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Mensaje por Aspros Sáb Ene 29, 2011 12:17 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Por aquí, Alteza. Dije con calma y respeto indicando el camino que habríamos de seguir hacia aquel sitio seguro que según mis expectativas, sería el más idóneo para discutir asuntos de tal magnitud con una de las autoridades más grandes de toda la Capital del Imperio. Si lograba hacer las cosas bien, mi objetivo se vería más cerca de verse cumplido y por lo visto, la disponibilidad y voluntad de Octavius para limpiar la ciudad eran tan grandes como mis deseos de retomar lo que por derecho me pertenecía. Todo marchaba sobre ruedas de una forma suave y más que indicada.

El camino que recorríamos era sinuoso y relativamente rural para las demás rutas marcadas en el centro de la Ciudad, más aún en el Mercado donde las carretillas y carruajes eran cosas comunes…de verdad que el Imperio se iba a pique poco a poco, y la presencia de todos aquellos Senadores corruptos no eran nada más que el mayor de los incentivos para promover semejante hundimiento económico, político y social. Tan solo unos minutos después el destino que había escogido como un lugar seguro se podía apreciar en toda su majestuosidad: El Coliseo Romano, un vestigio de las mejores épocas de la Nación que aún permanecía en pie y que por lo visto, había empezado a ser dejado de lado junto al honor y la gloria que este prometía, una verdadera lástima que no podía dejar de mencionarle a Octavius, por supuesto. Es lamentable, cierto? El Coliseo, un lugar lleno de misticismo y presencia reducido a un viejo y lamentable recuerdo de tiempos prósperos, en los cuales los valores familiares y el honor eran lo que más valía. Puede parecer fuera de lugar viniendo de un ex-Senador pero hace algunos años tomé lecciones con la espada y fue donde escuché por primera vez de su leyenda, Majestad. Comenté de forma un tanto nostálgica, recordando aquellos momentos en los cuales se me había enseñado las bases del manejo de las armas de guerra…no podía afirmar que fuera el mejor, pero al menos sí destacaba por sobre el resto.

Sea como sea, este lugar le parecerá conocido y claro, tendrá presente que aquí nadie nos molestará ni nos podrá espiar. concluí después de subir unas escaleras polvorientas en medio de unos pasillos abandonados y un tanto siniestros por la baja luz que lograba colarse hasta ellos para abrir un acceso de puertas dobles hacia una estancia vasta y rica en muebles, mesas y fuentes de comida y agua que no parecían haber sido abastecidas recientemente. Al final había un sendo balcón con un enorme sillón donde el César solía sentarse a ver los juegos y a decidir si merecía la pena o no perdonar a las pobres víctimas que eran presas de su propia debilidad y caían como moscas ante los obstáculos que se les ponían en la Arena. Lo mejor de la habitación era el grueso de las paredes y la puerta, más la particular arquitectura de la cámara que impedía que el sonido saliera más allá de lo que debería. La única forma posible de espiar era estar debajo del balcón…y como aquello era imposible a menos de poder mantenerse pegado a las paredes con las manos o pies, simplemente la conversación que tendría con el heredero al trono de Roma quedaría entre nosotros dos. Le parece un lugar adecuado, Majestad? pregunté con seriedad, esperando la respuesta y juicio del mayor quien obviamente debía reconocer que la elección hecha, era la mejor de todas las posibilidades que teníamos a mano.
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Mensaje por Octavius Mar Feb 22, 2011 9:58 pm

Luego de haber dejado salir todo el poder de su interior, el sujeto conocido por mucho tiempo bajo el nombre de Octavius permanecía levitando tranquilamente por sobre el suelo del Coliseo, con los ojos fijos en la nada y el cabello naranjo danzando al ritmo de la cosmoenergía roja que le rodeaba. El casco que portaba poseía un extraordinario brillo que bien podía considerarse divino, el cual le hacía resplandecer como si se tratase de una estrella celestial lo que tuviese puesto el ex general romano.

Aún los pedazos de coliseo iban cayendo sonoramente por los alrededores, a la vez que el fuego continuaba devorando todo lo que tuviese a su alcance, manteniendo una forma circular en torno a Octavius con el que parecía ser que le protegían de cualquier tipo de amenaza que pudiese querer acercársele. O bien, también podría considerarse como el centro del poder al de cabellos naranjos y por ende, toda aquella energía calórica que salía desde su interior al avanzar unos cuantos metros se transformaba en llamas naranjas que permanecían pegadas al piso. De cualquier modo, el punto no dejaba de ser el mismo: el acceso al nuevo ser recién nacido estaba claramente restringido por aquellos instantes y sólo aquellos predestinados, o con las habilidades lo suficientemente capacitadas como para superar dicha barrera, podrían mirar a los ojos del nuevo ente llegado a la tierra.

En el momento en que la punta de sus pies tocó la arena, un montón de grietas bajo su persona se formaron con mucha rapidez en respuesta al impacto que causaba en la materia sostener la sola presencia de Ares; que por otro lado, seguía con el semblante callado y reservado evitando emitir declaraciones o girar su rostro hacía algún sitio en específico. Incluso parecía que si bien su cuerpo, que rebosaba energía para todos lados, estaba allí presente en dicha realidad, su mente por otra parte estaba muy distante de los hechos que ocurrían en esos segundos. Y es que si bien todo lo acontecido allí por aquel entonces sin lugar a dudas había sido extraordinario, distaba de ser el último evento extraño que se daría dentro del Coliseo. O lo que quedaba de él.

Unos metros más allá, por donde se ubicaba más precisamente la entrada a la monumental construcción arquitectónica romana, estaban sucediendo otras acciones que bien le podían incumbir al recién renacido. Una de sus aliadas en el pasado, conocida como al señora de la guerra y la sangre, se enfrentaba en una especie de duelo contra el que por unos momentos fue su aliado, el dueño de cambre Aspros. Ambos demostrando que podían manejar la cosmoenergia y usarla para su beneficio, como por ejemplo, intentar destruir a un rival en cuestión. Sin embargo, cuando las cosas estaban alcanzando unos tintes ya más complejos y quizás hasta divertidos para los más sádicos, el de cabellos azules decidió marcharse a través de un extraordinario portal creado por su persona, no sin antes dedicar unas calurosas palabras de despedida para el que ya estaba claro no era más su aliado, Octavius.

Ahora, la pelirroja había quedado con el camino disponible para enfrentarse con aquel que tantos dolores de cabeza y remordimiento le provocaban; que en algún momento le dio sentido a su vida así como también se lo había quitado; que le hizo creer en él, para después “traicionarle” y dejar que se sumergiera en las penumbras de la duda y la venganza. A ella, una de las más gloriosas guerreras espartanas de las que se tengan recuerdo y uno de los mandos principales en el ejército de Ares: Madareth, la que disfrutaba del amor como ningún otro ser humano, sintiéndolo a través del líquido vital para todos los seres, la sangre.

