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Habitación de Seisyll
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Habitación de Seisyll
El día era calmo, Seisyll caminaba por el bosque, buscando la paz que siempre éste le brindaba. A pesar de las heladas tierras de Asgard, él se vestía simplemente con pocos ropajes, dejando al descubierto sus brazos y sin un abrigo de pieles, como usaban todos los Vikingos, estaba acostumbrado a hacer resistencia de frío, para que su cuerpo se acostumbrase al hielo, después de todo, el tenía bien en claro que no iba a irse de estas tierras jamás, entonces era mejor acostumbrar su cuerpo cosa que algunos no hacían.
En su cuerpo sentía un cosquilleo, de seguro había de ser la nieve, pensó mientras seguía su trayecto, hundiendo sus pies en la nieve, que estaba bien alta en esas fechas. Sus pares, habían de estar trabajando y él estaba recorriendo su camino, para ir al Castillo Valhalla, para seguir construyendo el castillo. Pero era curioso, ya ni recordaba el porque había salido del Palacio, es más… ni siquiera recordaba haberse ido. Quizás era su cabeza que estaba pensando en miles de cosas, desde que descubrió lo de su hermano. Cerró sus ojos para intentar recordarlo… él lo había visto en sueños. Pero no podía ir en contra de ello, eran gemelos, de seguro era igual a él. Abrió sus ojos y observó sus manos, aquellas que estaban dañadas de tanto trabajo, manos vikingas.
Parpadeó, solo un instante… fue en que cerró sus ojos, para que sintiera un dolor en su pecho. Se tomó el pecho y sintió que se colapsaba, cayó con una rodilla en tierra y comenzó a sentir que la nieve se derretía, se convertía en vapor para desvanecerse con el aire… que cambiaba su tormenta nívea y se sentía calido, ¿Calido? Era algo que nunca había sentido… en su mano crecía una espada y en la otra unas garras. No sabía que pensar, cuando por reflejo nomás, había levantado sus garras para acabar con la vida de un hombre que saltaba hacia él con ferocidad, pero no era tiempo de pensar, atrás venían aun más hombres… levantó su espada haciendo un corte al primero que lo encargaba y con medio giro hacia atrás acertaba un garrazo al abdomen de un segundo.
Aquella esfera, que brillaba en el firmamento, no sabía que era… a pesar de que cualquiera diría es el Sol, él no lo sabía. Egipcios salían de la nada y Seisyll, se defendía como podía, acabando con la vida de ellos. Por momentos giró su cabeza y alguien estaba peleando a su lado, un hombre de cabello castaño claro, el Asgardiano no entendía absolutamente nada… pero su distracción le costó caro, debido a que cuando giró su vista para ver a sus oponentes, estos clavaron una espada en su vientre y no tardaron para que otros le cayeran encima como tigres por su presa con sus espadas en alto… dispuestos a finiquitar su vida… y… y…
¡NO! – Musitó Seisyll mientras se levantaba de la cama… aterrorizado, con su respiración entrecortada. Sus ojos perdidos en la nada, parpadeando con nerviosismo, intentando comprender lo que había pasado. Era un sueño… solo un sueño, pensó, mientras colocaba sus pies en el suelo. Estaba sentado en su catre, respirando profundo para volver a la calma… mientras se ponía sus botas. Una mañana había comenzado, sería mejor levantarse e ir a trabajar para terminar el Valhalla de una vez por todas. Se frotó sus dedos índice y pulgar por sus ojos, para limpiarlos y se puso de pie. Observó por la ventana, aquel bello paisaje alba, mientras se tomaba la cabeza ante el susto del sueño que aun seguía latente… había sido tan real.
Estaba en el Palacio Valhalla, le habían cedido un lugar ahí, y no era por holgazanear así que era mejor que se pusiera a trabajar, como lo hacía cada día. Creía fervientemente que Odin existía, pero aun más creia en Knoll, no podía fallarle a sus ideales. Fue así que no tardó en salir del Palacio, no sin antes ponerse un abrigo de pieles, mientras abría la puerta de su habitación y se marchaba a trabajar en las obras, de seguro alguien había como siempre, trabajando para un prospero Asgard.
