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Esperando fuera del coliseo
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Esperando fuera del coliseo
La más hermosa de las princesas que Roma había podido tener estaba en las afueras del coliseo sentada en un banco mirando hacia el atardecer. Rogaba por Zeus que el sol que tanto la fastidiaba se ocultara pronto para que pudiera ver la luna en su más bella expresión y así entrenerse hasta que su hermano Virgilius saliera de ese aburrido lugar. Estaba más que segura que el no iba durar mucho tiempo en ese sitio, lo sabía bien porque lo escuchaba desde pequeño diciendo que se aburría en eventos como esos; sin embargo dado el caso de que ella no pasaba el tiempo suficiente con su hermano no podría estar cien por ciento segura.
-Vergilius porqué no sales de ahí- se quejó la hermosa joven mirando sus hermosos cabellos negros con cierta fascinación, es que no había nada que hacer, ella era una narcisista por convicción más que nada.
Como el sitio en el que estaba no era permitido para todo el mundo Lydia no tuvo ni un problema con nadie al estar ahí sentada, se sentía muy bien estando sola pensando si podría o no llevar a cabo su plan. Como era un plan elaborado así no más de la nada, ella presumía que este podría no salir de la manera más maravillosa, sin embargo no iba a rendirse tenía que ver, tenía que probar si había una forma de deshacerse de esa abispa de un sólo golpe o no.
-Espero que Solomon esté más divertido que yo en este lugar- dijo la hermosa mujer mientras suspiraba y miraba con indiferencia el piso de piedra pintado de naranja por la luz del ocaso.
-Vergilius porqué no sales de ahí- se quejó la hermosa joven mirando sus hermosos cabellos negros con cierta fascinación, es que no había nada que hacer, ella era una narcisista por convicción más que nada.
Como el sitio en el que estaba no era permitido para todo el mundo Lydia no tuvo ni un problema con nadie al estar ahí sentada, se sentía muy bien estando sola pensando si podría o no llevar a cabo su plan. Como era un plan elaborado así no más de la nada, ella presumía que este podría no salir de la manera más maravillosa, sin embargo no iba a rendirse tenía que ver, tenía que probar si había una forma de deshacerse de esa abispa de un sólo golpe o no.
-Espero que Solomon esté más divertido que yo en este lugar- dijo la hermosa mujer mientras suspiraba y miraba con indiferencia el piso de piedra pintado de naranja por la luz del ocaso.
Lydia- Dios/a
- Reino : Olimpo
Templo de Afrodita
Ataques :
AD - Flama de Lujuria (4400)
AD - Ovillo de Espinas Rojas (4500)
AM - Canto de la Lamia (4900)
AM - Renacer de la titania (5000)
AF - Jardín de Rosas Negras (*6200)
AF - Penitencia (5700)
AFa - Encanto de lo oscuro (6600)
AFa - Esencia de feromona (6700)
Defensa :
Laberinto de Lujuria
DE - Danza de los cinco tokens
Cantidad de envíos : 404
Re: Esperando fuera del coliseo
Luego de presentarse ante todos, Vergilius había optado por salir de ese lugar antes que lo requirieran para otra encomienda o trabajo. No le importaba en absoluto el espectáculo posterior, tan sólo deseaba llegar a casa y darse un baño, dormir…
Fue ahí cuando su vista se detuvo en una silueta muy particular, y por lo demás, literalmente familiar. Con todo lo que había pasado, se había olvidado que no sólo Octavius era su hermano. A pesar de no tener mucha comunicación con ella, seguía considerándola como su hermana menor. Y por ende, supuso que lo correcto era ir a saludarla, así se sintiese cansado de todo. Le prometió a su madre cuidar de la única persona que le quedaba, y no iba a romper su promesa, menos si ahora tenía la intención de pasar un poco de tiempo en Roma. Eso, a menos que los senadores o Diva le tuviesen preparado algo diferente. Pero mientras no lo supiera, intentaría retomar su lugar en la ciudad. No era que quisiera poder, sino más bien, volver a sentir la sensación de que podría dormir en paz, al menos, por una noche.
Lydia…pensé que estarías en el palacio.
- Comentó indiferente, cargando su casco en el brazo, mientras se paraba frente a donde se encontraba la muchacha.
Fue ahí cuando su vista se detuvo en una silueta muy particular, y por lo demás, literalmente familiar. Con todo lo que había pasado, se había olvidado que no sólo Octavius era su hermano. A pesar de no tener mucha comunicación con ella, seguía considerándola como su hermana menor. Y por ende, supuso que lo correcto era ir a saludarla, así se sintiese cansado de todo. Le prometió a su madre cuidar de la única persona que le quedaba, y no iba a romper su promesa, menos si ahora tenía la intención de pasar un poco de tiempo en Roma. Eso, a menos que los senadores o Diva le tuviesen preparado algo diferente. Pero mientras no lo supiera, intentaría retomar su lugar en la ciudad. No era que quisiera poder, sino más bien, volver a sentir la sensación de que podría dormir en paz, al menos, por una noche.
Lydia…pensé que estarías en el palacio.
- Comentó indiferente, cargando su casco en el brazo, mientras se paraba frente a donde se encontraba la muchacha.
Vergilius- Dios/a
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD- Levantamiento de los Muertos (4750)
AM- Naturalezas Opuestas (5250)
AF- Putrefacción (5950)
AF- Canto del Demonio Satanás (6050)
Defensa :
Oscuridad Eterna
Cantidad de envíos : 278
Re: Esperando fuera del coliseo
Lydia escuchó los pasos de alguien dirigirse a ella, como siempre era su costumbre se volteó bruscamente para ver de quien se trataba, cuando vio que era su hermano regresó a su posición normal y esperó que el se pusiera frente a ella. No había nada que llamara su atención en el; era como lo recordaba un joven bien parecido con un aire un tanto reservado y muy indiferente, sin embargo ella sabía que podía confiar plenamente en el sobre cualquier asunto.
Ante las palabras del joven que decían era su hermano la hermosa princesa solo atinó a sonreir para luego mirar hacia el cielo contemplando la luna, mientras hacía eso sus labios se abrieron para decir:
-No... no fui allá tampoco puesto que yo...- levantó su dedo índice y apuntó a la luna para continuar- Estaba esperando que ella viniera.
Las palabras de la joven salieron como si no fueran propias de ella, como si estuviera en un trance, sin embargo cuando la mujer bajó la vista para observar a su hermano y postrarse a sus pies para luego decirle:
-Dichosos son los ojos que te ven hermano mío y me alegra que vinieras porque tengo que contarte la más grande aflicción que me agobia- dijo la hermosa joven en un tono bastante lastimero, y esta vez había algo diferente en esta situación. Ella estaba diciendo la verdad, algo la agobiaba de sobremanera, y era el hecho de que su nación cayera en la desgracia por cierto mal elemento que estaba gobernando ahí, y no era exactamente su padre, pero si había algo que ella tenía en constancia era el hecho de que su hermano era un hombre muy correcto. Demasiado diría ella para su gusto, no iba a decirle de buenas a primeras acusaciones contra Diva, esa no era la manera; la manera más linda y más elegante era que el viera con sus ojos las cosas si ella ponía el gusano dentro de la cabeza de Virgilius, cosa que no era nada fácil.
Mientras ella seguía postrada a los pies de su hermano estaba rogando dentro de ella a Artemisa la diosa de la luna que por favor le diera la sabiduría para poder tratar con un hombre que además de ser su hermano era el mejor soldado de toda Roma, y como tal su sentido de justicia y de hacer lo correcto era totalmente rígido y muy difícil de cambiar.
Lydia- Dios/a
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Laberinto de Lujuria
DE - Danza de los cinco tokens
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Re: Esperando fuera del coliseo
Vergilius contempló el rostro de su hermana por varios segundos sin decir nada. Había cambiado mucho desde que le toco marcharse a tierras bárbaras, hace ya varios años atrás. Siempre había sido una niña ordenada, recatada y muy fina por lo demás, siendo la más clara representación de la realeza aristócrata de Roma. Tenía todo lo que una mujer pudiese desear. Belleza, talento, prestigio, riquezas, reconocimiento y en cierta forma, poder. Porque si, como la hija menor del emperador, contaba con ciertos tratos especiales y capacidad de mando entre los puestos de nobleza. Eso, sin mencionar que se le cuidaba como uno de los mayores tesoros que pudiese poseer Roma.
Qué es lo que te agobia? Alguien te ha hecho algo?.
-Preguntó sin cambiar la expresión neutral de su rostro, pero si con un tono minúsculamente más preocupado.
A pesar de que no fueran muy cercanos, seguía adorando a Lydia por el simple motivo de ser su hermana. Por lo mismo, y por su promesa, no podía permitir que le pasara nada, ni mucho menos que alguien se atreviese a ponerle un solo dedo encima. Era cuestión de fraternidad, de cuidar a los suyos tanto como lo hacía con Roma.
Se acercó hasta ella hasta quedar a pocos centímetros, mientras que dejaba el casco en el suelo y respiraba tranquilo, pestañeando, a la espera de una respuesta que se le hacía algo eterna. Las palabras de Lydia le hicieron recordar que debía ponerse al tanto de toda la situación en Roma, poniendo especial énfasis en su propio hogar. No quería llegar a pensar que alguien pudo haber abusado de ella, estarla chantajeando o algún otro tipo de atrocidad. Prefería ver salir de los propios labios de su hermana el motivo de su dolor.
Lydia… respóndeme…ahora.
- Pronunció ligeramente más irritado. Vergilius no solía precipitarse con facilidad, ni mucho menos. Pero dadas las circunstancias del asunto, y que su día había sido un carrusel de emociones y sensaciones que le habían calado en lo más profundo; era lógico el poder presenciar que el cansancio hiciera efecto en su persona, y por ende, se pudiera ver a un hombre un tanto más impaciente que de costumbre.
Pero aún así, no dejaba de ser tan sólo algo muy diminuto y sin importancia. El temple del hermano de Octavius y Lydia era bastante fuerte y determinado, como para que se rompiera ante la primera sospecha de algo malo. Pero naturalmente, Lydia no era cualquier persona y por ello, si se le observaba con mucho detenimiento, podía ser que tal vez se lograra contemplar a un general un tanto más humano y preocupado por su hermana. Aunque para ello, se debía tener pleno conocimiento de la personalidad de Vergilius.
Qué es lo que te agobia? Alguien te ha hecho algo?.
-Preguntó sin cambiar la expresión neutral de su rostro, pero si con un tono minúsculamente más preocupado.
A pesar de que no fueran muy cercanos, seguía adorando a Lydia por el simple motivo de ser su hermana. Por lo mismo, y por su promesa, no podía permitir que le pasara nada, ni mucho menos que alguien se atreviese a ponerle un solo dedo encima. Era cuestión de fraternidad, de cuidar a los suyos tanto como lo hacía con Roma.
Se acercó hasta ella hasta quedar a pocos centímetros, mientras que dejaba el casco en el suelo y respiraba tranquilo, pestañeando, a la espera de una respuesta que se le hacía algo eterna. Las palabras de Lydia le hicieron recordar que debía ponerse al tanto de toda la situación en Roma, poniendo especial énfasis en su propio hogar. No quería llegar a pensar que alguien pudo haber abusado de ella, estarla chantajeando o algún otro tipo de atrocidad. Prefería ver salir de los propios labios de su hermana el motivo de su dolor.
Lydia… respóndeme…ahora.
- Pronunció ligeramente más irritado. Vergilius no solía precipitarse con facilidad, ni mucho menos. Pero dadas las circunstancias del asunto, y que su día había sido un carrusel de emociones y sensaciones que le habían calado en lo más profundo; era lógico el poder presenciar que el cansancio hiciera efecto en su persona, y por ende, se pudiera ver a un hombre un tanto más impaciente que de costumbre.
Pero aún así, no dejaba de ser tan sólo algo muy diminuto y sin importancia. El temple del hermano de Octavius y Lydia era bastante fuerte y determinado, como para que se rompiera ante la primera sospecha de algo malo. Pero naturalmente, Lydia no era cualquier persona y por ello, si se le observaba con mucho detenimiento, podía ser que tal vez se lograra contemplar a un general un tanto más humano y preocupado por su hermana. Aunque para ello, se debía tener pleno conocimiento de la personalidad de Vergilius.
Vergilius- Dios/a
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Oscuridad Eterna
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Re: Esperando fuera del coliseo
Lydia escuchó la voz de su hermano, estaba realmente irritado y eso causaba algo de miedo en la princesa, puesto que ella no conocía bien a su hermano y no sabía como el iría a reaccionar cuando ella le dijera el asunto que la estaba agobiando tanto. Por unos segundos levantó sus ojos y observó a Virgilius. Como era de esperarse era un hombre con un semblante tranquilo y en sus ojos reflejaba frialdad y mesura, jamás podrían acuarlo de algo turbio, puesto que su proceder jamás había tenido nada que ocultar.
Viendo que si no hablaba su hermano iba a enojarse considerablemente, la hermosa joven decidió ponerse de pie y luego de mirar a la luna se sentó dejando que la luz de la misma la alumbrara y le diera ese toque de belleza que sólo tendrían los dioses; después de este momento de narcisismo en el que ella pudo pensar lo que iba a decir, la princesa movió sus labios dejando que su voz inundara el lugar.
-Lo que me agobia querido hermano, es que pienso que Diva mató a mi madre, y no sabes cuanto me atormenta el hecho de querer incluso desaparecerla por esta sosprecha mía en la que no puedo ponerme a trabajar porque no tengo pruebas- Lydia suspiró y miró al piso. El silencio que estaba formándose en ese lugar era relamente asfixiante, y como sabiendo que no tenía mucho tiempo para ponerse a perderlo la mente de la joven empezó a trabajar mucho más rápido, y continuó con su argumento.
-Lo que te digo es... Que no confío en mi juicio, pero en el tuyo sí, pues has demostrado ser muy recto. Los que estén al mando de esta nación deben ser justos, equitativos, compasivos y estrictos en cumplir las reglas, pero capaces de aceptar sus errores. Obviamente para mi parecer Diva no es eso y pienso sólo dos cosas de ella. La primera que es una asesina, y la segunda que es un mal elmento para Roma por su forma de ser.
Lydia guardó silencio y luego de pensar que había hablado de más decidió aclarar una última cosa:
-Hermano... Lo que te pido es que no hagas sordos tus oídos a mi voz y más bien dime si puedes tu con tu recto juicio determinar si esto que te digo es o no verdad. Si no es así yo misma me iré de ROma hasta que esta preocupación desaparezca y pueda estar como antes en este lugar.- Lydia guardó silencio y miró el casco de su hermano, realmente era un hombre poderoso y como líder el sabía mucho de lo que ella estaba hablando, por lo tanto sabía que no se estaba equivocando de persona al hablar con el de ese asunto tan importante que requería el análisis de alguien más a parte de ella.
Lydia- Dios/a
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Re: Esperando fuera del coliseo
Vergilius escuchó con tranquilidad las palabras de Lydia sin emitir alguna expresión o comentario aparente. Le relajaba el ver que no había pasado nada malo, y que en el fondo ella se encontrase bien. Pero por otro lado, planteaba en el joven la duda de cómo habría sido Diva con su hermana en su ausencia. Conocía de antemano que no eran precisamente cercanas, mas no se hubiese podido imaginar que aquella mujer le hubiera hecho daño. Su padre no lo soportaría, y por ende no sería algo conveniente para la extranjera. O al menos, eso quería creer.
Se mantuvo en silencio por largos minutos, en los cuáles sólo cerró sus ojos y dejo pasar el tiempo. No quería decirle algo que pudiera herirla, ni mucho menos. Después de todo, se trataba de su propia sangre y como ya bien sabia, debía cuidar de ella a pesar de las circunstancias. Por lo mismo, no podía permitir que ella se pusiera en riesgo intentando confrontar a Diva. Vergilius sólo sabía lo necesario de aquella mujer que nunca pudo ver como pariente, pero que rápidamente acepto como su superior y parte vital de un imperio, por lo cuál se sometió a sus órdenes sin quejas ni prejuicios. Si su padre la consideraba, él no era quien para discutirlo. Por ello, aún si dudara o no de la mujer egipcia, no podía confrontarla sin las pruebas necesarias. Ni tampoco podía permitir que nadie se atreviera a tocar a la mujer más poderosa de toda Roma. No lo hacía porque le cayera bien, o mal; sino porque era lo correcto y le debía total lealtad. Su posición como general y también como Romano, estaban por sobre los pensamientos propios y desmesurados.
