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Mensaje por Octavius Miér Ene 25, 2012 2:45 pm

Dado que el nuevo destino de ambos pelinegros estaba bastante alejado, más de lo que ya habían caminado hasta entonces, tanto Octavius como Penélope se tomaron su tiempo. Normalmente el ex-heredero al trono de Roma no habría tomado demasiados descansos, pero tampoco se encontraba en su mejor condición física y eso claro llevaba sus consecuencias a largo plazo.

Luego de dos horas caminando a través de una ruta transitada únicamente por mercaderes que viajaban de una villa a otra, tomaron un sendero que discurría hacia un bosque de árboles cuyo nombre el mayor desconocía; las ramas grises, enzarzadas y nudosas, eran como el agarre de la muerte misma en medio de un suelo oscurecido por las sombras y el desgaste, así como el abandono y…algo más.

El sitio era inherentemente siniestro y de algunos ángulos, una niebla impermeable parecía flotar por sobre los guijarros negros que poblaban el suelo. Más allá, a unos cuantos metros de distancia existía una cerca negra hecha con palos negros sujetos por delgadas cuerdas y pocos clavos delgados que impresionantemente, no se habían zafado de sus cuencas; el territorio que cuidaba la cerca era, por otro lado un simple cementerio.

Estructuras de piedra sobre el terreno pedregoso y diversas placas que rezaban los nombres de los restos de sus habitantes. A pesar de ser más deprimente que el ambiente que lo precedía al primogénito del Emperador no le causaba nada…él no estaba para llorar a los muertos o alguna tontería como esa, sino que su disposición se daba para otra cosa.

Ubicado allá, en una “esquina” separada del resto había un arco que precedía la tumba de los miembros de la realeza Hispana donde supuestamente habían sido enterrados los ancestros de su madre. Ahí fue que el punto de interés principal se reveló: una placa carente de nombre que según Lucy, era el pequeño recodo en el cual el Vergilius original yacía enterrado, comido por los gusanos y asimilado a la tierra hacía mucho mientras que en algún otro sitio del mundo, aquel de sangre meramente hispana que lo suplantó caminaba libre…

-Y...llegamos.- Dijo Octavius con voz impasible, mirando a Penélope con unos ojos indescifrables. -Déjame terminar aquí y ya podremos volver a la Capital.- Finalizó él, desenvainando su espada.
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Mensaje por Penélope Miér Feb 01, 2012 9:54 pm

Parecía que nuestro viaje se limitaba a caminar largos tramos a través de la capital de Hispania, esta vez salimos del Palacio Real para atravesar las calles nuevamente para adentrarnos a la carretera de mercaderes, nosotros siempre a un costado del camino mientras comerciantes iban y venían en ambas direcciones.

Un trayecto monótono, como todos los que habíamos hecho hasta ahora en esa ciudad, un camino en total silencio, donde tanto él como yo permanecíamos ensimismados quizás intentando recuperar algún recuerdo hasta ahora ausente en nuestras mentes.

Finalmente se mostraba una variación en nuestra incesante rutina, Octavius se introducía en un desvío que nos llevaba a adentrarnos en lo profundo de un bosque, un trecho abandonado, el aire que por ahí mismo circulaba se mostraba un tanto tenebroso. Las ramas de los árboles, los pocos aún de pie parecían brazos de ancianos que deseaban devorar la juventud y vitalidad de los transeúntes osados, los ramales grises y arrugados, duros y tostados, el solo pisar los trozos de ellos que se encontraban regados por la estéril tierra quebraban el silencio perenne de aquel lugar.

No tardamos mucho en atravesarlo y llegar finalmente al destino dispuesto. Sin más que unos losas que indicaban los nombres de los que yacían bajo tierra, unas lúgubres estatuas que parecían ser los guardianes custodios de aquel sombrío lugar, era nada más y nada menos lo que poseía ese cementerio. Octavius se adelantó, acercándose a una tumba sin nombre, alejada de lo que parecía ser el grupo familiar, siguiendo atenta cada uno de sus movimientos y de igual forma escuchándolo con atención, tan solo respondí cuando terminó de dirigirse a mi: - Tomate tu tiempo... nadie aguarda mi regreso a la capital.

No me digas qué tan pronto te has aburrido de mi ex heredero al trono...
Ocultando mi total curiosidad de saber que le había susurrado la vieja y de quién se trataba aquella fosa a la cual se había dirigido.
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Mensaje por Octavius Miér Feb 01, 2012 10:56 pm

-No confundas las cosas…tan solo estoy aquí para terminar un asunto pendiente. Fuera de eso…ya no tendría real propósito.- Le respondió Octavius a Penélope con voz cansada y girando una sola vez su espada para así apuntar a la tumba sin nombre que quedaba al nivel de sus pantorrillas para arrodillarse, clavando la punta en la piedra para así empezar a escribir poco a poco una palabra que tras unos momentos adquirió un claro significado.

VERGILIUS

-Eso es todo, ya podemos partir. Ahondaría un poco este asunto contigo, pero no quiero cargarte con semejante estupidez.- Fueron las palabras del ex-heredero al trono de Roma, cerrando los ojos y ladeando ligeramente la cabeza para subir sus ojos hasta el máximo posible y sentir el curso de la sangre a través de su organismo. -Mmm…soy yo o…¿está haciendo algo de calor…?- Preguntó el pelinegro abriendo los párpados para mirar directamente al cielo que parecía a punto de caerse a pedazos…

No podía pensar claramente, pero no por malestar sino al contrario: se sentía perfecto, demasiado bien en realidad y eso no era normal.

-Estaba…”pensando”.- Dijo con voz vaga y retinas nubladas, sin dejar de sujetar firmemente el agarre sobre su espada de tonos carmesíes. -Si no tenemos propósitos…ni memorias…no sería divertido…¿matarlos a todos?- Murmuró de pronto al tiempo que las venas del cuello se notaban en tonos cercanos a los de la sangre expuesta al aire libre. -Mmm…necesito una opinión asertiva en este momento.- Concluyó para así mirar a Penélope con sus orbes desenfocados.

Obviamente, esperaba una respuesta.
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Mensaje por Penélope Jue Feb 02, 2012 9:23 am

Contemplaba con cierta admiración sus acciones, era bastante extraño que sin recordar mucho o nada de los sucesos que nos acontecieron para llevarnos a estar juntos y perder de igual manera los recuerdos, su mera presencia me resultaba reconfortante y hasta cierto punto encantadora.

"-No confundas las cosas…tan solo estoy aquí para terminar un asunto pendiente. Fuera de eso…ya no tendría real propósito.-" Sus palabras tan solo me hicieron encoger de hombros, mis ojos seguían bien puestos en él, no perdía de vista el movimiento de su brazo, como si fuese un cincel talló sobre la piedra el nombre de su hermano:

VERGILIUS.

Sin expectativa alguna, me crucé de brazos esperando que él terminara, finiquitando el asunto "familiar", sin demora volvía a dirigirse a mi, lo escuché con atención, en sus palabras siempre había algo hipnótico que me relajaba: "-Eso es todo, ya podemos partir. Ahondaría un poco este asunto contigo, pero no quiero cargarte con semejante estupidez.- ... -Mmm…soy yo o…¿está haciendo algo de calor…?-

-Estaba…”pensando”. -Si no tenemos propósitos…ni memorias…no sería divertido…¿matarlos a todos?-

-Mmm…necesito una opinión asertiva en este momento.-"


Suspiré, cerré mis ojos y descrucé mis brazos, abriéndolos nuevamente, caminando hacía él ubicándome a su costado derecho, tocando con mi brazo su brazo expelí: - Vamos por partes:

No es difícil suponer que acabas de hacer...
tomando su brazo y juntos señalando la recién marcada tumba: ... Es aquí donde yace tu verdadero hermano. Bajando su brazo pero aún sosteniéndolo retomé: - Ahora con respecto al calor, hace un buen tiempo dejé de "sentir", solo sensaciones como dolor y placer parecen afectar este cuerpo pero si la evidencia de estar sudando prueba que hace calor entonces no eres tú, efectivamente la temperatura ha subido.

Hice una pausa, deslicé mi mano para sujetar la suya, no de manera romántica sino que algo parecía extraño en él, no de manera física pero muy dentro de mi me indicaba que algo sucedía en Octavius, con tono de voz seria pero amigable respondí: - ¿Estás seguro? Matarlos a todos implica matar a toda tu familia sin discriminación alguna.... Si tu respuesta es afirmativa, la siguiente es: ¿Eso te produce placer o dolor? Dependiendo tu respuesta, simplemente elige el método para eliminarlos y finalmente: Luego de eliminarnos a todos ¿Qué harás? Alejándome de él, girándome para darle la espalda, dando un par de pasos, levantando mis brazos como signo de despreocupación y en tono un tanto divertido esbocé: - Mi propósito parece ser hasta el momento: Seguirte a todos lados como un perro. Deteniéndome en el momento en que una fuerte brisa se levantó de pronto, agitando con ahínco mis cabellos negros.
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Mensaje por Octavius Jue Feb 02, 2012 7:22 pm

-Eres demasiado complaciente, ¿sabías eso?- Respondió Octavius con ambas cejas levantadas, cambiando por completo el tono conversacional que llevaba con su interlocutora para mirarla con algo de incredulidad. La respuesta que le había dado le parecía de lo más curiosa y no por eso, algo ridícula.

De hecho ya había olvidado incluso lo que había dicho pasados unos segundos, era como si de nuevo una niebla mental le ocultara las memorias…incluso aquellas que servían a corto plazo.

-Y eso que apenas nos acabamos de conocer…como sea, ¿alguna idea de a donde deberíamos ir ahora? Roma…Egipto…no lo se, sugiere algo.- Inquirió el mayor de los dos de forma indecisiva, suspirando y envainando su espada con resignación. Ya había terminado su tarea allí y fuera de eso, no tenía nada más que hacer en un futuro cercano. Todos esos factores sumados al hecho de encontrarse en Hispania, uno de los puntos clave para viajar a los otros rincones del Imperio e incluso, las fronteras más allá… -Anda, dame una sugerencia. Tenemos vía libre para ir a donde prefieras…o al azar, como quieras.-

Ahí fue que el mayor empezó a andar en la dirección contraria por la cual hubieron accedido al cementerio. Sin tener nada que hacer ahí al menos continuaría moviéndose para no perder la práctica o al menos retomar el hábito de cuando comandaba a las Legiones Romanas. Sí, debía terminar de reponer su aptitud física…

-Vamos Penélope, si decides el lugar tenemos que empezar a buscar mis contactos.-
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Mensaje por Vergilius Sáb Feb 04, 2012 12:28 am

¿Buscar contactos? ¿Acaso planeas una fiesta y no piensas invitarme…

Una voz seria e indiferente se dejó escuchar de pronto en el lúgubre cementerio hispano, una que de seguro no iba a ser para nada difícil de identificar por el heredero al trono romano. Después de todo, correspondía justamente al portador del nombre que hacía unos cuantos segundos, él mismo había escrito en una tumba en blanco.

… esa no es la forma de tratar al hombre que descongeló tu trasero en el norte…


Se paró justo frente a las dos personas aunque dirigió su mirada únicamente para con el más alto de ellos, caminando tranquilamente por el lugar mientras sus pasos le acercaban cada vez más a su … ¿Hermano?. Su rostro lucía demasiado tranquilo, a la vez que la túnica negra que le cubría ondeaba inclinándose hacía uno de sus costados. El izquierdo, siguiendo la dirección de los buques en conquista, para ser más exactos.

… ya sé que no poseemos la misma sangre pero…. ¿No importan más las vivencias entre los dos?….


