[Jerusalén] - Atalaya

El portón que marcaba la entrada a la atalaya que daba una vista sin igual de Jerusalén era una simple puerta de madera bastante gruesa con una fuerte cerradura de metal y una aldaba de aro de hierro que coronaba la prácticamente inexistente decoración del acceso como tal. El umbral que rodeaba a la enorme tabla reforzada con acero estaba hecho de padrillos cuarteados que parecían capaces de desmoronarse en cualquier instante y dejar caer encima de sus cabezas todo el peso de la torre…pero según mi experiencia, eso no sucedería. Las construcciones de la ciudad eran bastante resistentes, más si se trataban de unos vestigios realmente antiguos como lo era aquel mirador. En resumen el albino y yo estaríamos perfectamente seguros. La única tarea que quedaba pendiente era entrar y llegar hasta la parte más alta de toda la edificación.

Resoplando con calma y cerrando los ojos momentáneamente, dejé que el viento soplara por unos escasos segundos para rápida y violentamente, patear la cerradura, desencajándola y hacer que las bisagras se deslizaran sin mayor obstáculo, permitiéndonos la entrada. Antes de que el hijo del carpintero pudiera pasar, me adelanté e inspeccioné el interior.

Lo único que había allí era una escalera en espiral que subía al siguiente rellano, donde habían varias ventanas estrechas y rectangulares, cada una apuntando a un punto cardinal específico: norte, sur, este y oeste. Si seguíamos subiendo eventualmente llegaríamos a la cima y podríamos tener la vista panorámica de todo el asentamiento del pueblo de dios de Israel que en la actualidad estaba infestado por las ratas del imperio romano.

Adelante. le indiqué al chiquillo, esperando a que ingresara y así comenzar el ascenso hacia el primer rellano de la torre.

Sin más preámbulo finalmente comenzamos a ascender por la escalinata en espiral que rodeaba a las paredes interiores de la atalaya. Los escalones estaban un tanto cuarteados pero seguían manteniendo una firmeza incomparable, además de estar cubiertos por una gruesa capa de polvo que distorsionaba ligeramente su color, que pasaba del amarillento para ser de un cenizo pálido y enfermizo. Los ladrillos y bloques que se encontraban apilados uno sobre otros y distribuidos de una manera especialmente pensada creaban unas paredes firmes que habían sobrevivido el primer asalto del ejército romano con capacidad defensiva impresionante y única. Con pasos cortos y hasta ceremoniosos me ocupé de subir hasta el primer rellano, en donde se encontraban aquellas cuatro ventanas que miraban cada una a un punto cardinal diferente. Por el norte se podían ver las planicies y varias colinas a las afueras de la ciudad, mientras que al oeste solo se veían incontables edificios en donde las personas se veían como hormigas…ahí fue cuando me di cuenta de que esas misma alimañas se movían con un apuro no demasiado propio de los de su especie. Por lo visto el incidente con la prostituta despedazada había hecho su trabajo tal cual lo había designado el hijo del carpintero hacía un rato atrás. Con un resoplido algo exhausto me dispuse a ver al pequeño albino andrógino mientras esperaba alguna frase que acompañara a la escena que difícilmente podíamos contemplar desde aquella altura.

Mmm...también hay que buscar a los demás peones, cierto? comenté sin decoro, sabiendo que en cierto nivel el chiquillo controlaba lo que pasaba en las calles…y si alguno de los demás “soldados” era afectado por los disturbios, no sería práctico para nuestra causa. Por cierto...de cuanto es el estimado? pregunté a su vez, esperando una respuesta satisfactoria de parte del peliblanco, quien tan solo contemplaba lo que pasaba en las calles a través de la ventana del oeste.

El calor y el ruido aumentaban conforme los minutos pasaban más rápido de lo normal, en resumen, los ánimos caldeados y las ansias asesinas que habían estado latentes en todos los habitantes oprimidos de Jerusalén habían explotado por fin gracias a un poco de manipulación del hijo del carpintero, o mejor dicho…de los entes que se habían posesionado de aquel cuerpo. Desde el primer rellano de la atalaya, con sus cuatro ventanas dirigidas a los puntos cardinales se podían oír a la perfección los gritos de pánico, rabia y dolor. En definitiva, el espectáculo había comenzado.

Aunque a pesar de que me hubiera gustado ver un poco más del espectáculo que se daba a nuestros pies, tuve que mirar fijamente al pequeño albino, quien me había dirigido la palabra y había pedido por fin una identificación de mi parte, además de señalar cual sería el destino de los demás miembros del grupo que se formaría en un futuro.