No demoró mucho en recorrer el trayecto que le separaba de Ares, ni tampoco en superar con gran maestría las barreras de fuego a su alrededor. Se notaba en ella la habilidad innata de supervivencia que debía presentar cualquier espartano en la guerra, así como también las condiciones necesarias como para llamarse a sí misma una berserker de Ares. Y todo lo hizo con los ojos llenos de una rabia incontrolable y desmesurada, que era nada más y nada menos que la semilla dentro de ella la cual había florecido para otorgarle la fuerza que ahora poseía. Probablemente en esos momentos, esa mujer de cabellos rojos era el ser humano con más rabia dentro de su alma en todo el mundo, y no dudaba en demostrarlo con su sola presencia a cada instante que pasaba.

El fuego parecía que disfrutaba con la escena allí vivida, ya que crecía con mucha fuerza y se revoloteaba por sobre su eje flameando con intensidad; que de todos modos, sólo servía como decorativo para la verdadera tensión de por aquel entonces, la psicológica. A pesar de que las palabras de Madareth eran perfectamente escuchadas por Octavius, ninguna respuesta fue emitida por sus labios ni tampoco alguna especie de exclamación o reacción. Seguía inmóvil, con los ojos pegados a la nada pero que de algún modo extraño, daban la sensación de que observaban a la guerrera.

De todos modos, eso no tenía mucha importancia. Lo realmente interesante se vería a continuación, y fue precisamente por parte de la mujer que la acción comenzó en serio. Demostrando una valentía que a más de alguno le haría pensar en que su estado mental no era exactamente el adecuado, se despojó a si misma de sus armas y emprendió rápidamente el camino en contra de su dios. Desde luego que nadie podría comprender porqué atacaba a un ser que claramente era importante para ella, pero todo tenía su causa y en el caso de la que alguna vez se llamó Ada, no era la excepción. Sus acciones tenían una finalidad mucho más allá de una simple pelea, un trasfondo único y especial que era tan fuerte como para mantenerle con vida aún ante la adversidad de los tiempos e, inclusive, hacerle traspasar las épocas de los siglos. Había reencarnado por él, para servirle una vez más, y lo tenía bien claro dentro de su cabeza. Por lo cual, querer agredirle sólo por motivos mundanos era algo que no estaba dentro de su mente. La motivación iba más allá de lo comprensible para los humanos, pero bien quizás podría comprenderlo un Dios. No obstante, era incierto el poder otorgar si Ares estaba capacitado para entenderla o bien, si siquiera se molestaba en analizar el comportamiento de la que en un momento fue su camarada de guerra, y ahora se posicionaba como un rival temporal o quizás, tan sólo quizás, su oponente definitivo.

Los golpes fueron rápidos y poderosos, aunque los movimientos ejecutados por el silencioso Ares tampoco se quedaron atrás. Tenía entre su mano el puño ardiente de rabia de Madareth, así como frente a sus ojos la visión de alguien que se sentía profundamente decepcionada de su persona. Aunque no parecía mostrar ni una pequeñísima respuesta a ello, manteniéndose intachable y mudo. Acto seguido, con un ligero apretón, hizo crujir los nudillos de la amante de la sangre a la vez que la jalaba como a una pluma por sobre su cabeza, sin soltarla, dejándola prácticamente de cabeza y extendiendo su brazo por completo, de manera que quedaba más arriba de su coronilla.

Las llamas de los costados comenzaron a girar con mucha más fuerza y rapidez, tal cual como si un tornado estuviese creándose en ese minuto. Y no estuvo muy lejos de la realidad aquello, puesto que después de expandirse por unos segundos para crear un radio de campo más adecuado y amplío para los dos, el fuego se elevó varios metros hacía arriba como si estuviese cerrando el acceso al lugar, esta vez, de manera definitiva y más eficaz.

Por otra parte, Ares aún sostenía con excesiva facilidad el cuerpo de Madareth por sobre su cabeza, aunque claro, apenas y llevaba un segundo manteniéndola allí; tiempo que fue el suficiente como para provocar que las llamas se movieran. Luego, ya con las flamas puestas en su posición, abrió su palma para después liberar una potente descarga de aire que lanzó a la señora de la guerra por los aires, al mismo tiempo que las paredes de fuego le seguían paralelamente por las alturas. Tan sólo fue cosa de segundos para que las llamas pasaran en altitud a la mujer de cabellos rojos, y se elevaran hasta los cielos dando lugar a una gigantesca columna de fuego que estaba claro, los encerraba a ambos dentro de sus fauces.

La pelea había comenzado, y si bien él no había declarado ni musitado opinión o respuesta al respecto, las acciones anormales del fuego que les rodeaba habían actuado por su persona.
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Mensaje por Ada Miér Feb 23, 2011 5:17 pm



Las llamas que rodeaban al coliseo tomaron un agresivo comportamiento, elevándose aun más alto por los cielos, danzando con peligrosidad alrededor del suelo de la arena como si el espíritu rabioso y violento de los dos seres que combatían en su centro les alimentara. Así mismo el calor aumentaba considerablemente convirtiéndose el suelo, no solo en el escenario de una épica batalla sino en un infierno en la tierra que no cualquier ser humano podía soportar a tales temperaturas, el aire de aquel sitio era sofocante y pesado, contaminado por un extraño olor a muerte y sangre, el ambiente era totalmente agresivo, sin tomar ningún bando atacaba por igual a los dos protagonistas de este primer acto.

Por unos segundos Madareth se sorprendió al ver una reacción de Ares, deteniendo con la palma de su mano, sin necesidad de alterarse o cambiar alguna expresión de su rostro, solamente agarrando la mano de la Señora de la guerra, pudo contener el poder de un golpe que concentraba toda su ira y aquella decepción que había guardado con tanto recelo en su corazón hasta este momento. La mano de Ares empezó a apretar el puño cerrado de Madareth, un leve cosquilleo sintió en su mano, la cual el dios había tomado con una enorme fuerza, pero aquella no fue toda la acción de aquel hombre, con gran facilidad como si Ada fuese un muñeco de trapo o algún objeto demasiado liviano levanto a la chica, colocándola un poco más arriba de su cabeza y mandándole a volar por los aires usando una descarga de viento de gran potencia. Mientras ocurría todo esto las llamas que envolvían al destruido coliseo, se alzaban aun mas alto hacia los cielos, moviéndose en forma circular alrededor de la arena y siendo de alguna forma una voz muda del dios de la guerra, chocándose las unas contra las otras como si estas también batallaran consigo mismas cerraron aquellas entradas al coliseo mas allá de la intensión de que alguien entrase era para evitar que nada ni nadie saliera hasta que ya todo hubiese terminado.

