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Mensaje por Octavius Vie Mayo 13, 2011 11:55 pm

Offrol://


Viaje al pasado.

Capítulo:Uno.

"El último suspiro del batallón legendario."

Onrol://

De pronto, todo el frío que envolvió en su momento tanto a Octavius como a Sophia se materializó frente a ellos, dando por resultado una fuerte tempestad de nieve. Algo que habría provocado grandes consecuencias en la delicada y además en ese momento casi desnuda hermana menor de Fye, pero una especie de barrera la cubrió en ese segundo y luego procedió a envolverle, separándola tanto a ella como a su primo del árido y crudo clima que en ese instante se estaba desatando.

Bienvenida a Germania… supongo que no estás acostumbrada a salir de Roma.

La voz del general romano sonaba bastante tranquila, pero sin perder un cierto toque que combinaba el misterio, la nostalgia y la seriedad. Seguía con su mano en el cabello de la mujer, pero la quitó en el segundo en que frente a los dos se levantaba un panorama muy curioso y desde luego, bastante enigmático.

Ni menos a presenciar lo que verás ahora…

Sin moverse, el hombre le indicó que atrás de ella existía algo notable que estaba esperando ser visto por sus ojos. No la aparto, puesto que no deseaba obligarla a nada a menos que estuviese lista para actuar por su propia cuenta. Después de todo, sería un largo viaje…

En su espalda, rodeándoles por todos lados, tenían bastantes árboles de considerable altura llenos de nieve y con sus hojas claramente quemadas por las bajas temperaturas. La tierra en el piso, el cual por cierto no alcanzaban a tocar producto de la barrera anaranjada en forma de esfera que los cobijaba, lucía prácticamente muerta. Totalmente oscura y con pedazos arrancados por todos lados. Sin rastro de que pasasen muchas personas o animales por esos sitios. Desde luego, la soledad estaba impregnada en todo el paisaje a su alrededor. Al frente por otra parte tenían un gran acantilado, revelándose entonces que los dos se hallaban ubicados en una altura bastante imponente, la que les daba una visión periférica y abundante de todo el valle bajo sus pies.

Un cuervo que sobrevolaba la zona pasó justo por encima de ellos a gran velocidad, prácticamente rompiendo el aire con su vuelo y dejando por sobre sus cabezas el sonido de sus plumas chocando contra el seco y desaliñado aire del invierno eterno que poseían las tierras bárbaras. No obstante, su graznido fue lo que más eco provocó, esparciéndose no sólo arriba de sus coronillas, sino que también por todo el gran valle que tenían en su horizonte.

A pesar de que un enorme bosque era el panorama que predominaba allá abajo, no era el único que llamaba la atención ni tampoco lograba opacar al resto de elementos del medio ambiente. Si se observaba con claridad, se podían observar diversos ríos blancos; rocas gigantes que parecían monumentos; caminos que daban vueltas por distintas partes del bosque; colinas y destacando en ellas, diversas cantidades de carpas y construcciones que evidentemente debían ser humanas.

Por un lado estaba la parte que, si Sophia estaba atenta, podría diferenciar como el campamento romano. Perfectamente alineado y ordenado, con sus carpas en filas y una mayor al centro, en la que seguramente era la que ocupaba el hombre a cargo de todo el regimiento en cuestión. Pero si era aún más cuidadosa, podría diferenciar que esa legión no era otra sino que la más legendaria, llena de proezas y recordada desde los pasillos del senado hasta las mugrientas calles de la plebe: la legión del general Octavius…
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Mensaje por Sophia Mar Mayo 24, 2011 12:46 am

Todo parecía ser un sueño. Estaba como flotando y podía ver hacia abajo todo lo que ese hombre que se hacía llamar como Octavius le quería mostrar. No tenía miedo. Pero sinceramente pensaba que todo eso sólo podía ser un muy mal sueño del que quería despertar. No se sentía cómoda con ese sujeto, a pesar de que decía ser Octavius sus ojos en sangre la asustaban y la hacían desear no estar ahí… estar muy muy lejos de vuelta en Roma, con su hermano Gelum… con su hermano Fye.

Todo a sus pies era irreal. Un mundo que sólo había conocido a través de los cuentos de los soldados que a veces pasaban por su casa, de las cartas de Vergilius y de los libros que algunas veces había leído. Pero ahora que podía ver todo aquello que alguna vez tan sólo había soñado, se arrepentía de haber deseado tantas veces estar lejos de Roma.

- ¿Por qué me traes acá? ¿Qué es lo que quieres que vea?

Los ojos de Sophia mostraban un profundo respeto que se podría haber mostrado como un miedo reverencial. No había en ese hombre ni una pisca de lo que recordaba de Octavius. Ese sujeto no la hacía sentir segura, ni protegida, ni mucho menos amada. Quería estar lejos de él.

Sostuvo con fuerza el chal que aun cubría su torso. Se sentía incomoda de estar desnuda ahí, flotando en el aire junto con un hombre. Era una dama después de todo y su desnudez era algo sagrado reservado sólo para el hombre que la hiciera una mujer de verdad y la tomara como esposa.

Miró con cuidado el campamento romano a la distancia esperando… que era lo que Octavius quería que viera.

- Así que ahí pasaste tu vida tanto tiempo Octavius… mientras Vergilius, Lydia y tía Helena rezaban por tu regreso… - Sophia parecía perdida en aquel recuerdo, concentrándose en los detalles del paisaje, intentando ver lo que Octavius quería mostrarle.
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Mensaje por Octavius Dom Jun 12, 2011 11:10 pm

El hijo del emperador Romano miraba con tranquilidad hacia el paisaje que estaba frente a sus ojos, recordando con cautela todos los acontecimientos que había vivido allí hacía ya tantos años. Ya no tenía mucha certeza de cuánto tiempo había pasado, pero si sabía que ese hecho había marcado para siempre no sólo el curso de su vida, sino que también el curso de la vida de todos aquellos que alguna vez sintieron cariño por él. Y entre ellos, claramente, debía contarse a la hermosa e inocente muchachita que estaba a su lado…

Ten paciencia… pequeña.

Su voz sonaba calmada y pasiva, a la vez que su cabeza se volteaba para verle directamente a los ojos. Podía notar en ella la inocencia de un alma que siempre se preocupaba por los demás, y que en sus mejillas, yacían todavía impregnadas las marcas del camino que recorrieron todas las lágrimas que había derramado por él una vez que se supo la noticia de su supuesta muerte. Por lo mismo fue que acercó, aunque sin poder evitar que pareciera algo mecánico, su mano hasta la mejilla de su prima y la acarició como tantas veces lo había hecho antes. Aunque de seguro sus manos, ásperas y duras, producto de las constantes batallas en su carrera como soldado, hacían que aquella caricia no fuera precisamente algo muy agradable.

El silencio del ambiente se mantenía por largos minutos, en los que Octavius luego de brindarle un poco de cariño a su acompañante, fijó su vista en el horizonte una vez más y espero de manera cautelosa. Recordaba con exactitud los detalles de la batalla, o eso creía él, pero estaba dispuesto a verse sorprendido si es que aparecía algo que no podía rememorar dentro de sus recuerdos. Al fin y al cabo, había estado tanto tiempo con perdida de memoria, que muchos detalles de su vida todavía permanecían rajados, y no lograba unir por mucho que lo intentase.

Así es Sophia. Aquí es donde estuve todo ese tiempo que ni tú ni nadie podían conocer mi paradero con exactitud. – Asintió con tranquilidad el gran hombre de guerra, dejando notar que su voz sonaba extrañamente pasiva, como si estuviese en la más grande calma posible. Algo que no dejaba de ser curioso, puesto que al frente tenía uno de los recuerdos más duros de toda su vida. No cabían dudas de que era un verdadero guerrero, y que sin importar lo que tuviese al frente, nunca perdía la calma. Y además, siempre había existido una relación especial entre el campo de batalla y él, casi como un romance oculto y enfermizo. Por ello mismo, era que podía pararse con total seriedad y pasividad ante este tipo de cosas, sin siquiera sentir un atisbo o chispa de miedo, intranquilidad o ansiedad. Ello era para los inexpertos, los pueblerinos, los de clase alta y los soldados que no comprendían la lógica de la batalla. En cambio para él, que sabía que una de las virtudes más grandes que podían existir en la guerra eran la estabilidad, le era sumamente sencillo permanecer quietos y con una paz tanto interior como exterior que bien podría abrumar al que estuviese su lado.

Y dime… ¿Acaso tú no rezaste por mi regreso cuando me encontraba de campaña?- Preguntó con el mismo tono, aguardando los minutos para la venida de la escena que ansiaba que su prima viera con sus propios ojos.

Esos orbes dulces que, quizás, eran los más puros de todo el mundo, puestos en los rostros de la chica más buena que alguna vez él había visto, y vaya que sí había visto lugares en todas sus campañas.

Pero de pronto… un gran sonido, producido por algún instrumento de viento desconocido, irrumpió desde los bosques. Los pájaros volaron de inmediato hacia el cielo, graznando con mucha fuerza mientras alzaban el vuelo. Y el mismo hombre fijó su atención en ese punto, entendiendo que el momento estaba ya cada vez más cerca…

Estás a punto de conocer la verdad de la vida… así que abre bien tus ojos. – Le informó a su pequeña acompañante, como una forma de prepararla pero sin adelantarle muchos detalles.
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Mensaje por Sophia Lun Jun 13, 2011 11:23 am

Sophia no dejaba de mirar el ambiente. Estaba tan sumergida en el que el chal con que se tapaba el cuerpo se deslizo con calma hasta su vientre desnudando su torno. No le importaba, estaba en un sueño, no había forma de que aquello fuera real. Sabía que era un sueño, se lo decía una y otra vez en su mente. No le importaba que la brisa rozara sus senos si que Octavius la estuviera acariciando. Eso no era real, Octavius estaba muerto, ella estaba muerta, todo a su alrededor había muerto desde que Vergilius le había gritado que la odiaba.

Pero a pesar de ello, ella aun estaba ahí. Su corazón hecho trizas seguía latiendo y no había realmente muerto. Podría haber desaparecido muchos de sus sueños y todo se podría haber vuelto más que inalcanzable para ella ahora, pero seguía en la tierra, estaba viva, respiraba… tal vez… tal vez…

Era la posibilidad de nacer de nuevo.

