Entrada al templo del Toro

La pequeña se movía ágil y veloz, dando brincos de regreso al recinto de Tauro. Su amplia sonrisa crecía a medida que sus pasos la acercaban a la entrada del templo, regocijándose en su pequeña cabecita en el hecho de que iba a poder ayudar y que grandes aventuras comenzarían. Salto del prado a los peldaños y de una acrobática voltereta al frío suelo de mármol de la entrada. Ya sabía que el joven Seisyll estaba parado allí observándola, pero no le daba mucha importancia.

Sus ceño se frunció al sentirse levemente inquieta, algo estaba extraño, algo no estaba bien. Movió los dedos de sus pies, sospechosa de lo que iría a darse cuenta. Y así era, su particular “visión” le acababa de confirmar que no quedaba allí nadie más que ellos dos. Su temple se torno inesperadamente vacío y hasta frío, todo signo de alegría y entusiasmo se había borrado en menos de un pestañar. Abrió sus palmas dejando caer al suelo todas las hierbas que había recolectado como si ya no fuesen más que basura. Su cabeza se agazapaba como si fijara la mirada en el suelo. Los negros y largos mechones de su flequillo cubrieron por completo sus ojos blanquecinos, ensombreciendo asimismo su expresión.

-Dónde…- murmuró tenuemente, prácticamente inaudible.

-¿Eh?- inquirió el joven, acercando su rostro a la pequeña para lograr escucharla. En ese mismo momento se reflejo en el rostro del nórdico un gesto de dolor y molestia pues la chiquilla le había pegado una fuerte patada en la pierna.

-¡¿Dónde esta?!- chilló la niña furiosa, y a pesar de que Seisyll no comprendía bien la bipolaridad que ella estaba mostrando sabía sin necesidad de palabra alguna que se refería a su maestro.

El enojo de Sylvanas encendió levemente su cosmos, y fue entonces que pudo sentir la esencia de Aldebarán alejándose, y salió corriendo sin siquiera darle tiempo a su acompañante de responderle.

-Que niña extraña.- dijo el joven rascando su cabeza mientras observaba como la niña descendía por los peldaños, desapareciendo con la rapidez del mismísimo viento.

Volví a las inmensas estructuras del santuario, extrañamente podía guiarme bastante bien a pesar de no conocer hace tanto el lugar y no ser capaz de ver, pero era como si ya hubiese estado allí, y algo en mi interior me guiaba a donde necesitara ir. Tomé el camino del bosque aquel que me permitía llegar al recinto de Tauro a través de caminos rocosos y jardines, no quería emprender el camino establecido pues implicaba pasar por otros templos y no deseaba encontrarme con nadie, en ese momento no quería que nadie me viese en aquel estado. Necesitaba un tiempo sola, en mi hogar… Un hogar vacío pero era el lugar al que pertenecía ahora. La constelación del Toro siempre iluminaría aquellas habitaciones de mármol, donde quiera que estuviese y si el destino lo permitía volvería a ver a mi maestro, albergaba esa esperanza.

Me adentré por los pasillos del templo yendo a buscar un paño frío para calmar el ardor en mi rostro, y refrescar mis cansados ojos. No podía negar que me sentía algo perdida, que todo continuaba dándome vueltas en la cabeza, pero estaba decidida a no dejarme confundirme, a dar todo por lo que creía y buscar esa fuerza que me hacía seguir y anhelar. Volví nuevamente a la entrada, sentándome en el umbral de la puerta reposando mi espalda en uno de los pilares. Crucé mis piernas y mis brazos y mientras cerraba mis parpados, algo que tal vez se pensaría que no me hacía diferencia. Pero me permitía concentrarme en todo a mi alrededor o por el contrario a encerrarme por completo en mi misma y poder sentir mi interior y aclarar mis frustraciones. Me deje envolver por la paz , la armonía que me brindaba la armadura que ella me transmitiera su color, su luz, su sabiduría.

Pasaron algunos días, donde no hubo más que silencio. Días vacíos y bastante solitarios, mucho tiempo para reflexionar y que me mente consiguiera algo de tranquilidad. No podía negarlo, me sentía sola, pero no permití que eso me deprimiera, llegar a donde estaba era algo que nunca había imaginado. Saber que allí afuera en algún lugar estaba gente a la cual quería y a la que deseaba proteger hasta con su vida. Pero era eso, saber que estaban, y que ella siempre estaría para ellos.

