[Villa Vallis Mellitus] Habitación de Sophia

Hasta entonces Vergilius había permanecido en silencio y con los ojos bien abiertos, limitado a observar todo lo que hiciese Sophia y dejarse llevar por ella. Se sentía muy bien estando a su lado y aquel momento, independiente de las circunstancias, no era la excepción.

Hahaha.... Sophia, tú no eres ninguna niña caprichosa. Sólo… eres demasiado buena, demasiado noble… demasiado dulce. – Le dijo mientras caminaba más rápido que ella y le bloqueaba el paso de la puerta, todavía no podía permitir que se marchase.

¿Sabes Sophia? Es cierto que según nuestras tradiciones, los pater son aquellos que eligen con quién se debe casar una hija… en este caso, hermana. – Comentó diciendo Vergilius mientras la veía a los ojos. Siempre le sorprendía lo especiales que eran el color que poseía ella en sus orbes. Eran un verdoso… único. Digno de alguna gema cara y rara traída desde las lejanas tierras del oriente, o las que usaban los jefes bárbaros en sus coronas. – Pero te tengo noticias, no importa que nadie quiera que estemos juntos… lo estaremos igual, pase lo que pase, porque es lo que yo deseo… y sé que tú también lo quieres así.

Posó su mano en su mejilla y la acarició suavemente. A pesar de ser una persona ajena a los contactos físicos, y retraída con todo el mundo, bien podría haber estado por toda la eternidad cuidando de su prima. No sólo por todo lo que sentía por ella, sino porque sabía que era la única persona que le quería por lo que era: Un simple joven guerrero que había luchado por su país, y que en ese minuto, deseaba luchar por no separarse de la mujer que amaba. Y a pesar de que ella no se lo dijese del todo, podía leer en la profanidad de sus ojos lo que estaba pasando por los pensamientos de Sophia. En cierta forma, era lo único que lo tranquilizaba. Saber que en el fondo ambos deseaban lo mismo, y por supuesto, sentir que era un sentimiento mutuo en medio de todo el caos al cual estaba siendo sometido. Aquello lo fortalecía y daba fuerzas para continuar adelante, entendiendo que tarde o temprano su anhelo se cumpliría.

Eso es lo único que necesitamos para estar juntos, nada más, ni nada menos. Sólo quererlo nosotros… creer en ello ¿Tú eres creyente, no? Sé que crees en un Dios particular… y por mi parte yo creo en mis ancestros, pero por sobretodo…

Le tomó su mano derecha y la deslizó suavemente hasta su propio corazón, para que ella pudiese sentir como palpitaba el pecho de Vergilius.

¿Lo sientes? Late por ti… y mientras eso pase, seguiré creyendo en que algún día todo esto acabará… y viviremos juntos, en paz, sin problemas y tal vez nunca más deba volver a empuñar una espada. ¿Te gustaría eso? ¿Qué dejase de luchar?.

Vergilius ponía en constante riesgo su vida por las guerras, y comprendía perfectamente que la persona más afectada con ello era Sophia. Muchas veces a lo largo de su vida intentó dejarlo, pero sabía que renunciar al ejército era darle la espalda al recuerdo de su hermano, a su linaje, y a toda la gente en Roma que confiaba en él. Y por supuesto, a la misma Roma en toda su gloria y majestad, lo cual evidentemente haría que decepcionase a su prima, cuestión que no estaba dentro de sus planes. Por ello y mucho más, su única opción era portar su armadura, montar su caballo y luchar por su vida y por el sueño romano. Esa había sido la tónica de Vergilius el conquistador; mientras que la del Vergilius común y corriente, era crear un mundo mejor para sus seres queridos, y vivir un día más para poder estar más cerca de su sueño desde niño, el cual era estar al lado de su prima.

Yo creo en ti… así como tú crees en mí… eso me da fuerzas para soportar todo… esto. – Agregó con cierto tono de cansancio, en clara evidencia a la situación tan compleja que se estaba viviendo en Roma.