En su cuerpo sentía un cosquilleo, de seguro había de ser la nieve, pensó mientras seguía su trayecto, hundiendo sus pies en la nieve, que estaba bien alta en esas fechas. Sus pares, habían de estar trabajando y él estaba recorriendo su camino, para ir al Castillo Valhalla, para seguir construyendo el castillo. Pero era curioso, ya ni recordaba el porque había salido del Palacio, es más… ni siquiera recordaba haberse ido. Quizás era su cabeza que estaba pensando en miles de cosas, desde que descubrió lo de su hermano. Cerró sus ojos para intentar recordarlo… él lo había visto en sueños. Pero no podía ir en contra de ello, eran gemelos, de seguro era igual a él. Abrió sus ojos y observó sus manos, aquellas que estaban dañadas de tanto trabajo, manos vikingas.
Parpadeó, solo un instante… fue en que cerró sus ojos, para que sintiera un dolor en su pecho. Se tomó el pecho y sintió que se colapsaba, cayó con una rodilla en tierra y comenzó a sentir que la nieve se derretía, se convertía en vapor para desvanecerse con el aire… que cambiaba su tormenta nívea y se sentía calido, ¿Calido? Era algo que nunca había sentido… en su mano crecía una espada y en la otra unas garras. No sabía que pensar, cuando por reflejo nomás, había levantado sus garras para acabar con la vida de un hombre que saltaba hacia él con ferocidad, pero no era tiempo de pensar, atrás venían aun más hombres… levantó su espada haciendo un corte al primero que lo encargaba y con medio giro hacia atrás acertaba un garrazo al abdomen de un segundo.
Aquella esfera, que brillaba en el firmamento, no sabía que era… a pesar de que cualquiera diría es el Sol, él no lo sabía. Egipcios salían de la nada y Seisyll, se defendía como podía, acabando con la vida de ellos. Por momentos giró su cabeza y alguien estaba peleando a su lado, un hombre de cabello castaño claro, el Asgardiano no entendía absolutamente nada… pero su distracción le costó caro, debido a que cuando giró su vista para ver a sus oponentes, estos clavaron una espada en su vientre y no tardaron para que otros le cayeran encima como tigres por su presa con sus espadas en alto… dispuestos a finiquitar su vida… y… y…
¡NO! – Musitó Seisyll mientras se levantaba de la cama… aterrorizado, con su respiración entrecortada. Sus ojos perdidos en la nada, parpadeando con nerviosismo, intentando comprender lo que había pasado. Era un sueño… solo un sueño, pensó, mientras colocaba sus pies en el suelo. Estaba sentado en su catre, respirando profundo para volver a la calma… mientras se ponía sus botas. Una mañana había comenzado, sería mejor levantarse e ir a trabajar para terminar el Valhalla de una vez por todas. Se frotó sus dedos índice y pulgar por sus ojos, para limpiarlos y se puso de pie. Observó por la ventana, aquel bello paisaje alba, mientras se tomaba la cabeza ante el susto del sueño que aun seguía latente… había sido tan real.
Estaba en el Palacio Valhalla, le habían cedido un lugar ahí, y no era por holgazanear así que era mejor que se pusiera a trabajar, como lo hacía cada día. Creía fervientemente que Odin existía, pero aun más creia en Knoll, no podía fallarle a sus ideales. Fue así que no tardó en salir del Palacio, no sin antes ponerse un abrigo de pieles, mientras abría la puerta de su habitación y se marchaba a trabajar en las obras, de seguro alguien había como siempre, trabajando para un prospero Asgard.
Seisyll- Cantidad de envíos : 16
Re: Habitación de Seisyll
La nieve densa no era un problema para aquel nórdico que estaba acostumbrado a todo eso, más corría entre ella como si nada estuviese pasando. Sus piernas no daban más y su vista estaba perdida en la nada, tenía que correr pero no sabía hacia donde. La dirección hacia la que iba era la del Valhalla y pronto no tardaría en llegar.
