Por Villa Rodorio

La mujer de los cabellos negros escuchó con atención lo que dijo Mauritius y decidió que ciertamente no podía pasársela pensando tanto si necesitaba moverse tan rápido como ella decía que tenía que hacerlo. Ya lo había visto antes de abandonar por completo Roma. Sin alguien como Athena que pusiera el orden, las cosas se ponían de mal en peor. Es que no había que ser un genio para darse cuenta de lo difícil que era mantener la paz con gente tan zafada de buenos sentimientos como los que estaban en el senado en dónde Diva mató a una gran cantidad de gente. Incluso ella, la deidad del amor y la lujuria había caído en las redes del orgullo y la violencia matando a un hombre al que antes había amado con todas sus fuerzas; y si hablaba de Mauritius, la mujer se quedaba corta cuando decía que de todos era uno de los más terribles y peligrosos, capaz de acabar con todo de un soplo en cuánto su amor desmedido por los humanos se viese herido por alguna de sus estupideces de siempre. En definitiva Lydia lo entendía muy bien. La única que podía ponerle orden a ese mundo era su prima Sophía, a pesar de sus actitudes un tanto enclenques para mandar sobre otros.

-No te burles Mauritius, que si he decidido venir a este lugar es para que decidamos bien la manera en la que vamos a presentarnos en ese lugar. Te recuerdo que la última vez tú te presentaste como enemigo e hicieste un desastre frente a los caballeros dorados- Lydia suspiró y avanzó unos pasos- No creo que el manto de la noche nos tenga protegidos durante mucho tiempo así que... ¿Cómo se te ocurre que tenemos que presentarnos en ese lugar? Se estaba pasando por la cabeza llegar directamente a sitio en el santuario, dónde el cosmos de Athena se desprende con más fuerza y hablarle sin intermediarios.- Afrodita dijo esto y esperó la respuesta de su acompañante.