Ada trato de estabilizarse mientras volaba por los aires, girando su cuerpo para caer de pie sobre el piso, aquella diminuta muestra del poder de un dios causo que terminara usando sus pies para detenerse sobre el piso no sin antes dejar una huella en la tierra y levantar una gruesa capa de polvo, inclusive debió usar una de sus manos para no caer y ponerse de pie. Allí se marcaba un hecho que nadie podía negar, el enorme abismo que se marcaba entre el poder de un dios y el de un humano, Ares no requirió ni el mas mínimo esfuerzo para eludir y contraatacar a Madareth, una mujer que con cada uno de sus golpes estaba concentrando su energía y su ira, era verdad que el poder de una deidad era superior al de cualquier mortal, pero en estos momentos aquella verdad no se pasaba por la mente de la pelirroja, lo veía como a un igual, un enemigo que no tenia bando, ni títulos, solo poseía su habilidad de lucha y nada más. Ser un dios era algo que ignoraba voluntariamente y no era una excusa para levantar su puño contra él.


Luego de reincorporarse, paso su mano por su cabeza alejando unos cuantos mechones de su cara que le fastidiaban, aun seguía con aquella descarga de adrenalina y de energía, no había marcha a atrás no solo por ella, la respuesta silenciosa del dios de la guerra lo había terminado de sentenciar, nuevamente clavo sus ojos en Ares quien no había hablado desde el momento en que comenzó aquella pelea, pero más que palabras un guerrero se comunicaba a través de sus acciones por lo que Ares podía sentir lo que la señora de la guerra sentía y le carcomía de una manera devastadora el alma y el corazón. Aquel espíritu de batalla que movía a estos dos combatientes era una segunda voz, una segundo conciencia, el propio cosmos de Madareth fluía a través de todo su cuerpo y en una pequeña porción al área que le rodeaba pero se mantenía firme e iracundo, siendo altanero con aquellas llamas que estaban a su alrededor las cuales de alguna u otra forma se habían convertido en la voz de Ares, aquel fluir de energía era generado por una sola cosa, aquel corazón que siente, que ama y que lucha. Es por eso que no podía negarse esta batalla, desde el momento que se había convertido en un berserker, ser una fiel sirviente de ares, aquel camino elegido solo podía transitarlo con corazón, disfrutándolo, respetándolo y honorándolo ya que nada es más importante que ser fiel a lo que se siente.

Es por eso que estaba empezando a desesperar en cierta medida, deseaba un verdadero combate con Ares, que cada uno de sus golpes fuese un argumento, una respuesta no solo algunas acciones vacías que mostraban el abrumador poder de un dios antes un mortal, había tenido una leve respuesta pero deseaba mas, comenzó a caminar alrededor del dios, pisando con fuerza la arena y dejando marcas en esta, con un aire de solemnidad y majestuosidad cada paso que daba era dado con total confianza y no mostraba ningún miedo, ninguna debilidad.


- Eso es todo lo que puede hacer un dios? esquivar unos cuantos golpecitos y nada más!!!? … Hay una cosa que me ha preocupado desde el momento en que fui consciente de lo que en realidad era… me pregunte si mi señor seria nuevamente dominado por un espíritu de lucha tan patético, como el que en un olvidable pasado llego a tener. -


Alcanzo a realizar una vuelta entera a la arena, se detuvo mirando de frente a Ares, ahora se estaba acercando a este caminando lentamente, hasta quedar a poco más de un metro del dios de la guerra, mordiendo su labio inferior causando un escaso silencio, prosiguió con sus palabras


- Se traiciono a si mismo, olvidando el orgullo que debe portar cualquier guerrero en un campo de batalla, se escudo en sentimientos y razones invalidas, escupió el honor de los berserkers…. Fue capaz de profanar su propio nombre y titulo permitiendo que de alguna forma ese espíritu humano le dominase… y CREE QUE ME VOY A QUEDAR SIN HACER NADA CUANDO FUE CAPAZ DE MANDAR SU HONOR A LA MISMISIMA MIERDA!!!-

La chica apretó su puño derecho en señal de reclamo al dios, estaba totalmente loca al referirse así ante uno de las deidades más importantes del panteón olímpico, Ares dios de la guerra e hijo del padre de los dioses Zeus, quien en cualquier momento podría explotar y acabar con la vida de la mujer en tan solo unos segundos, pero un guerrero acepta la responsabilidad de sus actos, por mas dementes que estos parezcan, los hombres siempre actúan por lo que piensan y no asumen las consecuencias de sus acciones, Madareth en cambio actúa de acuerdo a lo que siente no a lo que la razón dicte, por lo que estar ahí y decir cuanta cosa le ordene ese corazón arrogante, entregado y de cierta forma idiota era como no traicionaría ese camino de guerrero que ella misma había escogido.


- Vale la pena… servirle en esta era? –



Por primera vez en todo aquel enfrentamiento bajo su arrogante mirada, cerro sus ojos por unos instantes y se limito a quedar en silencio, perdida en lo que sentía, estaba hecha un manojo de emociones, de ira, de tristeza, de orgullo, de felicidad, de nostalgia. Aquel escaso momento de debilidad se esfumo cuando reanudo aquella pelea, lanzándose con ira contra Ares, la fuerza de sus puños creaban ráfagas de aire que se estrellaban contra el fuego siendo absorbidas por este, Ares le esquivaba nuevamente pero a medida que aquel combate continuaba así mismo se acercaba cada vez mas y mas al dios, su puño derecho casi logra dar un golpe certero en una de las mejillas del dios de la guerra, la mujer se había dado cuenta que esto hasta comenzaba no era el momento de rendirse sino de mejorar a cada segundo que pasaba, manteniendo aquellos monótonos golpes decidió dar un ataque sorpresa, con gran agilidad dio un giro el cual a la vez que realizaba se iba agachando para colocar sus manos de soporte y así poder usar una de sus piernas para golpear las extremidades inferiores de Ares, con el propósito de hacerle perder el equilibrio y así reincorporarse rápidamente y golpearle con fuerza en el pecho si su movimiento era eficaz

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Mensaje por Octavius Vie Feb 25, 2011 12:38 pm

Las acciones que estaban tomando forma dentro del Coliseo romano sin lugar a dudas iban subiendo en intensidad, por lo que resultaba hasta gracioso el hecho de que todo el fuego que rodeaba a la arena se hubiese elevado hacía los cielos para dejar encerrados dentro de su forma, tanto al renovado señor de la guerra como a su sirviente guerrero, la propia de la guerra, Madareth. Ahora ninguno de los dos podría salir aunque lo quisiera de aquel particular enfrentamiento, que apenas y estaba comenzando.

Evidentemente la rabia de la guerrero berserker podía más que su capacidad para reconocer contra quien estaba luchando. O en realidad, es en que en verdad tenía claro contra quien peleaba, quizás tanto como para que le fuese un detalle poco menos que anecdótico el hecho de que se tratase de un Dios, al cual precisamente le había jurado lealtad.