Las horas de concentración me ayudaron bastante a mejorar mi manejo del cosmos, pero no era suficiente, y decidí que era tiempo de hacer algo más. Cada día era valioso, tenía que hacer algo, saber que podía aportar mi parte y recuperar ese entusiasmo, esa energía que me recuerda por qué es que quiero ser mejor. Bajé a los alrededores, visité Rodorio pasando a saludar al doctor y al anciano Demian que se mostraron contentos de verme nuevamente visitando. Entrenaba también mi cuerpo en el coliseo y cada tanto cuando aparecían otros niños curiosos jugaba con ellos tratando de enseñarles al mismo tiempo algo útil para sus vidas. Tarde por la noche regresaba al templo que me esperaba en su sereno silencio, me sentaba nuevamente en la entrada sintiendo la brisa, sabiendo que por encima de mi cabeza estaban las constelaciones velando por sus guardianes e iluminando nuevos caminos. Me sentaba en el suelo para que la frialdad del mármol adormeciera mis músculos cansados y aliviara el ardor de los magullones. Así cruzándome de piernas y brazos, recostaba mi espalda en uno de los pilares y volvía a encerrarme en mi interior abrazándome al calor del cosmos, hasta dormirme. Y esperar por el comienzo de un nuevo día para emprender sonriente.

Parecía ser un sueño, o algo similar. No estoy segura de que era, pero el lugar que había alcanzado en ese trance entre la meditación y el dormitar era digno de llamarse paraíso. Era sencillo, tan solo un prado eterno bajo el extenso cielo que combinaba el azulado del día con el brillo de las estrellas en la noche. Una brisa aterciopelada carga consigo un tenue silbido al rozar con los pastos altos. Tenues risas y susurros, como si las flores hablaran en secreto. Siempre me quedaba observando una gran puerta a la cual nunca me atrevía a entrar, me bastaba con la paz y la calidez de ese lugar como para distraerme de la curiosidad. Suponía que debían ser solo sueños, porque allí podía ver y me sentía liviana como si mi cuerpo no fuese…real.

Después de varios días de soledad y silencio algo interrumpió mi quietud. Un destello que me cegó mientras veía pasar frente a mi un par de alas doradas que dejaban un rastro dorado armonioso a su paso, no podía distinguir a la figura entre el resplandor, solo las imponentes alas mientras se detenía un instante como si me observara para en un pestañar volver a desaparecer.

Abrí mis ojos, volviendo a la oscuridad, estirando mis piernas y moviendo los dedos de mis pies al ponerlos en contacto con el suelo dibujándome rústicamente mi alrededor, imaginándolo para hacerlo real en mi mente. El suelo aún vibraba por los apurados pasos que parecían ir en descenso. Algo me resultaba familiar, y una pizca de melancolía me dejo intranquila. El perfume que permanecía aún en el aire, el aroma de… ¡Seiren! Busque concentrarme en ella, recordar cada detalle y que mi cosmos provocando un leve tintinear en el brazalete la buscara. Sentía como si estuviese a su lado, la carga de su frustración le opacaba el brillo de su silueta, pero hubo algo que me sorprendió, llevaba una armadura.

“La silueta alada. Claro” Pensé un momento, contenta de que lo hubiese logrado, incluso si le entristecía no haber podido estar allí para ella en ese momento, o haberla ayudado. Ella no era quien para guiar, y su hermana era fuerte.

-¿Que estará ocurriendo?- me dije a mi misma, llevando mi mano a mis labios reflexionando. Ella ahora era una amazona de Athena, no necesitaba que la cuide, pero nunca dejaría de ser alguien demasiado importante para mí, la protegería y estaría a su lado mientras la vida me lo permitiera. Pero además, como guerrera si algo ocurría debía asegurarme que no fuese una amenaza para el santuario ni para rodorio. Me puse de pie y me adentre en los bosques que le continuaban a los jardines del recinto. Si tomaba el camino de descenso de los templos y cruzar rodorio, tardaría mucho más, sin mencionar que la presencia de Seiren se desviaba hacia la ladera de la montaña.