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Habitación de Vergilius
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Habitación de Vergilius
Vergilius iba agarrado del brazo con su prima Lucy,entraron en el palacio imperial por la gran entrada, a esas horas apenas se veían los sirvientes siempre atareados durante el dia, debían estar comiendo en conjunto en las cocinas o simplemente descansando, peró no importaba pues en ese momento no los necesitaban así que continuaron andando por los silenciosos pasillos de mármol, haciendo resonar sus pasos en el silencio.Los aposentos estaban en la segunda planta del palacio, lejos del bullicio del primero, para llegar a ellas tenías que subir una escalinata decorada con bonitas estatuas talladas con precisión en la blanca piedra, los dos jovenes apenas hablaban entre ellos pues apenas tenían que decirse aunque solo habían pasado un corto tiempo juntos despúes de mucho tiempo.
Finalmente llegaron a las puertas de la cámara del joven hijo del emperador, Vergilius cogió los picaportes y girandolos abrió el paso hacia su habitación que no podía ni haber pisado tras su regreso de Germania, los encargados se habían encargado de su mantenimiento, de quitar el polvo, cambiar las sábanas para que no olieran a cerrado,no sabía si lo habían por el simple echo de que fuera su trabajo o por ejemplo algún minimo de simpatía o de respeto hacía su persona.
-Por favor Lucy quedate esta noche a dormir en mis aposentos, puedes usar la cama, yo descansaré en el diván pues es lo más parecido a la cama de campaña y no se si podría dormir en algo tan esponjoso,además a ti te espera un largo camino así que quiero que disfutes de las máximas comodidades antes de tu partida.
Finalmente llegaron a las puertas de la cámara del joven hijo del emperador, Vergilius cogió los picaportes y girandolos abrió el paso hacia su habitación que no podía ni haber pisado tras su regreso de Germania, los encargados se habían encargado de su mantenimiento, de quitar el polvo, cambiar las sábanas para que no olieran a cerrado,no sabía si lo habían por el simple echo de que fuera su trabajo o por ejemplo algún minimo de simpatía o de respeto hacía su persona.
-Por favor Lucy quedate esta noche a dormir en mis aposentos, puedes usar la cama, yo descansaré en el diván pues es lo más parecido a la cama de campaña y no se si podría dormir en algo tan esponjoso,además a ti te espera un largo camino así que quiero que disfutes de las máximas comodidades antes de tu partida.
Vergilius- Dios/a
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Re: Habitación de Vergilius
En un lento andar nos adentrábamos por aquellos largos y fríos pasillos, por aquellos lugares que traían una sensación de tan mal augurio a mi pecho, pero era solo el aroma, la peste de todo lo que rodeaba a la mujer que reinaba ese lugar, esa serpiente que todos aclaman como emperatriz. Tan solo el constante repicar de nuestros pasos en los peldaños y suelos de mármol cortaba el silencio que se había generado. Pareciera que no hubiese nada que decir, pero verdaderamente había tanto que quería poder expresarle, pero no podía, no era tan sencillo. Tan solo me conformé con verle de reojo aquel sereno rostro al que tanto había esperado volver a ver. Dentro de todo cada segundo a su lado eran los mas gloriosos momentos de mi joven vida. Por momentos mi mente hasta se abstraía de la realidad dejándose llevar en la fantasía de permanecer a su lado por siempre, acariciando su cabello, sosteniéndolo entre mis brazos. Las puertas de una agradable y amplia habitación se abrían frente a nosotros, y su profunda y armoniosa voz me devolvía a una realidad fría y cruel.
Tras una sonrisa un tanto mentirosa oculte mi aflicción, tantas ganas de llorar, de ceder ante la locura. Me acerque a él algo cabizbaja, queriendo sentir su calor, el palpitar de su pecho. Tome entre mis manos su cabeza acercándola a mi hombro, abrazándolo en un instinto casi maternal y protectivo. –Vergilius, te has convertido en un gran hombre, mas de lo que podría haber imaginado. Me alegra pueda estar aquí en este momento contigo, espero no te agobie escucharlo pero es un sentimiento tan grato. Esta noche descansa tranquilo, estaré aquí a tu lado en todo momento. – murmuré con tranquilidad elevando mi rostro para observarlo a los ojos, con una tenue sonrisa curvando mis labios. Sentía como si las lágrimas fuesen a surgirme ante tal mentira, pues tampoco quería dejarle, alejarme me rompía el corazón pero era para el bien mayor de ambos. El tiempo en que todo se arreglaría llegaría, todo a su tiempo, pero era difícil aceptarlo.
Le ayudé a preparar el diván para que dentro de todo pudiese descansar cómodamente, me importaba lo mejor para él, pero sabía que no cedería ante la posibilidad de que yo durmiese allí y él en su cama. Algo sonrojada ,por la simple idea de estar tan cerca de él, de poder verlo mientras durmiera, me volteé disponiéndome a preparar la cama tratando de disimular aquellos sentimientos y buscando sacar esos pensamientos de mi cabeza que ya muy turbia se encontraba
Unas horas pasaron y abrí lentamente mis ojos, la oscuridad de la madrugada había envuelto la habitación y el silencio envolvía los alrededores, generando un aire tranquilo y grato. Levanté apenas mi torso observando hacia el diván para cerciorarme de que Vergilius se encontrase dormido, y así parecía ser. Con suavidad aparté las sabanas sentándome en el extremo de la cama para ponerme de pie. Con sumo silencio caminé hacia una esquina de la habitación tomando las pocas pertenencias que había traído conmigo y poniéndome la capa con la que me resguardaba al viajar, me serviría también para pasar desapercibida hasta que llegara al puerto. Escabullirme, escapar así me resultaba horrible, pero si no lo hacía así no podría hacerlo. ¿Cómo soportaría mi corazón volver a ver el rostro de mi sobrino al marcharme? Volver a sentir esa puñalada en el pecho era algo que no quería revivir, y también estaba el peligro de cada segundo en el cual podía encontrarme nuevamente frente a Diva. Octavius no siempre estaría para salvar la situación.
Tomé cuidadosamente una pluma y un papel que había en un pequeño escritorio y escribí una nota para que él pudiese leer cuando despertara, intentando explicarle, para que no se desconcertara.
“Querido Vergilius:
Lamento si tu despertar es amargo por mi causa, lamento haberme marchado así, sin avisar, pero no podía soportar una despedida. Se que algún día, podrás entender la razón a mi extraño comportamiento y perdonarme, se que pronto volveré a verte y podremos recuperar el tiempo perdido. Hay una realidad mucho mas cruda y cruel de la que puedas imaginar, espero no te enfurezca que leas estas palabras que intentan advertirte, pero te toparás con una realidad retorcida y atroz. Regresaré por ti, y cuidaré de ti por el tiempo que viva, como tu madre lo habría querido. Hasta entonces cuídate por favor sobrino mío. Esto no es un adiós, tan solo un hasta pronto…No me olvides.
Con todo mi cariño.
Coloqué la nota en la cama, a simple vista para cuando despertara, en mi mente surgieron imágenes de sus posibles reacciones, pero era un misterio que no podría averiguar. Todo estaba listo, y el silencio parecía acunar mi huida, pero cuando me acercaba a la puerta me di la vuelta para observarlo una ultima vez y no pude resistirme.
Con mucho cuidado y sigilo me acerque hasta él, la tenue luz de la luna llena nos iluminaba. Su rostro era tan apacible en su dormitar, sin embargo yo podía sentir como por mis mejillas comenzaban a correr heladas lagrimas. Me arrodillé a su lado, para acercarme. Su sueño era profundo, se notaba estaba cansado. Era tan dulce, tan hermoso ver aquella imagen, que no pude evitar posar levemente la mano en su mejilla. No pareció perturbar sus sueños, así que algo mas tranquila acaricié su rostro y sus oscuros cabellos, guardando esa bella sensación y esa escena en mi mente como otro grato recuerdo. Sintiendo la calidez de su piel, su suavidad, cada respiro y palpitar, su aroma. Dejándome llevar por el regocijo y por la seguridad de que no se despertaría quise decirle todo aquello que se mantenía guardado en mi pecho, todos esos sentimientos. No había tiempo, pero al menos unas palabras, quería poder decírselas.
