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[Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
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[Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
La respuesta que había obtenido por parte de Jezzara había aclarado parte de su inseguridad. Si hubiese sido Selene completamente, de seguro otra hubiese sido el resultado de esta historia. Pero no era Selene con quien estaba tratando la joven Jezzara, sino con un espectro, que había perdido toda su humanidad o estaba en proceso de perderla, pues de lo contrario poco o nada le habría importado su seguridad.
Pero por otro lado, tampoco había parado a preguntar como era posible que estuviera viva, o querer saber como lo había hecho para sobrevivir o si estaba bien, si el mundo la había tratado como la princesa egipcia que era. No, no habían palabras de parte de Selene, solo la tomaba del brazo para sacarla de ese lugar con rapidez, pues aunque fuera un espectro no quería ver a la única persona que había amado en su vida herida, aunque ese amor ya no estuviese ahí o realmente, estuviera en vías de desaparecer completamente. Selene ya no guardaba esos sentimientos que caracterizan el amor por la vida, como la hermandad, el respeto, el sentido de empatía o querer salvar a sus seres amados. Selene… le pertenecía a Hades ahora y lo único que ocupaba su mente y alma eran los deseos de su señor. Recordaba el intento pasado de haber querido ponerle fin a la vida en la tierra, y si ese era nuevamente el deseo de Hades entonces Jezzara debía irse, lo más lejos posible de Egipto.
- No pretendo decirte el porqué ese hombre intentó matarte y mató al resto de nuestros hermanos. No hay caso en detenerse a mirar el pasado ahora. – No paraba de moverse con esa rapidez, entre el polvo y las telas de araña del pasaje. – Sólo ten presente que te guarde luto en mi corazón todo este tiempo hasta hace poco…
Los pasillos eran larguísimos, pues el palacio en si era grande. Selene los conocía y su corazón le pesaba al recordar que eran esos mismos lugares por los cuales cargaba en brazos a Jezzara cuando ella era solo un bebe. Llegaban por ese lugar hasta el jardin en donde decoraba su cabello rubio con flores, azahares que endulzaban su pelo fino. Solía jugar con la bebe, la sentaba en sus piernas y le hablaba bajo las palmas sobre las historias de su familia.
Llevarla ahora por los mismos pasillos sin sentir nada, la destrozaba por dentro, pues por más que hubiese deseado volver a sentir aquel amor entre hermanas… eso ya no estaba ahí. No quedaba nada… solo ira… solo rabia… solo esa furia que le consumía el alma.
Vio el fin del pasillo, se detuvo y soltó el brazo de Jezzara.
- Bien… Sabes el resto … ¿No? – La miró a los ojos sintiendo una profunda melancolía por tiempos mejores. - Vete ahora que te cobija la noche. Vete y nunca mires atrás pues ya no es tu hermana la que te habla, tu hermana esta muerta… sólo quedo yo. Alguien que jamás te podrá dar lo que estas buscando… amor. – Selene la miró una última vez. No podía creer que esa joven tan alta y linda fuera la misma pequeña que se escabullía en la noche a su cama cuando escuchaba los relámpagos caer en el mar. – Toma… - Llevó sus manos alrededor de su cuerpo buscando desesperadamente cualquier cosa de valor que pudiera darle, algo que le permitiera a esa joven cambiarlo por comida, ropa, o al menos un pasaje en barco para irse lo más lejos que pudiera de ahí. Le pasó sus aros, sus collares, sus brazaletes, se sacaba toda la joyería que tenía encima para asegurarse de que Jezzara estuviera a salvo. Tal vez Selene no estuviese tan muerta como ella misma pensaba. – Con eso estarás bien al menos hasta salir de Egipto. Mi caballo esta oculto entre los rosales, se queda ahí en caso de que lo necesite. No será problema ahora que es de noche poder sacarlo. – Selene la miraba directo a los ojos, hablándole con tono grave para que entendiera con claridad sus instrucciones. - Cabalga con cuidado hasta el muelle…si ves a ese sujeto, Illidan… escóndete. No le vuelvas a hablar pues no hay bondad en su corazón ni deseos de ayudarte.
¿Pero quien podría ayudarla? Era prácticamente una extraña en Alejandría. No llevaba ropa Egipcia, era una presa fácil para cualquiera. De pronto recordó el nombre de ese romano sucio… aquel sujeto que se había paseado con ella esos días en quien había bastante bondad, una bondad que la alteraba.
- Busca a un sujeto llamado Edward entre los barrios bajo de Alejandría o el Muelle, siento su energía provenir desde allá. Me debe su vida. Ese sujeto… te podrá proteger de la muerte inminente que se acerca. Al menos eso quiero creer. Dile que le cobro aquella deuda pidiéndole que cuide lo más preciado para mí. – Selene llevó su mano al rostro de Jezzara y la acarició. Era lo más cercano que podría obtener de ella a una caricia o sentimientos de pesar.- La próxima vez que nos encontremos, morirás. No creo que quede nada de mí para ese entonces. ¿Entiendes Jezzara?
Selene no dijo nada más. Si el fin llegaba esperaba ser ella misma la que dirigiera el alma de su hermana al inframundo y le diera descanso eterno en los campos Eliseos, pero por ahora, no tenía coraje para haber hecho algo así. La masei de la ira estaba adormecida al no haber sido llamada por Hades, pero Selene sabía que eso ocurriría en cualquier momento y si eso pasaba… Era mejor que ella misma eliminara a Jezzara sin dolor a que algún otro espectro la hiciera sufrir torturas eternas.
- Ahora, párate derecha y con la cabeza en alto. Que nunca se te olvide quien eres… eres la hija de un verdadero dios entre los hombres. Que nadie te convenza de lo contrario, tu eres una de las hijas de Isis y Osiris. Porta con orgullo ese nombre y tu sangre Egipcia, Jezzara. Eres una princesa entre los mortales.
Pero por otro lado, tampoco había parado a preguntar como era posible que estuviera viva, o querer saber como lo había hecho para sobrevivir o si estaba bien, si el mundo la había tratado como la princesa egipcia que era. No, no habían palabras de parte de Selene, solo la tomaba del brazo para sacarla de ese lugar con rapidez, pues aunque fuera un espectro no quería ver a la única persona que había amado en su vida herida, aunque ese amor ya no estuviese ahí o realmente, estuviera en vías de desaparecer completamente. Selene ya no guardaba esos sentimientos que caracterizan el amor por la vida, como la hermandad, el respeto, el sentido de empatía o querer salvar a sus seres amados. Selene… le pertenecía a Hades ahora y lo único que ocupaba su mente y alma eran los deseos de su señor. Recordaba el intento pasado de haber querido ponerle fin a la vida en la tierra, y si ese era nuevamente el deseo de Hades entonces Jezzara debía irse, lo más lejos posible de Egipto.
- No pretendo decirte el porqué ese hombre intentó matarte y mató al resto de nuestros hermanos. No hay caso en detenerse a mirar el pasado ahora. – No paraba de moverse con esa rapidez, entre el polvo y las telas de araña del pasaje. – Sólo ten presente que te guarde luto en mi corazón todo este tiempo hasta hace poco…
Los pasillos eran larguísimos, pues el palacio en si era grande. Selene los conocía y su corazón le pesaba al recordar que eran esos mismos lugares por los cuales cargaba en brazos a Jezzara cuando ella era solo un bebe. Llegaban por ese lugar hasta el jardin en donde decoraba su cabello rubio con flores, azahares que endulzaban su pelo fino. Solía jugar con la bebe, la sentaba en sus piernas y le hablaba bajo las palmas sobre las historias de su familia.
Llevarla ahora por los mismos pasillos sin sentir nada, la destrozaba por dentro, pues por más que hubiese deseado volver a sentir aquel amor entre hermanas… eso ya no estaba ahí. No quedaba nada… solo ira… solo rabia… solo esa furia que le consumía el alma.
Vio el fin del pasillo, se detuvo y soltó el brazo de Jezzara.
- Bien… Sabes el resto … ¿No? – La miró a los ojos sintiendo una profunda melancolía por tiempos mejores. - Vete ahora que te cobija la noche. Vete y nunca mires atrás pues ya no es tu hermana la que te habla, tu hermana esta muerta… sólo quedo yo. Alguien que jamás te podrá dar lo que estas buscando… amor. – Selene la miró una última vez. No podía creer que esa joven tan alta y linda fuera la misma pequeña que se escabullía en la noche a su cama cuando escuchaba los relámpagos caer en el mar. – Toma… - Llevó sus manos alrededor de su cuerpo buscando desesperadamente cualquier cosa de valor que pudiera darle, algo que le permitiera a esa joven cambiarlo por comida, ropa, o al menos un pasaje en barco para irse lo más lejos que pudiera de ahí. Le pasó sus aros, sus collares, sus brazaletes, se sacaba toda la joyería que tenía encima para asegurarse de que Jezzara estuviera a salvo. Tal vez Selene no estuviese tan muerta como ella misma pensaba. – Con eso estarás bien al menos hasta salir de Egipto. Mi caballo esta oculto entre los rosales, se queda ahí en caso de que lo necesite. No será problema ahora que es de noche poder sacarlo. – Selene la miraba directo a los ojos, hablándole con tono grave para que entendiera con claridad sus instrucciones. - Cabalga con cuidado hasta el muelle…si ves a ese sujeto, Illidan… escóndete. No le vuelvas a hablar pues no hay bondad en su corazón ni deseos de ayudarte.
¿Pero quien podría ayudarla? Era prácticamente una extraña en Alejandría. No llevaba ropa Egipcia, era una presa fácil para cualquiera. De pronto recordó el nombre de ese romano sucio… aquel sujeto que se había paseado con ella esos días en quien había bastante bondad, una bondad que la alteraba.
- Busca a un sujeto llamado Edward entre los barrios bajo de Alejandría o el Muelle, siento su energía provenir desde allá. Me debe su vida. Ese sujeto… te podrá proteger de la muerte inminente que se acerca. Al menos eso quiero creer. Dile que le cobro aquella deuda pidiéndole que cuide lo más preciado para mí. – Selene llevó su mano al rostro de Jezzara y la acarició. Era lo más cercano que podría obtener de ella a una caricia o sentimientos de pesar.- La próxima vez que nos encontremos, morirás. No creo que quede nada de mí para ese entonces. ¿Entiendes Jezzara?
Selene no dijo nada más. Si el fin llegaba esperaba ser ella misma la que dirigiera el alma de su hermana al inframundo y le diera descanso eterno en los campos Eliseos, pero por ahora, no tenía coraje para haber hecho algo así. La masei de la ira estaba adormecida al no haber sido llamada por Hades, pero Selene sabía que eso ocurriría en cualquier momento y si eso pasaba… Era mejor que ella misma eliminara a Jezzara sin dolor a que algún otro espectro la hiciera sufrir torturas eternas.
- Ahora, párate derecha y con la cabeza en alto. Que nunca se te olvide quien eres… eres la hija de un verdadero dios entre los hombres. Que nadie te convenza de lo contrario, tu eres una de las hijas de Isis y Osiris. Porta con orgullo ese nombre y tu sangre Egipcia, Jezzara. Eres una princesa entre los mortales.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
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AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
Capullo de Rosa
Cantidad de envíos : 342
Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Después de tantos minutos de tensión sin saber que iba a ser de mi vida luego, si Selene me reconocería o me torturaría por el resto de mi vida, tras sus acciones y palabras logré notar que por fin había confiado en mis palabras, o en mis acciones concretamente, con cada cosa que hice y que dije por fin se había asegurado de que no mentía. Aunque en su rostro no vi ninguna señal de sentimientos por aquello, aunque sabía y estaba casi segura que muy en el fondo mi hermana desearía volver a vivir los días de nuestra infancia aunque también sabía que ella ya no era la misma pero no porque quisiera sino porque su cuerpo fue elegido para tomar el lugar de uno de los espectros del mismísimo Hades y no podía cambiarlo, aunque aun no comprendía muy bien esas cosas.
Corríamos por los pasillos secretos, sucios y llenos de telarañas y polvo del palacio, era obvio que hacía años que no se usaban, por su mal estado. Teníamos que apartar las telarañas con las manos para poder pasar. Recordaba con nostalgia los tiempos vividos, aunque era una bebé podía ver claramente aquellas imágenes en mi cabeza de cuando Selene me llevaba a través de esos pasajes hacia los hermoso jardines y jugaba conmigo y en muchas ocasiones me contaba historias de la familia. Era algo que de mi mente no podía quitar, pero tarde o temprano iba a tener que borrar esos recuerdos, porque las cosas cambiarían y mucho y ya estaban comenzando a cambiar de curso. Sabía que iba a estar lejos de mi hermana por el resto de mi vida, pero había algo que me dejaba muy tranquila y era que al menos pude encontrarla y me reconoció con vida y era algo que para mi no tenía precio, saber que mi querida hermana estaba bien.
