- Esperando Fuera de las recamaras del Senado -

Narracion - Hablo - Pienso

Aún permanecía esperando afuera del cenado, Octavius había entrado hace algunos minutos, me había prometido que al parecer podía ver a Vergilius ese mismo día. Los planes dieron un giro inesperado, habían cambiado de rumbo, al parecer el viaje a Hispania no iba a hacerse aún, sino que a causa de aquella reunión, a la cual iba a asistir también aquel sobrino mío, iba a poder encontrarme con aquella persona que deeaba ver cuanto antes y no iba a tener que esperar más tiempo. Por esa noticia estaba tranquila, quizas contenta, aunque mi rostro no lo demuestre por la seriedad que siempre llevaba conmigo.

Si eso que dice él es cierto, entonces podré encontrarme justo aquí con Vergilius, entonces debería esperar en este mismo lugar...- Pensaba mientras miraba entre las cortinas del carruaje, las puertas del senado estaban cerradas, no había nada que pudiera hacer, solo esperar tranquila allí dentro, aunque no quise hacerlo y salí del carruaje, inquieta por que pase el tiempo más rápido, me apoyé en la pared del edificio, mientras miraba el cielo, sumida en mis pensamientos.

Sin siquiera percatarme me había sumido en un extraño pero placido sueño, por fin la tranquilidad me invadía y podía sentirme segura, sabía que él estaría a mi lado. Los prados de nuestra infancia comenzaban a sumirse en oscuridad, sin embargo eran sombras gratificantes, cargadas del aroma de la flora de los jardines, y el susurro de la voz de aquel que ella tanto anhelaba. Pero de repente todo se esfumó y los susurros se convirtieron en una voz sólida y real llamándome para que volviese a la realidad. Un suave toque en mi hombro me hizo despertarme, mas la desconfianza y el miedo que corroían mi cabeza desde hace ya tiempo me hicieron reaccionar con algo de alteración.

Las manos de mi sobrino detuvieron mi cuerpo calmándolo, cuando vi sus ojos pude exhalar nuevamente serena. Pero sus palabras pronto me quitarían la sonrisa del rostro, habíamos llegado al palacio. Aquel lugar…aquella mujer. Tenía un horrible sentimiento de mal augurio, cada segundo allí era peligroso, pero al menos había podido comprobar que Vergilius estaba bien, y ahora con Octavius a su lado seguiría estándolo. Si no me alejaba de allí todo terminaría mal, pero no sería mucho tiempo lejos, algo se me ocurriría para poder librarlos de esa serpiente. No permitiría que Roma fuese la tumba de mi familia, o al menos de lo que quedaba de ella.

Bajé de la carreta sintiendo como nuevamente ese sentimiento de perder la cabeza, de volverme loca se apoderaba de mí. Cada paso hacía esa estructura avivaba esa parte de mi misma que debía contener. Lo último que necesitaba era obtener el odio de mi mas preciada persona. Ese pensamiento se apoderó de su atención mientras observaba a Vergilius a los ojos. Me detuve un instante tomando a mi sobrino del brazo para que me prestara un segundo mas de atención.

-Lamento haberte afligido con tantas inquietudes Vergilius, no te preocupes, se que estarás bien. Es solo que la mente de tu tía esta algo agobiada.- murmuró con algo de pena, pero intentando sonreír en todo momento. – Tan solo necesito descansar, tu también debes dormir, todo será mejor en la mañana.- una mentira descarada saliendo de mis labios, o al menos parcialmente, pero debía creermelo yo misma para que él creyera algo asi. Todo el amor que sentía por él era toda la razón que necesitaba para partir cuanto antes, no podía arriesgarse a que sus impulsos y su sed de venganza pusiera todo en riesgo. – Tu deber es tu deber, pero aun así siempre cuídate, porque yo te estaré esperando…Vamos, a sido un largo día, un nuevo mañana nos espera.- añadí entrando de su brazo al palacio comenzando a tomar rumbo hacia las habitaciones. Esa misma noche me iría, pero primero debía reinar el silencio para una despedida, mirando de reojo a mi sobrino sabía que querría verlo una ultima vez, pero el no podía verme, debía ser un secreto mas en mi mente al igual que un ultimo mensaje para mi enemiga, no me iría sin dejar algunas palabras latentes en el corazón de aquella desdichada. Cuando todos estén dormidos…desapareceré.

La hermosa princesa de Roma estaba cansándose de esperar, y es que no podía haber nada más fuera de lugar que estar sentada comiendo frutas ofreciéndole dos o tres uvas de vez en cuando al hombre que manejaba el carruaje, y es que no podía evitar las sensaciones de aversión y miedo que le causaba el solo hecho de comerse una sola uva; el ver una de esas terribles frutas en la mesa hacía que ella se sintiera bastante molesta e incómoda; el cielo azul estaba dejando pasar los rayos del sol que pegaban directo a la piel de la hermosa mujer de cabellos negros que ahora se movía para impedir que tanto sol pintara de rojo su hermosa piel e hiciera que su belleza se mermara en un grado pequeño, pero ese grado era algo que no podía aceptar.