-Mi Vergilius, si supieses cuanto te he anhelado, cuanto he soñado con los recuerdos de nuestro pasado, con poder tenerte entre mis brazos, cuidarte por siempre…estar a tu lado.- me pause un instante, conteniéndome, las lagrimas se desviaban en una efímera sonrisa que curvaba mis labios. Respire profundamente cerrando mis ojos, apoyando mi frente contra la suya. – No permitiré que te lleven como lo hicieron con tu madre, esa vil arpía no podrá tocarte. Todo el mal que nos ha traído, todo se lo haré pagar. Vengaré a Helena y te llevaré conmigo a donde perteneces, no volveré a soltarte…nunca mas.- murmuré sintiendo como algo de rabia y mi impredecible demencia comenzaba a perturbarme la mente y a encender la sangre en mis venas.
“¡Entupida las lágrimas!” escuché dentro de mi cabeza aquella maliciosa voz, rápidamente me separé notando que había dejado algunas gotas en su rostro, con miedo de que pudiese despertar me levante y me apresure hacia la puerta. Tan solo en el umbral de esta me volteé a verlo y susurrar tan solo una cosa mas antes de irme entre las sombras.
-Volveré por ti…Hasta un nuevo mañana.-
Mis pies comenzaron a correr por los pasillos, con tan solo el rastro del tintinear de la tobillera de cascabeles. Mi mente comenzó a nublarse guiada por un pensamiento de mi inconsciente repitiéndose sin cesar.
“Mío”
Tras una sonrisa un tanto mentirosa oculte mi aflicción, tantas ganas de llorar, de ceder ante la locura. Me acerque a él algo cabizbaja, queriendo sentir su calor, el palpitar de su pecho. Tome entre mis manos su cabeza acercándola a mi hombro, abrazándolo en un instinto casi maternal y protectivo. –Vergilius, te has convertido en un gran hombre, mas de lo que podría haber imaginado. Me alegra pueda estar aquí en este momento contigo, espero no te agobie escucharlo pero es un sentimiento tan grato. Esta noche descansa tranquilo, estaré aquí a tu lado en todo momento. – murmuré con tranquilidad elevando mi rostro para observarlo a los ojos, con una tenue sonrisa curvando mis labios. Sentía como si las lágrimas fuesen a surgirme ante tal mentira, pues tampoco quería dejarle, alejarme me rompía el corazón pero era para el bien mayor de ambos. El tiempo en que todo se arreglaría llegaría, todo a su tiempo, pero era difícil aceptarlo.
Le ayudé a preparar el diván para que dentro de todo pudiese descansar cómodamente, me importaba lo mejor para él, pero sabía que no cedería ante la posibilidad de que yo durmiese allí y él en su cama. Algo sonrojada ,por la simple idea de estar tan cerca de él, de poder verlo mientras durmiera, me volteé disponiéndome a preparar la cama tratando de disimular aquellos sentimientos y buscando sacar esos pensamientos de mi cabeza que ya muy turbia se encontraba
Unas horas pasaron y abrí lentamente mis ojos, la oscuridad de la madrugada había envuelto la habitación y el silencio envolvía los alrededores, generando un aire tranquilo y grato. Levanté apenas mi torso observando hacia el diván para cerciorarme de que Vergilius se encontrase dormido, y así parecía ser. Con suavidad aparté las sabanas sentándome en el extremo de la cama para ponerme de pie. Con sumo silencio caminé hacia una esquina de la habitación tomando las pocas pertenencias que había traído conmigo y poniéndome la capa con la que me resguardaba al viajar, me serviría también para pasar desapercibida hasta que llegara al puerto. Escabullirme, escapar así me resultaba horrible, pero si no lo hacía así no podría hacerlo. ¿Cómo soportaría mi corazón volver a ver el rostro de mi sobrino al marcharme? Volver a sentir esa puñalada en el pecho era algo que no quería revivir, y también estaba el peligro de cada segundo en el cual podía encontrarme nuevamente frente a Diva. Octavius no siempre estaría para salvar la situación.
Tomé cuidadosamente una pluma y un papel que había en un pequeño escritorio y escribí una nota para que él pudiese leer cuando despertara, intentando explicarle, para que no se desconcertara.
“Querido Vergilius:
Lamento si tu despertar es amargo por mi causa, lamento haberme marchado así, sin avisar, pero no podía soportar una despedida. Se que algún día, podrás entender la razón a mi extraño comportamiento y perdonarme, se que pronto volveré a verte y podremos recuperar el tiempo perdido. Hay una realidad mucho mas cruda y cruel de la que puedas imaginar, espero no te enfurezca que leas estas palabras que intentan advertirte, pero te toparás con una realidad retorcida y atroz. Regresaré por ti, y cuidaré de ti por el tiempo que viva, como tu madre lo habría querido. Hasta entonces cuídate por favor sobrino mío. Esto no es un adiós, tan solo un hasta pronto…No me olvides.
Con todo mi cariño.
Lucy. ”
Coloqué la nota en la cama, a simple vista para cuando despertara, en mi mente surgieron imágenes de sus posibles reacciones, pero era un misterio que no podría averiguar. Todo estaba listo, y el silencio parecía acunar mi huida, pero cuando me acercaba a la puerta me di la vuelta para observarlo una ultima vez y no pude resistirme.
Con mucho cuidado y sigilo me acerque hasta él, la tenue luz de la luna llena nos iluminaba. Su rostro era tan apacible en su dormitar, sin embargo yo podía sentir como por mis mejillas comenzaban a correr heladas lagrimas. Me arrodillé a su lado, para acercarme. Su sueño era profundo, se notaba estaba cansado. Era tan dulce, tan hermoso ver aquella imagen, que no pude evitar posar levemente la mano en su mejilla. No pareció perturbar sus sueños, así que algo mas tranquila acaricié su rostro y sus oscuros cabellos, guardando esa bella sensación y esa escena en mi mente como otro grato recuerdo. Sintiendo la calidez de su piel, su suavidad, cada respiro y palpitar, su aroma. Dejándome llevar por el regocijo y por la seguridad de que no se despertaría quise decirle todo aquello que se mantenía guardado en mi pecho, todos esos sentimientos. No había tiempo, pero al menos unas palabras, quería poder decírselas.
-Mi Vergilius, si supieses cuanto te he anhelado, cuanto he soñado con los recuerdos de nuestro pasado, con poder tenerte entre mis brazos, cuidarte por siempre…estar a tu lado.- me pause un instante, conteniéndome, las lagrimas se desviaban en una efímera sonrisa que curvaba mis labios. Respire profundamente cerrando mis ojos, apoyando mi frente contra la suya. – No permitiré que te lleven como lo hicieron con tu madre, esa vil arpía no podrá tocarte. Todo el mal que nos ha traído, todo se lo haré pagar. Vengaré a Helena y te llevaré conmigo a donde perteneces, no volveré a soltarte…nunca mas.- murmuré sintiendo como algo de rabia y mi impredecible demencia comenzaba a perturbarme la mente y a encender la sangre en mis venas.
“¡Entupida las lágrimas!” escuché dentro de mi cabeza aquella maliciosa voz, rápidamente me separé notando que había dejado algunas gotas en su rostro, con miedo de que pudiese despertar me levante y me apresure hacia la puerta. Tan solo en el umbral de esta me volteé a verlo y susurrar tan solo una cosa mas antes de irme entre las sombras.
-Volveré por ti…Hasta un nuevo mañana.-
Mis pies comenzaron a correr por los pasillos, con tan solo el rastro del tintinear de la tobillera de cascabeles. Mi mente comenzó a nublarse guiada por un pensamiento de mi inconsciente repitiéndose sin cesar.
“Mío”
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Re: Habitación de Vergilius
El cansancio que Vergilius tenía era tanto que no se despertó con nada de lo que había pasado, ni la carta, ni las lágrimas o las caricias de Lucy, con nada. Siguió durmiendo hasta que la luz del sol irradio en sus ojos e hizo que este los abriera lentamente con una pequeña mueca de dolor, debido al gran tiempo que durmió. Al mirar hacia delante e incorporarse lentamente, pudo comprobar como un sirviente de su padre estaba abriendo las ventanas y preparando todo para que Vergilius se levantara a disfrutar de un nuevo día. Busco por todos lados y no encontró a Lucy, lo cual le extraño, pero al observar detenidamente aquella cama de donde se había levantado logro encontrar ese trozo de papel que su prima escribió antes de retirarse.