- Tu familia le ha hecho tanto daño a la mía Octavius… - Se escuchó susurrando mientras sentía como sus dedos recorrían sus mejillas pálidas por el asombro y la pena. – A pesar de que realmente no debería haber los tuyos, los míos, sino… los nuestros. Vergilius y Tú se han encargado una y otra vez de herir a Fye, Gelum y a mí. ¿Por qué? ¿En qué momento se volvieron tan distantes y sus corazones se endurecieron de esa forma?

Su mirada estaba perdida. No pensaba realmente en nada. Cuando un corazón pierde su felicidad no piensa en nada. No siente nada. Simplemente late por obligación, no porque quiera seguir haciéndolo.

- Alguna vez fuimos todos felices juntos en Roma y el valle… ahora, si mi hermano decidiera levantar un ejército contra Vergilius ni si quiera me inmutaría, permanecería a su lado.

Miró el ejército bajo sus pies. Su cabello se mecía de vez en cuando cubriendo y descubriendo sus senos. Parecía ajena a ello, no le importaba… era un sueño, sólo podía ser un sueño.

- La familia esta primero. Mí familia. Fye y Gelum son lo único que tengo....

Cerró los ojos y dos lagrimas cayeron al piso. ¿Si era un sueño por qué dolía tanto?

- Claro que recé por ti, como recé por Vergilius, como cuide de Lydia cuando decidieron hacer de ella una huérfana en vida.
– Dijo, las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. – Pero debí rezar por que no volvieran jamás, al menos, habría quedado en mi corazón el recuerdo de grandes hombres de honor y lealtad, no de cobardes como lo son tú y Vergilius. Son indignos… de llevar el nombre Juliai.

Apretó los parpados, los apretó con fuerza. Quería despertar, quería volver a casa, estar con Gelum, desenredarle su hermosa cabellera plateada con los dedos y decirle 10 veces que lo amaba, que era el único hombre al que siempre amaría sin importar nada.

- Y aun así mi corazón los ama, los ama desenfrenadamente, no ha parado de amarlos ningún segundo a pesar de todo lo que me han herido… - Tapó su cara con las manos, su pecho subía y bajaba pues estaba conteniendo el llanto. - ¿Por qué mi corazón es distinto al de los demás? ¿Por qué no puedo odiar o querer lastimarlos? ¿Por qué siempre tengo que ser tan débil?

No abría los ojos. No lo deseaba, no lo iba a hacer. No estaría dispuesta… quería despertar, quería volver a la calidez de su hogar, a su cama, a los campos en los que había crecido y amado.

- No abriré los ojos, déjame despertar… quiero despertar.


Por favor... salvame... sacame de aquí... quiero despertar...
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Mensaje por Octavius Mar Jun 14, 2011 3:25 pm

El general romano escuchó una vez más las palabras de su joven prima, pero esta vez sin molestarse a voltear para verle su rostro. La verdad es que ya le parecía curioso la forma en la que estaba actuando, e incluso dudó por un instante en si la salud mental de Sophia sería la óptima dados los acontecimientos que había sufrido anteriormente. Tal vez no estaba lista después de todo, pero ya era muy tarde como para echarse atrás con su decisión.

Que sea lo que los dioses quieran… - Susurró con algo de ironía, pero al mismo tiempo, sinceridad.

El sonido estremecedor del instrumento de viento que hizo escapar a las aves y mamíferos del bosque, continuaba alzándose con mucha fuerza por todas partes. Era como si una enorme avalancha estuviese aproximándose en ese segundo, una capaz de desatar toda su furia e ira sobre lo que sea que estuviera al frente. Naturalmente, lo que estaba en su objetivo no podía ser otra cosa sino el campamento romano de Octavius y sus soldados romanos.

Hahahahaha… hablas con mucha elocuencia sobre tus hermanos, eh? Si piensas que yo y Vergilius somos unas ratas, lo cual es cierto, también deberías pensar que ellos lo son.
- La verdad es que el tema le hacía bastante gracia, y no dejaba de sorprenderle lo fiel a las tradiciones romanas que era Sophia. Sin embargo, por mucho que pudiera hablar, tampoco podía ocultar aquellos mismos sentimientos que él había sentido antes de ir a verla. Sensaciones que, por supuesto, estaban lejos de ser lo que salía de su boca en esos instantes. – Sabes muy bien como son las cosas en Roma, Sophia. – Complementó esta vez un poco más serio y frío, de pronto, distante para con ella, al igual que lo eran aquellas frías y gélidas tierras germanas. – Has estudiado la historia, no? En ese caso… verás que Roma se reduce a tan sólo dos palabras… y qué es lo que en verdad está primero para todos los habitantes de esa ciudad…

El sonido de unos tambores revoloteando a lo lejos, indicaban que el azote de los germanos estaba más cerca del campamento romano. Así mismo, los primeros caballos de vigía puestos por el joven general Octavius sobre las colinas, se devolvían hasta las carpas anticipándose a la venida de los condenados por el Imperio.

Poder… y…

E inmediatamente, justo después de cruzar las fronteras impuestas por el asentamiento en nombre del César, es que la respuesta de los enviados del águila mayor no se hacía esperar ni un segundo. Las trompetas de guerra, fabricadas justo en el pequeño poblado conocido como Catarsis, al sur de Roma, sonaron con una intensidad demoledora pero sobretodo, gloriosa. Tal cual como lo haría un ave que se apresta a emprender el vuelo hasta alcanzar el cielo, y lanza un graznido para ahuyentar a los malos presagios.

Odio, Sophia. – Sentenció con categoría, dándole a entender a su prima que no estaba bromeando ni tampoco era una mentira. – Poder y odio, mucho odio. Eso es lo importante para todos los seres que alguna vez amaste…y para todos los habitantes de Roma.

De pronto, irrumpiendo en las alturas montando en un gran caballo blanco, apareció con el sol a sus espaldas. Glorioso, en todos sus aspectos. Representando al reino de su padre, y del padre de su padre, y de todos sus antiguos ancestros. Y a todos los habitantes que dependían de él en ese minuto. El hijo mayor del emperador, y quien en su segundo representó la mayor y única esperanza para toda la nación en ascenso…

Pero esa ya no es mi tarea… ya no soy yo. – Con voz baja, dio a conocer su pensamiento sólo para que ella pudiera oírle.

Subió sus hombros y sus ojos se perdieron en su figura rejuvenecida. Estaba estacionada, totalmente serena y llena de vitalidad, al frente de un enorme batallón que yacía a la espera de las ordenes de su señor para descender a toda velocidad, cruzar el río y atravesar los bosques con gran ímpetu y un solo objetivo: luchar por la victoria, por el emperador, por Roma y por su general.

Toda nuestra familia está llena de odio y ansias de poder. – Prosiguió con voz calmada y seria, con el tono de alguien que dice una verdad desde las profundidades de su ser. – Richard odia a Solomon y desea su lugar; Solomon ansía el reino y gobernar con mano de hierro; Fye desde siempre no ha tolerado la idea de no ser el emperador y por eso quiere deshacerse de los descendientes, maquinando con Diva un plan para conseguirlo; y hasta tu hermano pequeño estaba dispuesto a dejarlo todo, incluyéndote, para gobernar una nación y tener una reina junto a él. – Hizo una pausa, para tomar un poco de aire y que la verdad no golpeara tan fuerte en la cabeza de la muchacha. – El Vergilius que tú amabas, murió hace mucho tiempo… quien ahora permanece con vida, es un sujeto que yo no puedo reconocer como mi hermano. – Sus palabras denotaban, de manera escondida y muy profunda, un cierto toque de tristeza y melancolía.

Todo estaba en silencio de pronto. Los bandos estaban en un completo neutralismo, y el hombre que había luchado tantas batallas se mantenía expectativo. Pensó por varios minutos lo que iba a decir, y cuando ya por fin estaba totalmente decidido, continuó de la misma forma contundente.

Tan sólo vivía para verte una última vez (…) para verme a mí, y luego, para poder ver tus ojos y darte un último beso (…) Una última forma de demostrarte lo que te amaba…y después retirarse en dirección a un destino que ni yo mismo puedo dilucidar qué es (…) Aunque lo he intentado innumerables veces.

Inspiró con mucha fuerza, para mantenerse erguido y firme en su posición. No se atrevía a mirar a los ojos a su prima, puesto que no sabría qué decirle en caso de que no le creyera. Y en realidad, aun si le creyese, sería imposible para él explicarle con exactitud a qué se refería.

Por muchas horas he meditado qué era lo que él buscaba, y aquel mensaje que me ha dejado mi hermano antes de marchar, ha sido quizás el acertijo más difícil en toda mi vida como militar. La verdad de Vergilius…

Se dio media vuelta y dándole la espalda al campo de batalla, en el que los primeros soldados comenzaban a bajar después del discurso de Octavius, fijó sus ojos con mucha fuerza en el rostro de su prima.

La verdad del porqué tú te sientes distinta a la familia, al no poder odiar como los demás… por tener un corazón diferente…

Mientras tanto, en el campo de batalla, el general romano parecía enfrentarse con muchas dificultades al enemigo germano. A duras penas, batallaba contra un gigante deforme y gordo, que increíblemente para todos, contaba con la capacidad para mandarlo a volar con un simple testazo. No obstante, y luego de un buen rato forcejeando, donde incluso estuvo a punto de perder la vida estrangulado por el calvo de grandes hachas, logró acabar con él y hacerlo caer al piso. Por supuesto, él también cayó inconciente por varios segundos; el de cabellos largos y negros extendió un brazo hacia la izquierda, y dejó que los ojos de Sophia, si así lo quisieran, contemplaran la cruda realidad.

Traición…

De pronto, todos los romanos comenzaron a ser rodeados por los bárbaros, y sorprendentemente, a su cabeza estaba uno de los más cercanos generales de la elite Romana. Su nombre era Lucio, y pertenecía a los hombres de confianza del emperador. Por lo mismo es que había sido elegido para acompañar a la legión más grande, suponiendo que sus beneficios ayudarían a la conquista. Nadie podría haber supuesto que es hombre estaba tocado por el mismo demonio de la codicia.

La masacre fue contundente. No hubo forma de darle un respiro a ninguno de los soldados romanos, y todos cayeron a merced de la sorprendente ola de bárbaros que los azotaron como una mano aplasta a un insecto.

