Haciendo tiempo en el mercado.

Y después de tanto cabalgar, por fin se encontraba en lo que ya era plenamente Roma como tal, como ciudad y capital. Después de haber tenido que pasar por Egipto, los mares que lo separaban de Roma, desembarcar en los límites y finalmente pasar por el bosque, ya había concretado su segundo objetivo: retornar a casa.

Sin embargo, aún era pronto como para aparecerse por el palacio, por lo cual decidió dar una vuelta a pie por el siempre dichoso y variado mercado donde se podía encontrar de todo, aunque lo más seguro es que no se comparaba a la variedad de artilugios que podía conocer y observar en las tiendas ilegales provenientes de extranjeros. Allí si que habían cosas que valía la pena comprar o sino, simplemente darse la molestia de tocar y conocer un poco más. En cambio, en el mercado ya todo eran puros cachivaches de mala muerte, inútiles e inservibles, conocidos y que de nuevos solo tenían la fabricación o adquisición. Una lástima, pero gracias a las políticas absurdas de Diva, no se podía comercializar todo lo que se quisiera en la ciudad Romana de forma legal.

Era una de las cuestiones por las que planeaba derrocar a Diva cuanto antes y cambiar ciertos estatus en cuanto al comercio. Le daba lástima y hasta rabia que sus compatriotas no pudiesen disfrutar de toda la variedad e infinidad de conocimiento y mercancía que podían ofrecerles los mercaderes extranjeros, venidos desde las tierras más lejanas y sorprendentes posibles con artilugios únicos y sobretodo, mucho más baratos y accesibles que los precios inflados y desmesurados que instauraba el mercado.

Mientras caminaba y observaba con lejanía los diversos puestos de empleo, artesanía y otras estupideces, fue que a su mente llegaron los recuerdos de las ferias libres que se ubicaban en los extremos alejados de Roma. Y que para su suerte, también encontró en sus visitas a diversas aldeas que no debía destruir precisamente. Era algo que atesoraba mucho, puesto que el conocimiento bélico tenía bastante que ver con el modo de vida y la sociedad que pudiese tener un pueblo, y era por ello que desde joven el hermano mayor de Vergilius estaba interesado en conocer más y más acerca de los pueblos que no estaban tan registrados en las bibliotecas romanas. De esa forma, se preparaba de una forma más completa y útil al momento de tener que enfrentarse a dichos pueblos o al menos, algunos que fuesen parecidos. Acompañado de un buen grado de lógica y sentido común, por supuesto.

Precisamente por ese mismo motivo, era que el interés por adquirir productos ya conocidos o hechos en Roma no le interesaba en lo más mínimo, ya que evidentemente, conocía casi todo sobre su país y nada le serviría al momento de una batalla ni mucho menos. Salvo quizás en un posible escenario de guerra civil, pero aunque fuera posible algo como eso, la información puesta a su disposición en el mercado no era para nada productiva ni mucho menos digna de analizar.

Sólo eran… trastes sin ningún provecho alguno. Y si se le agregaba la cara de pocos amigos que tenían los vendedores, daban por resultado un ambiente definitivamente poco grato para comprar o querer relacionarse.

Sin embargo, algo de su ser tenía aún las esperanzas de poder hallar algo realmente interesante o digno de su atención. O en último caso, que le mantuviese ocupado hasta que fuera pertinente movilizarse por otros lados.

El camino ascendente me había llevado a una de las zonas más populares y vivaces de toda la Capital del Imperio Romano, el siempre estimado y odiado mercado de la metrópoli. Los extensos pasillos llenos de puestos de mercaderes corruptos y usureros, el piso polvoriento que levantaba nubes molestas que machaban invariablemente las túnicas de los cuasi-respetables miembros de la ahora en declive sociedad romana, todo, todo era un imán para problemas potenciales, ya fueran disputas por objetos perdidos o peleas sin sentido provocadas por seres idiotas que pretendían robar de manera “silenciosa” los bienes de los peatones, aunque sin embargo ellos parecía conllevar un atractivo como ningún otro. Un atractivo al cual un ser “caído” como yo parecía ser inmune…no me interesaban las baratijas que pudieran proveer aquellos gusanos, todas eran imitaciones sin valor que ni siquiera se podían comparar con las maravillas provenientes de países más ricos en cultura e historia. Pero claro…las políticas económicas iban en picada gracias a la siempre alabada emperatriz Diva…la bruja de Egipto o como era más conocida en círculos particulares, la prostituta del Emperador. Con ese pensamiento particular en mente fue que capté con la mirada a cierta persona que curiosamente, estaba muy envuelta en toda aquella maraña de mentiras, luchas y traiciones que parecían haberse vuelto las primeras leyes de sobrevivencia en la ciudad que en un futuro tendría que gobernar aquel mismo sujeto: no era otro sino el mismísimo Octavius, quien por casualidad resultaba ser un primo de relación un tanto “lejana” por así decirlo. Nunca había tratado personalmente con el, y sinceramente no veía porque habría el primer heredero al trono de hacerle caso…pero intentar un acercamiento a semejante figura con tal influencia no resultaría nada malo.

