Pasillos del Palacio Real

Una antigua y colosal estructura se abría paso frente a la dama que se adentraba con un paso lento y melancólico, de a momentos desinteresado. La brillante luz se filtraba a través de los grandes arcos iluminando los amplios y vacíos pasillos de la descomunal arquitectura. Lo que una vez había sido un gran palacio real, no era mas que un maltrecho edificio desolado, el recuerdo para toda la nación de Hispania de un reino derrotado.


Puramente silencio. El silbido del viento rasgando las paredes, el ínfimo eco de los zapatos contra el frío suelo. Una paz tan gratificante como agobiadora. A cada paso pasaban imágenes por su mente como si fuesen momentos detenidos del pasado…que a cada paso mostraban una horrible escena.

En aquellos mismos pasillos, en lo que les restaba de color y vivacidad luego de la gran conquista. Desparramados en unos asientos estaban Lucy y su hermana mayor riendo junto a un niño pequeño como ella. Bromeando y jugando, todo era tan utópico. Pero los soldados romanos irrumpieron y junto a ellos el Emperador. La hermana de Lucy se puso de pie con preocupación y trato de hablar con el ambicioso hombre. Pero no hubo caso, el se los llevo. Le quito a la pequeña su hermana y su sobrino, dejándola sola en aquel lugar. La niña sollozaba y forcejeaba con los soldados por liberarse y alcanzar a sus seres queridos que desaparecían tras los arcos.

-¡HERMANA! ¡VERGILIUS!- la tristeza en el rostro de las dos figuras por verse obligados a marchar en dichas condiciones fue lo último que vio de ellos. Sintiéndose tan impotente y desgarrada gritó con toda sus fuerzas.

Pero volviendo a la realidad de tan tormentoso “sueño” sintió una respiración en su nuca, una presencia demasiado cercana e inconscientemente se dio la vuelta lanzando un manotazo con brusquedad. Pero pronto notaría que había mandado a volar de una bofetada a una pobre criada que venía con buenas intenciones y grandes noticias.

-L-lo siento Danae, pero te dije que nunca me tomases así por sorpresa.- dijo algo cortante intentando recuperar la compostura, al tiempo que pasaba la mano por su frente buscando calmarse.

- No se preocupe mi señora. Lamento la imprudencia.- musitó la joven criada sosteniéndose la mejilla mientras se ponía de pie. A pesar del fiero golpe sonreía con amabilidad puesto que quería a su ama y sabía que era una dama atormentada. – Es que traigo grandes noticias señorita Lucy, según dicen los rumores entre los soldados, el señor Vergilius ha vuelto victorioso a Roma. – exclamó la chica.

La cara de la pelinegra perdió su frialdad e indiferencia iluminándose por un instante ante tan maravillosa noticia. Pero esa felicidad pronto volvió a apagarse, su sobrino corría peligro. Ya era tiempo de que pusiese en marcha su venganza. Corrió a su habitación junto a su servidora para comenzar a empacar. Mas vale que Roma se preparase, porque ella iría a crear estruendo.

Una vez más corría la dama por los pasillos de aquella inmensa estructura acompañada de la joven criada. Su rostro denotaba apuro, pero por sobre todo preocupación. Volteaba su cabeza vigilando todo su alrededor, actuaba como si desease escapar. Como una fugitiva en su propio reino. Entre el silencio de los pasillos hacia eco los presurosos pasos de sus tacones golpeando el firme suelo, el jadeo de sus respiraciones y el silbido del viento. Y a su paso quedaba únicamente el silbido del viento…soledad. Aquella en la que Lucy siempre había vivido. En su mano llevaba consigo un pequeño bolso de tela, el equipaje necesario para lo que tomaría el viaje sin mencionar algo de dinero, lo poco que podía cargar.

-¡¿A donde va señora Lucy?!- una imponente voz resonó en la cercanía, haciendo que ambas jóvenes se detuviesen en seco. De la encrucijada de pasillos aparecía un soldado romano que pronto se acerco y tomo a la dama por el brazo con brusquedad para luego echar una mirada asesina a la criada.

-Vete Danae.- le dijo con serenidad a la pequeña, dándole permiso para retirarse. La joven criada algo atemorizada acató la orden y salio corriendo.

-Sabe que debe avisarnos cuando desea salir, majestad. Es por su seguridad. – murmuró con sarcasmo el romano que aun retenía a Lucy por su brazo con brutalidad.

- ¡Suéltame animal!… ni como romano tienes poder sobre mí. – musitó seria y cruel, manteniéndose firme y serena, en todo momento con la cabeza en alto, observando con una mirada filosa al guardia.

El hombre hizo una mueca de desagrado pues sabía que las palabras de la mujer eran ciertas, no tenía tanto rango por más que tuviese órdenes de vigilarla. Pero aun así el muy orgulloso no se dignaba a soltarla. – Hispania ya no es suya, y el emperador ordenó que se la vigilase siempre.- replicó con mala gana.