Sin embargo, de entre los dedos de la mano, emergía un hombre completamente envuelto en sangre. El último de los romanos leales al emperador en esas tierras, y el último de la llamada legión dorada del César. Octavius, el que había regresado de la muerte.

Viéndose solo. Sabiendo que ya todos sus compañeros, sus amigos de batalla, su familia que aunque no compartía su misma sangre, si compartían toda una vida de lucha, risas, penas y hazañas. No fue extraño que cayera en una profunda y justa ira vengadora, la cual le hizo salir corriendo deprisa a buscar al traidor de su reino.

Y después de perseguirlo por un rato, finalmente, el desdichado descendiente del emperador cobró su merecida venganza… pero para entonces… cuando se dio cuenta de todo, ya era muy tarde. Se había transformado en el último romano en tierras germanas, y cientos de bárbaros estaban al acecho de su persona.

Nada pudo haberme preparado para ese momento (…) en el que mientras escuchaba como se acercaba toda la horda a por su premio, yo veía pasar mi vida frente a mis ojos…

Aún puedo recordar qué es lo que dije en ese segundo… mientras me encontraba parado en el río... justo en el borde de la enorme cascada...


"
Je… quién diría que acabaría así…- Declaró ya más calmado y evidentemente resignado, a la vez que todo su torso ya desnudo dejaba ver las heridas que traía del combate recién pasado y anteriores. – El glorioso guerrero romano…Octavius…

Lanzó hacía un lado su armadura y todo aquello que pudiese identificarlo como general. Él mismo se había quitado todos sus atuendos, puesto que no quería deshonrar ni mancillar el nombre de su familia, ni de su amada nación. Ahora sólo era un hombre solitario, que oía como atrás de él se acercaba una enorme cantidad de soldados armados y ansiosos de sangre a la espera de capturar a su presa.

Padre…Madre...lamento partir antes que ustedes. – Les decía al aire, mirando con cierto grado de culpa hacía el cielo, mientras sus cabellos empapados le cubrían gran parte del rostro. – Sé que por esto mis ancestros no me permitirán verlos…y sé que no fui el hijo pródigo que hubiesen querido… les mentí…los engañé…en fin… por suerte tienen a Vergilius…– Comentó con un aire de tristeza tremendo, aunque se mantuvo digno a la vez que el agua empapaba su cuerpo. – Ese tonto…algún día llegará a ser un buen soldado… probablemente mejor de lo que yo fui…y seguramente será un gran emperador cuando crezca; cuídalo mucho, Sophia… y cuídate tú también…

Apenas y pudo moverse para tomar su espada que yacía enterrada con fuerza bajo el agua, por suerte la corriente no era profunda para él y podía soportarla.

Breda…debí haberte traído en vez de a Lucio…pero de seguro guiarás bien a Vergilius…así como me guíaste a mí - Exclamó desenterrando la espada, moviéndose lentamente.

Familia….compañeros…sé que jamás se los dije… y seguramente no se creerían esto… pero en el fondo de mi ser, yo… - Suspiró, a la vez que sonreía sarcásticamente a pesar de que ya veía su muerte frente a sus ojos. – Los quise mucho… amigos… y padres… lamento no haberles dicho esto al irme, pero ojala algún día puedan saber…

Se volteó y pudo ver a una enorme horda de bárbaros que se dirigían hacia él corriendo con furia, seguramente la misma que él expresó desde siempre, excepto en ese instante.

Que siempre los ame… hasta luego…Vergilius, por favor, cuida a nuestros padres… te lo suplico. – Dijo ya con la voz quebrada, pero sonriendo, para después proceder a besar su muñeca izquierda y finalmente lanzarse hacía la que sabía sería su última pelea.
"

Y después… bueno… después, me fue imposible recordar qué pasó… hasta ahora.
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Mensaje por Sophia Mar Jun 14, 2011 10:45 pm

Sophia aun mantenía los ojos cerrados escondiéndolos bajo sus palmas. No quería ver nada, no quería escuchar nada, quería despertar de ese sueño y volver a respetar a Octavius en la gran roca en que se gravó su nombre en medio del valle. Quería cerrar sus ojos y recordar el cálido pecho de su primo y la forma en que se sentía su mejilla contra él cuando le contaba historias sobre grandes batallas como la guerra de Troya. Recordaba como su voz ronca hacía que su pecho vibrara de una forma especial, que más que asustarla le daba un profundo estado de paz en el cual generalmente se quedaba dormida.

Ese era el Octavius que ella recordaba, el hombre de honor, de gloria, de sabiduría y cariño. Una especie de figura paterna cuando su verdadero padre estaba siempre fuera de Roma con el padre de Aspros y Defteros comerciando por el mundo. Recordaba al Octavius que le contaba historias sobre su madre y su hermosa y larga caballera roja que hacía que cualquier hombre sucumbiera con sólo mirarla. Octavius había sido el vínculo que la unía a Flavia y siempre le dijo que nunca se cortara la cabellera honrando a su madre.

Pero cuando escuchó que ese hombre hablaba mal de sus hermanos, la dulce y calmada Sophia que siempre había sido pareció desaparecer dentro de su pecho, sin poder controlar su palma, encontró que golpeaba secamente el rostro de Octavius.

- ¡No te atrevas a hablar así de mis hermanos!
– Le gritó conteniéndose entre las lágrimas con los ojos de una verdadera guerrera. Despues de todo, la sangre del águila dorada también recorría sus venas, por herencia tenía el mismo valor y coraje que cualquier hombre de su familia. – ¡Fye fue una madre y un padre para mi! ¿Qué sabrías tú lo que yo y mis hermanos tuvimos que pasar siendo huérfanos a tan temprana edad? Tu siempre tuviste a tu familia, siempre tuviste a Vergilius, a Lydia a Helena y al emperador… Nosotros tres… sólo nos teníamos el uno al otro. ¡Mi hermano mayor puede ser muchas cosas… pero siempre me cuidó y buscó lo mejor para mí! Se alejó de toda esa porquería en Roma y nos mantuvo en el campo para que el vicio de sus engaños y jugarretas no nos envenenara como le pasó al resto.

No le importaba que estaba haciendo, que habría hecho o que estaba por hacer Fye. Era su hermano y la familia venía primero. Siempre. Antes que el honor, que la gloria o el deber… estaba la familia, y para ella eso era sagrado. Fye había criado de ella, la había hecho una mujer de bien, le había hecho una verdadera dama romana dotada con todas las virtudes que una mujer debía poseer. No iba a permitir que nadie, nadie, hablara mal de él en su presencia.

- Y Gelum es un niño, ¿Cómo te atreves a deshonrarlo así conmigo? A pesar de tener tan poco años siempre ha sido dulce y gentil, se ha esmerado por cumplir con su deber para con Roma y ha dejado de lado su propia felicidad en búsqueda de la gloria de nuestro nombre.
– Respiró profundo, su pecho bajaba y subía, deslizó su mano hasta que cayó por su cintura. – Y a pesar de ser un niño, no tuvo el menor miedo en defenderme cuando el cobarde de tu hermano intentó asesinarme camino al norte. No te atrevas a volver a hablar así de ellos conmigo. Nunca.

No quería mirar hacía abajo. Sentía el sonido de la guerra bajo ellos pero no le importaba. Nunca le había importado todo ese asunto de cruzar espadas y la sangre. Se deleitaba leyendo sobre la gloria del imperio pero nunca se había detenido realmente a pensar en las muertes que ello traía hasta que trágicamente terminó e Roma dando vueltas sin rumbos y pudo observar que todo aquello no era grandeza… era miseria… se veía en el rostro de las personas hambrientas el dolor de una y otra y otra búsqueda de gloria por parte del imperio. La forma en que los esclavos eran traídos a los mercados a ser vendidos como animales… la desesperación en el aire.

- Yo que crecí toda mi vida en el Valle Dulce, nunca vi lo que era Roma. – Sophia cerró los ojos. – Claro, leí en libros sobre su historia, sus leyendas… ¿Dices que es poder y odio? – Sophia abrió los ojos con tristeza, mirándolo casi con piedad. - Te equivocas Octavius, un soldado romano bajo el emblema del águila dorada de los Juliai que no sepa lo que es Roma es una deshonra. – Estaba decepcionada, y hastiada con todo eso. Si él quería reírse de ella, mofarse de su desgracia, podía hacerlo. Pero no le iba a permitir que también se mofara de lo que tantas vidas romanas y vidas alrededor de todo el mundo habían costado. – Roma es más que poder, es incluso más que gloria, triunfos y victorias… Roma es… Roma es… - Le costaba decirlo, lo tenía en la punta de su lengua pero sabía que cuando lo dijera ya no habría vuelta atrás. – Dicen que todos los caminos llevan a Roma, pero eso es mentira. Todos los caminos salen de Roma, porque hombres como tú, y mis padres antes que tú, y nuestros abuelos antes que tú, y los huesos de los padres de los abuelos sobre los cuales se rigen las colinas de Roma, todos ellos… salieron de Roma para hacerse con el mundo creando dichos caminos. No, no todos los caminos llegan a Roma, todos los caminos salen de Roma que es distinto…

Los romanos han hecho algo que ni si quiera los dioses pensaron podían realizar… y eso ha sido, unificar al mundo bajo un solo gran emblema, en una sola gran nación, con un solo idioma, con una sola nacionalidad, con los mismos dioses para todos y un solo derecho… y no se dieron cuenta que al hacerlo… terminaron con todo lo demás. El precio para unir a la humanidad… fue demasiado caro. Tan caro que… hasta los cimientos del Olimpo temblaron cuando los humanos para unirse se comenzaron a matar entre ellos… - Era como si de pronto Sophia hubiese dejado de hablar y una persona mucho mas madura y seria que ella tomara su lugar. – Roma no es odio ni poder… Roma es el sueño de una humanidad unida, un sueño que… ha costado demasiadas vidas inocentes para alcanzar. Los dioses no deberían interferir en esos asuntos entre los hombres, pero… pero… yo creo que… Han sido los propios dioses los que han iniciado esta intervención confabulando que hagan una u otra cosa, que maten a una u otra nación...........y ha llegado el tiempo de ponerle fin.