Fue en eso que se acercó y puso una de sus manos en el cabello de Lydia, acariciándolo levemente mientras respiraba tranquilo. En cierta forma, podía entenderla, puesto que él también había sufrido una enormidad gracias a la muerte de su madre. Jamás hubiese querido que las cosas pasaran como ocurrieron, pero ya no tenía caso seguirse lamentando por eventos de hace muchos años. O al menos, no quería que ella se atormentara más de lo que parecía. Por alguna extraña razón, sí le creía que estaba dolida, puesto que era entendible al ser ella la hija menor .Ver en Diva una mujer extraña era lo más normal del mundo, sobretodo por el poder de influencias que tenía en su padre y que, a final de cuentas, estaba usando el lugar que alguna vez perteneció a su propia madre.
Después de eso se agachó y bajo el rostro, dejando su casco en el suelo y posando ambas manos en el piso, mientras que dejaba su mirada en el frío terreno romano.
Lamento haberte dejado sola y que por ende, crecieras sola en un mundo extraño, Lydia. No he cumplido de buena forma mi deber como tu hermano mayor, te he defraudado a ti, y a nuestra madre que en paz descanse.
-Pronunció con un claro tono de arrepentimiento, el cuál era la más clara muestra de que no le hacía gracia haber estado lejos cuando ella quizás lo hubiese necesitado.
Te pido perdón, hermana. No debes preocuparte de Diva, ni de los senadores, puesto que no pienso permitir que nadie te haga daño, se lo juré a la mujer que nos dio a luz hace tantos años. – Continuó de la misma forma, a la vez que levantaba la vista para observarla directamente a los ojos.
No se puede hacer nada contra Diva, ni siquiera yo puedo, sería traición a la patria y a nuestro padre. Desconozco si tus sospechas son ciertas o falsas, pero sin pruebas no puedo hacer nada. – Declaró algo más serio, poniéndose de pie una vez más.
Y me temo que tú tampoco, ni nadie. Ella es la emperatriz y debo prohibirte que intentes algo en su contra, de lo contrario estaré obligado a actuar como general de las fuerzas militares romanas. – Ahora decía, con una voz un tanto más indiferente, sin apartar su mirada de sus ojos.
Tan sólo te pido que guardes calma, puesto que ella tampoco puede hacerte nada. No si no tiene motivos, por lo cuál tu protección estará asegurada bajo mis propias manos. Confía en mí, soy tu hermano mayor y siempre que me necesites voy a estar para ti, es el deber de un hermano… - Pronunció un tanto melancólico, recordando que a Octavius le había dicho algo muy parecido, dando cuenta del profundo amor que sentía Vergilius por sus dos hermanos.
Después de eso guardó silencio, dándole a entender que no debía preocuparse de nada, puesto que su seguridad estaba garantizada. Por lo cuál, sólo atinó a acariciarle levemente la mejilla derecha al mismo tiempo que ladeaba su rostro hacía el cielo.
Se mantuvo en silencio por largos minutos, en los cuáles sólo cerró sus ojos y dejo pasar el tiempo. No quería decirle algo que pudiera herirla, ni mucho menos. Después de todo, se trataba de su propia sangre y como ya bien sabia, debía cuidar de ella a pesar de las circunstancias. Por lo mismo, no podía permitir que ella se pusiera en riesgo intentando confrontar a Diva. Vergilius sólo sabía lo necesario de aquella mujer que nunca pudo ver como pariente, pero que rápidamente acepto como su superior y parte vital de un imperio, por lo cuál se sometió a sus órdenes sin quejas ni prejuicios. Si su padre la consideraba, él no era quien para discutirlo. Por ello, aún si dudara o no de la mujer egipcia, no podía confrontarla sin las pruebas necesarias. Ni tampoco podía permitir que nadie se atreviera a tocar a la mujer más poderosa de toda Roma. No lo hacía porque le cayera bien, o mal; sino porque era lo correcto y le debía total lealtad. Su posición como general y también como Romano, estaban por sobre los pensamientos propios y desmesurados.
Fue en eso que se acercó y puso una de sus manos en el cabello de Lydia, acariciándolo levemente mientras respiraba tranquilo. En cierta forma, podía entenderla, puesto que él también había sufrido una enormidad gracias a la muerte de su madre. Jamás hubiese querido que las cosas pasaran como ocurrieron, pero ya no tenía caso seguirse lamentando por eventos de hace muchos años. O al menos, no quería que ella se atormentara más de lo que parecía. Por alguna extraña razón, sí le creía que estaba dolida, puesto que era entendible al ser ella la hija menor .Ver en Diva una mujer extraña era lo más normal del mundo, sobretodo por el poder de influencias que tenía en su padre y que, a final de cuentas, estaba usando el lugar que alguna vez perteneció a su propia madre.
Después de eso se agachó y bajo el rostro, dejando su casco en el suelo y posando ambas manos en el piso, mientras que dejaba su mirada en el frío terreno romano.
Lamento haberte dejado sola y que por ende, crecieras sola en un mundo extraño, Lydia. No he cumplido de buena forma mi deber como tu hermano mayor, te he defraudado a ti, y a nuestra madre que en paz descanse.
-Pronunció con un claro tono de arrepentimiento, el cuál era la más clara muestra de que no le hacía gracia haber estado lejos cuando ella quizás lo hubiese necesitado.
Te pido perdón, hermana. No debes preocuparte de Diva, ni de los senadores, puesto que no pienso permitir que nadie te haga daño, se lo juré a la mujer que nos dio a luz hace tantos años. – Continuó de la misma forma, a la vez que levantaba la vista para observarla directamente a los ojos.
No se puede hacer nada contra Diva, ni siquiera yo puedo, sería traición a la patria y a nuestro padre. Desconozco si tus sospechas son ciertas o falsas, pero sin pruebas no puedo hacer nada. – Declaró algo más serio, poniéndose de pie una vez más.
Y me temo que tú tampoco, ni nadie. Ella es la emperatriz y debo prohibirte que intentes algo en su contra, de lo contrario estaré obligado a actuar como general de las fuerzas militares romanas. – Ahora decía, con una voz un tanto más indiferente, sin apartar su mirada de sus ojos.
Tan sólo te pido que guardes calma, puesto que ella tampoco puede hacerte nada. No si no tiene motivos, por lo cuál tu protección estará asegurada bajo mis propias manos. Confía en mí, soy tu hermano mayor y siempre que me necesites voy a estar para ti, es el deber de un hermano… - Pronunció un tanto melancólico, recordando que a Octavius le había dicho algo muy parecido, dando cuenta del profundo amor que sentía Vergilius por sus dos hermanos.
Después de eso guardó silencio, dándole a entender que no debía preocuparse de nada, puesto que su seguridad estaba garantizada. Por lo cuál, sólo atinó a acariciarle levemente la mejilla derecha al mismo tiempo que ladeaba su rostro hacía el cielo.
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Re: Esperando fuera del coliseo
Sophia le había dado la espalda al alboroto que en ese momento se dejaba sentir dentro del Coliseo. No podía creer que se había levantado y dejado a Fye solo, ya que ahora caminaba entre extraños un tanto atemorizada por las miradas que había sobre ella… como si fuera un simple conejo entre lobos. Trató de caminar lo más rápido posible entre los pasillos goteantes de piedra para salir de una buena vez de ahí, sintiendo a su espalda el choque del metal de las armas que estaban usando los gladiadores y la forma descabellada en que el pueblo romano aplaudía y alababa a los hombres que en ese momento estaban luchando unos contra los otros sólo por la diversión de entretener a una muchedumbre.
El circo del pueblo y la gente ignorante. Eso para ella era el Coliseo. Sinceramente la divertían más las carreras de cuadrigas… pero que se usara nuevamente aquellas tierras para espectáculos de esa forma le revolvía el estomago y extrañamente… la hería. Le dolía ver a hombres luchando por algún motivo… a pesar de ella misma ser hábil con la espada, no era por elección propia, sino… porque era una necesidad en esos tiempos. Pero pensar en sangre, guerras, sufrimiento y dolor, ya fueran Romanos o enemigos… le traía una profunda pena que desgarraba su alma, por ello prefería mantenerse alejada de todo ello, en especial del Coliseo.
Finalmente vio luz al final del túnel y salió. La entrada estaba algo vacía pero aun con tráfico de personas que salían y entraban. Más de alguno la empujó mientras pasaba, en ese lugar a nadie le importaba el rango que portaba ella, todos eran iguales en las gradas del Coliseo y por ende, no se le respetaba como nobleza. Pero eso a ella no le molestaba, tan sólo le atemorizaba estar sola. Movió su mano sobre su frente para evitar que le llegara el sol en el rostro, buscando por la calle el carruaje en donde había llegado al Coliseo, cuando de pronto vio un soldado Romano junto a su prima Lydia.
Le extrañó que Lydia estuviese sentada en el suelo de esa forma… era bastante indecoroso de parte de una dama Romana como ella verla sentada así en público, sobre todo con compañía masculina y sin ser escoltada por otro presente que siempre estuviese de testigo de su honra. Más cuando se acercó buscando el carruaje, y el joven que le daba la espalda ladeo su rostro mirando el cielo, se dio cuenta que el legionario era nada mas y nada menos que Vergilius.
Sonrió gratamente al verlo ahí, sintiéndose de inmediato muy muy nerviosa sin saber si debía acercarse o no. Después de todo, su hermana tampoco lo había visto en tres años y no quería ser mal educada interrumpiendo el reencuentro de ambos. Seguramente tenían mucho de que hablar y muchas cosas de las cuales ponerse al corriente… por lo mismo, Sophia debatió en su mente si era apropiado acercarse a ellos. Más su propia pasión por él ganó, no podía simplemente pasar sin verlo directamente a los ojos y decirle lo mucho que lo había extrañado. Hubiese sido realmente una tortura para ella pensar que había podido estar cerca de él sin saludarlo y desearle lo mejor como siempre… además que a Lydia no la veía hacía algún tiempo y siempre le gustaba saludarla también.
Caminó con timidez en dirección a ambos, sintiendo como sonrojaba un poco por el nerviosismo. Su estomago se derretía y sus brazos los sentía tensos… más ahí estaba, respiró profundo e intentó que su voz no se quebrara ni se viera ridícula. Y ahí, a algunos pasos de ambos se detuvo… no podía correr hacia Vergilius y abrazarlo y decirle todas esas cosas que se había guardado por años sin saber que sucedía dentro de su corazón primero. Sería incómodo para ambos si de pronto lo abrazara y le dijera lo mucho que lo había extrañado y el sólo le diera las gracias y la abandonara. Por lo mismo, frente a ambos e intentado mantener su dignidad en todo momento, tal como una dama Romana debía hacerlo, hizo una pequeña reverencia con su cabeza en señal de respeto, sonriendo siempre por el nerviosismo. Y feu justo entonces que no supo que más decir. La verdad, había vivido ese momento miles de veces en su cabeza, el reencuentro con él, el tan anhelado reencuentro con su primo para decirle lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo había extrañado y que de ese día en adelante no quería volver a separarse nunca más de él. Más, ahora que estaba frente a é... no sabía realmente que decir. Era como si el aire de sus pulmones se hubiese desvanecido y aun abriendo su boca nada saliera de ésta.
Estiró sus manos rapidamente para salvar rostro, ya que quedarse ahi aquellos segundos sin decir nada había parecido na eternidad...ofreciéndole las rosas sin dejar de mirarlo, sin dejar de sentirse intimidada por sus ojos. Aun nada salía de ella. Era como si se le hubiese borrado el lenguaje de su mente. Hasta que finalmente lo único que pudo decir casi en un murmullo con su voz totalmente timida y nerviosa fue:
- Bienvenido a Roma… Vergilius.
El circo del pueblo y la gente ignorante. Eso para ella era el Coliseo. Sinceramente la divertían más las carreras de cuadrigas… pero que se usara nuevamente aquellas tierras para espectáculos de esa forma le revolvía el estomago y extrañamente… la hería. Le dolía ver a hombres luchando por algún motivo… a pesar de ella misma ser hábil con la espada, no era por elección propia, sino… porque era una necesidad en esos tiempos. Pero pensar en sangre, guerras, sufrimiento y dolor, ya fueran Romanos o enemigos… le traía una profunda pena que desgarraba su alma, por ello prefería mantenerse alejada de todo ello, en especial del Coliseo.
Finalmente vio luz al final del túnel y salió. La entrada estaba algo vacía pero aun con tráfico de personas que salían y entraban. Más de alguno la empujó mientras pasaba, en ese lugar a nadie le importaba el rango que portaba ella, todos eran iguales en las gradas del Coliseo y por ende, no se le respetaba como nobleza. Pero eso a ella no le molestaba, tan sólo le atemorizaba estar sola. Movió su mano sobre su frente para evitar que le llegara el sol en el rostro, buscando por la calle el carruaje en donde había llegado al Coliseo, cuando de pronto vio un soldado Romano junto a su prima Lydia.
Le extrañó que Lydia estuviese sentada en el suelo de esa forma… era bastante indecoroso de parte de una dama Romana como ella verla sentada así en público, sobre todo con compañía masculina y sin ser escoltada por otro presente que siempre estuviese de testigo de su honra. Más cuando se acercó buscando el carruaje, y el joven que le daba la espalda ladeo su rostro mirando el cielo, se dio cuenta que el legionario era nada mas y nada menos que Vergilius.
Sonrió gratamente al verlo ahí, sintiéndose de inmediato muy muy nerviosa sin saber si debía acercarse o no. Después de todo, su hermana tampoco lo había visto en tres años y no quería ser mal educada interrumpiendo el reencuentro de ambos. Seguramente tenían mucho de que hablar y muchas cosas de las cuales ponerse al corriente… por lo mismo, Sophia debatió en su mente si era apropiado acercarse a ellos. Más su propia pasión por él ganó, no podía simplemente pasar sin verlo directamente a los ojos y decirle lo mucho que lo había extrañado. Hubiese sido realmente una tortura para ella pensar que había podido estar cerca de él sin saludarlo y desearle lo mejor como siempre… además que a Lydia no la veía hacía algún tiempo y siempre le gustaba saludarla también.
Caminó con timidez en dirección a ambos, sintiendo como sonrojaba un poco por el nerviosismo. Su estomago se derretía y sus brazos los sentía tensos… más ahí estaba, respiró profundo e intentó que su voz no se quebrara ni se viera ridícula. Y ahí, a algunos pasos de ambos se detuvo… no podía correr hacia Vergilius y abrazarlo y decirle todas esas cosas que se había guardado por años sin saber que sucedía dentro de su corazón primero. Sería incómodo para ambos si de pronto lo abrazara y le dijera lo mucho que lo había extrañado y el sólo le diera las gracias y la abandonara. Por lo mismo, frente a ambos e intentado mantener su dignidad en todo momento, tal como una dama Romana debía hacerlo, hizo una pequeña reverencia con su cabeza en señal de respeto, sonriendo siempre por el nerviosismo. Y feu justo entonces que no supo que más decir. La verdad, había vivido ese momento miles de veces en su cabeza, el reencuentro con él, el tan anhelado reencuentro con su primo para decirle lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo había extrañado y que de ese día en adelante no quería volver a separarse nunca más de él. Más, ahora que estaba frente a é... no sabía realmente que decir. Era como si el aire de sus pulmones se hubiese desvanecido y aun abriendo su boca nada saliera de ésta.
Estiró sus manos rapidamente para salvar rostro, ya que quedarse ahi aquellos segundos sin decir nada había parecido na eternidad...ofreciéndole las rosas sin dejar de mirarlo, sin dejar de sentirse intimidada por sus ojos. Aun nada salía de ella. Era como si se le hubiese borrado el lenguaje de su mente. Hasta que finalmente lo único que pudo decir casi en un murmullo con su voz totalmente timida y nerviosa fue:
- Bienvenido a Roma… Vergilius.
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Re: Esperando fuera del coliseo
Lydia observó cada una de las acciones de su hermano, ciertamente era una pena que ella no hubiera estado a su lado cuando necesitaba del cariño de un hermano, razón por la cual estaba tan ligada al cariño de sus primos, pero siempre en el fondo ella sabía que estaba necesitando el cariño de los seres de su familia; justo muriéndose su madre ella llega esa mujer de la nada a quitarle el cariño de su padre. Realmente la despreciaba, sin embargo al parecer las cosas no salieron tan bien, puesto que su hermano no parecía estar interesado en tratar de averiguar si lo que ella estaba diciendo era o no cierto, cosa que haría que las cosas fueran ahora más complicadas.
