[Puerto de Corinto] Búsqueda

Era una mañana clara, el sol resplandecía en lo alto del cielo despejado, las aves trinaban, la brisa del mar resultaba refrescante, y aún así, cerca de la playa, una muchacha alta y un tanto robusta caminaba malencarada, sus cabellos negros se mecían al ritmo de sus pasos, sus ojos azules divagaban por entre los navíos. Sus ropajes delataban su extranjera procedencia, coloridas y vaporosas telas, envolvían a penas su cuerpo, su piel blanca tenía un peculiar bronceado, típico de tierras muy al sur, sus ojos delineados con Khöl negro, le daban cierto aire exótico, aún así nadie se le acercaba, su expresión no daba cabida a socializar, menos aún las armas que colgaban de su cinturón.

"Busca un lugar como tu hogar. Encuentra la dualidad de ojos azules. Te guiará a la lechuza, solo así podrás tocar el sol y conocer tu destino." Fue todo lo que le dijo la anciana matriarca de su tribu antes de mandarla en una búsqueda absurda a las tierras del Imperio Romano... - Tan clara y explícita como siempre. – Gruñó entre dientes, se preguntaba si la anciana chiflada tendría idea de lo fastidioso que era tener que descifrar sus divagaciones mientras viajas, solo para descubrir que vas en sentido contrario… de hecho, ahora que lo pensaba bien, la muchacha estaba segura de que si lo sabía y precisamente por eso lo hacía, gozaba del sufrimiento ajeno… pero para ser honesta… ¿quién no lo hace?

La joven se detuvo y se sentó en una roca, sacó un mapa del bolso con sus pertenencias y lo miró detenidamente. – Comencemos por el principio. – Dijo para sí misma, pensando en un volcán en una isla, eso era lo más parecido a su hogar. Había varias opciones, pero llevaba un par de semanas en Corinto y había ciertas leyendas que llamaron su atención, sonrió mirando el trozo de pergamino. – Creo que ya sé por dónde comenzar. – Susurró con una mirada un tanto maquiavélica, poniéndose de pie para dirigirse hacia un grupo de navíos y comenzar a preguntar a los marineros. - ¿Cuál me lleva a la isla Kanon? -

Buscando el transporte, las huellas de la hindú dejaban un suave rastro en la arena hasta que un grupo de marineros de dudosa respetabilidad le cerraron el paso. Los seis barbajanes le instaban a acompañarlos a una isla de ambiente más festivo, sus rostros amenazantes le decían que no le pedían permiso, ella solo sonrió... siempre sonreía en esas situaciones... sus colmillos un poco más largos de lo normal asomaron por sus labios y llevó despacio las manos hacia su cintura, deslizándolas en los katares.

- Bonitos guantes nena, puede que te deje usarlos cuando juguemos. - Le dijo el más corpulento de los hombres.

- ¿Me dejarás? - Preguntó retadora soltando las armas de su cinto y adoptando una pose de pelea extraña, como si fuese un gato a punto de saltar sobre su presa.

Al ver las finas y delgadas navajas de las extrañas armas, los hombres se rieron socarrones, pensando que eran apenas unas dagas y encima en las manos de una dama, no representarían peligro, por desgracia para ellos, al momento de acercarse a la extranjera, descubrieron lo equivocados que estaban. Uno de ellos sacó una espada y lanzó una fuerte estocada con la intensión de desarmarla, pero ella bloqueó con su katar izquierdo y lanzó el golpe hacia el costado derecho, no con la intención de matarlo, pero le hizo una rajadura en la cintura que lo dejó fuera de combate, entonces todos sacaron sus armas y se fueron contra ella.

- Eso fue solo una advertencia. - Les dijo con voz gutural, aún así no pareció importarles, pero alguien más los detuvo, la voz potente de un enorme marinero, que parecía ser temido y respetado al mismo tiempo, pues los bandidos se detuvieron y bajaron las armas. La muchacha pasó de una posición pasivo-agresiva, a netamente defensiva, pero no por ello guardó sus filos.

- Guarda eso muchacha, si quieres pasaje a Kanon, es tu día de suerte, pero te advierto que no tolero escándalos en mi barco. - Dijo el recién llegado, pero ella no cambió su posición. - Desconfiada ¿eh? - Dijo entre risas. - Supongo que eso te ha mantenido viva, bueno, pasemos a los negocios ¿puedes pagar el viaje? Kanon está lejos y no es precisamente un sitio turístico, será costoso. -

La joven soltó una especie de gruñido y asintió con la cabeza. Los patanes que la habían rodeado iban a discutir pero el marinero los hizo callar con un grito. - Es mi pasajera, mejor que no la molesten. - Tras lo cual mascullaron maldiciones mientras se retiraban furiosos y se llevaban a su amigo herido. - Yo soy Tiberio ¿Cómo te llamas muchacha? - Inquirió.

La morena guardó al fin sus armas y se volvió a erguir por completo, con una pose orgullosa y una mirada atenta. - Felia. - Respondió tajante y el romano rió.

- Veo que eres de pocas palabras, es una lástima, porque el viaje será largo. Sígueme. - Ordenó mientras caminaba hacia un barco con velas azules que estaba al final de la playa.

Cuando llegaron al navío, Tiberio se detuvo en la plataforma de abordaje y la miró, pero antes que dijera nada, Felia sacó un pequeño monedero de entre sus ropas y le entregó varias monedas de oro que el hombre contó de inmediato.

- Me parece un buen trato, la mitad ahora y la mitad al llegar. - Resopló tendiéndole la mano para ayudarla a subir, pero ella solo enarcó una ceja y se impulsó un poco para abordar por su propio pie, era demasiado orgullosa para pedir ayuda y mucho menos de un hombre, que para su tribu era un ser inferior, incapaz de dar vida y tan endeble al dolor.