Y es que para ser claros, la de los cabellos rojos tenía más que claro todas y cada una de sus palabras, así como posteriores acciones, y sabía lo suficiente sobre Ares como para reconocerle en aquel sujeto encarnado. Particularmente era dicho conocimiento al respecto del señor de la guerra, la que le hacía comportarse de ese modo. Ella era una amante de las luchas, genio en la pelea y un ser que podía alcanzar la felicidad mediante la más absoluta y descontrolada violencia sin misericordia de todas. Esa era Ada una vez que había despertado, la misma que ahora se paraba frente a frente a la vista de su Dios sólo con una cosa en mente: comprobar si esta vez él, merecía ser llamado el mejor guerrero de todos. Un motivo que quizás para la mayoría parecería vano, pero que para la mujer de cabellos rojos era una causa más que honorable, que sólo podría ser aceptado y entendido de buena forma por otro luchador como ella. Ahí es donde entraba en juego Ares, y se daba el inicio de toda la escena en cuestión.

El aire se sentía bastante caliente, pero no tenía comparación a la intensidad del fuego interior que demostraba poseer la chica que amaba la sangre. Sus ojos enseñaban hacía el exterior que su alma era una inconmensurable e inagotable fuente de rabia y energía luchadora, que no se dejaría apagar fácilmente aún si tenía como rival al más fuerte de los enemigos. Ella se mantendría en pie hasta que sus objetivos fuesen alcanzados, le costase lo que le costase. Al menos eso podría entender cualquier persona que la viese actuar y escuchase sus palabras de ira; aunque dado el hecho de que Ares continúo con su postura inflexible, su posición al respecto se consideraba como reservada.

Los siguientes golpes de Madareth demostraron ser aún más potentes, aunque no por ello se transformaron en inesquivables para Ares. Sin embargo, un rápido movimiento con sus piernas fue lo suficientemente efectivo como para derribar a la enorme mole que personificaba a su Dios. Y sabiendo que no podía perder una oportunidad como esa, la pelirroja continúo con su asedio e inmediatamente después se preparó para asestarle otro golpe al caído señor de las batallas y la violencia. Pero fue ahí cuando pasó algo extraño, al descomprimirse todas las partículas que componían el cuerpo del hijo del emperador y transformarse en meras cenizas, las que en cuestión de segundos fueron levantadas hacía el cielo por el viento.

Ares había desaparecido. Aunque continuaba en el campo, puesto que la columna de fuego aún no se disolvía y por ende, su presencia en el Coliseo sangriento aún era bastante persistente. Por lo cual, la pregunta ahora era la siguiente: Qué planeaba hacer el Dios de la guerra?.
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Mensaje por Ada Sáb Mar 05, 2011 4:26 pm

Aquella acción de golpear las piernas de Ares las cuales eran las que sostenían aquel musculoso cuerpo fue totalmente efectiva, una potente patada que concentraba su cosmos y aquella ira que emergía aun mas y mas como un volcán en erupción le otorgaban a cada segundo un nuevo poder que le hacía llegar más alto, ser más rápida y mucho más fuerte. Pero no solo su acción consistía en tumbar a aquel pesado hombre sino también efectuar un golpe que no sería capaz de esquivar, ya que la situación en la que se encontraba no daba espacio para una reacción así de rápida, una descarga de energía recorrió todo su brazo derecho con el cual pretendía golpear en el pecho al dios de la guerra, pero extrañamente, el destino de su puño no fue otro más que el piso.

Creando un enorme cráter en la arena, causando que la tierra se agrietase en miles de direcciones a causa del impacto de aquel brutal golpe y levantando una enorme capa de polvo, Madareth no evito mostrar una cara de sorpresa al ver que había fallado, más bien que su objetivo, Ares, ya no se encontraba allí. Escapando de aquella escena, levantado por el viento lo que podrían calificarse como los vestigios de Ares, un puñado de ceniza se perdía en el aire con (al parecer) la poca cordura que le quedaba a Madareth.



“Esto es imposible… pero qué demonios?”.


Permaneciendo como una estatua por unos cuantos segundos, con su puño el cual empezaba a sangrar levemente consecuencia del impacto sobre el piso, intentaba explicarse por que Ares se estaba comportando de tal forma con ella, porque huía de aquel confortamiento, ¿era un cobarde?, ¿nuevamente le decepcionaría?.


“Está jugando contigo….”


Una voz en el fondo de su corazón trato de hacerla entrar en razón antes de que callera en un frenesí o la locura, es verdad que la ira le estaba dominando y alimentaba sus fuerzas pero no podía permitir que esta le cegara, se reincorporo mirando a su alrededor, aquellas columnas de fuego aun se mantenían, su dios aun estaba presente en aquel lugar, y si no era solo una prueba hacia el, ¿y también era una prueba para ella? Suspiro profundamente mientras adoptaba una posición defensiva, Ares era el dios de la guerra, el guerrero más completo y peligroso sobre todo el planeta, por eso no podía subestimarle si estaba preparando algo para ella debería estar alerta, colocando cada uno de sus sentidos atentos para lo que sucediera, mientras aquel cosmos se elevaba aun mas intentando alcanzar el poder de los dioses.


- Jum… jugar a las escondidas es la mejor idea que se le ocurre al dios de la guerra? -
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Mensaje por Octavius Dom Mar 06, 2011 9:54 pm

Después de un inicio un tanto rápido; ahora las acciones de la batalla habían adoptado una postura un tanto más pacífica, ya que el rival de la mujer que acumulaba tanta ira en su interior había desaparecido de un segundo a otro; dejándole en una completa confusión por varios segundos en los cuales de seguro más de algún pensamiento extraño rondo en su mente.

Sin embargo, la repentina paz del momento poco iba a durar para la señora de la guerra y la sangre. Tan rápido como sus palabras fueron llevadas por el viento caliente del coliseo; se materializó en un costado un puño, seguido de un brazo; los que inmediatamente procedieron a darle un potente puñetazo en toda la mejilla a la mujer de cabellos rojos. La acción fue tan fugaz que si se veía desde lejos, sólo se hubiese podido vislumbrar con claridad una luz roja que destellaba, y al acto siguiente, la del cuerpo tonificado ya volando por los aires directo a chocar contra las paredes llameantes.

No obstante, antes de que su coronilla se estrellara violentamente contra el torbellino de fuego, un nuevo destello rojo dio paso a otra mano que frenó el impacto, e inmediatamente, tomó por la cabeza a la guerrera levantándola por los suelos. Y sin perder tiempo, se creo en el aire a la altura de su estomago otro puño, el que claramente cargado con un poco de cosmos apenas visible, impactó de lleno en el abdomen de la joven pero experimentada muchacha. Una leve onda de viento en forma circular salió expedida en todas direcciones, demostrando la potencia que había presentado dicho golpe con la enorme mano de Octavius cerrada.

