Saint Seiya Ancient Chronicles
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Mensaje por Noah Sáb Feb 19, 2011 3:14 am

Recuerdo del primer mensaje :

El día ya estaba demasiado agotado, venía su declive para anunciar la llegada del manto oscuro y frío de la noche. Un reducido grupo de jinetes llegaba ante las puertas reforzadas de madera del destacamento romano. Baluarte de una cultura esplendorosa y de intenciones ambiguas para el mundo de su época. Hasta este sitio apartado del imperio un puñado de romanos mantenía su posición apoyados por una civilización sin escrúpulos, vendidos al mejor postor. Esta era la nueva legión que el general Noah tomaría, la maltrecha tropa asignada ante unos tiempos violentos, crudos y bélicos.

Le habían informado poco, pero lo necesario para darse cuenta de lo que le esperaba tras esas puertas que ante el lento y perezoso movimiento resonaba sus goznes congelados como un lastimero lamento, el llanto a sus uniones castigadas por las inclemencias de los malos tiempos. El centinela apostado en la torre de guardia miraba con interés aquel que encabezaba la escueta columna, trataba de descifrar la conducta y la personalidad de aquel general. Distinguirlo no era tan complicado, cada legionario podía identificar las variantes en los uniformes romanos, mas en los yelmos coronados con esa crin rojiza sobre ellos, pero este general vestía un atuendo demasiado distinto, era raro en cierto punto como las facciones juveniles de su rostro mortecino.

Parecía poco habitual conocer generales de ese tipo, ¿pero quién era él para juzgarlo?, ¿cómo podría permitirse el lujo de discernir entre lo que era correcto y lo que era malo? Mas ahora que ante sus ojos había visto la reincorporación de sus aliados, de seres a los que había combatido desde su llegada y que ahora cambiaban de bando por una suma cuantiosa de oro. Lo que le daba cierta resignación era con saber que el nuevo comandante era romano y no un bárbaro, apelativo que usaban sus compatriotas para referirse a los que no comulgaban con las costumbres de una civilización como la romana.

Desmenuzó sus cavilaciones cuando las puertas quedaban abiertas completamente y el recién llegado desaparecía de su rango de visión. Ya habría tiempo para saber de él pero por lo pronto su función en aquella posición elevada, expuesto a los cuatro vientos era otear el horizonte a la espera de la más mínima señal de problemas, aquella que debería notificar de inmediato para tomar las armas y hacer sonar el clarín de guerra. Maldecía al centurión de su unidad por haberle elegido para esta tarea en estas horas, las cuales se volverían más frías e implacables. Le consolaba al menos saber que otros de sus compañeros hacían la misma función en las distintas torres situadas a los otros puntos cardinales.

Noah por fin, luego de unos días de travesía y de una pequeña lucha en las inmediaciones hacía arribo en lo que sería su emplazamiento, todo con el fin de mantener la presencia romana en una Germania que mostraba una reacia voluntad por no dejarse vencer. Desde un tiempo para acá parecía el encargado de arreglar toda la mierda que estaba mal, eso era lo que pensaba cada vez que le asignaban misiones que parecían complicadas, salvo que esta vez al menos, lo metían en el escenario de una angustiosa defensa y eso por donde quiera que se le mirara lo ponía en su entorno, al estilo de vida que prefería.

Los sonidos imperantes de la legión le infundían aquel sentimiento de sentirse como en su hogar. El golpe metálico del martillo incidiendo sobre la espada y el yunque, el sonido de las alcayatas siendo clavadas en el suelo cristalizado por el hielo, los ligeros murmullos de los hombres, todo eso y un sin fin de sonidos que el combatiente veterano conocía, le daban un indicativo de que al menos las cosas no estarían tan desanimadas. Pero aún era pronto para relajarse, no había entrado en batalla con ellos y mucho menos comprobar el desempeño de los mercenarios.

Pensar en aquellos últimos le irritaba, le presentaba una ofensa para sus ideales, para sus formaciones y para sus tradiciones. El tribuno que le había recibido apretaba ligeramente el costillar de su caballo para ponerlo a la par de su nuevo general. Por ahora le daba una pequeña explicación de las actividades de la legión, las ubicaciones de las tiendas y como estaban distribuidas en aquel fortín, las caballerizas, la armería, el emplazamiento de sanidad, todo con un rápido reporte puesto que ello lo llevaría a la hora requerida, cuando su general se lo demandará.

Drayden seguía el paso, pegado a ellos mirando discretamente el sitio, haciendo gestos teatrales de alguien sorprendido pero que disfrazaba su verdadero motivo... el acopio de la información y el conocimiento. Todo esto para unos intereses ajenos a todos ellos, sólo él entendía el padecimiento de tantos atropellos pero que a futuro le daría sus dividendos...
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Mensaje por Noah Mar Ago 02, 2011 12:29 pm

Para un guerrero, el dolor es algo que lo acompaña tanto o incluso más que respirar. Más todavía si se es un buen soldado, puesto que para llegar a ser bueno, significa que se tuvo que pasar por un gran camino de arduo trabajo y preparación, todo en vista de llegar a ser un excelente elemento a la hora de desenvainar las armas en pos de una batalla. Salvo contadas excepciones, un hombre se especializa tal y como si fuese una espada. A los golpes, y mientras más golpes se le den, más resistente y preparado se vuelve. Es por una cuestión de lógica: Cualquiera que logre sobrevivir, significa que merece continuar existiendo. Por lo tanto, es natural que a los guerreros se les entrene desde pequeños y se les exija más y más, con el único objetivo de que al momento de saltar a la lucha, estén lo suficientemente preparados. Sin embargo, por mucho entrenamiento que se pudiese obtener, jamás bastará sólo con ello. Incluso hasta el soldado más cruel y despiadado se apoya en algo, y transforma ello en su objetivo, en el mecanismo que lo fuerza a seguir peleando y dando lo máximo de si cuando pareciera que la muerte lo acecha. Lo que para los artistas vendría siendo la inspiración, para un guerrero se traduce en su convicción. Un luchador sin esto último, jamás podrá dar el máximo de su esfuerzo. Por consiguiente, tiene más probabilidades de salir muerto que en pie después de una gran confrontación. Ni siquiera los mejores generales y sabios en el “arte de la guerra” son capaces de comprenderlo del todo, pero para cualquiera que se familiarizase con la guerra, sabía que para un soldado su convicción de sobrevivir para alcanzar algo era casi tan o más importante que sus habilidades, su entrenamiento, o su armamento. Era la base de su espíritu de lucha, y cualquiera que careciese de lo anteriormente nombrado, nunca alcanzaría la cúspide de su rendimiento. En otras palabras, tenía más probabilidades de salir muriendo un hombre que peleaba por obligación, sin nada que lo motivase a sobrevivir de verdad, a uno que se negaba a entregarse a los brazos de la muerte. Al fin y al cabo, la guerra era una danza macabra donde todos bailaban ante los ojos de la parca, y el que peor lo hiciera, sería aquel que caería producto de su sentencia final.

Para un sujeto como Noah, su lealtad hacia el Emperador y en servirle como el mejor soldado de todos, eran la principal razón del porqué se esforzaba tanto en cada campaña, y no toleraba errores ni de su parte ni de cualquiera de los soldados de su legión. Vivía, comía y esgrimía la espada con furia en nombre de su señor y para nadie más que él. A sus ojos, nadie tenía mayor importancia salvo el hombre por el que luchaba, y no dudaba en acabar con la vida de quien fuese necesario si ello contribuía a servirle de una mejor forma y ayudarle a concretar sus objetivos. Sabía muy bien que el anhelo máximo de su Emperador era el unificar todo el mundo bajo una misma nación, y se había prometido a si mismo luchar hasta el último de sus alientos con tal de ayudar a su superior a conseguir su sueño. Por lo tanto, asimiló el sueño del hombre más importante de Roma como suyo, y juró que lo llevaría acabo hasta que la muerte le señalase un camino contrario.


No eres nadie para tratar al Emperador con esas palabras, mujer. En mi presencia, no toleraré que mancilles la reputación del gran señor de Roma. ¿Entendido?


Aunque siempre, siempre pensó que su muerte iba a ser lo que rompiese ese lazo tan fuerte de lealtad para con su señor. Jamás se imaginó que lo vería perecer, y si bien no lo había hecho, sabía que dicha extraña no le estaba mintiendo, a pesar de no tener prueba de sus palabras. Dado el impacto que significó la noticia, y todo lo que estaba pasando en su interior, ni siquiera se molestó en darle más vueltas al asunto. Podía elegir no creer, pero dentro de su alma, una vocecilla le decía que efectivamente su vida ya no tenía ningún sentido. Sin el Cesar, ya no tenía caso seguir luchando para conseguir el sueño de éste. Si después de todo el esfuerzo, no podría ver reflejado en su rostro la satisfacción de verse con el objetivo concretado.

Maldición…
- Gruñó con una furia tremenda, soltando a la mujer y apretando los puños a tal punto que sus nudillos tronaban y tronaban, como si fuesen a explotar dada la fuerza con que los presionaba contra su mano. Bajo la mirada al piso, sintiendo como el sabor del fracaso del objetivo de toda su vida lo hacia sentirse menos importante que un pedazo de mierda. Le había fallado, a pesar de prometer lo contrario, no fue capaz de cumplir con su juramento y ello sería un peso con el que cargaría por el resto de su vida.

Puta mierda!!!.
– Se dio media vuelta y sin pensarlo dos veces, clavo un puñetazo con tal furia en el tronco de uno de los árboles, que incluso llego a atravesar la corteza de madera más allá de lo que podría un ser humano común. En ese minuto no lo distinguió, pero seguro la mujer de cabellos negros y palabras contundentes, podría notar que la fuerza del general, así fuese por unos segundos, había superado el promedio posible para un mortal común y corriente.

En sus ojos se veía la más clara expresión del dolor. Pero en vez de sentirse abatido, la rabia lo dominaba a tal punto que si hubiese tenido un enemigo cerca, o incluso alguno de sus soldados, le habría arrancado la cabeza con sus propias manos exigiéndole una respuesta a sus preguntas. Bien podría haberlo hecho con dicha mujer, pero algo dentro de él le impedía intentar agredirla en serio. Y de todas formas, ni con matar a cien personas hubiese dejado de saborear lo amargo que era el gusto por el fracaso. Su brazo derecho extendido, con el puño parcialmente enterrado en el árbol, temblaba por la tensión con la que había lanzado el golpe. Sus dientes, pro otra parte, los enseñaba como si fuese una bestia salvaje enloquecida, apunto de saltar por sobre una presa jugosa y apetitosa. Tal vez en alguna parte de él, visualizaba dentro de su cabeza al responsable de la muerte de su señor.


¿Cómo fue que murió?.
– Preguntó, calmándose un poco. Poco a poco fue retirando el brazo del árbol, retornándolo a un costado de su cuerpo.-¿Lo asesinaron? ¿Muerte natural?

El cabello parecía que hasta se le había puesto más en punta de la pura rabia que sentía. Ganas para ir a Persia y acabar con todo lo que viesen sus ojos no le faltaba, pero para ello tendría que movilizar muchas tropas y, realmente, sería todo en vano. Lo único que conseguiría sería la muerte, ya que sin una motivación más que la venganza, entraría a pelear en desventaja para con sus enemigos. No se regalaría tan fácil a los brazos de la muerte, no mientras tuviese la opción de aspirar a algo más interesante que luchar hasta morir. Aunque con su carácter tan voluble, si hubiese sido otra la persona que le informase sobre el deceso de su señor, claramente ya habría emprendido el viaje hasta Persia después de asesinar al que le diera las malas noticias. De alguna forma, se podía hasta llegar a afirmar que las revelaciones de la muchacha lo mantenían con vida, y lo apartaban de un camino que más temprano que tarde, lo hubiese puesto en los brazos de la perdición. No obstante, no era un hecho que reconociese del todo.

Yo juré lealtad al antiguo Emperador.
– Declaró con voz seria y distante, subiendo nuevamente la vista para chocarla contra los ojos asesinos de quién, irónicamente en sus sueños tenía el alcance de apariencia con su ejecutora, resultaba ser en la realidad su salvadora. – En lo que a mí concierne, pueden irse a comer mierda todos y cada uno de los romanos que sigan con vida. Eso incluye a tu marido, si es que en verdad lo es, a su hermano, a su familia, y a todos los hijos de puta que no fueron capaces de salvar al Emperador.– Claramente no estaba dispuesto a declarar su lealtad para con otra persona, a pesar de que reconocía que los descendientes de su señor eran honorables soldados. Sin embargo, el antecedente que de tan rápido como había fallecido el pasado Cesar, ya estaban destruyendo todo lo que él y otros gloriosos emperadores habían logrado edificar, tan sólo le daba mayores razones para negarse a considerar el someterse bajo el mandato de otro líder romano.

Los asuntos de Octavius no son ni serán mi problema. Un verdadero líder es capaz de unificar una nación, y si él no es capaz de gobernar por sobre los bastardos de Fye y Solomon, es que simplemente no es ni será nunca como su padre.
– Comentó en respuesta a los petitorios de la mujer, volteándose una vez más para darle el rostro de frente. Esta vez, con toda la dignidad de un soldado que ya había aceptado la verdad.- Lo mismo se aplica para ese par de engendros y todo aquel que quiera ostentar el titulo de Cesar. Por lo visto, con mi señor ha muerto el último de los grandes líderes romanos.– Sentenció tan categóricamente, como sólo podría hacerlo un verdadero guerrero fiel a los ideales de Roma. De Noah se podrían decir muchas cosas, que era insanamente inhumano con sus rivales y no tenía el perdón de Dios por sus atrocidades, pero nunca, nunca que era un traidor para con el sueño del águila dorada.

La noticia de que sus demás pares habían desertado o muerto lo tenía sin cuidado alguno, por lo que no se refirió al tema ni tampoco se inmuto. Los conocía, era cierto, y quizás los llegaba a respetar. Pero bajo ningún caso había desarrollado un lazo de afectividad con ellos. Ciertamente, salvo el difunto padre de Octavius, no tenía nada que lo uniese a nadie. Aunque, quizás, en una remota posibilidad, la duda de conocer que era lo que sabía dicha mujer acerca de él, podría considerarse como una forma de que estaba unido a ella. Eso, y la extraña familiaridad y sensaciones que sentía a su lado, y no podía explicarse bien.


Si en verdad eres tan indefensa como me dices, además eres una estúpida por venir sin más escolta que un gato horrible y obeso.
- Señaló sin educación alguna. – O bien, no le importas tanto a Octavius como lo parece, ya que si fuese de otro modo, no te habría enviado sola. ¿Acaso se quedó sin soldados? Je… Roma ya no es Roma.– Finalizó, irónico y a la vez resignado.

Debería dejar que mis hombres te violen hasta que me digas qué sabes de mí. Aunque honestamente, si todo está tan mal como me lo planteas, probablemente no tarden en querer tomar sus propias decisiones y más de alguno intentara matarme.
– Acotó con una naturalidad que demostraba que, a pesar de que la posibilidad era muy cierta, no le asustaba en lo más mínimo. – Y de verdad, si yo muero, nada evitará que no hagan contigo lo que les venga en gana. – Aunque no lo había señalado literalmente, con dichas palabras estaba dejando en evidencia que de verdad la iba a defender. Pero no por Octavius, ni por ninguna de las escorias que intentaban llegar al trono de su antiguo señor.

Antes de que menciones la traición… ¿Qué vas a hacerme? ¿Denunciarme a mis propios hombres? Ja…
- Se burló de ella, para después mirar con sarcasmo como le extendía la mano. – Ya nada tiene sentido, mujer, eso te lo aseguro.

Con su diestra le tomó la mano, e hizo el ademán de ir a besarle la mano. Pero justo cuando estaba a punto de posar sus labios en la piel de la mujer, se detuvo y sonrió, continuando con sus burlas contra ella. Sin embargo… el aroma de su piel lo hizo quedarse así por más tiempo del que tenía previsto. Para su sorpresa, le costó más esfuerzo de lo normal el apartarse de ella, aunque lo disimuló tomándole la muñeca y subiéndola para dejarla entre su mentón y el de ella.

¿Qué se supone que hago con esto? ¿Pretendes que bese tu mano? No me hagas reír, mujer. Aunque podría darle un uso más útil…
– Sus últimas palabras fueron en un claro doble sentido, sin embargo, no estaba en sus planes algo como ello. Quiso apretarle la muñeca para demostrarle quien mandaba, pero algo dentro de él se lo impidió. Resignado, la dejó caer en el aire y se aprestó a ir a buscar su espada.

Protegeré a la hembra del cabello negro, y cumpliré con lo que me pide, sólo si a cambio promete contarme todo lo que sabe acerca de mí.
– Comentó mientras sacaba la espada, que estaba envuelta en rosas. – Será nuestro trato, pero si no lo cumples, yo mismo te cortaré la cabeza. Nadie en Roma significa algo para mí, y no le temo a tu supuesto marido. Tanto él, como toda su familia, no son más que un montón de imbéciles. – No parecía ni siquiera preocupado en insultar a los hijos de su antiguo señor. Claramente poseía una rebeldía que, alimentada con su furia interna, le convertían en un sujeto sin miedo y por sobretodo, muy difícil de domar. Escupió al suelo, y luego volvió la vista hacia ella. – Eso es lo que pienso de tu marido, de su hermano, sus primos y toda la mierda usurpadora.

Guardó su espada en una de sus fundas en su cintura, entendiendo que las necesitaría en el caso de que en verdad el caos se hubiese apoderado de todo el mundo – entendiendo que para él, Roma era el mundo – y no pudiese confiar ni en su sombra. Por suerte, desde que había nacido no confiaba en ella.


¿Aceptas nuestro pacto? ¿O debo dejarte sola en medio de la nada?, puesto que veo que ni tu gato soporta tu compañía.
– Finalizó de forma irritante, sin explicarse el gusto que sentía por fastidiar a dicha mujer. De alguna forma, le agradaba.

No estaba mintiendo. Le interesaba la información que manejaba dicha hermosa de los ojos misteriosos, y la protegería si a cambio obtenía el conocimiento deseado. Sin embargo, no juraría lealtad a su marido ni a ningún otro hombre. De ahora en adelante intentaría vivir para él, por lo que le daba la gana y nada más que eso. Aunque de una forma muy, muy particular, podría decirse que entre líneas, había declarado lealtad temporal para con la…


“Emperatriz romana”.
– Señaló mofándose. Si no aceptaba a Octavius como emperador, no tenía lógica que a ella la llamase así. Excepto si su intención era fastidiarla y demostrarle que no sería su sirviente, como parecía que ella quería. - ¿Me está escuchando?

Por lo visto, la guerra entre los dos no iba a ser algo que acabase pronto. Y al menos Noah, no tenía intención de perderla. Jamás volvería a perder otra guerra – considerando que ya había perdido la campaña por unificar el mundo en nombre de su señor- jamás, sin importar qué tipo de guerra fuese.
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Mensaje por Selene Miér Ago 03, 2011 4:12 am

¿Está herido? ¿Está asustado? ¿Por qué desespera ante la muerte de un solo hombre? ¿Tan solitaria era tu vida que la vivías sólo por el propósito de alguien más? …

- Soy Selene la reina de Egipto, soy cualquier cosa menos “nadie”. Hablaré como se me dé en gana de los muertos, romano. – Dijo despectiva, no le agradaba para nada el tono en su voz. – No es como si se fueran a levantar de la tumba para recuperar su honor… jeje… - Sonrió burlona, sabía que aquello le caería como un balde de agua a ese hombre.