Por unos segundos la joven cerró los ojos para sentir el calor de la mano de su hermano mayor en sus cabellos se sentía muy bien, pero debía admitir que estaba molesta porque al parecer el no estaba de acuerdo con lo que decía. Era de esperar pues que su hermano no estuviera de acuerdo, fue educado para basarse en pruebas, y si al final una mentira no se podía desmantelar por la falta de pruebas, el también terminaba siendo partícipe de una mentira; era lo mismo con Diva. Si el por la ausencia de pruebas no tomaba medidas contra ella, y de paso le prohibía que le hicieria algo a a al asesina de su madre, estaba siendo cómplice de su muerte y la estaba obligando a ella a serlo también, pero como lo había dicho, estaba a disposición de lo que decía Virgiluis, así que si el decía que no podía hacerle daño a la emperatriz, ella simplemente no lo iba a hacer.
Luego de unos segundos Lydia dejó de pensar eso, pues cuando su ira empezó a emerger por lo que decía su hermano, y cuando el terminó de darle la prohibición de que ella su pusiera en contra de Diva su voz salió como una explosión atómica. No gritó, puesto que no deseaba llamar la atención pero en su blanco rostro sí apareció el tono rojo de la ira manifiesta en ella.
-No... No haré nada a la emperatriz, si esa es tu preocupación- dijo la hermosa joven mientras se ponía de pie muy enojada, estaba hiriviendo por dentro y no podía creer que estuveira protegiendo a Diva si era una extraña a la familia, tenía deseos de gritarle en la cara que era un inútil, pero se contuvo y solo atinó a sacar la mano de Virgilius de su mejilla y ya estando bastante enojada dijo lo que su cascada de ideas le ordenó decir:
-Si tanto te preocupa no le haré nada a la emperatriz, pero no me digas que basta con que tu estés para que las cosas funcionen, con lo que me dices no vas a protegerme un carajo, y como veo que no tengo opción mejor me iré de este lugar- Lydia respiró agitadamente y luego de mirar a su hermano con furia dijo - Como lo dije estaré bajo lo que tu me has dicho, no le haré nada según tu juicio, pero eso sí, será lo último que te obederé. Me estás amenazando por esa mujer, entonces yo misma me doy cuenta que pierdo mi lugar en este remedo de familia que tengo- La hija del emperador dio media vuelta y empezó a caminar con rapidez, pero antes de desaparecer del lugar le se dio media vuelta y dijo a su hermano con un tonto bastante envenenado algo que talvez ella no hubiera querido decirle porque en el fondo lo quería, pero por primera vez en la vida estaba teniendo la típica pelea entre hermanos, y como siempre era la hermana menor quien no estaga de acuerdo con lo que decía su reservado pero protector hermano Virgilius.
-Recuérdame bien el día de hoy, porque a partir de esta noche y lo que resta del día me iré para siempre de este lugar, para que así puedas proteger a tu queria emperatriz- Una vez dicho esto la hermosa joven se percató de la presencia de su querida prima, y al fin cayó en la cuenta de lo que había sucedido, no determinaba cuanto había escuchado su prima, pero esperaba por el bien de todos que no hubiera escuchado mucho y que mantuviera su boca cerrada, así que antes de irse muy molesta aún con Virgilius dijo a Sophia:
-Oye... esto que viste acá nunca pasó... Yo me voy- Una vez dicho esto Lydia se marchó del lugar dejando sola a su prima, pero sabía que ella iría a verla luego, puesto que siempre que ella decía yo me voy, estaba diciéndole a ella "tengo que hablarte de algo y necesito tu ayuda"
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Re: Esperando fuera del coliseo
Vergilius no dijo nada mientras que el viento borraba el último rastro del aroma de Lydia del aire. Los segundos parecían ser eternos en ese momento, en el cuál el hermano mayor había sido rechazado totalmente por parte de su pariente menor. Sin tener oportunidad de reponer el tiempo perdido, él ya había perdido a la que había jurado proteger en memoria de su madre. Pero en vista de las circunstancias, probablemente nunca habría de poder cumplir con dicho cometido. O al menos, no por un buen tiempo, y en cierta forma consideraba que tal vez era lo mejor. Después de todo, su larga ausencia no justificaba para nada su pésimo rol como hermano y protector de su familia. Le había fallado prácticamente a todos. No pudo traer a Octavius antes puesto que lo dio por muerto, no logró cuidar mejor a su difunta madre, y ahora había permitido que toda la adolescencia de Lydia fuera un tormento fácil de imaginar, si es que se consideraba el carácter que poseía al actuar.
Y eso, sin mencionar a la persona que ahora tenía a un costado de él. A pesar de que no le decía nada, tampoco la estaba ignorando. Es más, en cierta forma se mantenía ahí tranquilo porque ella estaba allí. Aunque por otro lado, sabía que aquello no iba a ser así por mucho tiempo. Después de todo, conocía perfectamente su situación y al menos ella parecía ser que si contaba con dos buenos hermanos, a diferencia de Lydia y Octavius. Curiosamente, personas que sabía amaban a Sophia y que esta podría incluso llegar a perder, si es que se le veía mucho con el general militar.
Supongo que así es mejor… después de todo, no puedo pretender ser el buen hermano mayor si nunca estuve para ella. – Comentó en tono serio, con la cabeza inclinada levemente hacía abajo; dejando que sus cabellos taparan parte de sus ojos y por ende los ocultara entre las sombras. - Jamás podré ser ni la sombra de lo que fue Octavius..
El joven no se movía, ni tampoco se dignaba a observar a su prima. Se mantenía tranquilo e inmóvil en su posición. No tenía la cara como para voltearse a verla, no entiendo que si a Lydia le había dolido su ausencia; para Sophia seguramente fue algo mucho peor y terrible. Muchos recuerdos de su infancia volvían a su cabeza por un instante, como angustiosas y lejanas imágenes de lo que alguna vez pareció ser un sueño.
Y que de pronto, se había transformado en una pesadilla. Puesto que eso había sido en un comienzo la separación entre ellos para Vergilius. Sophia se había transformado en una parte vital de su vida, especialmente cuando había ocurrido cierto hecho que de una u otra forma, le había marcado el alma para siempre….
Sesenta y cinco…sesenta y seis…sesenta y siete… – Decía un pequeño muchacho de cabellos oscuros, mientras realizaba flexiones de brazos en un campo abierto. Estaba todo sudado, y en evidente estado de cansancio con el rostro lleno de tierra y heridas en todo el torso. A su lado, una pequeña niña pelirroja le observaba con curiosidad.
Por qué te esfuerzas tanto?- Preguntaba la infante, con suma inocencia.
Hoy llega mi hermano. – Respondía mientras continuaba haciendo flexiones, llevándose a unos límites insospechados, al ser tan simplemente un crío. – De las batallas con los pueblos bárbaros. Por fin podré verlo y entrenar con él, por lo cuál quiero estar en plena forma…ugh- Justo en ese momento, uno de sus brazos cedió ante la fuerza con la que estaba entrenando. La niña sólo atinó a reírse igual que el pequeño Vergilius, quién se podía notar muy feliz de volver a ver a su maestro e ídolo, Octavius.
Al anochecer…
El joven Vergilius no había querido (ni podido) dormir, estaba demasiado ansioso esperando la llegada de Octavius. El sólo hecho de escuchar su voz y sus historias, anécdotas y particulares modos de darle ánimos, le emocionaban al punto de causarle un terrible insomnio. Por eso, cuando escuchó llegar la carroza real inmediatamente bajó sin ser visto hasta uno de los pasillos que daban con el salón principal. Pero para su sorpresa, sólo estaban sus padres y un emisario enviado por los militares. Aún así supuso llegaría pronto él, por lo cuál se quedó ahí escuchando hasta que pudiera oír e intentar atacar a su hermano (entendiendo que a esas alturas, con suerte le llegaba a la cintura a Octavius y no le haría mayor daño).
Y bueno… vas a hablar, hombre?. O acaso pretendes hacer esperar más al emperador? Dónde diablos está Octavius?- Preguntaba el padre de familia, con un tono de voz intimidante y que denotaba su poder. A su lado la madre asentía en silencio.
Como le decía…las cosas se complicaron más de la cuenta… y según nuestros reportes se pudo determinar que el emplezamient…
Que vayas al grano, te lo ordeno!. – Exclamaba mientras se ponía de pie, demostrando ser un sujeto increíblemente alto y corpulento.
Octavius y sus tropas fueron derrotados. – Dijo nervioso, mientras cerraba los ojos y se arrodillaba.- Fueron emboscados por una cantidad gigantesca de bárbaros. Según averiguamos, mató a más de cien hombres por su propia cuenta… lo sentimos, su majestad, pero él ha muerto.
En ese momento, la madre rompió en llanto mientras abrazaba a un atónito padre, que daba la orden al hombre de salir. Aquel emisario, entendiendo la situación, se apresuró a caminar hacía afuera cuando en eso, pudo ver que en el pasillo continúo se encontraba un impactado Vergilius, de pie y casi temblando.
Oc..tavius…ha…muerto? – Preguntaba al aire con los ojos abiertos en su totalidad, a aquel hombre que no sabía que decirle, más que asentir con la cabeza agachada.
No…no….él no ha muerto…el prometió que iba a volver… él no puede morir… estás mintiendo… si, eso es…estás mintiendo, eres un mal soldado…ERES UN MAL SOLDADO!!! – Exclamaba al borde de las lágrimas, mientras aparecía su madre junto a su padre, intentando abrazarlo. Pero él se alejó y desafiante, se dirigió a ambos.
COMO PUEDE SER QUE MI HERMANO HAYA MUERTO? …SI ES EL MEJOR SOLDADO DE TODA ROMA!!!!, ES EL MÁS FUERTE, EL MÁS CAPAZ, EL MAS LISTO… INCLUSO QUE TÚ PADRE… COMO PUDO PERDER? ESTO ES MENTIRA… ES MENTIRA!!!!!!
- Gritaba con fuerza mientras salía corriendo hacía los campos sin dirección aparente, totalmente descontrolado por la situación.
Sin saber hacía dónde ni por qué, simplemente corrió con todas sus fuerzas mientras las lágrimas caían de sus ojos. Estaba totalmente destrozado, sintiendo que el corazón se le salía del pecho y que todo en lo que creía ya no tenía sentido. Vergilius nunca había sido cercano a su padre, por lo cuál su héroe y figura a seguir era su hermano. Lo esperaba siempre…y que ahora no volviera nunca más, era algo que simplemente no podía ni quería aceptar. En realidad, no quería nada, más que alejarse de todos y olvidar esas palabras de aquel sujeto. Los odiaba a todos…
En eso se tropezó y cayó al piso, llorando como el niño de 5 años que era. Lo golpeaba con fuerza, rompiéndose las manos en un estúpido intento por olvidar a su hermano.
Octavius….como fue que perdiste? .- Se preguntaba con inocencia, ya aceptando la terrible realidad que le tocaba afrontar. No lo vería nunca más, y por ende, todos aquellos buenos momentos e ilusiones que se había hecho, estaban acabadas.
Desde ese día, el joven Vergilius había dejado de entrenar y apenas hablaba. Evitaba conversar con sus padres, jugar con los demás niños o hacer todo lo que hacía antes. Acaso si apenas Sophia lograba sacarle unas palabras mientras les tocaba estar juntos, pero no era mayor avance el que lograba. Simplemente, no creía en nada y si vivía era porque no le quedaba de otra.
Dónde más sentía la ausencia de Octavius, era sin duda en las festividades. Siempre debía conformarse con ver a Sophia con Fye, Solomon con Richard, etc. Todos tenían a alguien con quién compartir y pasar su tiempo, excepto él. Y aquello aumentaba, desde que Fye se puso cada vez más estricto y posesivo con su hermana menor.
Tampoco era apegado a sus padres o a algún pariente en especial. Ni se molestaba en sociabilizar con otros muchachos. Pasaba los días sentado en el balcón del palacio viendo las nubes hasta el anochecer, sin realizar acciones o siquiera levantarse. Por muchos meses, apenas y tocaba el suelo de su propio hogar.
Los meses pasaban, y su padre se mostró indiferente ante dicha situación. Vergilius no poseía su físico ni su talento por lo visto, era más parecido a su madre, por lo que no se molestó en educarlo más allá de lo que él mismo quisiera. Y además, en vista de ya haber perdido a Octavius, su madre le prohibió volver a empuñar una espada. De cualquier forma, todo lo que pudiera pasarle le era indiferente…
Fue así como su vida se hizo más oscura y fría. Gracias a Fye, apenas y había tenido contacto con Sophia, y ni hablar de ser amigable con Solomon o Richard. El primero era un estudioso, genio y educado, mientras que el segundo la basura real.
En ese tiempo, le tocaba salir con su madre por obligación. Así conoció a una niña de cabello negro, que era un año mayor que ella. No sabía su nombre ni tampoco que tipo de relación mantenía con ella. Sólo recordaba que parecía llevarse muy bien con su mamá, a pesar de la diferencia de edad. Pero no mucho más que eso…
Ya habían pasado los años, y aún así Vergilius no había vuelto a entrenar ni nada. Su evidente falta de atención ya era algo preocupante para su madre, y además, para su prima, por lo cuál está ya algo más crecida, decidió plantarle cara de una vez y por todas. Aquella fue la única vez que habían discutido, si mal no recordaba. Ella había intentado por todos los medios convencerlo de ser el de antes, pero la negativa indiferencia del joven terminó por cansarla. Por lo cuál, hizo algo que nadie había hecho desde el difunto Octavius….
Darle una bofetada en la cara a Vergilius, que lo hiciera despertar de una vez y por todas de su patético estado. Aquello, le hizo entender que a todos les había afectado la muerte de su hermano, pero que debía levantar cabeza si es que quería honrar su memoria.
Después de todo, si su hermano lo hubiese visto así, lo más seguro era que ni siquiera se habría molestado en darle una paliza, puesto que para Octavius “Sólo los débiles se rinden antes de morir”.
Gracias a ella, que le había recordado que su hermano seguía en él, era que sentó cabeza y entrenó el triple de pesado, terminando por convertirse en el guerrero que era en ese momento. Y todo por ellos dos, Octavius y…
Sophia. – Dijo mientras se ladeaba y lentamente caminaba hacía ella, con la vista aún oculta por la sombra que producían sus cabellos en sus ojos. Y sin decir nada más, la abrazaba con fuerza poniendo el rostro de ella bajo su mentón. Pasados unos segundos así, bajó su boca a la altura de su oído.
Perdóname…- Y le susurró, sin soltarla ni tampoco emitir palabra alguna.
Y eso, sin mencionar a la persona que ahora tenía a un costado de él. A pesar de que no le decía nada, tampoco la estaba ignorando. Es más, en cierta forma se mantenía ahí tranquilo porque ella estaba allí. Aunque por otro lado, sabía que aquello no iba a ser así por mucho tiempo. Después de todo, conocía perfectamente su situación y al menos ella parecía ser que si contaba con dos buenos hermanos, a diferencia de Lydia y Octavius. Curiosamente, personas que sabía amaban a Sophia y que esta podría incluso llegar a perder, si es que se le veía mucho con el general militar.
Supongo que así es mejor… después de todo, no puedo pretender ser el buen hermano mayor si nunca estuve para ella. – Comentó en tono serio, con la cabeza inclinada levemente hacía abajo; dejando que sus cabellos taparan parte de sus ojos y por ende los ocultara entre las sombras. - Jamás podré ser ni la sombra de lo que fue Octavius..
El joven no se movía, ni tampoco se dignaba a observar a su prima. Se mantenía tranquilo e inmóvil en su posición. No tenía la cara como para voltearse a verla, no entiendo que si a Lydia le había dolido su ausencia; para Sophia seguramente fue algo mucho peor y terrible. Muchos recuerdos de su infancia volvían a su cabeza por un instante, como angustiosas y lejanas imágenes de lo que alguna vez pareció ser un sueño.
Y que de pronto, se había transformado en una pesadilla. Puesto que eso había sido en un comienzo la separación entre ellos para Vergilius. Sophia se había transformado en una parte vital de su vida, especialmente cuando había ocurrido cierto hecho que de una u otra forma, le había marcado el alma para siempre….
Sesenta y cinco…sesenta y seis…sesenta y siete… – Decía un pequeño muchacho de cabellos oscuros, mientras realizaba flexiones de brazos en un campo abierto. Estaba todo sudado, y en evidente estado de cansancio con el rostro lleno de tierra y heridas en todo el torso. A su lado, una pequeña niña pelirroja le observaba con curiosidad.
Por qué te esfuerzas tanto?- Preguntaba la infante, con suma inocencia.
Hoy llega mi hermano. – Respondía mientras continuaba haciendo flexiones, llevándose a unos límites insospechados, al ser tan simplemente un crío. – De las batallas con los pueblos bárbaros. Por fin podré verlo y entrenar con él, por lo cuál quiero estar en plena forma…ugh- Justo en ese momento, uno de sus brazos cedió ante la fuerza con la que estaba entrenando. La niña sólo atinó a reírse igual que el pequeño Vergilius, quién se podía notar muy feliz de volver a ver a su maestro e ídolo, Octavius.