Sus ojos estaban vacios y habían perdido ese brillo de inocencia y dulzura mientras miraba al horizonte bajo sus pies, observando lo que estaba pasando y comprendiendo también, que toda esa muerte, todo ese dolor y sangre con que se bañaba la tierra negra, no era producto de ese sueño de grandeza, de unión y gloria de unos pocos humanos en Roma, sino que realmente, era el sueño de grandeza y guerra de un Dios.

- Ahora lo entiendo… - susurró con su mirada vacía. – Ahora puedo realmente ver porque me trajiste aquí. No fueron ellos los que trajeron tristeza y muerte al mundo… fuiste tú quien se encargó de esparcirla como el viento…

Sus ojos volvieron a brillar como si despertara de un sueño y lo miraron atemorizada. Algo acababa de cuadrar a la perfección en su cabeza y comenzó a entender que su vida peligraba en ese lugar, no era un sueño. Estaba bastante despierta. Se tapó los senos con sus manos sin sonrojarse ni sentirse avergonzada, más que nada sentía que nadie tenía derecho a observar su desnudez. Los ojos bañados en sangre de ese sujeto le hacían entender lo que realmente quería, lo que siempre había querido… mantenerla con una falsa sensación de que Roma era grandeza, de que la guerra era la única alternativa, acercando su corazón suave para controlar a un hombre que podía arruinar sus planes de guerra, impidiendo que ese hombre al alcanzar la adolescencia despertara de ese largo sueño.

Ella había jugado como una piesa en un juego. Había mantenido a Vergilius vivo lo máximo de tiempo mientras él se encargaba de recuperar fuerzas y destruir el mundo, había hecho que ambos añoraran la guerra y la romantizaran y glorificaran con un aire de nostalgia. Los había hecho amar el sueño de Roma, amar la gloria del imperio y guiarlo a su grandeza a través de sangre y más sangre de la cual Vergilius había participado y ella se había quedado quieta mirando como ello ocurría.

Sí, todo estaba empezando a tener sentido. Despues de todo, Sophia era una Juliai y una mujer brillante. Le había costado entenderlo, pero lo hacía ahora. Era tiempo de ponerle un fin a todo ello, aunque fuese sólo una mujer y no tuviera la fuerza para hacerlo pues su corazón no odiaba ni conocía el deseo de venganza, tenía que dejar de temer por primera vez en su vida y mirar a un hombre a la cara como una igual en todo sentido.

- ¿Quién eres y qué quieres de mí? ¡Respóndeme!
Sophia
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Mensaje por Octavius Sáb Jun 25, 2011 1:30 am

El fuerte bofetón propiciado por la mujer de cabellos colorados le llegó de forma seca en la mejilla, no obstante, el gran hombre de pelo negro ni siquiera se movió ante dicha situación. Continuaba mirándole de frente, con unos ojos secos y fríos como el hielo, que buscaban traspasar esa barrera de protección e indiferencia que inútilmente la muchachita había intentado poner entre ambos.

A los pies de los dos parientes que discutían, un hombre yacía solitario entremedio del río, a la espera de una gran horda de bárbaros que se acercaba con una fiereza inexplicable con la única intención de arrebatarle la vida de la forma más sádica y despiadada posible. Este hombre, al ver a sus asechadores, besó su muñeca izquierda y se lanzó con una rabia todavía más grande hacia la pelea, sin importarle las consecuencias que aquello podría traerle a futuro. Después de todo, ya estaba resignado a haber perdido todo lo que alguna vez había sido importante para él, por tanto, el luchar hasta morir era la mejor forma de cerrar el capitulo que se conociera como la historia del glorioso hijo del emperador caído en batalla, Octavius.

Puedes pensar lo que quieras. – Agregó de pronto una voz ronca e imponente, que lograba destacar incluso entre el alboroto que ocurría allí abajo.- Los hechos están a la vista y no hay peor ciego que el que no quiere ver… si de verdad te hace feliz pensar de esa forma sobre tu familia, bien por ti. Tal vez hasta tú estás manchada por la corrupción, y puede que sea algo que venga en tu sangre…

Hizo una pausa para mirar hacia el campo de batalla, con unos ojos que si bien eran duros como la piedra, también rebosaban algún atisbo de nostalgia en ellos. Como si en su interior, ocultos tras varias capas de emociones y deseos, estuviese el anhelo de revivir aquel tan delicado momento de su pasado. O quizás, el de haber cambiado el destino que estaba a punto de ser mostrado ante los ojos de Sophia.

El joven Octavius se alzaba en un enorme salto para acabar con la vida del primer bárbaro que se cruzó en su camino, enterrándole la enorme espada que portaba en sus dos manos directo en el pecho. Luego, la sacaba apoyando su pie en el pecho de su victima, para después dar medio giro y decapitar a otro de sus atacantes. Por poco y en ese mismo segundo es atravesado por una especie de lanza robusta y puntiaguda que portaba uno de los germanos, pero con gran maestría, demostrando su enorme capacidad y habilidad para la batalla, lo esquivaba y después procedía a darle un fuerte golpe de puño a su intento de agresor. En sus ojos se podía notar la única y exclusiva determinación por matar a todo aquel que se le pusiese en frente, sin siquiera dar muestras de estar dispuesto en querer sobrevivir. Y era lógico, puesto que cualquier persona con sentido común, habría notado que hasta para él eran demasiados los hombres que se acercaban a asesinarle. Lo más sensato habría sido huir, correr, gastar todas sus energías en una forma para escapar a aquella amenazante horda de condenados por el imperio. Pero no, en vez de eso, había decidido responder al acero con acero, sin siquiera meditar por un instante en alguna estrategia para emplear contra ellos. A la antigua, y como lo había aprendido haciéndose pasar por gladiador, simplemente comenzó a acabar con todo lo que tuviera por delante de su nariz y de paso, esquivaba y se defendía con todas sus fuerzas. Para ser un hombre tan grande, la verdad es que su velicad y agilidad eran notables. Pasaron quince bárbaros, y todos mordieron el filo de su espada antes de que uno recién pudiera asestarle un corte en uno de sus hombros, gracias a que se le reunieron tres enemigos frente a sus ojos y no fue capaz de salirse del peligro a tiempo. El dolor le recorrió el cuerpo, pero sería necesario mucho más que un corte para hacerlo caer de su posición de batalla. Agarró con fuerza a su atacante y le rompió la nariz con la base de su espada, haciéndole caer todo el peso del acero del mango de su arma de guerra en el hueso de su nariz. El golpe fue tan terrible que prácticamente le explotó el centro de la cara, y una enorme cantidad de sangre comenzó a fluir desesperadamente de su rostro y manchó a más de alguno de otros bárbaros. Acto seguido, Octavius lo lanzó con una fuerza inhumana, a pesar de sólo tener a disposición suya una sola mano, clavándolo en el abdomen de dos bárbaros más.

¿Así que piensas que eso es Roma, eh? Veo que te han enseñado muy bien, ya que te han lavado el cerebro por completo. O mejor dicho, te han inculcado un concepto erróneo de esta nación, el cual sin embargo, es el empleado en todos los romanos para acrecentar en ellos un amor casi utópico en su nación. – Comentó con tranquilidad el enorme hombre que, sin hacer movimiento alguno, se acercaba un poco más hacia la muchacha.- Y si que te lo has aprendido en su totalidad, se ve que eres muy estudiosa y dedicada a la lectura. Si existieran más personas como tú, habría menos soldados que encomendarían sus vidas en un camino mucho más sensato que intentar ser como yo.

Por su parte, el general romano cada vez lucía más cortes y magulladuras en todo su cuerpo. Ya que no estaba portando su armadura, y salvo su cintura hasta la rodilla, estaba completamente desnudo y a merced de los más diversos ataques empleados por la horda de los bárbaros. Estos últimos, ni tontos ni perezosos, demostraban que eran tan sanguinarios pero buenos guerreros, lo que por cierto los había hecho merecedores de la reputación de ser la fuerza más resistente a la conquista romana. Poco a poco, se dieron cuenta que la mejor forma de intentar derribar a aquel demonio venido de occidente, era atacarle por los cuatro flancos y a distintas alturas. Si iban todos juntos, le bastaba un simple espadadazo para romper mallas y carne con su imponente fuerza. Pero ni siquiera él, poseía la habilidad como para defenderse en un ángulo de 360º de todas las ofensivas que se le venían encima. Siempre dejaba un punto ciego, y era precisamente de aquello, de lo que intentaban aprovecharse en ese minuto los germanos. Así era como el joven hijo del emperador comenzó a ganar cortes en la espalda, piernas, brazos, pecho, uno en la base del cuello, otro bajo la rodilla, y ahora último, se le era enterrada una espada entre medio de ambos hombros. Ese golpe le dolió tanto, que con un fuerte movimiento de su pesado metal afilado, asesinó a todos los bárbaros que tenía en sus cercanías y seguidamente, cayó con ambas rodillas al piso. La sangre caía de su boca a borbotones, y él mismo la escupía desesperado. Los bárbaros estaban alejados, disfrutando de ver como su víctima era arrastrada lentamente por los largos y oscuros brazos de la muerte. Aquellas extremidades que ya se habían llevado a sus soldados, que no sólo eran sus soldados, sino que además eran sus amigos, sus camaradas, sus fieles seguidores y además, una extensión de aquella familia que había dejado para marchar hacia el norte. Y que ahora, era muy seguro que no vería nunca más. No volvería a ver a sus padres, ni a su querida prima Sophia, ni tampoco a Vergilius. El resto no le interesaban mucho, pero esas cuatro personas sí. Eran sangre de su sangre, después de todo, y a los dos últimos los había cuidado y educado con lo mejor que podía dar a pesar de ser tan sólo un joven adolescente que gustaba de la guerra como nunca antes existió alguno.

Ahora lo entiendes… ¿Qué entiendes? . – Exclamó con fuerza la versión presente de Octavius, que había dejado de contemplar a su pasado para volverse, lentamente, hacia la posición en la que estaba su prima. – Ya veo… con que eso entiendes, ¿eh? Eso es lo que puedes deducir después de todo esto… muy interesante.- Concluyó con una voz un poco más tosca, a la vez que sus ojos parecían encenderse ante la sola idea de ver el carácter de Sophia crecer como una verdadera guerrera. Aquello para él era algo bastante motivador, puesto que hacía mucho tiempo que no le tocaba enfrentarse, así fuese verbalmente, a alguien que pudiese crecer tanto en personalidad incluso teniéndolo a él frente a sus ojos. Al fin y al cabo, no se podía negar que Octavius era un hombre que inspiraba miedo y respeto, por lo cual, resultaba curioso que una mujer que se veía tan frágil y apacible, como lo era Sophia, se pusiera a su altura para hablarle de frente a frente. No obstante, por segundos pareció haber vacilado, y era precisamente ello lo que le hacía sentirse tan confiado a aquel ser que, a medida que pasaba el tiempo, se alejaba más y más de la idea central de lo que era el general romano.