Se dio la vuelta. Estaba realmente furioso, o tal vez…sólo frustado. Cuando sus ojos se despegaron de Selene la mujer bajó la guardia que había intentado mantener frente a él por tanto tiempo. Sintió… su frustración. Si ella le fallase a Hades cuando sintiera el llamado a la guerra, se sentiría de igual forma, aunque sabía que para él, los espectros y las damas… eran menos que basura.

Su puño es fuerte… eso es bueno. Significa que a pesar de que duerme su fortaleza no ha disminuido. Golpea lo que quieras para pasar tu dolor Dragón… estaré esperándote.

Bajó el rostro y cerró los ojos. El viento le golpeó el rostro. No le importaba, le daría esos minutos a aquel hombre para que sintiera mejor lo que sus palabras le habían llevado. Si a ella en su momento le hubiesen comunicado que su razón de vivir había sido un fracaso, también lo hubiese llorado. Cuando vio Alejandría y su biblioteca arder durante el asedio de Edward, lo lloró y juró venganza, fue aquel sentimiento el que le dio fuerza para contra atacar, para seducir al romano y para comprometerse en matrimonio con Gelum y luego Octavius. Venganza. Pero no sabía si ese hombre sería capaz de canalizar la frustración como lo hacía ella.

Abrió los ojos, era corta de paciencia y ya le había dado mucho para lamentarse y no dejaba de meter ruido, lo que la comenzaba a molestar.

- ¿Terminaste tu espectáculo? – Preguntó Selene después de algunos minutos de silencio de su parte. – Creo haberte dicho que estoy, más bien, estamos en peligro y los alrededores están llenos de desertores, ¿Acaso quieres atraerlos aquí con todo ese ruido?... Dioses… tarado… ¿Qué se podía esperar de un romano? – farfulló en un susurro irritado mientras miraba a las ramas viendo si Cheshire tenía algo que comunicar. Pero el gato se había perdido.

El hombre le preguntó como había muerto. La verdad los conocimientos de Selene no llegaban tan lejos como para haberlo sabido, pero tenía la certeza que si le respondía correctamente… tal vez… el pudier obedecerle o hacerle la estadía en ese lugar poco amigo del sol un poco más grata. Despues de todo, Selene era hija del sol y las tierras germánicas empezaban a cobrarle un precio alto por estar vistiendo de la forma en que estaba sin elevar su cosmoenergía para no atraer al enemigo. Al verdadero enemigo.

- Fue asesinado.
– Respondió fríamente. – Solomon lo visitó en el campamento y se dice que lo envenenó. Veneno… ja… Octavius y Vergilius planean su venganza, por ello te llaman a la guerra… pero creo que el honor de tu señor no significa tanto para tí. ¿Me equivoco?

Selene no sabía que decirle. Estaba muy confundida por su actuar. El… pensaba como los Egipcios que juraban su lealtad a la persona del faraón y no a Egipto. En cambio, por lo que había leído, los Romanos ponían sobre todas las cosas la gloria del imperio, y se suponía que si un emperador moría, el próximo seguía siendo el dios que los guiaba a la luz y no por ello los juramentos de fidelidad acababan. Roma estaba primero que un emperador. Pero ese hombre… por sus palabras, parecía no pensar así.

¿Qué puedo decirte para que te alejes de Roma conmigo?

Lo miró a los ojos nuevamente.

- Pensé que tu lealtad estaba con Roma soldado, no con un solo hombre. – Si eso no le daba en el orgullo romano, Selene estaba perdida. – Roma es Octavius ahora. Los asuntos de Octavius son Roma y su gloria. Toma tu espada y protege lo que su padre le legó. – Sabía que si se lo ordenaba su orgullo lo obligaría a rechazarla, pero tal vez… sólo tal vez… si apelaba a su honor… - Pero si Roma significa tan poco para ti… creo que no sacaré nada con apelar a tu honor de guerrero. Sólo eres un cobarde más que se protegía bajo la falda de un hombre con aspiraciones más grandes que las tuyas. Ahora que muere ese viejo decrepito, ya no tienes nada más que hacer con Roma… bu bu… que triste… me da tanta tristeza que creo que voy a llorar. – Se puso seria. – Dios, te di por un hombre, no por un maricón… ¿Tienes pelotas debajo de esa armadura o el frío te las congeló?

Su hombría… dale en su hombría… eso siempre le dolía más que cualquier cosa.


- ¡Roma solicita tu lealtad y le escupes en la cara! ¡Cobarde! ¡Gallina! ¡Huye con tus legionarios donde te dé la gana y cógelos por el culo! Iré en búsqueda de un verdadero hombre que me pueda socorrer, no un pusilánime cobarde que olvida su palabra y su deber con su nación. ¡Nunca necesite escolta! ¡Soy una diosa reencarnada, ningún hombre puede herirme! ¡Octavius lo sabe! ¡Por algo se casó conmigo, por que sabe la clase de mujer que soy! ¡Le daré hijos pues mi vientre es fértil como los valles del Nilo y mis pies agiles como las serpientes! ¡Mi puño es tan fuerte como la mandíbula de un cocodrilo! ¡No necesito que un hombre ni un grupo de hombres me defienda!

Las palabras airadas se le estaban saliendo de control, entre más le hablaba al romano, más caliente sentía la sangre y sabía que sus mejillas de seguro se estaban volviendo rojas de rabia. Todo su plan de mostrarse indefensa y débil de seguro ya se había arruinado, pero cuando Selene se enojaba no había nada ni nadie que la pudiera hacer callar a menos que empezara a correr sangre.

– Claro que mandarías a tus hombres a violarme, ¿No? Tú no tienes lo que se necesitaría para hacerlo… no tienes hombría ¡Poco hombre! ¡Pedazo de porquería! ¡Y ese gato horrible y obeso tiene más cerebro que 10 de tus hombres juntos, incluyéndote! ¡Roñoso! ¡Zángano de cuarta!

Le había estado gritando todo ese tiempo mientras él se quedaba un tanto ido tomando su mano. A pesar de que Selene estaba furiosa, el contacto con él la tranquilizaba levemente… incluso permaneció en silencio luego de que el levantara el rostro y la mirara a los ojos. Seguía respirando rápido, furiosa… pero también, se había quedado momentáneamente sin palabras.

- No te molestes, no quiero tu protección. No quiero nada de ti. ¡Te detesto! – Lo último lo dijo con tal convicción que hasta sus dientes crujieron. – No hay trato. Ve a Roma… anda… ve… vuelve al nido de ratas. ¿Qué me importa a mí? ¡Haz lo que quieras! – Lo empujó con ambas manos para obtener distancia con él. Estaba tan molesta que no pensaba permanecer ni un segundo más en ese lugar. – No necesito a un malnacido como tu cerca de mí. Tengo mejores cosas que hacer que estar soportándote el resto que me queda de vida.

Se dio la media vuelta y comenzó a caminar alejándose de él.
Selene
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Mensaje por Noah Miér Ago 03, 2011 5:11 am

Había ocasiones en las que un hombre se podía ver sobrepasado. Momentos en los que, sin importar cuánta paciencia o indiferencia se pudiese tener, según correspondiese, se llegaba a un límite en que la forma de actuar solía ser una sola. Situaciones que, por diversos hechos, lograban ser más especiales y chocantes que cualquier evento normal. Eran vivencias especiales, con el poder para desencajar hasta los pensamientos más profundos de un ser humano.

Noah apretaba sus puños con fuerza mientras la escuchaba. Ya no le veía con una mirada burlona, sino que más bien, estaba empleando unos ojos muy distintos a los anteriormente mencionados. Tenían furia, pero no cualquier tipo de furia, sino que era un tipo de rabia especial del cual probablemente ni él se daba cuenta que poseía en ese minuto. Pero lo poseía, y claramente el motivo por el que dicho sentimiento tan potente estaba despertando dentro de su cuerpo, era el haber escuchado las palabras de la mujer de los cabellos negros. La noticia de la muerte del Emperador lo había impactado, pero al oír la forma en que ella se mofaba de él, no le hacia absolutamente ningún tipo de gracia. No obstante, lo que terminó por colmar su paciencia fue el hecho de que le dijera quién había sido el responsable de su muerte. Aquello cambiaba mucho la forma de ver el panorama, al menos, a los ojos del general romano.


Solomon…
- Pronunció con rabia, cerrando sus puños a tal punto que sus uñas se enterraban en su piel y sangraban. Sus dientes estaban sufriendo algo similar, ya que los apretaba con tanta fuerza que su boca se veía tan tensa, que en cualquier momento podría estallar. Sus ojos eran un mar de fuego encendiéndose, creciendo, y alimentándose de los sentimientos oscuros que nacían del corazón del guerrero caído en desgracia. – Venganza, ¿Eh?, eso cambia las cosas… y mucho.

Lo mataré.
- Pensó para sus adentros, sin molestarse en declarar sus ideas para con la mujer. – No me importa lo que pase… si esa bazofia de ser humano mató al Emperador, entonces acabaré con su vida tarde o temprano.

El viento sopló con fuerza y dejó caer un poco de nieve por sobre su armadura y cabello, mientras que él se mantenía en silencio meditando la situación. Por un instante, parecía que no estaba pendiente de que la supuesta nueva emperatriz del imperio estaba alejándose, pero fue en ese segundo cuando dio un par de pasos y sin permitirle apartarse mucho, la tomó de una muñeca y la jaló hasta su lado. Producto del movimiento, la mujer había quedado casi apegada al general, que lucía el rostro de la ira encarnada. Incluso daba la impresión de que sus ojos brillaban con un tenue resplandor púrpura, que centelleaba por sobre sus iris.

Escúchame bien…
- Le ordenó como una bestia, hablándole con una intensidad desmedida considerando la corta distancia que los separaba. Claramente no hacía falta que utilizara ese tono tan agresivo con ella, pero en ese segundo dentro de su cabeza no existían muchos pensamientos coherentes. Tan sólo tenía un par de metas fijas, y lucharía todo lo que debiese luchar para conseguirlas, e incluso, haría lo que fuese necesario con tal e poder concretarlas. Era un hombre decidido, y cuando un objetivo aparecía frente a sus narices, lo perseguiría hasta que lo alcanzase o muriese en el intento. – Voy a… hacer lo que me digas. – Confesó de mala gana, sin molestarse en ocultar el hecho de que no le hacia gracia tener que someterse a la disposición de una mujer tan extraña, y tan imponente como lo era ella. Peor todavía, el aceptar sus condiciones era darle la batalla, aunque la guerra entre los dos estaba lejos de acabar. -Mataré a quien tenga que matar por ti… y moriré si hace falta. – Sentenció, para después quedarse callado y simplemente observarle a los ojos.

No podía explicarse muy bien el motivo, pero le daba la impresión de ya antes haber querido dar su vida por ella. Cuestión totalmente ilógica, pensando en que recién la conocía. Sin embargo, la sensación le invadía todo su cuerpo. Ni hablar de lo conectado que se encontró en ese minuto con la mujer, entendiendo que a pesar de estar unidos por un simple cruce de ojos, nunca antes en toda su estancia en la tierra se había sentido de esa manera con alguien. Pensó en apartar sus ojos, pero su cuerpo no parecía querer responderle. Por un instante, le dio la impresión de que podrían haber pasado años y él habría seguido así, inerte, tan sólo mirándola a sus orbes que le daban una esencia tan oscura como enigmática. Incluso podía oler su aroma a rosas y perfumes, una gran gama que daba por resultado un único aroma penetrante, que parecía querer llegar hasta el alma del soldado. El olor de su piel le irritaba, le daba profundos deseos de pelear, pero por algún extraño motivo, también lo hacían querer poder olfatear más y sentir todavía más su esencia. Le fascinaba, y por supuesto también le excitaba, llegado a un punto, que se dio cuenta que le había provocado un ardor de sangre en todo su cuerpo como nunca antes ninguna mujer lo había hecho. Y ello, tan sólo con su aroma y la apariencia que tenía su rostro, que era la zona en la que estaban pegados sus ojos. Hasta sus labios parecieron querer acercarse, y poder saciar la curiosidad que de pronto sentía al mirarle la boca. Se preguntaba qué clase de sabor podría obtener de los labios de una mujer tan dura como ella, que hablaba con tanta clase pero al mismo tiempo, con una astucia y facilidad para dar golpes al orgullo, que hasta a él como una persona cruel lo impresionaban un poco. Aunque por supuesto, todos los créditos se lo llevaban lo hermosos y bien formados que eran dichos labios. No tenía recuerdos de haber vistos uno igual en toda su vida, salvo en su sueño, donde la veía a ella como su ejecutora. Hasta casi, parecía ser que su mente podía recordar el gusto que tenía la boca de la reina de Egipto, pero como ya iba siendo la tónica, no podía explicarse la razón de dicha corazonada.

Finalmente pudo pestañear y notó que se había acercado a ella más de la cuenta, a una distancia que claramente podía resultar peligrosa. Por lo tanto, se separó de golpe y guió su vista en otra dirección, como si buscase algún punto de referencia o algo por el estilo.


Defenderé el honor del emperador, y si para ello debo servir a alguien más, entonces no tengo alternativa…
- Declaró de manera seria, dándole la espalda él en esta ocasión. – Pero no pienses que hincaré mi rodilla… sólo lucharé por una causa común. Y mientras lo hago, tú tendrás que contarme cómo y por qué sabes cosas acerca de mi persona. – Hubiese querido agregar además “Y por qué tengo tantas sensaciones de unión cuando te miro, me acerco o simplemente te huelo”, pero no lo consideró adecuado. Tal vez dicha mujer podría considerarlo una especie de acoso, o que intentaba de pasarse de listo con ella. Aunque honestamente, ni él podía entender a ciencia cierta qué es lo que esperaba de ella. Por un lado eran respuestas, pero por otro, cuando se dejaba manipular por sus instintos…

El camino que debemos seguir es largo. Tendremos que ir al campamento, dar las órdenes a la legión, presentarte y embarcar el nuevo destino.
– Concluyó con la obediencia que sólo podría mostrar un militar bien entrenado, casi como si aquellos instantes tan próximos recién vividos no hubiesen existido. – ¿Alguna otra orden que desees? No te ofendas, pero mis soldados no seguirán nunca las disposiciones de una mujer. Sin importar la persona que seas, los entrené para ser orgullosos, y a sus ojos sólo serás una hembra que les calentará la entrepierna. Lo mejor es que te mantengas al alcance de mi vista y, por ningún motivo, intentes recorrerlo tú sola. Desconozco si alguno de ellos está enterado las nuevas noticias, pero de ser así, es más que probable que mi autoridad se vea cuestionada. Ir al campamento no es seguro para ti.

Dado el tono que estaba ejerciendo, dicha mujer no podría poner en duda sus palabras. Ya se estaba comportando como un general, como un soldado leal al imperio, y por ello, es que le daba el informe de la situación para que pudiese analizarlo con cuidado. Tal vez le llamaría la atención la forma tan contundente en que había cambiado, pero si lo pensaba con detenimiento, su manera de actuar era el mejor reflejo de que era un buen elemento militar. Se tomaba su cargo y sus objetivos como algo más importante que su vida, y no tenía problemas en incluso hasta dejar pisotear su orgullo si con ello estaba más cerca de concretar sus metas. Claramente, someterse por primera vez en su vida a los designios de una mujer era una patada en su hombría, y bien dada por lo demás.

¿Estás segura de querer ir? De ser así… emprenderemos el retorno al campamento cuando lo estimes conveniente.
– Finalizó de manera categórica, guardando silencio y sin voltearse para mirarle de reojo. Estaba tan confundido, que prefería no tener que observarle directamente.
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Mensaje por Selene Jue Ago 04, 2011 7:38 am

Había comenzado a nevar nuevamente. Selene pensó que si se alejaba de ahí entre las sombras hubiese sido más rápido, pero no quería elevar su cosmoenergía, evitar usarla si eso hacía que los ojos del mundo se apagaran en torno a ella. Aún así, su caminar era ligero como el de cualquier depredador y casi no dejaba huellas en la nieve, así como tampoco dejaba huellas en la arena. En medio de ese frío que le hería la piel como agujas extrañó el calor abrasador de Egipto… sus fuentes de agua, las voces de los pajarillos cantando para alegrar el amanecer, el sonido del Nilo y el viento del puerto en Alejandría.

Pero sus pensamientos fueron prontamente interrumpidos por un agarré violento que hizo que se volviera.

¿Por qué no sentí sus pasos? ¿Por qué su presencia no me alertó de esto?


Y entonces comprendió. Aquel hombre no emanaba cosmoenergía por los poros, no podía localizarlo de esa forma, pero era un guerrero formidable que podía moverse sin causar sonido como cualquier hombre experimentado de guerra. Sus maestros de armas en el Oasis le habían enseñado a caminar como un gato entre las sombras, sabía que era posible hacerlo pues era la forma en que se escabullía del palacio en Alejandría para ir al Pharos, pero… ¿Cómo un hombre tan grande como el General Romano podía hacerlo también? Cada segundo que pasaba aprendía cosas nuevas de él, que la hacían comprender el motivo por el cual era el Rey de los Dragones.

- ¡Retira de inmediato tu mano de mi muñeca!

Le gritó y estuvo tentada a elevar su cosmoenergía y hacer que miles de espinas le atravesaran la piel. Pero no podía hacerlo… no si quería mantener a cualquiera que fuera un riesgo alejados de ellos. Por lo cual tuvo que zanjar la situación de la forma en que Selene, la reina de Egipto, lo hubiese hecho.

– Soy una diosa viviente y está prohibido para cualquier humano tocar.....me.

Su voz se apagó. Su cuerpo había quedado demasiado cerca de él, casi pegados uno al otro y podía notar en los ojos del hombre una rabia que intentaba controlar a cada segundo que pasaba. Aquel desplante de atribuciones no dadas la hacía querer golpearlo, la enfurecía, pero al mismo tiempo hacía que su corazón latiese con una velocidad fuerte, como si estuviera peleando su razón y su instinto uno contra el otro dentro de su cuerpo.

Olía a caballo, sangre y sudor… después de todo era un guerrero. Había en el cierto aroma a humo, normal si se consideraba que estaban acampando, las hogueras dentro de las carpas eran comunes en el clima helado para que no se apagaran. Su aroma le desagradó, y al mismo tiempo la cautivó. Nunca había estado tan cerca de un hombre que oliera de esa forma. Los criados no se acercaban a ella. Sus esclavos eran hombres y mujeres de artes y belleza que estaban tan perfumados como ella. Illidan en su momento, cerca de ella, había olido a caballo y sudor, pero nunca le permitía su cercanía a menos que tomara un baño, o como el decía, “higienizara”. Era conocido por todos que Selene detestaba el olor a sudor. Hang a pesar de ser sólo un campesino siempre estaba aseado cuando se le acercaba. Edward, que era un Romano tan vulgar como el que tenía enfrente, había sido bañado y finamente vestido para estar en su presencia… por ello, aquel aroma, irritante… era casi nuevo. Olía a pobreza, pero también a hombre. Así debía oler un soldado… y despertaba en ella curiosidad.

Lo escuchó hablarle con violencia, agresividad, como si se tratara ella de un animal al cual debía dominar. Estaba en lo cierto por un lado. El corazón de Selene era tan salvaje como el gato que la acompañaba a pesar de su aspecto civilizado que llevaba por mascara. Apretó su puño, quería golpearlo… hacerlo retroceder. Pero cuando calló y el silencio se hizo entre ambos, pudiendo escuchar su respiración y siéndola chocar contra su piel un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura recorrió su cuerpo.

Basta… no me mires de esa forma… basta….

Sus ojos se perdían en ella. Y le bastó mirarlo para entender que aunque su cabeza no supiera quien estaba frente a él, el resto de su cuerpo la recordaba. Su alma la recordaba. Eso le bastaba para estar cerca de él y protegerlo. El mundo se había vuelto demasiado peligroso para que caminara por él sin ella.