Por mucho que luchase por estar al margen, era un militar y por tanto, entendía demasiado bien todo lo que ocurría en la sociedad del Imperio. Sabía que la corrupción y la traición en busca del beneficio individual por sobre el colectivo eran la fuente de la vida para los problemas que amenazaban con hundir a la gloriosa Roma. Y a pesar de que comprendía las cosas, prefería estar al margen y servir simplemente como un arma, al servicio de quien fuese el águila mayor capaz de guiar con su vuelo a toda la nación. No obstante el senado no era de fiar, y su padre ya no estaba para ejercer como el Emperador. Desconocía que medidas estaban por tomar los antiguos ancianos respecto a ello, pero no podía quedarse del todo indiferente. No porque desease inmiscuirse en asuntos de política, él detestaba la política. Pero lo que ahora lo hacía meditar con más cuidado la situación romana, era la petición clara y contundente que había sido emitida por su amada prima. Una vez más, ella era quien lo animaba a iniciar una nueva empresa y esta vez, justo en sus propias tierras.

Haré lo que me pides, intentaré salvar a Roma con toda la sabiduría que aprendí de Octavius, de mi padre, de mis generales… y de ti. Ellos me aportaron conocimientos militares y de sobrevivencia, y tú… tú me aportaste lo más importante, mi vida.

Le levantó la mano para ponerla justo frente a sus ojos. Era blanca, suave, fina y digna de una dama, poseyendo la belleza natural de la vida, un brillo único e implacable que de todas las mujeres que había visto en su vida, sólo en ella había podido identificar, desde el primer momento hasta aquel instante.

La fe… la esperanza de que todo sea posible. Por eso creo en todo esto… y quiero que sepas que dicha fe… es mi arma más poderosa.

Buscó entre sus manos el anillo que le había dado, y mirándola a los ojos, se lo puso justo en el dedo anular.

Quiero que lo uses así, ¿De acuerdo? Nunca te lo saques… es nuestro pacto de compromiso, no lo olvides.

Justo en ese minuto sintió un peso en su cuello, algo que le molestaba. Fue ahí que uso sus manos para revisarse y con sorpresa, contempló que llevaba nuevamente puesto el collar con la leyenda “Siempre tuyo”, dado por esa extraña mujer en aquel momento de incertidumbre. Estaba asombrado… pero luego pensó y se le ocurrió una buena forma de utilizar dicho amuleto.

Ah sí… también quiero que uses esto… - Dijo sacándoselo y mostrándoselo a Sophia, sabía que ella podía leer y comprendería lo que decía. – Es mi respuesta a tus últimos dichos acerca de buscar otra mujer… con esto, siempre la recordarás, ¿No?.

Se la colgó en el cuello y le acarició el cabello, sabía que el momento de despedirse había llegado.

Te acompañaría hasta el fin del mundo, pero si tu hermano te ve conmigo, dudo que puedas conversar con él. O en último caso, puede que intente algo contra ti y si eso pasa… lo mataré. Mataré a cualquiera que te toque, eso lo sabes…

Su tono de voz cambiaba radicalmente cuando se refería a un eventual episodio en el que ella saliese dañada. Dicho escenario sacaba lo peor de Vergilius, y ahora particularmente, lucía bastante oscuro cuando señalaba que sería capaz de matar a alguien. Como si en ese instante, fuese otro el Vergilius que hablase en ese momento. Incluso su rostro parecía cambiar, marcándose más sus ojeras, su expresión dura y su mirada de descontento.

Nadie te dañará, no importa lo que ocurra. No lo permitiré… te cuidaré con mi vida. - Finalizó mientras la abrazaba con mucha fuerza, hablando en un tono más profundo y siniestro de lo común.

Apenas Sophia se marchó, le vino un mareo tremendo que sólo provocó que tuviese que sentarse en la cama de ésta y mirar al suelo por largos minutos. En cierta forma lo agradeció, puesto que de lo contrario, habría sido muy probable que víctima de su ansiedad se hubiese puesto en marcha en dirección hacia donde estaba ella. Pero sabía en el fondo que no era bueno perseguirla, sino que simplemente debía dejarla ir y esperar a que el tiempo dijera qué les esperaba a los dos. Al fin y al cabo, no era la primera persona que se marchaba de su vida por voluntad propia…

Pero al menos puedo asegurar que es la única que me importa realmente. – Comentó con voz tranquila aunque algo apagada, mirando los detalles que poseía el suelo y sin tener fuerzas siquiera para levantar la mirada.

