Praderas de la Villa Adriana

La joven princesa llegó a las praderas de la villa, estaba buscando como una loca algún animal para poder cazar, apuntaba a todo lo que tenía en frente, a todo lo que se movía, quería con todas sus fuerzas poder cazar un animal feroz, un lobo, un jabalí... Cualquier animal que la pusiera al borde la de muerte y la obligara a pensar en otra cosa que no fuera su primo. Por varios minutos estuvo caminando sigilosamente hasta que llegó a un sito alumbrado por la luz de la luna; era el claro de un bosque, y en el centro del mismo estaba durmiendo un jabalí que apenas oyó el sonido de una rama rompiéndose porque Lydia la pisó, se puso de pie y gruñó con fuerza.

-Ja... Tú crees que puedes contra mí?- dijo la princesa mientras sacaba una navaja que había tenido la prudencia de guardar en el carcaj de su arco. El animal corrió furia hacia ella haciendo que chocara contra uno de los arboles que estaban detrás de ella- Será posible que esto no me salga bien?- dijo mientras hacía lo posible por no herirse con los colmillos del jabalí enfurecido, quien se alejó para otra vez arremeter contra ella; sólo que esta vez ella pegó un brinco muy alto y el jabalí chocó contra el árbol y Lydia cayó en su lomo. Con esto realizado el jabalí estaba atrapado y se movía frenéticamente para salir, sin embargo Lydia ya había sacado su cuchillo y lo había pasado por el cuello del animal, que poco a poco cayó al piso y luego de contorsionarse tres veces murió.

-Qué bueno porque ya tengo hambre- dijo la princesa mientras empezaba a despellejar al animal y lo cercenaba. Una vez hecho esto encendió una fogata y comió parte de la carne del mismo. Hacía ya mucho tiempo que no lo hacía y el sabor de esa carne la hacía sentir más alegre más renovada. Luego apagó la fogata para no llamar la atención y se fue al río a bañarse para limpiarse la sangre. Por varios minutos había logrado su objetivo: Olvidarse de su primo.

-Bueno tampoco puedo pedirme mucho no?- se dijo a sí misma mientras se mojaba el cabello esperando que nadie la viera; si de pronto alguien la descubría sería el fin de sus actividades extra en la noche, todas aquellas que no se le permiten a una princesa a menos que tuviera compañía de sus hermanos o guardias, y si se consideraban no apropiadas no se las realizaba.

Cabalgaba a gran velocidad por aquellas veredas praderas que se encontraban en mi villa, grades árboles, animales de todo tipo, un aroma silvestre que relajaba todo el cuerpo mientras mi cabello ondeaba tras de mi, aquella vista era magnifica, un paisaje digno de una melodía, digno de poesías e incluso de ser enmarcado en un retrato, sin embargo, ningún simple mortal podía hacer dichos actos de forma digna de la belleza que contemplaba, en mi mente trascurrían aquellos mitos griegos de las musas, jóvenes de inigualable belleza, inspiraban a todos los artistas y pensadores de las épocas antiguas presente y venideras, aquellas que cada un tenia un arte y no tenían igual, deseaba con gran anhelo tener a una de ellas ami lado en aquellos instantes pero recordé que ya tenia una, mi propia musa, mi musa carnal, una musa hecha mujer, Cassie, mi Cassie, aquellos pensamientos regocijaban mi alma y mi mente, alejaban todas las preocupaciones y dolores que hacia segundo sentía, de pronto frente a mi un ciervo, magnifico animal, siempre me gustaba cazarlos, pero cuando era por diversión solo los amarraba y volvía a soltar, enseguida hale las riendas de mi corcel y comencé la persecución, aquél momento de adrenalina liberaba todas las tensiones a las que había estado expuesto últimamente, corría a gran velocidad por el verdad pasto y a milano derecho un bello río cristalino corría, al salpicar el agua con las rocas gotas de agua se alzaban en el aire y podía sentir el fresco que llegaba hasta mi rostro. Por unos minutos me mantuve en mi tarea de caza de aquel animal, era esquivo y bastante hábil, sin embargo, tome una rama suave de uno de los árboles a mi paso, que al halarla se quebró y la lance con gran precisión hacia las patas de aquel ciervo, este se enredo y callo, como lo había previsto, de inmediato detuve a mi caballo y me baje, agarre al ciervo entre mis manos y vi que una de sus patas se encontraba herida por la caída, Mátalo y déjalo tirado, no eso es horrible, si lo matas comételo, cállense que no estoy de humor, lo curare y en unos días lo cazare para comer, rasgue mis vestiduras limpie su herida y lo deje ir, me monte de una vez a mi corcel, necesitaba mas descanso, continúe cabalgando, debía ir hasta la parte mas profunda de la villa donde el río comenzaba a surcar nuestras tierras.