Que blanda me he vuelto… en otros tiempos te habría dejado morir sin si quiera pestañar al respecto. ¿Será la edad? ¿De verdad esta era habré alcanzado a madurar?

Notó que sus ojos no se despegaban de sus labios, y por un momento pensó que por la cercanía entre ambos la iba a besar y no estaba segura que hubiera hecho algo para impedirlo. A pesar de ello, el contacto entre ambos terminó de golpe y el le dio la espalda alejándose de ella.

Comenzó a dirigirse hacia Selene con un tono de voz autoritario y dominante que a la mujer no le hizo la menor gracia. Le planteó las condiciones para llevarla con él y matar por ella, a lo cual ella soltó un gruñido de desaprobación y ofensa.

- Yo no acato órdenes de ningún hombre, menos de uno que huele peor que un puerco.

Le respondió Selene al escuchar las condiciones que ponía el General para llevarla consigo y hacer lo que ella le pidiese. Su voz sonaba despectiva y cruel, fría como el viento que cruzaba entre ambos. Aun estaba molesta y cuando empezaba aquel sentimiento era muy difícil detenerlo. Era parte de quien era Selene, una mujer orgullosa y soberbia como ninguna otra.

- Soy la Reina de Egipto, no una prostituta o granjera que se impresiona por el filo de tu espada y te abre las piernas. A mí no me vas a poner condiciones. Te someterás a mi palabra y me tratarás por mi rango, serás un soldado a mi servicio o esa misma espada terminará en tu garganta. Tómalo como una promesa, no como una amenaza.

Su rango la hacía poder decirle aquellas palabras. Era una dama de noble cuna y su misión para con ella era protegerla y obedecerle, no sólo por Roma sino por una cuestión de honorabilidad.

- Tal vez nací mujer, pero tengo más coraje, inteligencia y fuerza que todos los hombres de tu legión juntos, incluyéndote. Me obedecerán o morirán. Y ante la muerte, cualquier hombre obedece. – Selene comenzaba a sentir frío de verdad. Haberse despojado de cualquier rastro de su cosmoenergía estaba haciendo que su piel sintiera el frío del lugar. - Iré donde se me plazca cuando se me plazca. No hay hombre al que yo tema. Y te aseguro que no temo de un campamentos de lobos romanos.

Levantó la mirada una vez más en búsqueda de Cheshire, pero el gato había desaparecido. No se preocupó por ello. Era un animal, le gustaba cazar como a cualquier felino. De seguro volvería a su lado con el hocico manchado en sangre.

- Con respecto a las órdenes siguen siendo las mismas. Agua caliente, Ropa o pieles, fuego, comida, vino, una tienda… no aceptaré la presencia de ninguno de tus soldados, a menos que vayan limpios. Eso te incluye. Si vas a oler como un animal, trata con ellos, no conmigo.
– Selene hizo una pausa para pensar muy bien en lo que iba a decir. - Si estas presentables accederé a comer contigo y decirte lo que quieres saber, sólo porque yo así lo deseo, no porque me lo estés exigiendo. – Remarcó muy bien las últimas palabras, mientras pensaba en que necesitaría de Sid en uno de esos momentos. - En mi presencia vestirás como un general con todos tus honores y no como un vagabundo, o me dirigiré a ti como lo hago con los esclavos. Vestirás tu galea con todas esas ridículas plumas blancas que indican que eres… quien manda, tu lindo paludamentun escarlata, la capa de un general, tu lorica ya sea de oro, plata, bronce, acero, hierro… de placas, anillos o escamas, me da igual mientras por tu aspecto recuerde que eres un General y no un bufón.

Selene permaneció inmóvil. Cruzó los brazos para volver a sentir calor en su piel mientras se tomaba la muñeca un tanto adolorida por la forma en que ese hombre la había tomado.

- Aún no me dices tu nombre.
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Mensaje por Noah Jue Ago 04, 2011 9:56 am

Nunca antes había recordado estar tan irritado como en ese momento, pero lo estaba y lo que era peor, no podía hacer nada para impedirlo, ni siquiera solucionarlo. Una vez que estaba prometido el acatar las órdenes de la mujer, en nombre del imperio y hasta que terminara su causa común, la había liberado de poder recibir cualquier tipo de daño, por parte de cualquier persona. Incluyéndole a él, por supuesto. Desde ese segundo y aunque ya se estuviese arrepintiendo, dicha mujer era su misión y como tal debía protegerla… y hacer caso a sus peticiones. Probablemente sería la tarea más difícil que hubiese tenido durante toda su vida. Por cuestiones obvias, le resultaba más sencillo matar a una persona que cuidarle, y si a ello se le sumaba ser sumiso, no quería imaginar el tormento que estaba a punto de sufrir.

Observó el lugar en donde estaban, entendiendo que el campamento yacía alejado y ni siquiera él tenía conciencia de por cuánto tiempo había caminado para llegar hasta allí. Se había perdido en sus pensamientos, y como tal, su sentido de la orientación era desfasado. Por ello, buscaba algún punto de referencia en el cual poder apoyarse, pero no existía nada que le diese una señal de sus hombres. Sólo hasta entonces, meditó que le parecía raro que ninguno de su legión hubiese aparecido en ese minuto. Si bien era cierto les ordenó no molestarle, le parecía que el tiempo transcurrido era tanto, que probablemente se hubiesen extrañado de no verlo de regreso. Preocupados…no. Sus soldados no eran de la clase de tipos que se preocupaban por sus pares, sólo por cumplir sus objetivos y sus traseros, además de comer y follar un rato. Y si se consideraba la forma en que los trataba, el que tuvieran aprecio por él significaría que eran unos masoquistas. Noah no les tenía cariño, y jamás vaciló en eliminar a ninguno que no cumpliese con sus tareas, o desobedeciera sus palabras. Así como él era la herramienta del Emperador, sus subordinados correspondían a ser una extensión de su armamento. Los forjaba y afilaba con fuerza, empleaba con inteligencia, acostumbraba a su estilo de afrontar las batallas, y se olvidaba de ellos cuando no era momento de luchar. No le interesaba en lo más mínimo que hicieran con su tiempo libre, mientras no se matasen unos a otros por licor, oro o alguna esclava de turno.


Puedes hacer lo que quieras, pero si me quedo sin hombres por matar a todos los que quieran cobrarte los malos tratos, o que andes semidenuda por ahí tentándolos…
- Señaló después de suspirar largamente y finalmente lograr contener la rabia que sentía por encontrarse en dicha situación. – Me costará más llevar tu real cuello hasta donde quieres, ¿No te parece?. – Preguntó con un toque de sarcasmo, intentando que comprendiera que su lengua podría costarle más que sólo la vida.

La miró por unos segundos y observó pequeños detalles en su piel y su rostro. Luego cerró los ojos, suspirando y lamentándose en voz baja, aunque más que enojado, daba un aire de estar resignado. Se sacó la parte superior de la armadura, dejándola caer en el piso, para después proceder a hacer lo mismo con la cota de cuero endurecido que portaba por encima de su piel. En su cuerpo poseía bastantes cicatrices, producto de las constantes luchas a las que había sido sometido a lo largo de su vida.

Ponte esto, y no quiero quejas al respecto.
- Dijo con voz seria, observándole a los ojos con una cara de pocos amigos. – Si te mueres de frío, fallaré con mi misión. - Agregó, aunque supuso que la mujer comprendería que tampoco era buena idea que otros soldados la viesen de esa forma. Después de todo, la carne era bastante débil y lo mejor era no dar ocasión a que ocurriera un imprevisto.

El campamento está lejos de aquí, tenemos que ir a pie. – Prosiguió al mismo tiempo que cubría su cuerpo con su armadura; se había entumecido por completo, y el helado de la nieve le partió hasta el alma. – Te haría esperar mientras voy por mi caballo, pero desconozco si en esta zona merodean los bárbaros.

En ningún instante había olvidado que se encontraban sumergidos en territorio enemigo. Los ojos del bosque no eran aliados de los romanos, y sabía que mientras más silencio existiese entre los árboles, significaba que más demonios estaban al acecho.

Particularmente se negaba a creer en las palabras de los viejos de las tabernas aliadas que visitaban en el norte, que correspondían a los bárbaros sometidos, y por tanto, no representaban una amenaza para el Imperio. Más de alguno le comentó en su momento, que los bárbaros eran uno con su tierra, y que ella los cuidaba y ayudaba en sus guerras, y que gracias a eso, todas las calamidades sobrenaturales que pregonaban en sus cuentos antiguos se habían extinguido o refugiado en lo alto de las montañas. La mayoría trataba sobre gigantes, demonios del averno congelados, serpientes marinas, lobos de gran envergadura, enanos, krakens, elfos y hasta dragones.


Pues no debieron haber sido la gran cosa si los nórdicos los derrotaron, y ahora nosotros los esclavizamos a ellos y meamos en sus tierras, bebemos su vino y violamos a sus hijas!.
– Respondió un borracho soldado cuando escuchó lo que deliraba el viejo cantinero.

Todo pasa por algo, mi señor. – Contestó él, claramente dolido por el recuerdo que le provocaron dichas palabras. Sus tres hijas habían sido tomadas por esclavas. - Los dioses saben porque ocurren ciertas cosas… quizás están esperando el momento para abrir las puertas de las montañas, y que el ragnarok caiga sobre el mundo.

Aquí estaremos esperándolos entonces!! - Gritó otro a modo de respuesta.– De seguro pagarían mucho por la cabeza de un Dios.

Deben poseer muchas riquezas y antigüedades. – Agregó el siguiente.

Y ni hablar de la vagina de una diosa!!!!. – Sugirió con alegría otro de los borrachos.

Sí! Que vengan!!!. – Gritaron todos y rieron, a la vez que el hombre podía observar como sólo uno de los romanos mantenía silencio y se mostraba interesado en sus palabras, alejado totalmente del resto y con el vino helado a la mitad.

Ese hombre, justamente, había sido Noah. Por alguna extraña razón, los cuentos de mitología despertaban su interés. Desde entonces, había escuchado como pasatiempo todas y cada una de las historias que el pobre anciano le tenía para contar. Técnicamente no creía en ninguna, pero aquello le ayudaría a comprender mejor la cultura del norte, y con ello, poder descifrar mejor sus movimientos y, por supuesto, mejores formas para torturarlos si es que era necesario.

Hace un par de horas acabé con uno de sus destacamentos más grandes, al menos de los que se pueda tener registro. Sin embargo, estas mierdas con pelo y hachas se multiplican como conejos, aparecen por todos lados. Procura quedarte cerca de mí, y por lo que más quieras, no seas tan estúpida como para correr sola por allí de nuevo.
– Sentenció con categoría y autoridad, dándole un mensaje claro a la mujer: No se sometería a ella tan fácilmente, independiente que hubiese jurado protegerla. – Si piensas que yo soy un cerdo, los bárbaros te harán vomitar. Y a diferencia de los romanos, ellos no toman turno… si entiendes a qué me refiero. – Esperaba que dichas palabras le hicieran sentar cabeza y comprender que, por mucho que él no fuese capaz de dañarla, en ese territorio existía más de un millar de hombres que mataría a todo el resto con tal de obtener para si mismo a una mujer como ella. Bien formada, y con sangre real. Prácticamente era un tesoro en medio de la nada, y a Noah no es que le gustara cuidar tesoros. Menos si estos últimos le impedían cumplir con su trabajo, fastidiándole constantemente las bolas congeladas.

Entonces…
- Agregó estando ya listo para partir, posando una mano por sobre sus cejas y observando de reojo cada rincón del bosque. – Nos marchamos apenas estés lista.

La aparición de la chica, no sólo había provocado una revolución en su cuerpo y en sus pensamientos, sino que además, le otorgó un especial llamado de atención. Si existían personas tan intrigantes como ella, que podían hacer crecer las flores de la nada y aparecerse en sus sueños, entre otros, perfectamente podría habitar por ahí aquellos entes a los que tanto temían los nórdicos. Lo mejor era estar atento a todo, fuese lo que fuese.
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Mensaje por Selene Jue Ago 04, 2011 10:51 am

Selene miró despectiva el cubierto de cuero que le pasaba ese hombre. ¿Acaso era un completo idiota? No le había dicho ya que sentía su olor y que le repugnaba. ¿Creía que una Reina Egipcia se iba a poner una prenda de ese tipo que había sido utilizada dios sabía cuánto tiempo, empapada en su sudor y quizás que otras cosas?

- Creo que no fui clara.
– Le respondió. – Si te pedí ropa no fue precisamente la tuya. Jamás me pondría ese trapo sudado. No tengo tanto frío ni estoy tan loca para eso.

Comenzó a caminar frente a él, al lugar en donde sentía la mayor cantidad de cosmoenergía junta. Todo tenía cosmoenergía y era sólo cosa de tener un poco de de agudeza para poder percibirlo.

Aunque el hombre tenía algo de razón cuando le dijo que andar vestida de la forma en que andaba de seguro llamaría la atención. Pero no le importaba. También era seguro que las miradas sobre ella lo irritarían aún más. O siempre… estaba la alternativa de hacerse pasar por un muchacho, algo que Selene sabía interpretar bien. Lo pensaría con más cuidado luego… antes de ingresar al campamento. Ya se había cortado el cabello, ponerse un casco, y la roma de combate romana la haría pasar desapercibida entre ellos.

- No me has dicho tu nombre. Estoy comenzando a pensar que no tienes uno. Por los símbolos que portas en tu lorica diría que eres el General Noah, ¿No?, aunque aun no me lo confirmas. Quizás tu señora madre te llamaba de otra forma.


Pero la mera idea de andar rondando el campamento como un chico le hizo fruncir el ceño. No soportaba el olor de los soldados… su nariz era demasiado fina para ello. Daba igual, sería lo que siempre fue a lo largo de su vida en Egipto, la Reina Guerrera. A quien no le gustase una mujer con armas podía comer mierda.

Siguió caminando, sentía a Cheshire cerca. Pero también escuchaba animales moviéndose a cierta distancia. Tal vez luego los saldría a cazar para matar el tiempo. Esos bosques se veían llenos de vida salvaje. Pero no se lo diría a ese hombre. De seguro ya lo sabía. Quizás podría cazar uno de los tan famosos osos blancos y hacerse una linda capa con él. ¿Quién la detendría? ¿él?

Pensó en Egipto. De seguro todos estarían preocupados por su ausencia… ¿Pero que importaba quien reinaba allá? El mundo como los humanos lo conocían terminaría en cualquier momento debido a la guerra que estaba por desatarse entre los dioses. Era más que probable que ella muriera, que Wyvern muriera, que Orgullo muriera… todo por Hades. ¿Qué otra opción tenían? Selene siempre se declaró leal a su señor, pero en ese momento… cuestionaba con firmeza si al señor Hades le importaría sus muertes. Probablemente no. Cuando había sido una niña insolente y llena de ansias de poder y batallas aquello no le había importado. Había sido criada para que se casara con el hijo de algún granjero y pariera sus 15 hijos, recordaba su vida pasada a la perfección ya… el haberse escapado cuando estaban prontas para venderla en matrimonio. Por ello, porque no tenía nada que perder, nunca le había interesado morir.

Ahora era distinto. Era la reina de Egipto, era considerada una diosa, había vivido toda su vida pensando en la grandeza, la gloria y el bienestar de su gente. Ahora sabía, que esa misma gente moriría a sus manos… llevaba consigo el fracaso de su estirpe y la deshonra de nunca poder engendrar un niño que llevara el nombre de su padre y cabalgara para conquistar el mundo. Aquello, dolía en el pecho. Aquello… la hacía enfurecer de frustración. Pero la llamada de Hades era más grande y lo único que la alejaba de ello era su humanidad, lo poco que quedaba… que se aferraba a la idea de poder tal vez… salvar el alma de aquel hombre.
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Mensaje por Noah Jue Ago 04, 2011 11:29 am

Mi nombre no tiene importancia alguna, mujer. – Declaró con tono despectivo, sin confirmar ni rechazar la teoría de identidad que proponía la que ahora daba sus órdenes. Estaba en lo cierto, pero no se molestaría en confirmárselo. No por ahora, al menos.

Dejó caer la cota de cuero al suelo y la miró de mala gana, como quien miraba a una niña desobediente que a pesar de que se le notaba que tenía frío, no le obedecía por el simple hecho de llevarle la contraria. –
Como quieras. – Respondió a sus palabras, mientras se ajustaba el cinturón y se disponía a emprender el camino.

¿En qué estaba pensando al someterse a todo eso? Claramente la mujer no tenía intenciones de revelarle lo que sabía, y quizás hasta estaba mintiendo. Podía ser una opción, que se hubiese informado y con algo de suerte… no. Aunque quisiera creer que le tomaba el pelo, sabía que las opciones de que ello ocurriera eran muy bajas. Tenía que aceptarlo, así como ella lo hacía: Sabía de él, y lo aprovecharía en su beneficio hasta que no tuviese nada más que ganar. Por un segundo, pensó si de verdad aquella reina tenía intenciones de contestar a sus preguntas. Tendría que averiguar una forma de asegurarse, y más le valía pensarlo rápido. La rabia que le provocaba su tono era tal, que todavía no podía dejar de mirarla con desprecio. Se salvaba sólo porque su cuerpo parecía sentir... cosas con ella.

Gruñó de forma despectiva, forzándose a ser lo más amable que su personalidad le permitía. No obstante, ¿Cómo se podía ser caballero, si nunca antes lo había sido en su vida? Era como pedirle volar a una tortuga. Jamás podría hacerlo, así como él tampoco nunca podría ser cortés y todas esas mierdas de la realeza.


Pero si no lo eres… jamás te dirá nada.
– Se dijo dentro de su cabeza. -Es una guerra, y te tiene en su mano… por ahora.

Mirándola todavía de pies a cabeza, se maldijo por lo que estaba pasando por su mente. Más le valía averiguar algo interesante cuando todo terminase, o de lo contrario, se cortaría la cabeza por su propia cuenta. Cubrió el orgullo de guerrero bajo una manta de indiferencia y se dio la vuelta, para después agacharse frente a sus ojos.

Sube… si caminas, sudarás. Si sudas, te resfriarás. Si te resfrías, morirás. Muerta, no me sirves.
– Declaró en tono cabreado, apretando sus dientes y tensionando su cuerpo lo más que podía. Ni por el Emperador se había humillado tanto a sí mismo… ¿Y ahora lo hacía por ella? No podía explicarse porqué se sentía así, pero algo era seguro. La detestaba, la aborrecía tanto… como deseaba seguir a su lado.

Considéralo prueba de mi lealtad.
- Finalizó de forma rabiosa, sin siquiera molestarse a mirarle el rostro. No soportaría ver el sabor de la victoria en sus ojos. No se haría ese daño, no todavía. Tenía que ser indiferente, por él y por descifrar aquel sueño tan extraño. Y de paso, poder averiguar qué rayos significaba la reina de Egipto en su vida.
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Mensaje por Selene Jue Ago 04, 2011 12:08 pm

- Cuando quiera montar pediré un caballo. – Declaró mirando como si hubiese perdido la razón, para volver los ojos hacia adelante. – Vengo de Egipto idiota, el frío nunca me haría sudar. Ni si quiera el calor lo ha logrado. No me insultes.

Era cierto, ese frío le molestaba pero no la haría sudar. Seguramente el hombre pensaba que Selene era toda una dama que si seguía caminando se rompería una uña. No tenía idea de que esa misma mujer constantemente se enfrentaba al desierto y sobrevivía.