Sus siguientes palabras rompieron el silencio, hablando de nuestro pasado y de aquel hombre que ordenó mi asesinato y de mis demás hermanos aunque al parecer ella creía que no tenía sentido recordar los hechos pasados y para mí también era una tontería además no tenía ganas de recordarlo, porque todas esas crueles imágenes y nostálgico pasado me invadía la mente y luego venía el llanto, no quería que eso ocurra. Por lo que asentí con la cabeza sin decir nada. Corrimos metros y metros de oscuro pasillo hasta llegar al final, allí nos detuvimos y Selene soltó mi brazo, dándome unas ordenes de abandonar Egipto, usando su caballo que a estas horas de la noche sería fácil encontrar. Dándome su joyería para poder sobrevivir, comprar algo de comida y cosas necesarias. Para luego darme algunas indicaciones. Entre esas palabras escuche nombrar a ese hombre, Edward, me pareció familiar, en algún otro lugar lo había oído nombrar. No tardé mucho en reaccionar, era cierto, la última vez lo había visto en la enfermería de Alejandría, junto a ese hombre a quien pregunté algunas cosas, escuché que él lo nombró y de allí me sonaba su nombre. A lo que contesté.-
-¿Edward? Claro... Lo vi anteriormente, no será difícil encontrarlo...- Me decía eso a mi misma con una voz débil, casi un susurro. Entonces me tranquilicé porque por lo menos sabía quien era ese sujeto. Pero me sorprendí cuando ella mencionó que moriría si nos volvíamos a ver, no sabía a lo que se refería cuando decía que no sería ella, sospechaba que tenía algo que ver con todo eso de la guerra de los dioses pero pronto lo iba a descubrir, porque lo que yo no sabía era que pronto renacería como una de las guerreras que luchan por el bien, una amazona de Athena. Luego antes de alejarme la miré a los ojos y mencioné unas únicas palabras.
-Si, entiendo.... y... Disculpa... de verdad lo único que quisiera decirte es... muchas gracias por esta ayuda... necesitaba ver tu rostro una vez más ... ahora me voy tranquila de haberte encontrado...- Decía con la voz un tanto temblorosa, tenía algo de vergüenza de dirigirle esas pocas palabras porque aunque era mi hermana seguía siendo la emperatriz de Egipto. Luego de eso no pude evitar soltar unas últimas lágrimas tras aquella despedida pero las sequé rápidamente y sin tardar más comencé a correr en dirección a los jardines, saliendo del pasaje del Palacio. Ahora me dirigía en busca del caballo que mencionó Selene para seguir cada una de las instrucciones que me dio y así alejarme de una vez por todas de Egipto.
Corríamos por los pasillos secretos, sucios y llenos de telarañas y polvo del palacio, era obvio que hacía años que no se usaban, por su mal estado. Teníamos que apartar las telarañas con las manos para poder pasar. Recordaba con nostalgia los tiempos vividos, aunque era una bebé podía ver claramente aquellas imágenes en mi cabeza de cuando Selene me llevaba a través de esos pasajes hacia los hermoso jardines y jugaba conmigo y en muchas ocasiones me contaba historias de la familia. Era algo que de mi mente no podía quitar, pero tarde o temprano iba a tener que borrar esos recuerdos, porque las cosas cambiarían y mucho y ya estaban comenzando a cambiar de curso. Sabía que iba a estar lejos de mi hermana por el resto de mi vida, pero había algo que me dejaba muy tranquila y era que al menos pude encontrarla y me reconoció con vida y era algo que para mi no tenía precio, saber que mi querida hermana estaba bien.
Sus siguientes palabras rompieron el silencio, hablando de nuestro pasado y de aquel hombre que ordenó mi asesinato y de mis demás hermanos aunque al parecer ella creía que no tenía sentido recordar los hechos pasados y para mí también era una tontería además no tenía ganas de recordarlo, porque todas esas crueles imágenes y nostálgico pasado me invadía la mente y luego venía el llanto, no quería que eso ocurra. Por lo que asentí con la cabeza sin decir nada. Corrimos metros y metros de oscuro pasillo hasta llegar al final, allí nos detuvimos y Selene soltó mi brazo, dándome unas ordenes de abandonar Egipto, usando su caballo que a estas horas de la noche sería fácil encontrar. Dándome su joyería para poder sobrevivir, comprar algo de comida y cosas necesarias. Para luego darme algunas indicaciones. Entre esas palabras escuche nombrar a ese hombre, Edward, me pareció familiar, en algún otro lugar lo había oído nombrar. No tardé mucho en reaccionar, era cierto, la última vez lo había visto en la enfermería de Alejandría, junto a ese hombre a quien pregunté algunas cosas, escuché que él lo nombró y de allí me sonaba su nombre. A lo que contesté.-
-¿Edward? Claro... Lo vi anteriormente, no será difícil encontrarlo...- Me decía eso a mi misma con una voz débil, casi un susurro. Entonces me tranquilicé porque por lo menos sabía quien era ese sujeto. Pero me sorprendí cuando ella mencionó que moriría si nos volvíamos a ver, no sabía a lo que se refería cuando decía que no sería ella, sospechaba que tenía algo que ver con todo eso de la guerra de los dioses pero pronto lo iba a descubrir, porque lo que yo no sabía era que pronto renacería como una de las guerreras que luchan por el bien, una amazona de Athena. Luego antes de alejarme la miré a los ojos y mencioné unas únicas palabras.
-Si, entiendo.... y... Disculpa... de verdad lo único que quisiera decirte es... muchas gracias por esta ayuda... necesitaba ver tu rostro una vez más ... ahora me voy tranquila de haberte encontrado...- Decía con la voz un tanto temblorosa, tenía algo de vergüenza de dirigirle esas pocas palabras porque aunque era mi hermana seguía siendo la emperatriz de Egipto. Luego de eso no pude evitar soltar unas últimas lágrimas tras aquella despedida pero las sequé rápidamente y sin tardar más comencé a correr en dirección a los jardines, saliendo del pasaje del Palacio. Ahora me dirigía en busca del caballo que mencionó Selene para seguir cada una de las instrucciones que me dio y así alejarme de una vez por todas de Egipto.
Jezzara- Reino : Santuario de Athena
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Despedirse de esa niña habría sido doloroso en otra época. Pero no lo era ahora. Selene la miró con friladad mientras se iba. No había pena en el corazón de esa guerrera pues sentir lástima por uno mismo era para los debiles de mente y alma. Ella no era así. No se dejaría abatir por nada, ni si quiera por ver partir a la unica familia que tenía en el mundo que podría no haber deseado ver muerta. Volteo y caminó por el pasaje secreto, dando paso tras paso en silencio.
Se detuvo en una parte al escuchar voces al otro lado de la pared. Los esclavos hablaban entre ellos asustados por la extrañas presencias que se sentían en Egipto y murmuraban con nerviosismo sobre aquel nuevo diseño que se había mandado a hacer... un nuevo templo, gigantesco, infinitamente más grandioso de cualquier otra edificación en Egipto. Temían que tal edificación sólo trayera mas hambre y angustia a aquel pueblo que había vivido en guerra durante tanto.
Selene suspiró. No era su deseo traerle sufrimiento a Egipto... pero al mismo tiempo le era indiferente. Agachó el rostro tomando su cabeza pues escuchaba su propia voz y otra más, que tambien era suya... ¿Que importaba si morían? Eran sólo esclavos. ¡Pero eran egipcios! ¿Y? Cuando Hades despertara no le importaría que vidas tomar, todas las almas terminaban en el inframundo. Pero tal vez Hades no quisiera tomar las vidas de los humanos esta vez... tal vez sólo quisiera volver y cn su derrota haya aprendido su lección. ¡Pero que ingenuidad pensar así! Si Hades despertaba era exactamente para tomar venganza contra los sucios humanos que se atrevieron a desafiarlo.
Una tras otra escuchaba las voces en su mente... discutiendo entre si. Su propia voluntad y la voluntad de la Ira... discutiendo por ver quien tenía la razón.
La única razón la tenía Selene. Era fiel a Hades... eso era todo lo que importaba en ese momento.
Siguió caminando hasta salir por el otro lado del salón, atras de una estatua.
Se detuvo en una parte al escuchar voces al otro lado de la pared. Los esclavos hablaban entre ellos asustados por la extrañas presencias que se sentían en Egipto y murmuraban con nerviosismo sobre aquel nuevo diseño que se había mandado a hacer... un nuevo templo, gigantesco, infinitamente más grandioso de cualquier otra edificación en Egipto. Temían que tal edificación sólo trayera mas hambre y angustia a aquel pueblo que había vivido en guerra durante tanto.
Selene suspiró. No era su deseo traerle sufrimiento a Egipto... pero al mismo tiempo le era indiferente. Agachó el rostro tomando su cabeza pues escuchaba su propia voz y otra más, que tambien era suya... ¿Que importaba si morían? Eran sólo esclavos. ¡Pero eran egipcios! ¿Y? Cuando Hades despertara no le importaría que vidas tomar, todas las almas terminaban en el inframundo. Pero tal vez Hades no quisiera tomar las vidas de los humanos esta vez... tal vez sólo quisiera volver y cn su derrota haya aprendido su lección. ¡Pero que ingenuidad pensar así! Si Hades despertaba era exactamente para tomar venganza contra los sucios humanos que se atrevieron a desafiarlo.
Una tras otra escuchaba las voces en su mente... discutiendo entre si. Su propia voluntad y la voluntad de la Ira... discutiendo por ver quien tenía la razón.
La única razón la tenía Selene. Era fiel a Hades... eso era todo lo que importaba en ese momento.
Siguió caminando hasta salir por el otro lado del salón, atras de una estatua.
Selene- Dama del Pecado
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Selene había movido el brazo de una estatua en el jardín y un pasaje se había abierto para ellos. Era comun que desde muchas partes del palacio, redes de tuneles y pasajes secretos se abrieran para afirmar la seguridad de la dinastía Egipcia. Selene los usaba con frecuencia en su adolescencia para escapar del ruido y las presencias de personas indeseadas. Como había dicho alguna vez uno de sus subditos... ella era el sol de Egipto, todos la adorabas y buscaban... pero en la mente de Selene, hasta el sol tenía la noche para ocultarse y respirar del agotador día, y era eso exactamente lo que realizaba al esconderse por los pasajes del palacio.
No sabía que tan inteligente había sido mostrarle a un romano su pasaje secreto, pero no podía lastimar mucho. De cualquier forma no dirigía a ninguna parte demasiado privada, tal solo al Salón Principal. Era una via de escape en caso de motines, peligro o incluso incendios.
Selene paró tan solo unos pasos más allá de la entrada. El ambiente en el pasaje era muchisimo mas refrescante que en el resto de Egipto. Al estar casi completamente cubierto del sol, no llegaba esa ola de calor abrazadora hacia ellos. Selene miró a Octavius parandose erguida y orgullosa.
- Los pasajes son bastante oscuros... pero no debe temer. - Paró de hablar y con una dulce voz continuo para terminar su frase. - Yo estoy con usted.
El comentario se refería a la clara creencia que tenía ella misma de ser una diosa. En su mente ella era Isis, y nadie la convencería de lo contrario. Ninguna mano mortal podría herirla jamas. Tenía plena fe en ello.
Comenzó a caminar frente a Octavius pasando entre las paredes. Se podía distinguir agujeros en las paredes, una observación de que todo lo que sucedía en el palacio era vigilado y espiado por los sirvientes o incluso por la misma Selene.
Llegaron a una parte en donde el pasaje se extendia un poco más, y entraba luz desde el techo. Era como si justo en esa parte no se hubiese construido nada y la luz se filtrara con algo de esfuerzo por ahi. Selene paró y se afirmó contra la pared, esperando que Octavius le dijera a que había venido a ese lugar.
- Aquí me tiene Octavius. - Hizo una pausa prolongada mientras se dedicaba a memorizar cada detalle en el rostro del hombre. - Debo admitir que es completamente diferente a lo que me imagine de usted. Para un hombre con tantos enigmas sin respuesta, sin duda parece... como decir... normal.
Tal vez a Octavius le sorprendiera que una mujer egipcia hablara latín con tanta fluidez, se notaba algo de su acento extranjero pero de cualquier forma, debió ser extraño para un romano ver a una mujer tan culta. Selene pensó en ello... pues ese hombre debía conocer a su propia hermana y si ese era el caso, estaba segura que la opinion que él tendría de ella sería bastante baja. De cualquier forma, estaba ahí para escuchar, no para hablar, por lo que permaneció callada, recordando que los hombres romanos no les parecía propio que la mujer hablara más de la cuenta. Por el momento, quizo consentir a Octavius dandole en el gusto... por lo mismo permaneció en silencio esperando que le diera el mensaje que no podía esperar hasta despues de su ceremonia de matrimonio.
No sabía que tan inteligente había sido mostrarle a un romano su pasaje secreto, pero no podía lastimar mucho. De cualquier forma no dirigía a ninguna parte demasiado privada, tal solo al Salón Principal. Era una via de escape en caso de motines, peligro o incluso incendios.
Selene paró tan solo unos pasos más allá de la entrada. El ambiente en el pasaje era muchisimo mas refrescante que en el resto de Egipto. Al estar casi completamente cubierto del sol, no llegaba esa ola de calor abrazadora hacia ellos. Selene miró a Octavius parandose erguida y orgullosa.
- Los pasajes son bastante oscuros... pero no debe temer. - Paró de hablar y con una dulce voz continuo para terminar su frase. - Yo estoy con usted.
El comentario se refería a la clara creencia que tenía ella misma de ser una diosa. En su mente ella era Isis, y nadie la convencería de lo contrario. Ninguna mano mortal podría herirla jamas. Tenía plena fe en ello.
Comenzó a caminar frente a Octavius pasando entre las paredes. Se podía distinguir agujeros en las paredes, una observación de que todo lo que sucedía en el palacio era vigilado y espiado por los sirvientes o incluso por la misma Selene.
Llegaron a una parte en donde el pasaje se extendia un poco más, y entraba luz desde el techo. Era como si justo en esa parte no se hubiese construido nada y la luz se filtrara con algo de esfuerzo por ahi. Selene paró y se afirmó contra la pared, esperando que Octavius le dijera a que había venido a ese lugar.
- Aquí me tiene Octavius. - Hizo una pausa prolongada mientras se dedicaba a memorizar cada detalle en el rostro del hombre. - Debo admitir que es completamente diferente a lo que me imagine de usted. Para un hombre con tantos enigmas sin respuesta, sin duda parece... como decir... normal.