Su tono de piel era bastante más pálido de lo habitual, dándole la apariencia de un verdadero muerto en el andar hasta posicionarse justo frente al más grande soldado romano de todos los tiempos; aquel hombre tan poderoso y majestuoso que había estado destinado a conquistar el mundo entero y alzar el estandarte de Roma por todos los continentes, teniendo como trompetas de triunfo los desgarradores gritos de cada una de las víctimas que, inútil e inocentemente, se habían molestado en mostrar resistencia para con una legión invencible: La legión de Octavius y sus pretorianos, los mejores hombres del Imperio y que usualmente, eran utilizados para la defensa y la escolta del Emperador.

… Octavius…. no te veía desde… desde hace mucho tiempo…. ¿No es así?.

No obstante y de seguro lo más extraño para la leyenda viviente, no debía de ser el hecho de ver ahí cubierto con ropas simples y una túnica a su hermano político, sino que, lo más curioso es que estaba sonriendo sin mostrar sus dientes y de una forma tan amistosa y poco normal en él, que bien podría considerar que algo le estaba pasando. Pero por otro lado, daba la sensación de que estaba mejor que nunca, tan tranquilo que incluso era capaz de sonreírle mientras le observaba hacia arriba.

Vaaaaaaya…. ¿Siempre has sido tan alto?.
– Comentó impresionado e inclinando un poco su torso hacia atrás, para después proseguir con el mismo tono, lanzándole un puñetazo al aire aunque sin llegar a darle en el abdomen. – Pensé que con los años sería capaz de alcanzarte, o al menos superar la altura de nuestro padre….je… inocencia de un niño… ¿No?... pero ambos sabemos que, por cosa obvia… eso era imposible.

Bajó un poco el rostro y el viento movió sus cabellos cubriendo su vista, dándole un toque más sombrío y melancólico a su postura. Lo único que predominaba en Vergilius era su tranquilidad, como si su alma estuviese en completa calma para con el entorno y el ambiente que le rodeaba.

Que estés aquí demuestra que lo sabías… y que lo sabías muy bien. – Dijo en tono pasivo pasando por el costado de su gran hermano, hasta llegar a la tumba en la que podía sentir rastros de su energía, y que por inercia, podía entender que era la que había visto Octavius. El leer escrito “Vergilius” no fue sino una razón más para sonreír y darse cuenta de que efectivamente, aquella era la tumba del niño al que él había suplantado. – Supongo que para ti no fue muy divertido el enterarte que yo era un impostor…

Se acuclilló frente a los restos del lugar que había usurpado sin desearlo y se mantuvo en silencio por varios minutos, en los que sólo se dedicó a observar su nombre escrito en dicha tumba y pensar… en muchas cosas. Resultaba increíble imaginar que toda su vida no le correspondía, y que por lo mismo, su real y auténtico destino siempre sería desconocido para él. Como siempre solía ver a su tía en Roma y las visitas a Hispania no le agradaban a su padre, no era un asiduo conocedor de esos terrenos tan lejanos y ya conquistados; sin embargo como general máximo de todo el Imperio, conocía a la perfección el estado tan paupérrimo en el que se sostenía su tierra natal. Un nudo se formó en su garganta mientras pensaba en todas las posibilidades que le ofrecía la vida en ese país, y por supuesto, en cómo debía de haber sido su verdadera familia.

Lo único que puedo asegurarte es que para mí nada de esto es divertido… y que me agrada mucho el viento que sopla por estas tierras.


Definitivamente Vergilius derrochaba paz, a pesar de la situación y de lo extraño del encuentro entre dos hombres que alguna vez habían sido hermanos, y que ahora, no eran más que dos guerreros que se respetaban cual código del honor militar romano.
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Mensaje por Octavius Sáb Feb 04, 2012 1:26 am

Esperando la respuesta y segura réplica sarcástica de Penélope, el primogénito del ya fallecido imperator sintió el soplo de Auster golpear en su oreja derecha conforme avanzaba por el estrecho camino que llevaba hacia el portón principal del camposanto donde ya había terminado su encomienda…y eso lo hizo detenerse de improviso, separando levemente las dos piernas para así cerrar sus párpados, sintiendo que no todo estaba precisamente bien.

Lo sentía en sus venas que por sobre su piel se remarcaban en tonalidades bermellones, denotando además la circulación de sangre por todo su organismo. Una zona en específico, del lado izquierdo de su cuello era la más prominente...poco a poco, como serpientes inocuas se elevaban hasta la raíz de su cráneo, un movimiento que se vio interrumpido por la súbita aparición en escena de una voz que no se correspondía a ninguna de los invasores originales del cementerio, sino a la de…

-¿Buscar contactos? ¿Acaso planeas una fiesta y no piensas invitarme…-

Era él, la persona que menos hubiera esperado encontrarse en Hispania al asumir que se hallaba comandando a una Legión en el extranjero o bien, encerrado en palacio u/o la Villa Vallis Mellitus…esa que parecía ser una piedra angular en su existencia. Pero no…Vergilius se había materializado frente a sus ojos.

La pregunta que ahora surcaba la mente del mayor de ambos “hermanos” era ¿otra ilusión? ¿era el verdadero? O simplemente…¿había terminado por volverse loco en medio de un mar de memorias destrozadas como cristal, dejando que estas se proyectaran en lo que consideraba la “realidad”?

No podía determinarlo…al menos no tan de golpe y por lo mismo, entrecerró los ojos de forma instintiva. Para todo aquel que lo conociera desde su niñez, era fácil adivinar que esa era la misma forma en que Octavius analizaba todo lo que lo rodeaba. Y vaya que necesitaría toda la perspicacia disponible en su cabeza…incluso en ese estado tan lamentable, lo distinguiría. Sin duda separaría la realidad de las ilusiones y desilusiones que plagaban su vida desde hacía semanas.

-… esa no es la forma de tratar al hombre que descongeló tu trasero en el norte…-

Eso era algo que solo el verdadero sustituto de su sangre sabría, aunque…

-… ya sé que no poseemos la misma sangre pero…. ¿No importan más las vivencias entre los dos?….-

Punto a favor para el lado de la ilusión. Ni siquiera el primogénito sabía que el reemplazo conocía su verdadero origen y por lo tanto, en ese caso no podía considerar el hecho como auténtico.

-… Octavius…. no te veía desde… desde hace mucho tiempo…. ¿No es así?.-

Debía estar de acuerdo, incluso si ese comentario balanceara las dos tiradas de piedra anteriores dejando entredicho su perspectiva…sin cambiar nada en realidad.

-Vaaaaaaya…. ¿Siempre has sido tan alto?. Pensé que con los años sería capaz de alcanzarte, o al menos superar la altura de nuestro padre….je… inocencia de un niño… ¿No?... pero ambos sabemos que, por cosa obvia… eso era imposible.-

Esa expresión…ese tono de voz y…esa sonrisa eran más que suficientes, incluso si se trataba de una jugarreta de su poco fidedigno cerebro la tomaría como la verdad.

Y la “verdad” ahora era respaldada por otro fragmento de cristal mental…un recuerdo, una memoria…una añoranza.

-¿Por qué eres tan alto?- Preguntó un diminuto Vergilius dándole un débil puñetazo a su hermano mayor, algo que tan solo lo hizo reír. La diferencia entre ambos, uno de quince años y el otro de tres era simplemente bestial.

-Es porque eres un moco. Un moco inteligente, eso sí.- Respondió Octavius acercando su índice a la frente del pequeño niño pelinegro de complexión delicada y piel demacrada, dándole un empujón que lo tiró hacia atrás y le hizo modificar su rostro al de uno surcado por la “ira”.

-¡No siempre lo seré! ¡Ya verás! ¡Te superaré!-


-…-

¿Cómo podía ser falso? El evocar ese día tan lejano era imposible para todo aquello carente de verdadero valor. Entonces esa persona parada frente a sí mismo de verdad era…

-Que estés aquí demuestra que lo sabías… y que lo sabías muy bien. Supongo que para ti no fue muy divertido el enterarte que yo era un impostor…

Lo único que puedo asegurarte es que para mí nada de esto es divertido… y que me agrada mucho el viento que sopla por estas tierras.-


Aunque el más fibroso de ambos hubiera pasado a su lado, Octavius no se movió ni un ápice. De hecho mantuvo su postura erguida mientras las palabras de su “hermano” taladraban su cerebro y lo hacían reaccionar, aunque con lentitud.

-Hablas demasiado…como siempre.- Fue la réplica del mayor sintiendo como las serpientes de sangre bajo la piel de su cuello aparecían y de nuevo, se esfumaban con un reptar asqueroso que tan solo sus oídos tenían el desplacer de percibir. -¿No te enseñé qué al llegar a un lugar debes siempre respetar antes a las mujeres? Esa falta de educación no puede venir de alguien de mi familia…-

Dándose la vuelta y pisando con fuerza en la hojarasca muerta que predominaba sobre el suelo del cementerio hispano, Octavius miró de frente a Vergilius para así esbozar una sonrisa melancólica…un gesto que no había visto pronunciado en su rostro jamás, al menos no con la sinceridad con la cual ahora se mezclaba. Incluso sin admitirlo, incluso sin pronunciarlo ni anunciarlo, su hermano debía captar la intención detrás de su rostro.

-¿Qué pensaría nuestra madre de eso? Primero que nada compórtate- Dijo el mayor caminando en pos del pálido muchacho que tenía al frente, notando con el rabillo del ojo la figura menuda de Penélope circulando la zona adyacente a sí mismo para posicionarse a sus espaldas, como si fuera un guardián imperial entrenado por su padre. -y…¿porqué esa actitud tan muerta? ¿Dónde quedó el efusivo chiquillo que me vio en la cantera germana hace un año?- Preguntó levantando la diestra y tal como en su recuerdo, empujar a Vergilius con el índice…

Esa era, entre ellos, un gesto inolvidable.
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Mensaje por Penélope Sáb Feb 04, 2012 1:20 pm

Aún con la brisa agitándose con fuerza pude escuchar entre la imponencia de la misma: "-Eres demasiado complaciente, ¿sabías eso?-" Llevando mis manos a mi rostro para contener la furia de mis cabellos; a mí llegaron imágenes de un recuerdo pasado: -El comedor del Coliseo, un hombre, Octavius, unas mesas, un plato con una rata muerta y en una copa su sangre-, sonreí luego de comprender aquella evocación y mi voz que parecía luchar con el viento finalmente expelí mientras me giraba al mismo tiempo: - Eso no es lo que pensaría y diría aquel hombre en el... quedándome perpleja ante la presencia que se había manifestado en aquel sombrío lugar. Caminé en dirección al ex heredero del trono sin perder de vista en ningún momento al sujeto que hacía poco había arribado. Sigilosamente me acercaba a mi compañero de viaje, la lanza comenzó a vibrar moderadamente, por instante el ambiente de manera extraña rayaba entre la familiaridad y la tensión.

Mis únicos sonidos eran los que producían mis pies al pisar y quebrar las viejas y podridas ramas esparcidas por el suelo. La conversación comenzó entre ellos, entre recuerdos, afirmaciones y ciertas comicidades, aquel encuentro familiar se desarrollaba con cierta calma, la paz que emanaba aquel sujeto que resultó ser nada más y nada menos que hermano, o bien el que habían hecho pasar por hermano de Octavius, el verdadero heredero al trono de Roma, era un poco inquietante.

Finalmente me encontraba al lado de Octavius, dando dos pasos hacia atrás ubicándome detrás suyo sin permanecer oculta tras él, al contrario a su espalda pero plenamente visible, impulsivamente mi deseo era mostrar que él no estaba solo, aunque a simple vista no era mucho lo que pudiera hacer u ofrecer si en un futuro a corto plazo se desarrollaba una pelea entre ellos. Permanecí calmada, siempre atenta, escuchándolos como rememoraban cosas del pasado y como en aquellos recuerdos y en aquellas palabras la nostalgía, hasta quizás el mismo amor se remarcaba. En voz baja para que tan solo pudiera escucharme él esbocé: - Dime Octavius ¿Esto es bueno o es malo? ... No me digas que estos son los contactos de los que hace poco estabas hablando... por un instante sentí una corriente fría a la altura de mis pies, mostrando indiferencia ante tal hecho retomé: - Bueno, querías matarlos a todos, por lo menos tu hermano te ha ahorrado cierto trabajo, si lo matas ya tienes donde enterrarlo. Casi quería reírme de mis propias palabras, tan sólo llevé mi brazo hacia atrás, cruzándolo por encima de mis hombros, la lanza comenzaba a mostrarse más inquieta, tan inquieta como lo estuvo en el Palacio Real de Hispania.