Y así continúo el proceso, en el que aquella mano sostenía por la coronilla a Madareth; mientras que el puño que le golpeaba en el abdomen aparecía para impactarle y desaparecía al tomar vuelo. Aún cuando todo pasaba en pocos segundos, cada uno de los puñetazos a su estomago hacía retumbar todo el lugar, provocando ondas de aire seguidas y que la tierra bajo los pies de la pelirroja se agrietara y hundiese cada vez más. Resultaba curioso que la armadura de la muchacha resistiese con fortaleza dichos golpes, y que ella misma no tosiera sangre después de dicha exhibición que, si no fuera precisamente por su propio temple guerrero que no perdió nunca, bien podría clasificarse de masacre desmedida.

Finalmente, la dejó caer al piso de espaldas. Pero cuando parecía que por fin le daría un respiro, una luz roja iluminó todo por un segundo y, casi de manera invisible dada la luz tonalidad sangre que cegó el ambiente, cayó sobre su pecho una enorme pisada claramente envuelta en mucho cosmos. Al mismo momento en que ella se hundía a través de las rocas, éstas últimas saltaban por los aires a gran altura, demostrando la enorme potencia que había en los impactos.

Luego…aún en silencio, el hijo del difunto emperador se materializó parado frente al borde del agujero en el cual había quedado sepultada la guerrera. Su rostro estaba completamente serio, observándole sin expresar nada más que indiferencia.
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Mensaje por Ada Vie Mar 11, 2011 7:28 pm

Aunque había tratado de encontrar algún rastro del cosmos del dios de la guerra, su reacción fue demasiado lenta. Tan pronto se dio cuenta lo cerca que se encontraba Ares, ella ya se encontraba volando por los aires a causa del fuerte puñetazo del dios, pero claro su acción no terminaría allí sin darse de cuenta de cómo demonios paso todo o mejor sin ver al propio Ares. Lo único que pudo denotar en aquellas fracciones de segundos eran sus puños materializándose poco a poco como si estos se armaran en pedacitos de carne, ahora Ares le había tomado por la cabeza, apretándole con fuerza y haciendo que sus pies estuviesen alejados unos cuantos centímetros del suelo, el primer golpe, en su estomago, fue lo suficientemente fuerte para sacarle todo el aire y hacerle abrir los ojos de par en par, mientras sentía como en su interior algunos órganos empezaban a sentirse afectados por la intensidad de este, el cual era el preludio de una serie de otros golpes en aquella área.

Como si de un muñeco de trapo se tratase cayó al piso después de haber recibido todos esos golpes, tenía la mirada perdida y un charco de sangre empezaba a formarse en el piso, era verdad él era un dios y ella una humana, el abismo crecía aun mas y cuando llego la calma apareció la tormenta, sobre la parte superior de su espalda una enorme pisada le golpeo con fuerza, la cual hizo que su cuerpo se hundiera mas sobre la tierra, en un enorme agujero causado por la fuerza del impacto y de mayor tamaño de los que ya se habían creado en el piso de la arena.

En un lugar perdido de su conciencia, Madareth tenía una imagen mental de ella misma de rodillas apretando los puños, con una mirada de frustración, golpeaba una y otra vez el piso, gritaba con desesperación… demostrando toda su ira y lo patética que se sentía…

“No puedo excusarme en que el es un dios y yo un humano…. No puedo dejarme caer en la desesperación… que soy realmente?... un humano… un instrumento… que soy…”

Tirada en el piso empezó a moverse, su mirada estaba perdida, mientras se encontraba en medio de un charco de sangre el cual se había creado por toda la sangre que había escupido por los ataques del dios de la guerra, moviendo su brazo derecho a la altura de su rostro, este quedo untado de aquel liquido carmesí el cual aun estaba caliente, causando una sensación acogedora y de bienestar, los ojos marrones de la pelirroja se posaron sobre su mano ensangrentada, algo en su interior empezó a latir con fuerza, las marcas en su brazo empezaron a tomar un color tan rojizo como la de aquella sangre botada en el piso…
“Soy una persona destructiva que no sabe otra cosa más que luchar… entonces si es así…”

Aquella Madareth que se encontraba en su mente empezó a ser absorbida por el piso del cual salían un sinnúmero de brazos hechos de sangre, uno de los cuales se posó en su rostro y acaricio su mejilla, la chica dudo al levantar su mano para tocar su rostro pero lo hizo de todas formas, aquel extraño liquido empezó a hacerle desaparecer hasta cuando en segundos no quedo nada… sino la oscuridad absoluta de su subconsciente.
“Es el momento de que sea libre…”


Una columna de luz cegadora rodeo el área donde la chica se encontraba tumbada, por unos segundos la intensidad de la luz no permitía ver nada, un terrible cosmos, el cual nunca antes se había manifestado mientras Madareth estuvo peleando se presencio, la tierra empezó a sacudirse con ferocidad siendo la causante aquella chica envuelta por un haz de luz rojizo, en el piso una serie de extraños símbolos alrededor de él empezaron a formarse siendo tallados por ese mismo cosmos, cuando aquella figura con extraños símbolos y sellos estuvo formada todo se detuvo, la luz se apago, el movimiento del suelo ceso y aquella extraña figura se desintegro en miles de pequeños destellos de luz de diferentes gamas de colores rojos, dejando ver a la pelirroja envuelta en su cosmos el cual tenía un tono rojo oscuro y leves manchas negras se movía a su alrededor como fuego, pero no se mostraba como las llamas que rodeaban al coliseo, sus cabellos se agitaban con intensidad a causa de este y sus ojos tenían un leve brillo de demencia, en su cara llevaba una sonrisa desfigurada mostrando los colmillos de sus dientes, la expresión de su rostro había cambiado, ya no tenía esa ira ni esa frustración con la cual había reprochado a Ares desde el inicio, sino que ahora sonreía con satisfacción esperando algo más.
-Yo soy una máquina de guerra…-

Murmuro para sí misma, dejando un rastro de leves chispas de cosmos desapareció moviéndose a la velocidad de la luz por el campo de batalla, los ojos del dios de la guerra se posaron sobre la mujer quien tenía un brillo rojizo por todo su cuerpo, pero sus movimientos eran tan rápidos que sus ojos simplemente no podían seguirle, apareció al lado derecho suyo dándole una fuerte patada impulsada con cosmos que envió al dios de la guerra contra el piso, siguió la caída de aquel enorme sujeto saltando rápidamente y golpeándole con fuerza en el pecho con su codo, Ares cayó al piso rebotando en este por la fuerza del impacto, aquel sujeto intento reincorporarse para ejecutar un contraataque pero usando aquella enorme velocidad que había ganado y dejando un leve rastro de partículas rojizas, Madareth empezó a golpearle con fuerza proviniendo de varios lados: en el rostro del dios, su espalda, su estomago, sus costados… ahora el juego se ponía parejo.
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Mensaje por Octavius Sáb Mar 26, 2011 12:01 am

El señor de la guerra contempló con tranquilidad como la muchacha de los cabellos rojos se revolcaba en el piso, luego de haber sido duramente golpeada cortesía de su propia persona. La sangre que brotaba de su boca y cuerpo lentamente se iba mezclando con la de sus cabellos, como si se quisieran mimetizar entre sí mismas. Todo con el perfecto marco de fondo que significaba el cráter hecho a la medida de la espalda de Madareth. El primer round había terminado, con una clara victoria para el recién resucitado. Aunque aún no estaba dicha la última palabra, y eso bien lo sabía el de los ojos furiosos. Apenas y ello había sido el calentamiento previo…

La confusión de los pensamientos de la guerrera legendaria era algo que tampoco pasaban desapercibidos para su señor, que se limitaba a observarle y de paso, sentir como el aire en el ambiente cambiaba paulatinamente aún cuando él no había sido el causante de dicho fenómeno. Por lo que era fácil suponer quien era la responsable de otra de las tantas anomalías que estaba sufriendo el interior del que en su momento fue un Coliseo. Un gran y poderoso edificio del que ya, no quedaban más que ruinas y cenizas. Que tal vez, y sólo tal vez, podían significar un presagio de lo que se avecinaba para la gran nación imperialista.