- Cuando caminas por el desierto, el sol golpea con tal fuerza que seca tu piel. Debes ir encapuchado en todo momento para que tu piel no se llene de llagas.
- Selene no sabía exactamente por qué le estaba contando todo eso, pero no se había detenido a pensar que tal vez q ese hombre le importara un comino Egipto. - Alrededor del medio día la temperatura sube a tal grado que los que no están acostumbrados a ella caen desfallecidos. La boca se te seca, se hincha tu lengua y tus labios se parten. Hay que detenerse en la sombra… descansar, darle un respiro al cuerpo. Siempre bebiendo agua, siempre comiendo. El desierto siempre ha sido mi más feroz enemigo. Supongo que más al norte el hielo se parecerá bastante al desierto… pero por ahora… - Selene se volteó sobre su hombro y lo miró con frialdad. – Esto no me hace ni cosquillas. – Sonrió con burla. – No me mires con esos ojos, mejores hombres que tú me han mirado así y jamás lograron derrotarme.

La miraba con odio. No le sorprendía para nada. Seguramente su mente estaba formulando mil y una formas de asesinarla mientras dormía. Tendría que recordar luego descansar con uno de sus ojos abiertos. El hombre no la asustaba, y lo que era peor, sentía que ella no lo asustaba a él. Aquello la irritaba, todos los hombres que había conocido en su vida la respetaban con temor, pues sabían que Selene era peligrosa. En primer lugar, nunca decía lo que realmente estaba pensando y jugaba con las personas a su alrededor siempre que pudiera sacarles algun provecho y se deshacía de ellas cuando ya no le servían. Pero él era distinto a los demás… había algo en él que siempre le pareció grandioso aunque en ese instante, realmente le costaba verlo. Wyvern agachándose ante ella con tanta facilidad, no era propio de él, por mucho que quisiese honrar su palabra.

- Si no me quieres decir tu nombre no hay problema, te pondré el nombre que me parece mas adecuado a tu persona… Gusano. Sí… - Dijo sonriendo y riendo un poco. – Gusano. Es un buen nombre para ti.

Pues aun no alcanzas a ser un verdadero Dragón.

Se detuvo un momento. El terreno comenzaba a descender y bajo ellos se abrió a unos 2 kilometros un vado en que se veía humo negro saliendo en una fila columna. De seguro ahí se encontraba su campamento.

- Tus hombres son brillantes, prendiendo fuego en medio de un campo enemigo para ser descubiertos. – Dijo Selene con sarcasmo. – Si fuera tu enemiga te habría emboscado ya, habría hervido en aceite a la mitad de tus hombres, la otra mitad habrían sido remeros en mis galeras y a ti te tendría en un cuarto de huéspedes con cadenas en tus pies y manos custodiado por mis mejores hombres, en caso de que tuviera que cambiar prisioneros. Cuando mi padre tomaba prisioneros persas de alto rango los teníamos en el palacio. Solía visitarlos con una jarra de vino para soltarles la lengua y me contaban todo tipo de historias de guerra… se encariñaban tanto conmigo que me prometían a sus hijos como esposos cuando llegara el momento en que tuviera la flor roja. – Selene si ni quiera se sonrojó por decirlo. - Mi padre siempre decía que me casaría con un Persa cuando los derrotara. Me tomaba la cabeza, me miraba con la frialdad de un gran señor y decía…“conoce a tu enemigo mejor que a tus amigos. Cásate con ellos y gobierna en el corazón de tu señor para luego hacerlo rendirse en tu lecho. Esa es tu mejor arma. Vuelvete su conquista más preciada, se la razón de su vida.” – Selene rió despectiva. Para su padre siempre había sido sólo un objeto que más adelante podría vender por lealtad, una alianza, u oro. - Les daba un trato cortés a sus enemigos de alto rango, siempre les daba un trato cortés… Creo que si hubiese tenido la suficiente edad me habría hecho abrirme de piernas para complacerlos. Estoy segura de que Diva tenía ese papel... - Su voz se iba apagando lentamente mientras los recuerdos se materializaban frente a sus ojos. – “Algún día podrías ser la reina de todo esto y debes aprender a gobernar con la cabeza Selene…y cuando tengas un gran señor a tu lado, gobiérnalo a él con tu cuerpo”. - Se quedo silenciosa, molesta. Por haber nacido mujer se esperaba que se humillara de esa forma, tal como alguna vez se habia humillado Diva para llegar al escalafón más alto en Roma. Al menos su hija mayor había aprendido bien. Si ella hubiese sido un hombre le habría dicho que gobernada con el filo de una espada y no con lo que había entre sus piernas. - Dime Gusano, cuando peleas e infundes temor a tus hombres y enemigos…¿Usas la cabeza o tu verga? Ja… Jajajajaja.

Siguió caminando sin esperar su respuesta. Sentía que ya la conocía. El era un hombre y ella una mujer, el mundo esperaba cosas distintas de cada uno.
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Mensaje por Noah Jue Ago 04, 2011 12:49 pm

Matar. Matar, matar y matar. Eso era todo lo que había hecho durante su vida. Había matado insectos cuando niño, animales cuando joven, para después pasar a matar hasta sus propios amigos en el campo de entrenamiento. Desde siempre tuvo facilidad para quitar vidas, y había llegado un segundo en el que consideraba que había nacido para eso. Para matar, y nada más. Por lo tanto, no le molestaba ser un guerrero y estar al servicio de Roma. Aquello le garantizaba el poder asesinar a quien quisiese, cuando quisiese y sin preguntarse el motivo. Con el tiempo desarrolló lealtad para con el Emperador, pero sin conocerlo, desde siempre otro era el motivo por el cual luchaba con tanta convicción.

Furia. Desde que tenía memoria, sentía furia. Detestaba la alegría de otros niños cuando era pequeño, aborrecía los lujos de la realeza y que lo obligaran a comportarse como no quería. No se explicaba muy bien el porqué, pero sólo escuchar las risas de los demás le revolvía el estomago y al final, con el tiempo, se acostumbró a crecer solo en su espacio. A ninguno de los amigos de sus padres, les había hecho gracia que sus hijos se juntaran con un peligro como lo era Noah, que no vacilaba ni un instante en golpearlos si lo molestaban. Lo mismo pasó cuando era un poco más mayor, y le tocaba convivir con otros jóvenes en las caballerizas y en los entrenamientos. Peleaba tan duro en las prácticas, que se ganó mala fama entre los suyos y más de una vez recibió golpizas en las noches por ello. Sin embargo no le importaba, y recordó cada nombre hasta el día en que los altos mandos aparecieron en la legión y lo nominaron soldado. Con el tiempo, los mismos que le habían faltado el respeto le servían, y eventualmente se encargó de hacer sus vidas miserables hasta que murieron. No tenía compasión por nada, y parecía ser incapaz de desarrollar afecto por alguno de sus hombres. Daba lo mismo cuánto tiempo se pasase a su lado, todos eran potenciales víctimas que caerían tarde o temprano. Así fue como llegó a general, gracias a su impecable desempeño en batalla. Tenía un particular record en el ejército romano, el cual consistía en arrasar poblados enteros y no dejar ni un solo sobreviviente. Todos terminaban muertos, quemados o con sus cabezas clavadas en la pica. Los mismos altos mandos tuvieron que solicitarle que se necesitaban esclavos, y entonces, tan sólo mataba a los soldados. Su eficacia y obediencia eran sus mayores virtudes a los ojos de Roma, pero sólo sus subordinados comprendían cuál era el motor que lo movía, y que con el tiempo, traspasó a los que siguieron su paso. Tan sólo fue cuestión de meses, para que pasaran a ser el batallón más contundente que todos. Nadie podía cumplir mejor un trabajo que ellos.

Y ahora, cuando la sangre le hervía a tal punto que apenas y podía respirar, se encontraba inmóvil, observando como esa arpía se mofaba de su orgullo. ¿Por qué? Sólo porque, por primera vez en su vida, su cuerpo lo estaba traicionando. Ya no era capaz de matar, ni siquiera de atacar. Apenas y había logrado interactuar con ella. No entendía porqué, no se explicaba de qué manera un hombre como él, con tantos homicidios en su espalda, dudaba ahora que parecía estar más motivado que nunca.

Se levantó en silencio, apretando los puños y con los ojos bajo la sombra que proyectaba su cabello. Le estaba costando respirar, por lo que simplemente guardó silencio hasta que el hielo le congeló el enojo. No obstante, le fue imposible sacar esa expresión de rabia de su rostro. De alguna u otra forma tendría que hacerlo, eventualmente, pero no en esos segundos. Ya no era algo que dependiera de él, y de seguir así, temía que su cuerpo dejara de obedecerle. Quizás qué cosas tenía planeadas para él el destino, pero de algo estaba seguro: Tenía ganas de joderle.

Durante el trayecto, mientras se acercaban, la mujer comenzó a hablarle del reino de Egipto. La escuchó, aunque no emitió opinión alguna durante toda la conversación. Estaba decidido a hablar sólo cuando se lo pidiese. Por lo demás, haría como si dicha muchacha no existiera. Aunque lo irritaba tanto que, de verdad, era difícil guardar silencio cuando todo le provocaba querer arrancarle la cabeza.


Uso mi espada, les corto la cabeza y fin del asunto. Sólo un idiota se preocupa de lo que sienta el enemigo. Lo único que debe importarte del enemigo, es que esté muerto antes que tú. – Contestó de manera fría, sin siquiera mostrar que estuviese con ganas de fastidiar. No obstante, no puedo evitar repasarla un poco. – En Roma, una legión se envía según su poder. La mayoría de los ejércitos se embarcaron entre las tierras nórdicas y Persia. Los más débiles fueron a parar a tierras aisladas y Egipto. ¿Sabes por qué?. – Preguntó con frialdad. Si tenía ganas de hablar sobre sus tierras, él no le negaría sus conocimientos sobre ellas.

Porque dichos ejércitos eran los más patéticos. Lo que se conoce como carne de cañon, realmente si los matabas o no, a nadie le importaba. El senado y la clase alta tienen su forma de ver las cosas… pero los generales, tienen otra muy distinta. – Prosiguió, acercándose más hacia su destino. – La idea era que si conquistaban esas tierras, bien. Sino, nadie extrañaría esas legiones. Eran lo peor de Roma… y si esos soldados te provocaron tanto lío. – Comentó con un dejo de sarcasmo. – Tal vez no te hizo abrirte de piernas con el enemigo en ese segundo, pero por lo visto ese viejo estúpido era más astuto de lo que creías. Terminaste abriéndoselas al hijo del Emperador...

Curiosamente, a él no le gustaron esas palabras. Y no porque le preocupara herir el orgullo de la mujer, sino porque comentarlo, le había significado el golpearse el propio. ¿Por qué? ¿Por qué le había incomodado pensar en ella en los brazos de otro? Para variar, no podía saberlo.

Tus supuestos son muy lindos, pero a menos que transformes tus sueños en realidades, no tienes más que un gato mórbido perdido en el bosque como único soldado egipcio. – Agregó con burla. – Conoces el desierto, pero no el invierno. Acá es más peligroso el frío que cualquier estúpida emboscada que planee una princesita mimada.

Siguió caminando con los brazos cruzados. Ya estaban a unos cuántos metros de llegar hasta el campamento. Todo parecía ir en orden. Las primeras tiendas de campaña ya las podía divisar en sus cercanías, y con ello, el tan anhelado descanso. De pronto sentía el cuerpo muy, muy pesado. Quería refrescarse la cara y analizar con cuidado los preparativos para el viaje. Estaba completamente seguro que a ninguno de sus hombres les haría gracia el hecho de que los planes cambiaran de forma tan repentina, especialmente cuando ya la conquista total del norte parecía tan cerca. Era la hazaña que nadie antes había logrado, y cuando por fin les iba a tocar el honor a ellos, sería Noah quien diría lo contrario.

O tal vez no…

Es extraño… - Murmuró en voz baja. – No hay nadie vigilando la entrada… - Puso una mano en la funda de su espada, y trató de escuchar algo allí adentro. Sin embargo, ningún tipo de ruido era distinguible en esos instantes.
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Mensaje por Selene Jue Ago 04, 2011 3:07 pm

El comentario sobre Octavius le revolvió el estómago. La mera idea de que estuvo a punto de estar con él le causaba un poco de disgusto. Era cierto que junto con ese hombre sus hijos habrían sido tanto romanos como egipcios y habrían dado el primer paso para la unificación de todas las naciones, el gran sueño de Alejandro Magno… pero darle su cuerpo y fertilidad a un romano era humillarse. Selene lo hubiera hecho por Egipto, tenía que elegir un hombre de cualquier forma y Octavius estaba entre sus primeras elecciones junto con algunos príncipes perseos, Vergilius y tal vez, alguno de sus hermanos si hubiesen sobrevivido.

- Lamento comunicarte que a pesar de haberme casado dos veces, ningún hombre me ha tocado de la forma en que tan delicadamente expresas. Creo que se te olvida con quien estás hablando, Gusano. No soy una mujerzuela con la que puedas expresarte de esa forma, sino una Reina. Muérdete la lengua la próxima vez que dichos pensamientos crucen tu mente. – Sabía que los soldados tenían la boca de un marinero, pero le seguía molestando que se refiera a su cuerpo como si se tratara de una cosa que sólo sirviera para ser cogida. – Y de cualquier forma, ¿A quién beneficiaría que Octavius me diera un hijo?... Un hijo de Isis heredero de Egipto, la nación más rica en oro y grano del mundo… y también, heredero legítimo de Octavius. Su cabeza además de ser adornada por serpientes de oro lo serían por laureles. Tendría los dos ejércitos más poderosos del mundo bajo su mando para tomarlo entre sus manos y alcanzar la gloria eterna entre los dioses…ese era el tipo de hijo que quería… - Hablaba en pasado, como si aquello nunca hubiese podido ser. – que quiero. – Se corrigió, aunque dudaba que con la inteligencia que demostraba ese imbécil se hubiese dado cuenta que tener hijos ya no estaba entre sus posibilidades.

Despues de aquello permaneció callada. Hablar de las cosas a las cuales había renunciado al despertar como la estrella infernal de la Ira le seguía doliendo en el fondo de su alma. Era un dolor desgarrador. Ella hubiese renunciado a ser una guerrera por haber visto crecer a un hombre que fuera lo suficientemente fuerte para hacer que todos los reyes del mundo se arodillaran ante él.

Pero eso ya no pasará… tus hijas serán cicatrices y rosas… tus hijos se limitan a un gato y a Sid… tu amante será la guerra y sus muertos.

Bajó el rostro y siguió caminando hacia enfrente, buscando el famoso campamento de Gusano. El viento le movía su cabellera corta y ahora se comenzaba a arrepentir de habérsela cortado para él, cuando ni si quiera la había reconocido. En su mente se había imaginado ese momento muchas veces, a veces enojada, otras melancólica y algunas con ternura… pero nunca pensó que después de lo que habían vivido él no la conociera. ¿Qué importaba? Era mejor así. De esa forma cuando despertase a su destino se enfocaría a destruir y causas sufrimiento y ella a la distancia podría observarlo con orgullo en los ojos, de que todo aquello era posible porque no tenía nada que perder esta vez.

Es mejor así…

- ¿Sucede algo? – Preguntó cuando notó que el general paraba frente a ella a la entrada de su “campamento”.
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Mensaje por Noah Jue Ago 04, 2011 4:17 pm

Se nota que al menos tienes planes elaborados para el resto de tu vida, supongo que eso está bien. – Comentó con desgano, observando de reojo para el interior del campamento e intentando encontrar alguna cosa con la mirada. – Por mi parte, sólo espero el día que un guerrero lo suficientemente hábil ponga fin a mi existencia… o así era mi vida antes de que tú aparecieras. Ahora ya no sé qué esperar. – Cerró con intriga, dándole a entender a la mujer que consideraba muy importante cualquier cosa que tuviese que decirle sobre su vida. Aunque no la forzaría a contarle nada, no por ese minuto.

Tampoco pudo evitar sonreír cuando se enteró que nunca antes había estado con un hombre, y ni siquiera se molestó en preguntarse porqué dicha noticia lo alegraba. Simplemente así era, y no iba a darle mayores vueltas al asunto.


Es una lástima, con el lindo cuerpo que tienes. – Agregó en voz baja, sin mirarle y prácticamente sin esperar que ella lo escuchase. Un poco de su rabia había desaparecido, y sólo hasta entonces comprendió que le irritaba la idea de imaginar que ella estuviese con otro. ¿Desde cuándo le tomaba tanta importancia a otra persona?

Un campamento romano nunca está sin un guardia. – Comentó sin mirarle, sacando su espada de la funda y paseando sus ojos en distintas direcciones. Estaba meditando muy bien cuál sería su próxima acción. - Sólo una anomalía en la situación implicaría que se cometiese una falta tan grave. - Volvió el rostro y esta vez la miró de manera seria, pero sin demostrarle el desprecio de hacía unos segundos. – Las posibilidades son muchas, desde invasores hasta que todos se hayan marchado.

Quédate detrás de mí y no hagas ruido. – Ordenó y a sabiendas de que sus palabras iban a ser protestadas, se adentró por el campamento poniendo el cuerpo pegado contra una de las tiendas de campaña. Conocía el asentamiento romano como la palma de su mano, y sabría como llegar hasta su zona sin tener que perder el tiempo. – Tengo que averiguar qué ocurre. – Pensó. – Justo ahora… mierda.

Se movía tan rápido y ágil como una serpiente, dando zancadas largas y sin dejar de mover la cabeza de un lado a otro constantemente. Uno de los principios básicos de la infiltración era estar atento, y siempre mantener el mayor campo de visión disponible. No obstante, nunca se habría imaginado que tendría que infiltrarse en su propia base de guerra. Quizás otros generales habrían gritado explicaciones, pero Noah no era estúpido. Personalmente había amaestrado a sus soldados, y sabían que se pagaba con la muerte el desobedecer aunque fuese sólo una de sus disposiciones. El no poner ni siquiera un guardia era una ofensa contra el Imperio, y ellos jamás ofenderían a su nación, sería meterse a la boca del lobo que en este caso era su general.

Ya habían avanzado varios metros, cuando entonces se volteó no sin antes dar un último vistazo a todo el territorio.

No hay signos de lucha por ningún lado… esto no tiene sentido. – Le comentó confuso, aunque no esperaba oír algo que no fuesen insultos. Pero estaba comportándose como soltado y en esa forma, sólo se enfocaba en su objetivo. – Quisiera creer que sólo han atacado el campamento pero…

Posó uno de sus dedos en la boca de la muchacha, había escuchado algo. No fueron necesarias las palabras para que le pidiera que se quedara callada. Al menos ya tenía la total seguridad de una cosa.

No estamos solos… - Susurró y le miró con unos ojos que transmitían la seriedad que sólo podría obtener de un genuino general romano. De Noah se podían decir muchas cosas, menos que no sabía lo que hacía. Conocía la guerra como un pescador conoce su río.

Comenzó a correr en la dirección donde había escuchado el ruido, unos cuantos metros más a la derecha. Tuvo que salir del lugar en el que se refugiaba con la mujer, ya que era necesario atravesar una de las zonas donde estaba puesta la gran bandera con un águila dorada en su punta. Grande fue su sorpresa al notar que, en vez de estar la gloriosa ave, sólo se encontraba un mástil vacío, un inútil pedazo de madera.

Legionarios!!!.– Gritó con fuerza, esperando llamar la atención de lo que sea que hubiese por allí. Si tenía que pelear, lo haría, pero el ver que el máximo símbolo del imperio ya no estaba, había vuelto a irritarlo. – Legionarios!!!!. – Repitió con fuerza, girando el rostro en todas direcciones. Pero nada venía a su encuentro, ni siquiera alguna flecha enemiga.

Qué mierda pasó aquí… - Dijo con voz frustrada y enojada. – El responsable de esto perderá la cabeza.– Juró para si mismo.

Entonces escuchó de nuevo una especie de quejido y salió en busca de ello. Dio zancadas tan grandes que parecía que volaba, a pesar de estar portando una armadura sumamente pesada. Su destino lo llevó hasta la entrada de la tienda de uno de sus subordinados directos, más precisamente, el muchacho que estaba encargado de cuidar y alimentar sus caballos. Podría decirse que era su mano derecha en lo secundario.