Al anochecer…
El joven Vergilius no había querido (ni podido) dormir, estaba demasiado ansioso esperando la llegada de Octavius. El sólo hecho de escuchar su voz y sus historias, anécdotas y particulares modos de darle ánimos, le emocionaban al punto de causarle un terrible insomnio. Por eso, cuando escuchó llegar la carroza real inmediatamente bajó sin ser visto hasta uno de los pasillos que daban con el salón principal. Pero para su sorpresa, sólo estaban sus padres y un emisario enviado por los militares. Aún así supuso llegaría pronto él, por lo cuál se quedó ahí escuchando hasta que pudiera oír e intentar atacar a su hermano (entendiendo que a esas alturas, con suerte le llegaba a la cintura a Octavius y no le haría mayor daño).
Y bueno… vas a hablar, hombre?. O acaso pretendes hacer esperar más al emperador? Dónde diablos está Octavius?- Preguntaba el padre de familia, con un tono de voz intimidante y que denotaba su poder. A su lado la madre asentía en silencio.
Como le decía…las cosas se complicaron más de la cuenta… y según nuestros reportes se pudo determinar que el emplezamient…
Que vayas al grano, te lo ordeno!. – Exclamaba mientras se ponía de pie, demostrando ser un sujeto increíblemente alto y corpulento.
Octavius y sus tropas fueron derrotados. – Dijo nervioso, mientras cerraba los ojos y se arrodillaba.- Fueron emboscados por una cantidad gigantesca de bárbaros. Según averiguamos, mató a más de cien hombres por su propia cuenta… lo sentimos, su majestad, pero él ha muerto.
En ese momento, la madre rompió en llanto mientras abrazaba a un atónito padre, que daba la orden al hombre de salir. Aquel emisario, entendiendo la situación, se apresuró a caminar hacía afuera cuando en eso, pudo ver que en el pasillo continúo se encontraba un impactado Vergilius, de pie y casi temblando.
Oc..tavius…ha…muerto? – Preguntaba al aire con los ojos abiertos en su totalidad, a aquel hombre que no sabía que decirle, más que asentir con la cabeza agachada.
No…no….él no ha muerto…el prometió que iba a volver… él no puede morir… estás mintiendo… si, eso es…estás mintiendo, eres un mal soldado…ERES UN MAL SOLDADO!!! – Exclamaba al borde de las lágrimas, mientras aparecía su madre junto a su padre, intentando abrazarlo. Pero él se alejó y desafiante, se dirigió a ambos.
COMO PUEDE SER QUE MI HERMANO HAYA MUERTO? …SI ES EL MEJOR SOLDADO DE TODA ROMA!!!!, ES EL MÁS FUERTE, EL MÁS CAPAZ, EL MAS LISTO… INCLUSO QUE TÚ PADRE… COMO PUDO PERDER? ESTO ES MENTIRA… ES MENTIRA!!!!!!
- Gritaba con fuerza mientras salía corriendo hacía los campos sin dirección aparente, totalmente descontrolado por la situación.
Sin saber hacía dónde ni por qué, simplemente corrió con todas sus fuerzas mientras las lágrimas caían de sus ojos. Estaba totalmente destrozado, sintiendo que el corazón se le salía del pecho y que todo en lo que creía ya no tenía sentido. Vergilius nunca había sido cercano a su padre, por lo cuál su héroe y figura a seguir era su hermano. Lo esperaba siempre…y que ahora no volviera nunca más, era algo que simplemente no podía ni quería aceptar. En realidad, no quería nada, más que alejarse de todos y olvidar esas palabras de aquel sujeto. Los odiaba a todos…
En eso se tropezó y cayó al piso, llorando como el niño de 5 años que era. Lo golpeaba con fuerza, rompiéndose las manos en un estúpido intento por olvidar a su hermano.
Octavius….como fue que perdiste? .- Se preguntaba con inocencia, ya aceptando la terrible realidad que le tocaba afrontar. No lo vería nunca más, y por ende, todos aquellos buenos momentos e ilusiones que se había hecho, estaban acabadas.
Desde ese día, el joven Vergilius había dejado de entrenar y apenas hablaba. Evitaba conversar con sus padres, jugar con los demás niños o hacer todo lo que hacía antes. Acaso si apenas Sophia lograba sacarle unas palabras mientras les tocaba estar juntos, pero no era mayor avance el que lograba. Simplemente, no creía en nada y si vivía era porque no le quedaba de otra.
Dónde más sentía la ausencia de Octavius, era sin duda en las festividades. Siempre debía conformarse con ver a Sophia con Fye, Solomon con Richard, etc. Todos tenían a alguien con quién compartir y pasar su tiempo, excepto él. Y aquello aumentaba, desde que Fye se puso cada vez más estricto y posesivo con su hermana menor.
Tampoco era apegado a sus padres o a algún pariente en especial. Ni se molestaba en sociabilizar con otros muchachos. Pasaba los días sentado en el balcón del palacio viendo las nubes hasta el anochecer, sin realizar acciones o siquiera levantarse. Por muchos meses, apenas y tocaba el suelo de su propio hogar.
Los meses pasaban, y su padre se mostró indiferente ante dicha situación. Vergilius no poseía su físico ni su talento por lo visto, era más parecido a su madre, por lo que no se molestó en educarlo más allá de lo que él mismo quisiera. Y además, en vista de ya haber perdido a Octavius, su madre le prohibió volver a empuñar una espada. De cualquier forma, todo lo que pudiera pasarle le era indiferente…
Fue así como su vida se hizo más oscura y fría. Gracias a Fye, apenas y había tenido contacto con Sophia, y ni hablar de ser amigable con Solomon o Richard. El primero era un estudioso, genio y educado, mientras que el segundo la basura real.
En ese tiempo, le tocaba salir con su madre por obligación. Así conoció a una niña de cabello negro, que era un año mayor que ella. No sabía su nombre ni tampoco que tipo de relación mantenía con ella. Sólo recordaba que parecía llevarse muy bien con su mamá, a pesar de la diferencia de edad. Pero no mucho más que eso…
Ya habían pasado los años, y aún así Vergilius no había vuelto a entrenar ni nada. Su evidente falta de atención ya era algo preocupante para su madre, y además, para su prima, por lo cuál está ya algo más crecida, decidió plantarle cara de una vez y por todas. Aquella fue la única vez que habían discutido, si mal no recordaba. Ella había intentado por todos los medios convencerlo de ser el de antes, pero la negativa indiferencia del joven terminó por cansarla. Por lo cuál, hizo algo que nadie había hecho desde el difunto Octavius….
Darle una bofetada en la cara a Vergilius, que lo hiciera despertar de una vez y por todas de su patético estado. Aquello, le hizo entender que a todos les había afectado la muerte de su hermano, pero que debía levantar cabeza si es que quería honrar su memoria.
Después de todo, si su hermano lo hubiese visto así, lo más seguro era que ni siquiera se habría molestado en darle una paliza, puesto que para Octavius “Sólo los débiles se rinden antes de morir”.
Gracias a ella, que le había recordado que su hermano seguía en él, era que sentó cabeza y entrenó el triple de pesado, terminando por convertirse en el guerrero que era en ese momento. Y todo por ellos dos, Octavius y…
Sophia. – Dijo mientras se ladeaba y lentamente caminaba hacía ella, con la vista aún oculta por la sombra que producían sus cabellos en sus ojos. Y sin decir nada más, la abrazaba con fuerza poniendo el rostro de ella bajo su mentón. Pasados unos segundos así, bajó su boca a la altura de su oído.
Perdóname…- Y le susurró, sin soltarla ni tampoco emitir palabra alguna.
Vergilius- Dios/a
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AD- Levantamiento de los Muertos (4750)
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AF- Putrefacción (5950)
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Re: Esperando fuera del coliseo
Sophia se quedó estática y helada al ver la reacción que tenía Lydia con su hermano recién llegado. Tal vez… no sabía comportarse por que su madre la había abandonado a una edad relativamente joven. Más aquello no era excusa, Sophia también había crecido sin su madre y sabía que una dama en público jamás debería alzar la voz. Pero más que las costumbres y modales… lo que le preocupaba de todo ello, era lo hiriente que sonaba hablándole así a su hermano. ¿Acaso no veía que recién había vuelto de una guerra para tratarlo con tan poco cariño? Cada vez se convencía más que los valores de Roma se perdían y era tan sólo un nido de víboras. Pero no era realmente culpa de Lydia, pues Sophia, al igual que su prima, pensaba que la única víbora envenenando la mente del resto era aquella mujer extranjera. Aun no podía realmente entender el porqué su primo escuchaba con tanta lealtad a una mujer que ni si quiera tenía los intereses de Roma en mente, sino tan sólo los suyos. Todos sabían que esa ridícula guerra en Egipto era tan sólo causa de sus venganzas personales y no porque el pueblo Romano estuviera realmente en la necesidad de una guerra con un pueblo aliado como lo había sido Egipto todo ese tiempo. No sólo eso, pero todo aquel año Egipto no había mandado grano a Roma, lo que se traducía en una hambruna a niveles catastróficos en los barrios más pobres de la ciudad que Sophia temía se pudieran volver una revuelta a gran escala dentro de poco, al ver como la mujer aquella desperdiciaba los recursos de la ciudad en fiestas y desfiles… todo ello a Sophia no le cabía en la cabeza… no entendía como el Senado Romano seguía apoyándolo… más ella no estaba en posición para si quiera cuestionarlo. Cuando tuvieran tiempo ella y Vergilius… le comentaría el tema. Más no ahora. Vio como Lydia se marchó casi insinuándole que la siguiera, más fue egoísta. Lo único que deseaba en ese instante era permanecer ahí, mirándolo… saliendo del ensueño de que su primo estaba realmente ahí después de 3 largos, larguísimos años en que su corazón solo había permanecido en su sitio por su férrea voluntad de no permitirle abandonar la esperanza de verlo… la había lastimado todo ese tiempo sin verlo, sí, pero ella sabía que lo vería de nuevo y que todo ese sufrimiento valdría la pena.
Ese momento era para él, para poder asegurarse de que estaba bien.
Evidentemente no lo estaba. Eso era más que obvio para ese entonces, pues de su boca se escuchó una melancólica resignación a perder el afecto de su hermana sin si quiera inmutarse. ¿Qué le había hecho la guerra a su primo? ¿Esa era su nueva actitud frente a todo? Una abnegación que nunca hubiese pensado ver en aquellos ojos que algún tiempo atrás habían mostrado tanta pasión por defender sus ideales, por defenderla a ella y a sus seres queridos, en convertirse el mejor hombre que podía llegar a ser. Vergilius no había llegado a ser el General sobre todas las Legiones por mera casualidad o porque fuera el único hijo sobreviviente del emperador… había llegado ahí porque no había un hombre que representará mejor que él las virtudes Romanas.
Creo que Octavius estaría orgulloso de ti… Vergilius. Serás todo lo que Octavius nunca podrá ser…
No le dijo una palabra. No se atrevía a decirle nada ya que él parecía pasar del hecho de que ella estaba ahí. Su frialdad en ese instante sólo confirmaban los peores temores de Sophia. Ni si quiera la miraba… no había recibido las flores… no le había sonreído ni dicho que le daba gusto verla ahí. Sophia bajó el rostro levemente, sonriendo. Intentado al menos sonreír en esa ocasión para no ponerlo incómodo… no quería causar un espectáculo ni mucho menos. Él estaba bien y estaba ahí… eso era todo lo que importaba. Le regalaría esa sonrisa aunque su corazón se estuviese haciendo trizas y sintiera que su nariz cosquillaba pues lágrimas se estaban formando en sus ojos que no podía dejar emerger. Sus sentimientos hacia él era lo de menos importancia. Lo que importaba de verdad en ese momento era que su primo era un gran heroe de guerra, un hombre que había llenado de gloria a Roma y lejos de recibir un show o interrogantes de su parte, recibiría una sonrisa cálida.
Lo que más le molestaba… en ese instante… era saber que hasta su propia sonrisa se había vuelto una máscara como la falsa felicidad e interés que mostraba la mayoría dentro del Coliseo. Hasta ella en ese instante estaba formando parte de la hipocresía Romana. Estaba cayendo en ese juego que odiaba de pretender felicidad cuando por dentro se sentía de otra forma. Pero… su primo se merecía verla bien y verla feliz. No iba a preocuparlo con boberías como esas, como sus cosas de niña inmadura que aun lloraba.
Lo que él tal vez no podría entender… que aquellos años sin él en Roma habían sido una tortura que nadie debía llevar sobre sus hombros. Lo había ocultado siempre con una sonrisa o intentando mantenerse siempre ocupada y feliz ante todos, no deteniéndose si quiera un instante para pensar en él siempre buscando una y otra y otra cosa que hacer hasta que el agotamiento la terminara por derrumbar... Pero cuando el sol caía, y los grillos cantaban y ya no había más que hacer… la imagen de Vergilius venía a su mente desgarrándole el pecho. La incertidumbre de si estaba vivo o estaba muerto… era mucho peor que aquel año en silencio que había pasado sufriendo la muerte de Octavius.
No sabía que hacía aun parada ahí, más justo en el instante que comenzaba a pensar como despedirse para salir rápido de su vista y poder llorar a gusto por su desilusión, escuchó su nombre mientras la volvía a mirar. No había visto aquellos ojos grises en mucho tiempo. Demasiado… tanto que parecía que era la primera vez en su vida que los veía y perdía la movilidad de su cuerpo por la emoción contenida que sentía. Pensaba que estaba preparada para un rechazo, pero… tener que sentir que la miraba, era desgarrador.
Y peor aun para su pobre corazón fue sentirlo. Era como si no pudiese respirar… como si todo finalmente hiciera sentido. Sentir que la abrazaba y que finalmente encontraba refugio en su pecho era la mejor sensación del mundo y a la vez la peor… pues sentía que, se estaba despidiendo de ella.
- No me dejes… por favor… - Dijo finalmente dejando caer las flores y abrazándolo fuertemente, escondiendo su rostro en el pecho de su primo mientras sentía que comenzaba a llorar.
La desesperación que sentía era demasiado como para poder seguir conteniéndola. No era sólo él… era todo… era todo ese medio que la estaba encerrando y haciéndola perderse cada vez más. Ya no se reconocía… ya no era si quiera la misma Sophia de siempre por todo ese sufrimiento que había estado llevando consigo. Vergilius para ella era la esperanza misma de la felicidad… pues su amor… era la única felicidad que había conocido en una vida de tristezas y desgracia. Él era la esperanza para ella de que tendría un futuro feliz… Él no lo podría haber entendido… pero la jaula en que la mantenía Fye la estaba matando. Le estaba quitando todo motivo para seguir sonriendo, y él… era su última esperanza de ser feliz, de salir de ahí, de ver el mundo y poder sonreír libremente. Ella quería ser una mujer virtuosa y vivir bajo las leyes romanas, pero ese encierro, esa presión sobre su corazón que alguna vez había sido el más alegre de todos… estaba quebrando su espíritu.
- Ya no podría volver a pasar por esto nuevamente.
La mera idea de volver a sufrir un abandono por parte de él, de tener que revivir todo ese sentimiento de angustia y desesperación de los últimos años, era tan pesada… que sabía no la podría resistir.
Ese momento era para él, para poder asegurarse de que estaba bien.
Evidentemente no lo estaba. Eso era más que obvio para ese entonces, pues de su boca se escuchó una melancólica resignación a perder el afecto de su hermana sin si quiera inmutarse. ¿Qué le había hecho la guerra a su primo? ¿Esa era su nueva actitud frente a todo? Una abnegación que nunca hubiese pensado ver en aquellos ojos que algún tiempo atrás habían mostrado tanta pasión por defender sus ideales, por defenderla a ella y a sus seres queridos, en convertirse el mejor hombre que podía llegar a ser. Vergilius no había llegado a ser el General sobre todas las Legiones por mera casualidad o porque fuera el único hijo sobreviviente del emperador… había llegado ahí porque no había un hombre que representará mejor que él las virtudes Romanas.