Con qué quieres saber quién soy yo… bueno… te lo diré. – Dijo con decisión, parándose justo frente a ella, que se cubría su cuerpo con los brazos. – Soy… el guerrero más fuerte de todo el mundo… no, soy el más grande de todo el… oh, espera… aquí empieza lo interesante. - Comentó con una sonrisa maligna en su rostro, dándose vuelta y dejando que ella misma pudiera apreciar el campo de batalla.

Mientras intentaba ponerse de pie, el general de los fallecidos romanos lucía bastantes heridas en todo su cuerpo. Por si solo, ya había acabado con más de la mitad de bárbaros, en una demostración de que su capacidad para el combate era sencillamente extraordinaria. Por algo había sido nombrado general supremo a pesar de su edad, y también por ese mismo motivo, estaban en él depositadas las fuerzas de que llegaría a ser una de las más grandes leyendas de toda la historia romana. De hecho, ya era toda una celebridad y su nombre estaría fijo en los libros de historia, cuentos y canciones. Pero él deseaba algo más que eso. No le bastaba con ser una leyenda de su país. Deseaba ser una de las máximas leyendas, o mejor dicho, la más grande de todas. Quería que su nombre se conservara más allá de los tiempos, transformándole en un verdadero Dios de la época del cual se hablara a través de los siglos, y los milenios, y hasta el propio fin del mundo. Tenía todo para lograrlo: habilidad única para la guerra, tanto en su parte física en el campo de batalla como estrategia en el manejo de ejércitos; sangre de la familia real de la más alta excelencia romana; la bendición de los dioses, que lo dotaron con una salud y resistencia que de seguro lo haría vivir muchos años; y una confianza en si mismo que era única, que lo hacía grande y no por su estatura, en la que se respaldaba plenamente para algún día poder llegar a estampar su nombre en el cielo y las estrellas.

Quien diría que acabaría mucho antes de poder concretar su objetivo. Desde el momento en que se había dado cuenta que su final era inevitable, se lanzó con todo a la batalla en la búsqueda de que su cuerpo fuese asesinado como el de sus compañeros. No podía huir y salvarse. Nunca. Jamás lo haría, ya que aquello significaría deshonrar la memoria de todos sus amados hermanos legionarios, que dieron sus vidas por él. Y no sólo pensaba en ellos, sino que en sus familias; en los que tenían mujeres esperándolos fielmente en Roma, y a su lado, uno o más hijos que ansiaban el regreso de sus padres. Muchachos que nunca podrían honrar a su progenitor en el campo de batalla, y muchachas que quedarían a la deriva de los más pervertidos libidinosos ancianos de Roma. Todos sabían que las jóvenes sin un padre en la familia, tenían una única opción, la que significaba casarse con un hombre mayor y así no dejar que toda la familia se sumergiera en la más absoluta ruina. Ya que no sólo habían perdido a un padre, sino que además, se desprendían de su sustento principal. Bien sabía él que todos sus soldados eran los mejores, sin importar a su edad, y que por algo estaban ahí luchando codo a codo junto a su persona. Eran el orgullo de sus seres queridos, de sus amigos, de su familia, de Roma, del Emperador y del mismísimo Octavius. Como buen general, y camarada de batalla, tenía el deber de marchar con los antepasados junto a ellos. Era el nuevo destino que le había impuesto la vida, y estaba dispuesto a aceptarlo.

No obstante, no por ello se iba a rendir en bandeja de plata ante los germanos. Les daría lo mejor de sus fuerzas hasta el último segundo, hasta que la última gota de sangre emergiera de su cuerpo y lo hiciera caer inevitablemente al vacío de la muerte. Si iba a morir, moriría luchando por todos. Por sus compañeros, fieles amigos de toda la vida; por su nación, que lo había acogido y aclamado como a pocos antes que él; por su familia, que a pesar de todo, siempre estaban en su pecho; y dentro de esta última, lo hacía especialmente para honrar a sus seres más queridos: sus padres, Vergilius y Sophia.

Le dio un fuerte puñetazo al piso y sintió como la piel que yacía sobre sus nudillos ásperos se cortaba, dando paso a varios hilos de sangre que en cuestión de segundos le pintaron la mano entera. Respiraba con mucha dificultad, agitado totalmente, y además extenuado por tener que soportar la primera larga batalla, el estrés de perderlo todo, y finalmente el luchar hasta la muerte. Su cuerpo ya cada vez le respondía menos que antes, y con cada ola de bárbaros que se avecinaba, iba matando menos a la vez que las heridas que le provocaban eran más en cantidad y en profundidad. Sólo una extraña combinación de fortuna, habilidad y resistencia física, lo tenían vivo y consciente de lo que pasaba. Pero aquello no duraría para siempre, e inevitablemente, sus reservas de energía se acabarían tarde o temprano. Cuando eso ocurriese, estaba demás decir el hecho de que lo asesinarían a sangre fría. No lo tomarían como rehén, y él mismo no iba a permitirlo. Lo mínimo que podía hacer era luchar con orgullo y caer con ese mismo orgullo, por su patria, por sus amigos, por Roma, su familia y él mismo. No dejaría que fuese utilizado como prisionero o estandarte; y si se apoderaban de su cadáver, tarde o temprano se les iba a pudrir. Pero nunca se iba a decir que, durante su vida, hubiese existido una fuerza capaz de dominar al glorioso Octavius, general de las fuerzas militares de Roma y futuro heredero al trono.

En eso, se levantó con fuerza y miró a los ojos a cada uno de los bárbaros que le rodeaban. Por algún motivo no habían querido darle el golpe final, tendrían sus razones y eso él lo respetaba.

Aunque…si lo que desean es verme morir lentamente tirado en la nieve… están muy… MUY EQUIVOCADOS!!!- sujetó la espada que tenía tirada a un costado de sus pies y se preparó para el segundo asalto.

Vaya que era un hombre terco, ¿No te lo parece Sophia?. – Preguntó la voz del hombre junto a la pequeña, sin voltear a mirarle. – Cuando la muerte llega, no hay nada que pueda hacer un ser humano para evitarlo… - Prosiguió de la misma forma, con una sutil entonación que demostraba un atisbo de ¿Confianza? O algo por el estilo.

Uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco bárbaros. Todos se acercaron contra el guerrero romano y todos cayeron ante la potencia de su enorme espada. Sin embargo, la cosa se le complicó al verse cubierto por todos los ángulos posibles. En ese segundo, por su mente pasó un pensamiento bastante lógico: los había hecho enojar. Con su insistencia, su orgullo a tope y dándose maña para acabar con sus camaradas aun estando en esas condiciones tan deplorables, era todo un golpe a las bolas para la dignidad de los germanos. Y eso, dada la fuerza con que intentaban ahogarlo a punta de golpes de espada y de hacha, claramente no les hacía mucha gracia.

Mientras luchaba por su vida, recordó a su familia sanguínea. Siempre se había llevado bien con su madre, aunque no podía decirse lo mismo de su relación con su padre. Por alguna razón siempre habían sido muy distantes y tenido un trato muy especial el uno para con el otro. Algo que Octavius consideró normal, hasta que nació Vergilius. En ese segundo, notó que con él las cosas no eran tan crudas y se le permitieron más regalías que a él a su misma edad. Pero sin embargo, jamás tuvo celos de su hermano ni pareció interesado en cobrarle por ello. Al contrario, gracias a ello, comprendió que cuando fueran mayores él sería el heredero, por lo que no podía ser débil ni frágil ante nadie. Sólo de esa forma podría gobernar de buena manera la nación, y al mismo tiempo, hacerse respetar en toda la corrupción que con los años, descubrió abundaba en todos los pasillos de Roma. Por lo mismo, es que siempre se mostró muy cariñoso con su hermano menor, enseñándole todo lo que no le enseñaban por ser el segundo y preocupándose Octavius de hacerlo un hombre duro, aunque sin dejar de ser, a su vez, su hermano mayor. No obstante, en aquel dueto también entraba a participar muchas veces la prima de ambos, y que era prácticamente una más del grupo: Sophia. Si bien con el hermano mayor de ésta nunca se llevó bien, y lo ignoraba como a un pedazo de trapo sucio, con ella era bastante distinto. Le recordaba mucho a su madre, y sabía que sería una gran mujer algún día. A pesar de que pecara de inocente y fuese muy buena, er esa misma bondad lo que más la asemejaba a su madre. Cada vez que la veía, a su mente llegaban los recuerdos de cuando su padre mandaba a que lo entrenaran día y noche, y después lo dejasen sin comida hasta que cayera exhausto y pudiese pararse solo, sin la ayuda de nadie. No obstante, siempre estuvo su madre con él y lo apoyó como una sombra que le daba un refresco de todo el esfuerzo que significaba su preparación como futuro emperador. Y por eso mismo, quizás esperando que su prima fuese una mujer de las mismas características de su madre, es que la cuidaba tanto o más que al propio Vergilius. Había algo en ella que le llamaba la atención. Su sangre le tiraba mucho más que la del resto de sus familiares, y en momentos, podría decirse que hasta la apreciaba más que a su hermano menor. Por tanto, siempre su madre y Sophia fueron las únicas que podían conocer y apreciar la parte bondadosa de Octavius, esa que no tenía problemas en ayudar con los quehaceres, llevarlas a dar un paseo a caballo o contar historias, entre otras cosas. Se fue formando un lazo que incluso parecía traspasar las barreras de la sangre, aunque jamás entendió muy bien el porqué. Por lo mismo, le encomendó a la pequeña de cabellos brillantes que cuidara a sus seres queridos mientras él no estaba. Dentro de su mente, y de su pecho, un presentimiento le indicaba que si un hecho desastroso ocurría, sería ella la única que no le daría la espalda. Ni ella ni su madre.