Levanté mi vista, por primera vez dejaba de ver a Vergilius para ver a plenitud a Octavius, con una ceja levantada y con tono de voz serio musité: - ¿Y bien?... ¿Qué hacemos ahora? Sujetando con fuerza la lanza, se podía ver como mi mano ya vibraba con ella en una resonancia perfecta.
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Mensaje por Vergilius Miér Feb 08, 2012 9:45 pm

Vergilius levantó la cabeza al observar como las piedrecillas junto a la tumba se movían en pos del andar tan especial y monstruoso de Octavius, entendiendo que éste se acercaba quizás con qué objetivo. No pudo evitar asombrarse al encontrar de frente la enorme humanidad de su ex maestro de armas, contemplando que si parado ya lo veía inmenso, en cuclillas era como tratar de alcanzar la punta de una montaña a saltos. Pocos hombres podían hacerle sentir tan diminuto y débil, cuestión que se intensificó cuando el dedo del barbudo lo tocó y de inmediato, lo envió a tierra como si el general romano fuese una simple cucaracha molesta. Aquella era la diferencia más notoria entre los dos, el hecho de que físicamente no se parecían en absolutamente nada…

… Y sin embargo, jamás se habían llevado mal por ello. Desde el suelo el menor de ambos se quedó mirando al mayor con los ojos de una pantera al acecho, dispuesto a atacarle en cualquier instante; ello en consecuencia de aquel gesto de camaradería para con él que ahora lo tenía estampado en el piso. Estaba serio, muy serio y no parecía de buen humor por la gracia de su “pequeño” hermano mayor.

Haha…Hahahahahahahahahahaha…..hacía mucho tiempo que no me golpeabas así….

La risa sincera del joven general, por otro lado, evidenciaba que dicha acción más que fastidiarlo o causar una ira creciente, había provocado que se relajara todavía más, lo suficiente como para que todo ello le causase una gracia merecedora de tan peculiar risotada. No era de los que reían por cualquier cosa, no obstante parecía ser que se encontraba en un estado tan pleno en el que hasta podía permitirse dichos pequeños lujos de la vida, ajenos a su personalidad tan fría y mucho más tradicional.

¿Eh? ¿A quién te refieres?.
– Preguntó con voz calma subiendo ambas cejas, acomodándose para mirar de mejor manera a la acompañante de su hermano. La chica en cuestión no traía precisamente una buena cara, todo lo contrario, lucía en cierta forma molesta. ¿Tal vez porque Vergilius le había ignorado en vez de saludarle como correspondía? No solía olvidar esa clase de formalidades, lo que no era sino otra clara señal de que el más joven de los generales se estaba comportando de un modo bastante “diferente”, definitivamente muy distinto y atípico a lo que solía ser el ex heredero al trono romano. Además de poseer una paz envidiable, la misma provocaba cierta torpeza en sus movimientos y comentarios.

Esa mujer…oh…ya veo…
- Dijo poniéndose y apuntándola con un dedo, más específicamente su índice. No se le hacía familiar para nada, desconociendo quién podía ser o qué pintaba junto a su hermano. Fue ahí cuando una idea surco su cabeza y sus ojos se abrieron de par en par; su boca tembló brevemente al igual que su mano debido al asombro y la sorpresa, luchando por formular la pregunta que debía hacerle a Octavius

¿¿N-no….me digas que es tu… tu tu…. Espo-po-posaa???!!


La sola idea lo dejaba en blanco y sin saber bien qué decir. Observándola detenidamente la verdad es que sí lucía como el tipo de chica que podría atraerle a su hermano, por encasillarla de algún modo. Su rostro era bastante tosco y parecía tener la misma edad que su mayor, aunque desde luego, el detalle más llamativo era dicha lanza que parecía portar con tanta facilidad y que, si su sexto sentido no le fallaba, estaba planeando ensartarle en el rostro apenas y tuviera la oportunidad para hacerlo.

Ahora que lo pienso…. sí…. sí parece la clase de mujer que te gusta.
– Finalizó con todo calmado bajando la mano, aunque sus ojos no dejaban de expresar el asombro que sentía por su suposición. Todavía no estaba confirmada su hipótesis, pero ya el joven de cabellos negros se había dejado convencer por la idea de que la acompañante de su hermano, sólo podría ser su nueva pareja. De lo contrario no tenía sentido que estuviese solo con ella, puesto que si se trataba de un escudero, en el reino existían muchos más como para que su hermano se hubiese decantado por una mujer para dicha tarea.
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Mensaje por Octavius Miér Feb 08, 2012 11:24 pm

Era curiosa ver la forma en que se desataban los hechos de forma continuada. Una conversación, una réplica y finalmente una carcajada adornaban el ambiente que rodeaba al primogénito del Imperator…y eso le agradaba. Desde hacía mucho tiempo no sentía tan plenitud en el interior de su persona y por lo mismo, pretendía extender ese encuentro lo que más pudiera incluso si Penélope se mostrara reacia a ello. No la podía culpar, Vergilius no había sido precisamente el condenado y callado chiquillo de siempre sino que se mostraba más…vivo.

-Dime Octavius ¿Esto es bueno o es malo? ... No me digas que estos son los contactos de los que hace poco estabas hablando...- Empezó la fémina con su voz de seda acariciándole el túnel auditivo, haciendo que este le respondiera en un tono similar, uno que Vergilius no podría escuchar más si observar.

-No, no lo es.- Respondió el mayor entrecerrando los ojos, volteándose una media hora en sentido contrarreloj para posar y adquirir un aire cómico y casi infantil en compañía de su criminal amiga, quien continuó impasible con sus preguntas de cianuro.

-Bueno, querías matarlos a todos, por lo menos tu hermano te ha ahorrado cierto trabajo, si lo matas ya tienes donde enterrarlo.- Musitó Penélope no con cierto desagrado tras lo cual una pregunta clave hacía acto de presencia en el diálogo de esa obra tan trillada. -¿Y bien?... ¿Qué hacemos ahora?-

-Primero, no. ¿Porqué te tomas todo tan literalmente? Uh, de verdad que parecemos espo--- Le empezó a susurrar Octavius a la dama de ébano, justo cuando Vergilius comenzaba a dialogar, tocando un punto que lo hizo taparse la boca con la diestra para no soltar un rugido locuaz. Menuda forma en la que su hermano menor entraba en sintonía con su cerebro, casi como una sonata improvisada a dueto.

-¿¿N-no….me digas que es tu… tu tu…. Espo-po-posaa???!!

Ahora que lo pienso…. sí…. sí parece la clase de mujer que te gusta.-


-¡HAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHA!- Se rió Octavius con una fuerza impresionante soltando su derecha para así posarla sobre su cintura y con una zancada firme, acercar su tez al rostro paliducho de Vergilius, moviendo los ojos de forma sospechosa y con el índice izquierdo dedicarle un “shhh” arrastrado a Penélope. -Oye oye, ¿porqué tan serio? No lo divulgues, hay varias locas por ahí que se molestarían si supieran que tengo una compañera de por vida.- Empezó el primogénito del fallecido Emperador tratando de aguantar sus carcajadas para así proseguir. -Las pelirrojas están desquiciadas, mucho más que las prostitutas germanas…seguro te habrán contado de ellas ¿no?

¿Sabes qué es peor? Encontrarte con una pelirroja que además, es una “trabajadora social”. Están tocadas y se creen el centro de tu mundo.

Peeeeero, creo que mi querida esposa tiene razón.-
Dijo de pronto el mayor al retornar junto a Penélope, abrazándola con una de sus manazas para denotar la enorme diferencia que existía entre los dos. -Creo que deberíamos movernos de este sitio, es deprimente y además, tengo hambre. ¿Ustedes no? Yo apuesto que sí, ambos están más pálidos que un bárbaro muerto.-

En ese instante la mole que era Octavius señaló la salida del camposanto con su pulgar libre, relajando sus facciones y dejando que las intenciones despedidas por su rostro hablaran por él. Era obvio, quería largarse de allí para poder, dentro de lo posible, tener una cena normal.

-Y dado que ambos son como unas adolescentes germanas recién pasadas a la adultez, los presento. Penélope, este es Vergilius…debes conocerlo por los desfiles y esas estupideces; Vergilius, esta es Penélope, mi “consorte” y peor aún, guardaespaldas. Ten cuidado, le gusta morder.-
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Mensaje por Vergilius Jue Feb 09, 2012 12:13 am

Vergilius continuaba impresionado esperando la respuesta de su hermano, sin perder de vista tampoco a la mujer de cabellos negros que tenía éste tras suyo. Aún no estaba del todo seguro de si sus sospechas eran ciertas, pero algo le decía que la respuesta a sus cuestionamientos se acercaba a pasos muy, muy agigantados y precisos. Y efectivamente fue cuando en el momento de más presión y tensión, en el que sus ojos parecía que se iban a salir de la impresión y una gota de sudor bajaba por su sien, que las palabras y risas de Octavius le confirmaron lo que tanto estaba temiendo.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!!!


Se cayó de nuevo de espaldas y de inmediato posó sus codos para tratar de mirarles una vez más, sin poder creer que mientras estaban separados, su hermano hasta ya había comenzado a crear su nueva familia. ¿Acaso la dinastía Juliai tendría raíces después de todo?. Sus ojos eran la mayor muestra de que todavía no era capaz de sintetizar la idea y su boca abierta, la evidencia de que el hermano menor no hallaba las palabras para expresar lo fuerte que le había golpeado la “buena nueva”.

Miró con detenimiento a la mujer de cara enojada y gruñona, preguntándose como le habría hecho para poder controlar y marcar como suyo al enorme mastodonte que representaba su ex maestro de armas.
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Mensaje por Penélope Jue Feb 09, 2012 11:53 pm

Me mantuve expectante todo momento, escuchando con atención tanto al recién llegado Vergilius como a mi compañero Octavius que intercambiaban palabras. No se hizo esperar ante mis preguntas, el ex heredero al trono me daba mis respuestas, una bastante interesante que provocó que en mis labios se esbozara una sutil pero bien definida sonrisa. "¿Porqué te tomas todo tan literalmente? Uh, de verdad que parecemos espo---" Queriendo completar su frase intervino el hermano menor con la apreciación más ridícula de todas:

-¿¿N-no….me digas que es tu… tu tu…. Espo-po-posaa???!!

Ahora que lo pienso…. sí…. sí parece la clase de mujer que te gusta.-


Di un paso enfrente y entreabrí mis labios, en el momento en que me disponía a aclarar aquel pequeño y bien desvariante error, una carcajada me detuvo en el acto, Octavius a risotada pura, que se propagaba por todo aquel camposanto, quizás perturbando aquellas pobres almas que buscaban descanso eterno, me detenía, haciéndome contener dado que supuse que había intervenido para aclarar el malentendido. Con una actitud divertida y juguetona, con su voz un tanto alegre se dirigió a su hermano AFIRMÁNDOLE lo de su aseveración: "- Peeeeero, creo que mi querida esposa tiene razón.-" Giré en su dirección asombrada, sobraban mis palabras, más bien no podía pronunciarlas, mi mirada lo decía todo: - ¡¡¡¡Qué demonios le pasa a éste!!!! Muda, completamente atónita, tan solo me quedé mirándolo imposibilitada de algún modo mientras lo escuchaba hablar: "-Creo que deberíamos movernos de este sitio, es deprimente y además, tengo hambre. ¿Ustedes no? Yo apuesto que sí, ambos están más pálidos que un bárbaro muerto.-" Desplacé mi cuerpo en su dirección, moví mis manos para detenerlo, quería decir algo pero no podía, mi cerebro parecía el único en hablar y responderse así mismo: - Cómo no voy a estar pálida!!! ... hasta ahora me entero que estoy casada!!! .... No, no me digas ¿qué has recordado algo Octavius?

