[Templo de las Desgracias] - Pasillos

El joven pelirrojo se dejó llevar por las musas, sin hacerles difícil transportarlo hacia el interior. Como un Berseker tenía la fuerza para despedazarlas como trapos viejos sin hacer esfuerzo, pero él no las detuvo, aprovechando el estar cerca de ellas para inspeccionarlas y ver que cumplieran sus requisitos. Como no era conveniente, el muchacho ordenó a la armadura del demonio Apocalypse desmontarse de su cuerpo, volviendo a la forma que adquiría cuando no era utilizada por el Berseker. No iba a ser fácil que aquellas mujeres jugaran con su cuerpo si se encontraba envuelto en esa corraza de metal rojo.

Khrysis estaba desnudo de pies a cabeza, sólo iba vestido con la armadura pero al desprenderse de su cuerpo ya no le quedaba nada con que taparse. Las ninfas se quedaron embobadas observando el majestuoso cuerpo del Berseker de la Destrucción Total iluminado por las antorchas que se hallaban en los pasillos. Es que no se podía esperar menos que eso; el cuerpo de Khrysis era un ejemplo de belleza masculina: alto y de complexión fornida pero no demasiado, con facciones laureadas y ojos de un color exótico, lo ideal. Su piel estaba perfecta después de requemarse con las llamas del Templo de la Guerra. Ningún fuego podía hacerle daño al Berseker.

Comenzó a caminar en busca del Templo de Apocalypse, por algo tenía su propia sección en el reino de Ares, para causar la destrucción que quisiera sin perturbar a los otros Bersekers, los cuales habían resultado ser unas nenazas. Un poco de fuego sobre sus objetos personales y se enfurecían.

-Vamos, no piensan quedarse paradas observándome el atractivo, ¿o sí?-

Les dijo al percatarse de cómo le miraban el trasero al caminar. Los cabellos del pelirrojo estaban en punta, generando la ilusión de que poseía unos cuernos como los de su armadura. En sus ojos dorados se podía ver el reflejo de las llamas danzar, como si sus entrañas estuvieran llenas del fuego de la destrucción que sólo él podía propagar. –Ya vamos señor Apocalypse.- Las ninfas echaron una risilla mientras conversaban entre ellas, seguramente hablando de los atributos físicos del Berseker. Siguieron al joven, abrazándolo por la espalda y tocando sus músculos, los cuales eran tan duros como rocas.

-Calma chicas, ya podrán disfrutarme todo lo que quieran, no coman ansias.-

Apolcaypse estaba contento por poder regresar al templo de las desgracias, que era como su lugar de juegos preferido. En compañía de bellas ninfas, escuchando la lira y bebiendo hasta caerse… pero alguien estaba por interrumpirle su diversión. Sintió el cosmos de aquella mujer extraña que hablaba con Hellgorak, Latrivan. No tenía nada en contra de ella... la última vez que se vieron, que fue hace menos de algunas horas si es que su noción del tiempo no se había afectado, él estaba algo apurado por irse, escuchando poco o nada de lo que dijo. Cosa que era difícil con lo distraído que era a veces: le costaba mantenerse interesado en algo por más de cinco minutos, era uno de sus mayores defectos.

Inmediatamente Latrivan saltó escupiendo órdenes con su voz tan irritante. No le parecía fea, más bien lograba desesperarlo por lo serena y pausada que la notaba, como si se estuviera dirigiendo a un retrazado mental o algo así. Pero bien, si Latrivan quería que fuera a entregar un mensaje a Ares no existía ningún tipo de problema… tal vez encontraría un lindo culo que follar.


- Ve por Zugurosh, esta en el bosque de las llamas. Les ha llegado el momento de servir a su señor.

De acuerdo señorita simpatía, será como digas. Ah… y la que está en el bosque de las llamas es Tafariel y no Zugurosh, imbécil.

Comentó riéndose a carcajadas por el pequeño error de Latrivan. A Zugurosh no se le veía muy entusiasmada por despertar, de hecho había tardado más tiempo del normal en poseer a su avatar. Lo de reunir a las desgracias no sería algo difícil… sólo estaban él y Tafariel. No contaba mucho con el apoyo de Zugurosh. En conclusión el resto del escuadrón de las desgracias seguía inactivo, y por tanto él estaba a la cabeza de la operación.

Quiero mi armadura… y pantalones.

Ordenó el berseker a las ninfas, quienes trajeron su armadura y un par de pantalones negros para que el joven se vistiera. Colocaron las partes de la armadura en su lugar mientras el muchacho subía y acomodaba el pantalón.

Descuida… le haré llegar el recado al señor Ares. Con permiso.

Dijo el hombre retirándose, tarareando una de las canciones que Khrysis solía interpretar en las calles. El alma musical del joven pelirrojo era una de las cosas que no se había podido quitar de encima.