En la carta Lucy le decía a su primo que se marchaba, así como si nada, sin dar una mejor explicación que la que el tiempo algún día explicaría. El hijo del emperador mostró una pequeña sonrisa de disgusto con aquella carta y luego la apretó en su mano, arrojándola hacia un costado y dejándola caer al suelo. No le gustaba mucho la idea de que su prima se hubiera retirado sin despedirse, como si él no significara nada para ella, dejando una carta y una gran angustia. ¿Por qué no lo levanto?... Si lo que la llevaba a retirarse era un problema, ¿Por qué no lo comento? Siendo Vergilius un hijo del César no le hubiese costado nada arreglar la situación de su prima. Pero al parecer eran temas personales que no le incumbían al estratega muchacho.
Se sentó en su cama mientras que veía en su cuerpo las manchas de las lagrimas secas que había dejado su prima sobre su ropa, sonrío porque se dio cuenta que también había sido doloroso para Lucy esa retirada sin aviso. El sirviente quiso recoger la carta para hacer limpieza, pero una mirada fulminante de Vergilius hizo que este se levantara y dejara el papel donde estaba.
-Deja eso ahí… -Musito mientras que el sirviente se levantaba y hacia una leve reverencia para pedir disculpas, Vergilius acepto las disculpas con su cabeza y luego dijo unas palabras mas con un tono amargo, mientras que se levantaba de su cama- Necesito tomar algo de aire, prepárenme un caballo, el mejor que tengan.
Mientras que el sirviente se retiro, Vergilius comenzó a cambiarse y se preparo para un viaje que no tenía destino. Simplemente quería relajarse y tomar aire, aislándose de todo lo que le había pasado en ese despertar amargo que ocasiono la partida de Lucy. Quizás entre las calles de su imperio, encontrara algo que le sirviera de distracción.Una vez que su caballo llegó, el muchacho comenzó su camino.
_____________________
OFF:
*Los colores y el modo de narración han cambiado porque el personaje cambio de dueño. La personalidad y la Historia siguen siendo igual.
En la carta Lucy le decía a su primo que se marchaba, así como si nada, sin dar una mejor explicación que la que el tiempo algún día explicaría. El hijo del emperador mostró una pequeña sonrisa de disgusto con aquella carta y luego la apretó en su mano, arrojándola hacia un costado y dejándola caer al suelo. No le gustaba mucho la idea de que su prima se hubiera retirado sin despedirse, como si él no significara nada para ella, dejando una carta y una gran angustia. ¿Por qué no lo levanto?... Si lo que la llevaba a retirarse era un problema, ¿Por qué no lo comento? Siendo Vergilius un hijo del César no le hubiese costado nada arreglar la situación de su prima. Pero al parecer eran temas personales que no le incumbían al estratega muchacho.
Se sentó en su cama mientras que veía en su cuerpo las manchas de las lagrimas secas que había dejado su prima sobre su ropa, sonrío porque se dio cuenta que también había sido doloroso para Lucy esa retirada sin aviso. El sirviente quiso recoger la carta para hacer limpieza, pero una mirada fulminante de Vergilius hizo que este se levantara y dejara el papel donde estaba.
-Deja eso ahí… -Musito mientras que el sirviente se levantaba y hacia una leve reverencia para pedir disculpas, Vergilius acepto las disculpas con su cabeza y luego dijo unas palabras mas con un tono amargo, mientras que se levantaba de su cama- Necesito tomar algo de aire, prepárenme un caballo, el mejor que tengan.
Mientras que el sirviente se retiro, Vergilius comenzó a cambiarse y se preparo para un viaje que no tenía destino. Simplemente quería relajarse y tomar aire, aislándose de todo lo que le había pasado en ese despertar amargo que ocasiono la partida de Lucy. Quizás entre las calles de su imperio, encontrara algo que le sirviera de distracción.Una vez que su caballo llegó, el muchacho comenzó su camino.
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Re: Habitación de Vergilius
Se había perdido caminando por el palacio. Dudaba que alguien estuviera ahí, ya que con aquella loca mujer paseándose ya debía de haber espantado a todo aquel con el que se cruzase. No era lo más grato del mundo ver al clon avejentado de la Emperatriz. Esperaba que estuviera ardiendo en el infierno ya que todavía no se había olvidado de su encuentro en el bosque. Se preguntaba si habría sido ella la que ocasionó todo el desastre de la recepción, aunque era obvio que sí. Los Bersekers no eran otra cosa que bestias tontas que sólo podían vivir destruyendo todo lo que les ponían enfrente. Guerreros inferiores. Desconocía cómo es que representaban una amenaza. Debía recordar que los Santos tampoco eran precisamente brillantes. Estaban equilibrados, suponía.
El muchacho llegó a una habitación, una de las tantas que había visto tras haber pasado tiempo vagando. Tenía que ser cuidadoso si no quería toparse con la mujer. No estaba de humor para ver a esa anciana otra vez en el mismo día. El lugar se veía imponente, digno de un integrante de la familia real, pero no reparó en eso, simplemente se dejó caer en el diván que estaba ahí, el cual era como una hermosa visión al encontrarse su cuerpo agotado. Apoyó la cabeza sobre un cojín, dejando que sus parpados se cerraran por completo. Mientras tanto Second seguía en la puerta, a la espera de que posibles enemigos se presentaran. Por esos instantes nada le preocupaba a Night. De hecho hacía tiempo que algo mortificaba al muchacho. Únicamente ansiaba terminar con aquella, y deseaba que con dormir la misión fuera menos pesada. Antes de que pudiera pensar en algo más, ya había sido vencido por el cansancio.
El muchacho llegó a una habitación, una de las tantas que había visto tras haber pasado tiempo vagando. Tenía que ser cuidadoso si no quería toparse con la mujer. No estaba de humor para ver a esa anciana otra vez en el mismo día. El lugar se veía imponente, digno de un integrante de la familia real, pero no reparó en eso, simplemente se dejó caer en el diván que estaba ahí, el cual era como una hermosa visión al encontrarse su cuerpo agotado. Apoyó la cabeza sobre un cojín, dejando que sus parpados se cerraran por completo. Mientras tanto Second seguía en la puerta, a la espera de que posibles enemigos se presentaran. Por esos instantes nada le preocupaba a Night. De hecho hacía tiempo que algo mortificaba al muchacho. Únicamente ansiaba terminar con aquella, y deseaba que con dormir la misión fuera menos pesada. Antes de que pudiera pensar en algo más, ya había sido vencido por el cansancio.
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Re: Habitación de Vergilius
Después de haber tomado una siesta reparadora, el pelinegro se levantó, con mucha pereza del letargo y caminó hacia la puerta por la que había entrado, apoyándose y mirando por última vez los aposentos. Todavía no quería levantarse, pero tampoco era adecuado que se pasara con las horas de sueño. Si se le hacía el hábito luego iba a querer dormir mucho más y le había costado acostumbrarse a dormir sólo ocho horas. Debía volver con Second y buscar a la mujer. Quién sabe a dónde pudo haberse metido en el breve tiempo que estuvo dormitando. El sueño pudo más, ya que no había dormido desde que había obtenido la armadura del Dragón Marino. Fue un día largo y pesado y creía merecer un poco de descanso como retribución. ¿Y qué le iba a hacer Poseidón? Podía sentir que los otros Generales no habían despertado, y más le valía tratarlo bien si no quería perder a su único soldado, que además de fuerte era leal. Avanzó por el pasillo, deteniéndose un segundo por una molestia en la rodilla y el resto de su pierna.-Está dormida… genial.-Murmuró irritado. Odiaba esa molesta sensación de hormigueo en sus extremidades. Sacudió un poco la pierna, tratando de disipar ese malestar, y apenas resuelto ese inconveniente siguió marchando. Gracias al cielo que observaba a través de una de las ventanas sabía la hora que podía ser en ese momento.
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Re: Habitación de Vergilius
1er post Defensa Especial - Especialización
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Estaba listo para irse de ahí, pero algo lo estaba retrasando. No sabía lo que era, pero escuchaba un ligero susurro. Tal vez era el viento, ya que no había ni una sola alma a la vista. El cosmos del General Marino comenzó a elevarse, causando que pequeñas plantas crecieran en todos los lugares por los que había pasado, pero aparentemente no se había dado cuenta de esa liberación. Por la energía que manaba dedujo que él era el causante, pero eso sería raro así que lo descartó, ya que siempre creyó que su energía cósmica poseía afinidad con la muerte y los espíritus. Sucedía algo extraño con esas plantas, puesto que todas crecían a un ritmo acelerado. Recordaba algo del pasado, cuando todavía era un caballero de dorada armadura. Aspros y él creaban una nueva técnica, la habilidad de rejuvenecer algo hasta devolverlo al estado fetal y que sería usada contra Ares. La técnica fue empleada en un árbol de apariencia ancestral, el cual se convirtió en una semillita insignificante en un parpadeo.
