[Galia] Puerto de Forum Julii

[Sacmis]

Adiós les decimos al hogar y a la sala.
Aunque sople el viento y la lluvia caiga
hemos de partir antes de que amanezca,
lejos, por el bosque y la montaña alta.

Cantó Sacmis con una sonrisa resignada, mientras bajaba por la rampa de madera del barco ya anclado en la playa y apoyaba sus pies con delicadeza en el muelle. Los tres hombres que la acompañaban la seguían de cerca, cargano los baúles y fardos de equipaje. Apenas llegaron al puerto, otro esclavo los esperaba, rindiéndo pleitecía a la patricia y los condujo a una lujosa y cómoda posada, mientras les explicaba que un mensajero había llevado las órdenes del padre de Sacmis para que se les prepararan carruajes con excelentes caballos y se dispusiera todo lo necesario para su viaje.

En la posada, los tres guerreros dejaron su carga en la habitación de la dama y luego bajaron a un comedor pequeño y modesto para los sirvientes, donde les sirvieron la cena, mientras que la mujer fue conducida a un lujoso salón donde saludó a otros nobles, principalmente galos que estaban por ahí. Al centro del salón había grandes mesones con fuentes de comida y toneles de vino que era repartido en jarras por las esclavas que paseaban entre los asistentes llenando las copas.

Elogios y palabras dulces pero mal intencionadas no se hicieron esperar, no faltó el caballero que trató de seducirla, pero por supuesto, fue elegantment desdeñado por la "inocencia" de aquella jovenzuela que parecía no entenderlos y simplemente seguir la recomendación de su padre de mantenerse prudentemente alejada de todos, lo cual fue la excusa perfecta para retirarse temprano a descansar a su alcoba.

[Sacmis]

Sacmis despertó con los primero rayos de sol en la posada, se estiró en su cama, se talló los ojos y se levantó con algo de pereza atándose el cabello. Caminó hasta la palangana y se lavó la cara, al levantar el rostro miró en el espejo de plata el reflejo de una joven esclava, con un gesto de timidez; la espartana se secó la cara y se incorporó mirándola.

- ¿Tu nombre? - Le preguntó y la muchacha se sobresaltó y al principio no supo responder, porque sus amos rara vez le preguntaban por su nombre, en especial no lo esperaba de esta dómina, pues le habían dicho que le serviría solo por unos días.

- Ariadna, Dómina, mi nombre es Ariadna. - Respondió sin levantar la cabeza. Sacmis caminó hasta ella y la tomó de la barbilla para hacerla levantar el rostro para poder mirarla, aunque la examinaba como si se tratase de un caballo, sin delicadeza miró sus dientes, su rostro, su cuerpo, apretó sus brazos como comprobando su fuerza.

- Debes alimentarte mejor, puedo ver tus costillas. - Luego examinó la tela de su túnica. - Te compraremos algo mejor, esos harapos ya están muy delgados, si vas a sr mi dama de compañía necesitas dar una buena imagen, irás de compras conmigo hoy, tenemos que ponerte presentable. - Luego notó unos grilletes que tenía Ariadna en los pies, lo que le impedía caminar bien. - Eso es molesto, detesto que no me puedan seguir el paso. - Buscó en la mesa de noche por si le habían dejado la llave. Encontró lo que buscaba junto a la vela y una pequeña caja con pedernal y yesca, liberó a la joven y luego extendió los brazos frente a ella. - Bien, vísteme, ¿no viniste a eso? -

[Sacmis]

Una vez que estuvo presentable, Sacmis salió hacia el mercado, acompañada de Doctore y Ariadna. Compraron túnicas sencillas pero bellas y de muy buena tela para la muchacha, compraron algunas joyas para la Dómina, también vino y dulces; más tarde se dirigieron de regreso a la posada.

Sacmis ordenó que alimentaran bien a su esclava pues un largo viaje les esperaba, los cocineros se sorprendieron por supuesto y miraron de malos modos a Ariadna, sin embargo la mirada de advertencia de la espartana, su reputación como ayudante de su padre en la administración del ludus, su peculiar compañía y los misteriosos rumores que circulaban desde hacia unos días (gracias a Yolai), de misteriosos cambios en la fortuna de aquellos que se enemistaban con ella; aunque algo de cierto había en aquellos cuentos, los gladiadores de Sacmis eran leales al extremo de matar y morir por ella ¿porqué? era uno de esos grandes misterios de la vida. La joven patricia no era gentil, no era sentimental, no era alguien con aquellas virtudes que se ganan una devoción ciega, sin embargo, era una mujer que más valía tener contenta, era tan excéntrica que algunos le temían, tan hábil que había que pensárselo dos veces para enfrentarla y tan tramposa que nunca daba un paso sin haber preparado el terreno, además, era una extraña joven que se tomaba muy en serio su palabra, ya sea por favor o venganza, uno podía estar seguro de que cumpliría su promesa y cada uno de sus subordinados recibió la promesa de ser protegido por ella y sus medios, mientras la sirvieran incondicionalmente y sin cuestionarla.

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