, no su amigo. Si permito que piense lo contrario, tarde o temprano me perderá el respeto.
Respiró profundamente, pensando en todo lo que había compartido con dicho corcel.
Un soldado sin respeto por su señor, es inservible. Está destinado al fracaso… - Recordó a los hombres que habían marchado hasta Roma. – Además, así compruebas si su lealtad es verdadera o no. El afecto sólo entorpece las lealtades… porque así como pueden sentir afecto por ti hoy, el día de mañana perfectamente pueden matarte predicando lo mismo por otra persona.
Le era imposible evitar hablar como Noah el general. A pesar de que su cargo ya no le pertenecía, era toda una vida comportándose como tal.
Llámalo como quieras… si te ha permitido montarlo, es porque te obedecerá. – Agregó fríamente, para volver a girar el rostro y mirar hasta los árboles colindantes.
La observó subirse al caballo sin su ayuda y acomodarse, parecía ser que efectivamente no tenía problemas para montar un equino, pero era pronto para poder sacar conclusiones. Miró con curiosidad como le hacía cariño al corcel, aunque evitó pronunciar algún comentario al respecto.
Noah jamás demostraba afecto, ni siquiera por sus pares más cercanos. Por lo tanto, tampoco era de esperar que cambiara su trato para con el animal. Nada más lo veía como su medio de transporte, el más óptimo y adecuado para recorrer distintos terrenos sin preocuparse porque se le quebraría una pata o se resbalaría. De esa manera, tan sólo debía concentrarse en dar órdenes y cortar cabezas a diestra y siniestra. Le ayudaba por supuesto que el caballo fuese tan perceptivo, puesto que así era capaz hasta de manejarlo con pequeños tirones en las riendas y golpeándole con los pies. Después de todo, un equino serían sus piernas en la batalla, por lo que no era recomendable montar uno que fuese estúpido y torpe. Además, al ser tan resistente y poseer fuerza, imponía presencia entre los demás corceles y otros tipos de animales en las luchas.
Finalmente la chica alzó las riendas y comenzó la marcha. Lo trataba con una delicadeza poco habitual, pero no dijo nada. Iba afirmándose con sus piernas y las manos encima de ellas. Además, estaba tan preocupado por posibles ataques bárbaros que casi ni se preocupó de la ruta que pudiese tomar la mujer.
Llegar hasta su destino no sería difícil, de cualquier modo. El trayecto podía tener complicaciones, pero no era complicado ubicarse en esa zona del norte. O al menos así era la situación para él, pero desconocía si ella estaba en las mismas condiciones. Ya lo vería cuando avanzaran por más camino, eso era obvio, por lo que pestañeo y continuó mirando atentamente en ambas direcciones.
De pronto las palabras de Selene lo sacaron de su vigía. Le estaba consultando acerca del nombre del caballo, pregunta la que por cierto le extrañó. No le veía importancia a un detalle como ese, pero tampoco es que tuviese ganar de discutir. Viendo al bosque, se aprestó a responder de inmediato.
No posee nombre. – Declaró en voz fría y desinteresada, lo suficientemente alto como para que le escuchase. – No lo necesita. Entiende bien mis requerimientos y como gratitud, le proporcionó alimento y agua. Más que eso es una pérdida de tiempo.
Giró su rostro hasta el frente, y observó la piel negra de oso que traía la chica sobre su cabeza. Parecía una bárbara vestida de esa forma, y de ninguna forma aparentaba la imagen de la reina que decía ser. Incluso, por su carácter y estilo de hablar, la habría asemejado más a una guerrera que a una aristócrata estúpida. Para Noah, todos los políticos eran absurdos y una mierda con poder, en pocas palabras.
Después de todo, este caballo es mi sirviente, no mi amigo. Ponerle un nombre es crear un lazo, y yo no creo lazos con nadie que me acompañe en batalla. – Continuó de la misma forma. – Lo bueno de las bestias es que no tienen sentimientos. Un león es feroz porque mata para sobrevivir. Así mismo, un caballo corre porque sino sabe que morirá. Soy su señor, no su amigo. Si permito que piense lo contrario, tarde o temprano me perderá el respeto.
Respiró profundamente, pensando en todo lo que había compartido con dicho corcel.
Un soldado sin respeto por su señor, es inservible. Está destinado al fracaso… - Recordó a los hombres que habían marchado hasta Roma. – Además, así compruebas si su lealtad es verdadera o no. El afecto sólo entorpece las lealtades… porque así como pueden sentir afecto por ti hoy, el día de mañana perfectamente pueden matarte predicando lo mismo por otra persona.
Le era imposible evitar hablar como Noah el general. A pesar de que su cargo ya no le pertenecía, era toda una vida comportándose como tal.
Llámalo como quieras… si te ha permitido montarlo, es porque te obedecerá. – Agregó fríamente, para volver a girar el rostro y mirar hasta los árboles colindantes.
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Re: Vientos tempestuosos.
- Que ingenuo eres por pensar de esa forma. – Respondió Selene con frialdad, mirando hacia adelante para evitar los árboles que se acrecentaban mientras más subían la colina nevada. – ¿Aún te preguntas por qué te dejaron tus hombres? Nadie quiere servir a alguien que no agradece dicho servicio. A veces la lealtad tiene precio y es mejor saber pagarlo que cerciorarse en el peor momento que la lealtad era falsa.
Selene lo sabía. Diva había ejercito como soberana absoluta durante mucho tiempo, todos le temían, nadie se atrevía a decirle las atrocidades que estaba haciendo con el pueblo egipcio. Los había hecho pasar hambre, muchísima hambre, y ella se veía indiferente a su sufrimiento. Apenas murió su esposo hermano, los primeros en rebelarse contra ella fueron los soldados, pues a pesar de que le temían, ya no le temían tanto como a la muerte. Seth fue el primer traidor… pero no el último.
- Cheshire me sirve a pesar de que generalmente lo trato como si fuera escoria. – Selene miró por las copas de los árboles. Ignoraba dónde se había metido su gato pero conociéndolo seguramente se encontraba cazando alguna cosa y aparecería en el momento adecuado, como siempre lo hacía. - Me sirve porque espera una caricia, una palabra adecuada, que lo alimente, que lo felicite cuando ha hecho un buen trabajo… y sé que es mi sirviente más leal. Sé que no me abandonaría en batalla y en más de una ocasión me ha sacado de graves problemas.
Llegaron a una planicie y Selene observó que muchas rocas la decoraban. Seguramente desde esos puntos los soldados germanos se dedicaban a espiar a los Romanos, lo podía notar por la forma en que se doblaban levemente las ramas hacia abajo. Hombres se subían a esos arboles en la cresta de la colina. Pero se veía desierto. Por lo cual Selene dejó de mirar y preocuparse.
- Cuando alguno de mis sirvientes me proporcionaba un trabajo excepcional los recompensaba con joyas y títulos, mujeres, posesiones, tierras… y siempre me fueron fieles. Siempre. – Recordaba la gran cantidad de joyas que su orfebre construía. Hermosas piezas para cada uno de los que Selene quería condecorar y eso parecía hacerlos sentir felices y honrados. – A pesar de ser una diosa viviente… tengo claro que no inspiraba suficiente amor o respeto para que su fidelidad se basara sólo en el honor de servirme, después de todo soy una mujer y a los ojos de muchos, además una niña… todos a mi alrededor siempre tenían su propia agenda y cuando alguien se volvía muy peligroso… solía morir bajo circunstancias sospechosas.
Selene se estiró un poco. Estar cabalgando la cansaba sobre todo por la forma en que habían dormido. El efecto de las bayas comenzaba a esfumarse y el mundo se veía demasiado gris a sus ojos. Estaba nevando y comenzaba a sentir la nieve en el rostro. Su frente le ardía y se preguntó en qué momento se había lastimado, cuando recordó de su pequeño golpe. El trapo que le había puesto el Romano le seguía molestado, le apretaba y le picaba; se lo rascaba constantemente.
- Pero esta bestia no es mía… no es mi labor proporcionarle un nombre.
Aún así Selene sintió algo de lástima por el corazón de ese hombre. Ella sabía lo duro que el Romano podía llegar a ser, lo indiferente, la forma en que todo a su alrededor le era inmune… pero vivir de esa forma seguramente había resultado muy triste… triste y solitario. No se hubiese extrañado para ese entonces que el no hubiese escogido una esposa, ni tuviese hijos… tal vez bastardos. Los soldados romanos siempre generaban bastardos por donde quiera que pasaran, era parte de su encanto.
- Por lo que calculo de la luz… aun nos quedan 8 horas de cabalgata, tal vez 7… tengo sueño, frío, y estoy aburrida.. - Se acomodó la piel de oso nuevamente para que nos se resbalara de su cuerpo. Comenzaba a sentir el frío y no le estaba haciendo nada de gracia. - ¿Tienes algo para comer? Tengo hambre… y sed. – Se le ponía la boca muy seca cuando fumaba bayas. - ¿Tienes esposa? - Generalmente hablaba mucho cuando estaba pasando el efecto, para segurarse de que no se quedara dormida. - ¿Hijos? ¿Amante? ¿Te atiende un jovencito? ¿Hijos bastardos?
El terreno comenzaba a bajar y así también lo hacía la temperatura. El viento soplaba con aún más fuerza y fue entonces que Selene lo comprendió. No había gente en su puesto de vigilancia arriba de la colina, ni habían visto animales a pesar de ver sus huellas, porque se avecinaba una tormenta. Podía sentirlo en el aire, la nieve que caía era solo una tontería… lo que se avecinaba si sería algo digno de observar.
Perfecto… - Pensó sonriendo, galopando con más rapidez. Le daba una sensación extraña pensar que podría ser más rápida que la nieve y evitar una nevazón. Nunca había visto una, pero la idea de ello la maravillaba.
Selene lo sabía. Diva había ejercito como soberana absoluta durante mucho tiempo, todos le temían, nadie se atrevía a decirle las atrocidades que estaba haciendo con el pueblo egipcio. Los había hecho pasar hambre, muchísima hambre, y ella se veía indiferente a su sufrimiento. Apenas murió su esposo hermano, los primeros en rebelarse contra ella fueron los soldados, pues a pesar de que le temían, ya no le temían tanto como a la muerte. Seth fue el primer traidor… pero no el último.
- Cheshire me sirve a pesar de que generalmente lo trato como si fuera escoria. – Selene miró por las copas de los árboles. Ignoraba dónde se había metido su gato pero conociéndolo seguramente se encontraba cazando alguna cosa y aparecería en el momento adecuado, como siempre lo hacía. - Me sirve porque espera una caricia, una palabra adecuada, que lo alimente, que lo felicite cuando ha hecho un buen trabajo… y sé que es mi sirviente más leal. Sé que no me abandonaría en batalla y en más de una ocasión me ha sacado de graves problemas.
Llegaron a una planicie y Selene observó que muchas rocas la decoraban. Seguramente desde esos puntos los soldados germanos se dedicaban a espiar a los Romanos, lo podía notar por la forma en que se doblaban levemente las ramas hacia abajo. Hombres se subían a esos arboles en la cresta de la colina. Pero se veía desierto. Por lo cual Selene dejó de mirar y preocuparse.
- Cuando alguno de mis sirvientes me proporcionaba un trabajo excepcional los recompensaba con joyas y títulos, mujeres, posesiones, tierras… y siempre me fueron fieles. Siempre. – Recordaba la gran cantidad de joyas que su orfebre construía. Hermosas piezas para cada uno de los que Selene quería condecorar y eso parecía hacerlos sentir felices y honrados. – A pesar de ser una diosa viviente… tengo claro que no inspiraba suficiente amor o respeto para que su fidelidad se basara sólo en el honor de servirme, después de todo soy una mujer y a los ojos de muchos, además una niña… todos a mi alrededor siempre tenían su propia agenda y cuando alguien se volvía muy peligroso… solía morir bajo circunstancias sospechosas.
Selene se estiró un poco. Estar cabalgando la cansaba sobre todo por la forma en que habían dormido. El efecto de las bayas comenzaba a esfumarse y el mundo se veía demasiado gris a sus ojos. Estaba nevando y comenzaba a sentir la nieve en el rostro. Su frente le ardía y se preguntó en qué momento se había lastimado, cuando recordó de su pequeño golpe. El trapo que le había puesto el Romano le seguía molestado, le apretaba y le picaba; se lo rascaba constantemente.
- Pero esta bestia no es mía… no es mi labor proporcionarle un nombre.
Aún así Selene sintió algo de lástima por el corazón de ese hombre. Ella sabía lo duro que el Romano podía llegar a ser, lo indiferente, la forma en que todo a su alrededor le era inmune… pero vivir de esa forma seguramente había resultado muy triste… triste y solitario. No se hubiese extrañado para ese entonces que el no hubiese escogido una esposa, ni tuviese hijos… tal vez bastardos. Los soldados romanos siempre generaban bastardos por donde quiera que pasaran, era parte de su encanto.
- Por lo que calculo de la luz… aun nos quedan 8 horas de cabalgata, tal vez 7… tengo sueño, frío, y estoy aburrida.. - Se acomodó la piel de oso nuevamente para que nos se resbalara de su cuerpo. Comenzaba a sentir el frío y no le estaba haciendo nada de gracia. - ¿Tienes algo para comer? Tengo hambre… y sed. – Se le ponía la boca muy seca cuando fumaba bayas. - ¿Tienes esposa? - Generalmente hablaba mucho cuando estaba pasando el efecto, para segurarse de que no se quedara dormida. - ¿Hijos? ¿Amante? ¿Te atiende un jovencito? ¿Hijos bastardos?
El terreno comenzaba a bajar y así también lo hacía la temperatura. El viento soplaba con aún más fuerza y fue entonces que Selene lo comprendió. No había gente en su puesto de vigilancia arriba de la colina, ni habían visto animales a pesar de ver sus huellas, porque se avecinaba una tormenta. Podía sentirlo en el aire, la nieve que caía era solo una tontería… lo que se avecinaba si sería algo digno de observar.
Perfecto… - Pensó sonriendo, galopando con más rapidez. Le daba una sensación extraña pensar que podría ser más rápida que la nieve y evitar una nevazón. Nunca había visto una, pero la idea de ello la maravillaba.
Selene- Dama del Pecado
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Re: Vientos tempestuosos.
Noah escuchó con tranquilidad la opinión emitida por la mujer de cabello oscuro. Estaba concentrado en el ambiente, en las rocas y en lo que pudiese saltar de las copas de los árboles. No tenía tiempo para rebatir, al menos no todavía. Después de todo, era consciente que sus métodos eran poco entendidos por los demás. Si ni sus propios ex colegas militares podían captar sus motivaciones para ser tan despreciable con sus guerreros y sirvientes, menos esperaba que pudiera entenderlo una mujer que decía ser una reina egipcia y ahora emperatriz romana. Para él, los políticos no sabían y nunca lograrían aprender sobre la guerra.
Sin embargo, le parecía interesante la forma en la que hablaba. Más que una reina, parecía una especie de general. ¿Una mujer de general? Sonaba tan irrisorio que llegaba a sobrepasar lo ridículo, pero bien sabía que en otros países las costumbres permitían ese tipo de situaciones. En Roma por supuesto, ninguna mujer tenía voz ni voto en los asuntos militares. Apenas y la esposa del Emperador podía interferir en cuestiones menores, pero a los altos mandos de la legión jamás les había causado gracia que dispusiera de ellos una hembra. En ese sentido, que la mujer llamada Diva llegase al poder había implicado más de un cambio en las fuerzas armadas romanas. Muchos ancianos fueron sacados de sus puestos y ascendidos otros jóvenes que, si bien no se decía en las reuniones, se sabía que tenían las cuerdas de sus cuerpos bien apegados a los dedos de aquella dama de su señor. Honestamente a él nunca le llamó la atención, ya que contaba con el privilegio de sólo recibir órdenes del Emperador y una que otra vez algún encargo menor. No sabría qué tan fuerte hubiese podido ser su lealtad, en el caso de que otra persona distinta a la que le había prometido fidelidad, fuese quien dispusiera de sus vidas y la de sus herramientas.
La única razón por la que mis hombres me abandonaron, es porque en Roma, sin importar a quién sirvas, nadie, pero absolutamente nadie está por encima del Emperador. – Respondió de manera categórica, si bien estaba acostumbrado a los cuestionamientos, no se quedaría callado y aceptaría tan fácilmente que ningunearan sus formas para manejar tropas. – Yo mismo los eduqué para que sirvieran al Emperador. Siempre estaba la posibilidad de morir, por lo tanto, lo menos que podía dejarle a mi señor era una legión obediente a sus órdenes. Comprenderás la cantidad de ratas aprovechadoras que hay en la ciudad… - Comentó de manera tranquila, pensando en que para él, todos los que estaban bajo la última águila dorada eran usurpadores. Se negaba a aceptar a Octavius como nuevo Cesar.
No desconozco que la mayoría de sirvientes necesitan incentivos. Por ello, es que mis soldados podían hacer lo que quisieran una vez que terminase la pelea. Robaban, bebían, violaban, arrasaban… nada muy distinto a lo que por lo visto tú les permitías. – Prosiguió fijándose en la planicie que recorrían, observando detenidamente cada detalle del ambiente cerca de ellos. – Sin embargo, ese no es mi caso. Para mí no hay mayor valor que la palabra… siempre pensé que moriría peleando por el estandarte romano.
Cuando notó que estaba hablando más de la cuenta sobre él, cerró su boca y giró la cabeza en otra dirección. No era una persona dada a compartir su vida con los demás. Prácticamente nunca le había contado sobre su vida, sus motivaciones, sobre lo que él era fuera del campo de batalla. Y es que, ni siquiera él tenía la certeza de que podría vivir para otra cosa que no fuese pelear por una causa. Es por ello que se sentía tan interesado en lo que podría decirle la chica, le sería de gran ayuda para definir su futuro. Aunque también, por esa misma forma reservada de afrontar las preguntas, es que se alarmó un poco cuando Selene comenzó a hacerle preguntas que consideraba innecesarias.
Estiró sus dos brazos y agarrando las riendas, hizo parar el caballo de golpe. Fue un movimiento tan bruto que el corcel levantó sus piernas delanteras, soltó un ruido por su boca y finalmente aterrizó pesadamente en el suelo. Lo más notorio fue sin duda el hecho de que, al tomar las riendas, ambas extremidades del ex general habían pasado por las costillas de la mujer y prácticamente se habían apegado a sus brazos, hasta llegar a sus manos. Ocurrió el mismo efecto al inclinarse el caballo; provocando que el cuerpo de Selene quedará bastante apegado al de Noah, incluso a pesar de la capa de oso que la cubría. Estuvieron apretados por un par de segundos…
Descansaremos aquí. – Dijo en voz seria y contundente, prácticamente en el oído de su acompañante. Dada la cercanía que poseían en ese minuto, hasta podía oler el aroma a rosas que brotaba de su cuero. Algo en ese olor le resultaba familiar, irritante, excitante y adictivo.
Se bajó de golpe y caminó unos cuantos pasos, evitando darle el rostro a la mujer que tenía a lomos de su caballo. Por lo visto, el comentario acerca de su posible familia, esposa, hijos o amantes no le había caído muy bien. Y aquello tenía su cierta lógica, la que estaba dudando si debía confesar o no. Al fin y al cabo, su promesa de cumplir sus requerimientos estaba intacta y, mientras ello durase, se veía en la obligación moral y ética de contestar a todas sus preguntas. Le gustasen o no.