Solomon estaba tardándose bastante, y ella temía por la vida de su amiga y del hombre con el que se había casado, era algo realmente triste el que un hombre como el hubiera olvidado la compasión, se llenaba la boca para decir que el iba a enfrentar lo que representara un peligro para Roma, pero ella seguía pensando que un hombre incapaz de guardar piedad en su corazón sería capaz de ser algo seguro para una gran nación que estaba cayéndose a pedazos, aunque Diva y sus hermanos se empeñaran en negarlo tratando de tapar el sol con un dedo; un pájaro pasó volando encima de ella y con su canto la distrajo de estos pensamientos. No había duda de que el aburrimiento podía más que cualquier cosa, ya que ahora mismo estaba considerando ir a ver a los sirvientes que estaban por ahí, pero por unos segundos lo pensó mejor y decidió que si quería hacer algo productivo podía ir al palacio o por lo menos regresar al mercado a comprar algo interesante; lo único que le preocupaba era Solomon, de veras quería ir a Egipto con el, y luego de eso perderse de su vista para siempre, pero si no se iba al mercado a comprar algo iba a enloquecer.

-Señor ya mismo regreso.... Si viene mir primo dígale que tuve que ir al mercado por más fruta, pero que no tardo- dijo la hermosa princesa y así tan rápido como terminó de hablar se marchó tan rápido como dijo esto, iba a tomarse todas las prisas posibles para poder regresar pronto al encuentro con ese senador tan implacable e hipócrita con el que quería marcharse.

Lydia llegó corriendo a las afueras del senado, le importaba un bledo su primo, pero las cosas eran que ella debía fingir no ser lo que era, cosa que al final tendría que hacerse la tonta por mucho que esto no le agradara, como ella deseaba su primo aún no había llegado a ese lugar y por lo tanto ella podía respirar tranquila aunque ahora no era la misma, se lo veía en su rostro tenía un marcado aire de sensualidad y una belleza más acentuada en su rostro, todo estaba cambiando en ella poco a poco, pero estaba segura que ese tonto hombre no se daría cuenta de ello, muy a pesar de la diosa que no soportaba que los demás no vieran su belleza ni se emebelezaran con la misma.

-Ah! Este Solomon me hace dar unos corajes tan grandes....- Lydia recordó como la mandó a callarse y apretó con fuerza su canasta mientras mordía una manzana y por primera vez en mucho tiempo era capaz de comer una uva, porque sabía bien que al ser diosa no podría morir envenenada.

-Cuando me valla contigo a Egipto, bueno si voy también voy a cortar algunos mechones de ese hermoso cabello con el que sostienes tu cabeza, que debo decir sólo sirve para eso, y se los daré a Samantha para que encuentre la forma de hacerte mal si acaso me llegara a aburrir- Lydia dijo esto en voz baja mientras veía la luna en el cielo, le parecía tonto que hubieran perdido todo su tiempo en ese senado tan aburrido; sin duda Solomon estaba bien zafado de la cabeza, como para pasar horas perdiendo el tiempo ahi.

-Sal...- dijo la princesa de Roma aún sentada en ese lugar.

La princesa de Roma estaba esperando a Solomon y como siempre este hizo su aparición frente a ella sólo unos segundos para darle una idea descabellada sin sentido, ella claro quería irse a Egipto, pero eso era antes, no ahora, puesto que ya que sabía que era diosa no necesitaba estar yéndose a ningún lado con nadie, ya no le temía a Diva, y nada sacaba marchándose con el hombre que tanto dolor le ha causado a su prima; la verdad que tratar por gusto de hacer que un hombre como Solomon que estaba bien zafado de la cabeza se fijase en ella, era una lucha estéril en la que no quería verse envuelta.
-Está bien Solomon yo iré al puerto en cuatro horas, sin tardar- dijo la hermosa princesa mientras observaba a su primo marcharse de ese lugar, según lo que el quería que ella pensara el se dirigía a Villa Adriana, pero ella sabía que su primo algo se traía entre manos, sabia que lo de Samantha no había quedado zanjado en ese lugar, en ese senado.