Entonces ella respondió también con brusquedad soltándose del agarré, en sus ojos brillaba furia y locura pero aun así mantuvo la tranquilidad y simplemente se dirigió a la salida del palacio dirigiéndole unas ultimas palabras. – Puedes mirarme marchar pues es a mi cuñado a quien voy a ver… Me voy a Roma.- y no volvió a voltearse ya que no escucho pasos siguiéndola.

El pueblo observó extrañado y un tanto preocupado como su reina se marchaba en una embarcación. Pero antes de irse, pidió se le entregase una carta a Danae. Una nota que le pedía que hiciese correr la voz de que no estaba abandonando a su pueblo, que traería de Roma una salvación. Y así emprendió viaje hacia donde le aguardaba todo una vida sin resolver. Pero de momento solo podía esperar a que el largo viaje transcurriera con rapidez.

Subiendo los escalones uno a uno con Penélope resguardando su espalda, el ex-heredero al trono de Roma continuaba su marcha en dirección a la habitación de su tía Lucy, procurando recordar el camino con los pocos fragmentos de memoria que captaba de a minutos.

Con paso seguro dio una vuelta a la derecha luego de la primera subida, pisando fuerte y avanzando en pos de unas enormes puertas dobles que eran el acceso que tanto buscaba…estaba seguro, su subconsciente se lo decía y así mismo, su dolor de cabeza perenne empeoraba conforme se acercaba.

Posando ambas manos sobre la madera pulida y pintada de negro, Octavius cerró momentáneamente los ojos para finalmente abrir y escuchar el roce del canto de madera contra el suelo de piedra, un susurro que les daba la bienvenida a la habitación de la hermana de su progenitora.

Contrariamente a lo que dictaban sus difusos recuerdos, la habitación antes iluminada y vívida se había convertido en lo que literalmente era un estercolero. El piso se encontraba bastante sucio, las cortinas de la cama imperial estaban caídas y las ventanas tapeadas con enormes tablones que solo dejaban pasar diversos rayos de luz, agregando un aire espeluznante a la ya de por sí horrible escena.

-...¿tía Lucy?- Preguntó Octavius levantando una ceja intentando discernir las formas que danzaban en medio de la oscuridad, pero careciendo de éxito. En ese momento parecía que las sombras tuvieran vida propia, negándose a quitar el manto que permanecía sobre sus cabezas.

-...-

-Eh...-

Incluso cuando pareciera abandonada había un ínfimo rastro de vida, Octavius lo percibía…le problema era que sus ojos no captaban con la misma capacidad que su sexto sentido, hasta que…

-¡TÚ!- Gritó una voz desgarradora, semejante a la de una serpiente agonizante. De un momento a otro un par de garras se asieron con los brazos de Penélope, zarandeándola y moviendo sus cabellos de ébano como si fuera un mero montón de paja carbonizada. -¿¡QuÉ...haces...TÚ AQUÍ!? ¡MONSTRUO!- La dueña de esos talones, que no era otra más que la dueña del palacio se encontraba horriblemente demacrada y a lo sumo, se podía referir a ella como cadáver viviente. No parecía viva, aún si su corazón se encontraba latiendo en esos instantes. Su rostro hundido, su piel blanca, sus cabellos como cortinas hacia al otro mundo y sus venas resaltantes a lo largo de su piel expuesta auguraba algo terrible: algo más allá de lo común le había sucedido a su tía durante todo el tiempo que hubo pasado desde su último encuentro y además, la experiencia la había trastocado hasta un punto inviolable. En su locura, había confundido a Penélope…el problema era, ¿con quién?

-No hay necesidad de ser tan bruscos.- Dijo Octavius con algo de molestia ante los ademanes de Penélope, reconociendo que si bien Lucy estaba fuera de sus cabales tampoco ganaría nada siendo tan agresiva.

Acercándose a la sombra de la mujer que hubo conocido alguna vez, el mayor la tomó por ambos brazos, izándola y dejándola en la cama polvorienta.

Esa cara demacrada, la piel delgada y marchita, junto a los cabellos en extremo crecidos no eran para nada una buena señal…de hecho, se le hacía lo mismo que ver a un cadáver recién sacado de un ataúd, pero tendría que conformarse. No había ido hasta allí para una visita social o para asegurar el estado de la mujer quien en ese momento se le hacía grotesca, sino que solo quería una frase en específico…una sola aclaración, eso era todo lo que necesitaba.

-Tía Lucy…¿me reconoces?- Preguntó Octavius en tono bajo, oyendo el último de los tablones golpear el piso con gran fuerza al tiempo que Penélope retomaba su posición en el umbral de la puerta, cruzando sus brazos y resoplando por lo bajo, casi con desesperación.

-¿Qu-quién eres?- Contestó ella con ambas manos tapeando su cara, con un solo ojo mirándolo a través de los fibrosos dedos.