Curiosa aparición pueden presenciar los seres comunes y corrientes que nos arrastramos alrededor de sus pasos…ave Octavius. Que hace nuestro héroe nacional en semejante lugar tan común? Si es que se puede saber, claro…y si es que puede recordarme su alteza, soy Aspros…uno de los primos de la señorita Sophia y por relación lógica, un miembro de su familia…aunque no de la más cercana, claro. dije en forma de saludo, acercándome al hijo del César al tiempo que me acomodaba un mechón de pelo inútilmente…una brisa había empezado a soplar como si aquel encuentro hubiera estado planeado por los caprichos del destino.

Cuando ya pensaba Octavius que no encontraría nada interesante que pudiese mantenerlo ocupado entre tanto vendedor corrupto y usurero, o cliente desamparado que no era capaz de darse cuenta que estaba siendo estafado; llegó a sus oídos la voz de un sujeto que no podía pertenecer precisamente a las anteriores calificaciones. Su tono para expresarse, y la forma, eran más adecuadas para un miembro perteneciente de la enfermedad más grande que podía ostentar Roma en esos tiempos: la aristocracia.

Para el hijo del difunto emperador, nada le hacía peor a la ciudad que un conjunto de sabihondos que creían saber más por el simple hecho de mantener sus traseros pegados a una silla y firmar papeles que, si quien los recibía no estaba de buen humor, a final de cuentas no tenían significancia alguna. Que no conocían lo que era arriesgar la vida en el campo de batalla, ni mucho menos lo que era asesinar a un enemigo o ver morir frente a sus ojos a un aliado. Ni hablar del honor de ganar una contienda, o de tener que tomar decisiones difíciles en las cuales estaban en juego algo más que sucio dinero. Pero que les podía pedir Octavius a ellos, si habían sido criados por otras hienas y, a su vez, sus padres por sus abuelos y así en un eterno ciclo de corrupción y haraganería que ahora simplemente se hacía insostenible. Y amenazaba con destruir a la ciudad más gloriosa de todas en cualquier segundo, sin que nadie pudiese hacer nada al respecto. O bien, casi nadie. Él creía firmemente que sí podía hacer algo por su patria, y era por ello que se estaba movilizando por diferentes lugares.

Y así fue, como ahora, tenía frente a sus ojos a uno de los primos de Sophia, un tal Aspros. A primera instancia lo miró alzando una ceja, extrañado ya que no lo conocía ni recordaba haberlo visto en ninguna otra parte. Pero luego con más detalle, recordó una vez escuchar hablar a ciertas personas de una familia que estaba siendo dirigida por Mauritius, y que en ella, se encontraban dos hermanos muy particulares. Uno era Defteros y el otro…

Aspros…así que tú eres el pariente de ese tal Mauritius. – Comentó con voz calmada observándole fijamente a los ojos, atento a todos sus movimientos y reacciones, así como cuidando que los suyos no parecieran sospechosos ni perdieran su clásica espontaneidad.

Roma es libre, no?. Además, no soy como esos que creen que la estupidez se pega sólo con estar con gente corriente. Para mí, el verdadero foco de la idiotez proviene del senado, no de los mercados o distritos bajos. – Hizo una pausa para bajar la ceja – Así como otras calamidades que hoy azotan a nuestra nación… no te parece?. – Preguntó y se mantuvo callado.

El viento marcaba la pauta de un encuentro que no se hubiese imaginado, pero que según la respuesta que le diera, bien podía ser considerado como afortunado y quizás, un regalo de los Dioses. O bien, si las cosas no iban como él esperaba, sólo lo dejaría pasar y haría el tiempo suficiente hasta que creyera que fuese oportuno el volver a moverse por las calles.

Justo como contaban los relatos y las anécdotas de los senadores sobre el primogénito del difunto Emperador, Octavius mostraba ser uno en un millón, un genio, un prodigio, un tesoro nacional y simplemente, una estrella que brillaba más que nunca ante el triste y patético panorama que ahora tenía en sus manos al haber muerto su progenitor y con ello, el precario orden que Diva, la bruja de Egipto ya había hecho tambalear hacía algún tiempo atrás. La labia y la habilidad oratoria que mostraba aquel enorme sujeto que sobrepasaba fácilmente mi propia altura era increíble, incluso podía hacer una comparación conmigo mismo y notaba que si bien yo era capaz de lograr algo mejor debido a mi talento innato en las negociaciones e intercambio de palabras, Octavius tenía muchísima más experiencia…en resumen, era la vieja batalla entre la capacidad natural contra las vivencias del pasado, algo que a través del tiempo se había ido repitiendo una y otra vez y así continuaría hasta que el mundo terminara y la raza humana se extinguiera. Curiosamente, el hijo del Emperador había tocado un punto sensible que en esos mismos instantes era capaz de hacer fluir mi ira con una facilidad abrumadora, pero la conveniencia y tal vez, el aire de respeto que imponía mi interlocutor era más que suficiente como para mantenerme con una actitud calmada y hasta cierto punto, siniestra.