La nieve era completamente espesa en el suelo, al punto de que se le dificultaba un poco el hecho de hacer dos pasos. Sus piernas ardían, sus músculos estaban cansados, había estado corriendo sin parar de hacia un gran tiempo y la nieve no ayudaba en la situación, debido a que le dejaba aun mas exhausto. Se detuvo justo en la puerta del Valhalla, por momentos su voz estaba apagada, solo se escuchaba el mugir de su respiración agitada y su pecho repetía el toc-toc del corazón agitadamente.
Sus parpados por momentos se cayeron, sentía que se estaba desvaneciendo en la nada. Todo se volvió oscuro para él, que antes de caer al suelo cerró sus ojos quedando completamente inconsciente. Su respiración agitada se fundía con la nieve y el calor que soltaba por su boca al respirar, se convertía en un pequeño vapor. Estaba completamente dormido, cansado, exhausto y todo lo que se relacionara con cansancio. No podía ni quería mas… estaba realmente cansado de casi todo, al punto de dormir en la nieve.
…
Despertó, estaba en la mitad de un caos. Tenía una espada en su mano, nuevamente gente extraña le atacaba y éste se defendía solamente por reflejo. Que buena situación, pensó Seisyll, debido a que estaba en grandes problemas. Observó su cuerpo, llevaba una armadura extraña, una armadura romana, algo que no usaría nunca un nórdico. Su yelmo no dejaba ver su cara de desconcierto, pateó al primero que se le acercaba y cuando cayó al suelo, ensartó su espada en el pecho eliminándolo.
Observó allá al frente, unas enormes tierras estaban presentes, ¿Estaba combatiendo por ellas? Al menos eso era lo que pensaba. Aunque no entendía muy bien como al haber caído rendido en la nieve, haber despertado ahí. Se encendió en cólera y comenzó a gritar, para correr hacia el enemigo, un enorme ejército, no le importaba el número, no le importaban sus compañeros, quería cruzar ya su espada con aquella primera fila, que tenía sus lanzas firmes al frente, quería acabar con el que se le cruzara.
- ¡AHHHHHHHHH!
Soltó un grito de guerra, para que cuando impactara en la primera fila, abriera sus ojos verdaderamente. Estaba en su cama, en su habitación con un pañuelo mojado en su cabeza. A su lado su compañera Tanya, sonriéndole un poco, cariñosamente. A su lado estaba una mesa, con un poco de agua en un tarro, de seguro ella pensaba que tenía fiebre o algo, pues así era, dormir en la nieve le había enfermado, aunque él sentía que no le había pasado nada, se sentía en buen estado por así decirlo.
- Me alegra que hayas despertado, Seisyll.
Dijo ella para intentar tocarle con la palma de su mano la frente para ver si estaba bien. Su temperatura había bajado, aunque ahora debía preocuparse por otra cosa. La muchacha le había encontrado en la nieve, cuando iba hacia el Valhalla tras él. Estaba en pésimas condiciones y era extraño, pensaba ella, dado que Seisyll era alguien con un buen estado de salud, a pesar de estar en el frío no se enfermaba casi nunca, por no decir nunca. Se lo veía algo cansado, algo extraño y la mujer lo intuía en el fondo.
- Roma.
Dijo Seisyll, soltándolo al aire y obviamente la pelirroja lo escuchó. Le miró con extrañeza, alzando una ceja ante el desconcierto de nombrar a una de las ciudades que en cualquier momento podría arrasar con el pueblo de Asgard. Le acarició el cabello para calmarlo un poco y la chica algo intrigada musitó.
- ¿Roma? ¿Qué pasa con Roma?
Seisyll giró su cabeza y se perdió un momento en lo que había soñado recientemente. La armadura que tenía en ese sueño era nada más y nada menos que una armadura Romana, si bien no los conocía mucho, sabía lo mínimo para reconocerlos y su ejército se había movido bastante por estas tierras, aunque nunca conquistaron las legiones nórdicas. Porque no quisieron evidentemente, porque su poder les daba para hacerlo, pero no les interesaba.