De pronto se sintió bastante extenuado…

¿Cansado? No me extraña, después de todo, apenas y si has dormido. Creo estar en lo cierto cuando pienso que sin mí, ya estarías muerto.

Era una voz que siempre que la oía sentía que su cuerpo se debilitaba y al mismo tiempo, se llenaba de ira. Giró la cabeza en diversas direcciones buscando el origen de dichos predicamentos, y fue entonces que encontró a su indeseado acompañante observándole desde el espejo que seguramente había pertenecido a su prima. Se puso de pie y lo miró fijamente, contemplando con mayor detalle el idéntico parecido entre los dos. Era verse a sí mismo, y a su vez, escuchar a un tipo totalmente diferente a lo que era él.

A estas alturas no deberías dudar de mi presencia, sobretodo después de…

Cállate, maldito.

¿Enojado? Al final esa pequeña sobrevivió, aunque por poco…

He dicho que te calles.

Cada vez que lo escuchaba y veía, quería creer que simplemente estaba volviéndose loco y nada de las terribles cosas que su contra parte había realizado, eran hechos concretos. Pero luego de haber estado y conversado con Sophia, podía dar fe que de lamentablemente todas sus pesadillas eran ciertas. Efectivamente sí había intentado asesinarla, y sólo por cuestiones del destino el cometido de su visitante maligno no había estado cumplido.

No te perdonaré lo que hiciste, por poco y la…

¿Pierdes? Deberías abrir más tus ojos, Vergilius. Mientras estás aquí sentado, diversas presencias se mueven por todos lados… puedo sentirlas.

¿Eh? ¿Presencias?

Si sus cálculos no estaban errados, al llegar nada más había divisado sirvientes y posteriormente a los jóvenes Juliai, a nadie más ni nadie menos. No obstante una espina en la cabeza le advertía que esta vez, las palabras dichas por el sujeto que usurpaba su cuerpo y voz frente a cualquier reflejo, estaba diciendo la verdad. Por muy sorprendente y sospechoso que pareciera, dentro de su ser una parte creía firmemente en sus palabras.

En este mismo instante hay tres sujetos con tu querida Sophia. Uno de ellos es su hermano menor. Otro es un simple ex soldado, pero el último… es muy peculiar.

¿¡Qué quieres decir con peculiar!? ¿¡Está en peligro!? – Inmediatamente saltó con los ojos abiertos y posó sus dos manos sobre el espejo, para mirar directamente a las orbes oscuras de su otro yo que también se acercaba al vidrio en cuestión, en una escena por decir lo menos, muy extraña. Cualquiera que lo viera en ese instante pensaría que estaba loco hablando consigo mismo, pero ni el mejor de los ventrílocuos podía hacer hablar a una imagen en el espejo mientras Vergilius poseía los labios cerrados.

Te alarmas demasiado tratándose de esa mujer. Me agradabas más cuando eras calmado y silencioso. – Respondió con voz fría, contrastando con la energética y rabiosa entonación con la que el original lo interrogaba. – No puedo asegurarte si está o no está en peligro, lo único que puedo decir es… Je, ¿Piensas que te diré todo? Te recuerdo que no nos llevamos bien, y estoy ansioso por volver a retomar tu cuerpo… no importa cuántas veces logres encerrarme en tu subconsciente, ni el método que utilices para sellarme… todo será momentáneo, y cuando menos lo esperes…

No le permitió continuar con sus palabras. De un puñetazo rompió el espejo tal y como lo había hecho con el suyo en el palacio. Escuchar e interactuar con ese sujeto le sacaba de sus casillas de una manera instantánea y casi incontrolable. Y para peor, no iba a tolerarle que jugase con él mientras su prima pudiese estar en un eventual peligro. El problema era que no podía seguirla, tenía que dejarla partir a hacer sus cosas... ¿O tal vez no? Estaba inseguro, pero lo único claro, es que debía salir de una vez y por todas de dicha habitación. Por lo tanto se puso de pie, abrió la puerta y en un acto reflejo del cual no fue conciente, llamó a su espada hasta su mano simplemente con desearlo dentro de su cabeza. La guardó y salió en marcha...