La tienda de Demetrio… - Pensó, preguntándose si lo encontraría allí adentro. Por lo general, en esas instancias el muchacho era de los primeros en esperar su retorno, y de esa forma poder contarle lo sucedido en el campamento y solicitar alguna nueva tarea. Era un chiquillo, apenas y sabía manejar la espada. Aunque su lealtad para con Noah no estaba a prueba. Personalmente lo había golpeado muchas veces sólo para comprobar si no era una rata ambiciosa.

Corrió la manta de entrada con la espada, apegando su cuerpo a la tienda de campaña por el hombro derecho. Miró hacia adentro todo lo que pudo y finalmente entró de un solo golpe esgrimiendo su espada, dispuesto a cortar la cabeza de lo que sea que hubiese allí en su interior. Lo que vio podría haber impresionado a otros hombres, pero tan sólo significó que el general dejara su espada de lado y se acercara.

Demetrio… ¿Qué pasó aquí? ¿Dónde están todos?. – Pregunto en tono firme y directo, sin siquiera a agacharse a donde estaba el muchacho. Le habían cortado las dos piernas y una mano, la otra la tenía sin dedos.

Ge… neral… - Contestó con poca fuerza, tenía mucha sangre en su boca. – Llegó un ave… desde Roma.

Un mensaje de la ciudad. – Lo que más se temía el soldado, que ya hubiesen actualizado a sus tropas. - ¿Qué decía?.

Todos… marcharon a roma. – Tosía con cada palabra que hablaba, estaba agonizando y el dolor se podía percibir en cada una de sus acciones. Había perdido mucha, pero mucha sangre. – Era una orden del Emperador.

Una orden del Emperador.
– Aquello no le hacia mucha gracia. Supuestamente, las órdenes del Emperador habían llegado a través de su esposa. Desconocía si la mujer había escuchado ello, no le prestó atención desde que le pidió guardar silencio. Pero supuso que estaba cerca de él. Mientras caminaban, notó que su cuerpo era capaz de sentirla más lejos o más cerca. Y ahora la percibía cerca. - ¿Qué más?

Se nombrarían… nuevos generales. Todo el Imperio… es un caos… les dije que no lo dejaran pero… - Comenzó a toser y llorar, claramente desconcertado por lo que había vivido. – No quiero… no quiero morir así, General…

El Emperador… nuevos generales… claramente una persona le debía más explicaciones que antes. Sacudió su cabeza levemente y escuchó lo último que tenía que decirle el muchacho.

Uno de sus caballos está en las caballerizas… no se llevaron muchas cosas… simplemente lo abandonaron… - Su voz fue acallándose lentamente, y entendiendo que ya no le diría nada más útil, tomó un cuchillo que había cerca de él y le cortó el cuello. Murió al instante.
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Mensaje por Selene Jue Ago 04, 2011 5:58 pm

Los comentarios del hombre seguían retumbándole en los oídos. Se arrepintió de inmediato con haberle dicho que nunca nadie la había tocado de esa forma, hubiese deseado decirle que la habían montado peor que a un caballo, pero por algún motivo sintió que eso la hubiese humillado más a ella que a él en ese instante. Sin embargo, los comentarios sobre aquel asunto pasaban a segundo plano con el silencio que deambulaba en ese instante el campamento del General Gusano.

Le ordenó que permaneciera atrás de él. Seguramente aún pensaba que ella era una indefensa oveja entre lobos y le dio en el gusto. No se quejó, no dijo palabra alguna. Se limitó a seguirlo de forma traviesa, como una niña que jugaba a la guerra y al espionaje. Hacía mucho tiempo ya que no hacía ese tipo de cosas. La mayoría del tiempo cuando había visitas se escurría por los pasajes del palacio de Alejandría y se quedaba escuchando atrás de cuadros, estatuas y cortinas sin que nadie supiera si quiera que estaba ahí. Pero estar en esa situación era muy diferente a aquello. Sintió deseos de que le tomara la mano y dejarse llevar por aquel juego de intrigas, más pronto se comenzó a sentir irritada. ¿Qué importaba si había uno o mil soldados? Podría haberlos matado a todos con un simple movimiento de su mano…

Le hablaba explicándole la situación, como si ella fuera una idiota. No quiso decir nada. Sentía que ya no había vida ahí… se habían marchado dejando todo atrás. ¿Pero por qué? ¿Por qué desertarían dejando todo lo de valor atrás de ellos? Por más que Selene lo pensara no había una respuesta que la satisfaciera hasta que sintió un ruido. Acto reflejo, uno de los dedos del hombre se posó sobre sus labios. El contacto le dio escalofríos y deseo con sinceridad que no hubiese retirado su piel de la de ella tan pronto. Regañó para si misma los pensamientos que habían cruzado su mente, las escenas indecorosas que revivían en ella sólo con el contacto de su piel.

Maldito seas Wyvern… Maldito seas…

Lo siguió, aunque a él pareció no importarle. Estaba desconcertado, llamando a gritos a su legión. Pero nadie acudió a su llamado. El campamento estaba abandonado.

- ¿Eres ciego aparte de estúpido? Te han abandonado. Tu legión completa te ha abandonado. ¿Qué clase de general eres tus hombres prefieren irse en medio de este clima sin nada a quedarse contigo?

Aunque sentía que a él no le importaba estar solo. Era como si lo hubiese presentido por mucho tiempo. Siguió el ruido… aquel quejido que traía el viento y se demoró un buen momento dentro de la tienda. Selene no se movió, se quedó afuera cruzándose de brazos, abrazándose a sí misma para protegerse de ese horrible frío.

Cuando finalmente entró a la tienda vio una daga en la mano del General y a un chiquillo muerto y desangrándose. Lo miró con frialdad.

- Entiérralo, profundo, muy profundo. Si lo quemas traerás a los lobos. – El chiquillo lucía afligido, imaginó que el General le había dado final a su agonía pero aún así… sabía que no era el momento para recriminarle tal acción. Después de todo, era un asesino por naturaleza, igual que ella. – He aquí un General sin Legión, ¿En qué te convierte eso?

Se paró atrás de él, tenía mucho frío pero se quedó callada respecto a eso. No entendía muy bien porque la legión lo había abandonado pero Roma era un caos y cuando todo se vuelve un caos, nadie obedece a sus superiores.

- No hay nada aquí para ti Gusano. Ni para mí. – Salió de la tienda, quizás el hombre necesitara decir algunas palabras a sus dioses o algo por el estilo. - Haz tus paces con los dioses.

Caminó entre las tiendas desiertas. Podría ocupar alguna de ellas, no era como si sus dueños la hubiesen ido a buscar. Tenía que solucionar con rapidez el tema del vestuario, tal vez comer algo de carne fresca le caería bien. Vio entre las armas de los hombres… Si quería cazar tendría que hacerlo con las armas de ellos. No podía elevar su cosmoenergia tan lejos de los demás espectros, podía ser un llamado directo para que un enemigo de considerable fuerza se presentara. Se agachó y recogió un arco y algunas flechas. Los romanos tenían armas decentes, no podía quejarse de eso. Vio el balance del arma, examinándola con cuidado. Tampoco quería toparse con una manada de lobos o algo por el estilo con un arma que no funcionase. Tensó la cuerda del arco con una flecha y apuntó a la punta de un asta en donde había un pájaro negro posado, un cuervo de mal agüero.

El ave cayó seco contra el piso con una flecha clavada en el pecho luego de emitir un graznido seco. Selene iría a cazar para matar el rato.
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Mensaje por Noah Jue Ago 04, 2011 7:10 pm

Escuchó las palabras de la mujer y luego la contempló salir, sin decirle absolutamente nada. Estaba agachado, pensante, observando al cadáver de quien por lo visto había sido su único soldado leal. Y ya no existía, se había marchado para siempre al igual que muchas de sus víctimas. A pesar de que no sentía cariño por él, cosa que demostró al no esbozar ningún tipo de dolor, era una perdida considerable si se le veía por el lado de la fidelidad. Por lo visto, era más difícil de lo imaginable el obtener gente leal en aquellos días. Era cosa de ver cómo habían corrido todos de vuelta a Roma, y precisamente, cómo en dicha ciudad tan majestuosa ahora reinaba el caos, tan sólo por un poco de poder. Dicha situación lo asqueaba, y mucho.

Tenía cuentas que saldar con la muchacha, por lo que salió a buscarla. Sin embargo no la encontró, y en cierta forma lo agradeció. Con la rabia que sentía, probablemente esta vez si hubiese podido matarla…

Suspiró de forma irónica de tan sólo pensarlo. Se sentó al costado de una tienda de campaña y reposó por algunos segundos. Estaba cansado, había sido un día muy largo para él y con todo el alboroto de la batalla, la mujer misteriosa y ahora esto, hasta él se veía en la necesidad de dormir un poco. Tan sólo sería un pestañeo…

Sólo un pestañeo…

Sólo un par… de segundos….

Despertó, y ahora estaba de pie en un círculo negro. Lucía una armadura púrpura del cuello hacia abajo, y su mirada era más homicida que nunca. Tenía las venas hinchadas de sus brazos, manos y hasta de su frente. Sus ojos eran blancos como los huesos. Sus dientes, especialmente los colmillos, habían crecido a tal punto que parecían los de una bestia. Estaba completamente enloquecido, cegado por la furia y no podía controlar lo que hacía. Gritaba sin cesar para todas partes, a la vez que extendía sus brazos a los costados y unas constantes ondas de energía, que surgían de su cuerpo, arrasaban con todo a su alrededor. A los pies de Noah, se podían diferenciar distintos cadáveres. Unos portando las armaduras romanas, otros las egipcias, pasando por nórdicas y persas, entre otros tipos de pueblos. Pero no se quedaba allí. Ya no estaba en el círculo, sino que yacía de pie sobre una montaña de cuerpos. La sangre escurría por sus manos, por su rostro y especialmente por su boca. Bajo su talón podía diferenciar una luz dorada, pero tan sólo se limitó a darle un último pisotón y la oscuridad volvió a retornar. Gruñía con mucha fuerza, prácticamente desgarrando su garganta y abriendo en exceso su mandíbula, cuestión que de todos modos no parecía importarle. Simplemente estaba allí, sobre esa aglomeración de muertos con armadura, dejando escapar gritos, ondas de choque y hasta truenos que recorrían sus ojos. Su grito con cada instante que pasaba se volvía más y más terrible, y cada vez se veía menos humano y más bestia. Hasta que de pronto, una rosa caía desde el cielo y él la tomaba con ambas manos, silenciando su boca, calmando todos los bruscos movimientos de sus músculos. La energía negativa que despedía su cuerpo estaba decreciendo, y a medida que ello ocurría, la armadura color púrpura iba deshaciéndose a través de su piel. Poco a poco fue quedando desnudo en medio de la nada, tan sólo con dicha rosa morada entre sus manos. Sin explicación alguna, ya debajo de sus pies no había nada. Lentamente comenzó a hundirse, y entonces existía agua. La flor que tenía en sus palmas fue tomada por el viento y voló, y él simplemente la siguió con la vista. Voló por los aires un momento, y finalmente aterrizó por sobre el rostro de una persona que flotaba frente a Noah. Por unos segundos vaciló, inquieto, en si debía acercarse o no. Allí fue cuando la luz de la luna llena golpeó el rostro de lo que flotaba, y dejaba ver el cuerpo desnudo y aparentemente durmiente de una mujer. La rosa había descendido justo encima de sus ojos, clavándose en su cabellera. Al distinguirla, corrió a través del agua y sin perder tiempo, finalmente llego hasta donde estaba ella y la abrazó con fuerza contra su cuerpo. No obstante era inútil, dicho cuerpo estaba ya sin vida y estaba completamente pálido. Ya no existía vida dentro de él, ni mucho menos un corazón que latiera. La apretó con más fuerza contra si mismo, y a la luz de la luna reflejada en el agua, soltó un grito de dolor tan desgarrador que parecía que todo el lugar iba a destruirse por completo…

Abrió los ojos, exaltado. Ya estaba oscureciendo, y desconocía cuánto tiempo había estado durmiendo. El sueño había sido tan real como inútil, puesto que en vez de sentirse relajado, ahora estaba completamente sudado por la impresión y además, inquieto. No recordaba haber sufrido tanto por alguien a lo largo de su vida, sin embargo, mientras dormía estaba sintiendo dolor por un motivo. Y tenía la certeza absoluta que no era por él. No, se trataba de una persona más. De una persona, que por lo menos en el sueño, era prácticamente su vida.

Se tomó la cabeza, inquieto y todavía estando confundido. No comprendía muy bien el porqué de sonar eso justo en ese instante, pero ya estaba comenzando a pensar que no le caía bien al destino. Como pudo se levantó y trató de buscar el camino más próximo hasta su tienda. No lograba divisar a la muchacha todavía, pero ya la sentía cerca de nuevo. Tal vez estaba por ahí, no tenía forma de saberlo con exactitud. Ciertamente, desde que la había conocido, hasta ese segundo, dicha reina de Egipto resultó ser un enigma bastante intrigante. Y lo peor, es que además le causaba una cercanía e interés que no recordaba haber compartido por otro ser vivo con anterioridad. A pesar de ello, tenía la esperanza de poder comprender todos esos porqués cuando dicha mujer le dijera la verdad. Pero mientras llegaba ese minuto, tenía que procurar comportarse y no matarla, por muchas ganas que tuviera de cumplir aquel deseo.

Caminó con dificultad los primeros pasos, acercándose lentamente hasta donde yacía ubicada su tienda de campaña. Al entrar, lo primero que hizo fue sacarse la pesada armadura y buscar el vote donde guardaba el agua. Quizás hasta cuando volvería a beber, no estaba seguro de nada en ese minuto, pero no por ello iría por ahí sucio y oliendo a bárbaro con rosas.


Quién eres…
- Se preguntó mientras pasaba un trapo por su torso, sin poder apartar el pensamiento de la mujer de cabellos negros de su cabeza. – Quién eres en verdad… Selene… porque mi cuerpo se siente así contigo… - Se preguntó con frustración, dejando que el agua helada recorriera su piel y cayera desde su cuello, por sus hombros, deslizándose a través de su torso, el abdomen, y más abajo. – Y no sólo mi cuerpo… maldición. – Se quejó, maldiciéndose con los ojos cerrados y apenas a la luz de una vela.

Seguramente ya estaba por anochecer, y con ello, todo ese lugar se podía volver fácil hasta cien veces peor. Tenía que estar preparado para cualquier tipo de situación, e incluso, para algunas que eran hasta más difíciles que simplemente morir. Al fin y al cabo, lo mejor de prepararse para morir… es que no había cómo. Simplemente se debía aceptar el destino y nada más. Justamente, lo que él planeaba hacer, al menos en ese minuto.
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Mensaje por Selene Jue Ago 04, 2011 8:05 pm

Se había movido con sigilio, como lo hacía Cheshire cuando quería sorprender a alguna presa. Siempre observaba sus movimientos e intentaba imitarlos. Se movía entre los arboles como una sombra, pero no más rápido que un humano normal. Elevar su cosmoenergía habría sido poco inteligente.

Tenía que darle caza a algo para comer antes de que cayera la luz del sol. Ojala fuera algo muy peludo que le diera un buen abrigo. Bajó por un claro, entre los árboles y vio lo que quería.

Ahí estaba su presa. Un oso negro, un hermoso y gran oso negro que no podía esconderse entre la nieve en el bosque germánico. Casi sintió pena por él cuando tensó el arco y puso dos flechas juntas apuntando a su cuello. Lo siguiente fue lento, el oso cayó y gritó desesperado desparramando sangre por la nieve. Demoró alrededor de 10 minutos en morir en los cuales Selene pensó en la forma en que se comería su carne y se taparía con su piel.

Llegó alrededor de 30 minutos después con el oso sobre ella. Parecía como si no le pesara mucho y se veía bastante graciosa con una bestia que pesaba muchas veces más que ella sobre la cabeza. Algo de sangre se había esparramado por su propia ropa pero no le importaba mucho. Solo se sintió irritada de que tendría que buscar agua luego para lavarse.

Había caído el atardecer cuando Selene se dedicó a despellejar el oso de su piel, estirándola frente a una carpa. La piel era gigante, pero la joven sintió que le caería excelente como capa para el frío. La carne la cortó en varias tiras y las dejó colgando en varias ramitas. Hizo fuego y dejó que todo se ahumara. El olor le hacía agua la boca, y esperó que llamara a Gusano junto con ella pronto. La verdad no sabía que estaba haciendo en aquella tienda aún.

Miró la piel de oso y pensó en los ácaros y en su olor, por lo cual, elevó levemente su cosmoenergía para matar cualquier cosa que anduviera viva en dichas pieles pero eso no cambiaría el olor a animal y mierda de dicha piel. La estiró nuevamente, pensando que debía hacer… no era una experta en el tema y cubrirlo con rosas solo funcionaria momentáneamente.

Recorrió el campamento buscando cosas que podría ocupar y encontró algo de ropa, algo de ollas, algunas espadas, mucha mucha comida dura y agria pero que serviría para acompañar la carne ahumada de oso. En las ollas derritió nieve y escondida entre las tiendas se lavó el cuerpo de aquella sangre. Sus ropas las echó a hervir para sacarle las manchas de sangre y las colgó en algunas ramas, atrás de la tienda que eligió para dormir. Se puso pantaloncillos de algodón que había encontrado, que más parecían una falda que otra cosa, pero no era más desabrigado que lo que ella ya había portado. Y para cubrir su torso se envolvió en una capa roja sujetándola por delante por un broche que portaba en forma de escarabajo azul. Su a amuleto de la suerte.
Echó la piel de oso en el agua también y la revolvió esperando que se le fuera aquel horrible olor, y pareció funcionar luego de bastante tiempo, en que la lavó con agua fresca una y otra vez. Pero hacer las cosas sin cosmoenergía la estaba agotando… se sentía bastante cansada y hasta bostezó. Estiró la piel de oso junto con su ropa y apuntó la palma de su mano elevando su cosmoenergía en dirección a ambas prendas y las secó con su calor. Al diablo si atraía enemigos, de cualquier forma ya era hora de que comenzara a pelear en esa guerra de mierda.

Se acercó a la piel de oso y se la echó sobre el cuerpo. La cabeza del animal le cubría la mayor parte de la suya, pero al menos estaba caliente. Sonriente, sacó una tirita de carne ahumada y la mordisqueo, para luego sazonarla un poco con cebollas y sal que había encontrado cerca de las ollas. Si atraía lobos u otros animales les daría caza de igual forma que al oso.

Cómoda, entró a la tienda y se tendió en el suelo luego de haber sacado todas las porquerías inútiles de quien había estado ahí. Estaba sola, pero hacía bastante no había tenido un momento para cerrar los ojos y pensar en todo en absoluto silencio. Se acurrucó con la piel negra y suave sintiendo el calor de su propio cuerpo mantenerla viva en esa fría noche de nieve. Siguió mordisqueando un trocito de carne mientras veía la poca luz que se escabullía en la tienda producto de la fogata.

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Mensaje por Noah Jue Ago 04, 2011 9:19 pm

Ya estaba completamente limpio, por lo que se puso unas ropas un tanto más ligeras. Por mucho que fuese peligroso el campamento de noche, si se mantenía por largos períodos de tiempo con la armadura su cuerpo sufriría las consecuencias. Necesitaba relajarse un poco, sabía que el próximo diría sería largo y no quería estar sin energías para ello. El trayecto sería muy complicado, pero al menos más rápido ahora que no llevaba sus soldados con él. Podría utilizar rutas alternativas, que en lo nominal harían del viaje un tanto más largo, pero en lo práctico sería lo más conveniente. Evitarían a los ejércitos del norte y los posibles focos de batalla colindantes.