- ¡Roma es mi lugar de destino! Lo vi en mis sueños, siempre lo soñé, pero nunca había encontrado la respuesta hasta ahora. Solo ahí encontraré a mi hermano. Lo presiento.
Dijo con sinceridad el de cabellos turquesas. Sus ojos estaban algo perdidos, como si delirara por la fiebre, la pelirroja con tan solo pensarlo agachó su cabeza angustiada. Seisyll tenía una sonrisa en sus labios, como si estuviese seguro de que ese era su destino, se sentó al borde de su cama, suspirando y pensando en todo lo que había pasado en Asgard. Pero era momento de partir, no había otra opción.
- ¿Entonces te irás?
Dijo ella con una voz contristada. Sus ojos no miraban nada más que el suelo y Seisyll no sabía como actuar, tan solo sonrió para si mismo, con pesadez y colocó sus dedos en su mentón, para luego recorrer su mano calida por su mejilla y atajar con su pulgar la primera lagrima que salía de los ojos de la muchacha. Acarició su cabello rojo como el fuego y lo colocó detrás de la oreja, para poder ver su rostro por completo.
- No llores, amiga. Estoy más que seguro que algún día volveré…
A pesar de estar llorando Tanya alzó su mirada para encontrarse con los ojos rojizos de Seisyll. Parpadeó dos veces, intentando calmar sus lagrimas, no podía decir nada, no sabía que decir, tan solo colocó su rostro en el pecho de Seisyll y le abrazó lo mas fuerte que pudo. Seisyll colocó su mano en el cabello de ella y con suavidad le acarició, para intentar calmarla, mientras le tarareaba una canción nórdica bastante vieja.
- Prometo que volveré…
Pensó Seisyll con una sonrisa en sus labios, mientras ella cerraba sus ojos escuchando su canción. Le daba paz, ambos iluminados por la luz de la vela, era una situación de completo descanso, pues la mujer en un par de segundos se había dormido. Con mucho cuidado Seisyll se colocó de pie y sin despertarla, colocó a Tanya en su cama, cubriéndola con las pieles de los animales que había cazado cuando pequeño. Se sentó en un banco que tenía justo al lado de una pequeña mesa. Mientras observaba a Tanya.
Allá estaba Tanya, jugando a la guerra con los chicos de su edad. Con dos espadas de madera, que le había construido su padre, golpeaba a los chicos como podía ya que no se le daba mucho el arte del combate, puesto que después de todo era una niña. Era subestimada en fuerza y cuando llegaba alcanzarlos con algún golpe, los niños para no ser humillados por ella, le golpeaban fuerte y la hacían caer a la nieve. Ella siempre lloraba, mientras que los niños le decían cosas y bromeaban con ella por ser mujer.
- ¡No puedes jugar con nosotros si te pondrás a llorar! ¿No te das cuenta que no puedes hacer nada? Eres una tonta… ¡Mírenla…! ¡Mírenla como llora!
- Creo que deberías dejar de molestarla, ¿Tanto te molesta que te haya golpeado una niña? Creo que la subestimas mucho…
- ¿Y tú que te metes?
Dijo el joven, algo enfurecido mientras intentaba golpearlo fuertemente con la espada de madera a un pequeño Seisyll, que sin espadas ni nada, tan solo giraba hacia atrás esquivando y con una patada, dejaba sin armas a su rival. El niño avanzaba hacia el de cabellos turquesas y éste de espaldas, levantaba su puño para golpearle la nariz y que éste cayera al suelo, se tomara con rapidez su rostro y saliese corriendo.
La joven observaba a quien le había rescatado. Estaba con lagrimas en sus ojos, cuando tomó sus dos espadas de madera que estaban en la nieve y empuñándolas fuertes, mostró una actitud violenta atacando a Seisyll. Mientras éste con gran reflejo la esquivaba sin que le golpease. Se tiraba hacia atrás, no quería causarle daño y Tanya cayó a la nieve algo exhausta, gritando con rapidez.
