[Villa Aurelia] Entrada

La luna brillaba cual espejo de plata en el alto cielo, Bóreas soplaba frío y había traido con él nubes de lluvia, que ocultaban las estrellas y oscurecían el camino que presurosos recorrían una joven patricia de cabellos azabaches con matices purpúreos y su moreno guardián, la carmesí tela de la túnica fina de la joven volaba acompañada del tintineo de las joyas que se golpeaban unas con otras a medida que corría, atajándose con la mano y el manto, de las primeras gotas que caían por el camino hacia las villas.

Cuando se encontraban a la mitad de la vereda hacia la ostentosa Villa Aurelia que les acogía, otros sirvientes salieron con mantas para cubrir a la muchacha, nadie se preocupó y mucho menos ocupó del hombre hasta que ella gruñó algo de no dejar que su tesoro se mojara, señalando al envoltorio que el sureño había cargado todo el día, por lo que le cubrieron también.

Tras cruzar el umbral de la entrada a la casa, el hombre dejó recargado en la pared de la sala el envoltorio y un par de guardias lo condujeron a las galeras mientras Sacmis se sentaba junto a su padre, bebiendo una copa de vino caliente, al tiempo que una esclava le secaba el cabello, los hombros y la cara.

Tras los corteses saludos a sus anfitriones, la conversación derivó en un pequeño informe de lo sucedido en la arena y por supuesto, comunicó de la cita con los políticos para próximos eventos, su padre estaba orgulloso y eso la hizo sonreír.

La conversación se extendió hasta bien entrada la noche, tras lo cual cada uno se retiró a su correspondiente habitación. El siguiente día resultó claro y soleado, el ambiente era fresco y no parecía quedar rastro de la lluvia de la noche anterior, las aves trinaban, una suave brisa soplaba desde el sur, y el rocío en las flores y arboledas extendía el perfume por la villa.

- Dómina. - Sonó la voz gruesa de un hombre, como reportándose a un llamado. Sacmis miraba el camino desde la ventana con una sonrisa tranquila en su rostro, el cabello recogido en el típico peinado que usaban las patricias, con unos bucles cayendo sobre sus hombros y un flequillo acentuando su púrpurea mirada. - Todo está listo para cuando usted indique. - Completó el enorme moreno que la había acompañado el día anterior; ella volteó ligeramente, mirándolo de soslayo, con una sonrisa cómplice y giró sobre sus pies, tras lo cual comenzó a caminar fuera del salón donde el señor de la casa solía jugar partidas de ajdréz con invitados importantes. Atravesó los pasillos y se despidió de los demás en el atrio, tras lo cual caminó al patio de la villa, donde la esperaba una pequeña cuadriga para llevarla de vuelta a Roma, su siervo subió detrás de ella atajándole el sol con una sombrilla de lino y cargando nuevamente el misterioso envoltorio de tela.

Antes de que su transporte comenzara a andar, su padre la alcanzó y la detuvo, poniendo una mano sobre las riendas. - Esto es una locura Sacmis. Baja ya de ahí. - Pidió el alto y fornido hombre de cabello cano y larga barba trenzada, ataviado con una toga fina de color blanco con una banda transversal azul.

- Querido padre, en todos estos años ¿cuántas veces me has visto tomar decisiones que parecen una locura y nos han traído fortuna? ¿acaso dudas de la sabiduría de mi péndulo? - Preguntó con tono consolador, poniendo su diestra sobre el hombro de su padre, con una expresión serena y confiada.

- No hija mía, no dudo del poder del péndulo, pero que le preguntes algo y te indique el camino es una cosa totalmente distinta a que se te caiga sobre un mapa y te embarques en un viaje sin sentido. Hoy tenemos una reunión importante, ¡tú la conseguiste! No dejes escapar esta oportunidad por una simple coincidencia. -

La muchacha sonrió y con dulzura retiró la mano de su padre de las guías. - Después de todo este tiempo, sé cuando el equilibrio universal me envía un mensaje y he aprendido a no cuestionarlo, te irá bien en la reunión padre y estoy segura que te traeré una grata sorpresa al volver, te escribiré cuando llegue a Hispania, quizá traiga un gladiador nuevo, uno nunca sabe... - Tomó con firmeza las riendas y las sacudió para que los negros corceles comenzaran su andar, el modo más rápido de llegar, era por mar...