Empezaron como pequeñas hojas, para luego transformarse en hierba a la altura de los tobillos de Night. Le parecía extraño que la vida vegetal estuviera creciendo en el interior del palacio, tomando en cuenta que no había tierra fértil, estaban surgiendo del piso. Tocó una de las plantas, y al hacerlo algo muy extraño pasó. La planta... ¿tembló? Sí, Night no se lo había imaginado, al rozarla con su mano ésta se estremeció como si el viento la estuviera meciendo o como si la planta experimentase escalofríos. –No vuelvas a tocarme con tanta confianza.- Dijo una voz infantil que lo regañaba. El pelinegro se preguntó quién podía estar ahí, pero ahora comenzaba a cobrar sentido lo que escuchaba hacía un rato. Un adulto no podía estar en ese lugar acompañándolo, pero por otro lado había muchos sitios en los que un infante podía esconderse.
Movió la cabeza de un lado a otro, revisando la zona. No hubo suerte.- Oye bobo, estoy aquí abajo.- Dijo una vocecilla que parecía provenir de la misma planta que había tocado, la cual tenía unas hojas muy curiosas, como pequeños brazos. -¿Me hablaste?- Preguntó el muchacho. Muy bien, quizá todavía estaba algo dormido y escuchaba voces en su cabeza. Era una buena explicación que justificaba la mágica aparición de todas esas plantas. –No estás soñando, soy de verdad.- Dijo la voz, como si le hubiera leído el pensamiento. Cuando estaba por responder a eso, escuchó varias risas, como si hubiera hecho algo desmesuradamente gracioso y una multitud de enanos estuviera mofándose detrás de él. No, tampoco se las había imaginado, se trataba de los otros retoños en el suelo. –Necesito descansar, me hace muchísima falta. Pensándolo mejor iré a respirar aire fresco, me hará bien.- Dijo para sí mismo. Salió de aquel lugar, pisando la alfombra verde que se había formado a sus pies, sin importarle si machacaba la nueva vida, ya que estaba convencido de que veía y escuchaba cosas.- ¡Night, nos estás pisando!- Exclamó el grupo de plantas que el muchacho había pisoteado al marcharse pero él ni caso les hizo. Algo muy raro estaba pasando.
Empezaron como pequeñas hojas, para luego transformarse en hierba a la altura de los tobillos de Night. Le parecía extraño que la vida vegetal estuviera creciendo en el interior del palacio, tomando en cuenta que no había tierra fértil, estaban surgiendo del piso. Tocó una de las plantas, y al hacerlo algo muy extraño pasó. La planta... ¿tembló? Sí, Night no se lo había imaginado, al rozarla con su mano ésta se estremeció como si el viento la estuviera meciendo o como si la planta experimentase escalofríos. –No vuelvas a tocarme con tanta confianza.- Dijo una voz infantil que lo regañaba. El pelinegro se preguntó quién podía estar ahí, pero ahora comenzaba a cobrar sentido lo que escuchaba hacía un rato. Un adulto no podía estar en ese lugar acompañándolo, pero por otro lado había muchos sitios en los que un infante podía esconderse.
Movió la cabeza de un lado a otro, revisando la zona. No hubo suerte.- Oye bobo, estoy aquí abajo.- Dijo una vocecilla que parecía provenir de la misma planta que había tocado, la cual tenía unas hojas muy curiosas, como pequeños brazos. -¿Me hablaste?- Preguntó el muchacho. Muy bien, quizá todavía estaba algo dormido y escuchaba voces en su cabeza. Era una buena explicación que justificaba la mágica aparición de todas esas plantas. –No estás soñando, soy de verdad.- Dijo la voz, como si le hubiera leído el pensamiento. Cuando estaba por responder a eso, escuchó varias risas, como si hubiera hecho algo desmesuradamente gracioso y una multitud de enanos estuviera mofándose detrás de él. No, tampoco se las había imaginado, se trataba de los otros retoños en el suelo. –Necesito descansar, me hace muchísima falta. Pensándolo mejor iré a respirar aire fresco, me hará bien.- Dijo para sí mismo. Salió de aquel lugar, pisando la alfombra verde que se había formado a sus pies, sin importarle si machacaba la nueva vida, ya que estaba convencido de que veía y escuchaba cosas.- ¡Night, nos estás pisando!- Exclamó el grupo de plantas que el muchacho había pisoteado al marcharse pero él ni caso les hizo. Algo muy raro estaba pasando.
Última edición por Night el Dom Sep 25, 2011 12:30 am, editado 1 vez
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Re: Habitación de Vergilius
El miembro 'Night' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Ataque medio' : 7
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#2 'Cosmos' : 18
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Re: Habitación de Vergilius
Vergilius… ¿Sabes cuál es el elemento indispensable de un guerrero?.
La voz de su padre interrumpió su arduo entrenamiento con espadas. Llevaba más de dos horas practicando golpes contra un maniquí, y sus manos evidenciaban el evidente desgaste por la presión constante de sostener e impactar al muñeco. A pesar de que sólo era un joven, se obligaba a entrar así mismo como si fuese un adulto. Cada segundo contaba en ese minuto.
Especialmente, cuando se era el último hijo varón del gran Emperador romano, y todas las miradas del Imperio estaban puestas sobre tus hombros. Cualquier debilidad que pudiese presentar en el campo de batalla ya maduro, significaría que su linaje estaba debilitándose, en vez de fortalecerse y acercarse más a la perfección. Vergilius sabía muy bien que no era perfecto, pero sin embargo, seguía siendo el hijo del glorioso César y además, el hermano menor del difunto Octavius, quien a su vez, sí que era perfecto. O eso creía él de pequeño, hasta que la noticia de su muerte cambió su mundo para siempre. Desde entonces, nunca volvió a creer que alguien podía serlo.
Se detuvo y giró su rostro, para mirar con mirada distante a su padre. Desde que aquel día la noticia de la muerte de su hermano lo había golpeado, nunca jamás fue el mismo. La sangre se le heló, y por ende su piel sufrió los efectos. Ya no sonreía con facilidad, ni mucho menos disfrutaba de la compañía de otras personas de manera tan abierta. Estaba en su luto personal, espiritual, donde su cabeza y alma aún se preguntaban… “¿Cómo Octavius? ¿Cómo fue que tú pudiste morir? Es imposible”.
Si bien una parte de él ya a esas alturas lo había creído, puesto que precisamente ese fue el eje de motivación para entrenar. Otra, seguía molesta con el mundo, y precisamente, con su familia. Uno de esas personas por supuesto correspondía a su padre. Lo culpaba por enviarlo a las tierras más peligrosas solo, sin nadie que pudiese realmente ayudarlo. Para un pequeño joven como él, que tenía como soldado más grande a su hermano, ningún otro romano era digno de defenderlo. Por lo mismo, desconocía el nivel de otros generales, así como también su lealtad para con él. A los ojos del joven heredero al trono obligado, todos tenían responsabilidad en la muerte de Octavius. Y no se los iba a perdonar tan fácilmente.
No… - Respondió, con un evidente cansancio y demostrando su lejanía. Apenas y miraba a su padre, e ignoraba a los hombres que estaban a su lado. Siempre venía con guardias, y él detestaba a los guardias. Sentía que en Roma no hacían falta, y deberían de haber estado junto a su hermano.
La sensación de que todo le recordase a él, de poder culpar a todos por su partida, era sencillamente terrible. Era cierto que al menos ya podía entrenar, después de muchísimo tiempo en el que no hizo más que estar deprimido y apenas y se movía. No obstante, el dolor continuaba arraigado en su pecho como una estaca que ni con los años daba indicios de querer salir, siendo un golpe demasiado profundo que le calaba hasta el punto más interno de su ser. Tenía que aprender a vivir con ello.
Je… déjennos a solas, tengo que hablar con mi hijo. – Declaró el hombre alto y bien fornido, que vestía túnicas simples y bastante ligeras. Haciendo caso, sus guardias se marcharon tan rápido como sus palabras se las llevaron los vientos.