Volviendo a los acontecimientos, la historia no parecía avanzar mucho. Sólo se tenía al gran y enorme sujeto que veía con indiferencia a la que, a su lado, no parecía más que una diminuta y débil muchacha que no tenía nada que hacer frente a la monstruosidad de humano que representaba Octavius. Se veía maltrecha y sus constantes vueltas movimientos en el suelo daban la falsa imagen de que tan sólo estaba esperando agónicamente el ser rematada de una vez y por todas. No obstante, aquello no era más que, como ya se ha dicho, una equivocada percepción de lo que en verdad estaba sucediendo. Puesto que, a medida que la sangre de su propio cuerpo brotaba, también parecía ser que sus poderes iban en una clara elevación respecto a los últimos que había podido enseñar hace tan sólo unos instantes. Su cosmoenergía ahora parecía estar más radiante que nunca, haciendo reaccionar al mismísimo terreno con su magnificencia digna de una guerrera consagrada y orgullosa de lo que representaba. Pero, qué explicaba el repentino cambio en la forma de liberar su energía en la luchadora de Ares? Era algo muy simple, y tenía que ver con su interior. Aquella mini paliza, de alguna extraña manera, le había hecho reaccionar y salir de ese estado tan absurdo que no le permitía hacer fluir correctamente sus poderes por todo su cuerpo, ni mucho menos canalizar de manera inteligente la gran fuerza bruta que poseía gracias a su dura y constante vida llena de entrenamientos y sufrimientos. Ya de la antigua Madareth que se dejaba guiar por la duda y el rencor de situaciones pasadas, no quedaba más. Ahora, se estaba levantando espectacularmente, más allá de la luz cegadora, como una nueva espartana realmente digna e idónea para cargar sobre sus hombros dicho nombramiento. Que peleaba y comprendía los ideales correctos a los que debía centrarse su persona, y nada más. Algo tan simple pero al mismo tiempo efectivo, fue lo que a la muchacha le estaba permitiendo sobrevivir a aquel tan brutal ataque otorgado por su señor. Y si ello de por si no fuera mucho, se sentía también como estaba dispuesta a darle una vez más batalla. Pero esta vez, a diferencia del momento anterior, de manera inteligente; con la solidez que le brindaba el poseer una mente más concentrada y apropiada para lo que se le venía en un futuro no muy prometedor. O al menos, estaba claro que sería sentenciada si es que continuaba luchando como una simple mujer que había sacado músculos y aprendido un par de trucos. Necesitaba algo más, y por fin, parecía que había dado en el clavo con ello.

Habría que haber sido ciegos para no darse cuenta del notorio cambio en la rival de Octavius, que una vez más se ponía de pie después de una especie de ritual bastante particular que de todas formas no pareció llamar la atención del desinteresado hombre de guerra. Nada le había causado, ni aquel espectáculo de luces rojas y símbolos; así como también el ver a la chica de pie frente a su persona, hasta que se percató de un pequeño pero significativo detalle: su mirada. Ya no era más la estúpida e insensata de antes, sino que ahora le parecía efectivamente estar contemplando frente a sus ojos una verdadera espartana. Pero sólo por si las dudas, parecía ser que la mujer estaba dispuesta a dejarle bien en consideración a su señor que estaba más viva que nunca. Moviéndose a la velocidad de la luz, le dio caza antes de que éste último pudiera siquiera reaccionar, y sin perder aquella bondadosa oportunidad del destino, le asestó un enorme golpe que lo mandó a volar unos cuantos metros hasta darse de lleno con el suelo y rebotar dando giro tras giro. Después fue como una paradoja de la escena anterior, puesto que la sucesiva tanta de golpes cortesía de la pelirroja fue cayendo uno tras otro en la humanidad del perfecto soldado romano. O ex soldado, según como se le viera.

Finalmente, aquella pequeña vuelta de mano concluyó con una enorme patada a la quijada por parte de Madareth, que mandó de paseo unos cuantos metros hacia el cielo a Ares, para después depositarle con mucha agresividad en el suelo del Coliseo. Obviamente, causando un gran daño en el terreno que se agrietó tras el impacto furioso. Aunque no pasaron muchos segundos, cuando se deshizo en cenizas y una vez más aparecía de pie, con un pequeño hilo de sangre que se escurría por el costado derecho de sus labios. Ello era el mejor ejemplo de que la fuerza de la muchacha ahora era otra, y que sus golpes si estaban siendo de consideración. Ya había despertado la verdadera berserker de la guerra, ama de la sangre y señora del sufrimiento violento. Y eso, precisamente, era lo que pudo concluir el de cabellos naranjos una vez que tocó con su dedo índice la sangre que salía de su cuerpo. Era su primera herida en esa guerra, otorgada irónicamente por una de sus más leales subordinadas.

El tornado de fuego comenzó a dar vueltas de manera más veloz después que Octavius sintió el calor de la sangre humana escurriendo por su piel. Era una sensación única, que no dejaría indiferente a absolutamente nadie. Tocar y sentir como el líquido que te da vida, también es capaz de otorgarte la muerte si no te cuidas debidamente. Probablemente, debería haberse puesto furioso después de aquel atrevimiento por parte de la guerrera olímpica, pero en vez de ello, bajó los brazos y cerró sus ojos. En un segundo, el tornado de fuego había desaparecido y el cielo volvía a su estado natural. Pero como si eso fuera poco, todas las piedras del Coliseo, incluso aquellas que fueron destruidas hasta ser cenizas, se iluminaron y en cosa de un santiamén, dejaron ver una vez más la figura del gran ente que daba tanto orgullo a los romanos. Ahora si que nada tenía sentido, pero desde hacía mucho rato que en realidad “sentido” había pasado a formar parte del olvido, al menos el termino antiguo. La divinidad de la guerra seguía de pie, con su rostro inexpresivo y sin musitar una sola palabra, dejando que su propio cosmos hablase por él. Y vaya que lo hizo, puesto que luego de solucionar el problema del Coliseo, iluminó a Madareth con una capa de cosmos rojo, que prácticamente la baño de pies a cabeza. Para después, liberarle completamente sana y repuesta de todas las heridas que le habían sido otorgadas desde que piso el Coliseo y se enfrentó a las adversidades. Sus energías, ánimos y en general, todo estaba como nuevo. Pero por supuesto, sin mermar la recién adquirida convicción que parecía darle mejores aires a la guerrera.