Creo que Octavius estaría orgulloso de ti… Vergilius. Serás todo lo que Octavius nunca podrá ser…
No le dijo una palabra. No se atrevía a decirle nada ya que él parecía pasar del hecho de que ella estaba ahí. Su frialdad en ese instante sólo confirmaban los peores temores de Sophia. Ni si quiera la miraba… no había recibido las flores… no le había sonreído ni dicho que le daba gusto verla ahí. Sophia bajó el rostro levemente, sonriendo. Intentado al menos sonreír en esa ocasión para no ponerlo incómodo… no quería causar un espectáculo ni mucho menos. Él estaba bien y estaba ahí… eso era todo lo que importaba. Le regalaría esa sonrisa aunque su corazón se estuviese haciendo trizas y sintiera que su nariz cosquillaba pues lágrimas se estaban formando en sus ojos que no podía dejar emerger. Sus sentimientos hacia él era lo de menos importancia. Lo que importaba de verdad en ese momento era que su primo era un gran heroe de guerra, un hombre que había llenado de gloria a Roma y lejos de recibir un show o interrogantes de su parte, recibiría una sonrisa cálida.
Lo que más le molestaba… en ese instante… era saber que hasta su propia sonrisa se había vuelto una máscara como la falsa felicidad e interés que mostraba la mayoría dentro del Coliseo. Hasta ella en ese instante estaba formando parte de la hipocresía Romana. Estaba cayendo en ese juego que odiaba de pretender felicidad cuando por dentro se sentía de otra forma. Pero… su primo se merecía verla bien y verla feliz. No iba a preocuparlo con boberías como esas, como sus cosas de niña inmadura que aun lloraba.
Lo que él tal vez no podría entender… que aquellos años sin él en Roma habían sido una tortura que nadie debía llevar sobre sus hombros. Lo había ocultado siempre con una sonrisa o intentando mantenerse siempre ocupada y feliz ante todos, no deteniéndose si quiera un instante para pensar en él siempre buscando una y otra y otra cosa que hacer hasta que el agotamiento la terminara por derrumbar... Pero cuando el sol caía, y los grillos cantaban y ya no había más que hacer… la imagen de Vergilius venía a su mente desgarrándole el pecho. La incertidumbre de si estaba vivo o estaba muerto… era mucho peor que aquel año en silencio que había pasado sufriendo la muerte de Octavius.
No sabía que hacía aun parada ahí, más justo en el instante que comenzaba a pensar como despedirse para salir rápido de su vista y poder llorar a gusto por su desilusión, escuchó su nombre mientras la volvía a mirar. No había visto aquellos ojos grises en mucho tiempo. Demasiado… tanto que parecía que era la primera vez en su vida que los veía y perdía la movilidad de su cuerpo por la emoción contenida que sentía. Pensaba que estaba preparada para un rechazo, pero… tener que sentir que la miraba, era desgarrador.
Y peor aun para su pobre corazón fue sentirlo. Era como si no pudiese respirar… como si todo finalmente hiciera sentido. Sentir que la abrazaba y que finalmente encontraba refugio en su pecho era la mejor sensación del mundo y a la vez la peor… pues sentía que, se estaba despidiendo de ella.
- No me dejes… por favor… - Dijo finalmente dejando caer las flores y abrazándolo fuertemente, escondiendo su rostro en el pecho de su primo mientras sentía que comenzaba a llorar.
La desesperación que sentía era demasiado como para poder seguir conteniéndola. No era sólo él… era todo… era todo ese medio que la estaba encerrando y haciéndola perderse cada vez más. Ya no se reconocía… ya no era si quiera la misma Sophia de siempre por todo ese sufrimiento que había estado llevando consigo. Vergilius para ella era la esperanza misma de la felicidad… pues su amor… era la única felicidad que había conocido en una vida de tristezas y desgracia. Él era la esperanza para ella de que tendría un futuro feliz… Él no lo podría haber entendido… pero la jaula en que la mantenía Fye la estaba matando. Le estaba quitando todo motivo para seguir sonriendo, y él… era su última esperanza de ser feliz, de salir de ahí, de ver el mundo y poder sonreír libremente. Ella quería ser una mujer virtuosa y vivir bajo las leyes romanas, pero ese encierro, esa presión sobre su corazón que alguna vez había sido el más alegre de todos… estaba quebrando su espíritu.
- Ya no podría volver a pasar por esto nuevamente.
La mera idea de volver a sufrir un abandono por parte de él, de tener que revivir todo ese sentimiento de angustia y desesperación de los últimos años, era tan pesada… que sabía no la podría resistir.
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Re: Esperando fuera del coliseo
Vergilius tan sólo abrazaba a Sophia sin preocuparse de lo que pudiese pasar a su alrededor. Era un momento que había estado esperando por mucho tiempo, por lo cuál nada ni nadie iba a quitarle la satisfacción de vivir aquel majestuoso instante junto a la mujer que amaba. No si él podía evitarlo, y en su posición, podría evitar cualquier cosa que pudiera amenazar con interrumpirle.
Excepto las mismas palabras de Sophia, que jamás se esperó llegasen de esa forma, pero lo hicieron y calando muy profundo en el subconsciente del general romano. Por unos segundos pensó que ella estaría feliz, o tranquila, pero no que se pondría triste ni mucho menos llegase a sonar como si algo muy malo le hubiese pasado. Pero para su sorpresa y posterior nerviosismo, sus vocablos y frases emitidas con dificultad, no eran otra cosa más que la demostración de muchos sentimientos contenidos entre sí.
Algo estaba ocurriendo que Vergilius desconocía. Y que además, la estaba destruyendo por dentro, sumergiéndola en un mar de agonía y donde por lo visto, se había contenido por mucho tiempo. Hasta que finalmente, producto del abrazo, dejo salir parcialmente toda la tristeza y desazón que tanto daño le estaba provocando en su interior.
Ante ello, el joven militar guardó silencio y le acaricio el cabello, sin decirle nada por varios segundos. Y no era que no supiese que decir, sino que no encontraba adecuado hablar después de tanto tiempo. Por varios segundos, dejó que se refugiaría en él y dejara pasar las penas del pasado. Ya le había pedido perdón, y no tenía mucho más que comentar sobre ello. Quería dejar atrás el tiempo perdido e intentar comenzar de nuevo, en la medida de lo posible. Ya no pensar más en las guerras, en los problemas que pudiesen ocasionar Diva, los Senadores o Fye. O quien sea de quien se tratase…
Tan sólo estar con ella, y cuidarla como se lo merecía. De darle todo el tiempo que le había negado por estar peleando por Roma, por otras causas ajenas a él. De brindarle su cariño y su afecto como nunca antes lo había hecho; de decirle todo aquello que sentía necesidad de gritar a todos los vientos.
Pero sabía que su vida no estaba destinada para ello. Al contrario, al ser militar, y además hijo de emperador; su existencia se remitía a ser un mero sirviente que viviese y respirase por y para su nación, y por ende, todos aquellos que la gobernaban. Un títere de Diva, los Senadores, y de quién tuviera los argumentos como para controlar sus ideales.
Era por eso que no podía dedicarse a ella, aunque lo quisiera. Roma aún estaba lejos de ser el sueño de los antiguos visionarios, por lo que mientras existiesen países como Egipto o las tierras desconocidas del norte; nunca iba a poder descansar y remitirse a una vida de simple campesino, a pesar de que no le incomodaría en absoluto. El poder le daba igual, así como las habilidades en batalla o tener la fama y fortuna que poseía.
Sólo quería poder amarla en paz, sin preocuparse de lo demás. Cuidarla como nunca nade antes la habría cuidado y protegerla de todo lo malo que pudiese acontecer. En palabras simples, sólo quería una vida tranquila junto a la mujer que amaba, pero no podía tenerla porque Roma lo necesitaba.
No te preocupes… no me volverás a perder.- Le comentó en tono bajo, sin dejar de acariciarla ni tampoco soltarla. Al menos por ese momento, quería darle todo aquel afecto y dedicación que no le había dado en años.
Excepto las mismas palabras de Sophia, que jamás se esperó llegasen de esa forma, pero lo hicieron y calando muy profundo en el subconsciente del general romano. Por unos segundos pensó que ella estaría feliz, o tranquila, pero no que se pondría triste ni mucho menos llegase a sonar como si algo muy malo le hubiese pasado. Pero para su sorpresa y posterior nerviosismo, sus vocablos y frases emitidas con dificultad, no eran otra cosa más que la demostración de muchos sentimientos contenidos entre sí.
Algo estaba ocurriendo que Vergilius desconocía. Y que además, la estaba destruyendo por dentro, sumergiéndola en un mar de agonía y donde por lo visto, se había contenido por mucho tiempo. Hasta que finalmente, producto del abrazo, dejo salir parcialmente toda la tristeza y desazón que tanto daño le estaba provocando en su interior.
Ante ello, el joven militar guardó silencio y le acaricio el cabello, sin decirle nada por varios segundos. Y no era que no supiese que decir, sino que no encontraba adecuado hablar después de tanto tiempo. Por varios segundos, dejó que se refugiaría en él y dejara pasar las penas del pasado. Ya le había pedido perdón, y no tenía mucho más que comentar sobre ello. Quería dejar atrás el tiempo perdido e intentar comenzar de nuevo, en la medida de lo posible. Ya no pensar más en las guerras, en los problemas que pudiesen ocasionar Diva, los Senadores o Fye. O quien sea de quien se tratase…
Tan sólo estar con ella, y cuidarla como se lo merecía. De darle todo el tiempo que le había negado por estar peleando por Roma, por otras causas ajenas a él. De brindarle su cariño y su afecto como nunca antes lo había hecho; de decirle todo aquello que sentía necesidad de gritar a todos los vientos.
Pero sabía que su vida no estaba destinada para ello. Al contrario, al ser militar, y además hijo de emperador; su existencia se remitía a ser un mero sirviente que viviese y respirase por y para su nación, y por ende, todos aquellos que la gobernaban. Un títere de Diva, los Senadores, y de quién tuviera los argumentos como para controlar sus ideales.
Era por eso que no podía dedicarse a ella, aunque lo quisiera. Roma aún estaba lejos de ser el sueño de los antiguos visionarios, por lo que mientras existiesen países como Egipto o las tierras desconocidas del norte; nunca iba a poder descansar y remitirse a una vida de simple campesino, a pesar de que no le incomodaría en absoluto. El poder le daba igual, así como las habilidades en batalla o tener la fama y fortuna que poseía.
Sólo quería poder amarla en paz, sin preocuparse de lo demás. Cuidarla como nunca nade antes la habría cuidado y protegerla de todo lo malo que pudiese acontecer. En palabras simples, sólo quería una vida tranquila junto a la mujer que amaba, pero no podía tenerla porque Roma lo necesitaba.
No te preocupes… no me volverás a perder.- Le comentó en tono bajo, sin dejar de acariciarla ni tampoco soltarla. Al menos por ese momento, quería darle todo aquel afecto y dedicación que no le había dado en años.
Vergilius- Dios/a
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Re: Esperando fuera del coliseo
A pesar de que su corazón se encontraba angustiado ante la idea de que él se estuviese despidiendo, no lo quería dejar ir. La idea de separarse de él ahora que nuevamente lo tenía tan cerca era muy dolorosa, pero estaba lista para despedirse con una sonrisa si eso era realmente lo que Vergilius deseaba o necesitaba… después de todo, lo que ella esperaba era que su primo fuese feliz y si no lo era a su lado… sólo podía amarlo en silencio y procurar siempre cuidarlo a la distancia. El mero acto de amarlo era suficiente para ella aunque no pudiesen estar juntos y sólo entonces lo recordaba. A pesar del tiempo separados, a pesar de que mucho tiempo había pasado pena y angustia por no verlo y tenerlo lejos… también había sentido alegría al recordarlo y recordar que lo amaba y que lo seguiría amando probablemente el resto de su vida. No importaba si él se estaba despidiendo de ella porque ya no la amaba, o porque no pudiera amarla, o porque amara a alguien más… el mero hecho de tenerlo cerca y saber que estaba vivo y sano… la consolaba. Pero los brazos de Vergilius no la abandonaban, por el contrario, lo sentía cada vez más cercano. Sentía que cada segundo que transcurría aquel espacio que los había separado esos años se achicaba hasta parecer prácticamente inexistente.
Su corazón que había cargado sobre él un gran gravamen ahora se sentía menos acongojado que antes. Comenzaba a respirar pausadamente de nuevo, y por alguna razón aquel nerviosismo que le había destrozado su estómago hasta entonces… desaparecía. Su corazón se calmaba completamente al estar así con él… era como si comenzara a latir con lentitud y todo el dolor que lo cubría desapareciera con el contacto que mantenían sus dedos sobre el cabello de Sophia. Poco a poco, sus lágrimas comenzaron a cesar, sus cejas se relajaron y dejó de apretar sus párpados. Sentía completa paz al estar con él, era un sentimiento tan cálido poder tenerlo cerca que tan sólo sonrió y esperó que ese momento no se acabara, pues no recordaba haberse sentido tan feliz como en ese momento en años.
Y fue entonces, en aquel momento de serenidad, que las palabras de Vergilius calmaron cualquier duda que hasta entonces tenía aun en su mente. Sólo lo abrazó aun más fuerte apegando su mejilla sobre el pecho de su primo sintiendo como latía su corazón al mismo ritmo que el suyo.
- …Vergilius… - Susurró tímidamente sin soltarlo, sin importarte realmente las personas que pasaban o lo que podrían susurrar al ver a dos miembros de la familia del Emperador tan cerca el uno del otro. - Vergilius… te extrañé tanto…
No dejaba de abrazarlo. No quería que hubiera espacio entre ambos mientras pudiera evitarlo. Lo único que en ese momento deseaba era conservar aquella intimidad que habían perdido por los últimos tres años de guerra. Él era el hombre que ella amaba y sin importar que pasara, sabía que eso permanecería inalterable en su corazón. Sólo tenerlo ahí, en una pieza, era un motivo de tanta felicidad que nuevamente su corazón comenzaba a latir más rápido y sus mejillas se sonrojaban… no deseaba soltarlo jamás. Había extrañado ese pecho, ese olor, esos brazos a su alrededor que la hacían sentir como si estuviera en su lugar…
- Estoy tan feliz…- cerró sus ojos e intentó aprovechar ese momento todo lo que pudiera pues lo había esperado por tanto tiempo que no quería que se esfumara sin que dijera todo lo que en su mente había planeado decirle. -… estoy tan feliz de verte aquí y que estés bien… estoy tan feliz Vergilius…
Lentamente movió su rostro para mirarlo hacia arriba, verlo a sus ojos; soló sonrió. Realmente estaba feliz y sus mejillas sonrojadas por la cercanía y por las lágrimas anteriores lo demostraban. Buscó lentamente su mano y la enlazó con la suya.
- Vaya… - Dijo con una sonrisa en su rostro y sus ojos brillantes de admiración. - ...estás más alto que la última vez que te vi… - Una pequeña risa salió de ella mientras se daba cuenta de lo que el tiempo había hecho con ambos… seguramente él también la notaría cambiada aunque ella sinceramente se encontrara igual. tan solo con su cabello un tanto más largo, pues no quería cortárselo jamás.
En ese momento fue que vio como algunos hombres de la Villa que habían conducido el carruaje hasta el Coliseo parecían andar buscándola, pues no se imaginaba por cual otro motivo andarían aquellos sirvientes mirando de un lado a otro… aunque de inmediato la respuesta vino sin pensarlo dos veces... Fye tenía una invitada a almorzar ese día y le había dicho con anterioridad que estarían ahí solo un momento... de seguro se había terminado de despedir de las personas en el Coliseo para retirarse a la Villa. Más Sophia no estaba lista para retirarse, no sólo porque la tuviese sin cuidado aquella invitada de Fye y porque no había visto Roma por meses... sino... porque no quería separarse aun de Vergilius. Sin pensarlo dos veces, tiró de su mano para esconderse atrás del pilar que daba inicio a los peldaños del Coliseo que guiaban a su salida por la calle, quedando ambos cubiertos por la sombra que proyectaba éste, tan sólo sintiendo las gotas de humedad cayendo por los costados de las gradas que había sobre ellos.
- Perdón… - Dijo con una leve voz, apenas perceptible para Vergilius, mirándolo a los ojos sintiendo que sonrojaba aun más por la soledad que ese escondite proyectaba… y también por que se le cruzaba por la mente lo infantil que ese comportamiento podría parecerle. – Hay sirvientes de Fye buscándome y si me encuentran tendría que volver con ellos al carruaje y… - Hizo una pausa evitando la mirada de Vergilius, él la conocía tanto que sabría que había algo que no estaba bien y no quería darle una impresión errada de las cosas, despues de todo el no sabía de su encierro luego del accidente ni la forma en que se le estaba prohibido salir de la Villa y ni si quiera de la casona para realizar lo que había hecho desde pequeña, cosas simples como correr, jugar, nadar, cuidar de las rosas y los huertos.... - …realmente… no quiero volver a la Villa ahora… Fye ... él... tu lo conoces... ya no se me es permitido abandonar la Villa por mi cuenta... - Su tono de voz sonaba algo triste, pero inmediatamente se percató de ello y volvió a mirarlo. - ¡Aunque no me estoy quejando de eso!... se que el lugar de una mujer es en su hogar…- Dijo con bastante entusiasmo, intentando seguir las enseñanzas que le habían dado los últimos años desde la muerte de Octavius, que una mujer sólo servía para honrar su hogar y servir al hombre. - …Simplemente… - Volvió a pronunciar con algo de pena luego de tomar una pausa. - No quiero que nos separen tan pronto… perdona por hacerte esconder de este modo tan infantil... y estar susurrando...