En ese momento aquel corpulento e imponente hombre abrazaba mi cuerpo contra el suyo, en un simple movimiento de brazo, sonreí... sonreí con malicia, no le daría más vueltas al asunto simplemente pensé: - Quieres jugar, juguemos ... sé qué algo estás tramando... Octavius. Dejándome llevar por sus propias acciones.

Una vez más participaba activamente de la conversación el primogénito del Emperador, con palabras que finalmente parecían una formal presentación: "-Y dado que ambos son como unas adolescentes germanas recién pasadas a la adultez, los presento. Penélope, este es Vergilius…debes conocerlo por los desfiles y esas estupideces; Vergilius, esta es Penélope, mi “consorte” y peor aún, guardaespaldas. Ten cuidado, le gusta morder.-" Esperando un par de segundos, sujetando bien su cuerpo contra el mío, era mi momento para intervenir, abrazada a Octavius pero mirando en ese instante a Vergilius esbocé: - Un placer. Tu hermano ha hablado maravillas de ti todo este tiempo.

Volviendo mi vista a mi recién asignado esposo, hablé pero solo para nosotros, llevé mi brazo a rodearlo por el cuello, mi mano se enredó en su cabellos, acerqué mi rostro al suyo, nuestros labios juntos tan sólo separados un par de milímetros, podía sentir su aliento como él el mío, mi voz tan seductora y provocativa de ser posible y siguiendo aquel teatro dije: - Hmmmmmm... en qué momento dejé de ser tu perro para ser tu esposa... cariño mio. Sonriendo con malicia y con ciertos toques de lujuria. Podía ser un teatro pero Octavius no estaba nada mal. En ese momento Vergilius cayó hacía atrás, si que era frágil el muchacho, mirándolo rápidamente y con una actitud burlesca musité: - ¡Guau! Replicando con exactitud el sonido del ladrido de un perro. Sonriendo, regresaba mi mirada a mi "esposo", levantando una de mis cejas un par de veces como signo de que esperaba con ansias una respuesta de su parte.
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Mensaje por Octavius Vie Feb 10, 2012 12:09 am

-Hmmmmmm... en qué momento dejé de ser tu perro para ser tu esposa... cariño mio. ¡Guau!-

Brillante, simplemente brillante. Aquello era mucho más de lo que el primogénito del Imperator se hubo esperado al presenciar el inicio de menudo espectáculo dantesco. Las palabras, los tonos, las actuaciones…era como encontrarse en los anfiteatros de la Capital mientras se disfrutaba del hidromiel mejor preparado en toda la polis, simplemente maravilloso.

Y aún cuando sus recuerdos estuvieran más nublados que las montañas de Germania, Octavius sentía la pertenencia a todo eso, como si en otra vida o realidad lo hubiera experimentado en una silla de oro.

-Te digo, te pones demasiado tensa por tonterías. Además…no te veo precisamente molesta por la perspectiva de ser mi mujer ¿eh?- Le contestó el mayor a Penélope con calma, usando el mismo tono secretista de antes para así marcar que realmente no había más propósito que el de vivir el presente de la mejor forma posible. ¿Y para qué negarlo? Llegado ese punto eran pan y mantequilla. -Y pensando en comida, creo que mejor vamos andando. No pretendo quedarme todo el día en medio de estos asquerosos árboles- Señaló el más alto del trío, apuntando hacia uno de los nudosos y blanquecinos árboles que cercaban el cementerio. Esa forma le ponía los pelos de punta…y le parecía asqueroso. Lo más curioso era que de repente todas las ramas apuntaban en su dirección…

…o mejor dicho, señalaban a Vergilius.

Sin más agregados y sin querer crear algún tipo de monólogo ridículo, Octavius se dio la vuelta para así empezar a andar en pos de la salida que por lo menos, no estaba demasiado lejos. Por otro lado, Eolo sopló desde el este con más fuerza…la tarde estaba por llegar a su fin.
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Mensaje por Vergilius Dom Feb 12, 2012 11:47 pm

Definitivamente la vida estaba llena de sorpresas, y ver a su hermano jugueteando y cuchicheando cosas con la mujer extraña que había elegido por esposa, era sin lugar a dudas la más grande de todas; al menos, en el último tiempo. No lograba salir de su asombro por mucho que lo viese allí viviendo su vida marital, despreocupado y alejado de la personalidad de aquel hombre tosco y rustico que sólo utilizaba a las mujeres para la cocina y para follar. Ahora y a juzgar por lo visto hasta el minuto, dicha percepción había cambiado y estaba optando por una relación formal con una mujer que se veía, por lejos, muy particular… y que por alguna razón, para él tenía toda la pinta de ser bastante glotona. O en otras palabras más simples, le encontraba un poco subidita de peso.

Como pudo se puso de pie después del asombro y volvió a mirar más firme a su hermano, el que no tardó en dedicar sus últimas palabras y enseguida, proceder a dar la media vuelta para marcharse de ese cementerio tan hermoso pero abandonado. Por su parte él simplemente giró la cabeza para observar hacia los dos lados, meditando la situación y de paso, fijándose en las tumbas de los alrededores. Le daba la impresión que cada una de ellas tenía una historia distinta y muy interesante que contar. Cómo le hubiera gustado el poder quedarse sentado allí mientras todos y cada uno de los difuntos le aportaba con nuevos conocimientos para así, poder saber más quién debió haber sido y cómo era la vida en el que era su verdadero hogar. De seguro existirían mil y una historias que al joven descendiente del emperador romano, le fascinarían. Después de todo al joven pelinegro desde siempre le habían fascinado y extasiado como nada los cuentos y las hazañas, siendo uno de sus más grandes pasatiempos cuando no estaba prestando servicio.

El viento soplaba tranquilo en el campo santo, donde los cuerpos ya sin vida descansaban en silencio mientras sus espíritus iniciaban el camino por alcanzar a sus ancestros. Y a pesar de ser algo de conocimiento universal, incluso hasta para los más ignorantes, todos solían visitar a sus muertos como si así pudiesen conectarse con ellos. Era una especie de fe que iba más allá de la lógica y que los hacía sentir bien.

Entre dichos creyentes estaba el hermano menor del mastodonte musculoso, que fijó sus ojos una vez más en la tumba de su yo “original” y luego, subió la vista para proceder a acerarse y mirar con mayor atención la gran y bien esculpida tumba que yacía justo frente a la del pequeño bebé muerto. La brisa acarició su rostro en cuanto sus ojos se posaron en ella, y no tuvo que pensarlo demasiado para comprender el significado de la calidez que emanaba dicha piedra tallada para con él.

Esta es… ¿verdad?.
– Preguntó en tono más relajado caminando hasta posicionar uno de sus dedos en el mármol blanco, acariciando cuidadosamente el borde de la roca pulida. – La tumba de mi verdadera madre…

El silencio se hizo de pronto y Vergilius inclinó la cabeza, dejando que sus ojos se vieran tapados por la sombra que proyectaba su cabello. Lentamente bajó sus labios y besó cuidadosamente la piedra justo encima de un nombre, el que estaba seguro era el nombre de su real progenitora.

Me temo que no podemos ir a comer… al menos no todavía, Octavius.


Su voz seguía sonando tranquila, aunque ya un poco más seria. Una vez más se volteó contra su hermano y le observó, más allá de cómo a un pariente, como a un guerrero más con el que nunca había tenido la oportunidad de luchar junto a un enemigo en común. Y a pesar de que Vergilius no era un sujeto violento ni que amara las peleas, sí que le habría gustado combatir codo a codo con aquel hombre que en su tiempo había guiado su camino por el sendero del bien. Se sentía afortunado del poder decir que dicha leyenda era uno de sus primeros tutores, puesto que en el ejército siempre se alababa mucho a Octavius y el tener la experiencia, así fuese mínima, de contar con alguno de sus sabios consejos en la batalla eran un condimento que de inmediato y sin vacilaciones podía otorgarle ventaja en cualquier instante de la guerra. Mal que mal, pocos seres humanos podían llegar a entender la guerra de la forma y sobretodo, con la pasión con que su camarada de armas la comprendía, enfrentaba y finalmente, la conquistaba.

El conquistador de la guerra…
- Comentó de forma relajada mientras se acercaba a pasos lentos en dirección al mastodonte de barba descuidada. - … ¿Sabías que así te decían los generales en los cuarteles de enseñanza?... Je… - Guardó silencio por varios segundos y volteó a mirar el sol que poco a poco se iba escondiendo entre las espaldas de las columnas más alejadas y de los árboles, en lo que podía denominarse como uno de los últimos suspiros del atardecer. – Gracias a ti mi aprendizaje militar fue un chasco… todos los cadetes te admiraban, respetaban… y sí, uno que otro escupía sobre tu leyenda.

Sonrió y bajó sus cejas; sus ojos por otro lado desbordaban una confianza digna de un guerrero que a pesar de no poseer las cualidades de su mentor, se las arreglaba para destacar tanto como él y no quedarse a la sombra de las expectativas que se tenían de su persona. Y si bien en un principio le fue bastante difícil ganarse a su padre – no así al resto de los generales y senado, puesto que la naturaleza apacible y obediente de Vergilius les convenía y acomodaba más para sus propósitos internos; distinto caso a los años en que Octavius comandaba todo con su imponente voz y porte de futuro Emperador –, con mucho esfuerzo y dedicación podía decir que mientras estuvo en el cargo, literalmente hasta sangre sudó por el Imperio, y eso justamente le valió ser respetado y valorado por alguien que, a fin de cuentas, siempre se trató de su superior como Emperador de Roma, y no el padre del cual creía carecer.

¿Puedes imaginarte lo fastidioso que era ser “tu hermano menor”?
– Preguntó con calma y se posó de brazos cruzados sin avanzar ningún paso; Octavius estaba andando, pero le escuchaba y eso era lo único importante para el joven Hispano. Suspiró y medio en broma, medio en serio, continuó con sus palabras para con el gigante. – Es un milagro que aún no te odie, de verdad… aunque más de una vez maldije tu nombre, lo admito. – Cerro sus ojos al finalizar sus palabras y soltó sus brazos, buscando algo entre su capucha negra.

No tardó más de un segundo en lanzar una bolsa de cuero unida a una cuchilla justo a la espalda de Octavius, mientras que él mismo se quedaba con los ojos cerrados respirando de forma apacible, como si no le importara el hecho de estar a punto de “dañar” a su familiar de sangre. En vez de ello parecía incluso más relajado que antes, como si decirle todo eso le estuviese calmando todavía más de lo que ya se encontraba.

Espero que te guste mi sorpresa…
- Finalizó sin abrir los ojos, totalmente despreocupado del hecho de si su hermano sería capaz de evitar la daga voladora que ya rozaba su espalda – más específicamente, justo entre sus omoplatos –, a menos de un par de segundos de atravesar su piel.
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Mensaje por Octavius Lun Feb 13, 2012 12:48 am

A punto de salir enteramente del camposanto donde se hubiera encontrado a su hermano menor el primogénito del Imperator no pudo sino detenerse intempestivamente al instante que Vergilius mencionaba la tumba de su madre “real” con una voz distante y totalmente ajena a la que hubiera usado al inicio de la reunión como tal. Por lo visto todavía no comería o al menos, no saldría de allí sin antes una conversación más formal.

