Jardines del Palacio

El sol brillaba en lo alto, iluminando por completo las praderas verdes llenas de flores que pintaban aquel paraje de color y aroma. Hectáreas de pura naturaleza, todo una obra de arte. Refugiada bajo la sombra de un árbol se encontraba una mujer. Su largo vestido se desparramaba por el suelo al igual que la punta de sus largos cabellos azabaches. Descalza contrastando su pálida piel con la oscura tierra, cubriéndose de los fuertes rayos solares. La brisa acariciaba su rostro alborotando sus cabellos, dejando a notar una melancólica mirada, clavada en el horizonte, soñando despierta con bellos tiempos de antaño.

En su mente divagaba el recuerdo de una Lucy pequeña jugando en aquel mismo jardín con su hermana mayor. Esta jugaba con la pequeña enseñándole la belleza de la flora de lo que una vez había sido la gloriosa Hispania. Jugando y riendo. Tiempos donde la joven Lucy jugaba, reía felizmente…antes de que le arrebataran todo lo que apreciaba.

Sus finos dedos se enterraban en la tierra, arrasando la hierba a su paso. Sus manos se tensaban en cólera. Aun no soportaba haber perdido a su única amiga…a su sangre. Presionaba su mandíbula con violencia de tal manera que un hilo de sangre brotó de sus labios, dibujando el contorno de su quijada y su cuello blanquecino. –Tsk… hmhmhm hahahahaha…- una leve y retorcida sonrisa surcaba sus rostro, pero irónicamente al mismo tiempo cristalinas lagrimas bajaban por sus mejillas. Con rapidez las secó y sacudiendo su cabeza para quitar las penas de su atormentada mente se puso de pie, disponiéndose a entrar al palacio que se alzaba frente a ella.

A pesar de que no tenía ni la más mínima idea de saber como regresar el ex-heredero al trono de Roma, aquel conocido como Octavius si estaba seguro de algo: podía buscar ayuda en la capital de Hispania donde se habían criado su madre y su tía, por lo menos en aquellos instantes los lazos consanguíneos con un país tan lejano resultaban útiles.

Y quizás podría aclarar una que otra cosa que le resultaba paradójica, pero su motivo principal era ese, ubicarse y de allí deducir que hacer a futuro.

-Espero que no te haya cansado el viaje…Penélope.- Dijo Octavius con voz más carrasposa de lo normal, ya restablecido pero no por eso, encontrándose mejor. Estaba agotado, más agotado de lo que jamás había estado en vida…era como si su resistencia natural se hubiera visto mermada hasta un punto en que su máximo era por lo menos la mitad de su yo de antaño. Después de la campaña fallida y diecisiete años de destierro involuntario, se había descuidado…y todos los eventos externos, ajenos al reino de los humanos tan solo había acelerado el proceso.

Se sentía viejo, viejo y cansado, con una parte de su alma deseando que todo terminara…

-No...todavía no…- Murmuró por lo bajo sin que su acompañante lo pudiera escuchar. Después de todo ese tiempo, de todas esas semanas…sentía su tórax partirse en dos y el peso en su mano izquierda aumentando más y más. Pero no dejaría que eso lo aletargara…realmente, estaba listo para morir, pero todo a su momento justo. Y ese no lo era.

-Bienvenida al palacio real de Hispania, lugar donde creció mi madre.- Presentó Octavius abriendo el camino de acceso hacia los jardines interiores del Palacio por una ruta que solo la realeza conocía. No era propio presentarse así, pero tampoco quería armar un escándalo en la entrada principal que de seguro estaba custodiada por centuriones. -Espero que no te moleste que me tome mi tiempo antes de pedir una forma de regresar a Roma pero…tengo que terminar algo antes. Hay algo que quiero asegurar…- Dijo en voz baja, recordando un cierto detalle que no había podido dejar de lado después de semanas de pesadillas continuas: Vergilius no era de su sangre, sino un reemplazo encontrado en esa misma tierra…¿y qué mejor jugar para buscar que el epicentro de todo?

Alguna pista…alguna pista habría de encontrar, costara lo que costara.

-Adelante, no te quedes atrás.- Dijo Octavius tomando de la mano a su acompañante para así dirigirla en la ruta correcta, que no era más que la ruta directa hacia la entrada lateral del palacio de Hispania.