- ¡Yo podía ganarles sola! ¡No se para que te metiste!
- Sin duda alguna le podrías haber ganado, pero solo lo hice porque me molestaba a mí su actitud, no porque me molestaba que te molestaran, niña.
Dijo Seisyll mientras se daba la vuelta. Levantaba su mano en señal de adiós y se marchaba con lentitud, la niña se quedaba de rodillas en la nieve, observando al de cabellos turquesas. Su sonrisa, le fastidiaba, al parecer. Aunque soltó sus espadas y le gritó al niño, con algo de intriga en sus palabras.
- ¡OYE! ¿Có-cómo te llamas?
- Seisyll, ¿Y tú?
- Tanya… me llamo Tanya.
- Que bien Tanya, cuídate, nos vemos.
Dijo Seisyll, mientras se perdía entre la densa nieve que caía ahí. La chica se quedó quieta, observando hacia donde éste se había ido. Se limpió sus ojos y una sonrisa surcó sus labios con velocidad, mientras se dirigía a levantar sus dos espadas, observó una vez mas hacia donde se había ido el chico, como si éste le escuchase ella musitó.
- Gracias…
Luego de tantos años, ella había crecido y ahora no se llevaban tan mal. Después de todo, habían sociabilizado y madurado, sin duda alguna fueron grandes amigos. Aunque Knoll era el tema porque siempre se tenían que separar y se dio cuenta, que mientras ella jugaba, Seisyll trabajaba en la construcción de la ciudadela. Ya no se veían como antes, aunque cuando se veían era casi siempre risas y charlas amenas.
- De nada…
Musitó Seisyll, levantándose de su silla. Tenía que dejar a esa chica atrás. Tenía que hablar con Knoll ahora que estaba bien y contarle todo lo que había sucedido, tenía que contarle a Knoll que ahora su nuevo rumbo era Roma y que juraría con su vida que volvería por el horizonte alguna vez, con la compañía de su gemelo.
La nieve era completamente espesa en el suelo, al punto de que se le dificultaba un poco el hecho de hacer dos pasos. Sus piernas ardían, sus músculos estaban cansados, había estado corriendo sin parar de hacia un gran tiempo y la nieve no ayudaba en la situación, debido a que le dejaba aun mas exhausto. Se detuvo justo en la puerta del Valhalla, por momentos su voz estaba apagada, solo se escuchaba el mugir de su respiración agitada y su pecho repetía el toc-toc del corazón agitadamente.
Sus parpados por momentos se cayeron, sentía que se estaba desvaneciendo en la nada. Todo se volvió oscuro para él, que antes de caer al suelo cerró sus ojos quedando completamente inconsciente. Su respiración agitada se fundía con la nieve y el calor que soltaba por su boca al respirar, se convertía en un pequeño vapor. Estaba completamente dormido, cansado, exhausto y todo lo que se relacionara con cansancio. No podía ni quería mas… estaba realmente cansado de casi todo, al punto de dormir en la nieve.
…
Despertó, estaba en la mitad de un caos. Tenía una espada en su mano, nuevamente gente extraña le atacaba y éste se defendía solamente por reflejo. Que buena situación, pensó Seisyll, debido a que estaba en grandes problemas. Observó su cuerpo, llevaba una armadura extraña, una armadura romana, algo que no usaría nunca un nórdico. Su yelmo no dejaba ver su cara de desconcierto, pateó al primero que se le acercaba y cuando cayó al suelo, ensartó su espada en el pecho eliminándolo.
Observó allá al frente, unas enormes tierras estaban presentes, ¿Estaba combatiendo por ellas? Al menos eso era lo que pensaba. Aunque no entendía muy bien como al haber caído rendido en la nieve, haber despertado ahí. Se encendió en cólera y comenzó a gritar, para correr hacia el enemigo, un enorme ejército, no le importaba el número, no le importaban sus compañeros, quería cruzar ya su espada con aquella primera fila, que tenía sus lanzas firmes al frente, quería acabar con el que se le cruzara.
