Saint Seiya Ancient Chronicles
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Mensaje por Octavius Mar Ene 04, 2011 11:52 pm

El sol aún no salía de su escondite mientras yo seguía cabalgando hacía mi nuevo destino. Podía sentir la brisa de la madrugada mecer mis cabellos por sobre mi cara a la vez que mantenía la vista fija hacía al frente, sin siquiera molestarme en mirar otros lugares o el paisaje. No tenía tiempo ni ánimos como para distraerme por nada, ya que el tiempo apremiaba si es que mis informaciones eran ciertas. Por lo mismo, intentaba mantener las riendas con una orden clara y precisa, de modo que el trayecto fuera recorrido lo más rápido posible, sin escalas ni interrupciones que estaban de sobra.

Necesito llegar cuando antes… - Pensaba apretando mis manos a las riendas de cuero, sintiendo como se marcaba su forma en mi piel y causaba un pequeño ardor, que sin embargo no era nada molesto para una persona como yo que había soportado cosas mucho peores.

Los galopes de mi corcel eran raudos y efectivos, dando grandes zancadas a medida que corría por el prado que daba con las colinas hacía un costado. Sin duda era una vista maravillosa, la cual conocía muy bien puesto que la había conocido en mi juventud antes de embarcarme de lleno en la guerra. Recordé como solía ser un jinete solitario, que gustaba de explorar los diversos caminos de roma sólo por curiosidad y, además, conocer las diversas personas que rondaban los parajes más alejados del imperio.

Como las caravanas de comercio…

(inicio de racconto).
Vaya, cuanta gente pasa por aquí. – Comentó un joven adolescente, que a pesar de no poseer el físico ni la altura que tendría en el futuro, bien se podía distinguir como Octavius. El glorioso hijo del emperador, que estaba llamado a ser su heredero y que además ya era conocido por ser un dotado guerrero de elite romano. En ese entonces poseía el pelo largo, el cuál caía por sobre sus hombros con una flacidez y elegancia características en alguien de su clase real. Sin embargo, su rostro evidenciaba algo de suciedad, como si hubiese estado constantes horas corriendo y batallando de un lado para otro. O en otras palabras, su cara representaba la vitalidad e hiperactividad clásicas en un joven de su edad, no más de 16 años. Un año antes de que ocurriera la gran tragedia que lo dio por muerto…

Se acercó corriendo a gran velocidad hasta un puesto donde los dueños eran unos hombres altos, de piel oscura y rasgos claramente extranjeros. Posiblemente árabes. No conocía mucho acerca de ellos más allá de que su cultura poseía diversas riquezas que siempre transportaban a los alrededores de Roma para venderlas a altos precios. Mercadería ilegal, más barata y fácil de conseguir que la tradicional. Si bien era un delito, a Octavius poco le importaba ya que consideraba los lujos como algo banal sin mayor valor para una persona. Por lo mismo, no los denunciaba y normalmente solía darse paseos en busca de alguna especie de arma extraña o mortífera que pudiesen traer los extranjeros.

Dígame joven, en qué puedo servirle a usted?.- Le preguntó de forma cortés y en un extraño acento uno de los sujetos, que lo superaba en altura aunque no así en contextura. Era bastante flaco, casi como un niño, aunque su rostro era más bien el de un adulto de unas tres décadas. Era moreno, con el pelo tapado por una especie de tela que impedía el conocer su forma. Sus ojos, por otro lado, eran cafés y parecían posarse con especial interés en los brazaletes de oro (hechas en roma) que portaba Octavius.

Ando en busca de un arma… pero no cualquier arma, sino una que sea especial.- Contestó el muchacho de forma enérgica, girando su rostro en dirección a los diversos artículos que tenían esparcidos por el suelo por sobre una manta los comerciantes. Había una enorme variedad y cantidad de productos, empezando por jarrones hechos con distintos tipos de piedra; telas bordadas con técnicas poco conocidas en Roma; hasta excentricidades tales como animales disecados y usados como adornos o para vestuario.