Sobre eso… no tengo a nadie… - Dijo frío, caminando unos pasos por delante de los ojos del corcel, cuando de lada nada, precisamente este último comenzó a actuar de forma rara y levantó sus dos patas y se tambaleó con fuerza de un lado para otro, hasta que finalmente se alzó para ponerse en ambas traseras y con ello, derribar de su lomo a la muchacha.
La lógica diría que debería haberse preocupado. Pero en vez de ello, simplemente se tomó el abdomen con sus dos brazos y mirándola caer, el general tuvo una única cosa que hacer en respuesta.
Hahahahahahahahahahahahaha. – Echarse a reír, como en muchísimos años no había hecho. – Parece ser que después de todo, no montas tan bien. – Agregó acercándose a ella y sin ocultar la sonrisa de su rostro.
Hahahahaha… ¿Necesita ayuda, alteza?. – Preguntó mirándola con burla, sonriendo, sin poder evitar mofarse por lo que le había ocurrido.
Sin embargo, le parecía interesante la forma en la que hablaba. Más que una reina, parecía una especie de general. ¿Una mujer de general? Sonaba tan irrisorio que llegaba a sobrepasar lo ridículo, pero bien sabía que en otros países las costumbres permitían ese tipo de situaciones. En Roma por supuesto, ninguna mujer tenía voz ni voto en los asuntos militares. Apenas y la esposa del Emperador podía interferir en cuestiones menores, pero a los altos mandos de la legión jamás les había causado gracia que dispusiera de ellos una hembra. En ese sentido, que la mujer llamada Diva llegase al poder había implicado más de un cambio en las fuerzas armadas romanas. Muchos ancianos fueron sacados de sus puestos y ascendidos otros jóvenes que, si bien no se decía en las reuniones, se sabía que tenían las cuerdas de sus cuerpos bien apegados a los dedos de aquella dama de su señor. Honestamente a él nunca le llamó la atención, ya que contaba con el privilegio de sólo recibir órdenes del Emperador y una que otra vez algún encargo menor. No sabría qué tan fuerte hubiese podido ser su lealtad, en el caso de que otra persona distinta a la que le había prometido fidelidad, fuese quien dispusiera de sus vidas y la de sus herramientas.
La única razón por la que mis hombres me abandonaron, es porque en Roma, sin importar a quién sirvas, nadie, pero absolutamente nadie está por encima del Emperador. – Respondió de manera categórica, si bien estaba acostumbrado a los cuestionamientos, no se quedaría callado y aceptaría tan fácilmente que ningunearan sus formas para manejar tropas. – Yo mismo los eduqué para que sirvieran al Emperador. Siempre estaba la posibilidad de morir, por lo tanto, lo menos que podía dejarle a mi señor era una legión obediente a sus órdenes. Comprenderás la cantidad de ratas aprovechadoras que hay en la ciudad… - Comentó de manera tranquila, pensando en que para él, todos los que estaban bajo la última águila dorada eran usurpadores. Se negaba a aceptar a Octavius como nuevo Cesar.
No desconozco que la mayoría de sirvientes necesitan incentivos. Por ello, es que mis soldados podían hacer lo que quisieran una vez que terminase la pelea. Robaban, bebían, violaban, arrasaban… nada muy distinto a lo que por lo visto tú les permitías. – Prosiguió fijándose en la planicie que recorrían, observando detenidamente cada detalle del ambiente cerca de ellos. – Sin embargo, ese no es mi caso. Para mí no hay mayor valor que la palabra… siempre pensé que moriría peleando por el estandarte romano.
Cuando notó que estaba hablando más de la cuenta sobre él, cerró su boca y giró la cabeza en otra dirección. No era una persona dada a compartir su vida con los demás. Prácticamente nunca le había contado sobre su vida, sus motivaciones, sobre lo que él era fuera del campo de batalla. Y es que, ni siquiera él tenía la certeza de que podría vivir para otra cosa que no fuese pelear por una causa. Es por ello que se sentía tan interesado en lo que podría decirle la chica, le sería de gran ayuda para definir su futuro. Aunque también, por esa misma forma reservada de afrontar las preguntas, es que se alarmó un poco cuando Selene comenzó a hacerle preguntas que consideraba innecesarias.
Estiró sus dos brazos y agarrando las riendas, hizo parar el caballo de golpe. Fue un movimiento tan bruto que el corcel levantó sus piernas delanteras, soltó un ruido por su boca y finalmente aterrizó pesadamente en el suelo. Lo más notorio fue sin duda el hecho de que, al tomar las riendas, ambas extremidades del ex general habían pasado por las costillas de la mujer y prácticamente se habían apegado a sus brazos, hasta llegar a sus manos. Ocurrió el mismo efecto al inclinarse el caballo; provocando que el cuerpo de Selene quedará bastante apegado al de Noah, incluso a pesar de la capa de oso que la cubría. Estuvieron apretados por un par de segundos…
Descansaremos aquí. – Dijo en voz seria y contundente, prácticamente en el oído de su acompañante. Dada la cercanía que poseían en ese minuto, hasta podía oler el aroma a rosas que brotaba de su cuero. Algo en ese olor le resultaba familiar, irritante, excitante y adictivo.
Se bajó de golpe y caminó unos cuantos pasos, evitando darle el rostro a la mujer que tenía a lomos de su caballo. Por lo visto, el comentario acerca de su posible familia, esposa, hijos o amantes no le había caído muy bien. Y aquello tenía su cierta lógica, la que estaba dudando si debía confesar o no. Al fin y al cabo, su promesa de cumplir sus requerimientos estaba intacta y, mientras ello durase, se veía en la obligación moral y ética de contestar a todas sus preguntas. Le gustasen o no.
Sobre eso… no tengo a nadie… - Dijo frío, caminando unos pasos por delante de los ojos del corcel, cuando de lada nada, precisamente este último comenzó a actuar de forma rara y levantó sus dos patas y se tambaleó con fuerza de un lado para otro, hasta que finalmente se alzó para ponerse en ambas traseras y con ello, derribar de su lomo a la muchacha.
La lógica diría que debería haberse preocupado. Pero en vez de ello, simplemente se tomó el abdomen con sus dos brazos y mirándola caer, el general tuvo una única cosa que hacer en respuesta.
Hahahahahahahahahahahahaha. – Echarse a reír, como en muchísimos años no había hecho. – Parece ser que después de todo, no montas tan bien. – Agregó acercándose a ella y sin ocultar la sonrisa de su rostro.
Hahahahaha… ¿Necesita ayuda, alteza?. – Preguntó mirándola con burla, sonriendo, sin poder evitar mofarse por lo que le había ocurrido.
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Re: Vientos tempestuosos.
Estaba cabalgando con mucha rapidez. Le gustaba el viento helado en la cara. Era mucho mejor que sentir ese calor seco del desierto que despellejaba el rostro si se cabalgaba por mucho tiempo, sin mencionar que también se partían los labios, los ojos se irritaban y la lengua se hinchaba si no recibía agua. Grande fue su sorpresa cuando el cuerpo del hombre se apegó al de ella y le quitó las riendas parando su caballo en seco.
- ¿Pero qué haces? – No sólo le molestaba su proximidad, también le irritaba que le quitara las riendas y parara el caballo. – Aún tenemos siete horas de luz. Que estupidez…
Sabía que podrían seguir cabalgando por un buen rato más. Pero tal vez el cuerpo de aquel hombre no aguantara dicho trayecto. Pero no tenía nada que discutirle, pues ya había bajado del caballo y por mucho que Selene le diera una pataditas a sus costados, no quería seguir obedeciéndole. Parecía que si era una bestia fiel a su dueño.
- Que imbécil eres. – Le dijo con desprecio y moviendo la cara en forma de desaprobación de un lado a otro.
Fue entonces que el caballo se agitó, se levantó en dos patas y empezó a relinchar. Selene se aferró a la crin de éste y se mantuvo en su lugar unos instantes, pero el Caballo no dejaba de moverse hasta que la botó de la montura. Antes de caer, se apoyó con una de las manos en la nieve y saltó hacia adelante para caer en dos pies. Siendo una guerrera moverse de esa forma no le resultaba difícil, por el contrario, la fricción con la piel de oso y el cuero de la montura la hacía resbalosa y si el caballo no quería mantenerla en su lomo, Selene no conseguiría hacerlo andar.
- Por el contrario, no hay nadie que monte mejor que yo. – Respondió Selene tomando el hoz de la Ira del lomo del caballo. – No necesito tu ayuda, si la necesitara alguna vez me comería la lengua antes de pedírtela.
Las palmas las tenía llenas de hielo, le llegó a doler la piel, pero ese gusano no tenía por qué saberlo. Caminó un metro y medio adelante, miró al caballo con frialdad y de un golpe limpio y certero le cortó la cabeza. El resto del animal se desplomó a sus pies mientras la sangre se desparramaba a chorros, manchando a Noah principalmente ya que alrededor de Selene se había formado una capa de luz púrpura que hacía que hasta la nieve a sus pies se derritiera.
- Como dije antes, cuando algo a mí alrededor se vuelve un peligro, suele morir. – Comenzó a caminar, sin mirar hacia atrás. Ella no quería descansar y por Noah, podía seguir riéndose hasta el cansancio de haber quedado cubierto en sangre en medio de la nieve, no se reiría de igual forma cuando aquel líquido se le congelara sobre la piel.
- ¿Pero qué haces? – No sólo le molestaba su proximidad, también le irritaba que le quitara las riendas y parara el caballo. – Aún tenemos siete horas de luz. Que estupidez…
Sabía que podrían seguir cabalgando por un buen rato más. Pero tal vez el cuerpo de aquel hombre no aguantara dicho trayecto. Pero no tenía nada que discutirle, pues ya había bajado del caballo y por mucho que Selene le diera una pataditas a sus costados, no quería seguir obedeciéndole. Parecía que si era una bestia fiel a su dueño.
- Que imbécil eres. – Le dijo con desprecio y moviendo la cara en forma de desaprobación de un lado a otro.
Fue entonces que el caballo se agitó, se levantó en dos patas y empezó a relinchar. Selene se aferró a la crin de éste y se mantuvo en su lugar unos instantes, pero el Caballo no dejaba de moverse hasta que la botó de la montura. Antes de caer, se apoyó con una de las manos en la nieve y saltó hacia adelante para caer en dos pies. Siendo una guerrera moverse de esa forma no le resultaba difícil, por el contrario, la fricción con la piel de oso y el cuero de la montura la hacía resbalosa y si el caballo no quería mantenerla en su lomo, Selene no conseguiría hacerlo andar.
- Por el contrario, no hay nadie que monte mejor que yo. – Respondió Selene tomando el hoz de la Ira del lomo del caballo. – No necesito tu ayuda, si la necesitara alguna vez me comería la lengua antes de pedírtela.
Las palmas las tenía llenas de hielo, le llegó a doler la piel, pero ese gusano no tenía por qué saberlo. Caminó un metro y medio adelante, miró al caballo con frialdad y de un golpe limpio y certero le cortó la cabeza. El resto del animal se desplomó a sus pies mientras la sangre se desparramaba a chorros, manchando a Noah principalmente ya que alrededor de Selene se había formado una capa de luz púrpura que hacía que hasta la nieve a sus pies se derritiera.
- Como dije antes, cuando algo a mí alrededor se vuelve un peligro, suele morir. – Comenzó a caminar, sin mirar hacia atrás. Ella no quería descansar y por Noah, podía seguir riéndose hasta el cansancio de haber quedado cubierto en sangre en medio de la nieve, no se reiría de igual forma cuando aquel líquido se le congelara sobre la piel.
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Re: Vientos tempestuosos.
El hombre miró con curiosidad como la mujer se levantaba y le lanzaba palabras de desprecio, aunque no les prestó mayor relevancia. Estaba preocupado por reírse y además, por vigilar que nadie los estuviese siguiendo. Incluso en un momento de relajo, no podía descuidar la guardia ni mucho menos la defensa. Sabía que los bárbaros eran traicioneros, estaba en su naturaleza primitiva. Y ni hablar de las bestias que habitaban el bosque y las montañas heladas. Prácticamente estaban en la boca del lobo…
¿Pero qué…? – Exclamó cuando se fijo en que ella blandía su hoz y, sin previo aviso, le cortaba la cabeza a su fiel corcel. La forma de rebanar la carne fue precisa y efectiva, puesto que a pesar de ser un animal con mucha fibra producto de su musculatura, no pareció costarle ningún trabajo el decapitarlo frente a los ojos del general.
A pesar de ello, y de que la sangre de su equino lo estaba chorreando, no se inmutó ni mucho menos reaccionó con violencia. Simplemente subió sus hombros y luego los bajó, más resignado que irritado. Comprendía muy bien que más que eliminar a su caballo, lo que buscaba dicha muchacha era fastidiarlo y hacerlo enojar. Claramente, no le daría en el gusto de forma tan sencilla. Si tenía ganas de guerra, él con gusto se la iba a dar.
Descansa en paz… fuiste un gran caballo. – Susurró agachándose, una vez que la mujer ya se estaba alejando unos cuantos pasos en dirección al bosque. – Supongo que ahora tengo otra fiera que domar…
Se puso de pie y comenzó a caminar con rapidez, no quería perderle el rastro a la mujer. Ahora el camino sería mucho más largo y demorarían el triple, por lo bajo, de lo que hubiesen demorado montando a lomos de su corcel. No le agradaba la idea de exponerse tan estúpidamente a los peligros del norte, aunque su instinto asesino se regocijaba de la idea de pararse en un punto alto y lanzar maldiciones en latín hasta que los germanos hiciesen acto de presencia. Sabía cómo trabajaba la mente de esos bastardos llenos de pelo, por lo que no tendría problemas para sobrevivir ante ellos. Aunque desconocía si dicha mujer, tan segura de su carácter, podría asegurar lo mismo. Tendría que vigilar su espalda, le gustase o no.
El clima está raro… - Comentó de pronto, acercándose hasta donde estaba la mujer. No podría explicarse bien el porqué, pero había algo distinto en el aire en ese día. Quizás era la falta de sangre en el aire, era una posibilidad. Al fin y al cabo, era el primer día que no estaba en batalla desde que había llegado a tierras germánicas.
Incluso hasta en los días menos productivos, siempre estaba de misión o guiando a sus soldados. El descanso sólo venía en períodos breves y por lo general cuando se preparaban para una gran y difícil batalla al día siguiente. En cambio ahora, estaba a unas cuantas horas de cumplir un día entero sin entrar al campo de batalla. Y lo que más raro lo hacía sentir, era el hecho de no saber si dicha situación se extendería por mucho tiempo o no. Desconocía qué tanto podría marcarlo la información de la susodicha reina de Egipto, y eso en el caso de que en verdad ella estuviese con ánimos de contarle lo que quería – cada vez dudaba más de su trato-, no obstante, era eso o errar solitariamente por el continente por el resto d su vida. A Roma no planeaba retornar, no al menos en el corto o mediano plazo. No estaba dispuesto a luchar por ninguna causa particular, y lo más seguro es que si se presentaba ante los altos mandos, lo asignarían a algún batallón.
Eso si es que no me matan por desertor… - Exclamó con gracia, estando ya finalmente a unos pasos cerca de Selene.
Necesito limpiarme la sangre. – Le dijo con voz fuerte, procediendo a tomar su piel de oso en un extremo y quitársela de improvisto. Al instante, empezó a pasarse dicha piel por su rostro y armadura manchados. – Agradezco que quisieras darme un baño… pero se te olvido pasarme algo para secarme. - Comentó de manera fría, hasta que finalmente estuvo medianamente limpio. Luego, le arrojó la piel con sangre a la cara.
Supongo que ahora tardaremos más… - Agregó de forma resignada, caminando a un par de pasos paralelamente a ella.
¿Pero qué…? – Exclamó cuando se fijo en que ella blandía su hoz y, sin previo aviso, le cortaba la cabeza a su fiel corcel. La forma de rebanar la carne fue precisa y efectiva, puesto que a pesar de ser un animal con mucha fibra producto de su musculatura, no pareció costarle ningún trabajo el decapitarlo frente a los ojos del general.
A pesar de ello, y de que la sangre de su equino lo estaba chorreando, no se inmutó ni mucho menos reaccionó con violencia. Simplemente subió sus hombros y luego los bajó, más resignado que irritado. Comprendía muy bien que más que eliminar a su caballo, lo que buscaba dicha muchacha era fastidiarlo y hacerlo enojar. Claramente, no le daría en el gusto de forma tan sencilla. Si tenía ganas de guerra, él con gusto se la iba a dar.
Descansa en paz… fuiste un gran caballo. – Susurró agachándose, una vez que la mujer ya se estaba alejando unos cuantos pasos en dirección al bosque. – Supongo que ahora tengo otra fiera que domar…
Se puso de pie y comenzó a caminar con rapidez, no quería perderle el rastro a la mujer. Ahora el camino sería mucho más largo y demorarían el triple, por lo bajo, de lo que hubiesen demorado montando a lomos de su corcel. No le agradaba la idea de exponerse tan estúpidamente a los peligros del norte, aunque su instinto asesino se regocijaba de la idea de pararse en un punto alto y lanzar maldiciones en latín hasta que los germanos hiciesen acto de presencia. Sabía cómo trabajaba la mente de esos bastardos llenos de pelo, por lo que no tendría problemas para sobrevivir ante ellos. Aunque desconocía si dicha mujer, tan segura de su carácter, podría asegurar lo mismo. Tendría que vigilar su espalda, le gustase o no.
El clima está raro… - Comentó de pronto, acercándose hasta donde estaba la mujer. No podría explicarse bien el porqué, pero había algo distinto en el aire en ese día. Quizás era la falta de sangre en el aire, era una posibilidad. Al fin y al cabo, era el primer día que no estaba en batalla desde que había llegado a tierras germánicas.
Incluso hasta en los días menos productivos, siempre estaba de misión o guiando a sus soldados. El descanso sólo venía en períodos breves y por lo general cuando se preparaban para una gran y difícil batalla al día siguiente. En cambio ahora, estaba a unas cuantas horas de cumplir un día entero sin entrar al campo de batalla. Y lo que más raro lo hacía sentir, era el hecho de no saber si dicha situación se extendería por mucho tiempo o no. Desconocía qué tanto podría marcarlo la información de la susodicha reina de Egipto, y eso en el caso de que en verdad ella estuviese con ánimos de contarle lo que quería – cada vez dudaba más de su trato-, no obstante, era eso o errar solitariamente por el continente por el resto d su vida. A Roma no planeaba retornar, no al menos en el corto o mediano plazo. No estaba dispuesto a luchar por ninguna causa particular, y lo más seguro es que si se presentaba ante los altos mandos, lo asignarían a algún batallón.
Eso si es que no me matan por desertor… - Exclamó con gracia, estando ya finalmente a unos pasos cerca de Selene.
Necesito limpiarme la sangre. – Le dijo con voz fuerte, procediendo a tomar su piel de oso en un extremo y quitársela de improvisto. Al instante, empezó a pasarse dicha piel por su rostro y armadura manchados. – Agradezco que quisieras darme un baño… pero se te olvido pasarme algo para secarme. - Comentó de manera fría, hasta que finalmente estuvo medianamente limpio. Luego, le arrojó la piel con sangre a la cara.
Supongo que ahora tardaremos más… - Agregó de forma resignada, caminando a un par de pasos paralelamente a ella.
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Re: Vientos tempestuosos.
Al sentir que le arrebataban la piel de Oso que ella misma había casado con un arco y flecha se sintió ofendida. Aunque era un mugroso y miserable oso, era su persa, su víctima, su gloria. Portar su piel era lo que la reconocía como la ganadora del baile de muerte entre ella y la gigantesca bestia. Pero luego, al ver el pelaje negro decorando la nieve en el piso, se preguntó a si misma si estaba loca al haber creído que un mísero animal significaba alguna gloria.