En ese momento notó que no todo estaba bien…de hecho, el ambiente del sitio se sentía pesado, pero ajeno a las fuerzas que parecían dominar su vida durante los últimos meses. No, el aura que se notaba a diestra y siniestra era duelo. Su sexto sentido le decía que alguien había muerto hace poco.

-Ya parece cotidiano el toparme con esto…- Murmuró Octavius, volteándose a ver a Penélope a la cara quien por lo visto, había notado lo mismo. Eso, o tan solo presentía una cosa que todavía él no notaba. -¿Sucede algo?-

-Disculpen, acaso u---ah, es, ¿es usted el señor Octavius?- Dijo una voz recién llegada, perteneciente a una criada de mediana edad con sendas ojeras en su rostro y tez pálida, algo permanente en la familia de su madre si no estaba mal. -Sí, lo es.- Aseveró ella con total seguridad y tono aliviado, posando su diestra en el pecho y acercándose para hacerles una reverencia de cabeza para mostrar sus respetos. -Dudo que me recuerde, pero soy Hipólita, la mucama de vida de su madre y la ama Lucy.-

-¿Hipó...lita? Sí, creo recordar…aunque vagamente…- Mintió Octavius en el tono más asegurador que podía vociferar en ese instante, dado que con sus memorias literalmente destruidas apenas si estaba seguro de unas pocas cosas…y en esos momentos, los recuerdos de su niñez estaban llenos de mil personas y a la vez, de nadie. No podía sino falsificar aquella sonrisa y aseveración para conseguir lo que quería en esos instantes.

-Me alegra...- Respondió ella sin agregar más nada y sin mirar a Octavius al rostro. -Porque...la señora Lucy está mal, está muy mal…señor Octavius, usted…usted…¡usted debe hacer algo!- Gritó Hipólita, lanzándose sobre el ex-heredero al trono mientras su cara se distorsionaba. Por lo visto, esa era la razón del ambiente en el palacio de Hispania.

-Espera…q-que…¿qué es lo que sucede?- Preguntó el mayor con molestia, intentando zafarse del agarre de la histérica mujer pero sin éxito.

De nuevo la locura los seguía y esta vez, no los afectaba solo a ellos.

-Creo que eso ya lo deberías haber hilado, ¿no?- Respondió Octavius con una media sonrisa en rostro, llevándose la diestra a la cara para masajear su frente con ligereza. -Aunque me disculpo si no lo mencioné antes…igual, tampoco era muy necesario…o simplemente, no tuve la oportunidad.

De todas formas eso no importa…hace tiempo que renuncié a ser el Emperador…hace más de diez años, en realidad.- Dijo el mayor con cansancio y sin pretender indagar mucho en el asunto, simplemente no quería y sin recuerdos precisos, se le hacía imposible. -Ese puesto le quedó a mi hermano menor…quien por cierto, es la razón para que estemos aquí.-

-Pero el señor Vergilius no está a--- Empezó Hipólita levantando la voz por segunda vez en menos de diez minutos, logrando que Octavius irguiera su siniestra de forma cansina para pararla al instante.

-Lo se…pero es algo más…apremiante. Como sea, Penélope, Lucy es la hermana de mi madre…y es quien supongo, deberá tener una respuesta a mi pregunta…- Murmuró el mayor sin esperar una respuesta de la criada, avanzando y dirigiéndose al portón principal con la pretensión de entrar y finalmente, embargar a su tía con las preguntas que fueran necesarias…incluso si tenía que sacárselas del lecho de muerte.

-Vamos Penélope…una vez terminamos esto podremos regresar a la Capital o a donde quieras, de todas formas no tengo lugar a donde regresar…ni nadie que me espere, realmente.- Dijo el ex-heredero al trono de Roma con una convicción inigualable. Su pasado estaba destrozado, su presente era una tortura y su futuro era más incierto que la misma batalla que lo había dejado varado por diecisiete años en la horrible Germania…pero de algo estaba seguro, ya su tiempo estaba acabando, lo sentía en sus huesos y en sus oídos escuchaba la cuenta regresiva, poco a poco anunciando su final inminente: Cloc…cloc…cloc…