Oh…un arma… – Replicó el sujeto, dando unos extraños golpes con su palma derecha por sobre su muñeca izquierda. – Jehb, traed las armas que tenemos, el joven aquí presente desea verlas todas. – Dijo con especial entusiasmo mientras inclinaba su enorme y flacucha humanidad para contorsionarse hasta pocos centímetros del Romano.

Verdad?. – Preguntó el hombre moreno.

Eh… claro.- Contestó el muchacho, que sin sonreír, mantuvo la postura a pesar de la extraña cercanía que parecía querer hacerle sentir el vendedor. Aunque después de tantas visitas, ya no le producía tantas dudas aquellos tipos de comportamientos raros y poco comunes en sus tierras. Comprendía perfectamente que las demás culturas tenían sus propias formas de hacer las cosas.

Minutos más tarde, un hombre un poco más bajo pero por lo demás idéntico al vendedor, estiró una manta por sobre el suelo y con ello, dejó ver una increíble variedad de armamento forjado y amoldado de las formas más inimaginables para Octavius, que no tardó mucho tiempo en acercar su rostro con los ojos bien abiertos ante la curiosidad y atracción que provocaban en él dichas herramientas de guerra.

Admire mi buen señor, un variado arsenal de lo mejor en armamento traído desde diversos rincones del mundo, para el deleite de sus superiores ojos romanos.- Señaló con elegancia el comerciante, regalándole una sonrisa al hijo del emperador y haciendo una reverencia antes de dejarle ver todo el cargamento que traían consigo.

Por su parte, Octavius se encontraba realmente maravillado ante tal variedad de implementos. La mayoría de ellos desconocidos en las herrerías romanas, que casi siempre tenían lo tradicional utilizado por décadas en el ejército del imperio. Y gracias a ello, era que su curiosidad aumentaba más al poder tomar con sus propias manos todo tipo de navajas, cuchillos, arcos, espadas, lanzas y un largo etcétera. Pero sin lugar a dudas, su atención se lo llevaron los artículos más raros y extravagantes.

Qué se supone que tiene de especial esta daga?.- Preguntó intrigado, sosteniendo con su izquierda una pequeña hoja de metal que poseía una hoja bastante particular.

Lo especial radica en su hoja, mi buen amigo. – Contestó sin mayor enredo.

Y qué vendría siendo eso?.


Que puedes envenenar con ella.


Sus cejas se arquearon ante tal afirmación que le hizo dudar por un instante de la credibilidad de los mercaderes. Al ser uno de los más destacados guerreros de Roma a pesar de su edad, además de poseer excelentes conocimientos sobre el arte de la guerra y todas sus ramas, se consideraba así mismo como un experto en armamento, al menos romano y de todo aquel pueblo que hubiese sido conquistado. Y no recordaba haber visto nada igual a lo largo de su vida como aficionado o militar.

Tengo mis dudas… anda, enséñame como lo haces. – Ordenó de forma seca, estirándole el brazo para que pudiera alcanzar la daga.

Con gusto. Verá, el truco está en mango.

Pero si me dijiste que el truco estaba en la hoja. Y no he visto nada especial en ella.


Jejeje, es que esperaba que me preguntara. Mire, si da vuelta la daga, se puede ver que en un costado del mango, hay una pequeña hendidura. En ella, usted inserta la uña y…- Siguiendo sus mismas instrucciones, lo hizo y la parte de abajo de la daga se abrió un poco, llamando aun más la atención de Octavius.

Ya está. Aquí, inserta el veneno deseado y luego la cierra. Luego, sólo debe preocuparse de clavar esta daga y la sustancia líquida chorreara por el interior hueco de la hoja, hasta salir por una pequeña overtura al final de la hoja. El truco es que la daga no corta, sólo se clava. Parece una hoja común y corriente, pero no lo es. He ahí su pequeño tamaño, insignificante a la vista, pero muy letal si se es usado con inteligencia. – Sentenció con calma el hombre.