Su corazón que había cargado sobre él un gran gravamen ahora se sentía menos acongojado que antes. Comenzaba a respirar pausadamente de nuevo, y por alguna razón aquel nerviosismo que le había destrozado su estómago hasta entonces… desaparecía. Su corazón se calmaba completamente al estar así con él… era como si comenzara a latir con lentitud y todo el dolor que lo cubría desapareciera con el contacto que mantenían sus dedos sobre el cabello de Sophia. Poco a poco, sus lágrimas comenzaron a cesar, sus cejas se relajaron y dejó de apretar sus párpados. Sentía completa paz al estar con él, era un sentimiento tan cálido poder tenerlo cerca que tan sólo sonrió y esperó que ese momento no se acabara, pues no recordaba haberse sentido tan feliz como en ese momento en años.
Y fue entonces, en aquel momento de serenidad, que las palabras de Vergilius calmaron cualquier duda que hasta entonces tenía aun en su mente. Sólo lo abrazó aun más fuerte apegando su mejilla sobre el pecho de su primo sintiendo como latía su corazón al mismo ritmo que el suyo.
- …Vergilius… - Susurró tímidamente sin soltarlo, sin importarte realmente las personas que pasaban o lo que podrían susurrar al ver a dos miembros de la familia del Emperador tan cerca el uno del otro. - Vergilius… te extrañé tanto…
No dejaba de abrazarlo. No quería que hubiera espacio entre ambos mientras pudiera evitarlo. Lo único que en ese momento deseaba era conservar aquella intimidad que habían perdido por los últimos tres años de guerra. Él era el hombre que ella amaba y sin importar que pasara, sabía que eso permanecería inalterable en su corazón. Sólo tenerlo ahí, en una pieza, era un motivo de tanta felicidad que nuevamente su corazón comenzaba a latir más rápido y sus mejillas se sonrojaban… no deseaba soltarlo jamás. Había extrañado ese pecho, ese olor, esos brazos a su alrededor que la hacían sentir como si estuviera en su lugar…
- Estoy tan feliz…- cerró sus ojos e intentó aprovechar ese momento todo lo que pudiera pues lo había esperado por tanto tiempo que no quería que se esfumara sin que dijera todo lo que en su mente había planeado decirle. -… estoy tan feliz de verte aquí y que estés bien… estoy tan feliz Vergilius…
Lentamente movió su rostro para mirarlo hacia arriba, verlo a sus ojos; soló sonrió. Realmente estaba feliz y sus mejillas sonrojadas por la cercanía y por las lágrimas anteriores lo demostraban. Buscó lentamente su mano y la enlazó con la suya.
- Vaya… - Dijo con una sonrisa en su rostro y sus ojos brillantes de admiración. - ...estás más alto que la última vez que te vi… - Una pequeña risa salió de ella mientras se daba cuenta de lo que el tiempo había hecho con ambos… seguramente él también la notaría cambiada aunque ella sinceramente se encontrara igual. tan solo con su cabello un tanto más largo, pues no quería cortárselo jamás.
En ese momento fue que vio como algunos hombres de la Villa que habían conducido el carruaje hasta el Coliseo parecían andar buscándola, pues no se imaginaba por cual otro motivo andarían aquellos sirvientes mirando de un lado a otro… aunque de inmediato la respuesta vino sin pensarlo dos veces... Fye tenía una invitada a almorzar ese día y le había dicho con anterioridad que estarían ahí solo un momento... de seguro se había terminado de despedir de las personas en el Coliseo para retirarse a la Villa. Más Sophia no estaba lista para retirarse, no sólo porque la tuviese sin cuidado aquella invitada de Fye y porque no había visto Roma por meses... sino... porque no quería separarse aun de Vergilius. Sin pensarlo dos veces, tiró de su mano para esconderse atrás del pilar que daba inicio a los peldaños del Coliseo que guiaban a su salida por la calle, quedando ambos cubiertos por la sombra que proyectaba éste, tan sólo sintiendo las gotas de humedad cayendo por los costados de las gradas que había sobre ellos.
- Perdón… - Dijo con una leve voz, apenas perceptible para Vergilius, mirándolo a los ojos sintiendo que sonrojaba aun más por la soledad que ese escondite proyectaba… y también por que se le cruzaba por la mente lo infantil que ese comportamiento podría parecerle. – Hay sirvientes de Fye buscándome y si me encuentran tendría que volver con ellos al carruaje y… - Hizo una pausa evitando la mirada de Vergilius, él la conocía tanto que sabría que había algo que no estaba bien y no quería darle una impresión errada de las cosas, despues de todo el no sabía de su encierro luego del accidente ni la forma en que se le estaba prohibido salir de la Villa y ni si quiera de la casona para realizar lo que había hecho desde pequeña, cosas simples como correr, jugar, nadar, cuidar de las rosas y los huertos.... - …realmente… no quiero volver a la Villa ahora… Fye ... él... tu lo conoces... ya no se me es permitido abandonar la Villa por mi cuenta... - Su tono de voz sonaba algo triste, pero inmediatamente se percató de ello y volvió a mirarlo. - ¡Aunque no me estoy quejando de eso!... se que el lugar de una mujer es en su hogar…- Dijo con bastante entusiasmo, intentando seguir las enseñanzas que le habían dado los últimos años desde la muerte de Octavius, que una mujer sólo servía para honrar su hogar y servir al hombre. - …Simplemente… - Volvió a pronunciar con algo de pena luego de tomar una pausa. - No quiero que nos separen tan pronto… perdona por hacerte esconder de este modo tan infantil... y estar susurrando...
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Re: Esperando fuera del coliseo
Vergilius no entendió de primeras la particular reacción que tuvo para con él Sophia, tomándolo con fuerza de la mano y llevándolo a rastras hacía atrás de un pilar. Le parecía extraño una actitud así por su parte, aunque luego recordó que ella siempre había tenido esa manía de agarrarlo desprevenido y llevarlo corriendo a diferentes partes. Por lo visto, parecía ser que muchas cosas no cambiaban a pesar de los años… ante lo cuál sonrió, tan sólo esperando para escuchar cuál era su explicación.
Fye..? – Preguntó, mientras sentía como la sonrisa se le borraba del rostro y sus cejas se arqueaban hacía el centro. Acaso él había osado hacerle daño a ella?.
Si eso era así, si de verdad la estaba destruyendo, haciendo sufrir y deseando que ni siquiera quisiera volver a casa...
El lugar de una mujer no es su hogar, Sophia.- Comentó con tranquilidad, a la vez que le acariciaba el rostro de manera sutil ignorando por completo todo lo que pudiese pasar a los alrededores. A pesar de que su rostro por unos instantes pareció hervir en rabia de tan sólo imaginarse lo que ese imbécil pudo haberle hecho, no era el momento ni la ocasión para enfurecerse. Ya arreglaría cuentas con él más tarde, a solas. Ahora únicamente se dedicaría a brindarle todo el cariño y afecto que, por años, no pudo ofrecerle a pesar de que era lo que más deseaba. Por lo cuál, paso su mano con delicadeza por su mejilla derecha, rozando con mucha lentitud sus dedos en la suave y fina piel blanca de Sophia, sintiendo como el calor de sus mejillas aumentaba a medida que su caricia se hacía más duradera…
Y en realidad, el de nadie, puede ser un lugar donde se siente como prisionera… o me equivoco?.
En ese momento, detuvo el movimiento de su mano izquierda y por ende su roce, para posarla directamente en su mejilla; a la vez que, por otro lado, ponía su diestra en el mentón de ella y lo levantaba con suavidad para que así, su mirada le atrapara directamente los ojos y no tuviera posibilidad de desviar su rostro hacía otro lado. Tan sólo quería en aquellos segundos que parecían eternos, implantar su mirada directamente en la de su prima y que nunca más pudiera olvidarla, sin que pudiese importar lo que ocurriese. Demostrarle que a pesar de la distancia, y las dificultades que pudiesen haber vivido y soportado, nunca habían estado solos realmente. Siempre se habían tenido el uno al otro, amándose en lo más profundo de sus solitarias existencias y que aquello, al menos en el alma, los unía de tal forma que su lazo era algo tan especial que nada ni nadie, podría destrozar.
Al menos en mi caso, siempre me he sentido en mi lugar…y sabes por qué?.
Su voz se hacía cada vez más profunda y calida, a la vez que sus palabras parecían tratar de llegarle más allá de sus oídos a Sophia. Y eso era porque, en realidad, lo que intentaba era hablarle directamente a su corazón. Al que tanto había estado esperando para por fin contarle, después de tanto sufrimiento, aquello que se había guardado tan profundo en su interior por largos días entre la guerra y la matanza. Aquel motivo por los que nunca cayó en la locura ni tampoco sumergió su vida en la desdicha o el odio. Y que en esos momentos, era uno de los escasos pero profundos motivos por los cuáles seguía con los dos pies sobre la tierra, tan maldita y despiadada.
Porque siempre te he sentido junto a mí…Sophia.. – Pronunció con cuidado, sin dejar de verla directamente a los ojos.
Lentamente, su rostro comenzó a acercarse al de ella en un segundo que parecía ser eterno. Aquel momento que tanto había esperado por años, y que por fin veía materializado quizás no en el lugar más adecuado, pero que en aquellas circunstancias daba exactamente lo mismo. Ciertamente, todo lo demás daba igual en aquel momento. Tan sólo deseaba verla, como ahora lo hacía. Sentirla, como también lo hacía…
Yo…te amo.- Le susurró en sus labios, para dar finalmente aquel beso que tanto deseo otorgarle por años.
Fue ahí, que recién cerró los ojos y le soltó el rostro, para proceder a abrazarla con fuerza y apegarla contra sí mismo. Quería que por una vez, luego de mucho tiempo, se sintiera realmente amada y protegida; que mientras Vergilius permaneciera a su lado no iba a dejar que nada le hiciera daño, ni mucho menos, dejarla sola y a la deriva en aquella roma tan corrompida. No, eso no iba a suceder. Así como tampoco, se iba a terminar aquello que sentía por ella. Porque después de todo, era algo especial, que le mantenía con vida y le impulsaba a continuar.
Aquel beso… no era sólo un impulso del inmenso amor que sentía por ella. Sino que además, era su forma particular de demostrarle que él siempre pensaba en ella, que sólo quería verla feliz y que su existencia no era la de una simple mujer.
Sino que, en esos momentos. Vergilius la veía como SU mujer.
Fye..? – Preguntó, mientras sentía como la sonrisa se le borraba del rostro y sus cejas se arqueaban hacía el centro. Acaso él había osado hacerle daño a ella?.
Si eso era así, si de verdad la estaba destruyendo, haciendo sufrir y deseando que ni siquiera quisiera volver a casa...
El lugar de una mujer no es su hogar, Sophia.- Comentó con tranquilidad, a la vez que le acariciaba el rostro de manera sutil ignorando por completo todo lo que pudiese pasar a los alrededores. A pesar de que su rostro por unos instantes pareció hervir en rabia de tan sólo imaginarse lo que ese imbécil pudo haberle hecho, no era el momento ni la ocasión para enfurecerse. Ya arreglaría cuentas con él más tarde, a solas. Ahora únicamente se dedicaría a brindarle todo el cariño y afecto que, por años, no pudo ofrecerle a pesar de que era lo que más deseaba. Por lo cuál, paso su mano con delicadeza por su mejilla derecha, rozando con mucha lentitud sus dedos en la suave y fina piel blanca de Sophia, sintiendo como el calor de sus mejillas aumentaba a medida que su caricia se hacía más duradera…
Y en realidad, el de nadie, puede ser un lugar donde se siente como prisionera… o me equivoco?.
En ese momento, detuvo el movimiento de su mano izquierda y por ende su roce, para posarla directamente en su mejilla; a la vez que, por otro lado, ponía su diestra en el mentón de ella y lo levantaba con suavidad para que así, su mirada le atrapara directamente los ojos y no tuviera posibilidad de desviar su rostro hacía otro lado. Tan sólo quería en aquellos segundos que parecían eternos, implantar su mirada directamente en la de su prima y que nunca más pudiera olvidarla, sin que pudiese importar lo que ocurriese. Demostrarle que a pesar de la distancia, y las dificultades que pudiesen haber vivido y soportado, nunca habían estado solos realmente. Siempre se habían tenido el uno al otro, amándose en lo más profundo de sus solitarias existencias y que aquello, al menos en el alma, los unía de tal forma que su lazo era algo tan especial que nada ni nadie, podría destrozar.
Al menos en mi caso, siempre me he sentido en mi lugar…y sabes por qué?.
Su voz se hacía cada vez más profunda y calida, a la vez que sus palabras parecían tratar de llegarle más allá de sus oídos a Sophia. Y eso era porque, en realidad, lo que intentaba era hablarle directamente a su corazón. Al que tanto había estado esperando para por fin contarle, después de tanto sufrimiento, aquello que se había guardado tan profundo en su interior por largos días entre la guerra y la matanza. Aquel motivo por los que nunca cayó en la locura ni tampoco sumergió su vida en la desdicha o el odio. Y que en esos momentos, era uno de los escasos pero profundos motivos por los cuáles seguía con los dos pies sobre la tierra, tan maldita y despiadada.
Porque siempre te he sentido junto a mí…Sophia.. – Pronunció con cuidado, sin dejar de verla directamente a los ojos.
Lentamente, su rostro comenzó a acercarse al de ella en un segundo que parecía ser eterno. Aquel momento que tanto había esperado por años, y que por fin veía materializado quizás no en el lugar más adecuado, pero que en aquellas circunstancias daba exactamente lo mismo. Ciertamente, todo lo demás daba igual en aquel momento. Tan sólo deseaba verla, como ahora lo hacía. Sentirla, como también lo hacía…
Yo…te amo.- Le susurró en sus labios, para dar finalmente aquel beso que tanto deseo otorgarle por años.
Fue ahí, que recién cerró los ojos y le soltó el rostro, para proceder a abrazarla con fuerza y apegarla contra sí mismo. Quería que por una vez, luego de mucho tiempo, se sintiera realmente amada y protegida; que mientras Vergilius permaneciera a su lado no iba a dejar que nada le hiciera daño, ni mucho menos, dejarla sola y a la deriva en aquella roma tan corrompida. No, eso no iba a suceder. Así como tampoco, se iba a terminar aquello que sentía por ella. Porque después de todo, era algo especial, que le mantenía con vida y le impulsaba a continuar.
Aquel beso… no era sólo un impulso del inmenso amor que sentía por ella. Sino que además, era su forma particular de demostrarle que él siempre pensaba en ella, que sólo quería verla feliz y que su existencia no era la de una simple mujer.
Sino que, en esos momentos. Vergilius la veía como SU mujer.
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Re: Esperando fuera del coliseo
Apegada al pecho de su primo mientras sus brazos lo rodeaban, tan sólo cerró los ojos sonriendo, radiante de felicidad. Había esperado muchísimo tiempo que Vergilius la besara, lo había imaginado en su mente una y otra vez. Por ello, en el momento en que sus labios se cerraron sobre los de ella, después de haber estado esperando aquello toda su vida, sólo pudo cerrar los ojos y besarlo de vuelta, apenas rozando sus labios sobre los de él. Un beso inocente, un primer beso de una joven a la que aquello le era completamente desconocido.
Había pasado tanto tiempo para escuchar esas palabras… "te amo"... había pasado tanto para mirarlo nuevamente a los ojos y sentir como su cuerpo se quedaba sin reacción excepto por el rubor en sus mejillas. Ya no eran niños jugando o escondidos sabiendo que la forma en que se acercaban y se manifestaban su cariño era inapropiada, ni eran adolescentes buscando la mano del otro en la oscuridad acariciándose con la punta de sus dedos… a pesar de estar cobijados de la mirada del mundo atrás de aquellos pilares que afirmaban las gradas de Coliseo, más que aquellas sombras sirvieran como escondite para protegerlos, eran los brazos de Vergilius el único refugio que en ese momento la hacía sentir completamente segura.