- ¡AHHHHHHHHH!
Soltó un grito de guerra, para que cuando impactara en la primera fila, abriera sus ojos verdaderamente. Estaba en su cama, en su habitación con un pañuelo mojado en su cabeza. A su lado su compañera Tanya, sonriéndole un poco, cariñosamente. A su lado estaba una mesa, con un poco de agua en un tarro, de seguro ella pensaba que tenía fiebre o algo, pues así era, dormir en la nieve le había enfermado, aunque él sentía que no le había pasado nada, se sentía en buen estado por así decirlo.
- Me alegra que hayas despertado, Seisyll.
Dijo ella para intentar tocarle con la palma de su mano la frente para ver si estaba bien. Su temperatura había bajado, aunque ahora debía preocuparse por otra cosa. La muchacha le había encontrado en la nieve, cuando iba hacia el Valhalla tras él. Estaba en pésimas condiciones y era extraño, pensaba ella, dado que Seisyll era alguien con un buen estado de salud, a pesar de estar en el frío no se enfermaba casi nunca, por no decir nunca. Se lo veía algo cansado, algo extraño y la mujer lo intuía en el fondo.
- Roma.
Dijo Seisyll, soltándolo al aire y obviamente la pelirroja lo escuchó. Le miró con extrañeza, alzando una ceja ante el desconcierto de nombrar a una de las ciudades que en cualquier momento podría arrasar con el pueblo de Asgard. Le acarició el cabello para calmarlo un poco y la chica algo intrigada musitó.
- ¿Roma? ¿Qué pasa con Roma?
Seisyll giró su cabeza y se perdió un momento en lo que había soñado recientemente. La armadura que tenía en ese sueño era nada más y nada menos que una armadura Romana, si bien no los conocía mucho, sabía lo mínimo para reconocerlos y su ejército se había movido bastante por estas tierras, aunque nunca conquistaron las legiones nórdicas. Porque no quisieron evidentemente, porque su poder les daba para hacerlo, pero no les interesaba.
- ¡Roma es mi lugar de destino! Lo vi en mis sueños, siempre lo soñé, pero nunca había encontrado la respuesta hasta ahora. Solo ahí encontraré a mi hermano. Lo presiento.
Dijo con sinceridad el de cabellos turquesas. Sus ojos estaban algo perdidos, como si delirara por la fiebre, la pelirroja con tan solo pensarlo agachó su cabeza angustiada. Seisyll tenía una sonrisa en sus labios, como si estuviese seguro de que ese era su destino, se sentó al borde de su cama, suspirando y pensando en todo lo que había pasado en Asgard. Pero era momento de partir, no había otra opción.
- ¿Entonces te irás?
Dijo ella con una voz contristada. Sus ojos no miraban nada más que el suelo y Seisyll no sabía como actuar, tan solo sonrió para si mismo, con pesadez y colocó sus dedos en su mentón, para luego recorrer su mano calida por su mejilla y atajar con su pulgar la primera lagrima que salía de los ojos de la muchacha. Acarició su cabello rojo como el fuego y lo colocó detrás de la oreja, para poder ver su rostro por completo.
- No llores, amiga. Estoy más que seguro que algún día volveré…
A pesar de estar llorando Tanya alzó su mirada para encontrarse con los ojos rojizos de Seisyll. Parpadeó dos veces, intentando calmar sus lagrimas, no podía decir nada, no sabía que decir, tan solo colocó su rostro en el pecho de Seisyll y le abrazó lo mas fuerte que pudo. Seisyll colocó su mano en el cabello de ella y con suavidad le acarició, para intentar calmarla, mientras le tarareaba una canción nórdica bastante vieja.
