Exterior del Palacio

Se le veía entretenido revisando y calculando todos los daños que había en la recepción, pero en realidad sólo estaba buscando algún quehacer. La única misión que tenía por el momento era resguardar la vida de la anciana, ya que no sabía lo que Poseidón podía hacerle si se sublevaba. Pateó algunas rocas, haciendo que éstas se partieran e hicieran un extraño ruido irritante para el pelinegro. Caminó lo suficiente para alejarse de toda la destrucción, pero sin dejar de vigilar la entrada, después de todo si algún intruso se colaba iba a ser incompetente, y eso no le gustaba, para nada. Aquel lugar se veía tan desértico y muerto, como si todo el que lo hubiera habitado estuviera muerto o desaparecido.

Vio un árbol a unos dos metros de distancia. Usando su vasta fuerza logró extraerlo desde la raíz y lo cargó en su hombro. No era muy grande pero le iba a servir. Usando un movimiento rápido y lanzando el árbol al aire, el joven cortó como si su mano fuese una espada. Varios pedazos de madera cayeron.- Con esto es suficiente.- Dijo mientras cargaba algunos y los apilaba, para luego encender una chispa en su dedo y hacer arder la madera. Quería hacer una fogata ya que no iba a tardar en oscurecer, además de que también quería guardar distancia de esa loca. Estaba cerca de la entrada así que cualquiera que quisiera pasar tendría que pelear contra él.

Comenzaba a dormirse allí afuera debido a la calidez del fuego. Tenía tiempo sin dormir. Qué rayos, si desde que había aparecido en el Santuario ni siquiera había podido dormitar tranquilamente o descansar para recuperar fuerza. Sólo había estado entrenando, haciéndose más fuerte, más perfecto. Ambicionaba con ser perfecto, el mejor guerrero de todos, y ciertamente mucho camino por transitar no le quedaba, tomando en cuenta que la mayoría de los guerreros con los que se había encontrado en su recorrido habían sido perdedores y anormales. Soldados de diversas facciones, todos unos perdedores que no podían respaldar sus propias palabras en el campo de batalla.

Fue un sendero muy largo, y comenzaba a sentir el cansancio otra vez. Daría todo en ese momento por volver al año anterior. Volver al lado de su padre. Se preguntaba lo que sería de él. Sabía que seguía con vida ya que él fue quien le enseñó a sobrevivir. Bostezó y se dijo: No voy a ganar nada estando aquí. Me retiraré a descansar. Second vigila por mí un rato. Si ves actividad extraña me lo reportas.- Ordenó a aquel ser que habitaba dentro de su cuerpo y mente. No había conversado con él en un tiempo pero sí sabía que se moría por ser útil.

El espíritu salió del cuerpo de Night, vistiendo la Escama del Dragón Marino. Era un clon perfecto, incluso tangible. Colocó su mano sobre el hombro de Second después de levantarse del lugar en el que reposaba. –De acuerdo, tú ve a descansar.- Emitió el espíritu con una sonrisa, mientras el pelinegro seguía el consejo, dirigiéndose al interior del palacio en busca de una habitación en la cual poder dejarse caer.

Y este lugar sigue siendo la misma mierda…solo que quemada. Murmuró Sokaro con desprecio, después de haber llegado a la ciudad a caballo, atravesado los distritos bajos seguido del mercado y el camino al ridículo palacio del César, el cual todavía le caía mal y notar que la entrada así como la recepción estaban total y absolutamente destruidas…y ni siquiera había una sola alma que cuidara el lugar, como si alguna catástrofe causada por una mujer menstruada se hubiera ocupado de destruirlo todo hasta el piso.

…y sabiendo que había más de una loca en el mundo, no le extrañaba que así mismo hubiera sido.

Haciendo girar su arma de doble filo y hoja con sorna, cortando el aire casi sin quererlo el General tan solo que quedó parado en el sitio, esperando alguna señal que le indicara que diablos hacer a continuación dado que sinceramente, no tenía ni la más mínima idea de cómo proceder. Menudo chasco…y se suponía que una parte de su cerebro le había asegurado que allí encontraría algo de valor.

Pura mierda. Se dijo a sí mismo, haciendo girar nuevamente su sierra para así clavarla en el piso y apoyarse en ella, mirando el patético panorama que se extendía frente a su persona.