Dándose la vuelta a tres cuartos el mayor observó a su interlocutor quien ya declaraba que efectivamente no abandonarían el cementerio así como así. Rememorando las que por lo visto eran experiencias non-gratas de un pasado distante Vergilius avanzó directamente a su posición, quedándose erguido a unos cuantos metros más allá para hacer referencia de puntos específicos en la educación recibida por los comandantes de la Legiones, algo que Octavius si acaso era capaz de evocar…

-…- Al tiempo que el pelinegro mencionaba su título adquirido al “morir” pequeños chispazos de ideas se entremezclaban, hilaban y desechaban al reverso y al revés de su mente, atravesando los circuitos por donde las memorias normalmente danzarían…pero en vano. Octavius no podía relacionar una cosa con la otra y tal cual como en la mansión de Lucy, le tocaría actuar la parte requerida por Vergilius hasta recordar, no había otra forma de proceder.

-Pero según tengo entendido llegaste a ser más que eso ¿no? O por lo menos eso me quedó claro cuando regresamos juntos a la Capital.- Dijo de pronto el mayor sin cambiar la posición, instintivamente tomando el mango de su espada al detectar un atisbo de agresividad en el aire. Ese sexto sentido no le había fallado jamás y más de una vez le había servido para librarse de eventos desafortunados o en caso contrario, indeseados por su persona. -Sea como sea…si les prestaste atención a esos sujetos o a sus palabras, no me interesa. Aquellos que están destinados a la grandeza, de una forma u otra no deberían detenerse a considerar semejantes frivolidades. “El ojo en la meta”, deberías recordarlo…es una de las primeras lecciones que te di cuando estuviste en condiciones de aprender.- Empezó el mayor justo cuando un proyectil se acercó a su persona, una agresión menor que al instante se vio bloqueada por el acero de su espada que a una velocidad sorprendente había desenvainado, casi con desinterés.

-Sigh...lo que dices es casi un chiste, comparado a lo que por mi parte tuve que experimentar en la tierra de los germanos.- Dijo de pronto el mayor con un tono algo más…siniestro. Incluso sin tener la información o memoria exactas de todo lo pasado en Germania, sabía que no era para nada agradable o deseable. De cierta forma hasta se sentía aliviado del vacío existente en esa parte de su ser.

-Y supongo que esto es más una invitación a algo serio que una “sorpresa”.- Murmuró Octavius levantando la bolsa con la izquierda para con su índice y su anular abrirla, vislumbrando el contenido con el rabillo del ojo. -De hecho…venir aquí no debe ser de gratis y ya que lo mencionas, mejor vayamos al punto.

¿Qué quieres?-
Preguntó con tono conclusivo y abandonando ya toda pretensión de salir del ominoso cementerio. No lo había pensado demasiado y ahora que lo hacía, sí, era raro que Vergilius hubiera aparecido de la nada sin previo aviso o siquiera, capacidad literalmente humana. Tan solo se había…manifestado y eso por supuesto, requería una explicación.

Una explicación que esperaba fuera dada con prontitud.
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Mensaje por Vergilius Vie Mar 30, 2012 1:30 am

Vergilius se mantuvo tranquilo mientras veía como su hermano esquivaba con gran habilidad el lanzamiento de dicha daga, tal y como lo esperaba. En ningún momento estuvo dentro de sus intenciones el acertar su disparo, sino que simplemente… no encontró mejor manera de traspasarle ése objeto a su pariente. Y de paso, así llamaba su atención de una forma bastante particular y más propia de un soldado como él, y de ese modo, podía indicarle que aún no era el momento de abandonar dichos parajes tan desolados. Aún tenían mucho que hablar entre los dos, mucho más de lo imaginado. Apenas estaba iniciando el esperado re encuentro entre los dos hijos varones del difunto Emperador.

Je… - Sonrió de forma burlesca al escuchar cómo le mencionaba a Germania y lo que allí había vivido, casi como si ignorara el hecho de que también él había estado allí, congelándose más partes de las que cualquier ser humano estaría dispuesto a sacrificar por la guerra. – Te recuerdo, por si lo habías pasado por alto, que también posé mi trasero romano en tus queridas tierras bárbaras… ¿O acaso olvidaste qué fue lo primero que te di?.

Cerró sus ojos y no mostró mucho interés en el asunto, cambiando su semblante semi sarcástico a uno frío en un abrir y cerrar de ojos. Era una de las habilidades innatas que la guerra había sembrado en el joven que recién entraba, nominalmente, a la edad de un adulto… pero que ya llevaba muchísimo tiempo sobreviviendo como tal. La experiencia era uno de los elementos en los que más podía confiar el conquistador, dentro de lo poco en que se podía depositar esperanzas en aquellos días donde el mundo entero parecía tener escapatoria a una agonía lenta y casi humillante.

Es curioso que me preguntes qué es lo que quiero… - Prosiguió sin modificar su expresión facial, respirando de una manera un poco más profunda y pausada, demostrando que ya no quedaba mucho del entusiasta y agitado hermano menor que reía por sus comentarios y acciones. Y es que al frente ya no estaba el infante que admiraba a su viejo y sabio hermano mayor. – Siendo que yo también vine a preguntarte… algo parecido. – Concluyó de inmediato y sin rodeos, dejando segundos al azar en los que el viento depositó su presencia entre ellos y nada parecía interrumpir su descanso.

Ahora estaba frente al mismo hombre que había plantado cara a cada invasor enemigo; a cada hombre que amenazaba a alguna de sus tropas; a todos los que insinuaron ir en contra de las leyes de Roma y lo que ésta significaba. Pero sobretodo, estaba ante la presencia… de un hombre decidido.

Eso que te he dado… es exactamente lo mismo que te entregué el día que te encontré en las tierras del norte. – Sacó una vez más el habla, completamente serio y sin dejar ver algún atisbo del muchacho joven y radiante que lucía feliz de hallar a su maestro de armas, que es cómo se había mostrado en aquel momento en el cuál ambos se re encontraron después de tantos años en los que Octavius, el grande y poderoso, deambuló por las tierras que por años parecieron ser el karma más negativo para el Imperio Romano. Ese paraje en donde según se decía, uno de los más grandes líderes de todos los tiempos habíase encontrado su fin…

La gema sagrada de Roma, más antigua que el padre de nuestro padre…. – Susurró. - … destinada al más grande romano de su época, y aquel que por decreto divino debe ser condecorado como Emperador…. – Continuó en tono formal, por fin abriendo sus ojos de par en par y así, permitirse el fijar la mirada en todo el rostro de Octavius. Nunca lo había mirado con esa intensidad antes, puesto que siempre lo consideró un superior. Y si bien hasta ahora lo hacía, en su posición, y además también por cierto instinto que surgía desde el interior de su ser, ya no era capaz de mostrarse del mismo modo. - … la guardé para ti, por obvios motivos… pero por alguna razón, no está colgada en tu cuello. ¿Lo curioso? Que pensé que sabías cuál era la función de dicha gema, por lo que no creí necesario contarte en aquel día para qué servía, ante lo cual simplemente callé… hasta hoy.

En ese momento posó su mano en la funda de su espada y la alzó al frente, dejando que su propio hermano la viese sin mayores dificultades. No tenía miedo de esconder sus intenciones ni mucho menos aparentar algo que no era, al fin y al cabo, Octavius lo conocía o eso quería recordar. Existían momentos en que las palabras sobraban en demasía, y ése definitivamente era uno de ellos. Ya no tenía caso continuar hablando, puesto que quería respuestas… pero sabía que no las obtendría si se quedaba de pie. La única forma de mantener a su “hermano” interesado, era recurrir a una de las pocas cosas que jamás rechazaría.

Mantuvo la vista en alza, sin pestañear demasiado ni mucho menos bajar la mirada. – Las desgracias comenzaron el día que desapareciste… y definitivamente aumentaron cuando volviste, a pesar de que debía ser lo contrario. Estaba pre escrito que el hijo del águila dorada marcaría una nueva época, lo decía nuestro padre y los viejos sabios de… qué más da. – Sacó lentamente su espada y de inmediato dejó que su brillo incandescente centelleará iluminando todo a su alrededor. – Mejor te enseño mi nuevo juguetito….. ¿ No te parece más interesante de este modo?.

Se quitó la capucha que cubría parte de su cabeza y dejó ver por completo su rostro. Definitivamente, Vergilius lucía mucho más demacrado que en otras ocasiones. Era prácticamente un cadáver con vida y voz.

No sé cómo no lo pensé antes…. – Concluyó quedándose de pie a escasos metros del antiguo general romano, observándole con atención. - Octavius jamás dejaría la gema abandonada, nunca.... - Finalizó en un susurro que sólo él podría haber escuchado.

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Mensaje por Octavius Vie Mar 30, 2012 3:16 am

-“Estaba preescrito que el hijo del águila dorada marcaría una nueva era”, ¿Dices? Suena a que eso implica positivismo, pero no es así. Es algo meramente subjetivo, una nueva era no siempre es Buena.- Dijo el primogénito del Imperator con calma, todavía manteniendo la bolsa que contenía la afamada gema con su mano izquierda sin darle ni una ínfima parte de la importancia que su hermano mayor parecía depositarle con tanto afán. Después de todo hacía bastante que el protocol lo tenía sin cuidado, mucho menos unas creencias que a su parecer actual, estaban de adorno. Sí, no eran mas que supersticiones y cuentos de ancianos.

Sin embargo todo perdió cohesion cuando Vergilius desenfundaba su espada, respondiendo a su vez a un reto que desde hacía años había sido acordado por ambas partes, una ya lejana tarde de verano en la que el pelinegro hubo exclamado que superaría a Octavius.

-¿”Juguetito”? ¿Eso te enseñaron los instructores de la palestra cuándo desaparecí de Roma? Triste dialecto y expresión, al menos para un miembro de la familia real.- Declaró Octavius apenas su interlocutor hubo bajado su capucha, mostrando una tez demacrada y destrozada por los efectos de una salud deteriorada…no, en realidad no por la salud sino por el paso del tiempo. En esos instantes Vergilius parecía haber vivido más de cinco decenas de años por adelantado, llevándose el doble de castigo por delante. Incluso así, el pelinegro no era el único afectado por circunstancias del destino.

-Está demás decir esto, pero creo que necesitas un recordatorio y uno que sea urgente.- Dijo prontamente Octavius dando un paso al frente, balanceando las cuerdas que ataban la pequeña bolsa y de un solo ademán lanzarla en pos de Penélope quien seguramente la atraparía al vuelo. -Estás fuera de tu liga.- Concluyó con voz feral que al mismo tiempo dejaba visible sus enormes colmillos.

Tensando los músculos de la mano derecha y con el anillo de piedra roja brillando por la incandesencia de un ocaso cercano en la izquierda, el acero de la espada carmesí de Octavius refulgió en un mandoble diagonal que fácilmente cortó todo frente a él y que al mismo tiempo, de no ser bloqueado o eludido, partiría a Vergilius en dos.
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Mensaje por Vergilius Lun Abr 09, 2012 2:19 am

El joven descendiente de Hispana se quedó tranquilo esperando el desenlace de su lanzamiento, aunque ya sabía incluso antes de tirar la daga que no le daría con ello a su hermano. Y era lo obvio, después de todo, se trataba de un soldado de renombre y experiencia, que no caería tan fácil ni mucho con ataques de tan poca monta. Sólo había que recordar el antecedente de que él era el primer hombre del que se tenía registro de haber vuelto desde la muerte, proeza de la que ningún otro ser humano antes se podría haber jactado. Otro logro más para la condecorada y honrosa carrera bélica del guerrero más grande de todos los tiempos…

Je…
- Sonreí apenas al escuchar las palabras de Octavius. Ese sujeto por lo visto nunca iba a cambiar, ni siquiera a pesar de todo lo que sus ojos habían presenciado. En todo caso no me extrañaba, lo conocía y era una de las cosas que me agradaban de él: su soberbia y falta de empatía con los demás; esa forma tan frontal y poco mesurada de declarar con sumo relajo que te miraba en menos. Lo hacía con todos, y yo nunca fui la excepción por ser su hermano. Suponía además que tampoco lo iba a ser ahora, que nuestros lazos estaban un poco más… distantes. – ¿Fuera de mi liga, eh?.