Tal vez a Octavius le sorprendiera que una mujer egipcia hablara latín con tanta fluidez, se notaba algo de su acento extranjero pero de cualquier forma, debió ser extraño para un romano ver a una mujer tan culta. Selene pensó en ello... pues ese hombre debía conocer a su propia hermana y si ese era el caso, estaba segura que la opinion que él tendría de ella sería bastante baja. De cualquier forma, estaba ahí para escuchar, no para hablar, por lo que permaneció callada, recordando que los hombres romanos no les parecía propio que la mujer hablara más de la cuenta. Por el momento, quizo consentir a Octavius dandole en el gusto... por lo mismo permaneció en silencio esperando que le diera el mensaje que no podía esperar hasta despues de su ceremonia de matrimonio.
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Ciertamente no me esperaba el estar recorriendo distintos laberintos ocultos y sombríos en el momento en el cual decidí viajar hasta Egipto. Me había hecho otra idea de cómo se darían las circunstancias, sin embargo, tampoco me molestaba en absoluto el estar caminando por un montón de pasillos puestos con la clara intención de hacer perder a los inescrupulosos intrusos. Es más, gracias a este pequeño ejercicio, logré refrescar mi cuerpo y cabeza del calor continúo que estaba soportando en el exterior. Y no me refería solamente al clima, sino a la tensión en si que provocaba la boda en los habitantes de la ciudad. Tal parecía ser que no les daba mucha gracia el ver a su gobernadora contraer matrimonio con un niño como lo era Gelum. Quizás que impresión habría dado el pequeño hermano de Sophia, no podía aventurarlo. No lo conocía mucho como para poder pensar si había dejado bien puesto el nombre de Roma o simplemente se había dedicado a humillarse a si mismo. Pero por el bien de la nación, deseaba que se pareciera más a su hermana que al tuero de su hermano.
En aquellas divagaciones me encontraba cuando de pronto una suave brisa, casi imperceptible, movió un poco los mechones de mi cabello. Y al instante, la que hasta ahora había sido una muda anfitriona, me declara que debía estar en calma y no tener miedo a la oscuridad. Mantuve silencio ante dicha afirmación, ocultando el hecho de que disfrutaba la paz que se podía vivir en tales corredores. Ignoré por completo los agujeros en las paredes, ya que no necesitaba mayor análisis para comprender cual era el motivo de que estuviesen puestos ahí.
Pasados un par de segundos, llegamos al que parecía ser nuestro destino. O eso supuse por el hecho de que ella dejara de caminar y se apoyará en una pared, a la espera de que yo dijera lo que debía decir. Era fría en sus palabras y si aquello lo combinábamos al hecho de que su expresión del latín era bastante certera, se tenía por resultado una voz inquietante. Quizás demasiado. Pero me agradaba la frontalidad con la que expresaba sus deseos y actuaba según sus movimientos. Siempre se agradecía el hecho de que fuese tal cual era una persona, incluso si técnicamente eran extraños. En sus ojos podía ver no solo la majestuosidad de su linaje, sino que también el hecho de que sabía manejarse muy bien con las palabras y, sin embargo, había preferido ser más recatada y honesta respecto de sus intenciones. O de forma más simple, me había cedido la palabra sin mayores rodeos, demostrando que le interesaba escuchar aquello que yo debía decir.
Muy bien, agradezco en demasía el honor que me ha dado de poder expresarme con privacidad, reina Selene. Puesto que lo que debo decirle, seguramente no es algo que su pueblo deba enterarse por mi boca. – Comenté en primera instancia, para después suspirar y mantener una postura firme con los brazos cruzados. Ella había ido al grano, por lo cual ahora yo haría lo mismo.
El emperador, mi padre, ha muerto. Y gracias a ello, y un par de traidores, Diva tiene a su disposición el control de Roma y sus decisiones. Por lo cual, comprenderá perfectamente a que me estoy refiriendo con Roma y sus decisiones, no es así?. – Pregunté aunque era obvio que no esperaría a ninguna respuesta.
Que usted se case con Gelum ya no garantiza ni la mitad de seguridad ni estabilidad para su país respecto de lo que era en un comienzo. Ahora, es solo cuestión de días para que dicha mujer haga lo que quiera con la nación y según tengo entendido, no estaría en sus planes mantenerse indiferente ante una paz de Egipto con Roma. – Añadí cerrando mis ojos y pensando por un instante en lo que estaba diciendo. La situación era realmente compleja, por lo que debía expresarme bien si lo que deseaba era cumplir mis objetivos.
En base a ello, la única forma de garantizar la seguridad de su pueblo ante los próximos movimientos de Diva, es que la soberana de Egipto pase a tener relación directa con un alto mando de Roma, al menos, militarmente hablando. – Abrí mis ojos nuevamente al terminar dicha declaración, mostrando la sinceridad de las palabras a través de la frialdad de mis ojos.
Gelum es solo un niño, no tiene peso en la sociedad romana más allá de ser el hermano menor de uno de los posibles usurpadores del puesto del Cesar. Mi hermano Vergilius está con paradero incierto, por lo cual, he venido hasta acá con la única convicción de obtener algo que solo usted me puede dar, y viceversa. – Paré para respirar un poco, solo para demostrar la decisión que tenía en cada uno de mis dichos.
La seguridad de nuestros pueblos. Para eso, las circunstancias han dicho que debemos contraer matrimonio, así apenas la conozca. Soy el único adecuado para afrontar las nuevas decisiones de Diva, sin embargo, necesito la ayuda de alguien que conozca las viejas tradiciones egipcias.
Fije por un segundo mi mirada en la suya de forma más intensa, intentando penetrar más allá de lo que la propia reina dejaba ver. Quizás lo tomaría como una ofensa, pero era la única forma de hacerle entender la gravedad del asunto.
Está en sus manos decidir actuar antes que aquella mujer, o bien, esperar a que mande a llamar a Gelum y lancé las tropas romanas por todas y cada una de las calles egipcias sin importarle nada más. En estos momentos se encuentra cegada. La odia a usted, y odia a los descendientes del difunto emperador. Si ella debe sacrificar a todas las tropas de ambos países por obtener su venganza, debe tener en consideración que lo hará sin vacilar en ningún instante.
Dichas mis palabras, mantuve la posición fría y le deje espacio para que pudiese meditar todo lo que le había dicho. Sabía que era complicado, pero esperaba que entendiera que por cada minuto que pasaba, aquella mujer enloquecía más y más.
Si necesita alguna prueba de mi persona, estaré encantado de demostrar todo lo que quiera saber respecto a mí.– Agregué en la misma postura, mostrando sin embargo la disposición para convencerla costara lo que costara.
En aquellas divagaciones me encontraba cuando de pronto una suave brisa, casi imperceptible, movió un poco los mechones de mi cabello. Y al instante, la que hasta ahora había sido una muda anfitriona, me declara que debía estar en calma y no tener miedo a la oscuridad. Mantuve silencio ante dicha afirmación, ocultando el hecho de que disfrutaba la paz que se podía vivir en tales corredores. Ignoré por completo los agujeros en las paredes, ya que no necesitaba mayor análisis para comprender cual era el motivo de que estuviesen puestos ahí.
Pasados un par de segundos, llegamos al que parecía ser nuestro destino. O eso supuse por el hecho de que ella dejara de caminar y se apoyará en una pared, a la espera de que yo dijera lo que debía decir. Era fría en sus palabras y si aquello lo combinábamos al hecho de que su expresión del latín era bastante certera, se tenía por resultado una voz inquietante. Quizás demasiado. Pero me agradaba la frontalidad con la que expresaba sus deseos y actuaba según sus movimientos. Siempre se agradecía el hecho de que fuese tal cual era una persona, incluso si técnicamente eran extraños. En sus ojos podía ver no solo la majestuosidad de su linaje, sino que también el hecho de que sabía manejarse muy bien con las palabras y, sin embargo, había preferido ser más recatada y honesta respecto de sus intenciones. O de forma más simple, me había cedido la palabra sin mayores rodeos, demostrando que le interesaba escuchar aquello que yo debía decir.
Muy bien, agradezco en demasía el honor que me ha dado de poder expresarme con privacidad, reina Selene. Puesto que lo que debo decirle, seguramente no es algo que su pueblo deba enterarse por mi boca. – Comenté en primera instancia, para después suspirar y mantener una postura firme con los brazos cruzados. Ella había ido al grano, por lo cual ahora yo haría lo mismo.
El emperador, mi padre, ha muerto. Y gracias a ello, y un par de traidores, Diva tiene a su disposición el control de Roma y sus decisiones. Por lo cual, comprenderá perfectamente a que me estoy refiriendo con Roma y sus decisiones, no es así?. – Pregunté aunque era obvio que no esperaría a ninguna respuesta.
Que usted se case con Gelum ya no garantiza ni la mitad de seguridad ni estabilidad para su país respecto de lo que era en un comienzo. Ahora, es solo cuestión de días para que dicha mujer haga lo que quiera con la nación y según tengo entendido, no estaría en sus planes mantenerse indiferente ante una paz de Egipto con Roma. – Añadí cerrando mis ojos y pensando por un instante en lo que estaba diciendo. La situación era realmente compleja, por lo que debía expresarme bien si lo que deseaba era cumplir mis objetivos.
En base a ello, la única forma de garantizar la seguridad de su pueblo ante los próximos movimientos de Diva, es que la soberana de Egipto pase a tener relación directa con un alto mando de Roma, al menos, militarmente hablando. – Abrí mis ojos nuevamente al terminar dicha declaración, mostrando la sinceridad de las palabras a través de la frialdad de mis ojos.
Gelum es solo un niño, no tiene peso en la sociedad romana más allá de ser el hermano menor de uno de los posibles usurpadores del puesto del Cesar. Mi hermano Vergilius está con paradero incierto, por lo cual, he venido hasta acá con la única convicción de obtener algo que solo usted me puede dar, y viceversa. – Paré para respirar un poco, solo para demostrar la decisión que tenía en cada uno de mis dichos.
La seguridad de nuestros pueblos. Para eso, las circunstancias han dicho que debemos contraer matrimonio, así apenas la conozca. Soy el único adecuado para afrontar las nuevas decisiones de Diva, sin embargo, necesito la ayuda de alguien que conozca las viejas tradiciones egipcias.
Fije por un segundo mi mirada en la suya de forma más intensa, intentando penetrar más allá de lo que la propia reina dejaba ver. Quizás lo tomaría como una ofensa, pero era la única forma de hacerle entender la gravedad del asunto.
Está en sus manos decidir actuar antes que aquella mujer, o bien, esperar a que mande a llamar a Gelum y lancé las tropas romanas por todas y cada una de las calles egipcias sin importarle nada más. En estos momentos se encuentra cegada. La odia a usted, y odia a los descendientes del difunto emperador. Si ella debe sacrificar a todas las tropas de ambos países por obtener su venganza, debe tener en consideración que lo hará sin vacilar en ningún instante.
Dichas mis palabras, mantuve la posición fría y le deje espacio para que pudiese meditar todo lo que le había dicho. Sabía que era complicado, pero esperaba que entendiera que por cada minuto que pasaba, aquella mujer enloquecía más y más.
Si necesita alguna prueba de mi persona, estaré encantado de demostrar todo lo que quiera saber respecto a mí.– Agregué en la misma postura, mostrando sin embargo la disposición para convencerla costara lo que costara.
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Las palabras de Octavius la confundían pero intentaba que aquello no se mostrara en su rostro. Como cualquier líder de un pueblo, jamás hubiese demostrado a su enemigo directo lo que realmente estaba pensando o sintiendo, tan sólo escuchaba con educación lo que el hijo primogénito del emperador tenía que decir.
La noticia de la muerte del emperador por un lado la sorprendió y por el otro la alegró. Diva era viuda y su gran fuente de poder se acaba de extinguir, pues era bien conocido que ninguno de los hijos del Cesar aprobaba o si quiera gustaba de Diva, y que decir del pueblo romano… ningún romano, de aquellos que se amparaba en el ius civil y en su condición de ciudadano hubiese aceptado nunca ser gobernados por una reina extranjera. Eso era un sueño demasiado difícil de alcanzar en un país tan orgulloso como Roma.
Selene suspiró, pues no sabía si debía fingir lamento por la pérdida del padre del joven o ser sincera… aquella muerte sólo traía en su entender beneficios para Egipto. Roma estaba ahora en un completo estado de caos pues no se sabía quien sucedería al emperador y se encontraba sin líderes que guiaran al senado o al ejercito.
- Diría que lamento su perdida, pero si vamos a ser francos el uno con el otro, no noto en que en usted haya pesar por la muerte de su padre. – Una declaración bastante fuerte pero que debía hacerse, después de todo era bien conocido que Octavius había estado desaparecido la mayor parte de su vida escondido en las tierras bárbaras al norte de Roma por una derrota que había sufrido con una de sus legiones, ¿Qué podría haber vinculado después de todos esos años a un padre y a un hijo? Aun así, Selene no era de andar con rodeos, por lo mismo preguntó lo que estaba en su mente en ese momento. - Por lo que diré lo que más me preocupa en este momento… ¿En que situación me deja esto con Roma? ¿Tiene el acuerdo de paz validez aun?
Pero la respuesta llegó a ella apenas hizo la pregunta. Era tan obvio. Sin un líder claro, ¿Qué validez podría tener lo que se hubiese decidido por parte del Senado en un gobierno donde su cabeza ahora estaba muerto? Casarse con Gelum, que no era nada dentro de su familia la dejaba desprotegida frente a Roma.