El viento pasó otra vez frío e impasible levantando los cabellos de la diosa, quien estaba pensando qué excusas usaría para decirle a Diva que regresaba a su villa apenas un día de haberse marchado, la verdad es que si no se iba con su primo no tendría mucho qué hacer, pero esas cosas las pensaría sólo minutos antes de irse, no en ese momento ya que alguien había llegado a sentarse en unas escaleras cerca de donde ella estaba sentada pensando qué hacer, con algo de curiosidad miró al guapo senador que estaba sentado con cara de tragedia, le parecía bastante guapo, y es que al parecer su debilidad eran los rubios; con una lujuria bastante marcada en sus movimientos la diosa se levantó y caminó hacia el contorneando sensualmente sus caderas y se colocó frente a él para decirle:
-Buenas noches senador… No tengo el agrado de conocer su nombre- la princesa le sonrio al joven rubio y le pasó sensualmente la mano por la mejilla izquierda para seguir diciendo- Esta es una linda noche ¿no?

La joven princesa sonrió ante las reacciones del muchacho, sabía que el era un hombre bastante orgulloso, podía verlo por el aire altivo que marcaba su rostro, sus ojos eran fríos y penetrantes, incluso más que los de Solomon, y sus cabellos rubios como mazorcas de oro resplandecían con la luz de la luna. El estaba bastante alterado con aquello que estaba haciendo sabía bien que ese efecto era el que ejercía en los hombres cuando una diosa como ella se presentaba en toda su belleza.
-Es un gusto conocer a tan distinguido senador, al parecer a parte de Solomon alguien más tiene cerebro y criterios propios en este lugar- Lydia dijo esto haciendo alusión a que los miembros del senado eran todos unos idiotas que no tenían criterio propio, pero no quiso seguir ahondando en el asunto, pues sabía claramente que el ofender al senado le causaría problemas más grandes de los que ya tenía- Mi nombre es Lydia- la princesa sonrió al decir esto puesto que sabía la impresión que ella causaría en el al revelar su identidad ante un senador que casi no podía ver a la hija del César porque esta permanecía siempre en el palacio y el no era familiar directo para poder visitarla.
-Esa forma de hablarme no sería bien vista por mis primos y padres- dijo la hermosa mujer de cabellos negros posó su vista en los labios de su interlocutor, ahora no entendía si su deseo imperioso de morderlos era por su debilidad hacia los hombres con ese color de cabello y ese aire tan arrogante, o porque simplemente al ser la diosa del amor y la lujuria se portaba así con los hombres apuesto; fuera como fuera algunos recuerdos no habían vuelto a su cabeza y la joven diosa aún tenía serias lagunas mentales. Con movimientos lentos que sólo podrían simular a los de una amante la diosa del amor se sentó al lado el joven y luego de pararse la mano por los cabellos liberó de los mismos un olor suave a sándalo para acercarse ahora al rostro del senador y en un atrevido acto que no podría describirse en una mujer que antes parecía tan recatada, la princesa dio un mordisco en el labio inferior del senador y se separó de el para decirle lo siguiente- Y por qué motivos quería verme un senador?- la mujer de cabellos negros preguntó esto pasando su dedo índice de la mano derecha por el cuello del senador mientras daba un suspiro profundo.

La princesa de Roma sonrió al ver como ese joven caía en su juego si bien era cierto esas palabras que el usó con ella se podía considerar atrevidas, solo si ella se sintiera ofendida podría denunciarlo, cosa que en sí no iba a suceder para nada, ya que ella misma quería ver qué cosas podría decir un hombre tan arrogante como el al verse admirado por la belleza de esa princesa que estaba frente a el.
-Cierto ese senado es una porquería la verdad, pero debo admitir que cuando se iluminan tienen buenas decisiones- la princesa de Roma, Lydia la diosa del amor y la lujuria de verdad estaba sintiéndose atraída hacia ese hombre, era capaz de dejar que la tomara en ese mismo momento con tal que esa lujuria desaforada desapareciera, estaba realmente encantada con ese juego y la presa que tenía inmiscuída en el, era como cuando un gato jugaba con su presa cuando al fin la conseguía, se sentía otra vez como en esos tiempos antiguos en los que todos los hombres caían a sus pies encantados por esa belleza sobrenatural dela diosa.

-Bueno todo depende, si sigues halagándome así sencillamente no me ofenderé si no que más bien me sentiré muy bien y de pronto me puedo poner muy alegre, lo cual es bueno para todos, y cuando es bueno para todos digo para todos…- La princesa dijo esto con una voz aterciopelada y juguetona, esperaba las reacciones de Mauritius y debió admitir que se sorprendió un poco por la soltura con el que el joven se aventuró a tocarla ahora estaba sosteniendo su barbilla y sus labios rozaban con los de ella invitándola a un placentero juego que ella no iba a dejar pasar por alto jamás.- Mmm hombres como tú son los que mueren envenenados cuando se les dice no tomes de aquella cantimplora- La diosa del amor y la lujuria se acomodó retrocedió un poco para rozar lentamente sus labios con los de ese senador y darle un beso corto y rápido en esos labios que la llamaban esperando ver lo que haría el senador ante esto, pues bien sabido era que hombres con esas características que la diosa se encargó de definir, siempre querían más de lo que se les daba como muestra gratis.