Un escalofrío recorrió su cuerpo entero y mientras le enterraba el pesado metal en el abdomen a un bárbaro, entendió que no podía dejar a ninguno de ellos con vida. Si lo hacía, era muy probable que intentasen aprovechar la situación de su inminente desaparición para debilitar a las fuerzas romanas, y posteriormente, atacar a la nación por sus flancos más vulnerables. Los germanos eran brutales, pero para nada estúpidos, y eso lo sabía más que bien el general romano. Dejar con vida a aquellos que habían tenido directo contacto con Lucio; que mataron a sus camaradas; y que intentaban eliminarlo a él, sería un error determinante. No quería ni imaginar que podía pasar si es que la horda bárbara llegaba a la ciudad. La mayoría de los generales eran viejos y estaban muy desgastados, o muy jóvenes y no poseían la experiencia para aguantar el combate. Menos un azote de esa calaña. Sólo quizás Breda, que era de los más capacitados; y Noah, que aunque era joven demostraba un carácter que de boca de sus propios soldados, era tan terrible o incluso más que el que poseía Octavius. Después ya no quedaba nadie. Vergilius era demasiado joven como para liderar a las tropas. Solomon era un inútil que no servía para la guerra. Fye era un poco mayor que Vergilius, pero sólo pensaba en si mismo y no podía confiar en él la seguridad de la nación. Tampoco podía confiar en Richard, su mirada siempre le pareció de rencor contra todos ellos. Tendrían que recurrir a que su propio padre liderara la defensa, y por suerte sabía que él contaba con una elite especial que sólo seguía sus órdenes, algo así como la legión que poseía el heredero al trono. Pero, aunque quisiera creer que con las fuerzas de su padre, más Breda y el novato Noah, sería suficiente para defender todo el imperio, sabía que eso no sería posible. Y si es que un milagro ocurría y el tiempo dejaba que Solomon, Richard, Fye y Vergilius fuesen mayores, y conscientes de que si no se unían la nación correría un gran peligro, todavía… no sería suficiente. Tenía que ser un imbécil como para creer que alguien podía formar en sólo unos cuantos años, una legión más poderosa que la suya y que la de su padre juntas. Era prácticamente imposible lograr aquello aun reuniendo a todos los soldados romanos. El número no implicaba calidad, y sabía muy bien que en ese segundo, antes que él… habían muerto tres cuartas partes de lo mejor que podía ofrecer el imperio.

Maldición...- Se decía en su mente, desesperado, una vez que entendió que con su muerte y la de su legión, todo su país estaba condenado. O al menos lo estaría, si alguno de esos bárbaros que habían tenido contacto con el traidor continuaba con vida.

Maldición……. – Esta vez lo susurró, frunciendo el seño a la vez que eliminaba a un germano con dificultad, viendo como sus fuerzas se iban y los animales seguían y seguían llegando hasta donde él estaba, mientras que otros se quedaban atrás como aves carroñeras, a la espera de que la presa cayera rendida al suelo.

No… no.- Chocó la espada contra uno de los bárbaros, e increíblemente, perdió y dejó caer el acero al piso. Al instante, una lanza se le clavó por un costado y lo hizo toser sangre a la vez que una patada lo hacía caer de costado, y de lleno, hasta el piso.

Por primera vez desde que lo habían divisado luego de que asesinara al traidor, el gran guerrero romano tocaba el suelo con todo su cuerpo, herido, botando sangre mientras tosía y sin un arma en sus manos. Ya lo tenían donde querían, y sabiendo eso, comenzaron a reír encima de él.

Octavius vio como frente a sus ojos, todo se nublaba de pronto. Las sombras lo invadieron por completo, que no eran otra cosa sino que las siluetas de sus enemigos que lo dejaron justo en el centro de un círculo. De pronto, todos levantaron sus armas y lanzaron un aterrador grito de guerra, que incluso casi asusta al propio heredero del trono. Pero en vez de eso, lo tomó como el último sonido que escucharía antes de morir e ir junto a sus camaradas (…) sólo cerró sus ojos y espero el final…

Sin embargo, nada ocurrió. Los segundos pasaban y seguía sintiéndose ahí, ¿Acaso ya estaba muerto? Imposible, se sentía igual a antes de cerrar sus orbes. Por ello, procedió a abrir sus parpados y vio como todos los bárbaros sonreían con malicia, a la vez que uno de ellos gruñía algo y todos le seguían el paso. Acto siguiente, uno de ellos le dio una potente patada en el estomago, muy cerca de la herida de la lanza, provocándole no sólo un dolor inconmensurable, sino que además, que volviese a toser sangre con la que manchó la blanca nieve que estaba sosteniendo su cuerpo.

Sabes Sophia… los bárbaros pueden ser muy… muy sanguinarios cuando se lo proponen. Entenderás que me odiaban más de lo que cualquier romano pudiese odiarme en este minuto, y eso es decir mucho. Naturalmente, teniéndome a su merced… no iban a dejar escapar la oportunidad de hacerme pagar por todo. Y por todos… - Añadió el ser que acompañaba a la hermosa mujer de piel blanquecina, mientras que contemplaba con calma la escena bajo sus rostros. – Odiaban a Roma y a los romanos, y en ese segundo, ellos veían a toda la nación reunida en un hombre cansado. La rabia los cegó en cosa de segundos…

En el piso yacía el joven Octavius sangrante. Y a su alrededor, un montón de hombres corpulentos, con mucho vello facial y largas pieles cubriendo su cuerpo, se daban un festín propinándole patadas, pisotones, golpes de puño, con sogas de cuero y hasta con cadenas. No sólo el deseo de matar al romano desbordaba como una cascada en sus rostros, sino que además, planeaban llevarlo hasta ese extremo una vez que estuviesen satisfechos de descargar toda su rabia en él. Algo bastante entendible, puesto que era un invasor y mucho daño habían provocado los romanos en dichos parajes gélidos.

No obstante, el dolor era lo que menos le preocupaba al líder de los legionarios. Su mente estaba completamente dominada por el recuerdo de sus seres queridos, y lo terrible que podría ser si los bastardos del norte lograban llegar hasta su tierra natal. Sería el fin de todo, y de todos. No quería ni imaginar qué podría pasar si encontraban a su hermano, a su padre, a Sophia, o incluso a su madre. El sólo hecho de pensar en que se vieran así, como él, en las garras de bestias tan salvajes y sin misericordia. No era un destino muy amigable para ninguno de ellos, y el visualizar dicha escena dentro de la oscuridad de su cabeza le hacía revolver el estómago de ira. No podía permitir que eso ocurriese, no podía dejar que la vida de todos se viera condenada por una estúpida traición. Pensó en las familias de sus soldados, en la suya propia…

Luego de masacrarlo por varios minutos, decidieron que era hora de ponerle fin a todo ese asunto. Se agacharon y lo remataron con golpes de puño en el rostro, en el estómago, le sacaron la lanza no sin antes provocarle varias arcadas de dolor al general del occidente. Fue algo realmente horrible e inhumano, precisamente, de las mejores palabras que podían existir para definir a la guerra.

Estaba prácticamente inmóvil sobre el piso, tirado de espaldas y con los brazos bien abiertos hacia los costados. Así lo habían dejado los bárbaros, además de propinarle tantos golpes que tenía el rostro y el cuerpo en general, completamente marcado por moretones, cortaduras, y sangre que le recorría en forma de hilo por distintas partes de su cuerpo. Su pecho desnudo y herido bajaba y subía por sobre la nieve, muy lentamente, dando muestras de que se estaba apagando poco a poco. Finalmente agonizaba, y sabiendo aquello, los germanos querían quitarle la vida clavándole su propia espada en el corazón. Fue así como uno de ellos se paró sobre él, lo miró directamente a los ojos y, sonriéndole con malicia, levanto con ambas manos el pesado acero del general por sobre su coronilla. Por sus movimientos de manos y brazos, se notaba que le estaba costando mucho maniobrar el peso de la espada, pero se esforzaba en poder alzarla hasta arriba.

Y en menos de un segundo, le enterró la espada justo en medio del torso.

Nunca me olvidaré de la cara de los germanos esa vez. – Susurró el acompañante de Sophia.

La punta de su espada llegó justo a tocar su corazón, y a pesar de que se clavó en su órgano vital con la punta de su helado filo, no alcanzó a matarlo. Los germanos intentaron enterrar más la espada, pero fue inútil. Estaba detenida a esa altura, y para sorpresa de los bárbaros, era la mano de Octavius la que permanecía aferrada a ella, impidiendo su paso a través de su pecho. Apretaba con tanta fuerza la hoja afilada que su propia mano comenzó a sangrar a montones, pero en su rostro agonizante con los cerrados no se observaba nada. Era como si estuviese durmiendo, o muerto, al menos por lo que se podía interpretar de su rostro. Pero en cambio, su mano y su brazo entero lucían bastante vivos, tanto que incluso se marcaban con gran notoriedad sus músculos y sus venas en él, mientras sostenía el objeto con el cual los bárbaros pretendieron asesinarlo.

De pronto sus ojos se abrieron de golpe, y su rostro se llenó de una furia incontenible que incluso asustó a los germanos que le rodeaban. La nieve bajo su cuerpo comenzó a derretirse, provocando que saliera humo por distintas partes de sus extremidades, hasta que finalmente toda una gran colina de gas transparente lo cubrió por completo y subió hasta los cielos. Los bárbaros se alejaron al sentir el calor, impresionados. Octavius por su parte se sentó de golpe, teniendo la punta de la espada enterrada en el torso. Sus ojos dejaban ver un blanco total, no existiendo dentro de ellos el color que antes poseían. Y además, parecía ser que brillaban. Sus cejas estaban arqueadas hacia su nariz y tenía la boca extremadamente seria. Dos líneas negras se marcaban en sus mejillas, una en cada una, justo debajo de sus ojos, resaltando la extraña tonalidad que estos poseían y dándole una apariencia bastante sombría.

Por su parte los atacantes seguían boquiabiertos y a la defensiva, alejándose a paso lento desde donde estaba Octavius. El hombre recién despertado se puso de pie sin dejar de mirar hacia delante, en dirección a los bárbaros. Apretó todavía más el metal y se lo sacó de golpe, sin dejar que en su rostro se evidenciara algún tipo de sensación por ello. La sangre le brotó a borbotones hasta el piso negro quemado por las nevadas, aunque tampoco con ello demostró reacción. Se mantenía imperturbable, con aquella furia que calentaba el ambiente e incluso tenía temblando en la nieve a los bárbaros. Poco a poco fue abriendo la boca, mostrando sus dientes a sus adversarios. Era como si un animal feroz hubiese posesionado al heredero al trono, una bestia salvaje que lo transformaba en un ser de apariencia muy, muy peligrosa.