Después, y sin dar explicación alguna, cubrió su cuerpo con una extraña túnica de color burdeo que partía en sus hombros y llegaba hasta el piso. Y mirando a los ojos de la muchacha que sabía seguía sus pasos, se deshizo con el viento en forma de cenizas, con parado absolutamente desconocido…hasta nuevo aviso.
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Mensaje por Ada Sáb Mar 26, 2011 3:07 pm

Una nueva Madareth había aparecido en medio del coliseo, sin sentimientos como la duda, el odio, la venganza o el rencor que son capaces de nublar el juicio de cualquier guerrero, solo se quedo con una cosa que valía la pena, el amor a la guerra, a las batallas, a la sangre. La pelirroja podía sentir como todo el poder de su cosmos, no, todo el poder del universo recorría cada milímetro de su cuerpo, le hacía sentir más fuerte, más rápida, más cercana a un dios. Aquellas partículas rojas que se movían con violencia a su alrededor era la representación del nacimiento de aquel espíritu guerrero, las cuales ardían muchísimo más alto que las propias llamas que ahora le mantenían encerrada en las ruinas de aquel coliseo.

Ahora que había recuperado su verdadera escancia el deseo de servir al dios de la guerra era su única prioridad, el señor que era capaz de enseñarle el verdadero significado de las batallas, de la destrucción, de arrasarlo todo con el poder del cosmos, Ares había vuelto a la vida en su máxima expresión y ella estaría ahí para acompañarle y luchar a su lado no como un dios y su esbirro, sino como un par de guerreros que comparten el amor y la entrega a la guerra. Madareth observaba con pasión a Ares, haberle respondido como se debía a los numerosos embates que había recibido por parte de la deidad le llenaba de nuevas ansias y energías, además que había causado una herida al dios, aunque fuese un hilo de sangre que se desprendía de sus labios, aquel liquido carmesí que extasiaba a la señora de la guerra encendía aun mas ese yo violento, demencial y para nada piadoso, inconscientemente levanto su mano tal y como lo hacía era una especie de reflejo, quería tocar aquel liquido quería convertirle en su posesión más preciada, era un lujo que solo ella pudo darse y contemplar lo cual le llenaba de un enorme regocijo, nadie más seria capaz de causarle daño a su señor porque ella se interpondría primero antes de que algo le sucediese.

Esta era una singular batalla donde en ningún momento se escucharon las palabras del dios de la guerra, siendo la única que había hablado la berserker, para muchos sería algo ridículo pero solo seres como Ares y Madareth podían comunicarse a través del cosmos, de las acciones y los golpes, al parecer todo había terminado, ya que el divino y poderoso cosmos del dios abrazo a la chica de cabellos rojos y se encargo de curar las heridas y golpes que había recibido por parte de él, en parte Madareth se disgusto un poco con lo que sucedía, aquellas heridas de batalla eran para ella trofeos que portaría con orgullo, serian el recuerdo de que enfrento a su dios y sobrevivió para alzarse cual ave fénix y ser su más fiel seguidora destruyendo todo lo que se atreviese a enfrentarle, pero por otro lado lo veía como un reconocimiento a sus acciones y la aceptación por parte de su señor y también que siempre gozaría de su divina protección donde quiera que estuviese.

Desapareciendo como si estuviese hecho de cenizas, Ares dejo a Madareth en la soledad de aquel coliseo destruido, ella entendía lo que quería su señor, dejar que sus berserkers actuaran y se prepararan cuando el decidiera llamarles, la orden era clara y ella la acataría, observo a su alrededor, solo quedaban algunos vestigios de rocas que ardían ahora con suavidad, el suelo de la arena tenia enormes cráteres causados por la pelea anterior y manchas rojas que pertenecían a la sangre de la guerrera, debía cambiar de escenario, sentía los cosmos de sus compañeros demasiado cerca, era el momento de reunir el ejercito de Ares y prepararse para lo que seguía: la guerra.

Con un leve movimiento de su mano apareció su armadura la cual en segundos le vistió completamente, botadas en el piso estaban sus espadas, las cuales con el poder de sus cosmos volvieron a sus manos, Madareth las enfundo en su espalda y desapareciendo en millones de finas partículas rojizas, dejo aquel campo de batalla, donde había luchado contra otro poderoso guerrero llamado Ares.
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Mensaje por Octavius Sáb Nov 12, 2011 4:47 pm

Y de nuevo, aquel recorrido no era la gran cosa. El mismo pasar entre calles, pasillos, escaleras y finalmente un balcón más que conocidos para la deidad gracias al humano que habitaba era un simple y mero pasatiempo. Bien podía haberse movido usando la velocidad aportada por su cosmos tal como había hecho para trasladarse hasta Germania y luego de vuelta pero estando tan cerca, mucho chiste no tenía. Si dependía demasiado en las capacidades de su propio cosmos en lugar de cultivar y usar su cuerpo, caería en el mismo fallo de los demás patéticos dioses que pululaban en el Olimpo.

Aquí estamos y creo que ya sabes lo que tienes que hacer, Ashfalor. Murmuró Ares extendiendo su brazo con calma, esperando a que la mujer cumpliera con su función. Casi de inmediato una cuchilla se movilizó a su derecha para rasgarle la piel y permitir que otra gota de líquido carmesí surgiera tras lo cual con un solo movimiento, la deidad la lanzó en pos de la arena que se extendía más abajo del balcón. Con un destello rojizo y un ligero murmullo ininteligible, ya todo quedaba saldado en ese mero instante.

Con eso terminamos la logística en Roma, Ashfalor. Ahora toca cerrar los asuntos personales. ¿Acaso tienes algo qué hacer o puedo contar con la información qué posee ese diminuto cráneo tuyo? Preguntó la deidad sin cambiar de expresión o siquiera moviéndose un ápice. De todas formas sabía que su interlocutora no era particularmente idiota…más sabiendo que se dirigía a alguien capaz de picarla en dos con un mero deseo. Si la segunda opción es la que más te gusta, puedes empezar aportando todo lo que sepas sobre ese al que llamaste…Solomon.
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Mensaje por Penélope Sáb Nov 12, 2011 7:50 pm

Y estábamos allí, nada más y nada menos que el Coliseo de Roma, levanté una ceja como diciendo: - Otra vez allí. Pasillos, escaleras eran atravesados por los dos para finalmente llegar al palco del Emperador. Se podía apreciar todo el coliseo desde aquel palco, lo único que se perdía de vista era la parte baja del coliseo.

