Cruzando los bosques

Una vez recorrido un tramo mucho más largo y exasperante, incluso más que los anteriores, mi grupo y yo finalmente logramos llegar a una explanada en la que no se veía a nadie…ni soldados romanos, ni siquiera pasantes, era un lugar solitario como ninguno. Por lo visto, finalmente había logrado llegar al límite del bosque y a lo lejos se veía una (o unas) estructuras que distorsionaban el horizonte…si no estaba mal y si las indicaciones que habíamos recibido recién una hora atrás no se equivocaban (gracias a un amable anciano que pasaba por el bosque recogiendo agua y buscando hierbas medicinales) aquella era la Capital del Imperio: Roma. Según las palabras de aquel señor, había dos caminos paralelos que conducían a la ciudad, pero que si se tomaban en dirección errónea eran capaces de conducir a alguien hasta las “Villas” o algo por el estilo. Fuera como fuera, ninguna de las dos opciones me venía mal…después de todo, si me iba por donde no era solo era cuestión de regresar y tachar una ruta del mapa mental.

Hey chicos...vayan montando un campamento cerca de aquel arroyo donde encontramos al anciano. Es un buen punto de reunión. Yo mientras tanto me encargaré de buscar a nuestro primer objetivo…ya saben, la misión de reconocimiento usual, me entendieron? informé con la voz más clara de la que era capaz. Seguramente habrían algunos de ellos que se quejarían pero en realidad, no tenían voz ni voto…solo podían decir sí o sí ante las órdenes que les plantaba, por algo yo mismo era el líder de aquella pequeña banda.

Entendido! dijeron ellos, con su usual levantamiento de brazos en respuesta afirmativa. Menuda banda de idiotas, pero eran unos idiotas fieles al menos.

Nos veremos en un rato. finalicé, saltando de la rama en la que estaba posado e iniciando la marcha en el camino que conducía a la izquierda de mi posición actual. A ver a ver...huelo oro por aquí… dije por lo bajo, mirando de lado a lado y asegurándome de que no hubiera nadie viéndome… una vez hecho aquello, tan solo apresuré el paso.

Un rato de saltos entre árbol y árbol me habían conducido en la dirección correcta: había llegado a la bifurcación en la cual me había despedido de mi banda de fieles y estúpidos seguidores. Deteniéndome en una de las ramas más gruesas y firmes de todas las que podía vislumbrar por los alrededores me senté al tiempo que exhalaba una gran bocanada de oxígeno que salió a tropel de mi boca…respirando profundamente, finalmente me recosté del tronco oscuro que apenas estaba iluminado por la luz de la luna.

Uh...deberían colocar un signo en esta cosa que diga “por este lado se va a la casa de una bruja, se recomienda llevar un niño para despistarla”…aunque creo que no hubiera servido, no entiendo ese montón de garabatos que usan los romanos…y si todos son como aquella vieja…ugh. sin detenerme a pensar demasiado, tan solo dejé escapar otra exhalación de conformidad…si bien me había llevado un corte en la mano y en el hombro, el botín lo compensaba bastante: copas de oro, cadenas de plata y muuuuuuuuuuuuuuchas monedas que hacían gran peso en el saco de piel que llevaba a cuestas en mi espalda…y que claro, me hacía más incómoda el estar ahí acostado por lo cual tomé la bolsa y la posé a un lado, recostando la cabeza con algo más de pereza y bostezando ligeramente…no había notado que tan cansado me encontraba, tal vez fuera por correr y saltar tanto, sumado a las heridas por las espadas de la anciana pero…no era el momento de dormir…pero podía que me diera un pequeño y prolongado descanso…tal vez…Ugh, no es el mejor momento peeeero…se está cómodo aquí. murmuré dando otro bostezo y dejando colgando una pierna libremente mientras posaba mis dos manos sobre mi estómago y cerraba los párpados con pesadez.

El aroma del bosque inundaba la nariz de Octavius mientras este se aprestaba a adentrarse por primera vez desde que llegó de Egipto en un bosque, y vaya que si era notorio el cambio de pasar de una tierra árida y calurosa, a la frescura y sombras que otorgaban los diversos árboles del entorno. Eso, sin mencionar el suave cantar de las aves que acompañaban el sonido de otros animales y, por supuesto, el sonido del flujo del agua corriendo por diversos tipos de riachuelos de todo tamaño.

Si, era cierto. Era un paisaje más que hermoso del cual no daban ni siquiera ganas de abandonar. Incluso hasta el mismo caballo del aspirante a trono del emperador parecía querer ir cada vez más lento, sólo para poder disfrutar de mejor forma el especial ambiente lleno de naturaleza y viento agradable. Como había extrañado los paisajes coloridos de Roma, pensó Octavius, aún a pesar de no haber estado tanto tiempo en tierra extranjera.

Aquello se debía a que después de haber permanecido por tantos años en tierras bárbaras, estar unos cuantos días en Roma no fue suficiente como para sentirse plenamente a gusto y en casa, por lo cual, salir a Egipto no había sino ocasionado que ese sentimiento de sentirse ajeno en un sitio incrementara de forma increíble en su persona. No era algo muy agradable que digamos, pero estaba acostumbrado a ello, como ya había sentido nuevamente en el hogar de su futura esposa.

Era por ello, que ahora que podía que respirar el aire de su país de origen, lo disfrutaba como si se tratara de un niño con juguete nuevo. Para él, la importancia que podía tener el permanecer en sus tierras excedía muchas otras cosas más banales como la riqueza o el buen vestir. Consideraba mucho más provechoso tanto para el cuerpo como para el espíritu y la mente, el experimentar la sensación de estar seguros y cómodos en un lugar que pudieran reconocer como la palma de su mano, aún con los ojos cerrados.

Estar en casa…si, le encantaba estar en su país.