- Cuando mandaron a Gelum, ya me lo imaginaba… lo mandaron por ser el más dispensable de todos ustedes ¿No? – Selene sonrió, pues no era estúpida. Sabía que estaba casándose con la persona de la familia que menos importaba perder. Pero al mismo tiempo era un vínculo jurídico para que sus hijos fueran considerados herederos legítimos de Roma y su nación no fuera atacada en un futuro cercano. - Aquello no me molestó en lo absoluto, pero con una rebelión y las traiciones que estan manifestandose como usted dice en Roma con Diva a la cabeza de ellas, no creo que le importe a nadie sacrificar a uno de ustedes para lograr sus fines. Por lo tanto… Gelum se ha vuelto más que dispensable, desechable… ¿No es así? – Selene cerró los ojos retirandose la corona de naranjos de la cabeza y botandola. Entendía perfectamente ahora que su matrimonio con el joven no tenía sentido alguno. Casada o no con él, lo que se avecinaba era inevitable, una guerra civil entre romanos en la cual ella no se interpondría si no había algo que ganar. - La verdad no entiendo como mi hermana podría tener control sobre Roma, una extranjera al poder de un pueblo donde se ve a la mujer como una virtud para un hombre y no como alguien que puede mandar… no es conciliable en mi mente. Después de todo ella ni si quiera Romana. ¿Según sus costumbres no le correspondería a usted, el hijo mayor, ser el nuevo emperador? ¿O acaso su padre ha dejado otro heredero en su testamento?
La joven hizo una pausa, pues todo el asunto le parecía muy sospechoso. No sólo por que Octavius, heredero directo al trono, se ofreciera a desposarse con ella, dejándola en una situación de poder increíble que el mismo había intentado evitar cuando se tomó la decisión en el Senado de que se casara con Gelum, sino porque Solomon le había ofrecido lo mismo con apenas horas de diferencia.
La única respuesta que se daba en la mente de Selene era esta: las cartas pueden invertirse en cualquier momento durante el juego.
Antes la habían considerado una amenaza directa a Roma, le habían declarado una guerra injusta para obtener más grano del que podían dar, y ahora necesitaban su ayuda para controlar una posible situación de anarquía en el Imperio. La joven suspiró… tenía muchas ideas en su mente que necesitaba ir ordenando una a una.
- Entenderá mi escepticismo cuando dude de sus intenciones al ofrecerme esta alianza matrimonial. – Dijo mirando hacia el suelo, pensando en el asunto detenidamente. - Tan sólo ayer su hermana menor y uno de sus primos vinieron a hacer lo mismo… Solomon era su nombre, un sujeto con una boca mucho más grande que su cerebro. – Una mueca de desprecio apareció en su rostro, recordar si quiera a ese tal Solomon le daba vuelta el estómago. – Extraña criatura ese sujeto, muy diferente a usted. Vino a Egipto creyéndose el rey del mundo y se fue exiliado con la cola entre las piernas. Aun así… traía consigo un comunicado del senado que decía hacerlo mi verdadero novio. Y hoy, usted se aparece en medio de mi boda y me dice algo bastante parecido. – La joven subió el rostro y miró a Octavius. La cabellera de su peluca cayó hacia delante por sus hombros, haciéndola lucir bastante similar a una joven romana. - ¿Es tanta la desesperación de su familia por acceder al trono que deben buscar en un país que desprecian la protección que en Roma no logran encontrar contra una mal nacida víbora como Diva? Me causa un poco de gracia, que no puedan contra una mujer tan estúpida como esa… sobre todo usted que es un General Romano.
Selene recordaba a Diva como alguien realmente astuta, pero completamente vulnerable, pues tenía una gran debilidad, sus ansias de poder y venganza. Todo para ella era un juego de que tanto podía abarcar, que tanto podía conseguir para si misma. Y en sus juegos se había quedado completamente sola. Sus deseos de venganza habían conseguido que entre Roma y Egipto se luchara una guerra estúpida e innecesaria, y aun así los hombres romanos la seguían viendo como una candidata a seguir en el poder de Roma junto con algún otro hombre. Selene no se lo explicaba pues tenía entendido que Diva era despreciada y odiada en Roma.
- Me pone en un increíble predicamento, Octavius. – Murmuró jugando con la cabellera que traía sobre su cabeza mirando hacia un costado los rayos de luz que caían desde el techo. – Pues no creo realmente que sea la seguridad de su pueblo lo que busca de mí, ni lo que yo quisiera darle a usted, después de todo su pueblo me es completamente indiferente, somos prácticamente enemigos.
Selene subió la mirada estudiando al hombre que tenía frente a ella. Si se casaba con él, no podría manipularlo a su antojo y eso estaba más que claro. Seguramente ninguno sería feliz, y aparte del ocasional coito… no habría más que compartieran. ¿Podría un hombre romano vinculado directamente al trono casarse con una princesa extranjera y sentarla como su mujer en Roma sin pensar que eso lo hacía dueño de Egipto? ¿O era el su medio más cercano para conseguir el gran sueño de Alejandro Magno? La joven suspiró sonriendo abnegada, si tenía desaparecer de la faz de la tierra, que mejor que dejar a un hijo del emperador de Roma sentado en el trono Egipto, listo para conquistar el resto de las tierras sin dueño.
- Bien…Es menester que nos entendamos entonces y lleguemos a la misma conclusión. Hasta este momento lo único que Roma había querido de Egipto era su grano, y lo tenían. Año tras año se llevaban el 20% de las cosechas como tributo para evitar invadirnos… se inmiscuían en nuestros asuntos siempre intentando mantener nuestro suelo en paz, para que nada alterara la producción de grano, pues sin el grano egipcio Roma pasa hambre. – Hizo una pausa, estaba diciendo lo obvio, la relación que había entre ambas naciones. - Hablemos sin rodeos, mantener una legión es caro y entendería que viniera a pedirme los medios para mantener a sus tropas mientras vence a mi hermana en Roma… y para conseguir las riquezas egipcias que le permitieran un ejercito que pudiera derrotar a las tropas de Diva en Roma, sería menester comprometerse en matrimonio conmigo, pues para ustedes los romanos Egipto es solo eso… Riquezas y grano… la grandeza romana construida a base de la riqueza de Egipto. – Selene caminó unos pasos y quedo frente a Octavius, su mirada altanera brillaba de una forma curiosa como si lo que estuviera pensando le resultara realmente atractivo. - Pero lo que Egipto puede darle es mucho más grandioso que eso, puede obtener su mayor tesoro, yo… y el gran sueño de Alejandro Magno, unificar el mediterráneo, el oriente y Europa en una sola gran nación sin divisiones. Un solo gran imperio que gobierne al mundo. – Paró de hablar sonriendo complacida, pues Octavius se veía como el tipo de hombre que podría mirar hacia arriba y no hacia abajo… podía ser un padre digno para sus hijos y un verdadero rey para Egipto y para Roma. - Eso es lo que veo yo de un matrimonio entre los dos. Nuestros hijos serian la unión de dos mundos... Serían literalmente los dueños de todo lo conocido para los hombres.
La noticia de la muerte del emperador por un lado la sorprendió y por el otro la alegró. Diva era viuda y su gran fuente de poder se acaba de extinguir, pues era bien conocido que ninguno de los hijos del Cesar aprobaba o si quiera gustaba de Diva, y que decir del pueblo romano… ningún romano, de aquellos que se amparaba en el ius civil y en su condición de ciudadano hubiese aceptado nunca ser gobernados por una reina extranjera. Eso era un sueño demasiado difícil de alcanzar en un país tan orgulloso como Roma.
Selene suspiró, pues no sabía si debía fingir lamento por la pérdida del padre del joven o ser sincera… aquella muerte sólo traía en su entender beneficios para Egipto. Roma estaba ahora en un completo estado de caos pues no se sabía quien sucedería al emperador y se encontraba sin líderes que guiaran al senado o al ejercito.
- Diría que lamento su perdida, pero si vamos a ser francos el uno con el otro, no noto en que en usted haya pesar por la muerte de su padre. – Una declaración bastante fuerte pero que debía hacerse, después de todo era bien conocido que Octavius había estado desaparecido la mayor parte de su vida escondido en las tierras bárbaras al norte de Roma por una derrota que había sufrido con una de sus legiones, ¿Qué podría haber vinculado después de todos esos años a un padre y a un hijo? Aun así, Selene no era de andar con rodeos, por lo mismo preguntó lo que estaba en su mente en ese momento. - Por lo que diré lo que más me preocupa en este momento… ¿En que situación me deja esto con Roma? ¿Tiene el acuerdo de paz validez aun?
Pero la respuesta llegó a ella apenas hizo la pregunta. Era tan obvio. Sin un líder claro, ¿Qué validez podría tener lo que se hubiese decidido por parte del Senado en un gobierno donde su cabeza ahora estaba muerto? Casarse con Gelum, que no era nada dentro de su familia la dejaba desprotegida frente a Roma.
- Cuando mandaron a Gelum, ya me lo imaginaba… lo mandaron por ser el más dispensable de todos ustedes ¿No? – Selene sonrió, pues no era estúpida. Sabía que estaba casándose con la persona de la familia que menos importaba perder. Pero al mismo tiempo era un vínculo jurídico para que sus hijos fueran considerados herederos legítimos de Roma y su nación no fuera atacada en un futuro cercano. - Aquello no me molestó en lo absoluto, pero con una rebelión y las traiciones que estan manifestandose como usted dice en Roma con Diva a la cabeza de ellas, no creo que le importe a nadie sacrificar a uno de ustedes para lograr sus fines. Por lo tanto… Gelum se ha vuelto más que dispensable, desechable… ¿No es así? – Selene cerró los ojos retirandose la corona de naranjos de la cabeza y botandola. Entendía perfectamente ahora que su matrimonio con el joven no tenía sentido alguno. Casada o no con él, lo que se avecinaba era inevitable, una guerra civil entre romanos en la cual ella no se interpondría si no había algo que ganar. - La verdad no entiendo como mi hermana podría tener control sobre Roma, una extranjera al poder de un pueblo donde se ve a la mujer como una virtud para un hombre y no como alguien que puede mandar… no es conciliable en mi mente. Después de todo ella ni si quiera Romana. ¿Según sus costumbres no le correspondería a usted, el hijo mayor, ser el nuevo emperador? ¿O acaso su padre ha dejado otro heredero en su testamento?
La joven hizo una pausa, pues todo el asunto le parecía muy sospechoso. No sólo por que Octavius, heredero directo al trono, se ofreciera a desposarse con ella, dejándola en una situación de poder increíble que el mismo había intentado evitar cuando se tomó la decisión en el Senado de que se casara con Gelum, sino porque Solomon le había ofrecido lo mismo con apenas horas de diferencia.
La única respuesta que se daba en la mente de Selene era esta: las cartas pueden invertirse en cualquier momento durante el juego.
Antes la habían considerado una amenaza directa a Roma, le habían declarado una guerra injusta para obtener más grano del que podían dar, y ahora necesitaban su ayuda para controlar una posible situación de anarquía en el Imperio. La joven suspiró… tenía muchas ideas en su mente que necesitaba ir ordenando una a una.
- Entenderá mi escepticismo cuando dude de sus intenciones al ofrecerme esta alianza matrimonial. – Dijo mirando hacia el suelo, pensando en el asunto detenidamente. - Tan sólo ayer su hermana menor y uno de sus primos vinieron a hacer lo mismo… Solomon era su nombre, un sujeto con una boca mucho más grande que su cerebro. – Una mueca de desprecio apareció en su rostro, recordar si quiera a ese tal Solomon le daba vuelta el estómago. – Extraña criatura ese sujeto, muy diferente a usted. Vino a Egipto creyéndose el rey del mundo y se fue exiliado con la cola entre las piernas. Aun así… traía consigo un comunicado del senado que decía hacerlo mi verdadero novio. Y hoy, usted se aparece en medio de mi boda y me dice algo bastante parecido. – La joven subió el rostro y miró a Octavius. La cabellera de su peluca cayó hacia delante por sus hombros, haciéndola lucir bastante similar a una joven romana. - ¿Es tanta la desesperación de su familia por acceder al trono que deben buscar en un país que desprecian la protección que en Roma no logran encontrar contra una mal nacida víbora como Diva? Me causa un poco de gracia, que no puedan contra una mujer tan estúpida como esa… sobre todo usted que es un General Romano.
Selene recordaba a Diva como alguien realmente astuta, pero completamente vulnerable, pues tenía una gran debilidad, sus ansias de poder y venganza. Todo para ella era un juego de que tanto podía abarcar, que tanto podía conseguir para si misma. Y en sus juegos se había quedado completamente sola. Sus deseos de venganza habían conseguido que entre Roma y Egipto se luchara una guerra estúpida e innecesaria, y aun así los hombres romanos la seguían viendo como una candidata a seguir en el poder de Roma junto con algún otro hombre. Selene no se lo explicaba pues tenía entendido que Diva era despreciada y odiada en Roma.
- Me pone en un increíble predicamento, Octavius. – Murmuró jugando con la cabellera que traía sobre su cabeza mirando hacia un costado los rayos de luz que caían desde el techo. – Pues no creo realmente que sea la seguridad de su pueblo lo que busca de mí, ni lo que yo quisiera darle a usted, después de todo su pueblo me es completamente indiferente, somos prácticamente enemigos.
Selene subió la mirada estudiando al hombre que tenía frente a ella. Si se casaba con él, no podría manipularlo a su antojo y eso estaba más que claro. Seguramente ninguno sería feliz, y aparte del ocasional coito… no habría más que compartieran. ¿Podría un hombre romano vinculado directamente al trono casarse con una princesa extranjera y sentarla como su mujer en Roma sin pensar que eso lo hacía dueño de Egipto? ¿O era el su medio más cercano para conseguir el gran sueño de Alejandro Magno? La joven suspiró sonriendo abnegada, si tenía desaparecer de la faz de la tierra, que mejor que dejar a un hijo del emperador de Roma sentado en el trono Egipto, listo para conquistar el resto de las tierras sin dueño.
