Mercado de esclavos

El mercado de esclavos un área en la que solamente se acercaban capataces y rara vez algun señor romano, el olor a muerte tanto de personas como animales se hacía presente en el ambiente, se me hacía extraño estar en aquel lugar ya que siempre enviaba a alguno de los trabajadores a comprar esclavos los cuales trataba de liberar, a pesar de que me encantase el dinero repudiaba esa manera de hacer dinero algunos parientes lejanos fueron esclavos por resistirse a la idea de rendirse, el maltrato y las condiciones de vida eran peores a las vividas en el Distrito del Tiber. Había subasta aquel día, no me pude contener a pasar al lado de los desprevenidos y robarles el dinero que utilizarían para comprar esclavos, al parecer compraría gratis sonreí mientras seguía caminando hasta encontrarme con un conocido.
- Usted aquí - dijo el hombre con algo de sorpresa mientras me miraba, no venía a aquel lugar hace mucho tiempo - Que no te sorprenda el porque, asesinaron a una mesera y necesito otra, más te vale buscarme una buena esclava o ya sabrás lo que te pasará - dije amenazante y prepotente mientras le miraba fijamente, el hombre tiritaba de miedo ya había sufrido la tortura por mis manos varios me temían o respetaban, salió corriendo para hablar con su jefe el cual se digno a acercarse a mí, era un cliente frecuente en la Sobajera - Señorita Aglaya que placer es tenerla en estos lugares, enseguida le buscaré lo que necesita - le miré mientras le extendía las bolsas de oro que había conseguido con mi labor en las calles, las tomó con cuidado para luego llamar a un chico ordenándole buscase una joven de buen parecer que sirviese de mesera, no tardo mucho hasta que trajo a una joven de cabellos negros y ojos amarillos gatunos, la observe bien estaba temerosa - La compro, pero para la próxima evita que maltraten a las jóvenes- dije señalando los moretones que tenía en los brazos la jovencita, saqué una daga de entremedio de mis ropas y corte las ataduras de la joven - de ahora en adelante trabajarás de mesera en mi taberna, eres libre de quedarte o irte, tendrás alimento, alojamiento gratis y una paga mensual - la miré al terminar de hablar ella asintió con la cabeza aun estaba asustada - si alguien intenta propasarse contigo grita o llama a cualquiera de las meseras ellas te ayudaran, ahora dime tu nombre muchacha - le pregunte con un tono más amable y relajado - Dagna señora -dijo con la cabeza agachada - bien Dagna sígueme, y evita decirme señora me llamo Aglaya – le extendí la mano para que ella la tomase y partimos caminando lentamente.

Que lugar más atestado de gente era el mercado de Roma, era tanta que se me hacía desagradable aunque entre la masa me camuflaba bien también es un lugar estratégico si quieres robar, matar o pasar simplemente desapercibido, eso podría tomarlo en cuenta si por casualidades del destino me tocaba huir de Roma el mercado sería perfecto para perder a mis perseguidores, termine de atravesar la parte más llena de personas para llegar a una zona en que solamente se veía gente con mirada de avaricia y lujuria mientras compraban esclavos, pobres diablos que habían sido presa de las capturas de Roma para expandir su Imperio los romanos aplicaban bien el dicho el bien justifica los medios, porque no les importaba si eran mujeres, hombres niños o ancianos podrían sacarle provecho a cualquier cosa solamente justificando el porque lo hacían.
- Así es la vida - dije en voz baja mientras pasaba aquel desagradable lugar, si bien me gustaba que mi presa estuviese vulnerable nunca llegaría a aquella instancia tan baja como de tratar como animales a sus iguales, ya me estaba comportando como ellos yo no poseo humanidad sino cobardía pura dejaría morir a mi familia como lo hice antes solamente por sobrevivir, lentamente pase de aquel lugar viendo a que otro lugar llegaba por el mercado.

- El honor y la gloria alimentan el valor que gobierna en nuestras formaciones... y otorgan la firmeza de nuestros pasos para marchar hasta las mismas puertas del averno...

Fue lo que pronunció Zelghadis en un tono bajo apenas perceptible. Dichas palabras no eran más que un desgastado y muy popular canto de legionario. Desde que había estado cerca de las colonias romanas en tierras celtas, Zelg había logrado comprender ciertas palabras en latín por lo que desde su captura y su permanencia como prisionero en la vigésima tercera había memorizado aquel fragmento.

Él no podía desmoralizarse, ni siquiera permitía que su mente cayera en esos estados de desesperación a pesar de que la vida le pusiera un panorama desalentador. Y es que ahí, hincado y encadenado a sus compañeros era testigo de todo lo que iba aconteciendo. Niños sorbiendo los mocos tras el llanto y que eran peleados por una muchedumbre exponiendo cantidades de dinero, mujeres bellas cuyos gritos eran silenciados por bofetadas desalmadas al ser entregadas a nuevos captores.