Cuando estuvieron en cubierta, el hombre carraspeó fuertemente y la tripulación lo miró. - Ella es Felia, viajará con nosotros a Kanon. - La miró un tanto divertido. - Mejor no la molesten, tiene mal carácter. - Agregó entre risas y le señaló las escaleras hacia el interior del barco y luego le mostró una especie de litera un poco apartada de las demás, "oculta" por una cortina amarillenta y raída. - Es para los pasajeros de lujo. - Rió el hombre y volvió a subir, vociferándo órdenes para zarpar.

La joven se acercó de mala gana, la verdad odiaba los barcos, pero viajar por tierra hasta el puerto más cercano a Kanon hubiese sido una pérdida de tiempo, el sitio olía a humedad y suciedad, había un cierto desorden entre la carga y las pertenencias de los viajantes, miró la litera que no era más que un armazón de madera apolillada con unas hamacas viejas y una almohada, soltó un gruñido y lanzó su saco en la parte de arriba, no es que llevara mucho equipaje, pero no le gustaba que nadie husmeara en sus cosas. El barco se meció, haciéndole saber que dejaban puerto al fin y como nunca fue del tipo que gustara del encierro volvió a subir a cubierta. Se quedó en la proa del barco, mirando el mar azul y el resplandeciente sol en lo alto, sin hablar con nadie, tan solo meditando en las palabras que la llevaron hasta ese momento. - ¿Dualidad de ojos azules? - Se preguntaba. - ¿Qué demonios es eso? Podría ser yo misma, siempre dicen que nací bañada en luz de sol, pero soy oscura como la más fría noche sin luna, y mis ojos son de ese color... si esa vieja miserable me ha enviado a una tontería para salir con que debía encontrarme a mí misma le abriré en canal y me haré sopa con sus molestos ojos negros. - Amenazaba en su mente, tratando en vano de imaginar de que tipo de dualidad hablaba, obviamente se trataba de una persona, pero mientras más al norte vaya, más comunes son los ojos azules y cada persona tiene lados buenos y malos...

Tratando de resolver el rompecabezas de palabras que le hubiese dado la matriarca, Felia pasaba sus días al borde del barco, con la mirada perdida en el horizonte, en soledad. Había además otra cosa que la intrigaba, recordó aquel momento cuando su madre y la anciana la buscaron en la selva para enviarla en este viaje.

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Las mujeres hablaban pero ella ni se inmutó, no tenía razones para dejar su selva, por más que le apresuraban a partir pues su viaje ya se había retrasado un par de años según decían, la ojiazul les ignoraba mientras comía la pierna de un jabalí que había cazado y asado. - ¿Porqué debería viajar a la Diosa sabe dónde y hacer algo por ustedes? ¿No fueron las que me sacaron del templo? Yo soy su carne y su sangre, pero me desconocen por mi piel blanca y mis ojos azules, yo no soy hechicera como ustedes y por ello me han enviado a vivir en la selva como un animal... ¡Mírenme entonces! - Dijo levantándose y extendiendo los brazos. - Soy la leona sin manada, pero es mi rugido el que estremece esta selva, su gente siempre me ha excluido y ahora quieren que les venga a salvar el trasero, pues yo no lo creo. -

La anciana soltó a reír, sosteniendo con sus punzantes ojos negros en los fieros zafiros de la mujer. - Te equivocas niña... esto no es por nosotros, te hemos excluido porque no tienes el don, te hemos enviado aquí porque tal como lo dices, eres una leona y las leonas no se desarrollan en un templo, si no en una jungla, has crecido marginada para no tener ningún apego a tu pueblo y tu gente, de modo que pudieras partir sin mirar atrás cuando llegara el tiempo. Este viaje no nos beneficia, por lo contrario, nos hace perder una guerrera, pero desde el primer instante en que apareciste en este mundo, las estrellas mostraron un camino distinto para ti al de nuestra gente. Este viaje es por ti niña, para que encuentres tu destino, tú que estás ansiosa de poder, conocerás una fuerza que nunca imaginaste, tú que no agachas la cabeza ante nadie, encontrarás una razón verdadera para sacar las garras y solo entonces conocerás tu verdadero destino. - Dijo marchándose para volver al templo.

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Al principio, Felia pensó que la anciana estaba demente, pero debía admitir que al final había logrado picar su curiosidad, adueñarse del "poder del sol" sonaba prometedor, el resto le daba igual.

Pasadas unas semanas en mar abierto, comenzaron a avistar las costas de la isla, la morena pudo observar el imponente volcán al centro, como una corona de aquellas tierras, mientras estuvo en Corinto y aún en el transcurso del viaje, había escuchado las más variadas leyendas acerca de aquel lugar, había una villa cerca de la costa, pero nadie se atrevía a adentrarse en la selva y de los pocos aventureros que buscaban el poder de Kanon, ninguno había vuelto... pero si fuese verdad ¿quién contaba las maravillas de aquel lugar?.

Cuando al fin tocaron puerto, la joven ya estaba en lista para saltar hacia la playa, con su saco de viaje colgado al hombro, Tiberio la miró con una sonrisa divertida e incrédula. - Trataría de convencerte de no adentrarte en Kanon, pero estoy seguro de que es inútil. - Le dijo, ella asintió y le arrojó las monedas que eran el resto del pago, sonrió ligeramente de lado y se despidió con un movimiento de su mano para después correr por la arena hacia la villa de la Isla, con un dejo de emoción en su rostro, algo le decía que aún si ese no era el sitio que buscaba, se divertiría poniendo a prueba la veracidad de los relatos.