Se ajustó las espadas y suspiró, para después proceder a estirarse por varios segundos. Tenía los músculos rígidos, totalmente tensionados por el día que había tenido. No obstante, estaba con la certeza absoluta de que más daño le había causado dicho sueño. Aquella extraña vivencia, en la que se veía con el cadáver de una mujer en medio del agua, sufriendo por su pérdida.


Yo jamás he lamentado la muerte de nadie.
– Se dijo a si mismo, tocando su rostro con sus dedos y dejándolos por sobre sus mejillas, estirándolas hacia abajo. – Sólo la del Emperador, y sólo porque se trataba del Emperador. Pero nunca… nunca he sentido la falta de algún ser común y corriente.

Trataba de convencerse de que lo vivido en dicho sueño- o a esas alturas, pesadilla- era imposible. No solía ser la clase de persona que percibía el dolor por otras. Su vida únicamente era luchar, servir al Emperador y morir cumpliendo con los dos hechos anteriores. Un acontecimiento fuera de ello era impensado, y claramente si sucedía sería inesperado. Dicho y hecho, la aparición de la mujer del desierto había cambiado todo, demasiado como para poder creerlo. Sus palabras, en todo caso, sonaban muy honestas. Quizás serían los comentarios más sinceros que podría haber escuchado en su precaria y dura vida en la guerra.

¿Por qué… por qué… ? – El misterio que rodeaba a la chica de Egipto lo tenía prácticamente sin poder pensar en otra cosa. Una vez que la impresión de la ida de sus soldados había pasado, dentro de su mente sólo estaba ella. Para peor, no podía evitar imaginarla en más de una faceta. Sus ojos, sus labios, su nariz, su forma de hablar, el tono que empleaba, su aroma, su piel, su sabor… ¿Cómo diablos conocía su sabor?!!!

Se sentó sobre su cama por varios minutos, sin esbozar gesto o palabra alguna. Intentó cerrar los ojos y permanecer allí en silencio hasta el amanecer, pero le era imposible. Si los cerraba, estaba ella. Si los abría, pensaba en ella. Era un martirio que no parecía tener fin ni salida que darle. Estaba atrapado en un laberinto, y muy lejos de la salida esperada. Para peor, tenía la sensación de que aquello apenas y estaba empezando.


Salió de la tienda, sólo con la capa y sin molestarse en ponerse todo el atuendo de general romano. Jamás le había gustado vestirse así, y no lo haría sólo para darle en el gusto a una chica mimada. La que por cierto, no podía divisar por ningún lado. Lo que sí pudo encontrar, fueron trozos de carne ahumada clavadas en palitos, cerca de una fogata. Por descarte, era obvio que la mujer los había puesto allí. Se tentó a tomar alguno, pero desistió de la idea. Tenía hambre, era cierto, pero no le habían ofrecido carne y no la tomaría por incentivo. Lo que menos le faltaba era que lo tratara como a un ladrón. Si bien era cierto que la ignoraba, sus palabras, de una u otra forma, quedaban grabadas en su memoria. Y todas, sin excepción, provocaban algo en él.

Volvió a la tienda por un objeto que se le había olvidado y comenzó la búsqueda de la muchacha. Revisó tienda por tienda, percatándose que la molestia de saquearlas era un hecho que ya estaba cumplido por su parte. Era más rápida y decidida de lo que supuso en un principio. No perdía el tiempo con nada.

Finalmente, tras ojear un par de carpas más, llegó hasta una donde yacía tirada una enorme piel de oso. Abrió sus ojos de golpe, pero luego se percató de que tras ellas, se encontraba la muchacha comiendo. Estaba mordisqueando un trozo de carne similar a los que había visto colgados de las ramas y aunque lo quiso, declinó en probar de dicha comida.


Aquí estabas. – Declaró en tono serio, a la vez que lanzaba un cuerno de cuero que tenía colgando de un hombro. – Ahí tienes tu vino… veo que ya conseguiste…ropa… y me he lavado, pero no pienso ponerme prendas de maricón.

Ingresó y junto con él traía la vela que había utilizado en su carpa. La dejó encima de una especie de mueble y se sentó en el suelo, apoyando la cabeza contra la tela de la tienda. Pestañeo un segundo y luego volvió la vista hacia la mujer.


Creo que querrás decirme por qué el Emperador fue el que mandó a llamar a mis tropas, declarando que se elegirían nuevos generales.
– Agregó irritado, pero sin toques de molestia. Por inercia el hombre era de carácter fuerte, y todo el día tan tenso lo tenía más susceptible que de costumbre. Quería respuestas, al menos una. – No saldrás de aquí hasta que obtenga lo que pido. Te escucho.
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Mensaje por Selene Vie Ago 05, 2011 2:12 am

Tomó el pellejo de vino que el hombre le lanzó y comenzó a beber en la oscuridad. Tenía deseos de hacerlo para hacer que el frío de su cuerpo desapareciera para siempre. No temía emborracharse, habia comido algunas tiritas de carne, pero pareció calmarse al beber. Su agriedad desapareció de a poco y sólo quedo una muchachita con el cuerpo adormecido y los ojos vivoz un poco adormilados.

- No lo sé.
– Respondió con sinceridad. Le respondió de esa forma simplemente porque él le pidió una respuesta, no se la exigió. No tenía idea que estaría pasando en Roma que se pedían con urgencias de vuelta a los ejércitos y se cambiaba los mandos de éstos. – Me gustaría darte una mejor respuesta que esa pero no la tengo.

Se sentó en la oscuridad tapándose con la piel de Oso cuya cabeza le quedaba justo encima. Se acurrucó en ella y vio que había algo perturbando seriamente al hombre pero no hizo ademán de preocupación por ello. Por la hendidura de la tienda entraba un poco de luz debido a la fogata, pero pronto se apagaría ya que nadie estaba alimentando sus llamas. Miró a los ojos aquel hombre con la poca iluminación. Su aspecto lucía más lúgubre que antes.

Gateo a tientas hacia donde se encontraba sentado con la capa de oso haciéndola parecer como si se tratara de una animal nocturno. Abrió sus piernas y se sentó sobre las del general afirmándose con sus pantorrillas en el suelo.

- Pero eso a ti realmente no te importa. – Sus manos se fueron a las mejillas del hombre y las tomaron, para que no evitara su mirada. – Aun no se que pides además de respuestas sobre que es lo que se de ti. No puedo darte respuestas que no se, pero si te diré lo que se…

Permaneció en silencio un momento. A lo lejos se escuchaba el rugido del viento y el sonido de la respiración calmada de Selene. La luz de las llamas danzaba en su rostro pálido acrecentando el brillo de sus ojos color violeta. Su cabello, corto y disparejo se perdía por las fauces del oso que parecía haber tragado la mitad de su cabeza. Movió sus manos hacia el pecho de Noah y lo miró con dureza.

- Eres un gusano. No… una babosa, pues un Gusano no habría perdido su ejército de lombrices. Te arrastras bajo el emblema de otros gusanos e insectos, cucarachas que conspiran en la oscuridad y esperas que de vez en cuando te tiren un hueso, como si fueras un perro. – Y en ese momento, apretó con ligereza su pecho justo sobre su corazón, emitiendo un ligero calor desde sus palmas, algo anormal para aquel frío. Y entonces, sus ojos se suavizaron. – Pero dentro de ese pecho… debajo de toda esta capa de humanidad, de sueños, deseos, fidelidades, lujuria y mierda... duerme un dragón esperando por sus alas.

Despegó la mano del pecho del hombre y le mostró en la palma de su mano un destello, una luz, una llama de color púrpura. No paraba de mirar a los ojos del Romano, se acercó a él, apegando su pecho contra el de él. Apretando su cuerpo contra el suyo, mientras aquella llama los cubría a ambos. Posó sus brazos atrás de él, envolviéndolo en una especie de abrazo.

- La energía del universo se mueve con fuerza dentro de ti… pero aún no debe despertar, porque cuando ello suceda, si no eres lo suficientemente fuerte para ello… el dragon te consumirá, y todo lo que eres ahora desaparecerá junto con lo que queda de mi corazón. De eso estoy segura…
- Apoyó su cabeza en el hombro del hombre, había soñado con momentos así toda su vida. Pero tenerlo cerca de verdad le daba paz en ese momento, como en otros le daba una guerra en el pecho. – Es hora de que te marches ya. Dormiré. No es hora para hablar más de estas cosas… menos con alguien cuyo nombre no sé.

De la misma forma en que había gateado hacia él, volvió a un rincón de la tienda y se recostó con su estómago contra el suelo. Se echó la capa encima y cerró los ojos. No le importaba cuantas dudas le habría dejado en la mente al hombre. Así le habían educado, para siempre dejarle espacio a un hombre de querer más de ella, de pensar que era inconquistable y cada vez que pensara que había conquistado algo, darle a entender que estaba lejos de ello.
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Mensaje por Noah Vie Ago 05, 2011 10:30 am

Habría esperado cualquier cosa, que lo intentase matar, lo despreciara, lo echara de la tienda o le tirará el vino encima. Muchas eran las posibilidades que tenía dentro de su cabeza, que carcomían sus pensamientos mientras le miraba con desconfianza. Sin embargo, cuando se poso tan cerca de él, de pronto todo el recelo que sentía para con ella desapareció, y ni siquiera tuvo tiempo de explicarse el porqué.

¿Qué…haces?.
– Quiso decir, pero su boca no respondía. Las palabras tan sólo se quedaban guardadas en su cabeza, más no salían emitidas fuera de sus labios.

Y es que, al segundo que su piel sintió el contacto con la de la chica, fue como si todo su cuerpo se desconectara de su mente. No le hacía caso, aunque sí podía apreciar sus… ¿Caricias?... se negaba a creer que fueran algo como ello. Sus manos eran tan calidas y al mismo tiempo, delicadas como aquella flor que había sostenido entre sus propias palmas. Escuchó lo que le decía en el más absoluto de los silencios, oyendo la forma en que lo insultaba y despreciaba su orgullo de guerrero; tampoco perdió de vista sus dedos, que se escabullían por su piel hasta llegar a su pecho. En sus ojos podía notar cierto rechazo, como si lo estuviese regañando por vivir la vida de un guerrero romano al servicio de otros. Dichas palabras en otra situación claramente no le habrían provocado la menor gracia, pero, a pesar que era consciente de que en sus venas la sangre le hervía lentamente por dentro de su cuerpo, no estaba totalmente seguro de si ello era producto únicamente cortesía de la furia.

¿Quién eres realmente…. – Se preguntó para sus adentros, manteniendo su mirada fija en los duros orbes con el violeta acrecentado gracias a las sutiles llamas del fuego. Y se percató que lentamente dicha vista tan despreciativa fue cambiando, suavizándose a medida que un pequeño calor se formaba a la altura de su corazón. - … Selene?

Mientras más tiempo pasaba con ella, más familiar le parecía a todos sus sentidos. Como si por un largo período hubiesen estado separados, alejados el uno del otro, pero no por ello se habían dejado de llamar al unísono, ni en los días más calidos de Egipto para ella, ni en las noches más gélidas del norte para él. Si bien era correcto que no tenía forma de saber si ella efectivamente lo había esperado, él en ese minuto estaba totalmente convencido que, sin siquiera saberlo, aguardó largas noches por su llegada. Que dicha mujer era la única capaz de despertar su furia verdadera, y no sólo eso dentro de su alma. Realmente, mientras se deleitaba con su suave y delicada voz, comprendió que tal vez esa mujer era el rival que había estado esperando, pero más importante aun, el ser especial que no podría alejar de su vida. Que quizás, permanentemente había estado con él, incluso sin la necesidad de conocerla ni saber su nombre.

Un dragón… - Fue lo que más permaneció en su cabeza de sus primeras palabras, y no podía dejar de reflexionar sobre aquello. –¿Yo soy… un dragón?

Contempló con incredulidad como el fuego púrpura aparecía en la mano de la muchacha, en silencio, y escuchó atentamente sus explicaciones. Su voz se había transformado en una canción, una tonada que calmaba la furia que en su cuerpo le daba la impresión deseaba despertar. No se cuestionó ninguno de sus dichos, ni tampoco el cómo habría hecho para hacer aparecer una llama. Todo su mundo se detuvo cuando el pecho de la mujer se apretó contra el suyo, y sus brazos lo rodearon en una especie de abrazo. Aquel estaba siendo el momento más pacífico de su vida, quizás el más tranquilo y, por cierto, relajante de todos. Lo disfrutaba. Le gustaba estar así con ella, y dado el estado en el que se encontraba, tampoco se recriminó el sentir sensaciones por ello. La llama los cubría, alimentándose de algo que estaba creciendo simultáneamente en los dos. Que aunque no lo decían, probablemente, sabían muy bien lo que era.

…. – No pensaba nada. En ese minuto, su cabeza no procesaba ninguna cosa, sólo escuchaba. Y su cuerpo, su espíritu, su atención… todo estaba puesto en la calida compañía de quien se llamaba Selene. Un nombre desconocido, para una perfecta conocida.

El tiempo parecía eterno en esos instantes. No le incomodó en lo más mínimo que la mujer posara su cabeza en su hombro. La habría abrazado con gusto y disgusto, pero su cuerpo todavía no respondía sus órdenes. ¿Estaba soñando? No tenía forma de saberlo. Pero en caso de estarlo, no quería despertar de ello. El calor que sentía emanar del cuerpo de Selene, era tan acogedor que hasta a su furia podía imponerse. Y entonces comprendió, que no la había podido matar, porque era la única capaz de provocar tanta rabia en su cuerpo, acelerar su corazón, y al mismo tiempo, darle una paz en el tormento que significaba ser una herramienta asesina. Que no era casualidad, que en un mundo donde sólo podía distinguir el blanco, el negro y la sangre, a ella pudiera verle perfectamente a los ojos y sentir la vida que había en ellos.

Cuando ella se alejó y se recostó en un rincón, todo el frío del norte volvió a su alma y su cuerpo lentamente comenzó a responderle. Le había dado dicho que se marchara, y su cabeza estaba dispuesta a aceptar esa orden, por lo que se puso de pie y comenzó a caminar.

Entonces la destapó, y sin darle tiempo a nada, apoyándose con las manos en el suelo, posó sus labios en la parte baja del cuello de la mujer. Una vez más, no sabía el porqué, pero estaba finalmente dejándose dominar por su cuerpo. Y no sólo por su cuerpo, precisamente. Desconocía si estaba despierta o no, pero ello no impidió que su boca permaneciera apegada a la piel bajo sus cabellos. Su aroma le encantaba…
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Mensaje por Selene Vie Ago 05, 2011 12:40 pm

Estaba soñando. Hacía mucho tiempo no soñaba… pero sabía que no podía ser verdad todo aquello. Egipto se veía maravilloso, todo resplandecía con todos dorados como la arena y ella estaba en medio frente al Nilo. Se retiraba la tiara en forma de serpiente del cabello dejando caer la peluca que tantos años cubrió su cabeza. Su pelo corto comenzaba a crecer mientras la ropa se le hacía añicos, jirones en llamas revolviéndose a su alrededor… pero ella no se quemaba. Todo a su alrededor ardía… los templos, sus joyas, su peluca, sus hermanos, sus criados, su armadura de oro hecha para la guerra, la espada de Alejandro Magno en sus manos… todo desaparecía, todo se volvía cenizas que bailaban a su alrededor. De sus ojos caían lagrimas, una tras otra, sobre el Nilo… todo se había esfumado menos el Nilo.

Haz que vuelvan Isis…

Hablaba sin voz, lloraba sin lágrimas. Se sumergía… dejaba que el agua limpiara su piel cenizienta. El ollín se escurría por sus muslos junto con el liquido que emergía de sus ojos… y justo cuando pensó que el agua la había cubierto por completo se dio cuenta… que no estaba bañándose en agua, sino en sangre.

Haz que pare… por favor… Isis… somos los hijos del Nilo… tus hijos...

No. No era sangre lo que la envolvía… eran petalos de rosas. Un rio de rosas rojas. Salió del mar de flores asustada, retrocediendo con cautela cuando una enredadera se enroscó en su tobillo enterrando sus espinas en su piel blanca que de inemdiato comenzó a escurrir sangre.

Es tu sangre la que queremos, no la de ellos… tu sangre nos da vida hija de la ira, madre de la Rosas…


Y su sangre emergió y cubrió al Nilo, así como las enredaderas la vistieron, y finalmente… se convirtió en una flor… una rosa… una única rosa roja en medio del desierto.

No…

Gimió asustada, dejando escapar un suspiro largo y pausado de pesar.

– No. No Egipto…
- Despertó con los labios de ese hombre jugueteando sobre su piel. - ¿Qué haces? – Le preguntó suspirando fuerte por la exquisita sensación que se albergaba en su cuerpo.

Volvió a cerrar los ojos y se dejó llevar por el estremecimiento suave que recorría su piel. Recordaba sus labios de forma violenta. Nunca había sido un hombre delicado con ella, ni ella con él. ¿Habrían cambiado las cosas de alguna manera con los años de espera? No lo sabía. No recordaba todo minuciosamente pero sabía que los recuerdos la tomarían nuevamente a medida de que estuviera con él.

Su cuerpo se sentía tan bien. Le hacía sentir por primera vez en la vida la necesidad de estar cerca de alguien, por siempre. ¿Sería eso lo que llamaban los hombres amor?

No… esto es lo que llaman lujuria… el amor para un espectro no existe.

Y teniendo eso en mente, sabiendo que cualquier cosa que pasara entre ellos sólo complicaría todo, susurró:

- No. Basta. Es suficiente.

Decirlo en voz alta fue una de esas cosas en la vida que hay que hacer pero que toda persona sabe lo mucho que va a costar. A pesar de que todo su cuerpo lo deseaba, lo necesitaba, su orgullo no se lo permitiría jamás. La hija de Egipto, Isis reencarnada, no se iba a entregar a un gusano Romano. Por hombres como él había visto arder Alejandría. Sin importar cuanta era la necesidad de estar cerca de él, no era a un hombre Romano lo que deseaba, y si alguna vez pensó en tener a Octavius como padre de sus hijos… la mera idea de que la tocara la hacía odiarse a sí misma.

- Ni si quiera se tu nombre…
- Ella sabía que se llamaba Noah. Lo dedujo por los números de su legión, sus estandartes, su armadura… todas esas pequeñas pistas le indicaban que sólo podía ser el General Noah. Vergilius se había convertido en Hades… sentía perfectamente dónde estaba. Breda había muerto. El único general que quedaba en el Norte se llamaba Noah. - … vete.

Pero lo más importante de todo aquello, no era el hecho de que fuera Romano, lo que realmente exigía el orgullo de Selene era estar con el Dragón de la Furia, no con un simple humano. Sus sentimientos se encontraban entre sus labios y su orgullo. No podía permitírselo, no era el momento para eso… haberle dado acceso a su cuerpo, a exigirla para él, la haría vulnerable, débil, patética. Los sentimientos humanos y de espectro chocaban unos contra otros dentro de su pecho y cerró los ojos con fuerza debatiéndose entre ellos… le llegaba a doler y su respiración se agitó. Pero cuando una cosmoenergía oscura terminó de cubrir su cuerpo era claro quién era el ganador de esa lucha entre el corazón humano y la estrella infernal de la Ira.

- No soy una mujerzuela con la que puedes divertirte una noche para olvidar que tu señor ha muerto y tu legión te ha abonado.
– Su voz dejaba de ser un susurro y volvía a tomar su imperiosidad. – Aléjate de mí Gusano.

