Puerto Romano

Había regresado del coliseo, la batalla había quedado a medias y todo por los deberes como miembro de la familia real. me dirigía hacia el puerto romano en un carruaje que yo mismo dirigia, con los mas finos sementales de mi villa, ambos corceles de color blanco y aquella carreta del mismo color con incrustaciones de oro y el escudo de Roma al frente, me acercaba cada vez mas al puerto del imperio romano en busca de la joven que al parecer seria huésped en mi villa (mía y de mis hermanos y que administro actualmente) durante un tiempo, no había protestado por aquel deber ya que sabia que no tenia importancia discutir por un asunto insignificante como lo era la llegada de la joven a tierras romanas. A cada paso de la carreta, la brisa salina se podía sentir mas acariciando mi rostro y haciendo que mi cabello gris ondease con él, digno de llevar a una visitante como la que arribaría en el puerto.

Luego de unos kilómetros llegue hasta el lugar que reflejaba hermosamente los rayos del aquel astro solar y reflejaba una inmencidad como la que queria alcanzar nuestro imperio, aquel ugar desde donde escoltaría a la joven que me habían dicho respondía al nombre de Lin, por lómenos tengo una escusa para no asistir a la payasada que están preparando en “honor” a Vergilius y sus “hazañas”, al finalizar mis penzamientos y luego de algunos momentos, el barco llego hasta nuestro puerto y extendió la tabla por donde Lin bajaría, estaba observando aquella entrada y salida del barco, solo en espera de la parición de la joven que de alguna forma era mi escusa perfecta ante lo que yo creía la mayor reunión de lame botas de la realeza de toda roma. Mientras la joven hacia su aparición dos líneas de con trompetistas había mandado yo a colocar a ambos lados del camino por donde Lin pasaría y adornos que habían sido enviados a colocar por los demás miembros de la nobleza para el recibimiento de la visitante. Mientras mi persona la esperaba al final del camino junto al carruaje finamente tallado y adornado, en espera de Lin.

Montando en su caballo, el muchacho de largo cabello rubio había llegado a al Puerto Romano, donde barcos salían a sus destinos y otros encallaban. Por suerte había recuperado el caballo justo a tiempo, de lo contrario le habría tomado más de un día llegar hasta ese punto. Los niños a los que les había encargado al corcel casi se lo roban. Los detuvo antes de que lo vendieran. Le sorprendía que unos niños que parecían tan buenos y complacientes le hicieran algo tan bajo y desagradable. Por supuesto, no se guardó nada y les dijo lo que pensaba de ellas, pero también les dijo que debían corregirse y volver a la buena senda, que hurtar estaba mal. Era sorprendente la decadencia del mundo. Por aquello quería regresar al lado de aquella diosa. Quizá ella le daría respuesta de por qué lo dejó con los mortales.

Bajó del caballo, envuelto en una capa blanca. Tímidamente comenzó a caminar tirando del corcel. Las personas lo miraban de manera extraña y lo estaban poniendo nervioso. Acarició el hocico del caballo y lo miró a los ojos. Aquí nos separamos. Sólo lo necesitaba para llegar hasta ahí. El corcel no le pertenencia, era del amable anciano que lo había dejado hospedarse en su villa. Entre la multitud que descendía de los barcos debía haber personas interesadas en obtener un animal como ese. No pensaba cobrar, sólo quería dejarlo en buenas manos. Para Ganymede los animales también tenían sentimientos y sería injusto de su parte abandonarlo cuando estaba por emprender un viaje.

Se detuvo a preguntarles a unos hombres que evacuaban uno de los barcos que había, recibiendo respuestas negativas que lo hicieron cabecear. No podía creer que nadie quisiera un caballo ni regalado. Era un hermoso animal, de los mejores. Simplemente no procesaba quién podía rechazar algo así. Acarició la crin del caballo y siguió buscando a alguien que quisiera poseerlo. No te preocupes amigo, te conseguiré a alguien que va a cuidar muy bien de ti, es una promesa. Le dijo Ganymede sonriendo, como si el caballo pudiera entender lo que estaba diciendo.

El muchacho tintineaba al caminar, puesto que en su bolsita atada al cinturón llevaba monedas de oro con las que podría sobrevivir por varios meses si sabía cómo ingeniárselas. El mismo señor que le proporcionó al caballo había sido tan amable que incluso le dio oro. Se sentía mal al no poder volver a agradecerle. Antes de marcharse lo único que pudo hacer fue dejar una carta con una de las sirvientas de la villa, en la que expresaba de todo corazón lo agradecido que estaba con él. Las despedidas no eran algo fácil para Ganymede, por eso prefería marcharse en secreto. Te voy a extrañar. Incluso le iba a ser bastante difícil despedirse del caballo, ya se había encariñado algo con el equino. Viajaba ligero, no tenía muchas cosas en realidad. En el hombro portaba colgando la bolsa que obtuvo en el mercado. Llevaba ropa limpia y pequeños objetos personales. Esperaba no demorar mucho en encontrar a un interesado en adquirir al caballo.

¡Gracias señor! Exclamó Gnaymede a lo lejos mientras se despedía de un amable hombre que aceptó al caballo. Aunque no había hablado más de una hora con aquel sujeto pero presentía que había hecho una buena elección al confiarle al caballo. Sólo quería encontrarle un buen dueño. Después de una despedida que se prolongó un rato porque Ganyemede no se quería separar del corcel, el rubio subió a un barco con destino a Grecia, sin tener demasiada charla con los tripulantes. Le daba algo de miedo hacerlos enfadar porque no parecían estar muy animados. La joya que colgaba de su cuello brillaba más que nunca y le decía que la persona que estaba buscando se encontraba en un lugar diferente a Roma. Con razón sus esfuerzos por encontrar a la deidad habían sido inútiles. En todo el tiempo que permaneció en Roma no encontró ninguna señal o alguna pista que lo ayudara a ubicarle en el amplio mundo. Se dejó de pesimismos y se puso a admirar el mar desde la cubierta del barco, mientras la brisa marina le empapaba la cara y llenaba sus cabellos con la esencia del mar abierto. Esperaba tener mejor suerte en Grecia que en Roma, puesto que comenzaba a perder la fe después de hacer todos esos viajes y no localizar a quien buscaba con determinación.