- Prometo que volveré…
Pensó Seisyll con una sonrisa en sus labios, mientras ella cerraba sus ojos escuchando su canción. Le daba paz, ambos iluminados por la luz de la vela, era una situación de completo descanso, pues la mujer en un par de segundos se había dormido. Con mucho cuidado Seisyll se colocó de pie y sin despertarla, colocó a Tanya en su cama, cubriéndola con las pieles de los animales que había cazado cuando pequeño. Se sentó en un banco que tenía justo al lado de una pequeña mesa. Mientras observaba a Tanya.
Allá estaba Tanya, jugando a la guerra con los chicos de su edad. Con dos espadas de madera, que le había construido su padre, golpeaba a los chicos como podía ya que no se le daba mucho el arte del combate, puesto que después de todo era una niña. Era subestimada en fuerza y cuando llegaba alcanzarlos con algún golpe, los niños para no ser humillados por ella, le golpeaban fuerte y la hacían caer a la nieve. Ella siempre lloraba, mientras que los niños le decían cosas y bromeaban con ella por ser mujer.
- ¡No puedes jugar con nosotros si te pondrás a llorar! ¿No te das cuenta que no puedes hacer nada? Eres una tonta… ¡Mírenla…! ¡Mírenla como llora!
- Creo que deberías dejar de molestarla, ¿Tanto te molesta que te haya golpeado una niña? Creo que la subestimas mucho…
- ¿Y tú que te metes?
Dijo el joven, algo enfurecido mientras intentaba golpearlo fuertemente con la espada de madera a un pequeño Seisyll, que sin espadas ni nada, tan solo giraba hacia atrás esquivando y con una patada, dejaba sin armas a su rival. El niño avanzaba hacia el de cabellos turquesas y éste de espaldas, levantaba su puño para golpearle la nariz y que éste cayera al suelo, se tomara con rapidez su rostro y saliese corriendo.
La joven observaba a quien le había rescatado. Estaba con lagrimas en sus ojos, cuando tomó sus dos espadas de madera que estaban en la nieve y empuñándolas fuertes, mostró una actitud violenta atacando a Seisyll. Mientras éste con gran reflejo la esquivaba sin que le golpease. Se tiraba hacia atrás, no quería causarle daño y Tanya cayó a la nieve algo exhausta, gritando con rapidez.
- ¡Yo podía ganarles sola! ¡No se para que te metiste!
- Sin duda alguna le podrías haber ganado, pero solo lo hice porque me molestaba a mí su actitud, no porque me molestaba que te molestaran, niña.
Dijo Seisyll mientras se daba la vuelta. Levantaba su mano en señal de adiós y se marchaba con lentitud, la niña se quedaba de rodillas en la nieve, observando al de cabellos turquesas. Su sonrisa, le fastidiaba, al parecer. Aunque soltó sus espadas y le gritó al niño, con algo de intriga en sus palabras.
- ¡OYE! ¿Có-cómo te llamas?
- Seisyll, ¿Y tú?
- Tanya… me llamo Tanya.
- Que bien Tanya, cuídate, nos vemos.
Dijo Seisyll, mientras se perdía entre la densa nieve que caía ahí. La chica se quedó quieta, observando hacia donde éste se había ido. Se limpió sus ojos y una sonrisa surcó sus labios con velocidad, mientras se dirigía a levantar sus dos espadas, observó una vez mas hacia donde se había ido el chico, como si éste le escuchase ella musitó.
- Gracias…
Luego de tantos años, ella había crecido y ahora no se llevaban tan mal. Después de todo, habían sociabilizado y madurado, sin duda alguna fueron grandes amigos. Aunque Knoll era el tema porque siempre se tenían que separar y se dio cuenta, que mientras ella jugaba, Seisyll trabajaba en la construcción de la ciudadela. Ya no se veían como antes, aunque cuando se veían era casi siempre risas y charlas amenas.
- De nada…
Musitó Seisyll, levantándose de su silla. Tenía que dejar a esa chica atrás. Tenía que hablar con Knoll ahora que estaba bien y contarle todo lo que había sucedido, tenía que contarle a Knoll que ahora su nuevo rumbo era Roma y que juraría con su vida que volvería por el horizonte alguna vez, con la compañía de su gemelo.
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