Rodó hacia un costado y empujó al hombre con fuerza para establecer distancia entre ambos. Tomó la piel de oso y se tapó los hombros desnudos mirándolo nerviosa pero con agudeza, como si esperara defenderse de cualquier intento de fuerza que pudiese demostrar, después de todo era un Romano… forzase a sí mismos con mujeres era parte de su cultura.

tal vez estar ahí no era una buena idea. Tal vez se había equivocado con querer buscarlo y saber si la recordaba o no, exigirlo a su lado despues de que Orgullo le recordara por quien se volvía debil y patetica. Lo mejor sería que desapareciera de su vida de la misma forma en que había entrado...
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Mensaje por Noah Vie Ago 05, 2011 1:52 pm

Los ojos de Noah estaban completamente fijos en los de Selene, y no parecía tener intención de querer observar hacia otra parte. La chica se había escabullido de él y se encontraba en un costado de la tienda, refugiada entre la piel del oso y su intento de mirada penetrante. Sin embargo, aquello no era suficiente como para intimidar al hombre que tenía frente a ella, que parecía más decidido que nunca en esa situación.

El romano estaba con ambas manos en el piso y cargaba ligeramente el peso de su cuerpo contra su espalda, la que sostenía con los brazos. Sus piernas estaban dobladas y apenas lo separaba poco más de un metro de la mujer. Movió un poco la cabeza e hizo sonar su cuello, todavía silente y sin mostrar expresión facial alguna en su rostro. Excepto por sus orbes, que estaban ligeramente más brillantes que de costumbre. Cualquiera que los viera, podría asegurar que estaban cobrando vida propia, con aquella intensidad que de pronto los había invadido.


Ssss… ssss… ssss…. - Parecía querer decir una cosa, pero en vez de ello se quedaba en un ligero balbuceo que no paraba a ningún segundo.

Se incorporó, y en cuestión de segundos ya se encontraba de pie frente a la mujer. Hizo tronar sus dedos tan sólo con moverlos, y sus ojos comenzaron a brillar todavía más que antes, casi como si un rayo estuviese saliendo de ellos. Abrió ligeramente los labios y enseñó parte de sus dientes, a la vez que se saboreaba uno de sus colmillos con la lengua. Respiraba cada vez más profundo, agitado, y con una especie de ansiedad que lo hacía lucir muy furioso.

Tal vez no le había causado la menor gracia que la mujer intentara rechazar a sus deseos. Era un soldado, al fin y al cabo, y si había una característica que poseían los guerreros sin importar su nacionalidad, era el poco respeto que sentían por sus víctimas. Especialmente si se trataba de mujeres, las que eran consideradas verdaderos botines de guerra en medio de las batallas. Podría ser, que a sus ojos, estuviese visualizando justamente un preciado y tentador trofeo de guerra. Lo único seguro era que sus intenciones no podían ser buenas, puesto que su apariencia difería notoriamente de lo que podía implicar el ser amigable. En ese minuto, se veía mucho más amenazador y terrible de lo que se hubiese podido mostrar anteriormente a ojos de la mujer, y no parecía preocupado ni en una mínima parte por lo que esta última le estuviese diciendo.

Sss… sss… sss… - Seguía jugando con su boca y su lengua, moviendo sus dedos y respirando con una brutalidad poco habitual en él, que hasta ese momento se había dejado apreciar como un sujeto, independiente de sus arrebatos, calmado e indiferente.

Ahora era todo lo opuesto a lo que podía ser un hombre indiferente. Inclusive un idiota podría notar que no era normal la forma en la que observaba a Selene. Probablemente ni siquiera la miraba, sino que simplemente la estaba acechando. Era como un animal en busca de su presa, tentado por la idea de la idea de la cacería y del que su objetivo se resistiese. La excitación en sus gestos y especialmente en sus ojos, era casi tan clara como la llama que tenía a sus espaldas, detrás de la tela de la tienda de campaña. Dicha luz proveniente del exterior sólo contribuía a hacer todavía más tétrica y amenazante la figura animal del general romano, que no apartaba su rostro del de la mujer. Claramente la estaba analizando, pasando por encima de la distancia entre ellos, tal vez hasta imaginando sin la piel del oso sobre su cuerpo ni tampoco la ropa que la cubría debajo. Y de seguro, ella podría darse cuenta la ferocidad y autoridad con que la miraba, y deduciría muy bien cómo la imaginaba en su cabeza.


Hehh… - Exhaló un poco de aire, y cerró todavía más sus cejas en dirección a su nariz. Ahora se veía molesto, y dispuesto a lanzarse contra su presa en cualquier segundo. Al liberar su aliento, de paso, enseñó con más fuerza sus dientes y con ello permitió apreciar la similitud que poseía con un animal salvaje, al menos en los casos cuando se le veía fastidiado y de mal humor.

Poso un pie delante de él, y dio a entender que se acercaría. Sus ojos habían perdido toda su tonalidad y eran completamente blancos. En un pestañeo, cubrió la distancia que los separaban y entonces, se encontró justo por encima de la mujer. La miraba hacia abajo, de forma imponente y autoritaria, casi como quien veía a un ser inferior.


Sss… sss… - El balbuceo a través de sus dientes continuaba, aunque todavía no era capaz de pronunciar lo que quería decir. Estaba tan agitado y, en cierta manera, descontrolado, que no tenía la facultad para pronunciar ninguna palabra.

Con fuerza agarró la piel de oso, y la jalo con una rapidez y brusquedad que hasta para un soldado era demasiado. La lanzó detrás de él, y se quedó mirando a Selene por varios segundos. Al verla ya un poco más descubierta, comenzó a respirar más agitado, y no demoró mucho en alzar su mano de nuevo. Esta vez la había posado justo en la túnica con la que cubría su torso, justo bajo su mentón y a la mitad de su pecho. Apretó con más fuerza la tela, acercándola a él con lentitud, aunque la presionaba tan fuerte que daba la impresión que en cualquier segundo se la quitaría.


Ss… sss… sss ..

También se acercaba a Selene a medida que la tiraba, hasta que finalmente estuvo a un punto en el que le respiraba por encima de su rostro. Presionó con más fuerza la tela que la cubría…

Scar… lett… - Dejó escapar con furia y dificultad entre sus dientes.
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Mensaje por Selene Vie Ago 05, 2011 3:05 pm

Selene abrió los ojos ampliamente. La mirada de ese hombre la intimidaba, no se sentía en presencia de un hombre sino de un animal que en cualquier momento la iba a agarrar del cuello para desgarrarlo en vez de besárselo. Pudo haber dicho mil y una cosas para empeorar la situación y herirlo en su orgullo, humillarlo por haber sido rechazado por ella y cosas así… pero no lo hizo. Quedó completamente quieta, esperando, observando… hasta respiraba con lentitud para no provocar sonido innecesario que la distrajera del actuar de ese hombre.

No… no era un hombre. La cosmoenergía que estaba emanando de él, la forma en que se habían puesto sus ojos, no podía ser un simple hombre. Y al verlo, amenazador, el estómago de Selene se revolvió en cosquillas que se esparcieron por su cuerpo como un escalofrío. Hubiese querido sonreír… pero no se lo permitió. Haberse alegrado de verlo le hubiera dado satisfacción y no le iba a conceder eso. Sabía lo peligroso que era que estuviese emanando cosmoenergía en medio de la nada cuando ni si quiera sabía luchar. Si llegaba un enemigo más numeroso que ellos dos sería ella quien tendría que salvarle el pellejo.

Aún así, desde el suelo, sentada, cubriéndose con la piel de oso… el hombre se veía terrible, imponente… majestuoso. Mucho más alto y ancho de lo que antes había notado. La respiración de Selene se aceleró por la expectación de saber que estaba frente a él… que estaba frente al hombre que había esperado tanto tiempo… ¿Pero acaso quería que ese hombre tomara su título y se convirtiera en el Juez de Caína? De eso no estaba segura, pero esas preocupaciones por su bienestar se borraban de su pecho con cada latido de su corazón como si se esfumaran… tal como en su sueño en que se desangraba y sólo se convertía en una rosa.

Un rápido movimiento de su parte la despojó de la piel de oso, pero no hizo nada al respecto, ni si quiera pestaño, no dejó de mantenerle la mirada. Lo observaba retadoramente, tentándolo a que se atreviera a ponerle una mano encima. Si tenía que darle la paliza de su vida se la daría para ponerlo en su lugar. Ella podía ser muchas cosas pero no alguien que se iba a someter a la voluntad y poder de otro, por mucho que aquel hombre le diera cosquillas en el cuerpo.

- S…Scarlett está muerta. – Dijo con dificultad por el agarre fiero al que estaba siendo sometida, con un carraspeo en su voz. - Por la forma en que lo dices pareciera como si no me hubieses extrañado. – enunció con sarcasmo. Tomó su muñeca y la apretó para que la soltara. Le faltaba levemente el aire ya que él le apretaba con fuerza la ropa con que se había cubierto el torso presionando sus costillas. – Yo soy Selene.

Con su otra mano tomó la tela y rompió la porción que estaba sujetando el hombre. Un horrible agujero quedó justo bajo su mentón y entre sus pechos, pero no bajó su vista ni un instante. Sintió deseos de golpearlo, pero se limitó a mantenerle la mirada para mostrarle que aquel desplante de fuerza de voluntad no la intimidaba.

- Controla tu cosmoenergía, tarado. Te va a consumir completamente.


Permaneció en la misma posición mientras intentaba calmar su respiración. Apretó su puño preparándose por su tenía que golpearlo en cualquier momento. No confiaba en que aquel sujeto se iba a limitar a darle una cálida bienvenida. Cuando calmó su respiración… dejó escapar una leve sonrisa de admiración. Estaba genuinamente emocionada de sentirlo nuevamente, aunque desapareció tan rápido como apareció al Selene bajar finalmente el rostro.

- Nunca te he temido y lo sabes. – Dijo con frialdad y lejanía con un tono de voz amenazante pero frío... – Lo único que vas a conseguir de mí en este momento van a ser cicatrices, así que retírate por donde viniste. No nos tenemos que volver a topar por lo que duren nuestras almas vivas. – Su voz sonaba vacía, rosas aparecían a su alrededor, enredaderas que subían por la tienda abriendo sus capullos. La ira se hacía presente. – Entorpeces mi labor cuando te tengo cerca. Esta vez te mataré si te interpones en mi camino y labor para con Hades. No tengo problema en hacerlo... ya no estoy dentro de una mocosa impulsiva e imprudente sino de una mujer calculadora y soberbia. Matarte me daría el mayor de los placeres.

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Mensaje por Noah Vie Ago 05, 2011 4:25 pm

Las palabras de la mujer llegaron hasta sus oídos, pero no parecieron tener efecto alguno. Continuaba mirándola de la misma forma, sin retroceder ni un paso ni tampoco dejar de respirar de forma agitada. La mujer ya se había zafado de su agarre, rompiendo un parte de la tela que portaba sobre su cuerpo. Y apenas había hecho eso, se alejó de él y tomó posiciones defensivas. Claramente no estaba jugando al emitir dichas amenazas, pero parecía ser que al hombre de la mirada blanca no le interesaba en lo más mínimo lo que ella dispusiera.

Scarlett… - Volvió a pronunciar con frialdad y furia contenida, a la vez que las enredaderas aparecían dentro de la carpa de guerra y cubrían gran parte de ésta.

Subió la vista hasta las plantas recién crecidas y las observó, quitando su atención de la mujer que las había invocado. Lucía interesado en las rosas, y aquello se debía al simple hecho de que llamaban mucho, mucho su atención. En alguna parte de él, sabía que dichas plantas formaron parte de su vida y estaban muy unidas a su persona. A pesar de que podrían matarle, no tuvo miedo y levantó una mano, acercándola hasta el tallo de una flor e inmediatamente, cortándose por el filo de su espina.

Grr… - Gruñó levemente por entre sus labios, en una alusión al dolor que le provocaba estar presionado contra su palma la feroz y afilada parte de esa flor. Pero en vez de soltarla, simplemente se quedó allí, observando como de su mano salía mucha sangre provocada por el tallo de la rosa.

El suelo debajo de sus pies comenzó a temblar, saltando primero todas las piedrecillas que tenía en su interior la carpa. Luego le siguió un intenso movimiento de la carpa, de un lado a otro, para terminar con lo que de seguro era el retumbar de todo lo que tenía a su alrededor. Por otra parte, grandes cantidades de aire hicieron ingreso a la ubicación en la que se encontraban, haciendo que el cabello y la túnica del general se movieran bruscamente en diversas direcciones.

Scar… - Repitió con furia, volviendo su rostro a la mujer que yacía parada de manera firme junto a él.

Ahora la miraba con más mala cara que antes, mientras que pequeñas ráfagas de energía púrpura rodeaban distintas partes de su cuerpo. Unas aparecieron por sus piernas, otras por sus brazos, y un par más en su cabeza y torso. Lo cubrían en forma de espiral, danzando animosamente frente a la fuente de su nacimiento. Poco a poco su ropa se iba desgarrando en diferentes sectores, rajándose por la fuerza con la que el viento le rodeaba. Resultaba difícil poder adivinar si estaba consciente de lo que hacía y lo que no.

Su mano seguía apretando la espina, y la sangre se iba acumulando en su palma izquierda, para después chorrear por un costado hasta finalmente gotear hasta el suelo. Un pequeño charco del líquido vital del general se formó bajo sus pies.


Sca…arr…. – La voz con la que emitía dichas palabras distaba enormemente de la que había poseído el general romano. E incluso, se diferenciaba de cualquier otro tipo de entonación humana. Era distinta, era especial… era la voz de un dragón.

SCAAAAAAAARRRRRLEEEEEEETTTTTTT!!!!!!!!!!!!!!!!!! – Gritó con fuerza mirando el cielo, provocando que la carpa en la que estaban volara por los aires producto de la brutalidad con la que emanaba la cosmoenergía del guerrero. Su corazón palpitaba con muchísima fuerza, y todo su cuerpo expelía el aroma a peligro y furia tan tradicionales en aquel que descendía de la estrella inmortal del gran Wyvern. El cabello se le había empinado medianamente hacia arriba.

De seguro la mujer podría conocer esa posición de brazos. Lo que significaba el hecho de que él, extendiera sus dos brazos hacia los costados y abriera sus palmas, mientras la observaba con los ojos de un asesino. Las columnas de energías que bailaban por toda su humanidad habían crecido, transformándose en tan sólo tres serpientes que lo recorrían en espiral de forma paralela. Su cuerpo estaba brillando cada vez más, y con ello, su corazón se aceleraba a tal punto que era probable que en cualquier momento llegase a explotar.

Estaba ardiendo. Todo su cuerpo, toda la sangre que llevaba a través de sus venas y arterias, estaba ardiendo. Se podía ver en sus ojos la furia en su máxima expresión, a la vez que su boca se abría para enseñar los dientes de un verdadero dragón.
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Mensaje por Selene Vie Ago 05, 2011 6:09 pm

¿Por qué ese hombre siempre tenía que arruinar su ropa? Miró hacia su pecho pues sentía el frío del viento golpeándola cuando tiró hacia atrás su capa de oso. ¿Cuántas discusiones en el pasado habían tenido sobre aquello? Al parecer tenía cierta fascinación por hacerla enojar de esa forma. Habían llegado a pelear a muerte por ello, por simples sábanas. Así era su relación… extraña. Pero, no le daría el placer en esa ocasión de pelear por su capa de oso, a pesar de todo lo que se había demorado en despellejar al animal y hacerse el cobertor… por lo que prefirió el silencio.

Pero ni eso fue suficiente para calmar lo que ya había sido desencadenado. ¿Acaso ese hombre estaba tan desquiciado como para hacerlo? Selene abrió ampliamente los ojos, más de lo que estaban antes y por su mente cruzando mil ideas distintas hasta dar con la correcta.

No puede ser… esa es…

Nunca había visto esa técnica, a pesar de las veces en que ambos pelearon juntos o uno contra el otro. Recordaba su pequeña disputa en Caina, en la cual, ambos habían usado técnicas realmente de lo mejor y aún así, Noah no había utilizado la gran precaución contra ella. En cambio, Scarlett, no había dudado un instante en usar la rosa blanca en su contra y lo había derrotado, para luego humillarlo sacándole la rosa de su pecho, sólo para mostrarle quien era más fuerte. En ese momento le había prometido que jamás lo dejaría dominar.

Ella siempre había sido más rápida que él. Desde siempre… desde que lo recordaba. Su cuerpo pequeño le daba agilidad para moverse a una velocidad que él no podría alcanzar por mucho que lo intentase. En más de una ocasión se lo restregó en su rostro durante sus peleas constantes, pero parecía que él ya sabía eso. Contra el cosmo de un Juez de Caina, contra esa técnica que abarcaba todo el campo y de la cual no se podía efectuar movimientos evasivos, su velocidad no le serviría de nada. Con los puños y con las piernas… tal vez Selene le habría ganado, por ser más rápida. Pero… contra el cosmo… no tenía mucho tiempo para pensar en que iba a hacer.

- ¡Vete al diablo Wyvern! ¡No me importa matarte antes de que vuelvas al mundo! ¡Será todo un honor! – Alzó ambas manos y también elevó su cosmoenergía. El hoz de la ira apareció entre ellas y una esfera de color purpura empezó a formarse mientras las rosas a su alrededor brillaban en cosmoenergía para luego morir…

Su existencia en ese momento la irritaba. Que se hubiese aparecido a pesar de que ella había intentado hacerlo desaparecer por un tiempo más la ofendía. Era un insulto a su orgullo que estuviesen parados en el mismo lugar respirando el mismo aire… y su corazón se aceleró por ello. Golpeaba con furia contra su pecho retumbando en sus oídos, negándole la posibilidad de pensar.

Me hace débil… me hace una estúpida… igual que a esa mocosa… igual que ella… a quien llama. Gusano miserable…

Nunca antes la había atacado en serio, nunca, ni en los peores momentos de sus existencias y convivencias. Pero entonces… entonces… quizás… quizás el de verdad no hubiese podido vivir sin ella. Ahora, que estaba despertando al mundo luego de un sueño de cientos de años, tal vez le molestase su presencia en la tierra tanto como a ella le molestaba la suya y hubiese decidido acabarla y no volverse débil…

Pero Selene no le daría ese placer. Por sus venas corría la sangre de hombres grandiosos, de conquistadores que habían cabalgado junto con Alejandro. Nunca bajaría su cabeza ante él. No le pediría que abandonara esa locura, si quería borrar su existencia en el mundo tendría que hacer su mejor esfuerzo pero Selene no iba a bajar las manos, si tenía que efectuar la tumba del silencio lo haría, con todo su poder, con todo lo que ello implicaba, incluso destruirse a sí misma. Ya lo había hecho antes con Caina, la había destruido por completo en un arranque de Ira en una pelea entre ambos. Él conocía esa técnica, sabía la forma en que funcionaba, por lo cual se podría amedrentar… o sentirse afortunado de que la usara de nuevo.

La tumba del silencio… la rosa sangrienta… recibió ya esas técnicas. Pero nunca se defendió de la rosa Sangrienta… en esa ocasión él simplemente la recibió como si no le importase morir. ¿Sería posible que no pudiese detenerla?


Pero si lanzaba la rosa sangrienta, con ese cosmo espeluznante emergiendo de su cuerpo… había la posibilidad que se deshiciera antes de llegar a tocarlo. Como lo odiaba en ese instante.

La esfera sobre su cabeza retumbaba, mostraba golpes de electricidad y los arboles a su alrededor se fueron desnudando producto del viento que emergía de ella que botaba sus hojas. El suelo se fragmentó y ambos se hundieron levemente. Los terrones de tierra comenzaron a flotar a su alrededor mientras todo su cosmo, por completo, se iba sobre su cabeza. Era sólo cuestión de bajar el hoz de la ira y todo aquello acabaría. Se destruiría, sí, pero se lo llevaría con ella… ella y todo el bosque y quizás lo que hubiera más allá.