Mi nombre es Mercym, descendiente del Clan de la Desgracias del sur de África. El motivo de mi adición a esta causa es el que ya he expuesto…el designio de las estrellas. dije con firmeza, sin quitarle de encima la vista de mis penetrantes ojos rojos al pequeño albino, cuya estatura contrastaba bastante con la mía además del color de piel, cabello y contextura en general. Y sobre su arribo...si mi interpretación no está equivocada, se dará en una semana desde el momento en que lleguemos a la cima de esta atalaya…los eventos que ha iniciado no son más que la piedra angular de la “catástrofe” por así llamarla…así que… comenté con convicción, volteándome hacia la ventana del sur ya que por ahí se podía vislumbrar una columna de humo ascendiendo perezosamente para perderse en medio de las nubes, los disturbios se azuzaban poco a poco y en un lapso de tiempo muy corto, la verdadera “celebración” estallaría. Continuémos.

El hijo del carpintero había recibido mi presentación de la forma más pensativa y curiosa posible, poniéndose a circundarme con un paso cuidadoso e inquisitivo. Por lo visto la perspectiva de esperar toda una semana para elevar su poder y cumplir con su destino se le hacía un plazo muy largo...algo que era más que evidente ya que sus personalidades se encontraban ocupadas en un debate por demás curioso. Una de las tantas voces se oía neutral y particularmente enfocada en balancear a las otras dos...esa misma era la voz que se había dirigido a mí en la mayoría de las ocasiones y por lo visto, era la líder del grupo. Por otro lado había una voz más demandante y enojada, cuya fuerza se podía sentir con tan solo unas pocas palabras proferidas por aquella diminuta y delicada boca. Finalmente estaba la más pasiva de todos, la que se oía más piadosa y que por cierto, calmaba las ansias de la más altanera. Con un último choque de ideas, el albino se dirigió hacia mí para preguntar por alguna sugerencia, cosa que no dudé ni un solo instante en contestar con la seguridad y la cautela que me caracterizaban.

Pues las palabras de las estrellas dictan que el elegido de la Estrella del Alba debe encargarse de reunir una a una las piezas de su sangre divina, distribuidas alrededor de la ciudadela del pecado. Si mi suposición es correcta, tan solo habría que encontrar esos fragmentos y unirlos a su persona para acelerar el proceso…el problema viene cuando se trata del recipiente de su esencia. dije con voz calmada y los brazos cruzados sobre mi pecho, mis ojos rojos se encontraban cerrados mientras mi actitud mostraba un dejo de preocupación ya que claro…la idea de presionar aquel débil contenedor no era muy lucrativa para lo que planeábamos. Es bastante frágil...y no estoy seguro de si podrá soportar la presión. Pero por ahora, deberíamos continuar hacia la cima de esta torre y ver cual es el mensaje del cielo. finalicé resoplando con resignación para esperar la respuesta del albino.

Los escalones desgastados seguían más y más arriba, para llegar a una enorme puerta con un llamativo marco dorado y tornillos de acero que la mantenían firmemente cerrada, o al menos sujeta ya que la antigua cerradura se encontraba desgastada, lo suficiente como para que solo tuviera que se toqueteada y así esta se abriera de par en par. Finalmente, habíamos llegado al punto más alto de toda Jerusalén, habíamos llegado a la cima de aquella atalaya que nos había llevado prácticamente toda la tarde encontrar y recorrer, con una que otra distracción por el camino…no importaba, dado que nuestro primer objetivo se había cumplido totalmente.

La cima era un enorme lugar hecho en forma circular, con almenas gruesas que eficientemente dejaban alguno que otro punto por donde mirar los terrenos que dominaba la torre sin que se pudiera ser visto. En varios puntos precisos había municiones y barriles con objetos olvidados hacía algún tiempo por los antiguos guardias que habían abandonado la construcción en el momento en que los romanos los habían vencido y posteriormente, ejecutado. En resumen, el lugar en que nos encontrábamos era un sitio de valor histórico intrínseco y sumamente valioso para estrategias militares…así como por supuesto, el lugar perfecto en donde mirar las estrellas. Eso me hizo recordar y considerar la hora que era…por lo visto nuestro paseo se había llevado toda la tarde, porque ya empezaba a oscurecer y varias estrellas asomaban su luz sobre nuestras cabezas. El crepúsculo dominaba todo lo que pudiéramos vislumbrar desde la atalaya.

Y el conflicto se extiende… comenté en voz baja, mientras al oeste se observaba una columna de humo, que como la que habíamos visto más abajo hacia el sur, indicaba que las luchas entre los civiles y los soldados romanos se volvían cada vez más feroces…sí, todo iba de acuerdo al plan. Solo faltaba que se revelara lo que fuera que debía presentarse ante el hijo del carpintero y así seguiríamos con nuestra tarea.