- Bien…Es menester que nos entendamos entonces y lleguemos a la misma conclusión. Hasta este momento lo único que Roma había querido de Egipto era su grano, y lo tenían. Año tras año se llevaban el 20% de las cosechas como tributo para evitar invadirnos… se inmiscuían en nuestros asuntos siempre intentando mantener nuestro suelo en paz, para que nada alterara la producción de grano, pues sin el grano egipcio Roma pasa hambre. – Hizo una pausa, estaba diciendo lo obvio, la relación que había entre ambas naciones. - Hablemos sin rodeos, mantener una legión es caro y entendería que viniera a pedirme los medios para mantener a sus tropas mientras vence a mi hermana en Roma… y para conseguir las riquezas egipcias que le permitieran un ejercito que pudiera derrotar a las tropas de Diva en Roma, sería menester comprometerse en matrimonio conmigo, pues para ustedes los romanos Egipto es solo eso… Riquezas y grano… la grandeza romana construida a base de la riqueza de Egipto. – Selene caminó unos pasos y quedo frente a Octavius, su mirada altanera brillaba de una forma curiosa como si lo que estuviera pensando le resultara realmente atractivo. - Pero lo que Egipto puede darle es mucho más grandioso que eso, puede obtener su mayor tesoro, yo… y el gran sueño de Alejandro Magno, unificar el mediterráneo, el oriente y Europa en una sola gran nación sin divisiones. Un solo gran imperio que gobierne al mundo. – Paró de hablar sonriendo complacida, pues Octavius se veía como el tipo de hombre que podría mirar hacia arriba y no hacia abajo… podía ser un padre digno para sus hijos y un verdadero rey para Egipto y para Roma. - Eso es lo que veo yo de un matrimonio entre los dos. Nuestros hijos serian la unión de dos mundos... Serían literalmente los dueños de todo lo conocido para los hombres.
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Las palabras de la reina de Egipto no se hicieron esperar. Sin lugar a dudas que lo dicho por Octavius no era algo que se hubiese imaginado escuchar al comenzar el día, pero sin embargo, había demostrado gran intelecto al adelantarse a ciertos hechos al mismo tiempo que realizaba varios análisis de la situación. Por supuesto, bajo el punto de vista que debía tener la mismísima soberana del gran desierto africano.
Los ojos del hijo del emperador se centraron en el rostro de la mujer que le hablaba, manteniéndose fijos sobre ella como si se tratara de un tesoro, o bien, algo único que nunca antes hubiese tenido la oportunidad de presenciar y ahora no se pudiera separar de ello. Como una especie de alucinógeno. Aunque en realidad, lo que le pasaba era que le sorprendía la diferencia tan notoria entre las dos hermanas. Ambas tenían sus propios trucos, y se caracterizaban por saber aprovechar sus dotes. No obstante, mientras una parecía ser la esencia misma del orgullo, poniéndose por encima de todo para conseguir sus objetivos, su contra parte, era la más clara muestra de que el fin justifica los medios. Y gracias a ello, le fue imposible evitar sonreír levemente sin dejar de escuchar las palabras de Selene.
De cualquier modo había bastantes interrogantes que tenía que responderle a su par egipcia. Por lo que respiró un poco y luego se dispuso a hablar según le correspondiera.
Tus preguntas son las mismas que me he hecho yo en su momento, reina Selene. Como bien pareces saber, estuve desaparecido por un buen tiempo y fue precisamente en ese lapso de ausencia, en el cual Diva tomó una posición bastante privilegiada en mi país natal. Algo por lo demás curioso que nadie se molestó en evitar. – Comentó dando un pequeño paseo frente a la diosa encarnada, como según sabía era conocida la chica de ojos misteriosos. No le perdía de vista en ningún instante, ni tampoco le daba la espalda. Bajo ninguna circunstancia pretendía faltarle el respeto.
El resto es historia ya conocida.- Se quedó quieto nuevamente y volteo por unos instantes su rostro hacía la luz, pensativo. – Aprovechándose de la influencia de mi difunto padre, de la juventud de mis hermanos y mi supuesta muerte, se dio vía libre para conseguir un apoyo monumental en la ineficiente aristocracia romana.
Era obvio, si se le escuchaba, que no estaba para nada contento ni mucho menos satisfecho con la historia que se estaba escribiendo en sus tierras. A pesar de su establecida frialdad y trato cordial para con ella, en su tono se mantenía levemente oculta la frustración y el odio de no haber podido controlar las cosas antes de que tomaran un rumbo casi inevitable, y por lo demás, bastante riesgoso para todos. Estaba más que consciente del peligro que corría si Diva se enteraba de lo que estaba haciendo, pero poco le preocupaba el hecho de lo que pudiese hacer ella en contra suya. En Roma no existía soldado alguno que pudiera vencerle. En habilidades puede que sólo Vergilius se le acercara, pero tenía mucha más experiencia que él en el utópico caso de que tuviese que enfrentarse a su propio hermano. Aunque de todo corazón, esperaba que se mantuviese al margen de todo y ojala, se asentara en un lugar tranquilo y apartado junto a Sophia o quien él decidiera. No le correspondía asumir tales responsabilidades, sería injusto para él que tanto había luchado por Roma.
Pero no era momento para recordar a su hermano menor. Especialmente, cuando de la boca de la hermana de Diva salió exclamado el nombre de su primo Solomon y, por descarte, su propia hermana menor Lydia. Octavius no se esperaba para nada que ellos hubiesen estado en Egipto, ni mucho menos con las intenciones declaradas por Selene. ¿Qué pretendía Solomon con un intento de casamiento como ése? Daba para pensarlo, aunque no le interesaba en absoluto lo que pudiese hacer su pariente. Desde siempre su relación con él había sido mera cuestión social y formal, sin sentir ningún tipo de afecto o aversión hacía su persona. Era un romano más, o mejor dicho, un senador bastante inescrupuloso. Prueba viviente de ello era el testimonio de la reina egipcia, la que parecía odiar con toda su alma al raro aristócrata romano.
Me desmarco totalmente de lo dicho Solomon y Lydia, reina Selene. Desconozco la veracidad de las palabras que pudo haber dicho ese sujeto, y además, aprovecho de declarar que no he venido en representación del senado o por su orden. La decisión de contraer matrimonio con su realeza, fue tomada en completa soledad y aceptando cualquier tipo de responsabilidad, única y exclusivamente por mí persona. – Aclaró enseguida, aprovechando de dejar clavada su postura y de paso, que ella comprendiera que su naturaleza distaba bastante de ser apegada a toda la política romana.
Como usted lo ha dicho, soy un general romano. Y como tal, soy de tomar las decisiones tanto por el contexto de las acciones rivales, así como de la disponibilidad que maneje bajo mis manos. En situaciones comunes y corrientes, los hombres comunes y corrientes pueden hablar. Pero cuando se trata de un asunto que involucra a dos de las naciones más importantes del mundo…
Se acercó con pequeños pasos hacía donde estaba la reina, manteniéndose apenas separado de su cuerpo. A pesar de que ella era más joven y físicamente lucía inferior tanto en contextura como estatura, su presencia tenía algo que imponía respeto y honor. Algo que hacía que Octavius no la viera como enemigo, ni tampoco como un aliado, sino como un similar que merecía el trato que le estaba dando. De luchador a luchadora, como dos personas que comprendían el verdadero significado de desear lo mejor para su nación y no permitir que nadie le hiciera daño, aún si para eso debían recurrir a actos indeseados. Velar por su prosperidad incluso si para ello debían sacrificarse a si mismos.
Siguiendo mi lógica, creo que es correcto que sólo hablen los dos más importantes de cada nación, no lo cree usted igual?.- Preguntó con honestidad y firmeza, cerrando un poco el entrecejo para después cerrar sus ojos con resignación. – Es por eso que ahora estamos aquí, ciertamente.
Las palabras que había expresado Selene una vez que se decidió a entrar de lleno en el tema de una supuesta alianza fueron escuchadas con total silencio e interés por parte de Octavius. Podía sentir que lo más importante de sus predicamentos se estaba diciendo en ese instante, en el que daba a conocer sus conclusiones e, incluso, ponía sobre la mesa una propuesta bastante especial que, para ser sinceros, no había pasado del todo por la cabeza del general romano. O al menos, no de la forma en la que fue planteada dicha idea por la bella mujer egipcia.
Nuevas interrogantes y paradigmas se presentaron en la cabeza de Octavius, una vez que la mirada de aquella mujer se encontraba firme y elegante por sobre la suya, la misma mujer que se limitó a guardar silencio después de pronunciar todo lo que debía decir al menos en ese momento. Ahora, le correspondía al glorioso heredero al trono el derecho de meditar lo dicho por la reina y pronunciar su pensamiento al respecto de la situación.
Un gran imperio… el sueño egipcio y romano, no es así?. Los grandes pueblos piensan igual y parece ser que los dioses, no solo aspiran a que Roma y Egipto compartan sus metas...
Ya estaba claro que si para garantizar un verdadero período de estabilidad en Roma, y sacar del poder a Diva y todo su sequito de hienas, debía aceptar ciertas condiciones comunes, lo haría sin dudarlo un instante.
Y si aceptas el trato, también los gobernadores… - Sentenció de forma tajante, a la espera de una última respuesta de la reina egipcia.
Los ojos del hijo del emperador se centraron en el rostro de la mujer que le hablaba, manteniéndose fijos sobre ella como si se tratara de un tesoro, o bien, algo único que nunca antes hubiese tenido la oportunidad de presenciar y ahora no se pudiera separar de ello. Como una especie de alucinógeno. Aunque en realidad, lo que le pasaba era que le sorprendía la diferencia tan notoria entre las dos hermanas. Ambas tenían sus propios trucos, y se caracterizaban por saber aprovechar sus dotes. No obstante, mientras una parecía ser la esencia misma del orgullo, poniéndose por encima de todo para conseguir sus objetivos, su contra parte, era la más clara muestra de que el fin justifica los medios. Y gracias a ello, le fue imposible evitar sonreír levemente sin dejar de escuchar las palabras de Selene.
De cualquier modo había bastantes interrogantes que tenía que responderle a su par egipcia. Por lo que respiró un poco y luego se dispuso a hablar según le correspondiera.
Tus preguntas son las mismas que me he hecho yo en su momento, reina Selene. Como bien pareces saber, estuve desaparecido por un buen tiempo y fue precisamente en ese lapso de ausencia, en el cual Diva tomó una posición bastante privilegiada en mi país natal. Algo por lo demás curioso que nadie se molestó en evitar. – Comentó dando un pequeño paseo frente a la diosa encarnada, como según sabía era conocida la chica de ojos misteriosos. No le perdía de vista en ningún instante, ni tampoco le daba la espalda. Bajo ninguna circunstancia pretendía faltarle el respeto.
El resto es historia ya conocida.- Se quedó quieto nuevamente y volteo por unos instantes su rostro hacía la luz, pensativo. – Aprovechándose de la influencia de mi difunto padre, de la juventud de mis hermanos y mi supuesta muerte, se dio vía libre para conseguir un apoyo monumental en la ineficiente aristocracia romana.
Era obvio, si se le escuchaba, que no estaba para nada contento ni mucho menos satisfecho con la historia que se estaba escribiendo en sus tierras. A pesar de su establecida frialdad y trato cordial para con ella, en su tono se mantenía levemente oculta la frustración y el odio de no haber podido controlar las cosas antes de que tomaran un rumbo casi inevitable, y por lo demás, bastante riesgoso para todos. Estaba más que consciente del peligro que corría si Diva se enteraba de lo que estaba haciendo, pero poco le preocupaba el hecho de lo que pudiese hacer ella en contra suya. En Roma no existía soldado alguno que pudiera vencerle. En habilidades puede que sólo Vergilius se le acercara, pero tenía mucha más experiencia que él en el utópico caso de que tuviese que enfrentarse a su propio hermano. Aunque de todo corazón, esperaba que se mantuviese al margen de todo y ojala, se asentara en un lugar tranquilo y apartado junto a Sophia o quien él decidiera. No le correspondía asumir tales responsabilidades, sería injusto para él que tanto había luchado por Roma.
Pero no era momento para recordar a su hermano menor. Especialmente, cuando de la boca de la hermana de Diva salió exclamado el nombre de su primo Solomon y, por descarte, su propia hermana menor Lydia. Octavius no se esperaba para nada que ellos hubiesen estado en Egipto, ni mucho menos con las intenciones declaradas por Selene. ¿Qué pretendía Solomon con un intento de casamiento como ése? Daba para pensarlo, aunque no le interesaba en absoluto lo que pudiese hacer su pariente. Desde siempre su relación con él había sido mera cuestión social y formal, sin sentir ningún tipo de afecto o aversión hacía su persona. Era un romano más, o mejor dicho, un senador bastante inescrupuloso. Prueba viviente de ello era el testimonio de la reina egipcia, la que parecía odiar con toda su alma al raro aristócrata romano.
Me desmarco totalmente de lo dicho Solomon y Lydia, reina Selene. Desconozco la veracidad de las palabras que pudo haber dicho ese sujeto, y además, aprovecho de declarar que no he venido en representación del senado o por su orden. La decisión de contraer matrimonio con su realeza, fue tomada en completa soledad y aceptando cualquier tipo de responsabilidad, única y exclusivamente por mí persona. – Aclaró enseguida, aprovechando de dejar clavada su postura y de paso, que ella comprendiera que su naturaleza distaba bastante de ser apegada a toda la política romana.