Si el plan era permanecer ocultos de la presencia del mundo, con dicho desplante de energía el plan acababa de ser arruinado.

No……

¿Qué era eso? ¿Qué estaba haciendo? ¿Ese era el poder de un pecado? Estaba incurriendo en los mismos errores que la habían hecho morir, sus impulsos incontrolables, sus arrebatos de niña… su orgullo desmedido ¿Pero si no tenía orgullo que le quedaba?

No dejaré… que un miserable pecado se imponga sobre la voluntad de la Reina de Egipto…

- ¡No! No..... ¡No! ¡Noooo!

Esa mocosa nunca pudo controlar su don, yo sí… yo sí podré… la ira no me dominará a mí, yo dominaré a la ira y me convertiré en lo que ella nunca pudo ser… viviré. Viviré… Y también lo hará él…

Y así, Selene dejó caer el hoz de la ira retirando sus manos de él y la esfera que se estaba formado sobre ella se disolvió en el aire dejando destellos blancos y purpuras… el sonido del hoz de la ira sono seco y metalico mientras los terrones de tierra a su alrededor caían pesadamente.

- Ya te dije, que no soy Scarlett...¡Llamaste a tu Scarlett para que se levantara entre los muertos pero no lo conseguiste! Yo no soy ella... soy mucho más fuerte que ella... – Dijo una vez más, mirándolo a los ojos con cansancio por el gran esfuerzo mientras su pecho subía y bajaba. – A mi no me va a dominar el pecado de la ira como lo hacía con ella… - Bajó los brazos, mientras rosas alfombraban el piso entre ambos. – Yo soy Selene…. Soy Selene. Y haré de la debilidad de Scarlett mi máxima fortaleza… ¡Adelante! ¡Nunca te he temido! ¡Ataca!



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Mensaje por Noah Vie Ago 05, 2011 8:36 pm

La tierra temblaba cada vez con más fuerza ahora que el poder del Pecado se estaba sumando al de Wyvern. Era bastante curioso observar como dos tipos de cosmos tan parecidos, podían estar enfrentándose el uno con el otro a ese nivel de peligrosidad. Más todavía considerando su relación, puesto que mientras por un lado se levantaba la furia, en respuesta aparecía la ira. Y ambos estados producían efectos muy similares en quienes las sufrían. Eran descontrol puro, quizás con distintas motivaciones para cada uno, pero seguían siendo la máxima expresión del poder aliada con el caos.

Una gran prueba de ello era el general romano. Con sus brazos extendidos en toda su longitud hacia los costados, las palmas abiertas - con una de ellas sangrante – y el cuerpo totalmente erguido, se aprestaba a lanzar una de sus más poderosas técnicas. O mejor dicho, una de las más devastadoras ráfagas de poder que pudiese lanzar el portador de la sapuris de Wyvern. No se podía decir que era de él propiamente tal, pero la postura de pelea claramente correspondía a dicho poder.

Por otra parte, la reacción de la Ira no se había hecho esperar. Sus ojos rebosaban aquel sentimiento que nacía del corazón, que era capaz de quemar el alma de los débiles y someterlos a un tormento que destruía desde el interior. Era realmente una rosa, pero no cualquier tipo de rosa, sino que una hermosa y envenenada. Incluso hasta para el general había resultado sorprendente ver cómo, bajo esa capa de belleza y fragilidad, se escondía la letalidad de un escorpión.

Quizás una diferencia notable entre ellos, era el hecho de la forma en que destruían. La furia se encargaba de arrasar con todo a su paso, sin discriminar formas ni colores. En cambio, la Ira era más selectiva, más silenciosa pero igual de mortal. Podría ser que en ello influyera la fortaleza mental de cada uno, y es ahí donde evidentemente Selene sacaba ventajas a Noah. Ella podía dominar su cuerpo, podía controlar sus pensamientos y la forma en que usaba su cosmoenergía. Su Ira estaba a sus servicios. En cambio, con el dragón parecía ser que las cosas iban muy distintas. Era una bestia, un animal suelto en busca de alguna presa. Estaba al servicio de la Furia.


Ggrrrr…. – Continuaba gruñendo al observar la contra ofensiva de la mujer, que no vacilaba en elevar sus poderes a tal punto de igualar los del salvaje romano.

La esfera sobre su cabeza llamó la atención de la bestia. La miró con atención, así como también contemplaba el arma en las manos de la muchachita. No estaba jugando, al ver que ya del general no quedaba ni una pizca de serenidad, estaba dispuesta a acabar con él, a pesar de que era bastante probable que al chocar ambas energías, sus cuerpos desapareciesen de todo el universo. En síntesis, si luchaban a esa distancia y con ese poder, el resultado estaba echado, los dos morirían sin apelación alguna.

Los árboles lloraban a sus alrededores. Las tiendas de campaña colindantes bailaban un poco, hasta que finalmente se sacudían lo suficiente como para permitirse el despegarse del suelo y volar hasta la acumulación de energía negativa por sobre la coronilla de Ira.

Wyvern no era menos, en todo caso. En respuesta a la técnica que planeaba ejecutar la mujer frente a él, había empezado a acumular una grotesca cantidad de cosmo en su interior. Miles de rayos microscópicos lo rodeaban, salían del centro de su frente y se liberaban por todo su cuerpo. La tierra temblaba con fuerza bajo sus pies y el viento se descontrolaba más y más por su presencia.

De pronto, pequeñas ondas de energía fueron naciendo a los pies de Noah. Ya había dado inicio la legendaria técnica capaz de arrasar con todo a su paso. La cuenta regresiva para el final estaba comenzando, y con ello, el cierre de sus vidas era prácticamente inminente a esas alturas, en las que parecía que ninguno cedería en su obstinación y orgullo.

Fue ahí cuando ella dejó caer su hoz y al instante, toda la potencia acumulada por su habilidad de manejar la energía oscura desapareció. Sin embargo, el cansancio en su cuerpo era notable y sólo su mirada se mantenía en pie, desafiante, e increíblemente controlada. Efectivamente, la ira estaba a sus órdenes.

No obstante, al guerrero del Imperio le molestó que ella bajase los brazos, o por lo menos aquello debió haber influido, puesto que de pronto se tomó la cabeza con sus dos manos, a la vez que su energía se disparó hasta límites que no podía soportar.


SCAAAAAAAR!!!!!!! - Gritó con un dolor que le desgarraba el alma, y bajó la vista por varios segundos.

El terreno no dejó de sacudirse, no hasta que, poco a poco, volvió su mirada hasta la mujer. –
Se…le….ne…. – Pronunció con voz baja, descendiendo los brazos y finalmente cayendo arrodillado al piso. Un detalle curioso, era el hecho de que no parecía ser él quien susurraba dicho nombre.

Sele… Selene… - Repitió con el tono del general romano, sumado a un cansancio colosal que provocaba que su voz se escuchase muy, muy forzada.

El sudor le recorría todo el cuerpo, la cabeza estaba a punto de estallarle. No estaba consciente de todo lo acontecido, pero, al mirar unos pies frente a él, subió la vista y miró a la mujer de cabellos negros. Fue cuando su rostro se volvió serio, y a pesar de sentirse totalmente destrozado, se levantó con entusiasmo y se posó cara a cara frente a los ojos de su protegida.

Tú…. – Pronunció jadeante, levantando el pecho con cada respiración. Se acercó un poco más a donde estaba, miró su mano sangrante, cerró los ojos por un segundo pero finalmente, retornando sus ojos para con los de ella. – Prepárate… nos iremos dos horas antes del amanecer.

Le dio la espalda, pero antes de caminar, agregó. – Cierra tu boca, ve a mi tienda; hay una cama, agua y vestimenta. Haz lo que debas hacer. – Pronunció con imponencia. - Una palabra y te mato… no tengo intenciones de oírte por ahora, sólo hazlo….

Su tono sonaba frío y agotado. Le costaba caminar, pero se las arregló para avanzar entre la oscuridad y perderse por entre el desorden que eran las tiendas.

Cuando ya estaba seguro que no podría verle… cayó desplomado al piso, respirando con toda la capacidad que sus pulmones aguantaban. Nunca antes había sentido tanto dolor.

¿Qué…. pasó?. – Se preguntó antes de quedarse inconsciente.
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Mensaje por Selene Vie Ago 05, 2011 9:38 pm

El pecho de Selene subía y bajaba, subía y bajaba… sus manos tiritaban, sus brazos se sentían apaleados y sus músculos desgarrados. Nunca había podido controlar a la Ira, jamás… era la primera vez que lo había logrado. El hoz de la Ira brillaba a su costado, frío, defraudado… aún es podía ver como ondas de energía aparecían y desaparecían del filo de la hoja como choques eléctricos que no llegaban a nada.

Su corazón latía tan rápido que pensó que iba a morir. Haber reunido semejante nivel de cosmoenergía en su cuerpo… haber alcanzado el séptimo sentido y haberse controlado para no utilizarlo la había dejado destrozada por dentro y por fuera. No le dijo nada… sólo lo observó marcharse.

Lo odiaba. Lo odiaba de verdad en ese momento. Odiaba que se hubiera ido… odiaba que la hubiese vuelto a amenazar, odiaba que no viera lo que había hecho por él… que había controlado a la Ira por él. Su corazón se lleno de amargura y la reprimió, con la soberbia y la dignidad de una gran dama y fría como el hielo se dejó caer de rodillas para descansar. Pero ni si quiera eso le servía en ese instante. Hasta sus rodillas le fallaban y perdió el equilibrio cayendo hacia un costado.

Se golpeó el rostro con fuerza, por el peso muerto… sintió el golpe… pero no se quejó. Le dolía más el resto de su cuerpo. Cuando comenzó a sentir que la sangre le empapaba el rostro abrió los ojos y vio una fina capa roja en sus pestañas. Temblorosa, acercó su mano a la frente y notó que había una herida, justo en la derecha arriba de su ceja. Se sintió tan frustrada de aquello que con gusto habría llorado. Pero en vez de eso, cerró los ojos. No supo cuanto habría pasado… si 1 minuto, 10, una hora, u dos… pero cuando despertó sintió un calor en su estómago que la mantenía despierta.


- ¿Cheshire? – Preguntó.


Miau.. Grrrr….
– el gato ronroneó calmado. Estaba tapada con la capa del oso y al parecer le había hecho compañía manteniéndola caliente durante la noche.


- Bien hecho... – Dijo mientras se sentaba y sentía su cara pegajosa de sangre. Llevó una mano a su frente y sintió el tajo que tenía ahí. Quizás si hubiese tenido sus cosas se habría podido sanar, pero hacerlo a base de flores requería tiempo, calor y paz… y no tenía nada de eso en aquel instante.

La inútil de Astrid podría haber solucionado esto… sana mejor que yo.


Cuando subió la mirada se dio cuenta que habían destrozado el lugar. Parecía como si hubiese caído un gran meteorito alrededor de ella… ya no quedaba nada. Sólo tierra quemada. Se rascó la cabeza un instante pensando si quería realmente estar cerca de ese sujeto o no. Comenzaba a sentir nostalgia de estar en un lugar cálido, donde se sintiera en casa…

- ¡Sid! – Gritó en voz alta. Teletransportandose frente a ella apareció una graciosa criatura. Era el gemelo de Stern, la mascota de Astrid. Maravillosas criaturas eran que contaban con el don de la teletransportación. – Trae mi caja… la cajita de madera con una rosa tallada… la pequeña.

El animal cerró los ojos y movió su cola y con suavidad frente a Selene cayó lo que había pedido. Sin pensarlo lo abrió y sacó una pipa. Conocida era el Egipto el agrado de la reina de fumar bayas de mandrágora. Pero hacía bastante que no se sentía lo suficientemente angustiada como para hacerlo. Puso algunas bayitas en la pipa, prendió fuego y aspiró, tosió, aspiró, tosió nuevamente y volvió a aspirar. Se tocaba la frente sin parar, pero repentinamente le dejó de importar y cayó nuevamente al suelo… soltó la pipa de su mano y se quedó mirando el amanecer mientras Cheshire le lamía la mano intentando reanimarla. Al menos… la mandrágora le evitaba sentir el cumulo de odio contra Wyvern que había experimentado desde que había abierto los ojos. Su cara estaba manchada en sangre, y por lo demacrada que se sentía ,dudaba que hubiera belleza en ella en ese instante...

Había arruinado su cabellera por él. Había arruinado su ropa por culpa de él. Y ahora, llevaría una cicatriz en su piel inmaculada... por él. ¿Para qué? No tenía respuesta a ello aún.

Deseaba irse de ahí... se sentía completamente fuera de lugar y estúpida... humillada. Lo haría... cuando tuviera fuerzas para ponerse en pie.




Selene
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Dama del Pecado
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Mensaje por Noah Sáb Ago 06, 2011 2:05 pm

Esta vez no había soñado nada. Simplemente tenía la cara apoyada contra la nieve cuando despertó y se vio quemado por el frío. Sus manos estaban rojas, lo mismo ciertas partes de su cuerpo que se podían divisar a través de la túnica rajada. Estaba tiritando, aunque no estaba seguro que fuese por la intemperie. Lo percibía más como un dolor intenso por toda su humanidad, varios millones de golpes intensos que repercutían bajo su piel – que bien se podían asemejar a la electricidad, pero dado el hecho de que jamás había tratado con ella, desconocía la sensación. – y no dejaban de arderle.

Maldita sea…
- Refunfuñó intentando ponerse de pie, pero las piernas las tenía tan fuertes como un pedazo de papel. Apenas y podía ajustar su mirada para observar lo que tenía al frente. – Cuerpo de mierda… respóndeme…

Apoyó sus dos manos en una tienda y se aferró hasta poder ponerse de pie. La cabeza le dolía de tal forma, que se la habría cortado sin siquiera dudarlo.

Tengo que encontrar mi tienda... – Exclamó con dificultad, pestañeando reiteradamente para despejar su visión y así no perder tantas energías al avanzar.

El viento gélido del norte golpeaba en su rostro y lo besaba con la intensidad del ártico. La piel de su cara estaba totalmente petrificada, con los labios partidos producto del molesto frío. Sus parpados le pesaban una enormidad, puesto que estaban empeñados en cerrarse de nuevo y no querer abrirse más. Y así, se podía seguir enumerando como todo su cuerpo conspiraba en su contra, protestando a través del dolor y el cansancio porque él no reposaba como debía.

Atravesó el caos que era el campamento y llegó hasta su propia carpa de guerra. No tenía daños considerables, producto de la lejanía con la zona de toda la catástrofe - la que por cierto, no se explicaba y en la que ni siquiera quería pensar. -, por lo que se adentró en ella sin mayores problemas.

Estaba contra el tiempo. Sin el ejército tendría que tener más cuidado para avanzar, ya que sabía que las hordas bárbaras acechaban por todas partes. Si bien podría escapar cabalgando por las laderas de las montañas, sería un arma de doble filo el exponerse a las condiciones climatológicas que implicaban el recorrer dicho trayecto. Los parajes de los cordones montañosos eran una de las principales causas de la perdida de hombres romanos. El frío golpeaba el triple de fuerte en esos sitios, y las criaturas de la naturaleza no eran para nada amistosas por esos lugares. Matar un oso era una cuestión fácil, a comparación de poder liquidar a una veintena de ellos en un espacio reducido. Ni hablar de lo complicado que podría ser tratar con lobos, los cazadores del hielo por experiencia, que parecían tener una extraña fijación para con los romanos. Muchos hombres habían muerto producto de que habían sido acorralados por jaurías completas de aulladores.

No obstante, el mayor peligro de todos era el simple hecho de seguir compartiendo con esa mujer. Ya nada tenía lógica a su lado, nada de lo que él consideraba coherente seguía la línea estando con ella. Y él no estaba ajeno a dicha excepción, puesto que a pesar que continuaban sus deseos de arrancarle la cabeza, podía notar como se sentía al estar lejos de ella. Era una sensación rara, desconocida a todo lo que había percibido antes con otras personas. Ni siquiera por el Emperador había desarrollado esa especie de dependencia obsesiva de permanecer a su lado. ¿Algún día entendería el motivo? Esperaba que así fuese, o de lo contrario, lo más seguro es que caería al abismo de la locura antes de que la noche volviera a cubrirlos.

Se preparó para la batalla. Volvió a lavar su cuerpo y, esta vez, se puso una armadura totalmente distinta a la usada anteriormente. Ya su título de general no corría con vigencia, por lo que esgrimir las espadas en nombre de un Imperio que no lo representaba sería descuidar su propio orgullo como guerrero – que ya bien magullado se encontraba, por lo demás – y como ser libre. No era una herramienta de nadie, y sólo obedecía a sus instintos. Por tanto, su armadura sería aquella que había conseguido de un rival especialmente particular en el norte, negra por completo salvo por su capa roja.

Guardó parte de sus objetos más preciados en una bolsita de cuero y la amarró, para después proceder a colgársela de la cadera. Todo aquello que lo identificaba como un general romano quedó en la carpa, ya no lo necesitaba. En el minuto en que sus tropas lo habían dejado, también había dejado de existir el general Noah. Ahora, tan sólo era un hombre errante sin nombre. Un gusano, como le decía Selene. Pero uno que no volvería a agachar la cabeza por ningún hombre, por el resto de lo que durase su existencia. Se arrodilló por última vez frente a la imagen del águila dorada al lado de su cama. Aquel era el único recuerdo que poseía de su difunto señor. Y tras largos segundos en los que el silencio se apoderó de él, salió de la carpa no sin antes dejar toda su vida atrás junto a ella.

Le prendió fuego con una antorcha, y observó por unos cuantos segundos como las llamas consumían todo lo que él había sido hasta ese minuto. En su rostro no se podía divisar absolutamente nada, era una tumba. Quizás, al renunciar al ejército romano, también había renunciado a su vida. Tendría que aprender a vivir de nuevo.

Fue a por su caballo y le quitó la decoración romana. Tan sólo lo dejó con lo necesario para poderlo montar. Acto seguido, se subió a él y cabalgó por el campamento en busca del único ser que podría darle una guía, una pista de cómo tenía que existir de ahora en adelante. Ella, era la única que conocía algo de él, que no tenía nada que ver con Roma y ser un general. Por consiguiente, dentro de su cabeza, en la mente de Selene, estaba la llave para darle sentido a su existencia.

Mujer… - Exclamó con voz seria, observándola desde el caballo con rostro serio y mirada un poco rabiosa. – Nos vamos.

No pudo evitar levantar una ceja al verla fumando, aunque claramente no estaba consumiendo un producto habitual. El aroma en el ambiente era extraño, no le gustaba, lo irritaba de sobremanera.

¿Qué rayos estás haciendo ahora?. – Preguntó, provocando que el caballo caminase hasta posarse frente a la muchacha del pelo negro. Suspiró, cabreado. – No tengo paciencia para esto. – Pensó. – Pero debo hacerlo.

¿Qué es lo que fumas?. – Consultó con una genuina curiosidad, aunque sin poder apartar de su rostro la expresión de desapruebo. Tampoco es que quisiera fingir que le agradaba el humo. - ¿Estás lista? En poco tiempo amanecerá, dudo que quieras estar aquí cuando eso pase.

En caso de que el sol alumbrara el campamento, estarían perdidos. Los bárbaros atacaban siempre de la misma forma: Una hora después del amanecer. Pero se preparaban con anticipación para ejecutar sus golpes. Por ello es que “Noah” quería largarse de ahí cuanto antes. Dudaba que estuviesen siendo rodeados en ese minuto, pero la certeza de que si no lo estaban, pronto lo estarían, lo irritaba tanto como el humo que salía de la boca de la muchacha.

Iba a ser un largo, muy largo viaje.
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