¿Qué deseas, padre?. – Preguntó dándole medianamente la espalda, respirando grandes cantidades de aire que entraban descontroladamente por sus pulmones. Su tono, con cierta rebeldía, respondía a la evidente distancia entre ellos. Además de culparlo por la muerte de Octavius, Vergilius comprendía que nunca había sido de su gusto. En las reuniones importantes, siempre era su hermano el que iba con su padre. A él, le tocaba quedarse en casa con su madre o bien, acompañar a algún soldado romano enviado especialmente por su progenitora. Con el tiempo ello influyó en que se considerase así mismo como la deshonra de la familia, la vergüenza que no debía ser vista. Y ahora que no estaba Octavius, tenía la responsabilidad de ocupar su lugar en algún minuto, y sólo por ello es que su padre aparecía ante él de vez en cuando. Pero leía sus intenciones, no era más que un objeto para él. No existía diferencia alguna entre un pedazo de greda moldeándose por un artesano, que lo que su glorioso papá intentaba como último recurso: Moldearlo a su antojo.
Siempre entrenas muy duro, a pesar de tu edad. Tu madre se preocupa que no tengas el descanso adecuado, y puedas lastimarte. Todavía eres muy jo…
Si puedo sostener una espada, es que estoy listo para emplearla. Eso me enseñó – su hermano – y así lo he entendido. Llevo mucho tiempo practicando, ya soy mejor que cualquiera de mi edad.
El César lo miró, pensativo, posando una mano en su mentón. Vergilius al contestar, retomó su actividad y el empleo de su espada, chocándola varias veces contra el maniquí que yacía atado a un tronco, justo frente a él. Las marcas que tenía eran de un claro desgasto, a pesar de que apenas y llevaba una semana con ese nuevo “juguete de aprendizaje”, como le llamaban otros soldados rasos.
Y sin embargo, continúas entrenando como si fueras el peor. ¿Por qué? Eres un chico listo, sabes que eres hábil. ¿Cuál es el sentido de esforzarte tanto?.
Entonces, fue cuando dio un fuerte golpe con su espada en el maniquí, enterrándola en el corazón de lo que sería una persona.
No es suficiente, ¿no es así? Soy bueno… pero Octavius a mi edad ya había derrotado hombres en el Coliseo disfrazado de gladiador, y era la mayor promesa de todo el ejército romano, incluso acompañando a los tenientes en misiones menores.
Conocía a la perfección la historia bélica de su hermano, al menos hasta el desenlace terrible de los acontecimientos ocurridos en tierras bárbaras. Los había estudiado todos mientras mantenía la esperanza de volver a verle, añorando ser como él algún día. Era su materia favorita, por así decirlo, y era capaz de recorrer todo el Imperio en busca de que alguien pudiera contarle “la nueva hazaña de su hermano”. Lastimosamente para él, la última fue la que menos le costó hallar. Si bien lo escuchó en su casa, cada vez que andaba por las calles de Roma, oía los susurros despreciables de la gente. Todos condenando a su hermano, dudando de sus capacidades, pagándole su sacrificio con cuchicheos en vez de venerarle de corazón. Eran malagradecidos, toda Roma era malagradecida.
Se volteó y miró a los ojos a su padre, desafiante, pero en el fondo muy triste.
Y ni siquiera ser tan formidable, lo salvó de morir. Hasta un joven como yo puedo entender eso. Sé que tú también lo entiendes, padre. Sé que si estás aquí, no es porque te importe, es porque no confías en mis habilidades para ser un buen guerrero. Por eso me esfuerzo… no por ti, porque sé que jamás seré Octavius, aunque eso quieras…
Hablas demasiado, hijo mío. Eso es porque tu madre jamás te ha puesto límites, siempre te ha protegido de todos y de todo. ¿Es por ella que lo haces, eh? ¿Es por ella que quieres superar a Octavius?.
Yo no quiero superar a Octavius, padre. Yo quiero… recuperarlo.
Un silencio incómodo se hizo entre ambos. Emperador e hijo, distantes desde siempre, unidos sólo por una persona en común. Y además, por un sueño. No lo mencionó, pero el padre de Vergilius también deseaba lo mismo, con todas sus fuerzas. Aunque no por los motivos que creía su hijo, sino, porque cualquier padre daría su vida con tal de recuperar a su hijo. Estaba molesto por la insolencia de su descendiente, pero el escucharle amar tanto a su hermano difunto, provocaron que no le regañase.
Estoy conciente de que es imposible traerlo de vuelta. Está… - no quiso decir muerto, no era capaz de pronunciarlo. Pensar en ello de por sí, lo lastimaba. - ... con nuestros antepasados. Ya es un antepasado… y cómo tal, deseo honrar su sueño… el cual es proteger a toda Roma, y a nuestros seres queridos. Roma era todo para él, y murió por su sueño. Ahora mi sueño será proteger a la nación, y a todos los romanos.
Su padre simplemente sonrió, era como escuchar a su hermano mayor, sólo que sin su acento bruto e intimidante. Pensó en acariciar su cabello, pero entonces recordó que sólo una persona, además de su madre, tenía permitido por el propio Vergilius el acercarse a él.
Si lo que deseas es ser un guerrero, debes recordar que la fuerza no proviene de los músculos ni de qué tan afilada esté tu espada. Sino, que la fuerza de un verdadero guerrero romano, nace de la capacidad de creer profundamente en sus sueños.
Se dio media vuelta y aprestó a mostrar su retirada, dejando que el viento levantase su imponente capa roja, ante la mirada de un extrañado Vergilius.
Octavius murió como un grande… porque hasta el final, creyó en su sueño. Eso lo hacía el mejor…- Se detuvo, pero sin mirar a su hijo, continuó. – Y si tú crees en el suyo, entonces en cierta forma, seguirá estando vivo…
Las palabras de su progenitor, por primera vez en su vida, lo reconfortaban. Eran las primeras que le otorgaba de consuelo, y que parecían querer conciliar una relación que en su momento consideró totalmente extraviada. Tal vez no era tan así después de todo.
Casi lo olvido… Vergilius, ¿Y tú? ¿Tienes algún sueño propio? ¿Alguna hazaña, meta, o quizás… alguna persona con la que quieras estar?.
Sus orbes se abrieron de par en par ante dichas palabras, y entonces fue que sintió que su corazón latía con más fuerza. Observó a su padre marcharse, aunque sin dejar de pensar en todo lo que le había dicho. No estaba seguro de si deseaba alguna hazaña en particular, más que defender a Roma. Pero sí que estaba convencido de que quería estar con alguien…
Despertó extasiado y agitado. El sueño - recordatorio - había sido quizás demasiado real… dejándole una interrogante que, hasta ese día, era la que más lo atormentaba dentro de todo lo que pasaba.
Sophia…
Estaba acostado de espaldas en su cama, totalmente agitado y con la respiración a mil por hora. Hacía poco la legión de Sokaro había retornado a Roma, y con ellos, él. La cabeza le daba vueltas prácticamente por el simple hecho de pensar, pero nada se comparaba al dolor que le producía el recordar a esa persona que, en sueños, siempre terminaba por despertarle. Ni siquiera el recuerdo de Octavius, en lo más profundo de su niñez y adolescencia, lo había atormentado tanto como el de ella lo hacía ahora.
Madre… - Susurró para sí mismo. - ¿Qué debo hacer? ¿Dónde debo ir?
En ese momento sentía la necesidad del refugio que cuando pequeño, cuando la incertidumbre era más que su certeza, le otorgaba su madre, ante la ausencia de su prima. Por lo general, Fye hacía todo lo posible por alejarlos, por lo que muchas veces era imposible el contactar con ella. En esos minutos, era su madre la que lograba sacarle el habla y aconsejarlo con la sabiduría que sólo una madre que había criado tan afectuosamente a su hijo, podía otorgarle. Era la tercera persona importante en su vida, sin un orden en particular, junto a su hermano y a su prima.
Se levantó de su cama e inmediatamente se aproximó hasta el espejo, donde yacía un lavabo con agua fría y limpia. Lo primero que hizo fue acercar con sus dos palmas el líquido cristalino a su rostro, proceso que repitió varias veces, tantas como para enfriar su cabeza lo más que podía. Luego observó al espejo, y se miró al rostro…
Me estoy volviendo loco… mi madre ya no está, no me va a ayudar. Estoy solo… le he fallado a todos. – Comentó en el aire bajando el rostro hasta el agua en la que podía reflejarse también su cara, con pequeñas ondas que la hacían un tanto irreconocible. Así se sentía él en ese minuto… irreconocible.
Hades… ¿Qué es lo que deseas de mí? – Preguntó en voz baja, apretando sus puños con fuerza. - ¡Respóndeme maldito! ¡¿Qué mierda deseas de mí?! – Gritó lanzando el lavabo a un lado con fuerza, destrozando la fina porcelana de la que estaba hecho.