-...Soy Octavius...¿acaso no me reconoces?- Dijo en un tono peligroso, uno que pareció encender una llama de conocimiento en la mente de la desdichada mujer quien con pánico se echó hacia atrás, temiendo lo peor.

-Te-te diré todo lo que quieras…pe-pero vete---por favor, vete…¡vete!- Exclamó aterrorizada chocando contra la pared, haciendo que Octavius frunciera el ceño.

-Ya que lo dices así…entonces, dime esto y me iré: ¿quién es la madre de Vergilius?-

-¿En verdad te fías de lo que te pueda decir esta mujer?-

-Sí…estoy seguro de que dirá la verdad.- Respondió Octavius con un énfasis siniestro, asegurándose de no quitarle de encima la mirada a la hermana de su progenitora, entrecerrando los ojos y esperando una respuesta satisfactoria por parte de esta. Tras unos pocos minutos de espera que pasaron volando, la fémina abrió la boca para así soltar la información que requería su sobrino.

-No me mates...- Empezó ella con terror, encogiéndose más y más para al final esconder su tez en las dos arañas que actuaban como manos para su persona. -E-ella...tu madre...ella no…-

-Ella no es el vientre de donde provino el Vergilius que conozco como mi hermano menor…lo se.- Dijo Octavius tajante, apresurando a su interlocutora para que continuara en lugar de dar rodeos innecesarios.

-...ent-entonces estás al tanto…esa memoria…esa memoria no deja de retumbar en mi cabeza…desde el instante en que volvía aquí, a mi hogar…no dejo de pensar en esa noche…

Esa noche en la que arranqué de brazos de su madre al pequeño bebé…a ese bebé que se volvería…Vergilius…

…esa voz…esa voz siniestra…esa voz que tanto ha espantado mi sueño…ella me dijo que lo hiciera. Él…Hades…él me lo dijo: “toma a tu hermano…sí, ÉL es tu hermano, debes tomarlo y dárselo al regente de Roma…con eso, se volverá el más grande Rey de la historia…”

…no se si fue verdad o solo un sueño, pero esa memoria…esa memoria se repite una y otra vez…no puedo evitarlo…¿por qué? ¿por qué me pasa esto? No quiero…no quiero…¡NO QUIERO!

Me siento usada…

Me siento sucia…

…no me siento…humana…-

Y esa fue su última palabra. El temblor del que era presa le impedía decir más nada…pero no estaba satisfecho. Octavius todavía debía forzar al menos una frase más.

-Y...¿quién era la “otra” mujer?- Preguntó Octavius tomando ambos brazos de Lucy para paralizarlos y mirarla de frente, clavando sus intensos ojos negros en los orbes demacrados de su tía y…

-T-te...te lo diré…e-ella es…-

-Ella es…- Notando como Penélope se había inclinado socarronamente, incitándola a “continuar” en medio de una obvia burla la mujer demacrada estuvo a punto de retraerse nuevamente y evadir la cuestión sin más…pero la mirada de Octavius, penetrante y refulgente así como abrasiva se lo impidió. No quería soportar todo aquello, pero un deseo indiferente a ese la reinaba por completo: no deseaba molestar al hombre que la fulminaba con sus ojos…no quería, si lo hacía estaba totalmente segura de que su cabeza estallaría en mil pedazos.

-Habla.- Le dijo el mayor entrecerrando sus ojos, dando un ultimátum silencioso.

-...- No podía más con eso…y no iba a arriesgarse a molestar más de la cuenta al hombre y por tanto, tan solo se inclinó con las manos extendidas para así susurrarle al oído la respuesta que tanto buscaba.

-...sigh.- Suspiró Octavius con algo de frustración en el rostro, alejándose de la cama para erguirse y caminar en pos de la salida, deteniéndose en el umbral en un gesto que decía “te estoy esperando” dirigido única y exclusivamente a Penélope.

Ya había terminado allí y de acuerdo a la información de Lucy, solo quedaba un lugar más que visitar antes de finalmente regresar a Roma. De allí en adelante, lo que quedaba era realmente incierto, pero carente de importancia a final de cuentas. Octavius lo sabía, en esa ciudad no quedaba nadie…no era cuestión de saberlo, lo sentía; desde el instante en que su mente se hubo destrozado en más de una forma, su percepción de alguna forma se vio magnificada. No sabía como ni por que, pero estaba totalmente seguro de que la única persona que le importaba de toda esa ciudad estaba lejos, fuera de su alcance y como tampoco tenía el tiempo como para darse a su búsqueda…simplemente se había rendido. Tan solo dejaría que el tiempo siguiera su curso natural.

-Vayámonos, ya no tenemos nada que hacer aquí.- Finalizó Octavius retomando la caminata por los pasillos, dirección a la salida del palacio y tomando la ruta más directa al lugar señalado por su tía.