Gghh…Ghhh…Ghhhh…. – De su boca no salían emitidos más que pequeños jadeos que más bien parecían gruñidos. Sus hombros y su torso se elevaban y posteriormente bajaban, según fuera su respiración.

GGGHAAA!!!!
– Gritó con una furia inapelable, para después proceder a lanzarle la espada en la cabeza a uno de los bárbaros y enterrársela de lleno justo en la punta de la nariz. La potencia con que lanzó la hoja fue tal, que incluso hizo que el hombre se despegara del suelo y saliera volando hasta estrellarse contra un árbol.

Todos quedaron sorprendidos, pero no les dio tiempo a reaccionar. En un segundo estaba junto a otro, y de un solo puñetazo en el rostro, lo mandaba a volar lejos de esa distancia. Al instante ellos respondieron clavándole sus espadas y hachas, pero a pesar de que le asestaban golpes en el torso, espalda y cuello, no lograron hacerle nada. Le provocaban unas cortaduras que, más allá de hacerle botar sangre, no le producían daño alguno. Tan sólo se limitaba a voltearse, observarlos y después, mandarlos a volar con una sola bofetada de su mano izquierda.

Su cabello lentamente fue cambiando de tonalidad a una más clara, color naranja, como si se tratara de fuego. Sus músculos se marcaron todavía más de lo que estaban y sus venas parecían a punto de explotar. La expresión de rabia en su rostro estaba latente y se dejaba sentir con el simple hecho de respirar. Al ver aquello, todos los bárbaros sobrevivientes comenzaron a huir, pero fue inútil. Octavius estiró uno de sus brazos, atrajo la espada que yacía enterrada en el árbol con el cadáver y la tomó con la mano derecha. La apretó con fuerza, y al segundo, se encontraba atravesando la garganta de uno de los germanos sin compasión alguna.

Los… - Comentó con una voz totalmente diferente, mucho más potente, oscura, llena de furia y remarcada que la que poseía normalmente. – mataré a todos…

La masacre fue cruda, pero rápida. Bastaron tan sólo diez minutos para que todos los germanos a los alrededores fueran decapitados, atravesados, cortados y mutilados. La crueldad de Octavius en ese minuto no tenía límites, llegándose a ensañar incluso con los cadáveres de sus presas, a los que les enterraba la espada en el rostro y extremidades hasta dejarlos irreconocibles.

¿Querías saber quién era, mi querida prima? . – preguntó la voz del Octavius viejo, con una mezcla aterradora de seriedad, confianza y altanería. – Muy bien… tu respuesta viene ahora…

En un segundo, el joven general romano perdió ese brillo y cayó al piso de rodillas, sosteniéndose apenas con las manos. Tiritaba por completo, y sus ojos volvían a retomar su color tradicional, a la vez que su cabello volvía a ser de tinte negro. Su musculatura se empequeñeció un poco y ya no tenía la expresión de ira remarcada en su rostro, sino que más bien, poseía el temple de un ser humano que no lograba conectarse con el mundo real. Y es que, estaba totalmente desencajado. No podía entender qué es lo que había ocurrido en ese entonces, y de que forma fue que logró salvarse y aniquilar de una manera tan brutal a sus rivales. Se conocía muy bien, y ni en sus mejores condiciones poseía esa velocidad, potencia de golpe y certeza a la hora de eliminar enemigos. No era él quién había luchado, no podía ser él.

Así es… no fuiste tú quién acabó con ellos. – Le dijo la misma voz que había salido de su boca hacía unos instantes. – Fui yo…

Poco a poco fue materializándose frente a sus ojos la figura de un gran hombre, incluso más alto y musculoso que él. Sus ojos eran rojos y a pesar de poseer un temple tranquilo, provocaban que hasta la piel de Octavius se erizara. Ello lo alarmó, puesto que él nunca antes se había asustado, con nada ni con nadie.

Me presento, mortal. Mi nombre es Ares… soy el Dios de la guerra, y te he salvado la vida. Pero tú no me interesas, no. Lo que yo deseo, y por el derecho que me concede haberte evitado la muerte, es tu cuerpo. Lo he venido a reclamar como de mí propiedad.
– Exclamó con una imponencia que incluso sobrepasaba a la del Emperador, con una altura a la que ni Octavius parecía poder resistirse. – Te he observado desde hace mucho tiempo, y luego de ponerte muchas pruebas, hoy has pasado la final. Eres el mejor guerrero del mundo, y tu cuerpo es el más apropiado para que yo pueda reencarnar una vez más.

Estuvo a punto de caer de la impresión, el cansancio y las heridas, pero con un dedo aquel autodenominado Dios lo elevó hasta la altura de su rostro. Sólo con un dedo puesto en su barbilla, pudo levantar todo su peso como si nada y llevarlo hasta mirarlo directamente a los ojos.

¿Algo qué decir?. – Le preguntó, aunque no parecía interesado en conocer una respuesta.

Te digo lo mismo…Sophia. – Añadió el Octavius mayor, a la vez que sus cabellos comenzaban a cambiar a una tonalidad naranja y su voz se volvía un poco más desafiante. - ¿Algo qué decir?. – Preguntó con furia contenida, volteándose para mirarle a los ojos y, de una vez y por todas, permitirle apreciar todo el frenesí que cargaba en ellos. Era como si los tuviese rellenos de sangre, provenida de distintos cuerpos que podían variar desde edad, género, raza, etc.
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Mensaje por Sophia Jue Jun 30, 2011 11:00 am

- Octavius… - susurró Sophia colocando sus manos sobre su pecho en forma de oración mientras observaba la brutal batalla que ocurría bajo ellos.

Le angustiaba tener que ver aquello, los últimos minutos de vida de una de las personas que más había amado en su vida. Aquel, debajo de ella, era el hombre que recordaba en sus sueños, aquella figura tan grande como una montaña y tan valiente como cien hombres. No se comparaba en nada al sujeto que la estaba tratando de forma denigrante y la tenía ahí viendo algo tan doloroso contra su voluntad.

- El hombre que conocí… - Murmuró. – No me haría ver esto, siempre evitaría que mi corazón fuese lastimado. A pesar de que siempre quizo que fuera fuerte… nunca fue cruel para ello.

Sophia comenzó a llorar en silencio cuando veía lo mucho que aquellos bárbaros estaban lastimando a Octavius. La manera en que de a poco sus fuerzas se iban esfumando y cedía ante el acero enemigo. Como su ídolo de infancia caía ante el enemigo y no sólo eso, le proporcionaban una paliza inhumana, desmesurada, deshonrosa… era tanto el dolor de Sophia que podía sentir como sus mejillas se enrojecían de la frustración de pensar que mientras aquello le sucedía a su primo, ella estaba acostada en la calidez de su cama, esperando que amaneciera.

- Por favor… has que pare esto.
– Le suplicó apartando la vista. Cerró los ojos con fuerza pero ni si quiera así dejaban de brotar las lágrimas de profundo dolor que toda la escena le había hecho sentir. – Has que pare… - Pero no pudo terminar realmente la frase, pues el sonido seco que escuchó después del silencio, y ese horrible y ultimo quejido, debía ser el final de Octavius, la última estocada.

Realmente toda esa escena era un suplicio para ella. En el corazón de Sophia sólo había bondad y una inocencia casi de niña al haber vivido siempre protegida en un mundo aparte de Roma y de su sufrimiento. Tener que ver tan de cerca que era lo que arriesgaban los soldados por la grandeza de Roma la hacía sentir estúpida de haber dicho tantas veces que el orgullo de Roma y su Gloria estaba en la batalla. Pero al mismo tiempo, aunque odiase ver aquello, tenía la certeza de que Octavius sabía que haber muerto por Roma era una muerte honorable, y que estaría feliz de ello. Por eso no podía deshonrar su memoria llorando por él. Se secó las lagrimas con el dorso de su brazo y subió nuevamente la mirada, intentando mantener la compostura de una dama, de la forma en que Fye a gritos toda su vida le había dicho que debía comportarse bajo cualquier presión.



Le dolía el pecho con fuerza, una angustia crecía en su estómago que no podía controlar para nada. Sabía que en el mundo ajeno a ella, Solomon corría peligro, Samantha y Richard también. Sus primos, sus amados primos… algo malo estaba sucediendo con ellos y debía salir de ahí cuanto antes para salvar lo que aún quedaba de su familia. Era por su honor como Juliai, y por el lazo de sangre que los unía a todos ellos.

- Por favor… si aún queda algo de honor en tu corazón, devuélveme a mi casa, a Roma, con mi hermano…- Pensaba en Fye, pues él era quien decidía después de todo la suerte que corría Sophia, era su Pater, su hermano mayor, su madre y padre. Pero también en Gelum. No quería dejarlo solo, lo amaba con la intensidad de una madre y la mera idea de que estuviesen en peligro le partía el corazón. – Por favor Octavius… tú no pudiste salvar a Vergilius de sí mismo, y abandonaste a Lydia a su suerte… pero al menos dame la oportunidad de proteger a los míos. – Bajó el rostro en forma de mostrar humildad, pero al mismo tiempo temor. Fuera lo que fuera el soplo de valentía que surgió en su pecho por algunos instantes, había pasado y vuelto a dormir producto del miedo de perder a su hermano menor y de defraudar a su hermano mayor.

Fue entonces cuando todo aquello bajo sus pies terminaba, y escuchaba el último dialogo observando con terror la forma que se materializaba frente a su primo.

- ¿Dijo Ares? – habló en voz alta, pero más que nada parecía hablarse a si misma con su pequeña vocecita temblorosa.

Estaba en silencio, asombrada, casi en shock, pues sus sospechas estaban en lo cierto… eran los dioses los que todo ese tiempo habían estado jugando con ellos, con Roma y la unidad del mundo.

Pero ¿Quién era ella para oponerse a la voluntad de un dios? Era sólo una niña, que no conocía el mundo, ni el sufrimiento verdadero, ni el hambre ni el frío. Sólo conocía el calor de la chimenea en su cuarto, la calidez de la respiración de Gelum mientras durmía en su pecho, y los ojos fríos y pensativos de Fye. Sólo había conocido los labios de un hombre, de Vergilius, quien ahora la odiaba… nunca había tenido realmente amigos, excepto Ioros, quien estaba obligado a cuidar de ella. La verdad, no era nadie.