Ya lo he perdido todo… ¡¡¿¿Eso deseabas, infeliz??!! – Tomó el medallón que tenía en su cuello, aquel dado por su tía, la que en ese minuto, se había comportado como una mujer bastante extraña. Tanto, que aún sus recuerdos de dicho episodio eran escasos y difusos. Pero de lo único que estaba seguro, era que dicho colgante lo vinculaba a ese ser que lo había hecho despreciar sus raíces, a su tía, a sus padres, a su hermano… y lo que más lo confundía: Intentar matar a Sophia.
Lo apretó con fuerza y ahí fue que se vio en el espejo, pero no era él, sino que… estaba su rostro, pero sabía que no era él. Estaba vestido con una armadura muy extraña y particular, portando una espada preciosa, con el medallón en su pecho y su mirada era de mucha pasividad, aunque en el fondo, nada más poseía maldad. Y para peor, dicho reflejo lo observaba de vuelta, sonriéndole, como si disfrutase de su sufrimiento.
No piensas decir nada… cobarde. – Apretó con más fuerza el medallón, la rabia que salía de su cuerpo era tal, que sentía que se volvía loco. Pero no le importaba, de algo sí podía estar seguro: Odiaba a Hades, y odiaba todo lo que él lo había hecho hacer. – Por tú culpa perdí a todos… a Octavius, a mis soldados, a mi tía, a Sophia…
Hizo un silencio, en el que cerró sus ojos y luego los abrió lentamente.
Si quieres mi vida… mátame. Ya no tengo nada que hacer aquí. – Pronunció despacio, levantando la mirada y mirándose fijamente al espejo, al Vergilius con armadura. - ¡¡¿ NO ME OYES, BASTARDO?!! ¡¡DEJA DE REÍRTE Y MÁTAME!!
Al no obtener respuesta, se sulfuró tanto, que no dudó un instante en sacar de golpe el medallón y lanzarlo contra el espejo, rompiendo con ello la imagen del ser que aparentaba ser él, pero que Vergilius conocía, no podía serlo. Nunca atacaría a su ser más querido, no después de todo lo que le había ayudado en su infancia y adolescencia.
Madre… dame una señal. – Rogó dejando caer sus manos en el vidrio roto. Podía notar como varios pedazos habían saltado a su cuerpo, pero no le importaba. En ese minuto, ya nada le importaba en realidad. Le era muy difícil distinguir entre lo que era real o no, lo que sentía y lo que hacía, lo que deseaba y lo que actuaba. Era como si otra persona manipulara sus acciones y sus pensamientos, pero le diese la libertad para sentir libremente. Por ello, es que rememorar con tanta claridad el momento de su propio ataque a Sophia, simplemente lo destrozaba casi tanto o más que la vez en que corrió llorando por la muerte de Octavius.
La puerta sonó, y lentamente él se giró para mirar en su dirección. Desistió de ir, puesto que no tenía ánimos para ver a nadie. No obstante, fue ahí cuando la voz comenzó a ser cada vez más insistente.
No estoy disponible, maldición. Déjenme solo, no quiero ver a nadie. – Ordenó con un tono autoritario, oscuro, pero lleno de dolor. Se sentía sucio, patético y utilizado, que le habái fallado a todos y a todo.
Es una carta de su prima, su majestad. Se la pasaré bajo la puerta si a…
La puerta se abrió de golpe, y tras ella, un herido Vergilius con los ojos abiertos de par en par se sorprendía por lo que escuchaba. ¿Podía ser cierto? ¿Podía ser aquella, quizás, la señal que necesitaba?. Ni siquiera se molestó en hablar, tomó la carta y se dispuso a leerla allí mismo, a vista y paciencia de la criada. La letra lucía corrida, como si algo la hubiese mojado, pero sin embargo era legible.
Si lo que deseaba era una buena señal, definitivamente había obtenido todo lo contrario. La jaqueca en sus pensamientos fue descomunal al terminar de leerla, tanto que la misma criada se preocupo por verle quejándose mientras se tomaba la cabeza. No obstante él la apartó de forma brusca, sin dejar de balancearse de un lado a otro.
Simplemente no podía creerlo. Su peor miedo hecho realidad. ¿Acaso ésa era la señal? ¿Sería acaso un mensaje, que su fin efectivamente había llegado?.
¡¡¿Cuándo me envió ésta carta?!! – Preguntó con desesperación a la mujer, actuando bastante fuera de sí. - ¡Respóndeme!
Es... esta mañana… pero…
Y sin decir nada más salió corriendo, dejando absolutamente todo atrás, incluido el medallón que lo identificaba como “de Hades”.
No… - Se dijo así mismo mientras bajaba las escaleras a saltos, empujando a todo aquel que aparecía en su camino. – No será cómo con Octavius… no será cómo con mi tía. – Agarrándose de una barandilla, la saltó y de golpe descendió de un piso a otro. Por poco y se quebró el pie, pero no le importó el dolor. - No será cómo con mi madre… no, contigo no puede ser así…
Salió corriendo del Palacio en búsqueda de su fiel caballo, el corcel más veloz de todo el Imperio. Lo necesitaba más que nunca. Al encontrarlo, se subió de un salto y casi sin acomodarse, le dio al galope, esperando que no fuese muy tarde todavía. Apenas y portaba su espada, aunque ni siquiera se preocupó de ese detalle. En tal momento de desesperación, confusión y lamentos… sabía que le había fallado a todos, no había sido capaz de proteger Roma, como era el sueño de Octavius. Sin embargo, todavía tenía su propio sueño, y mientras siguiera creyendo en ello, subiría su condenada humanidad a su caballo y cabalgaría hasta donde fuese necesario para cumplirlo.
Te encontraré… así como encontré a Octavius… te encontraré!!!
Su paso se perdió tan rápido como el pasar del viento. En cuestión de segundos, Vergilius había salido del Palacio del César.
La voz de su padre interrumpió su arduo entrenamiento con espadas. Llevaba más de dos horas practicando golpes contra un maniquí, y sus manos evidenciaban el evidente desgaste por la presión constante de sostener e impactar al muñeco. A pesar de que sólo era un joven, se obligaba a entrar así mismo como si fuese un adulto. Cada segundo contaba en ese minuto.
Especialmente, cuando se era el último hijo varón del gran Emperador romano, y todas las miradas del Imperio estaban puestas sobre tus hombros. Cualquier debilidad que pudiese presentar en el campo de batalla ya maduro, significaría que su linaje estaba debilitándose, en vez de fortalecerse y acercarse más a la perfección. Vergilius sabía muy bien que no era perfecto, pero sin embargo, seguía siendo el hijo del glorioso César y además, el hermano menor del difunto Octavius, quien a su vez, sí que era perfecto. O eso creía él de pequeño, hasta que la noticia de su muerte cambió su mundo para siempre. Desde entonces, nunca volvió a creer que alguien podía serlo.
Se detuvo y giró su rostro, para mirar con mirada distante a su padre. Desde que aquel día la noticia de la muerte de su hermano lo había golpeado, nunca jamás fue el mismo. La sangre se le heló, y por ende su piel sufrió los efectos. Ya no sonreía con facilidad, ni mucho menos disfrutaba de la compañía de otras personas de manera tan abierta. Estaba en su luto personal, espiritual, donde su cabeza y alma aún se preguntaban… “¿Cómo Octavius? ¿Cómo fue que tú pudiste morir? Es imposible”.
Si bien una parte de él ya a esas alturas lo había creído, puesto que precisamente ese fue el eje de motivación para entrenar. Otra, seguía molesta con el mundo, y precisamente, con su familia. Uno de esas personas por supuesto correspondía a su padre. Lo culpaba por enviarlo a las tierras más peligrosas solo, sin nadie que pudiese realmente ayudarlo. Para un pequeño joven como él, que tenía como soldado más grande a su hermano, ningún otro romano era digno de defenderlo. Por lo mismo, desconocía el nivel de otros generales, así como también su lealtad para con él. A los ojos del joven heredero al trono obligado, todos tenían responsabilidad en la muerte de Octavius. Y no se los iba a perdonar tan fácilmente.
No… - Respondió, con un evidente cansancio y demostrando su lejanía. Apenas y miraba a su padre, e ignoraba a los hombres que estaban a su lado. Siempre venía con guardias, y él detestaba a los guardias. Sentía que en Roma no hacían falta, y deberían de haber estado junto a su hermano.