El hijo del emperador, maravillado ante la sola idea de poseer un arma para envenenar a corta distancia, no dudó en preguntar su precio.

Uno de mis brazaletes?.
– Contestó, algo extrañado ya que más bien se esperaba que le solicitar dinero, como antes ya lo habían hecho otros extranjeros.

A simple vista parecen ser muy especiales, y tener un objeto de vuestra cultura romana es algo que me llenaría de fortuna interior.

Está bien, pero también deseo un par de artículos más. – Dijo cruzando los brazos.

Llévese lo que necesite, nada de aquí me valdría tanto como sus brazaletes.

Descuida, sólo me llevaré lo que vea útil. – Comentó guardándose la daga diminuta entre sus ropas, para luego pasar a acuchillarse y tomarse el tiempo de seleccionar muy bien que era lo que quería. Y tras una hora y un poco más de divagaciones y ponerse en diversas opciones, se decidió por: un arco con flechas cortas pero rápidas, especiales para triturar escudos y armaduras enemigos dado la potencia de sus punta, para la que se necesitaba una gran fuerza para lanzarlas, eso si; cueros para los antebrazos que iban bajo la armadura o sin necesidad de ella, que poseían una contextura especial que hacía que las hojas de las espadas resbalaran; y finalmente, una cuchilla de unos treinta centímetros que iba en diagonal, fabricada por herreros para que los cortes por los costados fuesen mortales, aunque no así si se enterraba, ya que no estaba diseñada para ser clavada.

Si necesita algo más, no dude en venir algún día, señor.- Le recordó el hombre mientras sostenía entre sus manos los dos brazaletes.
Seguro…
- Dijo Octavius, ansiando el poder utilizar sus armas en una nueva batalla, para lo que corría con todas sus fuerzas para ponerse a disposición de la legión romana.


(termino de racconto).


Y si que me ayudaron esas armas en la batalla.- Pensé mientras veía ya el puerto en el cual había decidido tomar mi próximo medio de transporte.

Me apresuré en llegar, cabalgando a toda velocidad mientras podía sentir que la temperatura bajaba, clara señal de que el amanecer estaba cada vez más cerca. Debía apurarme, ya que contaba con poco tiempo si es que mis cálculos no iban mal. Sin embargo y a pesar de ello me lo tomaba con tranquilidad, una virtud que había desarrollado en el campo de batalla.

Señor, qué necesita?.- Pregunto acercándose hacía mi caballo un viejo anciano de cabellos blancos y rostro gastado, a la vez que yo detenía el andar de mi equino una vez entrado a destino.

Una barcaza donde pueda ir junto con mi caballo, y que sea rápida.

Sígame su majestad. – Solicitó al instante que con sus palabras indicaba que me reconocía, aunque seguramente sólo por mis ropas, ya que no recordaba haberlo visto en otra ocasión.

Que tenga un buen viaje.

Gracias…- Contesté una vez que ya me encontraba zarpando con mi caballo acostado en el piso. El barco no era grande ni parecía un bote. Pero lo importante, es que era rápido. O al menos eso me había garantizado el anciano. Por lo cual, ahora sólo quedaba esperar para llegar a mi destino…
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Mensaje por Octavius Miér Ene 26, 2011 6:14 pm

Después de un viaje corto pero intenso hacía las tierras egipcias, por fin el hijo del difunto emperador se aprestaba a observar una vez más frente a sus ojos las extensas planicies litorales de su amada y anhelada tierra natal: Roma.

No había sido fácil lo que aconteció en el reino de Selene, ni mucho menos el comportamiento estúpido de Gelum que casi le cuesta la cabeza al enano apresurado, pero ya no tenía mayor caso preocuparse por ello. Ahora, lo único que tenía en mente era llegar cuanto antes al centro de su capital para poder contactar a ciertas personas.