- Yo...también te amo… - Le susurró aun apegada a su pecho. Mantenía sus ojos cerrados y sus brazos alrededor de él, abrazándolo y sintiendo la calidez de su cuerpo contra el suyo. Se sentía tan feliz apegada a su pecho. Era mucho mejor de lo que se había imaginado todas esas noches en las cuales había abrazado su almohada pensando en él mientras estaba ausente. Aquel momento tan esperado hacía que esa larga espera hubiese valido la pena con creces. - Siempre te he amado... y creo... que siempre te amaré.
En ningún momento por su mente se hubiese pasado la idea de que un beso entre ambos sólo sería un momento de debilidad hormonal impulsada por la falta de contacto físico que ambos habían experimentado por ese tiempo apartados el uno del otro… por el contrario, para ella, aquel beso… era la forma física en que le demostraba su amor por ella y ella por él. Era la perfecta culminación de un sentimiento que se venía anidando en su pecho desde que era niña.
Subió su mirada, tomando la mano de Vergilius suavemente.
- A pesar de haber estado separados por años, siempre estuviste junto a mi … - y de esa forma guió su mano con lentitud hacia su pecho, posando los dedos de Vergilius justo en medio de éste. - Aquí… en mi corazón.
La parte más calida de Sophia, aquella que para ella representaba el conjunto de cosas en que creía. El mero contacto seguramente habría hecho que él percibiera con la intensidad que respiraba por estar tan cerca de él abrazados y solos. Tres años esperando un momento así, era lógico que su cuerpo expresara su ansiedad por estar así con él.
Sólo le sonrió… quería que la viera feliz como se sentía. Pues en realidad a pesar de que Fye la controlara tanto, y de siempre estar en la Villa… no se podía quejar de la situación, al menos no en su mente. Objetivamente hablando, era como lo decía Vergilius una prisionera de lo que se esperaba de ella… en un lugar determinado para que fuera el reflejo de lo que Fye deseaba que fuera, una mujer honorable y virtuosa que trajera orgullo a su familia. Y esto para Sophia, era lo lógico… no por ello su hermano era alguien malo ni que buscara a propósito hacerla sufrir, tan sólo que su forma estricta y fría de ser, la había mantenido en soledad y era ello lo que la hacía triste en ocasiones.
- Sólo… no te preocupes por mi hermano… Fye desea lo mejor para mí. – Tomó su mano con cariño y la besó para luego acercarla a su mejilla. Hubiese deseado que entre Fye y Vergilius hubiese amor fraternal en vez de ese gran desprecio que se asimilaba al odio. Pero también tenía más que claro que ella no podía interferir en aquella disputa, tanto Fye como Vergilius eran hombres orgullosos que no permitirían que ella se pusiera en medio de ambos, sobre todo si su honra estaba en juego. – Él… ve a mi madre en mí… e intenta que sea como ella. Tambien eso intento y deseo... Y soy feliz con él y Gelum…¿Cómo podría quejarme de todo lo que me han dado?... – Sophia le seguía sonriendo, mas era una sonrisa melancólica y de seguro Vergilius lo notaría, por ello miró hacia el costado. - Pero soy aun más feliz estando contigo… recé por tu seguridad todas las noches. No pasó un día en el cual te olvidara.
Cerró sus ojos y volvió a abrazarlo, se sentía de veras en completa armonía con todo ahora que estaba con la persona que amaba… ya no había mas motivos para estar triste, temer o tener dudas…
Había pasado tanto tiempo para escuchar esas palabras… "te amo"... había pasado tanto para mirarlo nuevamente a los ojos y sentir como su cuerpo se quedaba sin reacción excepto por el rubor en sus mejillas. Ya no eran niños jugando o escondidos sabiendo que la forma en que se acercaban y se manifestaban su cariño era inapropiada, ni eran adolescentes buscando la mano del otro en la oscuridad acariciándose con la punta de sus dedos… a pesar de estar cobijados de la mirada del mundo atrás de aquellos pilares que afirmaban las gradas de Coliseo, más que aquellas sombras sirvieran como escondite para protegerlos, eran los brazos de Vergilius el único refugio que en ese momento la hacía sentir completamente segura.
- Yo...también te amo… - Le susurró aun apegada a su pecho. Mantenía sus ojos cerrados y sus brazos alrededor de él, abrazándolo y sintiendo la calidez de su cuerpo contra el suyo. Se sentía tan feliz apegada a su pecho. Era mucho mejor de lo que se había imaginado todas esas noches en las cuales había abrazado su almohada pensando en él mientras estaba ausente. Aquel momento tan esperado hacía que esa larga espera hubiese valido la pena con creces. - Siempre te he amado... y creo... que siempre te amaré.
En ningún momento por su mente se hubiese pasado la idea de que un beso entre ambos sólo sería un momento de debilidad hormonal impulsada por la falta de contacto físico que ambos habían experimentado por ese tiempo apartados el uno del otro… por el contrario, para ella, aquel beso… era la forma física en que le demostraba su amor por ella y ella por él. Era la perfecta culminación de un sentimiento que se venía anidando en su pecho desde que era niña.
Subió su mirada, tomando la mano de Vergilius suavemente.
- A pesar de haber estado separados por años, siempre estuviste junto a mi … - y de esa forma guió su mano con lentitud hacia su pecho, posando los dedos de Vergilius justo en medio de éste. - Aquí… en mi corazón.
La parte más calida de Sophia, aquella que para ella representaba el conjunto de cosas en que creía. El mero contacto seguramente habría hecho que él percibiera con la intensidad que respiraba por estar tan cerca de él abrazados y solos. Tres años esperando un momento así, era lógico que su cuerpo expresara su ansiedad por estar así con él.
Sólo le sonrió… quería que la viera feliz como se sentía. Pues en realidad a pesar de que Fye la controlara tanto, y de siempre estar en la Villa… no se podía quejar de la situación, al menos no en su mente. Objetivamente hablando, era como lo decía Vergilius una prisionera de lo que se esperaba de ella… en un lugar determinado para que fuera el reflejo de lo que Fye deseaba que fuera, una mujer honorable y virtuosa que trajera orgullo a su familia. Y esto para Sophia, era lo lógico… no por ello su hermano era alguien malo ni que buscara a propósito hacerla sufrir, tan sólo que su forma estricta y fría de ser, la había mantenido en soledad y era ello lo que la hacía triste en ocasiones.
- Sólo… no te preocupes por mi hermano… Fye desea lo mejor para mí. – Tomó su mano con cariño y la besó para luego acercarla a su mejilla. Hubiese deseado que entre Fye y Vergilius hubiese amor fraternal en vez de ese gran desprecio que se asimilaba al odio. Pero también tenía más que claro que ella no podía interferir en aquella disputa, tanto Fye como Vergilius eran hombres orgullosos que no permitirían que ella se pusiera en medio de ambos, sobre todo si su honra estaba en juego. – Él… ve a mi madre en mí… e intenta que sea como ella. Tambien eso intento y deseo... Y soy feliz con él y Gelum…¿Cómo podría quejarme de todo lo que me han dado?... – Sophia le seguía sonriendo, mas era una sonrisa melancólica y de seguro Vergilius lo notaría, por ello miró hacia el costado. - Pero soy aun más feliz estando contigo… recé por tu seguridad todas las noches. No pasó un día en el cual te olvidara.
Cerró sus ojos y volvió a abrazarlo, se sentía de veras en completa armonía con todo ahora que estaba con la persona que amaba… ya no había mas motivos para estar triste, temer o tener dudas…
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Re: Esperando fuera del coliseo
Vergilius acariciaba las suaves y delicadas mejillas de Sophia con sus dos manos, mientras le escuchaba hablar sobre su situación con sus hermanos. Su voz era una suave melodía para sus oídos, la cuál le calmaba los fantasmas de la guerra como los de la corrupción en roma. Lo transportaba a un mundo donde parecía no tener importancia las preocupaciones de su vida rutinaria ni mucho menos significara el hecho de que parecía ir contra la corriente de lo pre-establecido.
Simplemente, lo hacía ser feliz. El verla ahí, tan quieta y sonrojada, sintiéndose segura entre sus brazos. El poder tenerla a su lado, para demostrarle todo lo que le importaba a él como ser humano. Ciertamente, no le preocupaba en lo más mínimo el hecho de que Fye no aprobara su relación, ni que fueran primos o cualquier otro prejuicio que pudiesen tener. Tenía más que claro las dificultades del caso, pero si había soportado los tormentos de la guerra y el tener que luchar con ferocidad contra los bárbaros; era gracias al recuerdo del cariño de su prima, a sus caricias de niños y sus palabras de aliento a pesar de las adversidades.
Eres hermosa, lo sabías?. – Le comentó en tono amable y sutil, apegándola a sí mismo con su mano izquierda mientras posaba sus labios en su frente y, luego después de sentir como su boca tocaba la fina piel blanca de su amada, dejaba descansar su mejilla en la coronilla de Sophia.
Y se quedó así, en silencio, sin decir nada ni hacer otro gesto por un buen rato. Tan sólo teniéndola allí, acurrucada; refugiada totalmente entre sus caricias y demostraciones de afecto. Tenía tanto que decirle, a decir verdad. Pero que en vez de expresarlo con palabras, prefería dejar que el tiempo juntos y sus acciones, hablaran por sí solas. Desde siempre Vergilius había sido un tipo recatado, discreto y que no hablaba mucho, salvo en alguna que otra ocasión obligatoria.
Pero ahora era diferente. Había optado por el silencio de su voz y que su cuerpo hablara por él. Después de todo, la imaginaba viviendo allí sola junto al pequeño Gellum (del cuál tenía nulos recuerdos) y por supuesto, con el imbécil aprensivo de Fye, y se le revolvía el estomago de la rabia. Se sentía culpable, miserable por haberla dejado en esas condiciones de soledad y tristeza. Y todo por conquistar territorios y cumplir con los deseos de otros…
La apretó con más fuerza, pero sin lastimarla. No tenía valor para dedicarle otras palabras en ese instante. Sabía que él debía protegerla, y no lo había hecho producto de su ausencia en tierras nórdicas. Le había fallado, y producto de eso, su amada habría tenido que soportar de seguro quizás cuanta cosa con el misógino que tenía por hermano.
Desde luego, ella nunca lo diría, ni admitiría lo que el corazón de Vergilius le dictaba en esos momentos. Pero a pesar de aquello, y de que si Sophia se daba cuenta le intentaría animar; él no le diría nada ni dejaría de sentirse así. Marchándose a luchar guerras ajenas, provocó la destrucción de vidas inocentes y el sufrimiento de personas que no tenían la culpa de nada. Y para su mala fortuna, una de esas personas era, irónicamente, la que más amaba en todo el desgraciado mundo.
Sophia…- Dijo, en voz baja, susurrándole lo suficiente como para que pudiese oírle claramente. Aprovechó de oler sus cabellos, y gozar con el fresco aroma que sólo podía poseer la cabellera de una distinguida mujer como ella. Como había extrañado ese olor, entre tanta sangre y desolación.
Gracias por no odiarme… - Le comentó con un tono de voz que de seguro ella notaría especial, cargado de dolor y al mismo tiempo de felicidad.
Aquello era producto de algo tan simple, como del alivio de poder confesarle su amor a pesar de las circunstancias. Vergilius no era un hombre precisamente muy libre, ni feliz. Era un guerrero, y además, una herramienta que apenas había podido recuperar a su hermano, aunque nada le traería de vuelta esos momentos perdidos junto a él. El daño ya estaba hecho, y no había mucho que hacerle al respecto.
Y por supuesto, eso también se aplicaba a su caso entre él y Sophia. A pesar de que ahora la estuviese tratando como se lo merecía, dándole todo el amor que podía y brindándole la seguridad y calor que seguramente le hacía falta…nada, pero nada iba a negar el hecho de que cuando ella lo necesitó, él no estuvo. Lo cuál, obviamente, le causaba un dolor tremendo al joven hijo del emperador. Que cada día que pasaba, se sentía un esclavo dentro de la realeza.
Simplemente, lo hacía ser feliz. El verla ahí, tan quieta y sonrojada, sintiéndose segura entre sus brazos. El poder tenerla a su lado, para demostrarle todo lo que le importaba a él como ser humano. Ciertamente, no le preocupaba en lo más mínimo el hecho de que Fye no aprobara su relación, ni que fueran primos o cualquier otro prejuicio que pudiesen tener. Tenía más que claro las dificultades del caso, pero si había soportado los tormentos de la guerra y el tener que luchar con ferocidad contra los bárbaros; era gracias al recuerdo del cariño de su prima, a sus caricias de niños y sus palabras de aliento a pesar de las adversidades.
Eres hermosa, lo sabías?. – Le comentó en tono amable y sutil, apegándola a sí mismo con su mano izquierda mientras posaba sus labios en su frente y, luego después de sentir como su boca tocaba la fina piel blanca de su amada, dejaba descansar su mejilla en la coronilla de Sophia.
Y se quedó así, en silencio, sin decir nada ni hacer otro gesto por un buen rato. Tan sólo teniéndola allí, acurrucada; refugiada totalmente entre sus caricias y demostraciones de afecto. Tenía tanto que decirle, a decir verdad. Pero que en vez de expresarlo con palabras, prefería dejar que el tiempo juntos y sus acciones, hablaran por sí solas. Desde siempre Vergilius había sido un tipo recatado, discreto y que no hablaba mucho, salvo en alguna que otra ocasión obligatoria.
Pero ahora era diferente. Había optado por el silencio de su voz y que su cuerpo hablara por él. Después de todo, la imaginaba viviendo allí sola junto al pequeño Gellum (del cuál tenía nulos recuerdos) y por supuesto, con el imbécil aprensivo de Fye, y se le revolvía el estomago de la rabia. Se sentía culpable, miserable por haberla dejado en esas condiciones de soledad y tristeza. Y todo por conquistar territorios y cumplir con los deseos de otros…
La apretó con más fuerza, pero sin lastimarla. No tenía valor para dedicarle otras palabras en ese instante. Sabía que él debía protegerla, y no lo había hecho producto de su ausencia en tierras nórdicas. Le había fallado, y producto de eso, su amada habría tenido que soportar de seguro quizás cuanta cosa con el misógino que tenía por hermano.
Desde luego, ella nunca lo diría, ni admitiría lo que el corazón de Vergilius le dictaba en esos momentos. Pero a pesar de aquello, y de que si Sophia se daba cuenta le intentaría animar; él no le diría nada ni dejaría de sentirse así. Marchándose a luchar guerras ajenas, provocó la destrucción de vidas inocentes y el sufrimiento de personas que no tenían la culpa de nada. Y para su mala fortuna, una de esas personas era, irónicamente, la que más amaba en todo el desgraciado mundo.
Sophia…- Dijo, en voz baja, susurrándole lo suficiente como para que pudiese oírle claramente. Aprovechó de oler sus cabellos, y gozar con el fresco aroma que sólo podía poseer la cabellera de una distinguida mujer como ella. Como había extrañado ese olor, entre tanta sangre y desolación.
Gracias por no odiarme… - Le comentó con un tono de voz que de seguro ella notaría especial, cargado de dolor y al mismo tiempo de felicidad.
Aquello era producto de algo tan simple, como del alivio de poder confesarle su amor a pesar de las circunstancias. Vergilius no era un hombre precisamente muy libre, ni feliz. Era un guerrero, y además, una herramienta que apenas había podido recuperar a su hermano, aunque nada le traería de vuelta esos momentos perdidos junto a él. El daño ya estaba hecho, y no había mucho que hacerle al respecto.
Y por supuesto, eso también se aplicaba a su caso entre él y Sophia. A pesar de que ahora la estuviese tratando como se lo merecía, dándole todo el amor que podía y brindándole la seguridad y calor que seguramente le hacía falta…nada, pero nada iba a negar el hecho de que cuando ella lo necesitó, él no estuvo. Lo cuál, obviamente, le causaba un dolor tremendo al joven hijo del emperador. Que cada día que pasaba, se sentía un esclavo dentro de la realeza.
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Re: Esperando fuera del coliseo
- Mírame Vergilius…
Recordaba la forma en que su estómago cosquilleaba cada vez que Vergilius la miraba cuando eran adolescentes. Y ahora que ya no lo eran, en ese instante en que ella era una mujer y él un hombre… aquel sentimiento era diez veces más intenso. Sentía que no lograba mantenerse calmada mirando sus ojos grises, su estomago parecía de mantequilla y su respiración estaba alterada. Era toscamente atractivo, su mirada peligrosa, sus labios atrayentes. Sabía que debía dejar de pensar en ello para lograr que saliera al menos una oración coherente de su boca. Vergilius había estado tanto tiempo lejos de Roma, lejos de ella… y a pesar de aquella distancia y aquel tiempo… lo que sentía por él lejos de haberse disminuido, parecía acrecentarse con cada segundo en que sentía su piel contra la suya.