Como usted lo ha dicho, soy un general romano. Y como tal, soy de tomar las decisiones tanto por el contexto de las acciones rivales, así como de la disponibilidad que maneje bajo mis manos. En situaciones comunes y corrientes, los hombres comunes y corrientes pueden hablar. Pero cuando se trata de un asunto que involucra a dos de las naciones más importantes del mundo…
Se acercó con pequeños pasos hacía donde estaba la reina, manteniéndose apenas separado de su cuerpo. A pesar de que ella era más joven y físicamente lucía inferior tanto en contextura como estatura, su presencia tenía algo que imponía respeto y honor. Algo que hacía que Octavius no la viera como enemigo, ni tampoco como un aliado, sino como un similar que merecía el trato que le estaba dando. De luchador a luchadora, como dos personas que comprendían el verdadero significado de desear lo mejor para su nación y no permitir que nadie le hiciera daño, aún si para eso debían recurrir a actos indeseados. Velar por su prosperidad incluso si para ello debían sacrificarse a si mismos.
Siguiendo mi lógica, creo que es correcto que sólo hablen los dos más importantes de cada nación, no lo cree usted igual?.- Preguntó con honestidad y firmeza, cerrando un poco el entrecejo para después cerrar sus ojos con resignación. – Es por eso que ahora estamos aquí, ciertamente.
Las palabras que había expresado Selene una vez que se decidió a entrar de lleno en el tema de una supuesta alianza fueron escuchadas con total silencio e interés por parte de Octavius. Podía sentir que lo más importante de sus predicamentos se estaba diciendo en ese instante, en el que daba a conocer sus conclusiones e, incluso, ponía sobre la mesa una propuesta bastante especial que, para ser sinceros, no había pasado del todo por la cabeza del general romano. O al menos, no de la forma en la que fue planteada dicha idea por la bella mujer egipcia.
Nuevas interrogantes y paradigmas se presentaron en la cabeza de Octavius, una vez que la mirada de aquella mujer se encontraba firme y elegante por sobre la suya, la misma mujer que se limitó a guardar silencio después de pronunciar todo lo que debía decir al menos en ese momento. Ahora, le correspondía al glorioso heredero al trono el derecho de meditar lo dicho por la reina y pronunciar su pensamiento al respecto de la situación.
Un gran imperio… el sueño egipcio y romano, no es así?. Los grandes pueblos piensan igual y parece ser que los dioses, no solo aspiran a que Roma y Egipto compartan sus metas...
Ya estaba claro que si para garantizar un verdadero período de estabilidad en Roma, y sacar del poder a Diva y todo su sequito de hienas, debía aceptar ciertas condiciones comunes, lo haría sin dudarlo un instante.
Y si aceptas el trato, también los gobernadores… - Sentenció de forma tajante, a la espera de una última respuesta de la reina egipcia.
Octavius- Dios/a
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
Todo iba acorde a lo esperado, los motivos, las razones expuestas por el hombre eran más que claras. No había necesidad de alargar innecesariamente esa conversación, pues a Selene de cualquier forma no le interesaba en demasía los detalles sino los resultados de la unión política de Egipto con el heredero mayor al trono de Roma. Todo hubiese sido esperado y hasta aceptable, excepto cuando escuchó que venía a Egipto por cuenta propia y sin el consentimiento del Senado.
Eso de inmediato lo convertía simplemente en un hijo del emperador muerto que decidía pasar una vacaciones con la Reina Selene, sin importar lo que pasara entre ellos no se le vería en Roma como su legítima esposa. Selene frunció el ceño un tanto decepcionada. Había estado maquinando todo el escenario en su cabeza y ahora todo se derrumbaba. Tampoco iba a dejar que la utilizaran para conseguir un objetivo y que luego la dejaran sin nada y aun más, sin su honra de mujer.
- Si no cuenta con autorización del senado para casarte conmigo, nuestro matrimonio sería inválido en Roma, yo su prostituta egipcia y nuestra descendencia bastardos sin derecho a sucederte. – Selene no tenía problema en decir las cosas como eran. Era franca, demasiado fría con sus pensamientos y la forma en que su mirada se tornaba ante la idea de que todo eso fuera un movimiento Romano para engañarla, que atrás de ese hombre estuviera Diva intentando humillarla. - Me seguirían viendo como un reina extranjera que ha tomado como concubina y no como su legítima esposa, Octavius.
Selene suspiró, si ese era el caso… no había sentido en tantos formalismos en aquella boda, de cualquier forma los senadores romanos encontrarían una forma de decir que no era válida. ¿De que le servía realmente a Selene casarse a esa altura de su vida cuando en el país donde aquel matrimonio debía contar, nadie le daría legitimidad a su unión?
- Que más da. – Dijo sonriendo y sacándose el velo naranja de su cabellera para dejarlo caer por sus suaves brazos. Todo el asunto parecía hacerle más gracia que cualquier otra cosa, por una cosa de minutos no se había casado con Gelum y ahora que lo pensaba, tal vez había sido una jugada del destino que llegara Octavius a su palacio a pedirle matrimonio… Octavius, era después de todo, el legítimo heredero al trono Romano. Mejor jugada que esa para sus propios planes no podría haber encontrado. – Como la diosa que soy puedo elegir a quien quiera, y cuando quiera como mi conyugue. El tema de las formalidades se podrán arreglar cuando mi ejército se encargue de ponerte en el trono. Y así, cuando seas emperador de toda Roma y sus distritos… podrás envestirme legalmente como tu esposa… después de todo tu palabra en Roma será ley, tus deseos órdenes…
Había algo seductor en la forma en que Selene presentaba una imagen de Octavius como un gran conquistador y señor. Esa era la especialidad egipcia, crear en los hombres el deseo de querer más y más, de no conformarse con lo que tenían y buscar en sus destinos la grandeza y la gloria de la conquista. Esa misma tierra, Alejandría, era la prueba viviente que ahí habían pasado uno tras otro tras otro los hombres más grandes de la historia. Ahí estaba enterrado el gran Alejandro, el que había empezado el sueño de conquistar todo el mundo y aliarlo bajo su reinado para morir antes de completar su ambición. Selene se había obsesionado con la idea de ser ella quien completara esa misión y que sus hijos se sentaran en aquel trono para gobernar a todos los habitantes del mundo conocido.
Notaba la proximidad con Octavius y a pesar de que ese hombre le podría haber duplicado fácilmente la edad, sabía que seguía siendo un hombre y su cercanía le debía incomodar en ciertas formas. No le interesaba la diferencia de edad entre ellos, aprendería a ser la esposa que Octavius querría de ella sin comprometer en ningún instante sus propios objetivos. Si tenía que vender su cuerpo al postor más alto por asegurar el bienestar de los suyos lo haría sin dudarlo un segundo. Después de todo, había esperado toda su vida que llegara a su palacio un hombre que tuviera la autoridad de decir que podría conquistar el mundo a su lado sin ninguna duda en sus ojos. Si Octavius era ese hombre efectivamente, tenerlo de aliado era ya afortunado, como esposo resultaba ser un regalo de los dioses para ella.
- Como mi esposo sabes que tendrás acceso a mi ejército, mis riquezas y mi oro. Tendrás a una mujer virgen y fértil en edad de procrear…que habla 7 idiomas y es bien educada en ciencias y matemáticas. Soy una verdadera diosa Egipcia, venerada por millones como la máxima divinidad en la tierra. – La mujer hizo una leve reverencia, no era soberbia, sino hechos. Ella realmente era considerada una diosa en su propia tierra, pues se le asumía su cargo por una relación divina entre los mortales y los dioses, la reencarnación de Isis en la tierra… eso era considerada Selene para sus pares Egipcios. Levantó el rostro, sus ojos violeta brillaban con entusiasmo, pero no más de la cuenta. - ¿La dote? - Le preguntó para luego hacer una pausa pues la respuesta merecía todas las formalidades posibles, no era una cosa que se iba a decir así como así y se demoró todo el tiempo que quiso en pronunciar la palabra que siguió aquella frase. - Persia. Persia será mi regalo para ti…- Ni si quiera vaciló en decirlo. Su confianza era tan grande que pensaba podía triunfar en el mismo lugar donde su padre había fracasado. - y cuando tome la cabeza del príncipe Persa en venganza de la muerte de tu padre, acuñare millones de áureos con tu rostro y el mío, para que el mundo recuerde el año en que Octavius y Selene conquistaron el mundo.
Retrocedió unos pasos y sonrió con algo de astucia. Sabía que todo ello era más que tentador. A pesar de que hubiese estado casada anteriormente con su hermano menor, aquella relación nunca se había consumado por ser el faraón solo un niño. Diva los había dejado gobernando cuando ella apenas tenía 12 años… había crecido odiándola por ello, por el estado en que había dejado Egipto.
Pero Selene no era tonta, no dejaría tampoco que un hombre la utilizara nuevamente como había pasado en su oportunidad con Seth quien se había aprovechado de su ingenuidad y su edad para hacer que hiciera prácticamente lo que el hombre quisiera. Selene se cruzó de brazos, aun sonriendo, mirando a Octavius directamente a sus ojos rasgados.
- Ahora, es tu turno. Sedúceme con una oferta de matrimonio Octavius, ¿Qué gano siendo tu esposa además de deudas y una posible guerra?
Eso de inmediato lo convertía simplemente en un hijo del emperador muerto que decidía pasar una vacaciones con la Reina Selene, sin importar lo que pasara entre ellos no se le vería en Roma como su legítima esposa. Selene frunció el ceño un tanto decepcionada. Había estado maquinando todo el escenario en su cabeza y ahora todo se derrumbaba. Tampoco iba a dejar que la utilizaran para conseguir un objetivo y que luego la dejaran sin nada y aun más, sin su honra de mujer.
- Si no cuenta con autorización del senado para casarte conmigo, nuestro matrimonio sería inválido en Roma, yo su prostituta egipcia y nuestra descendencia bastardos sin derecho a sucederte. – Selene no tenía problema en decir las cosas como eran. Era franca, demasiado fría con sus pensamientos y la forma en que su mirada se tornaba ante la idea de que todo eso fuera un movimiento Romano para engañarla, que atrás de ese hombre estuviera Diva intentando humillarla. - Me seguirían viendo como un reina extranjera que ha tomado como concubina y no como su legítima esposa, Octavius.
Selene suspiró, si ese era el caso… no había sentido en tantos formalismos en aquella boda, de cualquier forma los senadores romanos encontrarían una forma de decir que no era válida. ¿De que le servía realmente a Selene casarse a esa altura de su vida cuando en el país donde aquel matrimonio debía contar, nadie le daría legitimidad a su unión?
- Que más da. – Dijo sonriendo y sacándose el velo naranja de su cabellera para dejarlo caer por sus suaves brazos. Todo el asunto parecía hacerle más gracia que cualquier otra cosa, por una cosa de minutos no se había casado con Gelum y ahora que lo pensaba, tal vez había sido una jugada del destino que llegara Octavius a su palacio a pedirle matrimonio… Octavius, era después de todo, el legítimo heredero al trono Romano. Mejor jugada que esa para sus propios planes no podría haber encontrado. – Como la diosa que soy puedo elegir a quien quiera, y cuando quiera como mi conyugue. El tema de las formalidades se podrán arreglar cuando mi ejército se encargue de ponerte en el trono. Y así, cuando seas emperador de toda Roma y sus distritos… podrás envestirme legalmente como tu esposa… después de todo tu palabra en Roma será ley, tus deseos órdenes…
Había algo seductor en la forma en que Selene presentaba una imagen de Octavius como un gran conquistador y señor. Esa era la especialidad egipcia, crear en los hombres el deseo de querer más y más, de no conformarse con lo que tenían y buscar en sus destinos la grandeza y la gloria de la conquista. Esa misma tierra, Alejandría, era la prueba viviente que ahí habían pasado uno tras otro tras otro los hombres más grandes de la historia. Ahí estaba enterrado el gran Alejandro, el que había empezado el sueño de conquistar todo el mundo y aliarlo bajo su reinado para morir antes de completar su ambición. Selene se había obsesionado con la idea de ser ella quien completara esa misión y que sus hijos se sentaran en aquel trono para gobernar a todos los habitantes del mundo conocido.
Notaba la proximidad con Octavius y a pesar de que ese hombre le podría haber duplicado fácilmente la edad, sabía que seguía siendo un hombre y su cercanía le debía incomodar en ciertas formas. No le interesaba la diferencia de edad entre ellos, aprendería a ser la esposa que Octavius querría de ella sin comprometer en ningún instante sus propios objetivos. Si tenía que vender su cuerpo al postor más alto por asegurar el bienestar de los suyos lo haría sin dudarlo un segundo. Después de todo, había esperado toda su vida que llegara a su palacio un hombre que tuviera la autoridad de decir que podría conquistar el mundo a su lado sin ninguna duda en sus ojos. Si Octavius era ese hombre efectivamente, tenerlo de aliado era ya afortunado, como esposo resultaba ser un regalo de los dioses para ella.
- Como mi esposo sabes que tendrás acceso a mi ejército, mis riquezas y mi oro. Tendrás a una mujer virgen y fértil en edad de procrear…que habla 7 idiomas y es bien educada en ciencias y matemáticas. Soy una verdadera diosa Egipcia, venerada por millones como la máxima divinidad en la tierra. – La mujer hizo una leve reverencia, no era soberbia, sino hechos. Ella realmente era considerada una diosa en su propia tierra, pues se le asumía su cargo por una relación divina entre los mortales y los dioses, la reencarnación de Isis en la tierra… eso era considerada Selene para sus pares Egipcios. Levantó el rostro, sus ojos violeta brillaban con entusiasmo, pero no más de la cuenta. - ¿La dote? - Le preguntó para luego hacer una pausa pues la respuesta merecía todas las formalidades posibles, no era una cosa que se iba a decir así como así y se demoró todo el tiempo que quiso en pronunciar la palabra que siguió aquella frase. - Persia. Persia será mi regalo para ti…- Ni si quiera vaciló en decirlo. Su confianza era tan grande que pensaba podía triunfar en el mismo lugar donde su padre había fracasado. - y cuando tome la cabeza del príncipe Persa en venganza de la muerte de tu padre, acuñare millones de áureos con tu rostro y el mío, para que el mundo recuerde el año en que Octavius y Selene conquistaron el mundo.