Por lo visto el conflicto más allá de la atalaya no era de preocupación inmediata del albino, lo cual significaba que teníamos que hacer algo mucho más importante antes de azuzar las llamas del conflicto entre los humanos. Aunque por lo visto, el hijo del carpintero no tenía una buena idea de que era lo que significaba aquel “algo” y yo por mi parte, tampoco tenía mucho de donde deducir, al menos por los instantes. Si quería averiguar algo de acuerdo a los designios de las estrellas, debía esperar un poco más a que los astros se mostraban totalmente en el cielo y parpadearan para transmitir la información que quisiera saber de su parte. Ahí fue cuando noté el andar un tanto desgarbado del albino, quien por lo visto se encontraba…cansado? Era extraño, hasta los momentos no había dado ni un solo signo de fatiga y ahora que habíamos pasado por tanta caminata, saltos y subidas por escalones antiguos parecía que se había visto afectado. Tal vez los seres que se encontraban en su interior no tuvieran la suficiente fuerza como para poder inhibir las necesidades comunes que solicitaba el cuerpo de un chiquillo de aquella edad…y si eso continuaba así, todo lo que habíamos logrado hasta los momentos se vendría abajo, y realmente no podía darme aquel lujo. Por lo tanto, me acerqué al chiquillo para posar mi palma sobre su estómago y confirmar que estaba vacío, además de que empezaba a rugir por el hambre.

Debería alimentar al contenedor…al menos por ahora, es prudente para no dejar ningún cabo suelto. le dije con calma, fijando mis penetrantes ojos rojos en los del albino. Levantando una ceja inquisitiva, tan solo esperé su respuesta.

Entendido, vamos marchando entonces. contesté ante la orden del hijo del carpintero, mientras me ocupaba de tronar mis dedos y de estirar mis brazos que ya se encontraban un tanto entumidos. Si lo que decía el albino era cierto y si mi estimación de la energía que le pudiera quedar al contenedor de la esencia del portador de la Luz era correcta, debíamos apresurarnos para que no hubiera algún daño a largo plazo…o para que al menos, aquel receptáculo no se enfermara. Justo cuando entré de nuevo a la torre y miré como los escalones descendían en espiral pude admirar que ahora la oscuridad era casi total, con suerte podríamos ver bien donde pisábamos y si errábamos un paso, un accidente no podía ser descartado. Por lo tanto decidí que era mejor tener una buena fuente de luz que nos iluminara el camino.

Regresando a las afueras de la cima de la torre me acerqué a las provisiones abandonadas y por fortuna, logré encontrar una vieja lámpara de aceite y en otro barril, algo de aquel líquido esencial para encenderla. Haciendo el proceso común para preparar la lámpara finalmente logré que una llama tímida empezara a danzar en el interior del objeto que me ocupaba de mantener en alto sujetándola por el asa. Así que nuevamente entré a la torre e inicié el descenso para marcarle el camino a seguir al pequeño albino. Una vez llegado al primer rellano me ocupé de esperar a mi acompañante mientras en la ventana que daba al este, otra columna de humo empezaba a surgir lentamente acompañada de unos gritos de angustia muy poco moderados de parte de unos cuantos ciudadanos comunes…por lo visto, los soldados romanos empezaban a atacar en serio…

Los gritos y la desesperación se podían fácilmente percibir desde la altura a la que nos encontrábamos el hijo del carpintero y yo dentro de la atalaya que representaba el punto más alto de toda Jerusalén. De hecho, poco a poco el fuego de los incendios (que ahora eran mucho más numerosos que los pocos que habíamos visto desde la última vez que habíamos vislumbrado la situación desde las ventanas que apuntaban a cada punto cardinal) se expandían y le daban un tono naranja a la noche, minimizando la visibilidad del cielo y emborronando las estrellas con enormes pilares de humo que se disolvían lentamente y se entremezclaban con las pocas y escuálidas nubes que pasaban perezosamente sobre la ciudad. Antes de poder siquiera fijarme en algún detalle adicional a lo que sucedía por debajo, noté que finalmente el albino llegaba al rellano de las cuatro ventanas, sujetándose firmemente del barandal y mostrando una debilidad bastante prominente...por lo visto, había desestimado que tan agotado estaría aquel cuerpo después de haber sido sometido a tanto ejercicio al que por lo visto, no estaba habituado. Exhalando con tranquilidad, dejé la lámpara en el suelo para tomar al chiquillo y posármelo de nuevo en los hombros.

Espero que no les moleste, pero supongo que ya el contenedor no soportará más esfuerzo físico. Y si no estoy mal, puede que tenga que correr un poco por las calles…esos disturbios han aumentado en ferocidad. le dije al albino mientras tomaba de nuevo la lámpara y me dedicaba a descender con calma lo que quedaba de la escalinata en espiral, finalmente saliendo por el acceso principal de la atalaya ubicado en los tejados de Jerusalén. Antes de empezar a andar el camino de regreso, miré fugazmente hacia las calles y pude admirar que cerca de nosotros había una batalla campal entre cinco soldados romanos y una horda de ciudadanos armados con…cosas comunes. Levantando una ceja, me dispuse a continuar para poder vislumbrar mejor la escena que se desarrollaba en aquel callejón.