Todo encajaba y todo tomaba forma pues ya todos los que quedaban entendían que se les había puesto en venta. Los soldados romanos les habían dejado en aquel sitio, les habían desechado para obtener al menos un mísero beneficio. El encargado de la venta había recibido de las manos del centurión el pergamino con las instrucciones claras, hacer uso de su ingeniosa labia para vender aquella pequeña escuadra de celtas.

Otorgar un porcentaje elevado en la guarnición de occidente y por si fuera poco un tributo por el permiso de aquella venta. Perros sarnosos era lo que se había dicho para sus adentros al leer tan inusual documento y aunque no lo quería tenía que hacerlo. No obedecía tanto por el dinero si no que su reputación caería por los suelos y en un mercado tan próspero y rentable como el romano no podía ningún comerciante desacreditarse... más si contaba con una competencia que en unos pocos meses se estaba haciendo con prisioneros mucho más importantes.

La mirada serena del pelirrojo daba fiel testimonio de los otros esclavos. Desfilaban en solitario, a veces en pares, otras tantas en pequeños grupos pero al final luego de una enérgica declamación del que estaba a cargo se originaba una revuelta entre los asistentes. En ocasiones muy pocos levantaban la mano, y en otras cuando una chica salía al frente las disputas eran más frecuentes.

- ... firmes y dignos... siempre listos a ofrendar nuestras vidas por el imperio...

Había pocos, y conforme los minutos pasaban en un momento solo quedaron ellos. A punta de rebencazos les levantaron del suelo, Zelg por los cabellos, dos más de sus harapos y el resto antes de que les repitieran el mismo trato se levantaron como si un resorte les hubiera impulsado. Los formaron en un hilera, todos sacaron el pecho y levantaron el rostro mostrando apenas orgullo salvo uno que permanecía encorvado y la mirada extraviada ajena y fuera de ese sitio.

El mismo procedimiento, la misma azorada charla, los ademanes exagerados y las pautas que intentaban enganchar al público presente. El encargado de la venta expuso su mercancía, inventó historias, les presentó como bravos guerreros a pesar de que Zelghadis no representaba ni la mitad de tan elaborado parloteo. Se terminó y se fijó un precio, mismo que consideraba nadie pagaría y ya pensaba en rebajarlo cuando una mano, desde la periferia asomaba por el mar de cabezas. Zelg pareció despertarse y fijar sus ojos en aquella persona que les había solicitado ante la incredulidad de propios y también de extraños...

Por su puesto que un furor contenido se anidó en el interior del vendedor. Hizo acopio de serenidad para no delatar aquella fortuna. La aparición de un comprador a la primera oferta no era algo habitual y más por el último lote de adquisición. Los congregados se apartaban del paso de aquel sujeto de sienes canosas y mirada escrutadora. Le conocían y le respetaban.

- ¿Un lanista como tú interesado en tanta basura? Esta bien Morticus, si eres tan loco como para llevártelos no tengo ninguna objeción.

Envuelto en una túnica oscura aquel lanista llegó al frente mientras rebuscaba por su costado la pequeña bolsa de cuero con las monedas de oro que había aceptado del trato.

- Tú sabes muy bien como han estado los últimos meses, cualquier desdichado es bueno para el negocio, ¿no es así Ferdigan?

Los dos se conocían, los dos usaban a las personas para sacar alguna ganancia y entre ambos había una extraña comprensión a pesar de que muchos les repudiaban. Los ojos de Morticus rapaces y con un brillo diabólico recorrían la hilera de esclavos, haciendo un pequeño análisis de sus nuevas adquisiciones al tiempo que contaba las monedas extraídas del interior de su pequeña bolsa de cuero.

- Todos servirán, incluso este que parece una piltrafa.

Ambos miraron a Zelghadis, y Ferdigan hizo una mueca de incredulidad. ¿Podría un sujeto tan extraño ser de utilidad para los planes de Morticus? La verdad él pensaba que no pero ya no era su asunto, si aquél loco estaba dispuesto a llevárselos y sacarlo del apuro en el que lo habían metido los soldados pues bienvenido era.

- Estoy de acuerdo contigo, ya le encontrarás un puesto en tu modesto negocio.

Ferdigan hizo un ademán y en el acto sus ayudantes comenzaban a encadenar a los celtas de nueva cuenta como se los habían entregado. Zelghadis ahora iba en la punta. Morticus igual gesticuló y unos hombres armados aparecieron, no eran militares eso estaba claro, lucían como guerreros sin patria, algunos llevaban una extraña manta alrededor de la cabeza con una especie de pantaloncillos abombados, otros unas extrañas marcas grabadas pero todos coincidían en un extraño grillete en el tobillo derecho.

- ... que nuestro sacrificio corone las sienes con laureles de nuestra águila imperial.

Zelg pronunció aquella última parte del canto legionario, y de nueva cuenta se veía llevado a un mundo que le cambiaría para toda su vida, la muerte seguiría ahora más latente pues si él hubiera conocido el oficio de lanista habría entendido que estaba siendo llevado para competir por su vida...