Aun así había sangre Juliai dentro de ella. Octavius había luchado con honor hasta el ultimo momento de su vida, honrando a Roma, a sus dioses y los huesos de sus antepasados. Ella no podía ser menos, tenía que honrar la memoria de ese hombre que le había dado tanto amor durante su infancia.

- Marte… - Susurró mirando a su primo, quien en realidad ya no era su primo. Bajó el rostro, estaba frente a un dios, y todo tenía sentido ahora. No era un sueño. – Señor… - Si hubiese sabido cómo se habría puesto de rodilla y le habría ofrecido su vida. Era un dios, ella era una mortal. La habían criado para no desobedecer a los dioses. – En la casa Juliai siempre se sacrificó al mejor potro de cada camada en su honor… Fye nos marcaba con su palma cubierta en sangre el rostro y nos nos lavabamos en un dia en su honor... luego prendíamos fuego en su estatua y se vertía el mejor vino de cada cosecha en su nombre. – Sentía que era su deber decirlo, que siempre, siempre, los Juliai habían agradecido a los dioses por las buenas cosechas, por las victorias, por la salud… - ¿En que lo hemos ofendido para que usted…venga a castigarme de esa forma ahora? He intentado ser lo mejor que he podido ser… - No se atrevía a mirarlo, no podía mirar a un dios. – Así que… ya que me está permitiendo la palabra, le vuelvo a preguntar, con humildad, ya que soy sólo una humana y usted es eterno… ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me sacó de mi hogar, me hizo ver la muerte de Octavius y me tiene aquí? ¿En que lo he ofendido mi señor?
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Mensaje por Edward Lun Jul 04, 2011 1:18 pm

Dias habian pasado desde que Edward abandono en soledad el santuario en busca de la reencarnacion de Athena, ya sabia que cuerpo habia elegido la diosa en esta era para reencarnarse y tambien conocia su cosmos, aun asi, buscar a una persona en el mundo solo siguiendo su cosmos no iba a ser una tarea facil. Por lo cual habia tomado un barco que me llevaria de nuevo a Roma, el unico lugar donde habia visto a Athena. Pero ese barco no iba a ir directamente a Roma sino que iria repostando en diferentes paises. Era ir mas lento aun.. pero no podia hacer otra cosa.

El tiempo en el barco no hice mas que pensar en alguna manera de encontrarla, yo tenia el poder de luchar, el poder de generar electricidad y tambien de regenerar mis heridas a una velocidad. Es que.. dentro de mi no habia nada con lo que poder encontrarla. ¿No habia nada.. ?

Un sentimiento muy profundo broto desde mi interior, era algo diferente a lo que habia notado dentro de mi hasta ahora, no era mi cosmos, parecia algo que estaba guardado dentro de mi esperando a despertar... En ese momento se escucho que el capitan del barco decia que habiamos llegado a Germania.


¿Germania?

Ese sentimiento aun seguia, si cerraba los ojos, podia ver en la oscuridad como un hilo de color violaceo que se pierde en el horizonte, era como si yo estuviera atado a algo... En mi mente toque ese atadura y senti con mucha intensidad el cosmos de Athena. Podia ser una señal, un presentimiento, o algo mas.. podria ser un lazo irrompible que se conserva intacto incluso al paso del tiempo y de la muerte. Un vinculo con Athena.

Cogi toda mis cosas y sali del barco siguiendo ese camino que estaba marcado. El por que habia despertado ahora este sentimiento no lo sabia claramente, pero si lo habia hecho era por que ella me necesitaba, y era el momento en que la encontrara de una vez. Desconocia el hecho de por que si solo la habia visto una vez, tenia este vinculo enlazado con ella y por que su cosmos me eran tan familiar, tan agradable, tan nostalgico.

Comence a buscar por tierras germanicas y la presencia de Athena cada vez se hacia mas fuerte, pero cerca de ella, habia otra mas, una poderosa que angustiaba incluso cuando estaba tan lejos. Era un cosmos aterrador y sin compasion.. Tenia que apresurarme no podia permitirme retrarsarme mas cuando alguien con un cosmos tan maligno estaba al lado del cosmos Athena.

Camine y camine, casi corriendo, adentrandome cada vez mas en tierras barbaras, toda la zona donde pasaba se encontraba desierta, pero ya estaab muy cerca, a escasos de metros de llegar a ambos, aunque ya no sabia si eran dos o tres las personas que alli estaban. Llegue hasta el lugar donde sentia que se encontraban, pero no los veia, mira a todos lados, hasta que termine alzando la vista y alli arriba.. estaba esa mujer de cabellos rojos, la misma la cual defendia con mi vida del ataque de aquel dios, y sus acompañantes eran dos hombres, uno de ellos.. de ojos y cabellos anaranjados era quien emitia ese cosmos horrible.



!Athena¡

Di un paso acercandome aunque estaban flotando, y senti una presion que casi me tiro al suelo sino llega a ser que me ayude con mi mano y con mi rodilla. No era que me hubieran atacado, sino la mera presencia de esa persona hacia que mi cosmos se viera vencido y mermado, era mucho mas poderoso quizas ni se hubieran percatado de mi presencia debido a la diferencia de poder.

No.. no puedo rendirme. No ahora. A... Athena...

Levantaba mi mano en direccion a la muchacha, entornaba mis ojos debido a la presion y tambien para verla mejor. Un humano normal nunca podria llegar a ella mientras ese hombre estuviera a su lado. Un humano normal no, pero...

Lejos de ese lugar


Grecia, santuario de Athena, casa de Sagitario, algo en su interior esta brillando y resonando, algo que estaba dormido desde la ultima guerra contra Hades. La armadura de Sagitario estaba despertando, por voluntad propia la armadura salio volando a una velocidad increible , surcando los cielos en busca de portador, habia llegado el momento del despertar..

De nuevo en tierras barbaras el cuerpo de Edward comenzaba a brillar con un color dorado tan intenso que hizo que ni su cuerpo fuera visible para los demas. Al mismo tiempo, otra brillo dorado que llegaba desde el cielo cayo repentinamente en el lugar donde estaba Edward y la luz crecio hasta llegar a iluminar a Athena y los demas.

Unas alas doradas se abrieron y en un instante se encontraban rodeando a la ,muchaba pelirroja que flotaba en el aire. La alas se abrieron y se vio a Edward agarrandola de la cintura y con su mirada seria fija en los intensos ojos anaranjados de aquel que amenzaba la vida de Athena solo con su cosmos.


Mis alas siempre llegaran a ti.

Era el despertar de Sagitario, el despertar de todos los recuerdos escondidos que tenia Edward en su interior, su antiguo yo al fin estaba dentro de Edward y ahora casi habia nacido una nueva persona. El Edward actual de esta epoca, con sus experiencias y recuerdo ahora tambien albergaba a aquel joven muchacho que no vivio nada mas que por Athena, ahora eran un solo hombre.

Un humano no podria llegar a ella, pero alguien que portara una de las doce armaduras doradas de Athena no era un humano normal. Mas luchar ahora no me haria ganar, mi deber era protegerla y eso tenia que hacer. Asi que rapidamente alce mis alas y me vuelo aumento de velocidad, llevandomela lejos de alli dejando tras de mi un camino de plumas doradas
.


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Mensaje por Octavius Mar Jul 05, 2011 10:59 am

Todo ocurrió tan rápido, que ni siquiera se molestó en emitir algún gesto o comentario. Ya no tenía mucho sentido hacerlo, puesto que estaba solo y su acompañante ya se había marchado de allí. Las imágenes de su pasado se desvanecieron en esferas que brillaron hasta convertirse en fuego, y posteriormente se apagaron como las brazas al ser suspiradas por el viento.

Sin embargo, todavía continuaban ardiendo un par de círculos: sus ojos. Sonrió con confianza y tranquilidad al presenciar lo ocurrido, a la vez que todo su cuerpo comenzaba a ser rodeado por enormes llamas de fuego. Su capa negra se quemó por completo y dejó que se revelara toda su musculatura sobrehumana. Sus cabellos volaban tranquilamente, levantándose impulsados por la energía del fuego que lo incendiaba. Pero en su rostro no había dolor, ni tampoco parecía ser que hubiese alguna mueca de desprecio o amargura. Podría haberles seguido, pero no estaba para juegos estúpidos. Dentro de su cabeza ahora abundaba otra idea muy diferente, y fijo sus ojos en ella, casi como si pudiese ver el lugar en el que ahora deseaba estar.

Ya continuaremos esta conversación en otro momento… - Sentenció a la vez que su energía se desbordaba por muchas partes, iluminando y quemando el bosque en el que se encontraban. Los árboles se prendieron al instante y hasta la misma nieve se transformó en agua al acerarse las llamas emitidas por el cuerpo del que alguna vez había sido el descendiente al trono del emperador.

Sintió varios cosmos por muchas partes, eventualmente unos más fuertes que otros. Se concentró un poco más y detectó justamente los que quería ubicar, a muchos kilómetros a distancia de donde él se encontraba. Apretó los puños, y una onda de fuego de trescientos sesenta grados a la redonda se expandió arrasando con toda la zona a su paso. La nieve, los árboles, los animales y hasta las montañas. Todo se había rendido ante la furia controlada del renacido señor de la guerra.

No hay nada más para mí en este lugar…
- Dijo con voz calmada y profunda, mientras el fuego que había lanzado volvía a él y lo rodeaba, envolviéndolo en una especie de cápsula naranja y roja que comenzó a brillar intensamente a medida que los segundos avanzaban. Sus ojos tenían un tono tan intenso y profundo, que era prácticamente imposible describir lo que hubiesen podido estar sintiendo en esos segundos. Aunque algo podía asegurarse con certeza: No sería la última vez que se encontraba con aquella muchacha.

HAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Y literalmente, explotó, destruyendo por completo todo el lugar en el que había estado parado. Su enorme y furioso grito de guerra probablemente podía haberse escuchado desde mucha distancia, pero ello no era lo impresionante. Sino, que ya no estaba parado en el lugar en el que había quedado. En vez de ello, tan sólo quedaban cenizas de lo que parecía ser un volcán, o algo parecido.
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