Ares estaba en todo el balcón parecía estar divisando o tal vez, apreciando el lugar, de pronto dijo: "Aquí estamos y creo que ya sabes lo que tienes que hacer, Ashfalor." Sonreí al momento en que tomé su mano derecha, pasándola por mi busto, miraba como jugueteaba con su mano, alcé la vista mientras subía su mano hasta mi boca y mordiéndole el dedo esbocé: - Ahí tienes... haciendo que éste sangrara, algo de su sangre me quedó en el labio, el cual lamí con sumo placer mientras Ares efectuaba las ya tradicionales acciones para luego proceder a decir: "Con eso terminamos la logística en Roma, Ashfalor. Ahora toca cerrar los asuntos personales. ¿Acaso tienes algo qué hacer o puedo contar con la información qué posee ese diminuto cráneo tuyo? .... Si la segunda opción es la que más te gusta, puedes empezar aportando todo lo que sepas sobre ese al que llamaste…Solomon." Entreabrí mis labios para comenzar a dar la información que me pedía cuando un grito en la entrada me hizo girar de golpe: - Tú!! Mujerzuela era la que estaba buscando!!! Todo transcurrió en cámara lenta, el sujeto me resultaba un poco familiar, él venía en actitud amenazante, levantaba uno de sus brazos como queriéndome tomar del mio, seguía vociferando un montón de sandeces, solo lo miraba, levanté mi mano, me saqué la lanza y de un destajo le propiné un corte en su pecho, el tipo se detuvo y miraba como de éste salía una especie de energía negra, todo volviendo a la realidad, el sujeto comenzaba a gritar y a intentar cerrar o quitarse aquella neblina de encima, aquella emanación energética solo se intensificaba y él hombre agudizaba sus gritos y decía una y otra vez: - Quítame esto!!!!... Quitamelooooooo!!!!! por esos momentos miraba a Ares e intentaba iniciar la conversación, el sujeto gritaba aún más duro impidiendo que pudiera hablar, lo miré rápidamente con un sutil levantamiento de mano, desplegué mis cuchillas que le atravesaron sin problema todo el cuello y dije: - ¡Ya cállate! El silencio se hacia presente, su cuerpo se mantenía aún en pie, de pronto las contraje desplomándose el tipo al suelo, su cuerpo sufría de contracciones mientras era envuelto por aquella energía oscura. En el piso, el movimiento de aquel cadáver se detenía, mirándolo con sumo fastidio esbocé: - ¡Que molestia! clavándole en el vientre la lanza que terminaba de envolverlo en un capullo de cosmos negro, tomé la lanza sin retirarla y aquel abrigo que llevaba comenzaba a tornarse completamente negro, miré a Ares y repiqué: - Decías de Solomón.... Muy bien pues lo que logro comprender entre los recuerdos de esta mujer es que Solomon es el recipiente humano de Poseidón según lo último que registro, además de ello parece que él mismo en conspiración con algunos senadores realizó el acto de nombramiento de Emperador, además algo que no entiendo muy bien .... al parecer ahora mismo es una deidad completa, lo curioso es que no se reconoce así mismo como un Dios sino todo lo contrario, en definitiva ese sujeto y su mujer son tal para cual... jajajajajajaja.... lo que no me queda claro que relación existe entre Solomón y la familia Imperial pero algún lazo debe existir entre ellos. En ese momento saqué la lanza del sujeto, dispersándose aquella neblina negra y dejando el cuerpo de un hombre demacrado, arrugado y consumido, como si hubiese sido succionado, levanté una ceja al percatarme de algo, me agaché y halando de ello, me apropié de una capa con capucha negra que llevaba aquel sujeto puesta, la sacudí un poco y me la colgué, anudándola en el cuello, tirando la capucha hacia atrás y completando mis oscura vestimenta musité: - Me sirve más esto a mi que a ti. Sonriendo con malicia para mirar de nuevo a Ares.
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Mensaje por Octavius Sáb Nov 12, 2011 8:22 pm

Perfecto. Entonces ya comprendo todo, el conocimiento almacenado en este cerebro es más que suficiente para completar lo que has dicho. Bien hecho Ashfalor, no eres del todo inútil aún sin poderes. Murmuró Ares con calma, avanzando y posando sus manos en la baranda del balcón, observando mas allá el suelo del coliseo que palpitaba con un destello rojo casi imperceptible. De hecho, tan solo los Berserkers o aquellos elegidos para ser el avatar de uno de los espíritus de la guerra podría ver tal maravilla con el ojo desnudo.

Ahora…mejor comencemos las festividades. Es hora de pedir una audiencia con el actual Emperador de Roma. Andando Ashfalor, no podemos hacer esperar al gobernante de una de nuestras piezas clave, ¿cierto? Dijo la deidad de la guerra con calma, volteándose e iniciando la marcha directamente al portón para salir de aquel palco seguido por la mujer cubierta en aquella capucha negra.

Cerrando los ojos una vez hubo descendido por las escaleras y dejándolos al descubierto, su color rojo marcado por la esclerótica negra brilló momentáneamente al tiempo que tres figuras igualmente encapuchadas aparecieron del mismísimo aire, escoltándolos de cerca. Sus rostros iban oscurecidos y cualquier facción que se hubiera querido notar era indistinguible. Dado que los Berserkers despiertos estaban ocupados en sus tareas, causando estragos al otro lado de la ciudad o bien, fornicando como patéticos conejos en una burda imitación de los humanos, no le quedaba de otro que usar una guardia un poco más “personal” y realmente, no importaba. Después de todo, tan solo contaba con su propia experticia y capacidad combativa.

Y un humano no representa gran cosa, por más poderes de dios que tenga. Murmuró con una sonrisa siniestra en rostro, desapareciendo en un resplandor carmesí: no quería llegar tarde a una fiesta que ya debía de haber comenzado.
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Mensaje por Penélope Sáb Nov 12, 2011 9:03 pm

- Así es... Mi Señor Ares. Sonriendo al terminar de escuchar sus planes. Salí detrás de él, siempre custodiando su espalda, no tardamos nada en llegar a la parte baja del Coliseo y finalmente atravesar el pasillo que nos daba salida a la calle.

Caminábamos a buen paso de pronto el aire anunciaba sus presencias, materializándose junto detrás de Ares y a ambos lados de mi persona, tres encapuchados que hasta para mi resultaba imposible siquiera poder descubrir o identificar sus rostros, tenía muchísima curiosidad de saber de quienes se trataba, pero si Ares no se inmutaba ante sus presencias eso indicaba que había sido él quien los había convocado. Volví a sonreír mientras con suma delicadeza subía mi capucha, estando a tono que los demás, como un pequeño ejército marchábamos al mismo paso, terminando de acomodar y ocultar de igual manera que los demás mi rostro, murmuré: - Qué comiencen las festividades... Desapareciendo todos en conjunto.
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