Aún así, Noah la acababa de dejar sin el único medio de resguardo para su piel de aquel frío lastimero. No estaba acostumbrada a un clima tan duro… el calor lo podía soportar, pero ese frío le estaba haciendo doler incluso los huesos.
Su cabellera lentamente se fue llenando de copos de nieve que parecieron coronarla, y a la luz, se veía hermosa. Pero si se bajaba la vista su aspecto era deplorable. Tenía sandalias sobre la sus pies, un pantaloncillo de hilo viejo y harapiento que algún soldado dejaría votado y para cubrir su pecho, había elegido una capa roja que se le caía constantemente por los hombros. La misma capa roja tenía un agujero, como si hubieran desagarrado la tela de un tirón en la parte del pecho.
- Me estoy comenzando a hartar de esto. – Dijo parando en seco mirando al hombre con sus ojos violeta llenos de impaciencia. – ¿Qué gano estando aquí? ¿Qué? ¿Acaso te podría importar que este aquí para protegerte de ti mismo? Por supuesto que no. A ti eso te da igual… ni si quiera sabes en el peligro que te encuentras. Y conociéndote, si lo supieras, tampoco te importaría. Nunca has sentido miedo… de seguro aceptar ayuda de alguien más te parece vergonzoso, siempre has sido tan autosuficiente…
Miró el horizonte. Quedaba tanto para llegar al mar. Hubiese preferido que entre sus dedos se escurriera la arena y no la nieve, pero Egipto estaba lejos… y ella no estaba en casa. ¿Valdría la pena todo ello? La compañía con Noah sólo la irritaba. No era para nada lo que ella había pensado que sería después de haber soñado con él por tanto tiempo.
- Pero ya no es suficiente para mí. Estoy cansándome de este baile de irreverencia y orgullo. Es como si la historia se repitiese una y otra vez… y antes de que se vuelva interesante uno de los dos morirá… y será volver a esperar cientos de años para verte. ¡¿Para qué?! ¡Si verte me revuelve el estómago y tú no soportas mi presencia!
Sintió deseos de correr, sin poder de observar la piel de oso que habían arruinado. Siempre arruinaba sus cosas. No entendía cual era el placer que obtenía en destruir y dejar inutilizado todo lo que le pertenecía a Selene. Pero a ella dicha actitud la hastiaba, la empezaba a ahogar… y lentamente sentía que aquel cosquilleo en su estomago al estar con él se volvía en repulsión y odio.
- … ni si quiera se que hago aquí. No vale la pena… Me corté el cabello para nada. Todo esto fue una gran pérdida de tiempo. Todo era parte de algo que mi cabeza inventó. Te idealicé por años y ahora que te veo… no quiero volver a verte. Todo esto fue un gran error. No debí venir a verte... me equivoqué en pensar que ahora que soy una mujer me tratarías como tal.
Aún así, Noah la acababa de dejar sin el único medio de resguardo para su piel de aquel frío lastimero. No estaba acostumbrada a un clima tan duro… el calor lo podía soportar, pero ese frío le estaba haciendo doler incluso los huesos.
Su cabellera lentamente se fue llenando de copos de nieve que parecieron coronarla, y a la luz, se veía hermosa. Pero si se bajaba la vista su aspecto era deplorable. Tenía sandalias sobre la sus pies, un pantaloncillo de hilo viejo y harapiento que algún soldado dejaría votado y para cubrir su pecho, había elegido una capa roja que se le caía constantemente por los hombros. La misma capa roja tenía un agujero, como si hubieran desagarrado la tela de un tirón en la parte del pecho.
- Me estoy comenzando a hartar de esto. – Dijo parando en seco mirando al hombre con sus ojos violeta llenos de impaciencia. – ¿Qué gano estando aquí? ¿Qué? ¿Acaso te podría importar que este aquí para protegerte de ti mismo? Por supuesto que no. A ti eso te da igual… ni si quiera sabes en el peligro que te encuentras. Y conociéndote, si lo supieras, tampoco te importaría. Nunca has sentido miedo… de seguro aceptar ayuda de alguien más te parece vergonzoso, siempre has sido tan autosuficiente…
Miró el horizonte. Quedaba tanto para llegar al mar. Hubiese preferido que entre sus dedos se escurriera la arena y no la nieve, pero Egipto estaba lejos… y ella no estaba en casa. ¿Valdría la pena todo ello? La compañía con Noah sólo la irritaba. No era para nada lo que ella había pensado que sería después de haber soñado con él por tanto tiempo.
- Pero ya no es suficiente para mí. Estoy cansándome de este baile de irreverencia y orgullo. Es como si la historia se repitiese una y otra vez… y antes de que se vuelva interesante uno de los dos morirá… y será volver a esperar cientos de años para verte. ¡¿Para qué?! ¡Si verte me revuelve el estómago y tú no soportas mi presencia!
Sintió deseos de correr, sin poder de observar la piel de oso que habían arruinado. Siempre arruinaba sus cosas. No entendía cual era el placer que obtenía en destruir y dejar inutilizado todo lo que le pertenecía a Selene. Pero a ella dicha actitud la hastiaba, la empezaba a ahogar… y lentamente sentía que aquel cosquilleo en su estomago al estar con él se volvía en repulsión y odio.
- … ni si quiera se que hago aquí. No vale la pena… Me corté el cabello para nada. Todo esto fue una gran pérdida de tiempo. Todo era parte de algo que mi cabeza inventó. Te idealicé por años y ahora que te veo… no quiero volver a verte. Todo esto fue un gran error. No debí venir a verte... me equivoqué en pensar que ahora que soy una mujer me tratarías como tal.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
Capullo de Rosa
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Re: Vientos tempestuosos.
Caminaba tranquilamente por la nieve observando a los alrededores. Se sentía acompañado, y no sólo por la presencia de dicha muchacha a su lado. Tenía la sospecha de que alguien o algo los estaba siguiendo, pero no podía estar seguro sin pruebas, y por ahora no las poseía. La nieve caía por encima de su armadura mientras intentaba ni distraerse ni perder la defensa, puesto que sabía muy bien que un pestañeo sería fatal, tanto para él como para ella.
Poseía mucha paciencia para esperar a sus enemigos, pero no así para soportar las quejas de sus soldados. Por tanto, que la mujer comenzara a lamentarse, y de paso, a maldecirlo, lo sacó de su concentración y provocó que se girara a mirarle directamente a los ojos. Pero ya no con pasividad, sino que con la misma rabia y desprecio que había mostrado durante el encuentro en la tienda de campaña. Las ideas de acriminarse contra ella volvían a recorrer su cabeza.
¿Realmente qué deseaba esa mujer de él? ¿Por qué le hablaba de esa forma, como si le debiese algo en específico? Ya había renunciado a su orgullo por cumplir su meta, y hasta a su único medio de transporte para poder aumentar sus posibilidades de salir con vida de esas tierras tan hostiles. Prácticamente estaba arriesgando su vida por una información que, si bien podía ser cierta y definir muchas cosas para la existencia de Noah; el precio que este último había tenido que pagar y así poder conocerla, no era sencillo ni mucho menos fácil de aceptar. Menos para un hombre como él, tan orgulloso y de carácter irritable, criado para obedecer las órdenes de un Emperador, no de una mujer que perteneciese a otro país, a otro reino, y a otros ideales distintos a los suyos.
La oía y la oía, en silencio y con el rostro ennegrecido en los ojos producto de la sombra de su cabello, que caía por encima de su frente en ese minuto y le otorgaba una oscuridad a su cara que llegaba hasta la mitad de sus mejillas. Era una expresión de desconcierto, la muestra de desaprobación y cabreo típica en un hombre que no estaba familiarizado con el trato que le ofrecía la de cabellos negros.
Era cierto. Había recibido muchas órdenes en su vida, pero por lo general podía realizar su trabajo y concretar sus tareas de acuerdo a lo que él dispusiese, sin nadie que le dijera cómo realizar sus actos ni comportarse, ni mucho menos quejarse de cómo era él como persona. Jamás le había interesado la opinión que tenían sobre él los demás…
Y sin embargo, las palabras de rechazo de dicha muchacha lo golpeaban. No lo entristecían ni le dolían, pero en alguna parte de él, pequeñas velas que conocían lo que su mente hasta entonces ignoraban reaccionaban ante los lamentos de Selene. Poco a poco su sangre se fue hirviendo de nuevo, y en consiguiente, la ira en su corazón volvía a encenderse parcialmente.
Lamento oír eso… - Declaró sin verla directamente, con la mirada perdida bajo los mechones de su cabello y sus respectivas sombras. Su tono, por otro lado, permitía dilucidar el ánimo que poseía el ex general en ese minuto: Estaba serio, y todo el buen humor de hacía unos instantes ya se había marchado, volando por los aires como el viento se llevaba los copos de nieve. – Y honestamente, bien poco puedo comprender de qué estás hablando…
Caminó un par de pasos y se posicionó frente a la mujer. Su capa ondeaba con la brisa del norte, tan gélida como el peor de los hielos, pero tan sabia como el más antiguo de los ancianos. Aunque para la mala suerte de Noah, se negaba a confesarle los secretos que, de seguro, habrían podido atar los cabos sueltos que en ese minuto se vivían en el interior de su cabeza. Fue entonces que un mechón se le ladeó a un costado y subió la vista, para mirarle a los ojos con frialdad, autoridad… y algo más…
A pesar de ello, me temo que debo informarte que ya es tarde para que pienses en partir. – Declaró con firmeza. – Te lo repetiré una vez más. Te guste o no, estoy bajo una misión. Tú me la has encomendado, y a cambio, has declarado la intención de confesarme lo que sabes acerca de mí.
Puso la mano herida por sobre su hombro blanquecino. Se percató de que lo tenía bastante helado, y por un extraño motivo, su piel no se encontraba de la misma forma. En ese segundo, la mano con que Noah la había tocado estaba tibia. Ni fría, ni caliente. Tibia, la temperatura ideal entre el hielo y el fuego.
No acepto que haya cambios en ello. Vas a acompañarme hasta donde me has pedido que te lleve, lo quieras o no, y sólo hasta entonces, y una vez que me hayas dicho la información que quiero, podrás marcharte donde gustes. – Dentro de todo, era capaz de dilucidar que si, dejaba que esa muchacha se marchase, no la vería nunca más. Y con ello, no sólo habría fallado en su cometido, sino que además jamás sabría qué y cómo dicha muchacha conocía cosas acerca de él, y lo último pero, quizás lo más importante, aunque sonase extraño, era el hecho de que una parte de su interior comenzó a molestarle al ver que los deseos de la reina eran de marcharse. No se podía explicar bien el porqué le preocupaba separarse de ella, aunque a esas alturas ya no lo asombraba. A su lado, le ocurrían muchos cambios en su interior a los que no era capaz de encontrar una explicación.
Mientras tanto, continuaremos nuestro camino. Prometí llevarte, y lo haré. No te resistas… o me veré en la obligación de declararte mi prisionera de guerra. – Aunque sonase a una locura, dado que ella era la esposa del Emperador, no le importaba mucho en realidad ser buscado por todo el Imperio. Al fin y al cabo, al decidir buscar su propia ruta ya había abandonado su antigua vida.
Si quieres marcharte, y cambiar los planes, deberás matarme. Pero estando vivo, no permitiré que te alejes fuera de donde puedan encontrarte mis ojos. - Sentenció con autoridad y sobretodo, decisión. Desconocía cuál podría ser la respuesta que fuese a emitir la denominada Reina de Egipto, pero tampoco es que le importase mucho lo que pudiese pensar o no. Si era astuta, y Noah sabía que lo era, podría notar que en el hombre no existía la más mínima intención de dejarla ir, ni tampoco, de separarse de ella. Y en caso de persistir sus deseos de entablar otra ruta, tendría que levantar su hoz en contra del que había llamado “el Rey de los dragones”.
Te advierto que no dudaré en usar la fuerza, en caso de ser necesario... - Le apretó un poco el hombro, aunque sin intenciones reales de dañarla. - Pero de mí, tú no te separas.
Poseía mucha paciencia para esperar a sus enemigos, pero no así para soportar las quejas de sus soldados. Por tanto, que la mujer comenzara a lamentarse, y de paso, a maldecirlo, lo sacó de su concentración y provocó que se girara a mirarle directamente a los ojos. Pero ya no con pasividad, sino que con la misma rabia y desprecio que había mostrado durante el encuentro en la tienda de campaña. Las ideas de acriminarse contra ella volvían a recorrer su cabeza.
¿Realmente qué deseaba esa mujer de él? ¿Por qué le hablaba de esa forma, como si le debiese algo en específico? Ya había renunciado a su orgullo por cumplir su meta, y hasta a su único medio de transporte para poder aumentar sus posibilidades de salir con vida de esas tierras tan hostiles. Prácticamente estaba arriesgando su vida por una información que, si bien podía ser cierta y definir muchas cosas para la existencia de Noah; el precio que este último había tenido que pagar y así poder conocerla, no era sencillo ni mucho menos fácil de aceptar. Menos para un hombre como él, tan orgulloso y de carácter irritable, criado para obedecer las órdenes de un Emperador, no de una mujer que perteneciese a otro país, a otro reino, y a otros ideales distintos a los suyos.
La oía y la oía, en silencio y con el rostro ennegrecido en los ojos producto de la sombra de su cabello, que caía por encima de su frente en ese minuto y le otorgaba una oscuridad a su cara que llegaba hasta la mitad de sus mejillas. Era una expresión de desconcierto, la muestra de desaprobación y cabreo típica en un hombre que no estaba familiarizado con el trato que le ofrecía la de cabellos negros.
Era cierto. Había recibido muchas órdenes en su vida, pero por lo general podía realizar su trabajo y concretar sus tareas de acuerdo a lo que él dispusiese, sin nadie que le dijera cómo realizar sus actos ni comportarse, ni mucho menos quejarse de cómo era él como persona. Jamás le había interesado la opinión que tenían sobre él los demás…
Y sin embargo, las palabras de rechazo de dicha muchacha lo golpeaban. No lo entristecían ni le dolían, pero en alguna parte de él, pequeñas velas que conocían lo que su mente hasta entonces ignoraban reaccionaban ante los lamentos de Selene. Poco a poco su sangre se fue hirviendo de nuevo, y en consiguiente, la ira en su corazón volvía a encenderse parcialmente.
Lamento oír eso… - Declaró sin verla directamente, con la mirada perdida bajo los mechones de su cabello y sus respectivas sombras. Su tono, por otro lado, permitía dilucidar el ánimo que poseía el ex general en ese minuto: Estaba serio, y todo el buen humor de hacía unos instantes ya se había marchado, volando por los aires como el viento se llevaba los copos de nieve. – Y honestamente, bien poco puedo comprender de qué estás hablando…
Caminó un par de pasos y se posicionó frente a la mujer. Su capa ondeaba con la brisa del norte, tan gélida como el peor de los hielos, pero tan sabia como el más antiguo de los ancianos. Aunque para la mala suerte de Noah, se negaba a confesarle los secretos que, de seguro, habrían podido atar los cabos sueltos que en ese minuto se vivían en el interior de su cabeza. Fue entonces que un mechón se le ladeó a un costado y subió la vista, para mirarle a los ojos con frialdad, autoridad… y algo más…
A pesar de ello, me temo que debo informarte que ya es tarde para que pienses en partir. – Declaró con firmeza. – Te lo repetiré una vez más. Te guste o no, estoy bajo una misión. Tú me la has encomendado, y a cambio, has declarado la intención de confesarme lo que sabes acerca de mí.
Puso la mano herida por sobre su hombro blanquecino. Se percató de que lo tenía bastante helado, y por un extraño motivo, su piel no se encontraba de la misma forma. En ese segundo, la mano con que Noah la había tocado estaba tibia. Ni fría, ni caliente. Tibia, la temperatura ideal entre el hielo y el fuego.
No acepto que haya cambios en ello. Vas a acompañarme hasta donde me has pedido que te lleve, lo quieras o no, y sólo hasta entonces, y una vez que me hayas dicho la información que quiero, podrás marcharte donde gustes. – Dentro de todo, era capaz de dilucidar que si, dejaba que esa muchacha se marchase, no la vería nunca más. Y con ello, no sólo habría fallado en su cometido, sino que además jamás sabría qué y cómo dicha muchacha conocía cosas acerca de él, y lo último pero, quizás lo más importante, aunque sonase extraño, era el hecho de que una parte de su interior comenzó a molestarle al ver que los deseos de la reina eran de marcharse. No se podía explicar bien el porqué le preocupaba separarse de ella, aunque a esas alturas ya no lo asombraba. A su lado, le ocurrían muchos cambios en su interior a los que no era capaz de encontrar una explicación.
Mientras tanto, continuaremos nuestro camino. Prometí llevarte, y lo haré. No te resistas… o me veré en la obligación de declararte mi prisionera de guerra. – Aunque sonase a una locura, dado que ella era la esposa del Emperador, no le importaba mucho en realidad ser buscado por todo el Imperio. Al fin y al cabo, al decidir buscar su propia ruta ya había abandonado su antigua vida.
Si quieres marcharte, y cambiar los planes, deberás matarme. Pero estando vivo, no permitiré que te alejes fuera de donde puedan encontrarte mis ojos. - Sentenció con autoridad y sobretodo, decisión. Desconocía cuál podría ser la respuesta que fuese a emitir la denominada Reina de Egipto, pero tampoco es que le importase mucho lo que pudiese pensar o no. Si era astuta, y Noah sabía que lo era, podría notar que en el hombre no existía la más mínima intención de dejarla ir, ni tampoco, de separarse de ella. Y en caso de persistir sus deseos de entablar otra ruta, tendría que levantar su hoz en contra del que había llamado “el Rey de los dragones”.
Te advierto que no dudaré en usar la fuerza, en caso de ser necesario... - Le apretó un poco el hombro, aunque sin intenciones reales de dañarla. - Pero de mí, tú no te separas.
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Re: Vientos tempestuosos.
- ¿Tú obligarme a mí a ir a un lugar que no me apetece? ¿Estás hablando en serio? – Selene lo miró con desprecio, estaba sumamente enojada con él. Le parecía insolito que se atreviese a hablarle de esa manera con lo enojada que estaba. – Eres ridículo Wyvern. La altanería para pensar que tu podrías ganarme en fuerza…. Eres un imbécil, un tarado… no se qué hago aquí contigo, debería matarte y darle de comer a Cheshire tus entrañas.
No le apetecía seguir caminando. Y al mismo tiempo no quería estar al lado de ese hombre. Pero le parecía ridículo que él le pusiera requisitos a ella sobre lo que debía o no hacer.
- ¿Quieres saber qué eres tú? Te lo diré de la forma más sencilla que puedo poner… tú eres un sirviente del dios de la muerte. Un simple gusano más entre otros 108 gusanos. ¿Qué novedad verdad? Has matado hombres toda tu vida… tienes claro que le sirves a la muerte. – Selene seguía mirando su capa de oso. – Piensa en eso mientras desapareces de aquí. No quiero verte.
En un momento, la figura de Selene desapareció en el aire para aparecer en el otro cayendo con gracia tres ramas más arriba de un árbol, un gran pino. Reclinó su espalda contra el tronco y estiró sus piernas en torno a la rama. Cheshire estaba ahí, maullando como siempre, dos ramas más arriba que Selene.
Pero al mismo tiempo, un extraño conejo con alas en los oídos revoloteaba alrededor de la mujer. Selene le acarició la barriga mientras el animal se posaba en su rezado, acariciando las piernas de Selene con su cola blanca.