Vaya...es un honor saber que el héroe del Imperio reconoce el nombre de este humilde servidor que en algún instante estuvo cerca de los asuntos políticos que atañen a la Capital. empecé con una sonrisa conciliadora mientras daba un paso hacia delante, sin dejar de mirar fijamente a Octavius y hasta dejando de parpadear por segundos enteros, manteniendo el aire de equidad y no quedar “reducido” a un mero sirviente…era una batalla de presencias que si no esperaba “ganar”, al menos sí podría empatar. Y tal cual ha dicho, Alteza…los pobres, los idiotas y las clases bajas no es el cáncer de esta grandiosa Nación, por el contrario y como ha reconocido, es el mismísimo Senado. Para ser precisos, usted mismo ha mencionado a una de las mayores lacras que manchan las políticas que rigen esta noble ciudad…Mauritius (a quien rehúso llamar pariente) es tan solo un extranjero, un simple campesino que a través de estafas y engaños ha logrado manchar la ya frágil reputación y renombre del Senado; aquel hombre me reemplazó a mi mismo…yo si bien no puedo aseverar o probarle la pureza de mi honor e historial, si puedo afirmarle que esa sustitución ha quebrado más la balanza del poder. En resumidas cuentas…puede agregarle otra mancha a la pulcritud que en algún momento dominó a Roma. dije con seriedad y un aire de convencimiento total porque aquella explicación surgía desde lo más sincero de mi ser…aquellas palabras no solo las pronunciaba, sino que las vivía en carne propia…una de las tantas razones por las cuales debía deshacerme de aquel lastre emocional en cuanto tuviera la oportunidad. Debe ser doloroso ver semejante espectáculo…estoy acaso equivocado, Alteza? pregunté en tono determinante y casi melancólico, mientras la brisa que hacía segundos había soplado con intensidad se calmaba y hacía que mi melena se quedara estática por detrás de mi cabeza y por sobre mi espalda. Ahora solo tocaba esperar por la respuesta de Octavius.

Octavius observó con frialdad y neutralidad al joven Aspros acercarse hasta él, sin mostrarse bajo ni tampoco intentar imponerse a su voluntad o presencia. Después de todo, era de una clase más baja que la de él mismo, sin embargo, poco le interesaba al hermano mayor de Vergilius que se inclinaran ante su presencia porque si. Y realmente, no tenía motivos ni razones para exigírselo al hermano del senador, que hasta ese momento simplemente se había dirigido hacía su persona con un respeto y cortesía admirables, aunque quizás algo innecesarios.

Como buen hombre de batalla, para Octavius las complejidades de los tratos según estamentos eran un problema por lo demás tedioso, poco decoroso y sobretodo, que sólo servía para aumentar desmerecidamente el ego de los sabihondos de los que estaban hablando en esos momentos. Le pareció curioso escuchar que a Aspros también le parecían unos miserables, no obstante prefirió esperar a oír sus motivos o sino simplemente creería que lo decía por guardar las apariencias. Pero no, el joven educado en realidad tenía su intención y razón para tratar así a los del senado, especialmente a quien era su dichoso hermano, Mauritius: Lucha de poderes. Algo tan simple y común en esos días, como la contienda entre dos seres por la supremacía y obtención de un puesto y sus debidas remuneraciones.

Por lo visto, el senador resultaba ser la propia “Diva” en la vida de Aspros. Otro usurpador más como tantos otros que abundaban por la gran Roma, que de grande solo iban quedando sus construcciones y leyendas; ya que en cuanto a calidad de personas, distaba mucho de aquellos genios y humanistas que en su momento idearon los sueños que ahora se vivían como presentes en dicha época. Pero en vez de contribuir con su parte y formar las nuevas esperanzas para el mañana, actualmente la gente únicamente se dedicaba a salvarse el pellejo y si para eso debían recurrir a las tretas más bajas y dignas de pueblos conquistados sin mayor esfuerzo, lo hacían sin siquiera pestañear ante la duda. Asco…si, definitivamente al hijo mayor del emperador le daban asco y consideraba escoria a todo aquel que osara ocupar un lugar que no le correspondía, y más aún, deshonrando lo más sagrado que puede tener un Romano en su vida: La familia.

