Más allá del bosque.

Los vientos eran cada vez más terribles allá en la cima de las montañas, amenazando con derribar todo lo que no tuviese la fuerza necesaria como para mantenerse en pie en medio de la tempestad. Y no sólo era el potente soplido de Eolo el que se erguía como un problema difícil de superar, sino que también estaba el azote del hielo polar característico de dicha zona, amplificado al estar en las alturas. Era el precio a pagar por estar subiendo terrenos prohibidos, en donde los gritos se escuchaban en cada una de las cavernas mientras el ascenso continuamente se mostraba acompañado por la sombra de la muerte, a la vez que el reflejo de los ojos de los hijos seguidores de Odín podía notarse en cada rincón por donde sea que se mirase. No cabía para discusiones que era un terreno áspero y que re definía la palabra hostil, donde sólo un loco querría llegar…

Noah no era precisamente un loco, pero lo que sí se podía decir de él es que no tenía miedo. Le importaba un soberano comino el estar embarcándose en una misión netamente suicida, si con ello lograba encontrar su interior y así saciar la tremenda sed de sangre que últimamente lo estaba envolviendo. Puesto que a pesar de haber matado a un par de bárbaros en el trayecto de las montañas, sólo lo sintió como un leve cosquilleo y no como un verdadero reto. Ni siquiera sus ropajes estaban manchados con el líquido rojo de la vida, prueba suficiente de que aquellos engendros miserables ni de entrada se podían calificar. Necesitaba más que eso, necesitaba mucho más que simplemente un par de guardias de poca monta que no tenían lo adecuado para hacerle frente a un soldado como él, con las exigencias y habilidades que se requerían para siquiera tratar de matar a esa bestia orgullosa y llena de rabia contenida, que alguna vez había sido un glorioso general romano.

El frío le llegaba directamente a la cara más no le interesaba, por lo que simplemente lo ignoraba con una facilidad abrumante para un extranjero. Y es que ya llevaba tanto tiempo en el norte que todo su cuerpo estaba aclimatado a las temperaturas y adversidades que ofrecía el aliento de Odín. Desde los poros más externos de su piel hasta los huesos, terminando en su corazón. Ya todo en Noah era helado, todo había sido consumido por el hielo y lo único que encendía su cuerpo era la furia inexplicable que albergaba en todo su ser, y que se manifestaba precisamente con cada batalla que librase. No existía nada más que detonase la furia en su cuerpo que una pelea, y sin esa rabia desatada, él simplemente era un sujeto carente de todo salvo orgullo y honor.

Observó con cuidado hacia la cima al símil que su caballo se detenía. Ya le faltaba poco para llegar a los pasos fronterizos y con ello, poder poner sus pies en lo que se denominaría como “la cuna de los bárbaros más terribles”. Pensar en ello le motivaba y sentía un pequeño calor en su interior, así como también aumentaban las ansias de desenvainar su espada y gritar con toda su fuerza antes de comenzar una carnicería, en la que para nada le interesaba si iba a salir vivo o no. ¿Temor a la muerte? En absoluto. No era un hombre que temiera dejar de existir y menos en ese instante, en el que sólo deseaba sangre, lucha, confrontaciones y sobretodo, poder desatar su furia contra todo lo que tuviese a su paso, causando la mayor devastación, muerte y dolor posibles en el proceso. Era lo único que lo motivaba a seguir existiendo, el activar la llama de su ferocidad y poder comportarse como lo que realmente era: Un animal, un depredador que sólo servía para cazar una y otra vez, y que continuaría con dicha senda hasta que la guillotina del destino le cortara la cabeza.

Una vida pacífica, común y corriente, alejada de las luchas y la sangre… simplemente ni siquiera pasaba por su mente. Era un hombre de instinto, y su instinto le pedía predominantemente una cosa…. matar, y liberar toda la rabia que contenía su alma.