La sensación de que todo le recordase a él, de poder culpar a todos por su partida, era sencillamente terrible. Era cierto que al menos ya podía entrenar, después de muchísimo tiempo en el que no hizo más que estar deprimido y apenas y se movía. No obstante, el dolor continuaba arraigado en su pecho como una estaca que ni con los años daba indicios de querer salir, siendo un golpe demasiado profundo que le calaba hasta el punto más interno de su ser. Tenía que aprender a vivir con ello.
Je… déjennos a solas, tengo que hablar con mi hijo. – Declaró el hombre alto y bien fornido, que vestía túnicas simples y bastante ligeras. Haciendo caso, sus guardias se marcharon tan rápido como sus palabras se las llevaron los vientos.
¿Qué deseas, padre?. – Preguntó dándole medianamente la espalda, respirando grandes cantidades de aire que entraban descontroladamente por sus pulmones. Su tono, con cierta rebeldía, respondía a la evidente distancia entre ellos. Además de culparlo por la muerte de Octavius, Vergilius comprendía que nunca había sido de su gusto. En las reuniones importantes, siempre era su hermano el que iba con su padre. A él, le tocaba quedarse en casa con su madre o bien, acompañar a algún soldado romano enviado especialmente por su progenitora. Con el tiempo ello influyó en que se considerase así mismo como la deshonra de la familia, la vergüenza que no debía ser vista. Y ahora que no estaba Octavius, tenía la responsabilidad de ocupar su lugar en algún minuto, y sólo por ello es que su padre aparecía ante él de vez en cuando. Pero leía sus intenciones, no era más que un objeto para él. No existía diferencia alguna entre un pedazo de greda moldeándose por un artesano, que lo que su glorioso papá intentaba como último recurso: Moldearlo a su antojo.
Siempre entrenas muy duro, a pesar de tu edad. Tu madre se preocupa que no tengas el descanso adecuado, y puedas lastimarte. Todavía eres muy jo…
Si puedo sostener una espada, es que estoy listo para emplearla. Eso me enseñó – su hermano – y así lo he entendido. Llevo mucho tiempo practicando, ya soy mejor que cualquiera de mi edad.
El César lo miró, pensativo, posando una mano en su mentón. Vergilius al contestar, retomó su actividad y el empleo de su espada, chocándola varias veces contra el maniquí que yacía atado a un tronco, justo frente a él. Las marcas que tenía eran de un claro desgasto, a pesar de que apenas y llevaba una semana con ese nuevo “juguete de aprendizaje”, como le llamaban otros soldados rasos.
Y sin embargo, continúas entrenando como si fueras el peor. ¿Por qué? Eres un chico listo, sabes que eres hábil. ¿Cuál es el sentido de esforzarte tanto?.
Entonces, fue cuando dio un fuerte golpe con su espada en el maniquí, enterrándola en el corazón de lo que sería una persona.
No es suficiente, ¿no es así? Soy bueno… pero Octavius a mi edad ya había derrotado hombres en el Coliseo disfrazado de gladiador, y era la mayor promesa de todo el ejército romano, incluso acompañando a los tenientes en misiones menores.
Conocía a la perfección la historia bélica de su hermano, al menos hasta el desenlace terrible de los acontecimientos ocurridos en tierras bárbaras. Los había estudiado todos mientras mantenía la esperanza de volver a verle, añorando ser como él algún día. Era su materia favorita, por así decirlo, y era capaz de recorrer todo el Imperio en busca de que alguien pudiera contarle “la nueva hazaña de su hermano”. Lastimosamente para él, la última fue la que menos le costó hallar. Si bien lo escuchó en su casa, cada vez que andaba por las calles de Roma, oía los susurros despreciables de la gente. Todos condenando a su hermano, dudando de sus capacidades, pagándole su sacrificio con cuchicheos en vez de venerarle de corazón. Eran malagradecidos, toda Roma era malagradecida.
Se volteó y miró a los ojos a su padre, desafiante, pero en el fondo muy triste.
Y ni siquiera ser tan formidable, lo salvó de morir. Hasta un joven como yo puedo entender eso. Sé que tú también lo entiendes, padre. Sé que si estás aquí, no es porque te importe, es porque no confías en mis habilidades para ser un buen guerrero. Por eso me esfuerzo… no por ti, porque sé que jamás seré Octavius, aunque eso quieras…
Hablas demasiado, hijo mío. Eso es porque tu madre jamás te ha puesto límites, siempre te ha protegido de todos y de todo. ¿Es por ella que lo haces, eh? ¿Es por ella que quieres superar a Octavius?.
Yo no quiero superar a Octavius, padre. Yo quiero… recuperarlo.
Un silencio incómodo se hizo entre ambos. Emperador e hijo, distantes desde siempre, unidos sólo por una persona en común. Y además, por un sueño. No lo mencionó, pero el padre de Vergilius también deseaba lo mismo, con todas sus fuerzas. Aunque no por los motivos que creía su hijo, sino, porque cualquier padre daría su vida con tal de recuperar a su hijo. Estaba molesto por la insolencia de su descendiente, pero el escucharle amar tanto a su hermano difunto, provocaron que no le regañase.
Estoy conciente de que es imposible traerlo de vuelta. Está… - no quiso decir muerto, no era capaz de pronunciarlo. Pensar en ello de por sí, lo lastimaba. - ... con nuestros antepasados. Ya es un antepasado… y cómo tal, deseo honrar su sueño… el cual es proteger a toda Roma, y a nuestros seres queridos. Roma era todo para él, y murió por su sueño. Ahora mi sueño será proteger a la nación, y a todos los romanos.
Su padre simplemente sonrió, era como escuchar a su hermano mayor, sólo que sin su acento bruto e intimidante. Pensó en acariciar su cabello, pero entonces recordó que sólo una persona, además de su madre, tenía permitido por el propio Vergilius el acercarse a él.
Si lo que deseas es ser un guerrero, debes recordar que la fuerza no proviene de los músculos ni de qué tan afilada esté tu espada. Sino, que la fuerza de un verdadero guerrero romano, nace de la capacidad de creer profundamente en sus sueños.
Se dio media vuelta y aprestó a mostrar su retirada, dejando que el viento levantase su imponente capa roja, ante la mirada de un extrañado Vergilius.
Octavius murió como un grande… porque hasta el final, creyó en su sueño. Eso lo hacía el mejor…- Se detuvo, pero sin mirar a su hijo, continuó. – Y si tú crees en el suyo, entonces en cierta forma, seguirá estando vivo…
Las palabras de su progenitor, por primera vez en su vida, lo reconfortaban. Eran las primeras que le otorgaba de consuelo, y que parecían querer conciliar una relación que en su momento consideró totalmente extraviada. Tal vez no era tan así después de todo.
Casi lo olvido… Vergilius, ¿Y tú? ¿Tienes algún sueño propio? ¿Alguna hazaña, meta, o quizás… alguna persona con la que quieras estar?.
Sus orbes se abrieron de par en par ante dichas palabras, y entonces fue que sintió que su corazón latía con más fuerza. Observó a su padre marcharse, aunque sin dejar de pensar en todo lo que le había dicho. No estaba seguro de si deseaba alguna hazaña en particular, más que defender a Roma. Pero sí que estaba convencido de que quería estar con alguien…
Despertó extasiado y agitado. El sueño - recordatorio - había sido quizás demasiado real… dejándole una interrogante que, hasta ese día, era la que más lo atormentaba dentro de todo lo que pasaba.
Sophia…
Estaba acostado de espaldas en su cama, totalmente agitado y con la respiración a mil por hora. Hacía poco la legión de Sokaro había retornado a Roma, y con ellos, él. La cabeza le daba vueltas prácticamente por el simple hecho de pensar, pero nada se comparaba al dolor que le producía el recordar a esa persona que, en sueños, siempre terminaba por despertarle. Ni siquiera el recuerdo de Octavius, en lo más profundo de su niñez y adolescencia, lo había atormentado tanto como el de ella lo hacía ahora.
Madre… - Susurró para sí mismo. - ¿Qué debo hacer? ¿Dónde debo ir?
En ese momento sentía la necesidad del refugio que cuando pequeño, cuando la incertidumbre era más que su certeza, le otorgaba su madre, ante la ausencia de su prima. Por lo general, Fye hacía todo lo posible por alejarlos, por lo que muchas veces era imposible el contactar con ella. En esos minutos, era su madre la que lograba sacarle el habla y aconsejarlo con la sabiduría que sólo una madre que había criado tan afectuosamente a su hijo, podía otorgarle. Era la tercera persona importante en su vida, sin un orden en particular, junto a su hermano y a su prima.