Apreté la empuñadora de mi espada y rodeé los ojos desde abajo hasta la punta de la espada de Octavius, fijándome en la manera en que él sostenía su enorme hoja de batalla con una majestuosidad que llegaba a ser casi intimidante. De seguro a más de alguno lo habría de matar de la impresión el sólo ver el tamaño de dicha espada, que por masacre, era descomunalmente más grande que la que podía portar un guerrero común y corriente, o inclusive uno alto. Era una de las ventajas que le daba a mi querido ex hermano el ser un gigante del Imperio; no sólo poseía de por si una habilidad del demonio a la hora de pelear, y su astucia en la guerra era tal que por algo muchos rivales preferían rendirse antes de pisar el campo de duelo con él.

El sonido del metal chocando contra metal rompió todos los esquemas. A pesar de ser tan sólo el primer golpe, la intensidad del desenvaine del mayor fue tal que de no ser porque la espada de Vergilius también era especial, habría sido imposible para el romano el poder soportar una embestida como esa sin morir en el intento.

Sigues teniendo una fuerza terrible…
- Comenté casi como chiste, manteniendo una postura inclinada a la vez que por sobre mi cabeza y de forma horizontal, utilizaba el filo de mi hoja para contrarrestar la potencia del primer azote del original por sangre destinado al trono de Emperador. - … y a pesar de ser un enorme saco de músculos y grasa de más de dos metros, te mueves casi tan veloz como el viento mismo… sabría que esto sería interesante.

No era ni su inteligencia ni su habilidad en el combate lo que provocaba que los enemigos se arrodillaran ante él. No… era por el simple hecho, de ser el gigante perfecto. Enorme, potente, despiadado, sabio y … rápido. Era tan maldito que poseía todas las ventajas de su tamaño, y hasta ahora, no daba muestras de ostentar ninguna de sus debilidades o inconvenientes. Por mi trayectoria en el ejército había podido observar a muchos soldados en distintos ámbitos, y fácilmente Octavius podía acabar con pelotones enteros utilizando una sola mano, casi sin moverse. Agilidad y resistencia, una combinación que no estaba seguro de si sería capaz de siquiera… igualar. Por lejos, sabía que me enfrentaba a uno de los rivales más difíciles de toda mi vida. ¿Lo peor? Que ni siquiera sabía si estaba moviéndose en serio, puesto que apenas la contienda iniciaba… y ya estaba en un ligero apuro.

Oh… creo que la emoción del reencuentro te ha nublado los recientes hechos, o quizás estás más preocupado de mirarle los pechos a tu novia.
– Expresé sin cambiar mi rostro serio, aunque una sonrisa irónica era latente en mis labios. Fue entonces que doblé mis rodillas lo suficiente como para provocar que la espada de Octavius me apretara hacia el suelo. - … ya no soy de tu familia…. – Luego de decir eso, aumenté la presión en mi espada y provoqué que ambos filos se elevaran hacia el cielo, y por instinto, di un salto con voltereta hacia atrás dos veces seguidas para alejarme un poco del mastodonte con el que me enfrentaba. Por ahora no era una buena idea estar tan cerca, en sus mismos dichos, siempre debías analizar a tu presa si era grande, sobretodo cuando sólo disponías de un único arpón.

Esa forma de hablar que tienes ahora.
– Giré la espada por delante de mis ojos, observando detenidamente los movimientos y las reacciones del grandote general de las tropas romanas. Recién estaba comenzando, pero si consideraba el hecho de que con un solo zarpazo podía arrebatarme la cabeza mientras pestañeaba, no podía darle un segundo de ventaja. No lo hacía ni con mis rivales más diminutos, ni lo haría con una leyenda de Roma. – No me gusta. Me caías mejor cuando estabas muerto… - Guardé silencio por un minuto, dejando que mis orbes se conectaran con los suyos. Su mirada era tan implacable que me resultaba imposible el suponer siquiera lo que estaba pensando, o peor aún, lo que él podía llegar a suponer que yo meditaba a la vez que lo veía. – Al menos en ese entonces no parecías un enemigo…

El graznido de un pequeño cuervo que se posaba por sobre una rama cerca de los hermanos irrumpió después de las palabras de Vergilius. A pesar de su tamaño, la diminuta ave dejaba en claro su presencia con un contundente y regular sonido que no hubiese dejado indiferente a nadie; sin embargo, en los ojos de ambos guerreros estaba a la vista que no perdían el tiempo desconcentrándose por pequeñeces como esas. El primero que bajase la guardia, moriría. Y a pesar de la distancia y la tensión, del inicio y de la confusión del repentino encuentro, las piezas encajaban con cada paso y palabra que entre los dos se dedicaban. ¿Podría la muerte posarse entre ellos antes de que el misterio fuese revelado? Eso era algo que… no podía responderse aún.

Continuaba girando mi espada de forma continúa por delante de mi cuerpo, esperando que Octavius se dignase a pronunciar aunque sea un desprecio. Pero nada, tan sólo seguía allí con esa mirada de soy mejor que tú a la vez que su pesado cuerpo parecía mimetizarse con el ambiente. La temperatura estaba aumentando, y podía sentirlo por el hecho de que estaba sudando, y no me había esforzado tanto como para agitarme a esos niveles. Y si lo pensaba bien, podría asegurar con mucha certeza que mientras más cerca estaba de ese tipo, más aumentaba el calor que llegaba a mi cuerpo, como si de su propia y grotesca humanidad súper desarrollada emergieran ráfagas de calor imperceptibles para las personas corrientes.

Adelante.
– Paré el movimiento de mi hoja y la apunté directamente entre los ojos de mi enemigo. – Hay dos opciones Octavius… o me cuentas qué demonios te pasó, o te devuelvo del lugar de dónde te saqué… y no me refiero precisamente a Germania. Tú decides, gran hombre… - Concluí, a pesar de que todos modos y sin importar su decisión, pretendía averiguar qué le había sucedido en el norte.
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Mensaje por Octavius Lun Abr 09, 2012 3:36 am

Como el choque de dos fuerzas de magnitud similares la dos espadas correspondientes a ambos hijos del César se enfrentaron para finalmente verse empatadas la una contra la otra. El escarlata empuñado por Octavius se paraba a unos pocos centímetros de la cabeza de Vergilius mientras que éste ultimo apenas si lograba detener la trayectoria de la sublime arma enemiga gracias a las propiedades sobrenaturales de su propio instrumento. Viéndose limitado a la defensiva, el menor continuaba emitiendo palabras para con el mayor.

-…- E incluso en esa situación donde la fuerza de ambos quedaba más que demostrada la frase de Vergilius resultaba ser por demás cortante y fuera de lugar…al menos desde la perspectiva del ex-desaparecido heredero del trono y primogénito del ya fallecido Imperator. Sin que sus facciones mutaran, Octavius tan solo aumentó la presión ejercida sobre el pálido muchacho que tenía al frente para así observar como se le arrodillaba.

-Juicio nublado, ¿eh?- Susurró el más fornido del par mas para si mismo que contestando a su interlocutor, afirmando a su vez el agarre sobre el mango de su espada. Si Vergilius decía eso entonces la situación era grave. El no notar a primer vistazo cierto detalle que para alguien conocido resultaría bastante resaltante hablaba mal del juicio de uno de los participantes, uno que no era precisamente Octavius.

De un momento a otro sintió el cambio de peso en el balance general de Vergilius y correspondiendo a lo mismo el mayor se dejó llevar. Luego de un embate y el rugido del segundo choque de los magníficos metales la distancia entre uno y otro aumentaba tras unas largas zancadas que a ojos del verdadero hijo del César, se notaban desesperadas.

-…- No había comentarios que hacer, tan solo debía escuchar y medir los movimientos de su oponente quien de su lado, parecía asediado por algún tipo de dudas.

Pero la verdad era otra. Mas allá del enfrentamiento aparente, fuerzas de potencia inimaginada se movían y hacían presencia en el lugar. Una de las primera era por supuesto el misterioso cuervo que apenas se había movido; otra sin embargo venía del propio Octavius cuya presencia desataba una oleada de calor que poco a poco, secaba el ya muerto pasto del camposanto. Dando un paso hacia delante el anillo de piedra carmesí que portaba en su mano izquierda destelló peligrosamente, augurando eventos ominosos por llegar.

-Cuanta esperanza viniendo de un muerto en vida.- Contestó Octavius con voz grave y ojos afilados que todavía no dejaban de enfocar a Vergilius. -Dos opciones cuando en realidad yo solo veo una: no hacerle caso al niñito estúpido que todavía no sale de su fantasia juvenil.-

Avanzando otro paso ahora el ambiente se tornaba mucho más pesado y caluroso si cabía, siendo Octavius el catalizador de semejante ocurrencia particular. Crujido tras crujido la distancia salvada por Vergilius era comida en un tiempo imposible y de nuevo, la gran diferencia entre ambos quedaba marcada con creces.

-¿Quieres saber que pasó en Germania? Es simple: un Romano como cualquier otro quiso jugar al héroe bárbaro y así un montón de basura del norte aniquiló a toda mi Legión. ¿Feliz?- Dijo Octavius con tono de voz tajante apoyando la pierna derecha en un montículo de hierba aplastada y con un solo impulso aparecer al lado de Vergilius. Sabiendo que era estúpido no acercarse sin hacer uso de su espada el filo de esta surcó el aire con rapidez. Silbando y respondiendo a las órdenes de su diestra como si fuera una extension más de su cuerpo la hoja se hundió en el rango de lo que era el costado del torso de Vergilius tras lo cual era retirada en un nuevo golpe, esta vez dirigido a contrarreloj para impactar en la cara del menor. Y mientras los mandobles eran efectuados el juego de pies hecho por el primogénito del Emperador se jugó de forma que asentándose en el lugar, el impacto por fuerza sobre Vergilius sería el máximo posible.
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Mensaje por Vergilius Dom Abr 29, 2012 3:02 am

Tenía más que entendido cómo funcionaba la naturaleza de un hombre de guerra. Durante toda mi vida me había pasado muchos días, horas tras horas, analizando su mente e intentando comprender qué llevaba a un ser humano a poner su vida en un riesgo constante, luchando muchas veces por objetivos que no eran los suyos – o al menos, no en esencia de nacimiento – sino que más bien de otros, de señores acaudalados y poderosos a los que tal vez nunca llegarían a conocer ni para recibir las gracias. Sentado alrededor de una fogata en mis primeras expediciones de guerra, con una taza de agua tibia en la mano, me planteaba aquellas y otras interrogantes acerca de los hombres a los que debería de comandar en un futuro. En ese entonces no era un general ni mucho menos, sino que sólo un simple peón más, con linaje real, que aspiraba a convertirse en la mitad de buen soldado que fue su hermano. Su legendario hermano.