¿Cómo podía tener su mirada tanto poder sobre ella? Era casi como si cualquier pensamiento en su mente simplemente se esfumara. Lo único que podía hacer entre sus brazos era mirarlo sin pestañar.
- Vergilius… - un suspiro salió de su boca mientras su mente pedía que dejara de mirarlo y se ahorrara la verguenza de que la viera así, más su instinto no permitía que se moviera.
A pesar de que luchaba por decirle algo gracioso, algo que lo hiciera sonreír… alguna cosa que cambiara esa mirada un tanto melancólica que le mostraba lo mucho que tenía sobre sus hombros… Sophia no lograba concentrarse en nada. Curiosamente, cuando eran niños y solían jugar en las ciénagas recorriéndolas y él le ponía sapos y otros bichos pantanosos en la ropa, Sophia sabía exactamente que decirle o más bien gritarle. Solía perseguirlo enojadísima intentando que se disculpara mientras la risa de Vergilius se escuchaba entre los matorrales. De la misma forma, cuando eran adolescentes y algo molestaba a Vergilius, podía hacerle cosquillas hasta obligarlo a hablar, creándose entre ambos noches interminables en que confesaban todo lo que había en sus mentes mientras entrelazaban sus dedos, acariciando sus manos con la punta de sus dedos… pero ahora… en ese instante… estaba en blanco. Simplemente, su mirada no sólo la intimidaba… la hacía sentir que algo por fin estaba en su lugar por primera vez dentro de ella.
- Yo jamás podría odiarte… - Murmuró apenas, mientras subía sus manos hacia el cuello de Vergilius, haciéndole cariño con sus yemas sin dejar de mirarlo.
Era lógico que en algún momento se cruzara por la mente de Vergilius la idea de que ella lo pudiera odiar… había herido a uno de sus seres más cercanos, a su hermano Fye. Independiente de que ambos primos no se pudieran ver, aquella disputa había llegado a lo físico y Fye había terminado sin un ojo por ello. Pero lejos de culpar a Vergilius por lo sucedido, Sophia se culpaba a si misma. Siempre que veía a Fye ... dolor llenaba su pecho. Por lo mismo, Sophia intentaba ser lo que su hermano quería que ella fuera… aunque aquello hubiese comenzado a apagar la risa que inundaba los pasillos de la Villa por algun tiempo ya. Pero no era sólo aquello… la falta, la intermitencia de los últimos años con que había sabido de Vergilius… a pesar de que la hubiese lastimado, también la había fortalecido; había hecho que creyera con más fe en su amor por él y en la eterna promesa de esperarlo.
Todo eso de cualquier forma, no se le cruzaba por la mente mirando a Vergilius. Hasta sus finas manos tiritaban por estar abrazada a él de esa forma, con su rostro tan cerca que podía incluso sentir su respiración. Y ahí, mirándolo perdida con toda la ternura del mundo… sólo sonrió.
- Creo que… - Dijo algo divertida mientras sus ojos brillaban en la oscuridad. – Tendré que robarle a Roma por hoy a su general más famoso…
Alejándose unos pasos hacia atras, antes de que cometiera alguna imprudencia al cobijo de la oscuridad, estiró su mano hacia él, invitándolo a perderse con ella por Roma.
- Si es que aun tienes energía para mantenerme el paso…a lo mejor has envejecido tanto que… ¡Ya no me puedas! - Riéndose un poco más fuerte que antes, bromeaba de forma muy natural con Vergilius quien seguramente recordaría la forma en que se tomaba las cosas Sophia, bastante a la ligera aun en sus momentos más grandes de tristeza; Siempre ocultando lo que realmente sentía, que en ese momento… podría haberlo incomodado por encontrarse ambos a solas y por la forma en que su prima lo miraba…
Recordaba la forma en que su estómago cosquilleaba cada vez que Vergilius la miraba cuando eran adolescentes. Y ahora que ya no lo eran, en ese instante en que ella era una mujer y él un hombre… aquel sentimiento era diez veces más intenso. Sentía que no lograba mantenerse calmada mirando sus ojos grises, su estomago parecía de mantequilla y su respiración estaba alterada. Era toscamente atractivo, su mirada peligrosa, sus labios atrayentes. Sabía que debía dejar de pensar en ello para lograr que saliera al menos una oración coherente de su boca. Vergilius había estado tanto tiempo lejos de Roma, lejos de ella… y a pesar de aquella distancia y aquel tiempo… lo que sentía por él lejos de haberse disminuido, parecía acrecentarse con cada segundo en que sentía su piel contra la suya.
¿Cómo podía tener su mirada tanto poder sobre ella? Era casi como si cualquier pensamiento en su mente simplemente se esfumara. Lo único que podía hacer entre sus brazos era mirarlo sin pestañar.
- Vergilius… - un suspiro salió de su boca mientras su mente pedía que dejara de mirarlo y se ahorrara la verguenza de que la viera así, más su instinto no permitía que se moviera.
A pesar de que luchaba por decirle algo gracioso, algo que lo hiciera sonreír… alguna cosa que cambiara esa mirada un tanto melancólica que le mostraba lo mucho que tenía sobre sus hombros… Sophia no lograba concentrarse en nada. Curiosamente, cuando eran niños y solían jugar en las ciénagas recorriéndolas y él le ponía sapos y otros bichos pantanosos en la ropa, Sophia sabía exactamente que decirle o más bien gritarle. Solía perseguirlo enojadísima intentando que se disculpara mientras la risa de Vergilius se escuchaba entre los matorrales. De la misma forma, cuando eran adolescentes y algo molestaba a Vergilius, podía hacerle cosquillas hasta obligarlo a hablar, creándose entre ambos noches interminables en que confesaban todo lo que había en sus mentes mientras entrelazaban sus dedos, acariciando sus manos con la punta de sus dedos… pero ahora… en ese instante… estaba en blanco. Simplemente, su mirada no sólo la intimidaba… la hacía sentir que algo por fin estaba en su lugar por primera vez dentro de ella.
- Yo jamás podría odiarte… - Murmuró apenas, mientras subía sus manos hacia el cuello de Vergilius, haciéndole cariño con sus yemas sin dejar de mirarlo.
Era lógico que en algún momento se cruzara por la mente de Vergilius la idea de que ella lo pudiera odiar… había herido a uno de sus seres más cercanos, a su hermano Fye. Independiente de que ambos primos no se pudieran ver, aquella disputa había llegado a lo físico y Fye había terminado sin un ojo por ello. Pero lejos de culpar a Vergilius por lo sucedido, Sophia se culpaba a si misma. Siempre que veía a Fye ... dolor llenaba su pecho. Por lo mismo, Sophia intentaba ser lo que su hermano quería que ella fuera… aunque aquello hubiese comenzado a apagar la risa que inundaba los pasillos de la Villa por algun tiempo ya. Pero no era sólo aquello… la falta, la intermitencia de los últimos años con que había sabido de Vergilius… a pesar de que la hubiese lastimado, también la había fortalecido; había hecho que creyera con más fe en su amor por él y en la eterna promesa de esperarlo.
Todo eso de cualquier forma, no se le cruzaba por la mente mirando a Vergilius. Hasta sus finas manos tiritaban por estar abrazada a él de esa forma, con su rostro tan cerca que podía incluso sentir su respiración. Y ahí, mirándolo perdida con toda la ternura del mundo… sólo sonrió.
- Creo que… - Dijo algo divertida mientras sus ojos brillaban en la oscuridad. – Tendré que robarle a Roma por hoy a su general más famoso…
Alejándose unos pasos hacia atras, antes de que cometiera alguna imprudencia al cobijo de la oscuridad, estiró su mano hacia él, invitándolo a perderse con ella por Roma.
- Si es que aun tienes energía para mantenerme el paso…a lo mejor has envejecido tanto que… ¡Ya no me puedas! - Riéndose un poco más fuerte que antes, bromeaba de forma muy natural con Vergilius quien seguramente recordaría la forma en que se tomaba las cosas Sophia, bastante a la ligera aun en sus momentos más grandes de tristeza; Siempre ocultando lo que realmente sentía, que en ese momento… podría haberlo incomodado por encontrarse ambos a solas y por la forma en que su prima lo miraba…
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Re: Esperando fuera del coliseo
El joven heredero al trono de emperador miró extrañado la repentina actitud infantil de Sophia, sin entender realmente que era lo que estaba pasando. Para alguien como él, le era difícil asimilar aquel cambio de actitud tan brusco y quizás algo desconcertante, pero cuando se aprestaba a decir algo, notó que su sonrisa era evidente y que la invitación era para un sí...o sí.
Suspiró algo aliviado, como no se había sentido en todo el rato desde que se había encontrado con ella por primera vez. Al menos le relajaba saber que seguía siendo la misma chica inocente de siempre a pesar de que el tiempo hubiese pasado por sobre su humanidad. Por fuera se veía algo distinta, pero por dentro no había cambiado en absoluto. Algo que…en cierta forma, le alegraba al hermano de Octavius.
Aún así le fue imposible el evitar mostrarse sorprendido, y la más clara evidencia de ello era su ceja izquierda alzada a la vez que su boca se mantenía abierta, sin saber que decirle respecto su oferta. No podía negarse, como ya había pensado de ante mano, pero se mantuvo dubitativo por varios segundos antes de convencerse de la idea. No podía evitar recordar a la escoria que poseía como hermano mayor, así como a sus esbirros que sin duda alguna haría escándalo si los veían juntos. Y ciertamente, lo que menos quería en ese momento eran más preocupaciones. Sin embargo, entendía que si se negaba dañaría los sentimientos de la muchacha; acotando además, que si tenía muchas ganas de pasar un poco más de tiempo junto a ella.
Asintió, sin decir palabra alguna y se aprestó a seguirla caminando. Estaba cansado como para correr, por lo cuál se tomó las cosas con lentitud y, sobretodo, vigilaba sin que Sophia se diese cuenta el perímetro. Sólo para evitar molestias innecesarias.
Su sonrisa, pequeña pero sincera, reflejaba que ya estaba más tranquilo y no tan agobiado. Por lo cuál, lo natural era que recuperara su compostura de general de las tropas romanas.
Suspiró algo aliviado, como no se había sentido en todo el rato desde que se había encontrado con ella por primera vez. Al menos le relajaba saber que seguía siendo la misma chica inocente de siempre a pesar de que el tiempo hubiese pasado por sobre su humanidad. Por fuera se veía algo distinta, pero por dentro no había cambiado en absoluto. Algo que…en cierta forma, le alegraba al hermano de Octavius.
Aún así le fue imposible el evitar mostrarse sorprendido, y la más clara evidencia de ello era su ceja izquierda alzada a la vez que su boca se mantenía abierta, sin saber que decirle respecto su oferta. No podía negarse, como ya había pensado de ante mano, pero se mantuvo dubitativo por varios segundos antes de convencerse de la idea. No podía evitar recordar a la escoria que poseía como hermano mayor, así como a sus esbirros que sin duda alguna haría escándalo si los veían juntos. Y ciertamente, lo que menos quería en ese momento eran más preocupaciones. Sin embargo, entendía que si se negaba dañaría los sentimientos de la muchacha; acotando además, que si tenía muchas ganas de pasar un poco más de tiempo junto a ella.
Asintió, sin decir palabra alguna y se aprestó a seguirla caminando. Estaba cansado como para correr, por lo cuál se tomó las cosas con lentitud y, sobretodo, vigilaba sin que Sophia se diese cuenta el perímetro. Sólo para evitar molestias innecesarias.
Su sonrisa, pequeña pero sincera, reflejaba que ya estaba más tranquilo y no tan agobiado. Por lo cuál, lo natural era que recuperara su compostura de general de las tropas romanas.
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Re: Esperando fuera del coliseo
No me podría reconocer si viera como mi expresión casi de ensueño me cautivaba por todo lo que podía llegar a admirar, algo crecía levemente en mi interior logrando percibir las cosas con más afinidad de la que pude haber imaginado… esa sensación de libertad o al menos era lo que yo quería creer.. pero no dejaría que el pensar en eso me distrajera totalmente de lo que estaba viviendo en esos instantes, sacudía la cabeza para regresar a la normalidad volviendo a mi asiento y manteniendo la compostura que se supone debía guardar como acompañante de Rain.
Mis manos se cruzaban sobre mis piernas para tener el pensamiento totalmente en blanco, notaba las marcas que tenía hechas debido al poco cuidado que tenía de mi piel desde mi vida como esclava… momento donde me había capturado la legión romana para ser solo un simple objeto.. me equivocaba, los objetos incluso llegaban a tener más valor que mi propia vida. Mi dedo índice pasaba a acariciar mi piel ya dañada por el trabajo que se me forzó a realizar; lentamente podía escuchar una leve tonada traída con el viento que automáticamente llamo mi atención sacándome de mi ensimismamiento, más que una canción era una mescla de sonidos traídos desde todas partes y desde ninguna aunque lo más curioso es que seguíamos en ese camino sin que nadie a nuestro alrededor los produjera. Ahora mi atención se tornaba en mera impaciencia por llegar a Roma ya que sentía que el fluir del tiempo actuaría en mi contra al no permitirme disfrutar de aquella salida… miré una vez más por la ventanilla para encontrarme a lo lejos como sobresalía una gran estructura por sobre las otras edificaciones dejándome totalmente impactada.
Antes de que alguien lograra verme colocaba una de mis rodillas sobre el asiento opuesto donde me encontraba dirigiendo mis palabras al chofer.
Disculpe… creo que al final decidí donde hacer mi primera parada.. quiero ir hacia allá..- extendía mi mano por fuera de la ventanilla señalando con mi dedo índice esa singular construcción, el hombre solo abrió los ojos queriendo negar con la cabeza.
Señorita pero ahí es…
Se lo pido, lléveme ahí por favor.
El hombre solo inclino su cabeza agitando las riendas para que avanzaran con más velocidad los caballos, lográbamos pasar la entrada donde la ciudad de Roma se hacía bastante conocida, volvía a mi asiento mirando como las personas se paseaban o hacían sus labores cotidianas. Envidia.. envidia era lo que sentía ya que ellos si eran más libres que yo y él no darse cuenta del gran tesoro que poseían me causaba unos celos profundos deseando que reaccionaran, lograba sonreír a medias tras darle varias vueltas al asunto cuando me había dicho que no pensaría más en eso, el camino se volvía más angosto convirtiéndose en una calle más firme y empedrada además que los cascos de los corceles hacían eco para alertar a la gente y se orillara para dar libre paso al carruaje.
Mis manos se cruzaban sobre mis piernas para tener el pensamiento totalmente en blanco, notaba las marcas que tenía hechas debido al poco cuidado que tenía de mi piel desde mi vida como esclava… momento donde me había capturado la legión romana para ser solo un simple objeto.. me equivocaba, los objetos incluso llegaban a tener más valor que mi propia vida. Mi dedo índice pasaba a acariciar mi piel ya dañada por el trabajo que se me forzó a realizar; lentamente podía escuchar una leve tonada traída con el viento que automáticamente llamo mi atención sacándome de mi ensimismamiento, más que una canción era una mescla de sonidos traídos desde todas partes y desde ninguna aunque lo más curioso es que seguíamos en ese camino sin que nadie a nuestro alrededor los produjera. Ahora mi atención se tornaba en mera impaciencia por llegar a Roma ya que sentía que el fluir del tiempo actuaría en mi contra al no permitirme disfrutar de aquella salida… miré una vez más por la ventanilla para encontrarme a lo lejos como sobresalía una gran estructura por sobre las otras edificaciones dejándome totalmente impactada.
Antes de que alguien lograra verme colocaba una de mis rodillas sobre el asiento opuesto donde me encontraba dirigiendo mis palabras al chofer.
Disculpe… creo que al final decidí donde hacer mi primera parada.. quiero ir hacia allá..- extendía mi mano por fuera de la ventanilla señalando con mi dedo índice esa singular construcción, el hombre solo abrió los ojos queriendo negar con la cabeza.
Señorita pero ahí es…
Se lo pido, lléveme ahí por favor.
El hombre solo inclino su cabeza agitando las riendas para que avanzaran con más velocidad los caballos, lográbamos pasar la entrada donde la ciudad de Roma se hacía bastante conocida, volvía a mi asiento mirando como las personas se paseaban o hacían sus labores cotidianas. Envidia.. envidia era lo que sentía ya que ellos si eran más libres que yo y él no darse cuenta del gran tesoro que poseían me causaba unos celos profundos deseando que reaccionaran, lograba sonreír a medias tras darle varias vueltas al asunto cuando me había dicho que no pensaría más en eso, el camino se volvía más angosto convirtiéndose en una calle más firme y empedrada además que los cascos de los corceles hacían eco para alertar a la gente y se orillara para dar libre paso al carruaje.
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