Se levantó de su cama e inmediatamente se aproximó hasta el espejo, donde yacía un lavabo con agua fría y limpia. Lo primero que hizo fue acercar con sus dos palmas el líquido cristalino a su rostro, proceso que repitió varias veces, tantas como para enfriar su cabeza lo más que podía. Luego observó al espejo, y se miró al rostro…
Me estoy volviendo loco… mi madre ya no está, no me va a ayudar. Estoy solo… le he fallado a todos. – Comentó en el aire bajando el rostro hasta el agua en la que podía reflejarse también su cara, con pequeñas ondas que la hacían un tanto irreconocible. Así se sentía él en ese minuto… irreconocible.
Hades… ¿Qué es lo que deseas de mí? – Preguntó en voz baja, apretando sus puños con fuerza. - ¡Respóndeme maldito! ¡¿Qué mierda deseas de mí?! – Gritó lanzando el lavabo a un lado con fuerza, destrozando la fina porcelana de la que estaba hecho.
Ya lo he perdido todo… ¡¡¿¿Eso deseabas, infeliz??!! – Tomó el medallón que tenía en su cuello, aquel dado por su tía, la que en ese minuto, se había comportado como una mujer bastante extraña. Tanto, que aún sus recuerdos de dicho episodio eran escasos y difusos. Pero de lo único que estaba seguro, era que dicho colgante lo vinculaba a ese ser que lo había hecho despreciar sus raíces, a su tía, a sus padres, a su hermano… y lo que más lo confundía: Intentar matar a Sophia.
Lo apretó con fuerza y ahí fue que se vio en el espejo, pero no era él, sino que… estaba su rostro, pero sabía que no era él. Estaba vestido con una armadura muy extraña y particular, portando una espada preciosa, con el medallón en su pecho y su mirada era de mucha pasividad, aunque en el fondo, nada más poseía maldad. Y para peor, dicho reflejo lo observaba de vuelta, sonriéndole, como si disfrutase de su sufrimiento.
No piensas decir nada… cobarde. – Apretó con más fuerza el medallón, la rabia que salía de su cuerpo era tal, que sentía que se volvía loco. Pero no le importaba, de algo sí podía estar seguro: Odiaba a Hades, y odiaba todo lo que él lo había hecho hacer. – Por tú culpa perdí a todos… a Octavius, a mis soldados, a mi tía, a Sophia…
Hizo un silencio, en el que cerró sus ojos y luego los abrió lentamente.
Si quieres mi vida… mátame. Ya no tengo nada que hacer aquí. – Pronunció despacio, levantando la mirada y mirándose fijamente al espejo, al Vergilius con armadura. - ¡¡¿ NO ME OYES, BASTARDO?!! ¡¡DEJA DE REÍRTE Y MÁTAME!!
Al no obtener respuesta, se sulfuró tanto, que no dudó un instante en sacar de golpe el medallón y lanzarlo contra el espejo, rompiendo con ello la imagen del ser que aparentaba ser él, pero que Vergilius conocía, no podía serlo. Nunca atacaría a su ser más querido, no después de todo lo que le había ayudado en su infancia y adolescencia.
Madre… dame una señal. – Rogó dejando caer sus manos en el vidrio roto. Podía notar como varios pedazos habían saltado a su cuerpo, pero no le importaba. En ese minuto, ya nada le importaba en realidad. Le era muy difícil distinguir entre lo que era real o no, lo que sentía y lo que hacía, lo que deseaba y lo que actuaba. Era como si otra persona manipulara sus acciones y sus pensamientos, pero le diese la libertad para sentir libremente. Por ello, es que rememorar con tanta claridad el momento de su propio ataque a Sophia, simplemente lo destrozaba casi tanto o más que la vez en que corrió llorando por la muerte de Octavius.
La puerta sonó, y lentamente él se giró para mirar en su dirección. Desistió de ir, puesto que no tenía ánimos para ver a nadie. No obstante, fue ahí cuando la voz comenzó a ser cada vez más insistente.
No estoy disponible, maldición. Déjenme solo, no quiero ver a nadie. – Ordenó con un tono autoritario, oscuro, pero lleno de dolor. Se sentía sucio, patético y utilizado, que le habái fallado a todos y a todo.
Es una carta de su prima, su majestad. Se la pasaré bajo la puerta si a…
La puerta se abrió de golpe, y tras ella, un herido Vergilius con los ojos abiertos de par en par se sorprendía por lo que escuchaba. ¿Podía ser cierto? ¿Podía ser aquella, quizás, la señal que necesitaba?. Ni siquiera se molestó en hablar, tomó la carta y se dispuso a leerla allí mismo, a vista y paciencia de la criada. La letra lucía corrida, como si algo la hubiese mojado, pero sin embargo era legible.
“Esta es la única forma que tengo de poder despedirme de ti. Haré un viaje, del cual no sé si volveré. Tal vez nunca lo haga. No hay mucho aquí por lo cual volver.
Es la última vez que dejaré que mi cabeza piense en ti. Es momento para que siga con mi propio camino, lamentablemente tú has hecho que se aleje del tuyo. Espero que de cualquier forma sepas, que guardo con amor todos los recuerdos que vivimos juntos, pero que no pensaré más en ellos… me lastima.
Te devuelvo el anillo que me diste la noche en que nos comprometimos en matrimonio, antes de que fueras a Germania. Ahora que lo pienso… fue algo infantil de nuestra parte creer que volverías siendo la misma persona, y que yo sería la misma niña que dejabas atrás. Siento no haber cumplido lo que deseabas de mi. Espero que ese anillo lo porte alguien que tenga mejores cualidades que yo para hacerte feliz. No quiero ofenderte al devolverlo, pero para seguir con mi cabeza en alto mirando al frente, no puedo tener cosas que me sigan obligando a mirar atrás.
Creo que siempre habrá en mi corazón amor por ti. Esa es la carga que debo saber llevar el resto de mi vida… pues hay corazones rotos que nunca sanan.
Se feliz y cumple con tu deber con Roma, pero sobre todo, contigo mismo. Se fiel en lo que crees y lleva Gloria a nuestro apellido y antepasados, sobre todo, lleva Gloria a Roma.
Sophia.”
Si lo que deseaba era una buena señal, definitivamente había obtenido todo lo contrario. La jaqueca en sus pensamientos fue descomunal al terminar de leerla, tanto que la misma criada se preocupo por verle quejándose mientras se tomaba la cabeza. No obstante él la apartó de forma brusca, sin dejar de balancearse de un lado a otro.
Simplemente no podía creerlo. Su peor miedo hecho realidad. ¿Acaso ésa era la señal? ¿Sería acaso un mensaje, que su fin efectivamente había llegado?.
¡¡¿Cuándo me envió ésta carta?!! – Preguntó con desesperación a la mujer, actuando bastante fuera de sí. - ¡Respóndeme!
Es... esta mañana… pero…
Y sin decir nada más salió corriendo, dejando absolutamente todo atrás, incluido el medallón que lo identificaba como “de Hades”.
No… - Se dijo así mismo mientras bajaba las escaleras a saltos, empujando a todo aquel que aparecía en su camino. – No será cómo con Octavius… no será cómo con mi tía. – Agarrándose de una barandilla, la saltó y de golpe descendió de un piso a otro. Por poco y se quebró el pie, pero no le importó el dolor. - No será cómo con mi madre… no, contigo no puede ser así…
Salió corriendo del Palacio en búsqueda de su fiel caballo, el corcel más veloz de todo el Imperio. Lo necesitaba más que nunca. Al encontrarlo, se subió de un salto y casi sin acomodarse, le dio al galope, esperando que no fuese muy tarde todavía. Apenas y portaba su espada, aunque ni siquiera se preocupó de ese detalle. En tal momento de desesperación, confusión y lamentos… sabía que le había fallado a todos, no había sido capaz de proteger Roma, como era el sueño de Octavius. Sin embargo, todavía tenía su propio sueño, y mientras siguiera creyendo en ello, subiría su condenada humanidad a su caballo y cabalgaría hasta donde fuese necesario para cumplirlo.
Te encontraré… así como encontré a Octavius… te encontraré!!!
Su paso se perdió tan rápido como el pasar del viento. En cuestión de segundos, Vergilius había salido del Palacio del César.
Vergilius- Dios/a
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Oscuridad Eterna
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