Vaya… veo que con palabras es imposible razonar contigo. – Comenté en tono tranquilo al escuchar sus dichos, apenas e inclinando un poco la cabeza sin perder de vista la enorme contextura del primogénito del Imperator. No debía confiarme en el hecho de que fuese una mole de músculos y carne, y dejarme llevar por el prejuicio de que los gigantes eran lentos. En el norte del mundo, allí donde el hielo vence al fuego y el hombre vuelve a sus raíces más abandonadas, pude comprobar que los prejuicios de los mortales no son más que invenciones creadas por sabiondos incapaces de reconocer al ser humano como un individuo único e irrepetible, sino que más bien lo categorizan como parte de un grupo, uno que siempre obedece las mismas características y por lo tanto, presenta iguales falencias dentro de un contexto determinado, siendo por ejemplo, el supuesto hecho que un tipo enorme automáticamente pasaba a ser poco ágil y carente de astucia. Y si bien en un inicio me pareció que los bárbaros eran salvajes, en el momento en que comprendí sus estrategias y forma de plantearse en la batalla, salió a la luz las grandes cualidades que presentaban esos “monstruos del hielo”, como solían llamar los patricios más adinerados al enemigo de lo romano…

La potencia con la que Octavius blandía su espada con arte y gracia era tan demoledora como majestuosa; pocos hombres podían cortar hasta el mismo viento, utilizando mucha fuerza y concentración, pero en cambio, sólo él era capaz de quemar el elemento vital para los seres humanos, haciendo gala de la gran habilidad que ostentaba en batalla. Tenía más que bien ganado todos y cada uno de sus títulos, y aún hasta ese momento dudaba de si en verdad alguna vez había sido derrotado. Era uno de los motivos por los cuales me estaba preocupando en enterarme de lo que realmente ocurrió en ese fatídico día, sin embargo, la situación indicaba que no sería tan fácil para mí el hecho de llegar a un punto en el que la razón se impusiera a la leyenda…o viceversa. Tendría que pensar en un modo más inteligente de proceder frente al reto que se me avecinaba. Sobreponerme a su ingenio era una situación poco favorable… y si a ello se le sumaba el hecho bruto de enfrentarlo en una pelea física, necesitaría más que un poco de concentración para salir victorioso, siempre distinguiendo, que la victoria más caras que las que se podían reflejar en una espada.

Supongo que pretendes que nuestra relación tome un rumbo distinto… - Medité por unos segundos lo que de mi boca salía en dirección a sus oídos. A esas alturas, hasta el respirar debía ser pensado con sumo cuidado. En una guerra, podían darse tantos pronósticos como tipos de lucha; las variables eran tan infinitas como los desarrollos de las batallas. Un arquero poseía ventaja monstruosa frente a un cuadro de infantería, siempre que estuviese ubicado a una distancia y altura determinadas, y ojalá, con camuflaje; mientras que por otro lado, era una presa fácil a pocos metros, ya vista y paciencia de sus enemigos. Era una de las visiones más comunes y que cualquiera que se esmerara en ser un buen y astuto dirigente, militar o no, debía comprender. Era la variable del contexto y de la situación, aplicable en todo ámbito de la vida, en donde por supuesto, una guerra no estaba exenta de ello.

Me parece que puedo responder a tu petitorio, aunque para eso…

El choque del metal rasgando una parte de mi ropaje fue el inicio de un nuevo capítulo en esta escena. Los análisis empezaban a llegar a un segundo plano, mientras que los hechos se materializaban poco a poco, pero siempre firmes e igual de contundentes. En un abrir y cerrar de ojos Octavius estaba a unos cuantos centímetros de mi humanidad, sosteniendo su enorme hoja a la vez que en la punta de ésta, un trozo de tela negra era impulsado hacia arriba producto del corte anteriormente dado por el heredero al trono. Por mi parte y moviéndome hacia atrás, primero esquivé el golpe para después, procurando usar el impulso preciso, transportarme mediante un salto a una posición en la que mi espada pudiera posarse justo a unos cuantos dedos del cuello de Octavius.

Supongo que será necesario remitirme al lenguaje que tú mismo me has enseñado… - El sonido de su espada chocando contra la mía siguió a las palabras; tan rápido como yo había intentado cortar su cuello, él ya se había defendido pasando su espada por detrás de su nuca y en una posición que denotaba maestría, situaba su metal entre la piel y mi hoja oscura, defendiendo su vida y contrarrestando mi ofensiva. La acción era la protagonista y las palabras un mero público espectador. Salté de nuevo hacia tras para esquivar un corte de su hoja, y de inmediato procedí a impactar mi arma contra la suya; por fin estaba cara a cara con él.

¿Hora de hablar en el idioma de los espartanos, eh Octavius?. – Sugerí aplicando más fuerza a mi agarre, recibiendo lo mismo por parte del mastodonte pelinegro. Sabía que él no estaba utilizando toda su fortaleza física, así como yo tampoco planeaba enseñarle mis trucos sin antes ver la variable a la que estaba siendo sometido. Las cartas se estaban alineando a medida que el viento movía mis cabellos de izquierda a derecha, pero aún era pronto como para decidir qué papel ocuparía en una pelea que en su momento, habría sido impensada.

¿Por qué luchar aún si no estás de acuerdo con los motivos por los que alzas tu espada? ¿Qué puede ser más importante que tu vida, como para que no te importe perecer sin ser recordado, sin ser amado, ni mucho menos venerado? ¿Para qué elegir una vida en la que cada noche puede ser tu último sueño, y no sabes si despertarás al día siguiente? Son tantas las preguntas qué me hacía en esos tiempos lejanos, que incluso ponía en deuda por qué las guerras existían y la razón de los hombres para luchar unos contra otros. Claramente la situación de haber perdido a mi hermano – según creía en esos tiempos – era un antecedente que me situaba dentro de un contexto en concreto, no obstante su recuerdo, doloroso todavía, ya no me era tan insoportable como en sus inicios. No me impedía avanzar, sino que al contrario, su desaparición y posible fallecimiento a manos de los bárbaros había abierto ante mis ojos unas puertas que nunca antes siquiera había molestado en echar un vistazo. Eran las puertas que se ubicaban en lo más profundo de todos los seres humanos, pasando y vislumbrándose detrás de las caretas y objetivos que la vida les imponía según las ponderaciones de su crianza. Ya fuese que estuviesen destinados a ser esclavos o reyes, extranjeros o romanos, guerreros o cobardes senadores… en esencia, cada humano nace con una columna vertebral, y no me refería precisamente a los huesos. Bajo mi punto de vista, se trataba de una raíz que determinaba, con diverso grado de incidencia por supuesto, cuál sería el camino a elegir y las posteriores repercusiones e impactos de nuestras decisiones. El tallo de la vida, que crecía o se cortaba dependiendo directamente de los acontecimientos que sucediesen desde el momento del primer abrir cerrar de ojos, hasta el último. Los valores de un ser humano, y en este caso, mis propios valores que surgían desde el interior de mi ser, más allá de lo que pudiese aprender en la academia, de mis padres o incluso del mismo difunto Octavius… el sentido común que todo hombre debe tener, y que opta por respetar o ultrajar en mayor o menor medida. ¿Al pelear, estaba pasando a llevarme a mi mismo?¿O quizás eran los que me hacían luchar los que ultrajaban mi sentido de libertad de acción? Pero si me negaba… ¿Quién sería lo suficientemente capaz como para seguir con el legado de Octavius?¿Y por qué de pronto me sentía yo como el indicado para continuar una senda que, a final de cuentas, no le había traído nada más que muerte y un recuerdo del que jamás volvió del último suspiro del mundo?. Si yo, con todas las responsabilidades que me había tocado al nacer, no era capaz de determinar si mis acciones y decisiones eran las adecuadas… ¿Cómo pretendía entender al resto? ¿Acaso buscaba una forma de mirarme al espejo viéndome a través de ellos, a través de los ojos de un mortal que podía elegir – dentro de su realidad personal – si luchar o no contra su propio sentido común? ¿Valía más el nacionalismo y el sueño del imperio, que una vida de un hombre que quizás era esperado por una mujer que lo amaba y unos hijos que lloraban por su padre al no verlo regresar jamás?. Fue en ese mar de preguntas y cuestionamientos que de pronto, naufragando por las problemáticas aguas de un océano sin respuesta, una pequeña luz me guío hasta una respuesta que si bien tardé en comprender varios días, mi interior pudo comprender y aceptar al instante. Era en una fría noche mientras hacía guardia junto a tres soldados más, los tres ya muertos a estas alturas, siendo yo el menor del cuarteto. Luego de una charla acompañada por risas, alcohol e historias de guerra, sin entender el porqué de su festejo en medio de un camino del que quizás jamás podrían retornar a sus vidas – entendiendo vidas como un una instancia ficticia e intangible en la que se sumergían en un determinado momento, y de la cual formaban parte en el instante que compartían junto a sus familias o seres queridos-, sin rodeos, les traspasé mis inquietudes como un niño que pregunta por qué debe aprender sobre historia, si ya es algo que ha pasado y no se puede cambiar. Grande fue mi sorpresa cuando con una sonrisa en la cara y sacudiéndose el polvo del piso, el más anciano de los tres me miró a los ojos, sonrío con confianza y posando una de sus manos en mi hombro, contestó: “La vida es tan sabia que no por nada te pone en determinadas situaciones, soy tan sólo un viejo gastado que trata de aportar con lo suyo a esta causa… ¿Por qué? Simplemente porque creo en ello. Creer es una virtud tan grande como dudar, si crees en lo que haces, tarde o temprano las respuestas llegarán. El bien o el mal son conceptos tan sujetos al espectador como que yo soy alto para ti y bajo para tu hermano”.

Mi espada seguía chocando contra la de Octavius una y otra vez. Ambos nos movíamos en torno a un círculo imaginario, rodeándolo en mayor o menor medida, saltando y esquivando nuestros golpes mediante el estilo de pelea clásico correspondiente a cada uno. Por su parte se encontraba la potencia pura hecha persona, golpes contundentes y defensas en base a sostener su espada en el trayecto de mis ataques; por mi parte, utilizaba más los saltos y las volteretas, puesto que me encontraba en desventaja física por genética, debía remediar eso mediante mi capacidad para realizar movimientos rápidos acompañados de certeros golpes con espada. Por ahora la contienda era equilibrada, sin ninguno dando un solo segundo ni otorgando ningún metro de espacio. El menor descuido podía costar una derrota, y eso ambos lo sabíamos de sobra. El punto era…¿Qué traería consigo la derrota?.

Moví mis dos manos hacia al frente y lancé un contundente sablazo contra el brazo izquierdo de Octavius, intentando cortar parte de éste. Por su parte, él simplemente movió su diestra para posar una vez más la gran hoja metálica que portaba entre mi ataque y su piel, para de ese modo, bloquear mi movimiento y de paso, ocasionar un inesperado efecto de rebote el cual me hizo retroceder un paso. Grueso error, puesto que con su mano libre no tardó en darme de lleno en la cara un fuerte puñetazo que me mandó volando varios metros hacia atrás, y del cual sólo me pude reincorporar en el aire dando una voltereta para caer de rodillas arrastrándome en el piso, apoyándome sobre una mano. Subí de nuevo mi vista al ver una enorme sombra que me cubría y observé que justo arriba de mi cabeza, cuan león saltando sobre su presa, se avecinaba una vez más el glorioso filo de su espada dispuesto a atravesarme el pecho en un golpe que de llegar a impactarme, por el ángulo y la potencia, sería lo suficientemente devastador como para destrozarme el torso en un abrir y cerrar de ojos. Entendiendo que no podría esquivarlo del todo, me incliné de tal manera que vi pasar la hoja de largo hasta el piso y escuché como la tierra temblaba al recibir el impacto, y sin perder el tiempo, aproveché el impulso y la cercanía para dar media vuelta a la vez que levanté una de mis piernas, asestándole una fuerte patada que clavó el grueso de mi talón de lleno en su mandíbula, obligándolo a inclinar la cabeza hacia arriba. Traté de apuñalarlo en el abdomen en ese instante, pero no demoró nada en sacar el sable de la tierra y responder con otro zarpazo al que estaba a punto de encajarle, obligándome a retroceder sin bajar la guardia en ningún minuto.