- ¿Qué noticias me traes Sid? – Selene quería saber sobre Astrid. No le hubiese extrañado que la dama del orgullo estuviese intentando detectarla en el mundo para planear su revancha por lo dicho y hecho en el inframundo. – Ya veo… - Selene suspiró.
Vergilius estaba cerca y podía ir por ellos cuando quisiera. Ese muchacho era el contenedor del alma de Hades y que su cuerpo se mantuviera sano y salvo era una misión más que importante para ellos. Pero no podía acercarse a Vergilius si Wyvern aún no contaba con sus poderes y para remarcar y empeorar las cosas… el poder de la estrella celestial de la furia casi lo había consumido por completo.
Se retiró el trapo de la cabeza con la ayuda de Sid que mordió la tela hasta romperla, para luego lamerle con cuidado la herida. Su saliva tenía algo que hacía que el dolor desapareciese y olía a azahares. A Selene le agradaba su compañía tanto como la de Cheshire que miraba a ambos desgarrando un pez que seguramente había cazado en algún estero cercano.
No le apetecía seguir caminando. Y al mismo tiempo no quería estar al lado de ese hombre. Pero le parecía ridículo que él le pusiera requisitos a ella sobre lo que debía o no hacer.
- ¿Quieres saber qué eres tú? Te lo diré de la forma más sencilla que puedo poner… tú eres un sirviente del dios de la muerte. Un simple gusano más entre otros 108 gusanos. ¿Qué novedad verdad? Has matado hombres toda tu vida… tienes claro que le sirves a la muerte. – Selene seguía mirando su capa de oso. – Piensa en eso mientras desapareces de aquí. No quiero verte.
En un momento, la figura de Selene desapareció en el aire para aparecer en el otro cayendo con gracia tres ramas más arriba de un árbol, un gran pino. Reclinó su espalda contra el tronco y estiró sus piernas en torno a la rama. Cheshire estaba ahí, maullando como siempre, dos ramas más arriba que Selene.
Pero al mismo tiempo, un extraño conejo con alas en los oídos revoloteaba alrededor de la mujer. Selene le acarició la barriga mientras el animal se posaba en su rezado, acariciando las piernas de Selene con su cola blanca.
- ¿Qué noticias me traes Sid? – Selene quería saber sobre Astrid. No le hubiese extrañado que la dama del orgullo estuviese intentando detectarla en el mundo para planear su revancha por lo dicho y hecho en el inframundo. – Ya veo… - Selene suspiró.
Vergilius estaba cerca y podía ir por ellos cuando quisiera. Ese muchacho era el contenedor del alma de Hades y que su cuerpo se mantuviera sano y salvo era una misión más que importante para ellos. Pero no podía acercarse a Vergilius si Wyvern aún no contaba con sus poderes y para remarcar y empeorar las cosas… el poder de la estrella celestial de la furia casi lo había consumido por completo.
Se retiró el trapo de la cabeza con la ayuda de Sid que mordió la tela hasta romperla, para luego lamerle con cuidado la herida. Su saliva tenía algo que hacía que el dolor desapareciese y olía a azahares. A Selene le agradaba su compañía tanto como la de Cheshire que miraba a ambos desgarrando un pez que seguramente había cazado en algún estero cercano.
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Re: Vientos tempestuosos.
Miró con dureza a la mujer a los ojos en todo momento, sin apartar sus orbes de los suyos a pesar del evidente desprecio que ella le estaba profesando. Claramente no le importaba que la idea de asesinarle se le escurriese por el rostro, él no le daría en el gusto de fijar su atención en otro lado, menos cuando estaba exigiendo un comportamiento en concreto.
Para su sorpresa, la de los cabellos negros comenzó a hablar- con un evidente enojo de paso- acerca de la real identidad del ex general y soldado romano. Sin embargo, sus palabras fueron aun más sombrías y misteriosas de lo que él mismo pudo haber imaginado. No fue una declaración muy larga, pero sí bastante contundente. Y curiosamente, no sonaba a una identidad tan ajena a la que ya había portado cuando era general al servicio del imperio romano.
¿Dijiste… dios de la muerte?
Dentro de su cabeza estaba asimilando una gran cantidad de información que en otros tiempos no hubiese sido capaz de tolerar ni mucho menos considerar como probables. Pero, dado los hechos que le había enseñado la muchacha que le confesaba quien era él en realidad, su sentido del distinguir que podía ser real y que una invención estaba más que deteriorado. Había abierto la puerta a un sin fin de opciones, las que observaría y analizaría con cuidado una vez que se presentase la ocasión pertinente.
Eso es… imposible.
¿Aunque cómo esperaba ella que le creyese semejante tontería? Que de pronto él, de alguna extraña forma, ¿Realmente estaba al servicio de un dios?. Definitivamente no era la respuesta que él había estado esperando, y por mucho que considerase el creer más allá de lo lógico, una cosa era creer en la magia y hechicería que parecía profesar dicha chica. Otra muy distinta, el que de pronto él se hubiese transformado en el esclavo de un dios, y peor todavía, del dios de la muerte. Simplemente era una posibilidad que no podía concebir, bajo ningún caso ni circunstancia.
Ignoró por completo las palabras de la mujer y se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par mirando a la nada. Su cuerpo no se movía en ningún instante, y hasta parecía haber perdido la vida dado que pasaron varios segundos en los que ni se meneó y apenas, muy suavemente, respiró el aire justo y necesario para continuar con su existencia.
Je… no me hagas reír…
Sus palabras de pronto estaban cargadas con un tono extremadamente confianzudo e irónico, que denotaban el temple tan perturbado que de pronto estaba asimilándose en el ex soldado romano.
¡¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿De verdad piensas que voy a creerme semejante mierda????!!!!!!!!
Gritó con todas sus fuerzas, extendiendo sus brazos hacia arriba y dejando salir toda la rabia que tenía acumulada en su interior. No se percató, pero la energía fue tan contundente que llegó a provocar una gran ráfaga de viento que hizo mover todas las ramas de los árboles colindantes. Su furia estaba más latente que nunca, y cualquiera que lo escuchase notaría la esencia de un homicida por naturaleza.
No sé por quién demonios me tomas… desconozco que clase de magia utilizas para tus trucos… pero a mí no me vas a tratar como basura e intentar engañar, ¿me oíste? renuncié a Roma por descubrir la verdad que decías saber, olvidé mi vida como soldado por acompañarte hasta el destino que escogieras…
Cerró sus ojos y apretó los puños con fuerza. Estaba realmente enojado, fastidiado a tal punto que sus pies comenzaron a hundirse sobre la nieve, y sus cabellos levitaban por sobre su cabeza lentamente. Era ajeno a los cambios que presentaba su cuerpo, y su atención parecía ser exclusiva para con la chica de los cabellos negros.
¡¡¡¡¡Sal de una maldita vez y da la cara, o te buscaré hasta cortarte la cabeza con mis propias manos !!!!!!… ¡¡¡¿Quieres matarme? Adelante... inténtalo… demuéstrame que tus palabras y las historias que cuentas son ciertas… hazlo… ¿O acaso tienes miedo? ¿Eres una cobarde???!!!!
Le gritaba con tanta fuerza y furia, que daba la impresión que en cualquier momento se transformaría en una bestia y emprendería su cacería contra aquella que tantas sensaciones despertaba en él en ese minuto.
¿Querías saber mi nombre? Ven entonces y averígualo… - Finalizó con fuerza, levantando la cabeza y observando para todas partes. Sabía que estaba allí por alguna parte, y la iba a encontrar.
Para su sorpresa, la de los cabellos negros comenzó a hablar- con un evidente enojo de paso- acerca de la real identidad del ex general y soldado romano. Sin embargo, sus palabras fueron aun más sombrías y misteriosas de lo que él mismo pudo haber imaginado. No fue una declaración muy larga, pero sí bastante contundente. Y curiosamente, no sonaba a una identidad tan ajena a la que ya había portado cuando era general al servicio del imperio romano.
¿Dijiste… dios de la muerte?
Dentro de su cabeza estaba asimilando una gran cantidad de información que en otros tiempos no hubiese sido capaz de tolerar ni mucho menos considerar como probables. Pero, dado los hechos que le había enseñado la muchacha que le confesaba quien era él en realidad, su sentido del distinguir que podía ser real y que una invención estaba más que deteriorado. Había abierto la puerta a un sin fin de opciones, las que observaría y analizaría con cuidado una vez que se presentase la ocasión pertinente.
Eso es… imposible.
¿Aunque cómo esperaba ella que le creyese semejante tontería? Que de pronto él, de alguna extraña forma, ¿Realmente estaba al servicio de un dios?. Definitivamente no era la respuesta que él había estado esperando, y por mucho que considerase el creer más allá de lo lógico, una cosa era creer en la magia y hechicería que parecía profesar dicha chica. Otra muy distinta, el que de pronto él se hubiese transformado en el esclavo de un dios, y peor todavía, del dios de la muerte. Simplemente era una posibilidad que no podía concebir, bajo ningún caso ni circunstancia.
Ignoró por completo las palabras de la mujer y se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par mirando a la nada. Su cuerpo no se movía en ningún instante, y hasta parecía haber perdido la vida dado que pasaron varios segundos en los que ni se meneó y apenas, muy suavemente, respiró el aire justo y necesario para continuar con su existencia.
Je… no me hagas reír…
Sus palabras de pronto estaban cargadas con un tono extremadamente confianzudo e irónico, que denotaban el temple tan perturbado que de pronto estaba asimilándose en el ex soldado romano.
¡¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿De verdad piensas que voy a creerme semejante mierda????!!!!!!!!
Gritó con todas sus fuerzas, extendiendo sus brazos hacia arriba y dejando salir toda la rabia que tenía acumulada en su interior. No se percató, pero la energía fue tan contundente que llegó a provocar una gran ráfaga de viento que hizo mover todas las ramas de los árboles colindantes. Su furia estaba más latente que nunca, y cualquiera que lo escuchase notaría la esencia de un homicida por naturaleza.
No sé por quién demonios me tomas… desconozco que clase de magia utilizas para tus trucos… pero a mí no me vas a tratar como basura e intentar engañar, ¿me oíste? renuncié a Roma por descubrir la verdad que decías saber, olvidé mi vida como soldado por acompañarte hasta el destino que escogieras…
Cerró sus ojos y apretó los puños con fuerza. Estaba realmente enojado, fastidiado a tal punto que sus pies comenzaron a hundirse sobre la nieve, y sus cabellos levitaban por sobre su cabeza lentamente. Era ajeno a los cambios que presentaba su cuerpo, y su atención parecía ser exclusiva para con la chica de los cabellos negros.
¡¡¡¡¡Sal de una maldita vez y da la cara, o te buscaré hasta cortarte la cabeza con mis propias manos !!!!!!… ¡¡¡¿Quieres matarme? Adelante... inténtalo… demuéstrame que tus palabras y las historias que cuentas son ciertas… hazlo… ¿O acaso tienes miedo? ¿Eres una cobarde???!!!!
Le gritaba con tanta fuerza y furia, que daba la impresión que en cualquier momento se transformaría en una bestia y emprendería su cacería contra aquella que tantas sensaciones despertaba en él en ese minuto.
¿Querías saber mi nombre? Ven entonces y averígualo… - Finalizó con fuerza, levantando la cabeza y observando para todas partes. Sabía que estaba allí por alguna parte, y la iba a encontrar.
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Re: Vientos tempestuosos.
- ¡Me aburro! - Le gritó Selene desde las ramas de los árboles indicandole con presición que sus palabras no la asustaban. - Búscame si quieres, al menos será más divertido que escuchar tu horripilante voz.
Sonrió mientras Sid se posaba en su hombro. El pequeño animal tatareaba una especie de melodía bastante melancólica por un motivo, pero Selene sólo cerró los ojos y se dejó llevar por ella. Elevó su cosmoenergía para permanecer en calor en aquel frío.
- ¡Creo que ya va siendo tiempo de que me vaya a casa Wyvern! - Le gritó desde la cima del árbol. No estaba acostumbrada a estar de esa forma en aquella tierra, y toda esa nieve comenzaba a a irritarla. Tomó Sid entre sus brazos y Cheshire saltó a sus hombros. Ambos animalitos sentían el corazón de Selene y de alguna forma adivinaron que eso estaba llegando a su final.
Dio un salto desde la rama y cayó con gracia a unos 3 metros delante del hombre. Su actitud no la intimidaba, nunca lo había hecho, pero si comenzaba a cansarla. Hubiese dado cualquier cosa por un delicioso baño tibio en las bañeras de su palacio en Alejandría.
- Aquí me tienes pequeño gusano. Lamentablemente debo decirte que no por mucho tiempo... he decidido que esto de la nieve no es para mí y volveré a casa. En cuanto a tí, el general Vergilius esta en los alrededor por lo cual puedes unirte a él y volver a Roma, o hacer lo que se te venga en gana... como consejo puedo decirte que si estas con él se aclararan más dudas que estando conmigo. Me equivoqué pensando que podía salvarte de ti mismo, la verdad no me importas lo suficiente como para hacerlo de cualquier forma...
Sid seguía tatareando mientras le lamía la frente a Selene y pronto se hechó a volar alrededor de la joven. Cheshire en su hombro derecho miraba con los ojos fijos al hombre, desconfiado, listo para tirarse sobre el a arañarlo si se acercaba mucho a su señora.
- Es el fin de nuestro camino... creo. Si alguna vez sientes nostalgia, ve a Alejandria y pregunta por la Reina Selene. No creo que sea muy dificil encontrarme.
Sonrió mientras Sid se posaba en su hombro. El pequeño animal tatareaba una especie de melodía bastante melancólica por un motivo, pero Selene sólo cerró los ojos y se dejó llevar por ella. Elevó su cosmoenergía para permanecer en calor en aquel frío.
- ¡Creo que ya va siendo tiempo de que me vaya a casa Wyvern! - Le gritó desde la cima del árbol. No estaba acostumbrada a estar de esa forma en aquella tierra, y toda esa nieve comenzaba a a irritarla. Tomó Sid entre sus brazos y Cheshire saltó a sus hombros. Ambos animalitos sentían el corazón de Selene y de alguna forma adivinaron que eso estaba llegando a su final.
Dio un salto desde la rama y cayó con gracia a unos 3 metros delante del hombre. Su actitud no la intimidaba, nunca lo había hecho, pero si comenzaba a cansarla. Hubiese dado cualquier cosa por un delicioso baño tibio en las bañeras de su palacio en Alejandría.
- Aquí me tienes pequeño gusano. Lamentablemente debo decirte que no por mucho tiempo... he decidido que esto de la nieve no es para mí y volveré a casa. En cuanto a tí, el general Vergilius esta en los alrededor por lo cual puedes unirte a él y volver a Roma, o hacer lo que se te venga en gana... como consejo puedo decirte que si estas con él se aclararan más dudas que estando conmigo. Me equivoqué pensando que podía salvarte de ti mismo, la verdad no me importas lo suficiente como para hacerlo de cualquier forma...
Sid seguía tatareando mientras le lamía la frente a Selene y pronto se hechó a volar alrededor de la joven. Cheshire en su hombro derecho miraba con los ojos fijos al hombre, desconfiado, listo para tirarse sobre el a arañarlo si se acercaba mucho a su señora.
- Es el fin de nuestro camino... creo. Si alguna vez sientes nostalgia, ve a Alejandria y pregunta por la Reina Selene. No creo que sea muy dificil encontrarme.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
Capullo de Rosa
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Re: Vientos tempestuosos.
Escuchó su voz e inmediatamente se puso alerta, entendiendo que por fin se había dignado a aparecer de nuevo. A pesar que apareció por un lado en el que no estaba mirando, algo dentro de él le advirtió la dirección en la que debía posar sus ojos para poder dar con el rostro de la reina de Egipto. Y efectivamente, al hacerlo, pudo encontrarla a ella y a sus animales tan extraños. Especialmente ese gato gordo y que tanta desconfianza le provocaba.
Con que te cansaste de jugar… - Comentó con tono seco y frío, poniéndose derecho dado que la mujer estaba justo frente a sus ojos. Elevó su rostro y hombros con imponencia, aunque sin poder evitar que la rabia por haberse sentido engañado se escurriese a través de sus pupilas. En su boca, sus colmillos lucían tan afilados como los de una bestia hambrienta de carne fresca, y su lengua le pedía sangre de la cual pudiese deleitarse.
Las palabras de Selene las había oído entre gruñidos, entendiendo de ellas que la mujer tenía intenciones de abandonarlo y marcharse de ese gélido lugar. Y si bien, en algún momento habría agradecido que por fin lo dejase en paz y en soledad, dicha situación había cambiado considerablemente, especialmente considerando los acontecimientos por los cuales había pasado el ex general romano. Ahora, el contexto de su vida era muy distinto y, le gustase o no, dependía mucho de lo que pudiese decirle o no aquella muchacha de cabellos negros.
Creo que el trato era que tú debías responder mis inquietudes. – Agregó con fuerza, aprestándose a caminar por entre la nieve y de esa forma, poder separar el trayecto que los distanciaba el uno del otro. Sus pasos se remarcaban con gran tenacidad en la nieve, hundiendo las botas en el espeso manto blanco como si de agua líquida se tratase. Sus manos estaban empuñadas, y movía sus brazos de forma dispareja con cada paso que avanzaba hasta su objetivo. –En lo que a mí respecta, cualquier romano puede ir a comer mierda, sea quien sea… no es con él, ni con otro con quien hice mi trato.
Su voz reflejaba un profundo desprecio y rencor, el que se transmitía con facilidad por entre sus palabras y con sus acciones. Realmente era ver a un animal acercándose a su presa, dispuesto a cazarla sin siquiera esperar un descuido. Por lo demás, no dejaba de ser notable el valor y la determinación que mostraba Noah, considerando que ya dicha mujer había dado muestras de no ser precisamente normal. Perfectamente podría de haber asustado a otros hombres con sus trucos de magia y hechicería, pero no a él, no a un sujeto tan instintivo y sin miedo a la muerte como lo era el otrora representante del estandarte romano. Dada su crianza y forma de ser, preferiría mil veces una muerte violenta y dolorosa, que una vida recordando el miedo y la vergüenza de haberlo sentido. Nunca antes se había intimidado ante nadie, y no lo haría por una mujer como ella, por muy misteriosa y enigmática que pudiese resultar ser. Ni tampoco, importando el hecho de que despertara tantas sensaciones dentro de su cuerpo, ni que incluso soñase con ella en más de una ocasión al respecto.
Y con esa misma convicción, fue que llegó hasta donde se encontraba y se paró justo frente a ella, imponente, con un coraje a prueba de todo y dispuesto a hacer cumplir su voluntad, o bien, morir en el intento. Como un guerrero, como le habían enseñado a afrontar la vida y como él mismo deseaba sentirla. El ceder jamás era viable para él, y no se molestaba en considerarlo bajo ningún aspecto posible.
Tú no te irás a ninguna parte… ¿Me escuchaste?. – Le dijo viéndole a los ojos, con cara de pocos amigos y prácticamente invadiéndola con la mirada. Su rostro era en esos segundos incluso más frío y áspero de lo que podría haber sido el ambiente de tundra en el que se encontraban sometidos ambos personajes.
Te lo repito… - Le agarró con fuerza una muñeca y la elevó por los aires, y al mismo tiempo, acercó su rostro enardecido hasta ella y le gritó prácticamente en la cara. – ¡¡¡¡Tú no te irás a ninguna maldita parte, ¿Entendido?!!!!