Retrocedió unos pasos y sonrió con algo de astucia. Sabía que todo ello era más que tentador. A pesar de que hubiese estado casada anteriormente con su hermano menor, aquella relación nunca se había consumado por ser el faraón solo un niño. Diva los había dejado gobernando cuando ella apenas tenía 12 años… había crecido odiándola por ello, por el estado en que había dejado Egipto.
Pero Selene no era tonta, no dejaría tampoco que un hombre la utilizara nuevamente como había pasado en su oportunidad con Seth quien se había aprovechado de su ingenuidad y su edad para hacer que hiciera prácticamente lo que el hombre quisiera. Selene se cruzó de brazos, aun sonriendo, mirando a Octavius directamente a sus ojos rasgados.
- Ahora, es tu turno. Sedúceme con una oferta de matrimonio Octavius, ¿Qué gano siendo tu esposa además de deudas y una posible guerra?
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
La conversación ahora estaba a punto de tomar un rumbo distinto, en el cual los dos afinarían los últimos detalles antes de sellar un pacto que no sólo podría sellar el destino de sus vidas, sino que también, el de ambas naciones. Después de todo, no se trataba de un pacto de matrimonio cualquiera, sino el de dos grandes iconos en sus tierras. Por un lado, teníamos a la gloriosa reina de Egipto, Selene, que había demostrado mucho más carácter del que se pudiera considerar en una simple muchacha de dieciocho años. En el otro, estaba ubicado el primogénito oficial del difunto emperador y, por decreto, sucesor de este último en el trono romano, Octavius, un hombre alto y con basta trayectoria en las filas militares de su nación.
Viéndolo así, más de alguno podría declarar que se unían lo mejor de ambos reinos para formar una combinación perfecta. La fuerza bruta e imponencia física de Octavius, junto al intelecto y la elegancia de la diosa egipcia reencarnada, Selene. De ellos, se supondría que saldría aquel elemento que gobernaría con mano de acero el mundo entero. Al menos, en el papel eso nos decía la ecuación y todo indicaba que tarde o temprano pasaría de ser una mera suposición a un hecho concreto y bien sustentado.
Sin embargo, por un momento parecía que las cosas se iban a complicar e, inclusive, caer antes de ajustarse entre los dos. Las palabras emitidas por el hijo del emperador y escuchadas por Selene, no la habían dejado totalmente complacida ni mucho menos satisfecha. Pero no era la idea de casarse, sino más bien, el hecho de que aquel hombre proveniente del otro lado del mar no estuviese bajo el alero del Senado o algún rango político que pudiera solventar su unión matrimonial. Para ella, todo sería en vano ya que no tendría validez y sería considerada una mujerzuela sin rango ni honor, desechable, tanto o más que el propio infante Gelum, quien ya sin utilidad real para Roma, podría hacer de su vida cualquier cosa que él quisiera, y su propio hermano opresor le dejara, claro estaba. No culpaba al muchacho si deseaba con toda su alma en Egipto, teniendo en cuenta que en su casa le esperaba un sujeto no muy atento a sus propios cabales.
Aún más grande fue la sorpresa de Octavius al ver que la mujer, a pesar de lo dicho por ella misma, estaba dispuesta a enlazar la alianza de todas formas. Bajo sus propias palabras, de todas formas él debería dar por oficial el matrimonio en su país natal una vez que estuviese en condiciones adecuadas para hacerlo. Por ahora todo continuaría tal cual como lo habían estado planeado y no habría mayor problema de que preocuparse, salvo por el hecho de que ahora Selene quería ser convencida por una oferta que terminara por dejarla satisfecha, como en primera instancia, lo había sido.
Una pequeña sonrisa diminuta se pudo ver formarse en el rostro del hombre, quien entendía perfectamente el descontento mostrado por la mujer y, a pesar de eso, el sacrificio que estaba dispuesta a hacer con el único objetivo de lograr un bien común para los dos (y sobretodo por su sueño en cuanto a los herederos, que parecía ser uno de los máximos anhelos de su vida). Aunque de todas formas, hacer juicios o sacar conjeturas no era su estilo, ni menos lo sería ahora. Eso lo dejaba, sólo si era necesario, para la guerra.
Ya veo. Sin lugar a dudas que es una oferta tentadora, no? Un buen ejército, buenas tierras, amplios sirvientes y, quien sabe, compañía que al menos me infunde respeto, independiente de los rencores pasados. – Exclamó con tranquilidad dando un cuarto de vuelta y caminando un par de pasos, meditando en su cabeza las posibilidades para responderle y por donde comenzar.
Veamos… así que ahora es mi turno de hacerle una buena oferta. – Sabía que debía ser convincente, ya que si bien ella parecía decidida, lo mejor era que asimilara de forma más natural el proceso y no de manera forzada.
Tengo en consideración lo que me plantea respecto al senado, reina Selene. No obstante, habrá notado en mis palabras que eso no me trae inconvenientes. Usted debe mantenerse tranquila, que obtendrá los mismos beneficios que pueda tener yo respecto a Egipto, sólo que en su caso, sería con Roma. – Contestó sin darle totalmente la espalda, sólo parcialmente, manteniendo sus manos detrás de su torso.
Con ello me refiero a todas las tierras que han sido y serán conquistas por Roma, a la enorme cantidad de esclavos y sirvientes, acceso total al gran ejército romano y sus diversas legiones.- Hizo una leve pausa, para girar su rostro y verla parcialmente a los ojos.- No vaya a creer que todas ellas son tan indulgentes con sus enemigos y, ciertamente, demuestran tan poco amor propio y determinación como la que conducía el general al cual se tuvo que enfrentar hace un tiempo…
En eso tenía razón. En Roma, había todo tipo de señores de la guerra, que iban desde seres compasivos hasta seres que parecían no tener corazón ni alma.
Y frente a usted, tiene no sólo al general más sádico, brutal y sin misericordia de todos, sino que también al mejor soldado que Roma haya conocido. Si bien es cierto que desaparecí por un tiempo en tierras ajenas, aún estoy vivo, y esa es la máxima prueba de que, tal vez, si soy digno de ser su acompañante. – Pronunció con tranquilidad, a la vez que volvía todo su cuerpo en dirección a la de cabellos oscuros.
O al menos, no he conocido hombre vivo que sea superior a mi fuerza. – Complementó con bastante seguridad, la misma que le había otorgado energías cuando se encontraba solo en el campo de batalla.
A su lado no sólo tendrá la mejor opción para hacerse con toda Roma, sino que además puedo ayudarle a conformar el ejército más temible de la historia humana. – Dijo acercándose a pasos lentos. – Lo puede imaginar? La dureza de los egipcios junto a las tácticas romanas que se han ido perfeccionando con cada pueblo que hemos conquistado, y que salvo sus tierras, nos ha dado tantos frutos en diversas hazañas.
En eso sonrío y deteniéndose en plena marcha, levantó la cabeza imponente.
Le daré lo que desee si con eso logro poner a Roma en la máxima gloria, como era en sus inicios. Si para eso desea uno o más descendientes, los habrá y ya puede apreciar que físicamente serán grandes y poderosos, sin mencionar que obtendrían los beneficios de su estrategia política más mi amplio conocimiento militar. Aunque no es todo…
La observó fijamente, tratando de leer sus pensamientos y ver que más podía desear que no hubiese dicho. Y por lógica, “algo” supuso.
Sólo como una muestra de gratitud, una vez que Diva esté bajo mi disposición… podrá hacer con ella lo que desee. Nadie dirá nada, y será la encargada de juzgar su destino donde y cómo usted quiera. Así como ofrece la cabeza del príncipe de Persia, yo le ofrezco condenar y, si así gusta, ejecutar a esa mujer como mejor lo estime conveniente.
Suspiró, y luego pregunto una última cosa.
Está satisfecha con ello, reina Selene?.
Viéndolo así, más de alguno podría declarar que se unían lo mejor de ambos reinos para formar una combinación perfecta. La fuerza bruta e imponencia física de Octavius, junto al intelecto y la elegancia de la diosa egipcia reencarnada, Selene. De ellos, se supondría que saldría aquel elemento que gobernaría con mano de acero el mundo entero. Al menos, en el papel eso nos decía la ecuación y todo indicaba que tarde o temprano pasaría de ser una mera suposición a un hecho concreto y bien sustentado.
Sin embargo, por un momento parecía que las cosas se iban a complicar e, inclusive, caer antes de ajustarse entre los dos. Las palabras emitidas por el hijo del emperador y escuchadas por Selene, no la habían dejado totalmente complacida ni mucho menos satisfecha. Pero no era la idea de casarse, sino más bien, el hecho de que aquel hombre proveniente del otro lado del mar no estuviese bajo el alero del Senado o algún rango político que pudiera solventar su unión matrimonial. Para ella, todo sería en vano ya que no tendría validez y sería considerada una mujerzuela sin rango ni honor, desechable, tanto o más que el propio infante Gelum, quien ya sin utilidad real para Roma, podría hacer de su vida cualquier cosa que él quisiera, y su propio hermano opresor le dejara, claro estaba. No culpaba al muchacho si deseaba con toda su alma en Egipto, teniendo en cuenta que en su casa le esperaba un sujeto no muy atento a sus propios cabales.
Aún más grande fue la sorpresa de Octavius al ver que la mujer, a pesar de lo dicho por ella misma, estaba dispuesta a enlazar la alianza de todas formas. Bajo sus propias palabras, de todas formas él debería dar por oficial el matrimonio en su país natal una vez que estuviese en condiciones adecuadas para hacerlo. Por ahora todo continuaría tal cual como lo habían estado planeado y no habría mayor problema de que preocuparse, salvo por el hecho de que ahora Selene quería ser convencida por una oferta que terminara por dejarla satisfecha, como en primera instancia, lo había sido.
Una pequeña sonrisa diminuta se pudo ver formarse en el rostro del hombre, quien entendía perfectamente el descontento mostrado por la mujer y, a pesar de eso, el sacrificio que estaba dispuesta a hacer con el único objetivo de lograr un bien común para los dos (y sobretodo por su sueño en cuanto a los herederos, que parecía ser uno de los máximos anhelos de su vida). Aunque de todas formas, hacer juicios o sacar conjeturas no era su estilo, ni menos lo sería ahora. Eso lo dejaba, sólo si era necesario, para la guerra.
Ya veo. Sin lugar a dudas que es una oferta tentadora, no? Un buen ejército, buenas tierras, amplios sirvientes y, quien sabe, compañía que al menos me infunde respeto, independiente de los rencores pasados. – Exclamó con tranquilidad dando un cuarto de vuelta y caminando un par de pasos, meditando en su cabeza las posibilidades para responderle y por donde comenzar.
Veamos… así que ahora es mi turno de hacerle una buena oferta. – Sabía que debía ser convincente, ya que si bien ella parecía decidida, lo mejor era que asimilara de forma más natural el proceso y no de manera forzada.
Tengo en consideración lo que me plantea respecto al senado, reina Selene. No obstante, habrá notado en mis palabras que eso no me trae inconvenientes. Usted debe mantenerse tranquila, que obtendrá los mismos beneficios que pueda tener yo respecto a Egipto, sólo que en su caso, sería con Roma. – Contestó sin darle totalmente la espalda, sólo parcialmente, manteniendo sus manos detrás de su torso.
Con ello me refiero a todas las tierras que han sido y serán conquistas por Roma, a la enorme cantidad de esclavos y sirvientes, acceso total al gran ejército romano y sus diversas legiones.- Hizo una leve pausa, para girar su rostro y verla parcialmente a los ojos.- No vaya a creer que todas ellas son tan indulgentes con sus enemigos y, ciertamente, demuestran tan poco amor propio y determinación como la que conducía el general al cual se tuvo que enfrentar hace un tiempo…
En eso tenía razón. En Roma, había todo tipo de señores de la guerra, que iban desde seres compasivos hasta seres que parecían no tener corazón ni alma.
Y frente a usted, tiene no sólo al general más sádico, brutal y sin misericordia de todos, sino que también al mejor soldado que Roma haya conocido. Si bien es cierto que desaparecí por un tiempo en tierras ajenas, aún estoy vivo, y esa es la máxima prueba de que, tal vez, si soy digno de ser su acompañante. – Pronunció con tranquilidad, a la vez que volvía todo su cuerpo en dirección a la de cabellos oscuros.
O al menos, no he conocido hombre vivo que sea superior a mi fuerza. – Complementó con bastante seguridad, la misma que le había otorgado energías cuando se encontraba solo en el campo de batalla.
A su lado no sólo tendrá la mejor opción para hacerse con toda Roma, sino que además puedo ayudarle a conformar el ejército más temible de la historia humana. – Dijo acercándose a pasos lentos. – Lo puede imaginar? La dureza de los egipcios junto a las tácticas romanas que se han ido perfeccionando con cada pueblo que hemos conquistado, y que salvo sus tierras, nos ha dado tantos frutos en diversas hazañas.
En eso sonrío y deteniéndose en plena marcha, levantó la cabeza imponente.