Pero de momento aún faltaban bastantes leguas como para desembarcar, por lo que mantuvo la calma ante la exasperación que le producía el recordar el bochorno vivido en pleno palacio egipcio. Y es que al final, que más importaba ya, el pacto estaba sellado y mientras fuera leal a los principios acordados, mucho no afectaría que se demorara un poco la dichosa boda. Después de todo, tenía cuestiones más urgentes que atender y que era principal para poder lograr sus metas. Así que por ahora, iría paso a paso a la espera de que todo se diese como él realmente lo deseaba. Y si no, simplemente tomaría las cosas de la mejor forma posible e intentaría sacar provecho de las situaciones, una característica innata en un guerrero de su talla y calibre.

A su mente llegó el recuerdo de cierta batalla en las primeras aldeas bárbaras que visitó, la cual no era para nada parecida a lo que sus informantes le habían declarado en los mapas y descripciones. Por lo cual, además de ser evidente su mediocridad al haber confundido las coordenadas de información de las que Octavius había querido disponer, no tenía más opciones que improvisar y lograr salir adelante aún considerando el hecho de que estaban peleando en una zona total y absolutamente desconocida, de la que apenas y podían saber que nevaba mucho y el frío era su acompañante perpetuo de día o de noche. No obstante, el general mantuvo el temple serio y profesional que a esas alturas le caracterizaba a pesar de su edad, y que lo había convertido en lo que era en ese momento.

Después, se limitó a envalentonar a sus guerreros y preparar una suave defensa contra posibles emboscadas, pero por lo demás, utilizó su sistema de batalla más ofensivo y desgarrador de todos. A matar o morir, y fue con ese mismo plan que logró tomar posesión de aquella enorme aldea de la cual ni siquiera supo el nombre. Pero si sabía lo que tenía que hacer y también sus soldados: Acabar con todo lo que no fuera Romano y, por ende, fuese un peligro o amenaza para él y sus compañeros.

Ahora simplemente actuaría con la misma lógica, procurando exterminar o sacar del camino a todo aquel que intentase entrometerse en sus nuevos objetivos. Así era Octavius, un sujeto sin compasión alguna salvó por unos pocos y que si debía convertirse en un carnicero, lo haría sin dudarlo. Pero más importante aún, era un tipo peligroso que estaba dispuesto a todo. Por ello, fue que apenas bajó la rampa para salir del bote con su caballo, se apresuró a salir cabalgando a toda velocidad en una dirección clara y a estas alturas, más que evidente.
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Mensaje por Sophia Lun Dic 12, 2011 9:48 pm


Camino alrededor de tres días siguiendo el borde aquel arroyo que de pronto se convirtió en un turbulento río. Pero había tantos ríos en Roma que no sabía realmente cual era. Se encontraba desorientada. Lo maravilloso fue, ver un puente que cruzaba el rio y de pronto un camino. Su sonrisa fue gigantesca a medida que corría hacia dicho camino y comenzaba a recorrerlo, dándose cuenta que entre más caminaba más vida veía a su alrededor.

<< Lo hice… lo hice… lo puedo creerlo pero lo logre… >>


Y así caminó el resto de esa tarde, hambrienta pero con la esperanza de encontrar alguna buena alma que le diera algo de comer, o por lo menos que ella pudiese darle algo para que le dieran algo de comer. Pero no fue necesario, a medida que caminaba se encontró con casas a los costados del camino y arboles cargados en frutos. Recogió aquellos que estaban en el suelo y cortando su propio vestido hizo una bolsa para ello. Su cabello estaba fuera de control esa tarde por lo cual decidió trenzarlo, sintiendo completamente libre de hacer consigo misma lo que le diera la gana. La habían criado para ser una gran dama romana, pero Sophia era una mujer libre en ese momento, la única cosa en mente era encontrar a Fye y a Gelum nuevamente. Sabía que su hermano menor estaría buscando a Fye también, por lo cual se reunirían y podrían volver a casa y…

<< No. Eso ya no es posible… desde que hice aquello… es imposible para mi volver… >>

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras caminaba en dirección a lo que sólo podía ser el mar. La brisa la golpeó y lágrimas cayeron. Finalmente había encontrado el camino.
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