No le importaba el estar haciéndole daño o no. No iba a dejar que se marchase así nada más. Y en cuyo caso, si quería retirarse…
Me llevarás contigo, sólo bajo esa premisa te dejaré ir. De lo contrario, tendrás que matarme… puesto que no permitiré que te vayas. – Apretó con fuerza su muñeca, sabiendo que ella podía desaparecer tal como ya lo había hecho antes, pero concentrando su fuerza de tal forma, que dentro de sí mismo, deseaba tener la capacidad para poder agarrarla con la determinación suficiente como para no permitirle escapar.
Con que te cansaste de jugar… - Comentó con tono seco y frío, poniéndose derecho dado que la mujer estaba justo frente a sus ojos. Elevó su rostro y hombros con imponencia, aunque sin poder evitar que la rabia por haberse sentido engañado se escurriese a través de sus pupilas. En su boca, sus colmillos lucían tan afilados como los de una bestia hambrienta de carne fresca, y su lengua le pedía sangre de la cual pudiese deleitarse.
Las palabras de Selene las había oído entre gruñidos, entendiendo de ellas que la mujer tenía intenciones de abandonarlo y marcharse de ese gélido lugar. Y si bien, en algún momento habría agradecido que por fin lo dejase en paz y en soledad, dicha situación había cambiado considerablemente, especialmente considerando los acontecimientos por los cuales había pasado el ex general romano. Ahora, el contexto de su vida era muy distinto y, le gustase o no, dependía mucho de lo que pudiese decirle o no aquella muchacha de cabellos negros.
Creo que el trato era que tú debías responder mis inquietudes. – Agregó con fuerza, aprestándose a caminar por entre la nieve y de esa forma, poder separar el trayecto que los distanciaba el uno del otro. Sus pasos se remarcaban con gran tenacidad en la nieve, hundiendo las botas en el espeso manto blanco como si de agua líquida se tratase. Sus manos estaban empuñadas, y movía sus brazos de forma dispareja con cada paso que avanzaba hasta su objetivo. –En lo que a mí respecta, cualquier romano puede ir a comer mierda, sea quien sea… no es con él, ni con otro con quien hice mi trato.
Su voz reflejaba un profundo desprecio y rencor, el que se transmitía con facilidad por entre sus palabras y con sus acciones. Realmente era ver a un animal acercándose a su presa, dispuesto a cazarla sin siquiera esperar un descuido. Por lo demás, no dejaba de ser notable el valor y la determinación que mostraba Noah, considerando que ya dicha mujer había dado muestras de no ser precisamente normal. Perfectamente podría de haber asustado a otros hombres con sus trucos de magia y hechicería, pero no a él, no a un sujeto tan instintivo y sin miedo a la muerte como lo era el otrora representante del estandarte romano. Dada su crianza y forma de ser, preferiría mil veces una muerte violenta y dolorosa, que una vida recordando el miedo y la vergüenza de haberlo sentido. Nunca antes se había intimidado ante nadie, y no lo haría por una mujer como ella, por muy misteriosa y enigmática que pudiese resultar ser. Ni tampoco, importando el hecho de que despertara tantas sensaciones dentro de su cuerpo, ni que incluso soñase con ella en más de una ocasión al respecto.
Y con esa misma convicción, fue que llegó hasta donde se encontraba y se paró justo frente a ella, imponente, con un coraje a prueba de todo y dispuesto a hacer cumplir su voluntad, o bien, morir en el intento. Como un guerrero, como le habían enseñado a afrontar la vida y como él mismo deseaba sentirla. El ceder jamás era viable para él, y no se molestaba en considerarlo bajo ningún aspecto posible.
Tú no te irás a ninguna parte… ¿Me escuchaste?. – Le dijo viéndole a los ojos, con cara de pocos amigos y prácticamente invadiéndola con la mirada. Su rostro era en esos segundos incluso más frío y áspero de lo que podría haber sido el ambiente de tundra en el que se encontraban sometidos ambos personajes.
Te lo repito… - Le agarró con fuerza una muñeca y la elevó por los aires, y al mismo tiempo, acercó su rostro enardecido hasta ella y le gritó prácticamente en la cara. – ¡¡¡¡Tú no te irás a ninguna maldita parte, ¿Entendido?!!!!
No le importaba el estar haciéndole daño o no. No iba a dejar que se marchase así nada más. Y en cuyo caso, si quería retirarse…
Me llevarás contigo, sólo bajo esa premisa te dejaré ir. De lo contrario, tendrás que matarme… puesto que no permitiré que te vayas. – Apretó con fuerza su muñeca, sabiendo que ella podía desaparecer tal como ya lo había hecho antes, pero concentrando su fuerza de tal forma, que dentro de sí mismo, deseaba tener la capacidad para poder agarrarla con la determinación suficiente como para no permitirle escapar.
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Re: Vientos tempestuosos.
Selene estaba colgando por el aire. La fuerza de Noah era evidente, a pesar de que tal vez ni si quiera se hubiera dado cuenta de ello. La estaba lastimando, estaba agarrandola con la suficiente energía para magullar su piel. Pero Selene no mostraba dolor en su rostro, sólo dejó que su cuerpo quedara suspendido en el aire sin pelear para liberarse, pues tenía más que claro que si lo hubiese hecho habría resultado herida, o tal vez, haría que nuevamente se descontrolara.
Aun le dolía la frente en el lugar donde se había golpeado. A pesar de que había cicatrizado bastante bien gracias a Sid, seguía siendo un dolorcito innecesario.
Levantó una ceja cuando Noah dejó de hablar y lo miró duditativa.
- Aunque sería sin duda muy divertido matarte... no quiero mancharme con tu sangre.
Sonrió altanera y se quedó en silencio algunos minutos mirandolo a los ojos, pensando en que iba a hacer. Se rió en silencio pensando que había habido una época en que cubrirse de la sangre de ese hombre le hubiese parecido la idea mas sensual sobre la tierra. ¿Qué sucedía con ella? ¿Por qué todo había cambiado dentro de su mente?
Su corazón empezó a latir con fuerza entre mas tiempo pasaba mirandolo, era la ira... aquel sentimiento que consume. Ella lo sabía, sólo podía ser eso y nada más. Él no la ponía nerviosa y nunca le había temido... ¿Qué otro motivo habría para que se comenzara a sentir así?
- Maldita sea Wyvern... - Cerró los ojos con fuerza, ya no deseaba seguir mirandolo.
Los apretó tanto que su rostro se arrugó y sin querer empezó a elevar su cosmoenergía. La ira era dificil de controlar para ella, se apoderaba de su cuerpo y ya no había nada que pudiese hacer para volver a respirar.
Cuando abrió nuevamente los ojos ya no brillaban de la misma forma que antes, sino que ese intenso violeta se había vuelto opaco y sin vida.
- Destesto que me toques ... lo detesto... - Su voz salía como un grñido, como si estuviese conteniendose para no gritar y estallar. - Odio que me toques sin mi permiso... debería matarte ahora y dejar que los cuervos se den un festín con tus ojos.
Fue entonces que algo extraño ocurrió en el suelo. La nieve que hasta entonces mantenía todo a su alrededor diafano y blanco se comenzó a resquebrajar y un largo y prolongado aullido sopló en el viento. Pequeñas ramas sin vida surgieron desde los alrededores de Selene y se elevaron con furia hacia el cielo, dejando que lo único que brillase a su alrededor fueran las espinas en las enredaderas que empezaban a subir seductoramente por sus piernas arremolinandose en su cuerpo. Pero tambien, se comenzaban a arremolinar cerca del hombre, rodeandolo con fuerza, apretandolo, apretandolo tanto que el brazo que mantenía erguido con el cual levantaba a Selene fue apegado como un látigo contra su cuerpo, aoretando todos sus miembros y extremidades en una ovilla de espinas y ramas secas.
- ¿Aún no sabes quien soy gusano? - Le preguntó secamente. - Soy un espectro del dios de la muerte... que detesta que la toquen, especialmente tú.
Cayó al suelo, aún aferrada por la mano del hombre. Pero estaba parada frente a él, su cabello corto se elevaba en girones desordenados. Cerró nuevamente los ojos, peleando internamente con su instinto y su razón. Intentaba calmarse de alguna forma pero no sabía realmente como hacerlo y tampoco estaba segura de que eso era que quería.
Sentía como las espinas atravesaban su piel justo sobre sus muñecas y brazos, pero no le importaba. La sangre que caía en la nieve parecía pequeños petalos de rosa que habían perdido su camino.
Respiraba con fuerza, una, dos, tres veces... respiraba profundo para calmarse, pero su corazón estaba latiendo como nunca. Era su fuerza, esa era su verdadera fuerza, y si Wyvern se hubiese dado cuenta que no podía controlarla de seguro eso le habría causado risa. El mero pensamiento la irritó... la irritó tanto que supo que debía controlarse.
- ¿Quieres ir a Egipto? - Le preguntó con su rostro mirando la nieve aún. - ¡Anda! ¡Anda a Egipto entonces! ¡Arrastrate hasta allá en medio de las espinas y la nieve!
Queria golpearlo, dejarlo desangrar cortesía de las enredaderas... pero se controló, y cuando subío nuevamente la vista su corta cabellera cayó por su cuello nuevamente y sus ojos volvieron a brillar con su habitual naturalidad.
Y sin entender realmente porque, acercó su rostro al de Noah, y con su mano libre tocó su rostro con la punta de sus dedos... si movía algunas de las hebras de su cabello color miel, y le limpiaba el rostro... era él... el hombre con el que había soñado toda su vida. Se sintió asqueada, asustada... y horriblemente conmovida.
- ¿De verdad no sabes quien soy? - Le preguntó con la voz entrecortada. - ¿Aún no lo puedes ver?... ¿¡Aun no lo puedes ver!?
Y sin esperar su respuesta, simplemente supo, que debía pegar sus labios a los de él y así hacerlo ver lo que sus ojos se negaban a ver. Y pego, por voluntad propia, por primera vez en su vida, los labios a los de él...
Y tan pronto como los acercó, alejó su rostro, con los ojos muy abiertos, evitando mirarlo... tratando de entender que mierda la había poseído para hacer algo tan estúpido e innecesario.
_________
OFFROL : Cuento con la autorización de Noah para haber ocupado SOLO los efectos secundarios de la técnica para agregarle más emoción al rol.
Noah > Quedas atrapado por las enredaderas de rosas (enredaderas del infierno) sin que puedas moverte, ni para atacar ni defenderte. Ya que no cuentas con defensa, serás liberado cuando la voluntad de Selene lo indique.
Aun le dolía la frente en el lugar donde se había golpeado. A pesar de que había cicatrizado bastante bien gracias a Sid, seguía siendo un dolorcito innecesario.
Levantó una ceja cuando Noah dejó de hablar y lo miró duditativa.
- Aunque sería sin duda muy divertido matarte... no quiero mancharme con tu sangre.
Sonrió altanera y se quedó en silencio algunos minutos mirandolo a los ojos, pensando en que iba a hacer. Se rió en silencio pensando que había habido una época en que cubrirse de la sangre de ese hombre le hubiese parecido la idea mas sensual sobre la tierra. ¿Qué sucedía con ella? ¿Por qué todo había cambiado dentro de su mente?
Su corazón empezó a latir con fuerza entre mas tiempo pasaba mirandolo, era la ira... aquel sentimiento que consume. Ella lo sabía, sólo podía ser eso y nada más. Él no la ponía nerviosa y nunca le había temido... ¿Qué otro motivo habría para que se comenzara a sentir así?
- Maldita sea Wyvern... - Cerró los ojos con fuerza, ya no deseaba seguir mirandolo.
Los apretó tanto que su rostro se arrugó y sin querer empezó a elevar su cosmoenergía. La ira era dificil de controlar para ella, se apoderaba de su cuerpo y ya no había nada que pudiese hacer para volver a respirar.
Cuando abrió nuevamente los ojos ya no brillaban de la misma forma que antes, sino que ese intenso violeta se había vuelto opaco y sin vida.
- Destesto que me toques ... lo detesto... - Su voz salía como un grñido, como si estuviese conteniendose para no gritar y estallar. - Odio que me toques sin mi permiso... debería matarte ahora y dejar que los cuervos se den un festín con tus ojos.
Fue entonces que algo extraño ocurrió en el suelo. La nieve que hasta entonces mantenía todo a su alrededor diafano y blanco se comenzó a resquebrajar y un largo y prolongado aullido sopló en el viento. Pequeñas ramas sin vida surgieron desde los alrededores de Selene y se elevaron con furia hacia el cielo, dejando que lo único que brillase a su alrededor fueran las espinas en las enredaderas que empezaban a subir seductoramente por sus piernas arremolinandose en su cuerpo. Pero tambien, se comenzaban a arremolinar cerca del hombre, rodeandolo con fuerza, apretandolo, apretandolo tanto que el brazo que mantenía erguido con el cual levantaba a Selene fue apegado como un látigo contra su cuerpo, aoretando todos sus miembros y extremidades en una ovilla de espinas y ramas secas.
- ¿Aún no sabes quien soy gusano? - Le preguntó secamente. - Soy un espectro del dios de la muerte... que detesta que la toquen, especialmente tú.
Cayó al suelo, aún aferrada por la mano del hombre. Pero estaba parada frente a él, su cabello corto se elevaba en girones desordenados. Cerró nuevamente los ojos, peleando internamente con su instinto y su razón. Intentaba calmarse de alguna forma pero no sabía realmente como hacerlo y tampoco estaba segura de que eso era que quería.
Sentía como las espinas atravesaban su piel justo sobre sus muñecas y brazos, pero no le importaba. La sangre que caía en la nieve parecía pequeños petalos de rosa que habían perdido su camino.
Respiraba con fuerza, una, dos, tres veces... respiraba profundo para calmarse, pero su corazón estaba latiendo como nunca. Era su fuerza, esa era su verdadera fuerza, y si Wyvern se hubiese dado cuenta que no podía controlarla de seguro eso le habría causado risa. El mero pensamiento la irritó... la irritó tanto que supo que debía controlarse.
- ¿Quieres ir a Egipto? - Le preguntó con su rostro mirando la nieve aún. - ¡Anda! ¡Anda a Egipto entonces! ¡Arrastrate hasta allá en medio de las espinas y la nieve!
Queria golpearlo, dejarlo desangrar cortesía de las enredaderas... pero se controló, y cuando subío nuevamente la vista su corta cabellera cayó por su cuello nuevamente y sus ojos volvieron a brillar con su habitual naturalidad.
Y sin entender realmente porque, acercó su rostro al de Noah, y con su mano libre tocó su rostro con la punta de sus dedos... si movía algunas de las hebras de su cabello color miel, y le limpiaba el rostro... era él... el hombre con el que había soñado toda su vida. Se sintió asqueada, asustada... y horriblemente conmovida.
- ¿De verdad no sabes quien soy? - Le preguntó con la voz entrecortada. - ¿Aún no lo puedes ver?... ¿¡Aun no lo puedes ver!?
Y sin esperar su respuesta, simplemente supo, que debía pegar sus labios a los de él y así hacerlo ver lo que sus ojos se negaban a ver. Y pego, por voluntad propia, por primera vez en su vida, los labios a los de él...
Y tan pronto como los acercó, alejó su rostro, con los ojos muy abiertos, evitando mirarlo... tratando de entender que mierda la había poseído para hacer algo tan estúpido e innecesario.
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OFFROL : Cuento con la autorización de Noah para haber ocupado SOLO los efectos secundarios de la técnica para agregarle más emoción al rol.
Noah > Quedas atrapado por las enredaderas de rosas (enredaderas del infierno) sin que puedas moverte, ni para atacar ni defenderte. Ya que no cuentas con defensa, serás liberado cuando la voluntad de Selene lo indique.
- Spoiler:
- AM - Enredadera del Infierno (Hell's Trap)
Técnica bastante sencilla de realizar para Selene, en la cual con un simple movimiento de mano apunta hacia su oponente y desde le suelo en el que esta parado rompen cientos de plantas de rosas que asemejan una enredadera y empiezan a trepar su cuerpo para así atraparlo. Puede utilizar esta función solo para atrapar a alguien e inmovilizarlo para que deje de molestar, siendo la enredadera del infierno una técnica bastante misericordiosa, o puese utilizar toda la potencia de la enredadera, la cual consiste en sus letales espinas y rosas, pues las rosas tienen un fuertisimo veneno (no el mas fuerte de Selene pero suficiente como para atontar y provocar desfallecimiento, ilusiones y demases) y las espinas son del mismo metal que su Sappuri, provocando cortes horribles que cuestan muchisimo cerrar.
Cuando las espinas entran en la piel del enemigo, se alimentan las rosas con la sangre de su victima, absorbiendola pero sin dolor, pues el veneno atonta a quien recibe esta tecnica. Por lo mismo, Selene la encuentra una tecnica muy misericordiosa y la utiliza cuando no desea realmente hacerle daño a su enemigo.
(Onrol - Si tu cosmo pasa los 40 el que reciba esta tecnica onrol quedará atrapado por las enredaderas sin que pueda volver a atacar ni defenser, pero tampoco ser atacado. Es una inmovilización completa que terminará una batalla. Para salir de este efecto se necesita Defensa especial 80 .)
Última edición por Selene el Lun Sep 05, 2011 12:18 am, editado 1 vez
Selene- Dama del Pecado
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AF - Rosa Sangrienta (4350)*
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Capullo de Rosa
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Re: Vientos tempestuosos.
El miembro 'Selene' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Ataque medio' : 10
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#2 'Cosmos' : 43
#1 'Ataque medio' : 10
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#2 'Cosmos' : 43
Dados- Admin
- Cantidad de envíos : 24794
Re: Vientos tempestuosos.
Dicen que los cuerpos con la nieve se vuelven más fríos. Y no sólo los cuerpos, sino que cualquier cosa que se someta a las duras heladas de un lugar en el cual, el frío está tan presente que el agua no es agua, sino que es algo más. Entonces, si los cuerpos humanos están hechos de agua, y en ese lugar no hay agua, ¿De qué están hechos los cuerpos en el norte? O más misterioso todavía… ¿Qué le ocurre a un cuerpo que viaja al norte?
Probablemente, sea una pregunta a la cual no se le pueda encontrar una simple respuesta. Y es que nada es simple, cuando estás en un lugar en el que todo se ve cambiado por el frío. Mientras que en otros parajes el dormir significa descanso, en medio de la nieve el dormir es llamar a la muerte entre susurros. Nunca sabes si vas a volver a despertar, y hasta el mejor guerrero se vuelve un bebé si está lo suficientemente sometido a los brazos de Morfeo.
El frío y el sueño, dos armas letales con las que el norte combate a sus adversarios. Sin embargo, no están solas. A pesar de que con el frío de congelar un cuerpo, y con el sueño de restarle sus energías, podría ser suficiente como para acabar con un destacamento entero de los más fieros soldados (y consta, por agregar de forma anecdótica, que efectivamente ha ocurrido eso más veces de las que ha llorado un niño sin madre), la tierra de la tundra posee otras cualidades que la hacen, merecidamente, ser el lugar más inhóspito de todo el mundo.
El hambre, por ejemplo. En el norte no se puede cultivar, la comida siempre escasea y sólo resta cazar. Pero mientras en otros lugares puedes capturar a un conejo, o a una vaca, en el norte debes tener siempre claro, que el juego de la presa y el depredador es más ambiguo que en ningún otro lugar; y siempre, siempre vas a estar en desventaja con la naturaleza.