Un barco bastante lujoso se aproximaba al puerto de la ciudad de Roma, al ver su aspecto físico no cualquiera podría viajar sobre el solo gente importante podía abordarlo, no se veían muchos pasajeros solo una chica de un gran sombrero y cabellos azules como el cielo se encontraba en la Proa del barco observando de lejos la bella cuidad.

No paso mucho tiempo cuando este se detuvo, los trabajadores de dicho trasporte rápidamente se pusieron a trabajar para que estuviera estable al momento que tuviera que bajar la doncella, no le hicieron perder mucho tiempo ya que un empleado ofreció su mano de forma caballerosa para que ella la tomase y así poder bajar, La chica tomo la mano que le fue ofrecida y comenzaron a bajar por las escaleras a una velocidad moderada. Al pisar el puerto el empleado le soltó y se retiro con una reverencia, ella solo le sonrío de lado e indicándole con su mano una señal de agradecimiento, nuevamente los empleados se movilizaron para seguir su camino retirando las escaleras y desamarrando las cuerdas y se dispuso a marcharse, ella solo se quedo hay de pie observando como aquel barco se alejaba cada vez mas.

Un hombre de edad avanzada de acerco a la señorita ella solo giro su cabeza un poco hacia en dirección donde el se encontraba no emitiendo ningún sonido hasta que el hombre inicio en hablar –Muy Buenos Días tenga usted señorita ¿Disculpe usted debe ser Vice, no es así?- La chica siguió en silencio –Oh Señorita- La chica reacciono y vio a aquel hombre que se encontraba de pie a un lado –Lo siento no le preste atención, Estaba observando el hermoso azul del cielo y que no tiene una sola nube- Aquel señor solo le miro extrañado –Mm pero que tonta soy disculpe mis modales Mi nombre Es Vice y estoy aquí para expandir la exportación de nuestros peces aquí en Roma, ¿supongo que usted debe ser el encargado de las exportaciones aquí?- El hombre solo emitió una ligera risa mientras Vice lo miraba –No es así señorita yo solo soy el encargado de recibirla y llevarla a una buena posada en pocas palabras ser su guía en su estadía dentro de Roma, mientras que es recibida para hablar con el encargado del comercio-

El hombre Le indico donde se encontraba el carruaje llevándola directamente
hacia el, subiendo sin ningún problema alejándose del puerto.

Sacmis dirigió a su séquito directamente al puesto de guardia del puerto, su porte elegante bastaba para que le atendieran conscientes de su nobleza, su nombre y su parentezco con su anfitrión, el señor de la esplendorosa Villa Aurelia, bastó para que le rindieran pleitesía, pero no tenía tiempo ni interés de aquellas cosas, se limitó a argumentar que una mujer indefensa y asustada como ella, había actuado en defensa propia y había sido un golpe de suerte que al abanicar la espada recuperada por su esclavo, cortara las manos de su atacante, así mismo hablaba de lo increíble que había sido que sus hombres la ayudaran en vez de aprovechar su oportunidad de huír. - Le hablaré a mi padre de sus proezas y tal vez pueda aumentar sus raciones. - Exclamó con emoción mientras salía de aquella pequeña comisaría, dejando a los presos bajo la custodia del capitán Alexandro y luego se apresuró junto con sus esclavos y su carga a su propio navío.

El capitán la acompañó hasta la rampa de abordaje, donde encomendó a algunas religiosas que cuidaran bien de la muchacha que tan grande susto acababa de pasar, así que ella fue directo a su camarote mientras la abanicaban y le daban a oler sales, sus hombres por supuesto fueron a la bodega de carga, donde viajarían como si fuesen más equipaje.

El birreme zarpó apenas unos quince minutos después y tan pronto como la playa se volvió una línea en la lejanía, la joven "convaleciente" se levantó de su lecho y se dirigió a la bodega, quitó las cadenas y ataduras de sus tres guerreros que sonrieron.

- Sus dotes histriónicas son cada días más impresionantes señorita. - Le halagó el moreno mientras el rubio le revolvía el cabello y le frotaba la mejilla quitándole una mancha de la sangre del guardia que había alcanzado a salpicarla.

- ¿Cuándo dejarás de llamarme señorita? - Preguntó con una mueca.

- Jamás señorita, he estado al servicio de su familia desde antes que naciera, para mí siempre será la señorita, hasta que un noble guerrero merecedor de su mano la despose y se convierta en la señora. -

Sacmis suspiró resignada. - Está bien, siempre seré la señorita. -

- Déjalo ser Sacmis, es su estilo, aunque ya que lo menciona, lo lamento por el tonto que quiera cortejarte. - Exclamó Yolai entre risas, lo que le ganó una mirada de reproche de la pelipúrpura y un coscorrón de Gánicus.

- Tampoco exageres con la confianza. - Le regañó el campeón y los cuatro subieron a cubierta riendo y charlando como viejos amigos, en vez de ama y sirvientes. - ¿Qué buscamos en Hispania? - Preguntó luego de un rato mientras miraba el Mare Nostrum.

- Ni yo lo sé, pero cuando estemos allá, el universo nos guiará hacia el siguiente paso, de eso no hay duda. - Respondió de lo más tranquila.