Veo que tenemos algo en común… - Exclamó con cautela e indiferencia, sin tratarlo con desprecio pero tampoco dejando abierta la ventana de un posible trato más amistoso. Simplemente, respeto. Al menos él, por ahora, le guardaría todo el respeto y los honores que un sujeto como Aspros se merecía y ya el tiempo decidiría si era necesario otorgarle más que ello.

Puede que tengas razón, como puede que no. No sé si será doloroso para los otros ver dicho circo…pero puedes estar seguro, que para mí si lo es. – Aseguró cruzando los brazos y girando la cabeza en diversas direcciones, buscando alguna posible cara conocida que pudiese estarle siguiendo en esos momentos.

Pero no creo que sea un tema para hablarlo en medio del mercado. – Continuó con calma, analizando la situación y pensando muy bien lo siguiente que diría. – Por lo cuál, me pregunto si usted, joven Aspros, estaría dispuesto a platicar en otra locación más reservada. – Propuso con seriedad, pero mostrando un cierto aire de intriga ante la labia expresada por el hermano, o supuesto hermano, de Mauritius.

Al fin y al cabo, no perdía nada con charlar con el crío un rato. Después de todo necesitaba hacer tiempo y quizás, sólo quizás, estaba hallando alguien en Roma con quien pudiese hablar de cosas un tanto más complicadas. Lo pondría a prueba, y vería que podía sacar de ello.

Por los instantes parecía que me había ganado méritos con el primogénito del Emperador, no algo transcendental ni mucho menos importante en el sentido más estricto de la palabra pero al menos el suficiente como para poder compartir algo más de tiempo con Octavius y así intercambiar ideas, lo que de un momento a otro llevaría a una conclusión que bien ejecutada, terminaría en un beneficio mutuo, un adelanto que ayudaría en gran medida al Heredero al trono en su búsqueda de aparente limpieza del Imperio (que era evidente si se tomaban en cuenta el trasfondo del héroe Romano y si se leían entre líneas el ínfimo, casi inexistente tono al mencionar la situación actual de la ciudad) y a mi mismo, por supuesto. Con una ligera afirmación de cabeza tan solo pude quedar totalmente de acuerdo con Octavius y decirle en tono que marcaba una total disposición y cautela respecto al delicado asunto que de pronto, habíamos abordado casi sin quererlo.

Veo que ambos pensamos similar, Alteza. Tiene toda la razón, este sitio no es el indicado. concedí al tiempo que desviaba un poco la mirada hacia mi izquierda y a través del rabillo del ojo, veía la escena con una calma más calculada y totalmente inexpresiva…si, los manierismos de Octavius reflejaban el escepticismo que de manera sana y bajo lo más evidente decía “las paredes, el suelo y hasta el mismo cielo tienen ojos y oídos.” tras lo cual solo hace un gesto con la mano izquierda extendida hacia el heredero para abrirla e indicar el camino más próximo y que nos permitiría salir sin demora del mercado. Si me permite, puedo señalar el camino a un lugar más idóneo y en el cual puedo suponer, se sentirá más a gusto. Eso sin que decir, que no nos interrumpirán visitantes indeseados. informé con calma mientras la brisa agitaba un poco los mantos de los peatones, así como las capas y en última instante, mi abundante melena. De nuevo, me tocaba esperar por la reacción del hijo del difunto Emperador.

La elocuencia en las palabras emitidas por Aspros no pasaron desapercibidas para el general romano, que no se molestó siquiera en esconder el interés que le producía escuchar al joven hermano de ese tal Mauritius. No cabían dudas que podía ser un elemento bastante útil si es que se sabía como pulirlo, y ello, sólo en el caso de que no se haya encargado de pulirse a sí mismo. Puesto que si algo era seguro, era que aquel muchacho de cabellos azules escondía más de algún secreto, eso sin mencionar el hecho de que Octavius aún ni lo conocía, por lo cual, lo más sensato era buscar una forma de lograr una primera impresión más concreta y fidedigna.

No le vendría mal la posibilidad de poder contar con un aliado, más aun si se trataba de alguien que pudiese posicionarse con facilidad en el mundo de la politica romana. Desde luego tenía en consideración la naturaleza despota e hipócrita de todos los seres llamados a sí mismos como “senadores”. No obstante, la opción de alguien con quien contar y comentar lo que aconteciera en dichos edificios donde la peste abundaba, no la despreciaría ni mucho menos dejaría pasar.

Te sigo. – Comentó afirmando a la vez que se disponía a caminar por donde sea que el sujeto de los cabellos azules.

Ahora todo estaba en manos de aquel que mantenía firmes y claras las intenciones de retomar lo suyo, que se materializaban en la postura que adoptaba. Algo muy poco usual para alguien que técnicamente no tenía posición alguna en Roma, que fue precisamente lo que llamó la atención de Octavius. Si en verdad estaba siendo honesto, su actitud era la mayor prueba de ello.