Una vez, hubo una ocasión en la que un hombre dijo “El norte no acepta invitados”. Y es un dicho que toma mucho valor cuando puedes ver como la gente tiene más motivos para morir que para vivir en dicho sitio, donde la naturaleza parece estar empeñada en no dar una mano a quien lo necesite. Si tienes sed, el agua está congelada. Si tienes hambre, debes estar dispuesto a matar a una jauría de lobos y con más posibilidades de terminar siendo devorado, que de traer carne a la mesa. Ni hablar de no estar bien cobijado para cuando las fuerzas comiencen a mermar. El viento gélido del norte es la bestia más hambrienta de todas, y para mayor desgracia, es paciente. Jamás habrá peor enemigo que el cual puede ser paciente, eso es algo que le enseñan a cualquier soldado antes de darle una espada.
No obstante, lo anterior es un juego de niños comparado al “as” bajo la manga que posee el norte, aquella arma imbatible que, cuando nada de lo anterior sirve, es utilizada para destruir los espíritus y las motivaciones de los guerreros más imbatibles de todos. Esos que bajo ninguna circunstancia, pretenden dar su brazo a torcer e hinchar la rodilla para que la espada del frío les rebane la cabeza.
La soledad. La infame y siempre evitada soledad, la encapuchada incansable que, a medida que pasan los días, se vuelve la más grande compañera de todos los desdichados soldados, y no tan soldados.
Los primeros en caer ante ella son los padres de familia, que al pasar tanto tiempo lejos de su hogar, sin poder dar noticias de su estado ni conocer el destino de sus seres amados, terminan por comprender que lo más seguro es que sus hijos llamen a otro padre, y por consecuencia, el lado vacío que dejaron en la cama esté siendo llenado de calor por otro a quien jamás podrán darle las gracias por manchar su honor – y algo más que sólo su honor-. Son esos mismos hombres, que al darse cuenta de que lo han perdido todo, no son capaces de reponerse y terminan por poner un fin a sus miserables y poco agraciadas vidas sobre la tierra. Es ahí cuando se dice que la soledad, la falta de sus seres queridos, termina por llevarlos a la boca del lobo.
Luego le siguen los inexpertos y mal llamados rebosantes de vida, jóvenes. Aquellos que por inercia buscan ser los guerreros del mañana, que parten de sus hogares con la esperanza de hacer historia. Sus energías son inversamente proporcionales a su conciencia de lo que están haciendo, y por lo general, al verse sus ojos abiertos a la realidad, cortesía de la brutalidad de la muerte de la guerra, buscan la protección de sus padres en aquellos que sólo pueden, a lo mucho, brindarles una calurosa risa de burla acompañada de algún golpe innecesario. Al verse solos y sin familia, mueren como los niños que nunca dejaron de ser.
Finalmente está la escoria de la escoria, esos que han matado tantas veces como para tener su alma pudriéndose en vida y realmente no les importa. Sólo buscan el goce momentáneo, ya sea en las piernas de una mujer a la que someten a la fuerza, en un cacho de cerveza o quitándole la vida al adversario. Pero hasta ellos necesitan compañía, que frecuentemente son sus propios camaradas de fechorías. Tarde o temprano una legión llena de hermanos, termina siendo un conjunto de huérfanos que no confían ni en ellos mismos. Mueren rogando por un perdón que nunca se sabe si les llegará.
Es por eso que se decía que él era el soldado perfecto. Imbatible al frío, al sueño, al hambre, a la naturaleza y hasta a la soledad, puesto que no tenía a nadie a quien extrañar y nunca demostró estar preocupado por los que poseía a su alrededor. Siempre solo en el campo de batalla, mantenía las distancias hasta cuando tocaba acampar y descansar para el mañana.
Noah, el general que se decía no poseía algo más que no fuese furia. Nunca se le había visto pestañear al cortar una cabeza, y no prestaba mayor atención a las riquezas una vez que obtenían un botín. Era el primero en entrar al campo de batalla, y el primero en marcharse cuando ya no tenía a nadie con quien combatir. Sólo hablaba lo justo y necesario con sus hombres, y no permitía que nadie formase una conexión con su persona. Con el tiempo, se llegó a pensar que era inmune a todo, y se había transformado en el arma perfecta para el Emperador, el único capaz de darle órdenes y para quien mostraba una fidelidad absoluta. Sin embargo, no eran pocos los que creían que, dentro de él, no apreciaba al Emperador, sino que simplemente lo utilizaba como un canal para liberar su ira.
Carente de alma, de sentimientos y seres queridos. Era el más muerto de los vivos, y el más vivo entre los muertos; limitándose a ser un tipo armado que sólo luchaba y sin piedad, quitaba vidas como el otoño arrancaba las hojas a un árbol.
Por lo mismo, nada podía explicar que no pudiese apartar los ojos de aquella chica que en ese minuto no quería mirarlo. Y sin embargo, él los seguía buscando, de la misma forma que un cuervo acechaba a una víctima, sólo que en este caso, no se podía estar seguro de quién podía ser la víctima y, por consiguiente, el victimario.
Sus palabras las había escuchado con atención, dispuesto a utilizar cualquier método con tal de mantenerla a su lado, pero ¿Por qué? ¿Por qué de pronto, aquel que nada sentía por nadie, se negaba a dejar marchar a una aparecida en su vida?.
Había soñado con una mujer parecida con ella desde siempre. La había tenido presente en sus pesadillas, como la ejecutora de los cabellos negros. Incluso en aquel nuevo sueño en el que la sostenía entre sus brazos. Pero ¿Por qué? ¿Por qué ella sabía tanto de él, si nunca antes se habían encontrado? ¿Por qué de pronto, y sin aviso, una mujer había llegado a su vida y lo había hecho sentir lo que a sus soldados los había matado?
Eran demasiadas preguntas, y no tenían respuesta. O eso parecía creer dicho hombre, puesto que todo cambió cuando, de la nada, ella se había acercado a él y sin previo aviso, simplemente posó sus labios en los suyos. Con ello, el tiempo parecía haberse detenido a su alrededor. Desde el instante en que su boca toco la de ella, para Noah ya no existía otra cosa en la vida. Ignoraba el dolor de tener clavadas las espinas en todo su cuerpo, así como también la fuerte presión que ejercían las raíces de planta que, sin explicación lógica, respondían ante lo que la mujer disponía. ´
Pero lo que no podía ignorar, era el hecho de que no quería verla lejos. No quería separarse de ella, y estaba totalmente de seguro de que sería capaz de hacer lo imposible para mantenerse a su lado. ¿Por qué? Con palabras no hubiese sido capaz de expresarlo, aunque a pesar de ello, hizo el intento mientras seguía buscando la mirada de la mujer de los cabellos oscuros.
Egipto no me interesa… para nada. – Comentó con voz seria y fría, tan seca como antes, aunque con un toque distinto… -Egipto no me interesa, Roma no me interesa, Persia no me interesa… por mí, que todos esos países y sus habitantes, vayan a comer mierda.
En su tono se evidenciaba la misma esencia de aquel hombre frío y hostil. No obstante, había una pequeña diferencia en su entonación. Una que sería diferente para cualquiera que no lo conociera, pero que podría reconocer alguien que lo conociese tan bien, que pudiese decirse que lo frecuentaba desde una vida pasada. Alguien como quizás, por lo visto, resultaba ser aquella mujer llamada Selene. La única que, más allá de sus enredaderas, había logrado domar al gran dragón.
Que sepas que me arrastraré por tierra todo lo que haga falta, aún con estas espinas de juguete que has puesto en mi cuerpo. No me importa, ¿Lo oyes? No me importa en lo más mínimo los obstáculos que me pongas. ¿Deseas verme rendirme? Sigue esperando, mujer, porque yo no voy a hincar la rodilla ante esto, a pesar de que me hagas besar el suelo.
Sonaba tan desafiante como siempre, aunque además lucía un poco cansado. Quizás estaba perdiendo mucha sangre producto de las espinas, y podía bien ser el caso que estuviesen envenenadas y dicho efecto le hubiese llegado hasta la sangre. Aunque, si hubiese sido el caso, no lucía preocupado por su vida. Más bien, parecía totalmente concentrado y dispuesto a hablarle a dicha muchacha, ignorando el dolor o las complicaciones que efectivamente le producían hablar. Al fin y al cabo, la presión de las enredaderas era tal que sus costillas estaban excesivamente apretadas contra sus pulmones. Pero eso para él, no era más que anecdótico. Tan sólo respiraba con fuerza después de cada oración que pronunciaba, y luego continuaba con más fuerza y actitud que antes. Era claro, que su seguridad y decisión eran los principales motivos para hacerlo actuar así.
Ponme la dificultad que desees, no desistiré de mi objetivo. Espinas, nieve, tierra, incluso hasta fuego y acero! No importa, me arrastraré días y noches enteras; atravesaré por campos llenos de espadas que atraviesen mi cuerpo, de llamas que calcinen mis músculos, de nieve que congele mis huesos y tierra que desgarre mi piel. Pero yo no voy a desistir, mujer, no voy a desistir en lo que deseo, ni ahora ni nunca!.
Su voz, a pesar de casi ni poder respirar, poseía una convicción tan fuerte como el tono con el que pronunciaba todas y cada una de sus palabras. Probablemente tenía que esforzarse mucho para hablar, quizá demasiado, pero no por ello lo demostraba. En realidad, se dirigía a la reina de Egipto con tanta energía, que nada hacía pensar que por dentro su cuerpo luchaba contra él para hacerlo callar. Y es que en ese minuto, nada podría hacerlo dejar de hablar, ni siquiera que le cortaran la lengua.
Porque lo que yo deseo… - Hizo una pausa, breve pero que se vio muy intensa, puesto que ni siquiera él podía comprender, en cierta forma, cómo es que iba a decir lo que estaba a punto de decir. – Lo que yo deseo… es poder saber, porque no puedo, ni quiero separarme de ti, mujer…
Sus últimas palabras fueron dichas con un tono completamente distinto, uno lleno de confusión, melancolía, pero sobretodo, sinceridad. Al ser un hombre al que nunca le había importado realmente nadie más que él mismo y sus metas, le costaba trabajo, y mucho, el poder reconocer que de pronto, sin explicación ni aviso, había llegado alguien a cambiar todo en su vida. Y la sola idea de perderla, le hacía poder identificar el porqué la soledad era tan peligrosa como para poder asesinarle. El sólo hecho de pensar que ya no la tendría más, que estaría lejos, que no la vería en mucho tiempo más… o nunca, provocaban que no sólo su corazón se sintiese raro, sino, que todo a su alrededor se viese más negro que de costumbre. Ante eso… sólo podía hablar ahora, para no callar para siempre.
Yo no puedo reconocerte… - Dijo cabizbajo, dejando que el flequillo de su cabello cubriera una parte de sus ojos. – Pero sé que lo haré… puesto que mi cuerpo ya lo ha hecho… mi alma ya lo ha hecho. No sabes cuánto desearía odiarte por provocarme esto… no sabes la rabia que me da sentirme de esta forma… pero al mismo tiempo, desconoces lo terrible que es para mí, el tan sólo pensar que ya no estarás ahí…
Se movió bruscamente, provocando que las espinas se enterrasen con más fuerza en su cuerpo y, por consiguiente, le causasen más dolor. Las enredaderas le apretaban todo, pero no parecía querer desistir. Era realmente como ver a un dragón intentando abrir sus alas, sin importar el precio que pudiese pagar por ello. Aunque en este caso, el dragón no quería abrir sus alas, sino que quería alcanzar el cielo. Ese mismo cielo, que había logrado ver, descubrir y sentir, cuando los labios de la mujer llamada Selene habían tocado los suyos. Una sensación que nunca antes había sentido, que nadie jamás había provocado en él, y por la que estaba dispuesta a pelear, sufrir y luchar hasta las últimas consecuencias. La conseguiría, no importaría lo que pasase… o moriría en el intento.
Selene… - La llamó entre todo su dolor. - Mi cabeza no te recuerda... pero sí mi corazón.- Pero al no obtener respuesta, volvió a la carga con más fuerzas. - ¡¡SELENE!!
Probablemente, sea una pregunta a la cual no se le pueda encontrar una simple respuesta. Y es que nada es simple, cuando estás en un lugar en el que todo se ve cambiado por el frío. Mientras que en otros parajes el dormir significa descanso, en medio de la nieve el dormir es llamar a la muerte entre susurros. Nunca sabes si vas a volver a despertar, y hasta el mejor guerrero se vuelve un bebé si está lo suficientemente sometido a los brazos de Morfeo.
El frío y el sueño, dos armas letales con las que el norte combate a sus adversarios. Sin embargo, no están solas. A pesar de que con el frío de congelar un cuerpo, y con el sueño de restarle sus energías, podría ser suficiente como para acabar con un destacamento entero de los más fieros soldados (y consta, por agregar de forma anecdótica, que efectivamente ha ocurrido eso más veces de las que ha llorado un niño sin madre), la tierra de la tundra posee otras cualidades que la hacen, merecidamente, ser el lugar más inhóspito de todo el mundo.
El hambre, por ejemplo. En el norte no se puede cultivar, la comida siempre escasea y sólo resta cazar. Pero mientras en otros lugares puedes capturar a un conejo, o a una vaca, en el norte debes tener siempre claro, que el juego de la presa y el depredador es más ambiguo que en ningún otro lugar; y siempre, siempre vas a estar en desventaja con la naturaleza.
Una vez, hubo una ocasión en la que un hombre dijo “El norte no acepta invitados”. Y es un dicho que toma mucho valor cuando puedes ver como la gente tiene más motivos para morir que para vivir en dicho sitio, donde la naturaleza parece estar empeñada en no dar una mano a quien lo necesite. Si tienes sed, el agua está congelada. Si tienes hambre, debes estar dispuesto a matar a una jauría de lobos y con más posibilidades de terminar siendo devorado, que de traer carne a la mesa. Ni hablar de no estar bien cobijado para cuando las fuerzas comiencen a mermar. El viento gélido del norte es la bestia más hambrienta de todas, y para mayor desgracia, es paciente. Jamás habrá peor enemigo que el cual puede ser paciente, eso es algo que le enseñan a cualquier soldado antes de darle una espada.
No obstante, lo anterior es un juego de niños comparado al “as” bajo la manga que posee el norte, aquella arma imbatible que, cuando nada de lo anterior sirve, es utilizada para destruir los espíritus y las motivaciones de los guerreros más imbatibles de todos. Esos que bajo ninguna circunstancia, pretenden dar su brazo a torcer e hinchar la rodilla para que la espada del frío les rebane la cabeza.
La soledad. La infame y siempre evitada soledad, la encapuchada incansable que, a medida que pasan los días, se vuelve la más grande compañera de todos los desdichados soldados, y no tan soldados.
Los primeros en caer ante ella son los padres de familia, que al pasar tanto tiempo lejos de su hogar, sin poder dar noticias de su estado ni conocer el destino de sus seres amados, terminan por comprender que lo más seguro es que sus hijos llamen a otro padre, y por consecuencia, el lado vacío que dejaron en la cama esté siendo llenado de calor por otro a quien jamás podrán darle las gracias por manchar su honor – y algo más que sólo su honor-. Son esos mismos hombres, que al darse cuenta de que lo han perdido todo, no son capaces de reponerse y terminan por poner un fin a sus miserables y poco agraciadas vidas sobre la tierra. Es ahí cuando se dice que la soledad, la falta de sus seres queridos, termina por llevarlos a la boca del lobo.
Luego le siguen los inexpertos y mal llamados rebosantes de vida, jóvenes. Aquellos que por inercia buscan ser los guerreros del mañana, que parten de sus hogares con la esperanza de hacer historia. Sus energías son inversamente proporcionales a su conciencia de lo que están haciendo, y por lo general, al verse sus ojos abiertos a la realidad, cortesía de la brutalidad de la muerte de la guerra, buscan la protección de sus padres en aquellos que sólo pueden, a lo mucho, brindarles una calurosa risa de burla acompañada de algún golpe innecesario. Al verse solos y sin familia, mueren como los niños que nunca dejaron de ser.
Finalmente está la escoria de la escoria, esos que han matado tantas veces como para tener su alma pudriéndose en vida y realmente no les importa. Sólo buscan el goce momentáneo, ya sea en las piernas de una mujer a la que someten a la fuerza, en un cacho de cerveza o quitándole la vida al adversario. Pero hasta ellos necesitan compañía, que frecuentemente son sus propios camaradas de fechorías. Tarde o temprano una legión llena de hermanos, termina siendo un conjunto de huérfanos que no confían ni en ellos mismos. Mueren rogando por un perdón que nunca se sabe si les llegará.
Es por eso que se decía que él era el soldado perfecto. Imbatible al frío, al sueño, al hambre, a la naturaleza y hasta a la soledad, puesto que no tenía a nadie a quien extrañar y nunca demostró estar preocupado por los que poseía a su alrededor. Siempre solo en el campo de batalla, mantenía las distancias hasta cuando tocaba acampar y descansar para el mañana.
Noah, el general que se decía no poseía algo más que no fuese furia. Nunca se le había visto pestañear al cortar una cabeza, y no prestaba mayor atención a las riquezas una vez que obtenían un botín. Era el primero en entrar al campo de batalla, y el primero en marcharse cuando ya no tenía a nadie con quien combatir. Sólo hablaba lo justo y necesario con sus hombres, y no permitía que nadie formase una conexión con su persona. Con el tiempo, se llegó a pensar que era inmune a todo, y se había transformado en el arma perfecta para el Emperador, el único capaz de darle órdenes y para quien mostraba una fidelidad absoluta. Sin embargo, no eran pocos los que creían que, dentro de él, no apreciaba al Emperador, sino que simplemente lo utilizaba como un canal para liberar su ira.
Carente de alma, de sentimientos y seres queridos. Era el más muerto de los vivos, y el más vivo entre los muertos; limitándose a ser un tipo armado que sólo luchaba y sin piedad, quitaba vidas como el otoño arrancaba las hojas a un árbol.
Por lo mismo, nada podía explicar que no pudiese apartar los ojos de aquella chica que en ese minuto no quería mirarlo. Y sin embargo, él los seguía buscando, de la misma forma que un cuervo acechaba a una víctima, sólo que en este caso, no se podía estar seguro de quién podía ser la víctima y, por consiguiente, el victimario.
Sus palabras las había escuchado con atención, dispuesto a utilizar cualquier método con tal de mantenerla a su lado, pero ¿Por qué? ¿Por qué de pronto, aquel que nada sentía por nadie, se negaba a dejar marchar a una aparecida en su vida?.
Había soñado con una mujer parecida con ella desde siempre. La había tenido presente en sus pesadillas, como la ejecutora de los cabellos negros. Incluso en aquel nuevo sueño en el que la sostenía entre sus brazos. Pero ¿Por qué? ¿Por qué ella sabía tanto de él, si nunca antes se habían encontrado? ¿Por qué de pronto, y sin aviso, una mujer había llegado a su vida y lo había hecho sentir lo que a sus soldados los había matado?
Eran demasiadas preguntas, y no tenían respuesta. O eso parecía creer dicho hombre, puesto que todo cambió cuando, de la nada, ella se había acercado a él y sin previo aviso, simplemente posó sus labios en los suyos. Con ello, el tiempo parecía haberse detenido a su alrededor. Desde el instante en que su boca toco la de ella, para Noah ya no existía otra cosa en la vida. Ignoraba el dolor de tener clavadas las espinas en todo su cuerpo, así como también la fuerte presión que ejercían las raíces de planta que, sin explicación lógica, respondían ante lo que la mujer disponía. ´
Pero lo que no podía ignorar, era el hecho de que no quería verla lejos. No quería separarse de ella, y estaba totalmente de seguro de que sería capaz de hacer lo imposible para mantenerse a su lado. ¿Por qué? Con palabras no hubiese sido capaz de expresarlo, aunque a pesar de ello, hizo el intento mientras seguía buscando la mirada de la mujer de los cabellos oscuros.