Le daré lo que desee si con eso logro poner a Roma en la máxima gloria, como era en sus inicios. Si para eso desea uno o más descendientes, los habrá y ya puede apreciar que físicamente serán grandes y poderosos, sin mencionar que obtendrían los beneficios de su estrategia política más mi amplio conocimiento militar. Aunque no es todo…
La observó fijamente, tratando de leer sus pensamientos y ver que más podía desear que no hubiese dicho. Y por lógica, “algo” supuso.
Sólo como una muestra de gratitud, una vez que Diva esté bajo mi disposición… podrá hacer con ella lo que desee. Nadie dirá nada, y será la encargada de juzgar su destino donde y cómo usted quiera. Así como ofrece la cabeza del príncipe de Persia, yo le ofrezco condenar y, si así gusta, ejecutar a esa mujer como mejor lo estime conveniente.
Suspiró, y luego pregunto una última cosa.
Está satisfecha con ello, reina Selene?.
Octavius- Dios/a
- Reino : Olimpo
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
- Estoy complacida con su oferta. – respondió cuando Octavius dejó de hablar, sonriéndole con algo de malicia, pues todo lo que había escuchado era esperable de una matrimonio entre ellos, pero que le hubiese agregado la cabeza de Diva a la oferta, lo hacía algo que simplemente ella no podía rechazar. - Creo que seremos muy buenos amigos.
Selene era una criatura demasiado ambiciosa. Tal vez ese era su mayor defecto. Si le ponían una oferta así no podía rechazarla. Pero no había realmente un motivo para negar a ese hombre como su esposo. Su padre se habría sentido más que afortunado de casar a una de sus hijas con el próximo emperador romano y que él dijera tan tajantemente que su matrimonio sería considerado válido y que su descendencia sería legitima. Ni si quiera Diva podría haber maquinado algo tan favorable para Selene sin temer las consecuencias que de ello saldría.
Pero en su mente siempre estaba la duda de que si algo era muy bueno para ser verdad, probablemente lo era. Por el momento no se podía preocupar más de la cuenta con el asunto. Tal vez estaba siendo demasiado apresurada con sus acciones, pero por el momento al menos no tenía inconvenientes en casarse con Octavius. Si aquel hombre de mirada fría y cruda podía mantenerle el ritmo, tal vez incluso resultaría ser una pareja con la cual pasar el tiempo no se hiciera eterno, o tal vez… sería tal como recordaba la relación entre sus padres, una imagen de perfección para los ojos de los menos afortunados, pero completamente ajeno uno del otro cuando estaban en privado, cada quien viviendo su propio mundo y lo que los hacia feliz.
Selene no tenía mucho más que decir, la oferta estaba planteada y ya había dado su consentimiento en ella. Seguramente ahora tendrían que firmar alguna que otra cosa y casarse con una ceremonia entre ambas culturas… tal vez sería de inmediato, tal vez mañana o en un mes más. Eso lo decidiría Octavius. Quería creer que él podía cumplir todo lo que había ofrecido.
- Los detalles los podemos seguir discutiendo luego. Tengo invitados esperando por mi matrimonio y usted debe decirle a su primo que ya no es necesaria su intervención en Egipto.
Selene se dio la vuelta, y caminó por el pasaje entre las telas de araña y la sombra.
- Sígame. – Dijo imperiosamente. No tenía que pedir cosas en su propio reino, solo las ordenaba. Así estaba acostumbrada a pasar su tiempo hasta entonces y era muy probable que nadie pudiese convertirla en otra persona. Esa era Selene, y era casi seguro que así moriría.
Selene era una criatura demasiado ambiciosa. Tal vez ese era su mayor defecto. Si le ponían una oferta así no podía rechazarla. Pero no había realmente un motivo para negar a ese hombre como su esposo. Su padre se habría sentido más que afortunado de casar a una de sus hijas con el próximo emperador romano y que él dijera tan tajantemente que su matrimonio sería considerado válido y que su descendencia sería legitima. Ni si quiera Diva podría haber maquinado algo tan favorable para Selene sin temer las consecuencias que de ello saldría.
Pero en su mente siempre estaba la duda de que si algo era muy bueno para ser verdad, probablemente lo era. Por el momento no se podía preocupar más de la cuenta con el asunto. Tal vez estaba siendo demasiado apresurada con sus acciones, pero por el momento al menos no tenía inconvenientes en casarse con Octavius. Si aquel hombre de mirada fría y cruda podía mantenerle el ritmo, tal vez incluso resultaría ser una pareja con la cual pasar el tiempo no se hiciera eterno, o tal vez… sería tal como recordaba la relación entre sus padres, una imagen de perfección para los ojos de los menos afortunados, pero completamente ajeno uno del otro cuando estaban en privado, cada quien viviendo su propio mundo y lo que los hacia feliz.
Selene no tenía mucho más que decir, la oferta estaba planteada y ya había dado su consentimiento en ella. Seguramente ahora tendrían que firmar alguna que otra cosa y casarse con una ceremonia entre ambas culturas… tal vez sería de inmediato, tal vez mañana o en un mes más. Eso lo decidiría Octavius. Quería creer que él podía cumplir todo lo que había ofrecido.
- Los detalles los podemos seguir discutiendo luego. Tengo invitados esperando por mi matrimonio y usted debe decirle a su primo que ya no es necesaria su intervención en Egipto.
Selene se dio la vuelta, y caminó por el pasaje entre las telas de araña y la sombra.
- Sígame. – Dijo imperiosamente. No tenía que pedir cosas en su propio reino, solo las ordenaba. Así estaba acostumbrada a pasar su tiempo hasta entonces y era muy probable que nadie pudiese convertirla en otra persona. Esa era Selene, y era casi seguro que así moriría.
Selene- Dama del Pecado
- Reino : Inframundo
Ataques :
AD - Espinas de la Ira (3750)*
AD - Pétalos Oscuros (3850)*
AM - Enredadera del Infierno (4350)*
AM - Cementerio Silencioso (3450)*
AM - Tumba del Silencio (4150)*
AF - Rosa Sangrienta (4350)*
Defensa :
Capullo de Rosa
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Re: [Alejandría] Palacio - Pasillo Secreto al Jardín
El joven hijo del emperador se encontraba satisfecho con las últimas palabras emitidas por la reina Selene. Al menos ya había logrado complacerla y seducirla con sus ofrecimientos, por lo que el acuerdo parecía ser que sólo faltaba por ser concretado y estaría un paso más cerca de lograr lo que tanto quería: Una nueva era para Roma, donde toda la majestuosidad del imperio se pudiese ver reflejada en cada una de las paredes que cubrirían los límites del país; donde los hombres volverían a ser intelectuales y los soldados unos dignos héroes de legiones. Si, estaba bastante decidido a poner orden en su reino costara lo que costara, por lo que tener que formar una alianza con la peor enemiga de su madrastra era algo que no le molestaba en absoluto. Probablemente no se verían más que lo necesario, y él haría lo que ella le pidiera siempre y cuando demostrara ser una compañera eficaz y competente, tal cual lo había hecho en esos breves pero intensos instantes de negociación.
Asintió con la cabeza de forma muy minuciosa, a la vez que se aprestaba a dirigir su andar una vez más hacía los túneles por donde ambos habían caminado hasta llegar a ese sitio secreto. Su supuesta futura esposa, comentó de paso algo que él sabía que debía solucionar lo antes posible. El asunto con su primo menor, Gelum, quien originalmente estaba designado para casarse con ella. Una decisión que desde luego no había pasado por sus manos al inicio y, naturalmente, tampoco iba a pasar al final. Era a Octavius a quien le correspondía enviarlo a casa o al menos, comunicarle que su utilidad en Egipto ya no sería necesaria. Por lo menos, no para los fines que fue encomendado en un comienzo. Seguramente lo mejor para él era comentarle la idea de regresar a casa y ver el caos que estaba a punto de desatar su hermano mayor Fye, o bien, la desaparición de su hermana mayor Sofía. Tenía mucho que hacer en su hogar natal el jovencito, como para estarse perdiendo o inmiscuyendo en asuntos bilaterales que jamás debieron haber sido su responsabilidad. En eso había fallado Octavius, así como también todos los que consintieron ese matrimonio de forma precipitada e irrespetuosa.
Mientras seguía caminando, un recuerdo de su hermano Vergiilius le vino a la mente: Se preguntaba si habría tenido éxito consiguiendo la localización de Sofía, de quien por cierto esperaba tener noticias pronto, ya que le preocupaba el destino de esos dos y no era aceptable que algo les ocurriera. No lo permitiría, ya que se trataba ni más ni menos de sus dos familiares más queridos y cercanos que quedaban con vida. Solomon le era indiferente, pero no lo odiaba ni detestaba, había un trato de cordialidad y respeto entre ellos si mal no recordaba. Lydia era su hermana menor, algo presuntuosa y muy distante de los valores que él respetaba, pero la sangre era fuerte y como tal la apreciaba bastante, así que de algún modo también cuidaba de ella. Richard era el mismo caso de Solomon. Gelum lo conocía poco, así que no podía opinar.
Pero al final, tomando un lugar apartado de la familia aunque sin dejar de pertenecer a esta, estaba la escoria y a quien consideraba la oveja negra por excelencia de la dinastía romana: Fye. Un sujeto sin escrúpulos, ni clase, ni tampoco elegancia para realizar sus actos. Intento de guerrero fallido que siempre vio como una molestia, ya que en la familia todos los hombres cumplían un aporte para Roma, o al menos eso él pensaba. Y tenía sus razones para meditar sobre eso. Octavius cumplía el rol de heredero al trono y máximo guerrero romano, siendo el más respetado y osado de todos. Vergilius le seguía en caso de no estar él, como un segundo heredero, un estratega formidable y un guerrero lleno de sabiduría y caballerosidad. Solomon era el encargado de cumplir la función como senador, siendo un político ejemplar y memorizando todo el papeleo que al propio Octavius le parecía inútil, pero que de una extraña forma, consideraba necesario. Pero Fye? No tenía utilidad, en absoluto. Era un simple regente de villa opresor de Sofía, causante del encierro de su prima y seguramente de muchísimas de sus desgracias, sin mencionar el hecho de que ahora, Octavius vería que tanto habían influido los métodos de la rata tuerta en la cabeza de su hermano menor, Gelum. Esperaba que no le hubiese atrofiado ya la cordura, pero dentro de sí, tenía muy pocas esperanzas de conseguir descubrimientos positivos al respecto.
Asintió con la cabeza de forma muy minuciosa, a la vez que se aprestaba a dirigir su andar una vez más hacía los túneles por donde ambos habían caminado hasta llegar a ese sitio secreto. Su supuesta futura esposa, comentó de paso algo que él sabía que debía solucionar lo antes posible. El asunto con su primo menor, Gelum, quien originalmente estaba designado para casarse con ella. Una decisión que desde luego no había pasado por sus manos al inicio y, naturalmente, tampoco iba a pasar al final. Era a Octavius a quien le correspondía enviarlo a casa o al menos, comunicarle que su utilidad en Egipto ya no sería necesaria. Por lo menos, no para los fines que fue encomendado en un comienzo. Seguramente lo mejor para él era comentarle la idea de regresar a casa y ver el caos que estaba a punto de desatar su hermano mayor Fye, o bien, la desaparición de su hermana mayor Sofía. Tenía mucho que hacer en su hogar natal el jovencito, como para estarse perdiendo o inmiscuyendo en asuntos bilaterales que jamás debieron haber sido su responsabilidad. En eso había fallado Octavius, así como también todos los que consintieron ese matrimonio de forma precipitada e irrespetuosa.
Mientras seguía caminando, un recuerdo de su hermano Vergiilius le vino a la mente: Se preguntaba si habría tenido éxito consiguiendo la localización de Sofía, de quien por cierto esperaba tener noticias pronto, ya que le preocupaba el destino de esos dos y no era aceptable que algo les ocurriera. No lo permitiría, ya que se trataba ni más ni menos de sus dos familiares más queridos y cercanos que quedaban con vida. Solomon le era indiferente, pero no lo odiaba ni detestaba, había un trato de cordialidad y respeto entre ellos si mal no recordaba. Lydia era su hermana menor, algo presuntuosa y muy distante de los valores que él respetaba, pero la sangre era fuerte y como tal la apreciaba bastante, así que de algún modo también cuidaba de ella. Richard era el mismo caso de Solomon. Gelum lo conocía poco, así que no podía opinar.
Pero al final, tomando un lugar apartado de la familia aunque sin dejar de pertenecer a esta, estaba la escoria y a quien consideraba la oveja negra por excelencia de la dinastía romana: Fye. Un sujeto sin escrúpulos, ni clase, ni tampoco elegancia para realizar sus actos. Intento de guerrero fallido que siempre vio como una molestia, ya que en la familia todos los hombres cumplían un aporte para Roma, o al menos eso él pensaba. Y tenía sus razones para meditar sobre eso. Octavius cumplía el rol de heredero al trono y máximo guerrero romano, siendo el más respetado y osado de todos. Vergilius le seguía en caso de no estar él, como un segundo heredero, un estratega formidable y un guerrero lleno de sabiduría y caballerosidad. Solomon era el encargado de cumplir la función como senador, siendo un político ejemplar y memorizando todo el papeleo que al propio Octavius le parecía inútil, pero que de una extraña forma, consideraba necesario. Pero Fye? No tenía utilidad, en absoluto. Era un simple regente de villa opresor de Sofía, causante del encierro de su prima y seguramente de muchísimas de sus desgracias, sin mencionar el hecho de que ahora, Octavius vería que tanto habían influido los métodos de la rata tuerta en la cabeza de su hermano menor, Gelum. Esperaba que no le hubiese atrofiado ya la cordura, pero dentro de sí, tenía muy pocas esperanzas de conseguir descubrimientos positivos al respecto.
Octavius- Dios/a
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