Te lo preguntaré de nuevo… Octavius. – Comenté con tranquilidad viéndole a los ojos, respirando todo el aire que podía y alzando mis hombros con cada vez que inspiraba. - ¿Qué demonios te pasó en las tierras bárbaras? ¿Por qué ya no luces como el antiguo hombre que partió en busca de la gloria?– Le apunté con mi espada al pequeño espacio entre sus ojos, y procedí con un tono acusador. - ¿Qué te ha transformado?.

La pelea apenas y estaba comenzando…y si mal no recuerdo, el aire estaba mucho más caliente de lo que podía haber sentido en un primer instante. Si tan sólo hubiese prestado más atención, quizás las cosas hubiesen podido ser distintas…
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Mensaje por Octavius Dom Abr 29, 2012 1:50 pm

Golpe tras golpe el acero de los dos hijos del Imperator resonaban con furia desmedida. Mientras que Octavius atacaba implacablemente con una fuerza monstruosa Vergilius mantenía a raya los golpes más potentes y letales con uso de su agilidad y maniobrabilidad superiores, podía decirse que efectivamente estaban a un nivel similar.

-Error Vergilius. Hace tiempo que ambos necesitábamos esto ¿o no?- Respondió el mayor con calma, desviando una de las tantas estocadas de su hermano menor que dirigidas a su garganta planeaban separarle la cabeza del torso. –Nunca tuvimos un tiempo para nosotros solos…siempre acompañados, tanto por soldados, como por los demás Juliai o sin ser sinceros el uno con el otro.-

Extrañamente el cementerio parecía ser algo alejado a sus realidades respectivas. Instintivamente evitaban las lápidas y las estructuras fúnebres que en otro momento resultaban molestas: Vergilius como mucho las usaba para aumentar la eficacia de sus saltos mientras que Octavius se apoyaba en ellas para dar golpes más contundentes. Del otro extremo del camposanto se encontraba la mujer de cabello negro, todavía con la lanza vibrando con fuerza y sus ojos enfocados en los dos combatientes quienes se movían en dirección a los árboles nudosos de ramas blanquecinas. Encima de uno de estos el cuervo continuaba con sus ojos fijos en el menor sin verse afectado por el terrífico cambio de la temperatura en el ambiente, un hecho contrastante ahora que los últimos retazos de naranja del atardecer desaparecían movidos por la negrura del tiempo de Hécate.

-Y no, esto no es el idioma de los espartanos. En realidad, este es el lenguaje propicio para dos seres como nosotros: hombres direccionados en pos de la guerra y los combates, nunca teniendo una vida y solo continuando existiendo para batallar. Incluso en tiempos de paz continuamos levantando nuestras espadas, chocándolas cada vez más con furia, remordimiento y expectativas vacías.-

Embates, cortes y mandobles, todos desviados o bloqueados antes de conectar. La danza de la guerra continuaba y tal como una par de cuerpos celestes inamovibles, ninguno se echaba para atrás. En cuanto a lo que pasaba por sus mentes…ese era un asunto completamente distinto, contando además la pregunta reiterada por Vergilius una y otra vez: el menor quería una respuesta sobre lo ocurrido en Germania. Lo curioso era que de seguro él ya había experimentado una situación similar, una que de seguro lo había dejado frío, el que no lo recordara por otro lado no era real asunto del mayor.

-Creo haber respondido eso antes.- Dijo Octavius bajando su espada sin dejar de mirar como el acero de Vergilius le apuntaba directamente al intermedio de los ojos. –Pero si tanto quieres saberlo, entonces lo explicaré de una manera en la que entiendas.- Murmuró al tiempo que veía otro mandoble de su hermano acercándose y que al instante era desviada de un simple manotón armado, tirando al más pálido de los dos a un lado. Aprovechando la desestabilización momentánea del sujeto, el primogénito del Emperador le dio una patada frontal a un costado para así sacarle el aire y mandarlo trastabillando unos dos metros a la izquierda, directamente a un recoveco entre dos enormes mausoleos de mármol tan blanco como los huesos de la mismísima parca.

-La gloria es inexistente. Verás, algo que aprendí atrapado en medio de tierras hostiles es que los títulos, la realeza y el complacer a unos pobres imbéciles incapaces de valerse por sí mismos, no puede darte un orgullo verdadero. Tal vez en el futuro seamos recordados, pero eso será una mescla de los logros de otras personas…eso en el caso de que no seamos borrados por algún gobernante incapaz. Para nosotros los seres humanos no hay más que el presente, el pasado ya sucedió y el futuro es inalcanzable. Dejé de lado las aspiraciones vacías para simplemente, centrarme en mí mismo.

Toma este consejo de tu hermano, Vergilius: vive en pos de lo que te haga sentir entero.-
En ese instante la temperatura descendió. Fuera lo que fuera que estuviera influyendo tanto en el ambiente como en la mente de Octavius desde hacía ya un largo tiempo, se desvaneció momentáneamente. Ya no habían recuerdos fragmentados, no habían pasados inciertos e inseguros…en ese momento era él, Octavius Juliai, el primogénito del Emperador de Roma y más importante aún, el hermano mayor de Vergilius.

-Ahora te mostraré la razón por la que no puedes ganarme ahora ni nunca. Observa el error que has dejado pasar delante de tus ojos, Vergilius.- Dijo Octavius con una seriedad terrible adornando todas y cada una de las sílabas que pronunciaban sus labios. Adelantando su espada que era sostenida por la siniestra, ocupó su diestra para afianzar su agarre y revelar la que era su pose definitiva: un agarre de dos manos.

-No recordaste el hecho principal por el cual soy una leyenda y ese no es que jamás haya sido derrotado en batalla, eso es secundario. La razón por la cual fui conocido como el dios de la guerra fue por haber adaptado más de un estilo de pelea en uno solo y por si no lo has notado, esta espada no es una que se deba tomar con una mano. El largo, el filo, la hoja, el gancho y su mango están diseñados para ser usados con ambas extremidades. Observa la razón por la que estás fuera de tu liga, Vergilius.- Habiendo dicho eso la mole avanzó, más terrible e implacable que nunca antes. Respondiendo a las acciones de su hermano el menor lanzó una estocada que al instante era repelida por la fuerza monstruosa de los dos brazos del ex-General usados en la espada. Si el ser golpeado indirectamente por Octavius era antes terrible ahora el brazo de seguro que le había quedado acalambrado o por lo menos sentiría la circulación incesante de la sangre como hormigas rojas en el interior de su carne, pero si se detenía por eso estaba perdido. Dando una zancada hacia atrás volvía a lanzar otro golpe que de nuevo era desviado, esta vez al costado contrario. Sin detenerse volvía a reponerse y atacar, esta vez más de frente, habiendo pensado una forma de usar el esfuerzo y el impulso del contraataque para a su vez lanzar un golpe inevitable…pero el bloqueo no llegó, en su lugar el gancho ubicado al final de la hoja de la espada de Octavius atrapaba la materia negra justo a la mitad y con un solo movimiento descendente y semi-circulatorio se la arrancaba de las manos, enterrándola en la tierra muerta tras lo cual otra patada inclemente lo tiraba hacia atrás, justo a una de las paredes que conformaban el más grande de los dos mausoleos donde el mayor lo hubiera arrinconado hacía no pocos minutos atrás.

-…- Doblando los codos y apuntando a Vergilius con la punta de su arma escarlata Octavius dio los pasos finales para ejecutar uno de los tantos movimientos que habían eliminado a varios de los más terribles campeones del coliseo romano tantos años atrás: un corte en diagonal seguido de uno horizontal y culminando con una estocada que habría de atravesar el pecho del objetivo, todo realizado a una velocidad instintiva que fácilmente podría ser llamada tanto mecánica como sobrenatural y que respaldada por el inexistente espacio para maniobrar, condenarían a Vergilius por completo. Si el menor era rápido y veloz como una estrella fugaz, Octavius era inclemente y potente como una nova…y al final, una nova siempre consumía a todo lo demás. Era el momento de que Vergilius viera el motivo por el cual su hermano era efectivamente, una leyenda viviente.
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Mensaje por Octavius Dom Jun 10, 2012 4:06 pm

La danza del viento, el suave abrazo del calor y el lamento de las lápidas de perfecto mármol de hueso blanco era el aria que dominaba el territorio conocido como camposanto en aquella alejada zona de Hispania. Como una rapsodia de aceros las espadas entrechocaban y sus filos soltaban incontables chispas que de caer sobre la hierba reseca generarían un infierno sobrecogedor, temible y perenne que de seguro no moriría con prontitud…

Sí, esa era la percepción que quedaba colgada en el ambiente al tiempo que los destellos de naranja se reflejaban a través de los diferentes ángulos posibles según la incidencia de la vista junto al susurro de la hierba tierna que por la temperatura en aumento hubiera perecido solo instantes atrás.

Vigilando con ojos de halcón los movimientos de las dos figuras protagonistas del enfrentamiento de armas que continuaba fieramente a tan solo unos metros más adelante, Penélope, la fémina de hebras de obsidiana levantaba su extremidad derecha y apuntaba con decisión en dirección al más delgado del dúo, fijando una lanza imaginaria en su pecho, justamente del costado izquierdo donde según la teoría latía su corazón. Y no es que la “lanza” fuera precisamente irreal. Con solo desearlo la punta de sus guantes antinaturales se alargaría a la velocidad del pensamiento para lacerar la piel del chico y terminar con el dantesco espectáculo…pero la presencia aplastante de su consorte se lo impedía. Era su voluntad absoluta e imperante, una que no aceptaría tan molesta incursión. Sin cambiar su expresión el soldado esperó.

Y si Penélope divagaba mentalmente sobre qué hacer, Octavius tan solo esperaba con extrema paciencia. Segundos, minutos, horas, días o semanas…su percepción de la realidad ya estaba lo bastante distorsionada y derruida como para preocuparse de esas nimiedades. Sinceramente no importaba y esperar un poco más no cambiaría la balanza del destino: en medio de su movimiento maestro de espada se removían pensamientos, consideraciones y en uno que otro momento, cavilaciones pertinentes a la ocasión.

Solo un movimiento más y todo se resolvería…
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Mensaje por Octavius Sáb Jun 16, 2012 7:45 pm

-Dejemos de jugar, ¿si?- Dijo una voz maligna e imperante cuya ferocidad se extendió por todo el cementerio, parando el eco de cualquier otro sonido que no fuera una reverberación de la frase de cuatro palabras antes dicha por una entidad que estaba y no estaba allí…

Deteniendo su movimiento a último minuto por causas antinaturales, el humano conocido como Octavius perdió todo indicio de humanidad y tras ello, el aura que hasta hace unos minutos se había formado a su alrededor terminó por consumirlo enteramente: el suelo de hojarasca muerta desapareció al verse suplantado por materia negra, las lápidas fueron cuarteadas al instante y el cielo pasó de un tono azulino a uno completamente rojo.

-Humanos…siempre tan corrientes.- Espetó la entidad con calma y furia disimulada, dejando que una presión asimétrica se posesionara de todo lo que hubiera a su alrededor. Todo lo que no tuviera un origen divino sería calcinado cual pergamino al sol. -Pero ya la espera se acabó. Es el momento de animar un poco más las cosas.

Aunque no me esperaba tener esto tan fácil, gracias humano.-
Dijo el ser usando el brazo del primogénito del emperador para apuntar a Vergilius, dejando el filo de la espada a tan solo unos centímetros de su frente y hacer que aquella película oscura como la noche lo cubriera de pies a cabeza en un movimiento ascendente de espiral, que terminó creando un tornillo de al menos dos metros de altura. Tras un segundo que pareció una eternidad, simplemente estalló. Lo ocurrido con el hermano menor de su envase era carente de importancia.

-…- Chasqueando los dedos, todo indicio sobrenatural también se esfumó incluyendo al ser que había provocado el cielo rojo junto a la mujer que le había servido como guardaespaldas. Su destino era la conglomeración de sus soldados en las alturas del Monte Olimpo.

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Offrol: Manipulación aprobada por Vergilius.
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