Egipto no me interesa… para nada. – Comentó con voz seria y fría, tan seca como antes, aunque con un toque distinto… -Egipto no me interesa, Roma no me interesa, Persia no me interesa… por mí, que todos esos países y sus habitantes, vayan a comer mierda.
En su tono se evidenciaba la misma esencia de aquel hombre frío y hostil. No obstante, había una pequeña diferencia en su entonación. Una que sería diferente para cualquiera que no lo conociera, pero que podría reconocer alguien que lo conociese tan bien, que pudiese decirse que lo frecuentaba desde una vida pasada. Alguien como quizás, por lo visto, resultaba ser aquella mujer llamada Selene. La única que, más allá de sus enredaderas, había logrado domar al gran dragón.
Que sepas que me arrastraré por tierra todo lo que haga falta, aún con estas espinas de juguete que has puesto en mi cuerpo. No me importa, ¿Lo oyes? No me importa en lo más mínimo los obstáculos que me pongas. ¿Deseas verme rendirme? Sigue esperando, mujer, porque yo no voy a hincar la rodilla ante esto, a pesar de que me hagas besar el suelo.
Sonaba tan desafiante como siempre, aunque además lucía un poco cansado. Quizás estaba perdiendo mucha sangre producto de las espinas, y podía bien ser el caso que estuviesen envenenadas y dicho efecto le hubiese llegado hasta la sangre. Aunque, si hubiese sido el caso, no lucía preocupado por su vida. Más bien, parecía totalmente concentrado y dispuesto a hablarle a dicha muchacha, ignorando el dolor o las complicaciones que efectivamente le producían hablar. Al fin y al cabo, la presión de las enredaderas era tal que sus costillas estaban excesivamente apretadas contra sus pulmones. Pero eso para él, no era más que anecdótico. Tan sólo respiraba con fuerza después de cada oración que pronunciaba, y luego continuaba con más fuerza y actitud que antes. Era claro, que su seguridad y decisión eran los principales motivos para hacerlo actuar así.
Ponme la dificultad que desees, no desistiré de mi objetivo. Espinas, nieve, tierra, incluso hasta fuego y acero! No importa, me arrastraré días y noches enteras; atravesaré por campos llenos de espadas que atraviesen mi cuerpo, de llamas que calcinen mis músculos, de nieve que congele mis huesos y tierra que desgarre mi piel. Pero yo no voy a desistir, mujer, no voy a desistir en lo que deseo, ni ahora ni nunca!.
Su voz, a pesar de casi ni poder respirar, poseía una convicción tan fuerte como el tono con el que pronunciaba todas y cada una de sus palabras. Probablemente tenía que esforzarse mucho para hablar, quizá demasiado, pero no por ello lo demostraba. En realidad, se dirigía a la reina de Egipto con tanta energía, que nada hacía pensar que por dentro su cuerpo luchaba contra él para hacerlo callar. Y es que en ese minuto, nada podría hacerlo dejar de hablar, ni siquiera que le cortaran la lengua.
Porque lo que yo deseo… - Hizo una pausa, breve pero que se vio muy intensa, puesto que ni siquiera él podía comprender, en cierta forma, cómo es que iba a decir lo que estaba a punto de decir. – Lo que yo deseo… es poder saber, porque no puedo, ni quiero separarme de ti, mujer…
Sus últimas palabras fueron dichas con un tono completamente distinto, uno lleno de confusión, melancolía, pero sobretodo, sinceridad. Al ser un hombre al que nunca le había importado realmente nadie más que él mismo y sus metas, le costaba trabajo, y mucho, el poder reconocer que de pronto, sin explicación ni aviso, había llegado alguien a cambiar todo en su vida. Y la sola idea de perderla, le hacía poder identificar el porqué la soledad era tan peligrosa como para poder asesinarle. El sólo hecho de pensar que ya no la tendría más, que estaría lejos, que no la vería en mucho tiempo más… o nunca, provocaban que no sólo su corazón se sintiese raro, sino, que todo a su alrededor se viese más negro que de costumbre. Ante eso… sólo podía hablar ahora, para no callar para siempre.
Yo no puedo reconocerte… - Dijo cabizbajo, dejando que el flequillo de su cabello cubriera una parte de sus ojos. – Pero sé que lo haré… puesto que mi cuerpo ya lo ha hecho… mi alma ya lo ha hecho. No sabes cuánto desearía odiarte por provocarme esto… no sabes la rabia que me da sentirme de esta forma… pero al mismo tiempo, desconoces lo terrible que es para mí, el tan sólo pensar que ya no estarás ahí…
Se movió bruscamente, provocando que las espinas se enterrasen con más fuerza en su cuerpo y, por consiguiente, le causasen más dolor. Las enredaderas le apretaban todo, pero no parecía querer desistir. Era realmente como ver a un dragón intentando abrir sus alas, sin importar el precio que pudiese pagar por ello. Aunque en este caso, el dragón no quería abrir sus alas, sino que quería alcanzar el cielo. Ese mismo cielo, que había logrado ver, descubrir y sentir, cuando los labios de la mujer llamada Selene habían tocado los suyos. Una sensación que nunca antes había sentido, que nadie jamás había provocado en él, y por la que estaba dispuesta a pelear, sufrir y luchar hasta las últimas consecuencias. La conseguiría, no importaría lo que pasase… o moriría en el intento.
Selene… - La llamó entre todo su dolor. - Mi cabeza no te recuerda... pero sí mi corazón.- Pero al no obtener respuesta, volvió a la carga con más fuerzas. - ¡¡SELENE!!
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Re: Vientos tempestuosos.
Escucharlo hablar provocaba que sus labios temblaran de sorpresa. Nunca lo había escuchado hablar así. Le había tocado ahora tener que oír todo aquello y no podía lo que estaba escuchando... no había forma alguna de que aquel sujeto tan orgulloso estuviese admitiendo que no podía alejarse de ella. Apretó su puño con tanta fuerza, que sus uñas se enterraron en la palma de su mano y sangre empezó a gotear. Su corazón se aceleró de tal forma con rabia que sus mejillas se pusieron rosadas.
Abrió la boca para responderle alguna cosa, pero fue incapaz de aquello. Ningún sonido pudo salir de ella… pero las palabras dentro de su mente gritaban una y otra vez… verlo tan humano la desesperaba. No deseaba que aquello desapareciera de él. Haberlo llevado con ella habría significado eso, la pérdida total del corazón tan humano que estaba mostrando en ese momento. El destino había hecho que en algún punto de sus líneas ambos se juntaran, pero tal vez, por la seguridad de Noah y la suya, era momento de romper aquella unión.
- Entonces ódiame. – Dijo son frialdad. – Si te es más fácil odiarme, oblígate a ello.
El viento movió sus cabellos cortos, la línea de sangre seca en su mejilla la hacía ver como un mendiga más que como una reina extranjera. El ropaje rojizo de la capa de algún hombre que había dejado atrás su honor cubría las partes de su cuerpo que debían permanecer ocultas, pero aún así, bastante piel de ella se revelaba.
Había retirado su mano de la de Noah, y se podía ver como caían gotitas de sangre al suelo nevado. Parecía no dolerle pero nadie podría haber estado seguro. Selene era orgullosa y no habría mostrado dolor en público.
- Tienes esa opción. El odio es nuestro camino, después de todo.
Para los espectros que nacían y morían en un mundo sin colores, sentimientos como la bondad, el amor, la amistad y demases eran desconocidos. Lo único que tenían una vez que la masei despertaba, era el sentido de pertenecer a Hades. Lo demás se desvanecía con el tiempo y se volvía cenizas, al igual que todo a su alrededor.
- Es un sentimiento tan fuerte como el amor… es algo que te alimenta y te vuelve más fuerte. Lo sé.
Selene sonrió. Si que lo sabía. Había pasado por tantas cosas… aprendió a odiar siendo sólo una niña. Odió cuando el sol no le permitía salir a jugar con el resto de sus hermanos. Odió el día en que se cayó de un caballo y se golpeo el rostro con la arena, tragando un puñado de esta. Odió a casi toda su familia, empezando por sus hermanos hombres para terminar en Diva… la difunta hermana que ahora atormentaba su mente cada vez que cerraba los ojos. Había odiado el día de su boda, había llorado amargamente cuando la obligaron a compartir la cama su hermano, y éste intentó tocarla pensando que tal vez, de esa forma se harían marido y mujer. Había crecido odiando a todos sus subordinados, empezando por Seth y terminando en Arianne. Odiaba a los Romanos, odiaba a cada uno de ellos, su arrogancia, su falta de honor y sobre todo su horrible idioma que había sido obligada a aprender a temprana edad en vez de haber podido maldecirlos en egipcio antiguo. Odio a Gelum y luego a Octavius, pero estaba segura que si hubiesen mandado a Vergilius, Richard o Solomon, también los habría odiado a ellos.
Pero ese odio la había hecho crecer, la había hecho más fuerte… ese odio había logrado que se convirtiera en la mujer más poderosa de Egipto y en su momento del mundo. No habría cambiado su vida por una llena de amor, pues el amor volvía a los seres idiotas, estúpidos y débiles.
- Noah… me avergüenzo de lo que despiertas en mi cuando estás cerca. Me llena de deshonra sentir este cosquilleo de duda cuando te miro. Estar cerca de ti me hace débil, vulnerable… me vuelve humana. Y no debo serlo.
Chesire maulló fuerte, era un gruñido ronco de reproche. Selene lo sabía. Podía estar jugando ese juego con Noah por mucho tiempo, lastimándolo hasta verlo despertar a su verdadera naturaleza, ofreciéndole sus labios muchas veces más, cuidando de sus heridas… pero esa no era ella. Selene era la hija de la Ira y el Odio. Era una hija del inframundo y por sus venas corría el agua del Nilo. No tenía nada más que hacer en ese lugar. Había visto al hombre cuyo destino le había indicado sería el indicado para ella, pero estar cerca de él, era cada vez más difícil. Tal vez… alejarse le indicaría el verdadero camino a seguir.
- Soñé contigo cada noche de mi vida desde que tengo memoria a pesar de no saber quien eras. Te comparé con cada hombre que cruzó mi camino, con cada sonrisa, con cada espada. Cada vez que un hombre se acercaba a mi imaginaba que eras tú, cada noche solitaria en que cerraba mis ojos y mi cuerpo ardía, eran tus manos las que recorrían mi cuerpo en la oscuridad… te deseaba sin saber quien eras. Te necesitaba a pesar de que nunca te había tenido cerca. Deseaba que fueras un príncipe, un rey, un guerrero… pensaba que eventualmente llegarías a mí y sabría que eras tú con quien conquistaría la victoria y la gloria para Egipto. Nunca pensé, que ibas a resultar ser un Romano… ni que te tendría que hablar en esta lengua que detesto con todo mi corazón. Y te digo, con sinceridad, que me avergüenzo… no soy el tipo de mujer que necesita un hombre para vivir. Detesto aquella idea… la detesto de verdad. Y es por ello, que debo dejarte. Me vuelves patética ante los ojos de mis ancestros… y más importante aún, ante mis propias expectativas de quien debo ser ahora.
Sin más, con un nudo en el estómago, Selene se dio la media vuelta. No tenía nada más que decirle, sólo emprender su marcha… buscar su lugar en el mundo y cumplir la misión para la que había vuelto a nacer.
- A pesar de los siglos en que mi alma durmió, tu recuerdo, me sigue atormentando. Creo que es hora, de dejar el pasado atrás de nosotros… y que la Ira y la Furia sigan sus propios caminos. Eventualmente, si seguimos juntos mas tiempo... se que te mataré. Me irritas... me irrita verte, escucharte... me irrita saber que estas vivo. Soy una mujer ahora, puedo dominar esto, no necesito ser una mocosa estupida e impulsiva... hubo un tiempo en que habría callado y te habría matado antes de decir todo esto, pero no ahora. Debo marcharme. Espero, de verdad, que nuestros caminos no se vuelvan a cruzar. Conviertete en el hombre que naciste para ser, Wyvern. Yo haré lo mismo.
Abrió la boca para responderle alguna cosa, pero fue incapaz de aquello. Ningún sonido pudo salir de ella… pero las palabras dentro de su mente gritaban una y otra vez… verlo tan humano la desesperaba. No deseaba que aquello desapareciera de él. Haberlo llevado con ella habría significado eso, la pérdida total del corazón tan humano que estaba mostrando en ese momento. El destino había hecho que en algún punto de sus líneas ambos se juntaran, pero tal vez, por la seguridad de Noah y la suya, era momento de romper aquella unión.
- Entonces ódiame. – Dijo son frialdad. – Si te es más fácil odiarme, oblígate a ello.
El viento movió sus cabellos cortos, la línea de sangre seca en su mejilla la hacía ver como un mendiga más que como una reina extranjera. El ropaje rojizo de la capa de algún hombre que había dejado atrás su honor cubría las partes de su cuerpo que debían permanecer ocultas, pero aún así, bastante piel de ella se revelaba.
Había retirado su mano de la de Noah, y se podía ver como caían gotitas de sangre al suelo nevado. Parecía no dolerle pero nadie podría haber estado seguro. Selene era orgullosa y no habría mostrado dolor en público.
- Tienes esa opción. El odio es nuestro camino, después de todo.
Para los espectros que nacían y morían en un mundo sin colores, sentimientos como la bondad, el amor, la amistad y demases eran desconocidos. Lo único que tenían una vez que la masei despertaba, era el sentido de pertenecer a Hades. Lo demás se desvanecía con el tiempo y se volvía cenizas, al igual que todo a su alrededor.
- Es un sentimiento tan fuerte como el amor… es algo que te alimenta y te vuelve más fuerte. Lo sé.
Selene sonrió. Si que lo sabía. Había pasado por tantas cosas… aprendió a odiar siendo sólo una niña. Odió cuando el sol no le permitía salir a jugar con el resto de sus hermanos. Odió el día en que se cayó de un caballo y se golpeo el rostro con la arena, tragando un puñado de esta. Odió a casi toda su familia, empezando por sus hermanos hombres para terminar en Diva… la difunta hermana que ahora atormentaba su mente cada vez que cerraba los ojos. Había odiado el día de su boda, había llorado amargamente cuando la obligaron a compartir la cama su hermano, y éste intentó tocarla pensando que tal vez, de esa forma se harían marido y mujer. Había crecido odiando a todos sus subordinados, empezando por Seth y terminando en Arianne. Odiaba a los Romanos, odiaba a cada uno de ellos, su arrogancia, su falta de honor y sobre todo su horrible idioma que había sido obligada a aprender a temprana edad en vez de haber podido maldecirlos en egipcio antiguo. Odio a Gelum y luego a Octavius, pero estaba segura que si hubiesen mandado a Vergilius, Richard o Solomon, también los habría odiado a ellos.
Pero ese odio la había hecho crecer, la había hecho más fuerte… ese odio había logrado que se convirtiera en la mujer más poderosa de Egipto y en su momento del mundo. No habría cambiado su vida por una llena de amor, pues el amor volvía a los seres idiotas, estúpidos y débiles.
- Noah… me avergüenzo de lo que despiertas en mi cuando estás cerca. Me llena de deshonra sentir este cosquilleo de duda cuando te miro. Estar cerca de ti me hace débil, vulnerable… me vuelve humana. Y no debo serlo.
Chesire maulló fuerte, era un gruñido ronco de reproche. Selene lo sabía. Podía estar jugando ese juego con Noah por mucho tiempo, lastimándolo hasta verlo despertar a su verdadera naturaleza, ofreciéndole sus labios muchas veces más, cuidando de sus heridas… pero esa no era ella. Selene era la hija de la Ira y el Odio. Era una hija del inframundo y por sus venas corría el agua del Nilo. No tenía nada más que hacer en ese lugar. Había visto al hombre cuyo destino le había indicado sería el indicado para ella, pero estar cerca de él, era cada vez más difícil. Tal vez… alejarse le indicaría el verdadero camino a seguir.
- Soñé contigo cada noche de mi vida desde que tengo memoria a pesar de no saber quien eras. Te comparé con cada hombre que cruzó mi camino, con cada sonrisa, con cada espada. Cada vez que un hombre se acercaba a mi imaginaba que eras tú, cada noche solitaria en que cerraba mis ojos y mi cuerpo ardía, eran tus manos las que recorrían mi cuerpo en la oscuridad… te deseaba sin saber quien eras. Te necesitaba a pesar de que nunca te había tenido cerca. Deseaba que fueras un príncipe, un rey, un guerrero… pensaba que eventualmente llegarías a mí y sabría que eras tú con quien conquistaría la victoria y la gloria para Egipto. Nunca pensé, que ibas a resultar ser un Romano… ni que te tendría que hablar en esta lengua que detesto con todo mi corazón. Y te digo, con sinceridad, que me avergüenzo… no soy el tipo de mujer que necesita un hombre para vivir. Detesto aquella idea… la detesto de verdad. Y es por ello, que debo dejarte. Me vuelves patética ante los ojos de mis ancestros… y más importante aún, ante mis propias expectativas de quien debo ser ahora.
Sin más, con un nudo en el estómago, Selene se dio la media vuelta. No tenía nada más que decirle, sólo emprender su marcha… buscar su lugar en el mundo y cumplir la misión para la que había vuelto a nacer.
- A pesar de los siglos en que mi alma durmió, tu recuerdo, me sigue atormentando. Creo que es hora, de dejar el pasado atrás de nosotros… y que la Ira y la Furia sigan sus propios caminos. Eventualmente, si seguimos juntos mas tiempo... se que te mataré. Me irritas... me irrita verte, escucharte... me irrita saber que estas vivo. Soy una mujer ahora, puedo dominar esto, no necesito ser una mocosa estupida e impulsiva... hubo un tiempo en que habría callado y te habría matado antes de decir todo esto, pero no ahora. Debo marcharme. Espero, de verdad, que nuestros caminos no se vuelvan a cruzar. Conviertete en el hombre que naciste para ser, Wyvern. Yo haré lo mismo.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
Capullo de Rosa
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Re: Vientos tempestuosos.
Las enredaderas que tenía en todo el cuerpo lo estaban apretando, y de que manera, puesto que podía sentir como toda la circulación de su sangre comenzaba a interrumpirse. El hecho de estar vestido con una pesada armadura, y que aún así esta última no fuese capaz de protegerlo, terminaba por dar el efecto de estar prisionero en su propia vestimenta. En otras palabras, la presión que ejercía la técnica de Selene, no sólo le dolía por el hecho de la potencia con que lo afirmaban las plantas, sino por el hecho de estar apretando por sobre su piel – y por qué no decirlo, sobre su carne- todo el metal con el que se protegía el ex general romano. Para peor, las espinas lograron atravesar la defensa de hierro, por lo que en varias partes de su cuerpo presentaba profundas heridas que parecían estar hechas por lanzas o espadas, y no de un grueso precisamente escaso.
Sumando ambas cosas, se tenía una combinación en la que su sangre se precipitaba peligrosamente a las aberturas en su cuerpo provocadas por la reina de Egipto, resultando por cuestión de lógica que las hemorragias comenzaran a fluir por todas partes como si de heridas fatales se tratasen. Y por si eso no fuera poco, el dolor de las espinas raspando su carne y la propia armadura enterrándosele en la piel, era prácticamente insoportable.
Y sin embargo, aún al borde de quedar inconciente, con su cuerpo siendo notoriamente afectado por las enredaderas, aquello no era lo más terrible, ni mucho menos lo que más le dolía. Era un guerrero después de todo, y estaba preparado mental y físicamente para poder soportar grandes tormentos a nivel corporal. Si bien nunca lo habían herido de esa forma, sabía que el día llegaría y de antemano se preocupó de estar preparado.
No obstante… jamás pudo haberse preparado para el tipo de aguja que cruzaba su pecho, ante la sola idea de perder a aquella mujer tan misteriosa, y que sin embargo, le hacía sentir que pertenecía a algún lugar. Para él, siempre solitario, errante y sin misión clara más que obedecer, dar con una persona como ella era prácticamente nacer de nuevo. Una nueva oportunidad para, quizás, darle un nuevo y notoriamente diferente sentido a una vida en la que sólo sabía matar; en una existencia vacía, en la que los ojos de la muchacha habían llegado para colorear un panorama que con cada día que pasaba, se veía más y más gris, y sólo el color de la sangre podía, en ocasiones, desentonar el ambiente tan lúgubre y deprimente en el que se encontraba en ese minuto, y desde hacía muchos años.
Claramente… prefería morir intentando mantener cerca de él a la persona que le había hecho sentir tanta repulsión como apego, a perderla y volverse todavía más vagabundo de lo que ya era. Sabía de sobra que ni en Roma, ni en ningún otro lugar, iba a poder encontrar de nuevo una rosa que adornara el llano desolado y sin emociones que conformaba su alma.
Se movió con mucha fuerza al escuchar las palabras de la mujer, sin importarle por un instante que las espinas se clavaran todavía con mayor potencia en su carne, ni tampoco que el agarre de las enredaderas fuese más asfixiante. De a poco el conocimiento desaparecía en él, pero eso claramente no tenía relevancia para el guerrero romano.
La sangre le escurría por la frente y le manchaba la cara, y aún con los pulmones presionados a más no poder, respiró con fuerza y sacó el habla del alma.
Odiar… ¿Pretendes que te odie, así nada más?... – Preguntó con voz baja, y un cierto toque de sarcasmo. Luego sonrío, forzosamente y todo, pero sonrío a la vez que de su boca salía un delgado hilillo de sangre. Había bajado la cabeza y sus cabellos cubrían la vista de sus ojos.
Sería conveniente… vaya que sí. No sabes cuánto detesto estar en ésta condición… cuánto aborrezco la idea de estar inmóvil atrapado con magia tan rara… cuánta furia me provoca el que me humilles así, a mí, un condecorado líder de legión, un soldado prodigio, un fiel seguidor del César y de su palabra, de su sueño…
Guardó silencio por varios minutos, recordando todo aquello por lo que había luchado en su vida. Desde sus primeros pasos con la espada, hasta pasar a portar el estandarte de Roma, y finalmente, la capa que lo acreditaba como uno de los mayores generales pertenecientes al ejército. En boca del propio César, era uno de los mejores que había existido y servido en toda la historia… y él personalmente, había soñado con ser el mejor. Pero ahora, ¿Dónde estaba ese sueño? ¿Qué había sido del hombre que conquistaba tierras sin misericordia?
El seguidor del legado de mi padre… - Agregó con algo de nostalgia, pensando en su progenitor. Otro gran soldado romano, estricto y formidable, ¿Qué hubiese dicho él si lo hubiese visto bajo esa situación tan poco honrosa? Lo seguro es que una condecoración no habría obtenido, ni nada por el estilo. Salvo quizás, un reproche, pero no cualquier tipo de reproche, sino que el definitivo. Su padre había sido un señor de pocas palabras, pero firmes y duras, que desde el primer segundo le había dejado en claro que no dejaría pasar ningún atrevimiento o falta a la honra de su familia. Una sola falta, y lo pagaría con la expulsión y destierro de sus tierras, y por supuesto, de toda Roma.
Curioso era que, él mismo, había optado por elegir ese camino, sin siquiera tener que sufrir a su padre. Y claro, cómo podría haberlo hecho, si ya ese gran hombre estaba con los ancestros.
Razones para odiarte me sobran, reina de Egipto, guerrera de la muerte, o simplemente Selene, o como quiera que te llames. Podría maldecirte por lo poco que me pueda quedar de vida, tenlo por seguro, y quizá hasta el momento en que caminase por el paraíso a encontrarme con mis ancestros. – Se detuvo, pensando en que jamás se encontraría con ellos. Si lo podían ver desde el otro mundo, estarían avergonzados de él.
Y sin embargo… a pesar de que debería odiarte… que siento que estoy a punto de hacerlo… no puedo… te detesto, me haces enfurecer, pero no puedo odiarte…
Levantó la cabeza para intentar verla al rostro una vez más, en un esfuerzo inútil por encontrar una mirada que desconocía si iba a llegar. Pero el hecho era, que se movía y se movía, luchando con todas sus fuerzas, peleando por liberarse y así, poder evitar que aquella mujer tan enigmática se marchase. En eso estaba, cuando no pudo evitar toser una gran cantidad de sangre.
Cof…si vas a matarme… hazlo… o déjame aquí… cof… pero no te daré en el gusto, Selene… lucharé hasta morir si hace falta, pero mientras tenga vida, no bajaré los brazos y dejaré que te vayas…
Sus palabras eran entrecortadas y arrastraban el dolor, pero no el evidente físico, sino que el que sentía en su interior. Era difícil de explicar, aunque si se le abriera en ese mismo instante, se podía notar como en su interior, algo llamaba, algo latía por el nombre de la guerrera de la ira, es decir, por Selene. Justamente, lo que impedía que Noah se muriese, a pesar de estar perdiendo el conocimiento… y que lo motivaba a continuar, prácticamente sin poder diferenciarla. Y es que a esas alturas, estaba ciego producto de la sangre en sus ojos. Aunque más certero sería decir, que tal vez, estaba cegado… pero por otros motivos.
No te tengo miedo… y no temo morir por tu mano.
Sumando ambas cosas, se tenía una combinación en la que su sangre se precipitaba peligrosamente a las aberturas en su cuerpo provocadas por la reina de Egipto, resultando por cuestión de lógica que las hemorragias comenzaran a fluir por todas partes como si de heridas fatales se tratasen. Y por si eso no fuera poco, el dolor de las espinas raspando su carne y la propia armadura enterrándosele en la piel, era prácticamente insoportable.
Y sin embargo, aún al borde de quedar inconciente, con su cuerpo siendo notoriamente afectado por las enredaderas, aquello no era lo más terrible, ni mucho menos lo que más le dolía. Era un guerrero después de todo, y estaba preparado mental y físicamente para poder soportar grandes tormentos a nivel corporal. Si bien nunca lo habían herido de esa forma, sabía que el día llegaría y de antemano se preocupó de estar preparado.
No obstante… jamás pudo haberse preparado para el tipo de aguja que cruzaba su pecho, ante la sola idea de perder a aquella mujer tan misteriosa, y que sin embargo, le hacía sentir que pertenecía a algún lugar. Para él, siempre solitario, errante y sin misión clara más que obedecer, dar con una persona como ella era prácticamente nacer de nuevo. Una nueva oportunidad para, quizás, darle un nuevo y notoriamente diferente sentido a una vida en la que sólo sabía matar; en una existencia vacía, en la que los ojos de la muchacha habían llegado para colorear un panorama que con cada día que pasaba, se veía más y más gris, y sólo el color de la sangre podía, en ocasiones, desentonar el ambiente tan lúgubre y deprimente en el que se encontraba en ese minuto, y desde hacía muchos años.
Claramente… prefería morir intentando mantener cerca de él a la persona que le había hecho sentir tanta repulsión como apego, a perderla y volverse todavía más vagabundo de lo que ya era. Sabía de sobra que ni en Roma, ni en ningún otro lugar, iba a poder encontrar de nuevo una rosa que adornara el llano desolado y sin emociones que conformaba su alma.
Se movió con mucha fuerza al escuchar las palabras de la mujer, sin importarle por un instante que las espinas se clavaran todavía con mayor potencia en su carne, ni tampoco que el agarre de las enredaderas fuese más asfixiante. De a poco el conocimiento desaparecía en él, pero eso claramente no tenía relevancia para el guerrero romano.
La sangre le escurría por la frente y le manchaba la cara, y aún con los pulmones presionados a más no poder, respiró con fuerza y sacó el habla del alma.
Odiar… ¿Pretendes que te odie, así nada más?... – Preguntó con voz baja, y un cierto toque de sarcasmo. Luego sonrío, forzosamente y todo, pero sonrío a la vez que de su boca salía un delgado hilillo de sangre. Había bajado la cabeza y sus cabellos cubrían la vista de sus ojos.
Sería conveniente… vaya que sí. No sabes cuánto detesto estar en ésta condición… cuánto aborrezco la idea de estar inmóvil atrapado con magia tan rara… cuánta furia me provoca el que me humilles así, a mí, un condecorado líder de legión, un soldado prodigio, un fiel seguidor del César y de su palabra, de su sueño…
Guardó silencio por varios minutos, recordando todo aquello por lo que había luchado en su vida. Desde sus primeros pasos con la espada, hasta pasar a portar el estandarte de Roma, y finalmente, la capa que lo acreditaba como uno de los mayores generales pertenecientes al ejército. En boca del propio César, era uno de los mejores que había existido y servido en toda la historia… y él personalmente, había soñado con ser el mejor. Pero ahora, ¿Dónde estaba ese sueño? ¿Qué había sido del hombre que conquistaba tierras sin misericordia?
El seguidor del legado de mi padre… - Agregó con algo de nostalgia, pensando en su progenitor. Otro gran soldado romano, estricto y formidable, ¿Qué hubiese dicho él si lo hubiese visto bajo esa situación tan poco honrosa? Lo seguro es que una condecoración no habría obtenido, ni nada por el estilo. Salvo quizás, un reproche, pero no cualquier tipo de reproche, sino que el definitivo. Su padre había sido un señor de pocas palabras, pero firmes y duras, que desde el primer segundo le había dejado en claro que no dejaría pasar ningún atrevimiento o falta a la honra de su familia. Una sola falta, y lo pagaría con la expulsión y destierro de sus tierras, y por supuesto, de toda Roma.
Curioso era que, él mismo, había optado por elegir ese camino, sin siquiera tener que sufrir a su padre. Y claro, cómo podría haberlo hecho, si ya ese gran hombre estaba con los ancestros.
Razones para odiarte me sobran, reina de Egipto, guerrera de la muerte, o simplemente Selene, o como quiera que te llames. Podría maldecirte por lo poco que me pueda quedar de vida, tenlo por seguro, y quizá hasta el momento en que caminase por el paraíso a encontrarme con mis ancestros. – Se detuvo, pensando en que jamás se encontraría con ellos. Si lo podían ver desde el otro mundo, estarían avergonzados de él.
Y sin embargo… a pesar de que debería odiarte… que siento que estoy a punto de hacerlo… no puedo… te detesto, me haces enfurecer, pero no puedo odiarte…
Levantó la cabeza para intentar verla al rostro una vez más, en un esfuerzo inútil por encontrar una mirada que desconocía si iba a llegar. Pero el hecho era, que se movía y se movía, luchando con todas sus fuerzas, peleando por liberarse y así, poder evitar que aquella mujer tan enigmática se marchase. En eso estaba, cuando no pudo evitar toser una gran cantidad de sangre.
Cof…si vas a matarme… hazlo… o déjame aquí… cof… pero no te daré en el gusto, Selene… lucharé hasta morir si hace falta, pero mientras tenga vida, no bajaré los brazos y dejaré que te vayas…
Sus palabras eran entrecortadas y arrastraban el dolor, pero no el evidente físico, sino que el que sentía en su interior. Era difícil de explicar, aunque si se le abriera en ese mismo instante, se podía notar como en su interior, algo llamaba, algo latía por el nombre de la guerrera de la ira, es decir, por Selene. Justamente, lo que impedía que Noah se muriese, a pesar de estar perdiendo el conocimiento… y que lo motivaba a continuar, prácticamente sin poder diferenciarla. Y es que a esas alturas, estaba ciego producto de la sangre en sus ojos. Aunque más certero sería decir, que tal vez, estaba cegado… pero por otros motivos.
No te tengo miedo… y no temo morir por tu mano.
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Re: Vientos tempestuosos.
Selene podría haber hecho muchas cosas en ese momento. Pero lo último que esperó hacer fue tomar el báculo de la ira y cortar las enredaderas que tenían prisionera a Noah. Cheshire aulló visiblemente molesto, mientras Sid se enrollaba alrededor del cuello de Selene, curioso de ver que era lo que estaba haciendo que su corazón se sentía tan apretado.
- Ahí tienes. Eres libre. – Le dijo con frialdad. – Has lo que desees. Si quieres seguirme, hazlo. Si quieres tirarte en la nieve y morir, tienes esa opción.
Sid alzó el vuelo y se alejó de allí. Selene lo observó mientras lo hacía y Cheshire se sentó en la nieve lamiéndose las patas, esperando a su dueña. La verdad, Selene no tenía idea de qué hacer si no era luchar por Hades. No sabía dónde podría ir pues el cosmo de su señor se había apagado. Su hermana estaba muerta… toda su familia había muerto.
Si veía a Astrid nuevamente era posible que le diera un ataque y la matara… o algo mucho peor. Aún no se le borraban las palabras de esa insolente.
De verdad, aparte de Nolan, Selene estaba sola, a la merced de un gato atolondrado y de Sid. Todos estaban muertos.
<< Todos excepto Jezzara.>>
¿Y si buscaba a su hermana? No. Eso estaba completamente fuera de sus planes. No la arriesgaría innecesariamente por una simple corazonada. Jezzara era demasiado importante para ella. Si Jezzara moría no se lo habría podido perdonar jamás. Sólo deseaba que el bastardo de Edward la hubiese puesto a salvo.
Bajó la mirada a Nolan, viendo como se estaba desangrando. Tal vez habría sido mejor darle el regalo de la misericordia y tomar su vida.
<< No. Esta escoria romana no merece el regalo de la misericordia. Merece morir en su propia sangre ahogado...>>
- Aunque. – Dijo mientras se aferraba al hoz de la ira. – Si deseas matarme y pelear, toma tu espada y pelea.
De pronto, apareció Sid volando, con la capa de oso entre su boca. Selene notó que estaba limpia. Su pequeño animalito la había limpiado para ella con sus poderes que ni si quiera ella lograba comprender. Sólo sabía que Stern, su gemelo, estaba con Astrid.
Se acurrucó entre la negra piel de oso y comenzó a caminar, dejando atrás a Nolan. Si moría congelado en ese lugar le importaba muy poco. Si no se ponía de pie, ella volvería al inframundo.
- Ahí tienes. Eres libre. – Le dijo con frialdad. – Has lo que desees. Si quieres seguirme, hazlo. Si quieres tirarte en la nieve y morir, tienes esa opción.
Sid alzó el vuelo y se alejó de allí. Selene lo observó mientras lo hacía y Cheshire se sentó en la nieve lamiéndose las patas, esperando a su dueña. La verdad, Selene no tenía idea de qué hacer si no era luchar por Hades. No sabía dónde podría ir pues el cosmo de su señor se había apagado. Su hermana estaba muerta… toda su familia había muerto.
Si veía a Astrid nuevamente era posible que le diera un ataque y la matara… o algo mucho peor. Aún no se le borraban las palabras de esa insolente.
De verdad, aparte de Nolan, Selene estaba sola, a la merced de un gato atolondrado y de Sid. Todos estaban muertos.
<< Todos excepto Jezzara.>>
¿Y si buscaba a su hermana? No. Eso estaba completamente fuera de sus planes. No la arriesgaría innecesariamente por una simple corazonada. Jezzara era demasiado importante para ella. Si Jezzara moría no se lo habría podido perdonar jamás. Sólo deseaba que el bastardo de Edward la hubiese puesto a salvo.
Bajó la mirada a Nolan, viendo como se estaba desangrando. Tal vez habría sido mejor darle el regalo de la misericordia y tomar su vida.
<< No. Esta escoria romana no merece el regalo de la misericordia. Merece morir en su propia sangre ahogado...>>
- Aunque. – Dijo mientras se aferraba al hoz de la ira. – Si deseas matarme y pelear, toma tu espada y pelea.
De pronto, apareció Sid volando, con la capa de oso entre su boca. Selene notó que estaba limpia. Su pequeño animalito la había limpiado para ella con sus poderes que ni si quiera ella lograba comprender. Sólo sabía que Stern, su gemelo, estaba con Astrid.
Se acurrucó entre la negra piel de oso y comenzó a caminar, dejando atrás a Nolan. Si moría congelado en ese lugar le importaba muy poco. Si no se ponía de pie, ella volvería al inframundo.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
Capullo de Rosa
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Re: Vientos tempestuosos.
Una vez que estuvo libre de las enredaderas, cayó secamente golpeándose contra la nieve. Todo su rostro se empapo con el frío del líquido congelado mientras que poco a poco iba volviendo a recuperar el aire, jadeando intensamente al mismo tiempo que luchaba por posicionar sus manos en determinada posición y así, lograr ponerse de pie en el acto. Le dolía y mucho intentar moverse, pero no se iba a quedar ahí tirado esperando que la muerte tomara su vida. No era el minuto adecuado para eso, podía asegurarlo con la poca vitalidad que le quedaba.
Tras un rato de duros intentos y caídas, logró ponerse firme y entonces miró a Selene, la que se alejaba a paso lento junto a sus extraños animales. Estando ya erguido, respiró el gélido viento del norte y suspiró, mostrando una mirada un tanto extraña. Pudo escuchar como a lo lejos, varios lobos aullaban sin razón aparente. Eso sólo podía significar, que estaban muy lejos del lugar del donde se habían encontrado, y por ende, de las tierras bárbaras.
Apretó sus puños y tras soltar un pequeño bufido, dio media vuelta y se dispuso a caminar sin rumbo aparente, sólo guiado por el instinto y por supuesto, lo que el destino tuviese reservado para él. Su paso era lento, pero seguro, mostrando que a pesar del dolor en su cuerpo, no iba a permitirse perder más la compostura.
Pudo notar cómo los árboles empezaban a rodearlo, lo que significaba que estaba adentrándose cada vez más dentro del bosque. Tal vez sería una jugada peligrosa, puesto que el peligro de bárbaros y criaturas salvajes estaba latente, pero no le importaba. No era un sujeto que tuviese miedo de algo, al menos, ya no más. Simplemente era un ex soldado, sin rumbo fijo, que debía existir porque a la muerte, por mucho que lo rondase, no tenía intenciones de seguirla por ahora.
Tras un rato de duros intentos y caídas, logró ponerse firme y entonces miró a Selene, la que se alejaba a paso lento junto a sus extraños animales. Estando ya erguido, respiró el gélido viento del norte y suspiró, mostrando una mirada un tanto extraña. Pudo escuchar como a lo lejos, varios lobos aullaban sin razón aparente. Eso sólo podía significar, que estaban muy lejos del lugar del donde se habían encontrado, y por ende, de las tierras bárbaras.
Apretó sus puños y tras soltar un pequeño bufido, dio media vuelta y se dispuso a caminar sin rumbo aparente, sólo guiado por el instinto y por supuesto, lo que el destino tuviese reservado para él. Su paso era lento, pero seguro, mostrando que a pesar del dolor en su cuerpo, no iba a permitirse perder más la compostura.
Pudo notar cómo los árboles empezaban a rodearlo, lo que significaba que estaba adentrándose cada vez más dentro del bosque. Tal vez sería una jugada peligrosa, puesto que el peligro de bárbaros y criaturas salvajes estaba latente, pero no le importaba. No era un sujeto que tuviese miedo de algo, al menos, ya no más. Simplemente era un ex soldado, sin rumbo fijo, que debía existir porque a la muerte, por mucho que lo rondase, no tenía intenciones de seguirla por ahora.
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