- [Cabaña Aldebarán] - Bosques -

La pequeña continuó clavando su miradita blanquecina curiosa en ambas imponentes figuras que se alzaban a su lado. Recostándose en el suelo para cambiar el ángulo o la posición, jugando con las diferentes vistas para darle mas diversión a la charla. La verdad es que para la concentración que mostraba no estaba casi prestando atención a lo que decían sino mas bien en sus gestos o en el tono de su voz. Era mas impresionante lo que se podía percibir por detalles que por el dialogo en si. Como por ejemplo se percató de que Aldebarán estaba pensando en alguien, y parecía tratarse de una persona que apreciaba, también de que por momentos algo de nerviosismo o incomodidad cortaba el momento en tan acogedora cabaña. La chiquilla simplemente sonreía dando vueltas en el suelo, divirtiéndose.

Sylvanas desvió un instante la cabeza para observar a Argol que en todo ese tiempo no había parado de atragantarse en la comida, lo cual le hizo pensar que los soldados en verdad estaban decayendo, parecía que no hubiese comido en mas tiempo que ella, y eso que la niña no comía hace mucho. Iba a acercarse para molestarlo y ver si no se había atragantado cuando escuchó su nombre. Rápidamente volteó su cabeza hacia Aldebarán, su voz gruesa era fácil de reconocer. Escuchó con atención la pregunta y algo sorprendida ladeó la cabeza.

-¿Yo?- preguntó ingenuamente mientras se llevaba el dedo índice a la mejilla como si meditase la cuestión por un segundo. – No lo se. Sí, creo que esa sería la respuesta correcta.- respondió haciendo algunas volteretas en el suelo y saltando al respaldo de la silla donde se balanceaba para mantener el equilibrio. –No se de donde vengo ni quien es mi familia. Solía ser…-se pausó un instante buscando la palabra adecuada.-…como el Hachi de unos esclavos en una de las villas.- declaró señalando al perro que estaba en su mundo disfrutando del calido hogar. – Pero…no me trataban como a él, apenas si me daban comida y ni me hablaban, así que podía jugar toda la tarde con los animales de los prados.- añadió sonriente como si se tratase de algo simple y sin importancia.

Se puso de pie en el respaldo de la silla, manteniéndose en equilibrio de una manera increíblemente habilidosa, ya que se paraba en una pata o en poniendo el peso de su cuerpo en su bracitos. –Pero un día apareció una señora muy amable y buena, que se convirtió en mi mama ¡y era grandiosa!-su expresión se fue de a poco tornando mas seria y triste. –…Pero murió.- murmuró en un tono muy tenue, golpeteando con un dedo los cascabeles de la pulsera y haciéndolos tintinear. – Desde entonces simplemente me las arreglo como puedo.- finalizó con una sonrisa nuevamente ancha y optimista, llena de ingenuidad infantil, o al menos aparente. Estirándose para apoyar sus brazos cruzados en el hombro del inmenso hombre y apoyar en estos su mentón, observando al gigante a los ojos.

Si bien no le gustaba que tuviesen pena o compasión por ella, ese gesto de cariño de la inmensa mano acariciando su cabeza le agradaba, le recordaba buenos tiempos. Su historia era para ella era algo común, la entristecía un poco eso no podía negarlo, pero tampoco era algo por lo que se quedaría marcada de por vida. Los sucesos del pasado habían hecho de ella quien era ahora, por mucho que le costase arreglárselas sola, ella era dentro de todo feliz y despreocupada. Nada podía hacer para cambiar lo que paso así que no miraría atrás sino adelante.

Aldebarán se disculpaba pues se retiraba a disfrutar de la fresca e incesante lluvia que caía. La pequeña Sylvanas observó a Argol que continuaba comiendo y el nuevo joven, Dahinten parecía querer entablar una conversación. La niña no compartía mucho del afán por conversaciones largas e historias de vidas y no creía que aquellos hombres por amables que fuesen jugarían con ella, sino que tratarían temas de adultos. Además la cabaña Había sido una experiencia increíble y muy gratificante, pero ahora que su cuerpo estaba calentito y descansado consideró que no había juego mas divertido que estar bajo un diluvio. Divertido y relajante, simplemente hermoso.

-Disculpen yo también me iré un rato.- musitó con una sonrisa de oreja a oreja. Tal vez volvería a verlos, a Aldebarán era seguro puesto que el le permitió la entrada a su morada y ella con gusto volvería a visitarlo. Pero de momento su cabeza solo tenia un pensamiento…divertirse.

La chiquilla corrió hacia fuera, adentrándose en el bosque bailando bajo los torrentes de agua que caían del cielo. Los cascabeles de su pulsera tintineaban dando un ritmo a sus movimientos y su bailar. Por un rato jugo con los pocos animales que no se habían refugiado, moviéndose por los árboles con el cuidado de no resbalarse. Pero se detuvo, alzó su cabeza hacia el cielo ennegrecido por las nubes. Las gotas golpeaban con frescura su pálido rostro, delineando el contorno de su rostro al continuar su caída por su cuello. Sus ojos blanquecinos se perdieron en pensamientos por un momento.

-Hace mucho que deje la ciudad, me pregunto si estará igual.- se dijo a si misma Sylvanas al enderezar su cabeza fijando su vista en dirección a la ciudad, y girando un poco la mirada sabía que estarían las villas. Se tiró al pasto boca arriba, sintiendo las cosquillas que le hacían las gotas de lluvia y como el cabello comenzaba a desarreglarse y soltarse un poco, mostrándose un poco mas largo. En su expresión se podía notar su reflexión, la comisura de sus labios se torcía en una mueca y sus ojos se veían pensativos. Pero la gran cuestión era…¿En qué estaría pensando?

-Tienes suerte chico, yo iba camino al campamento mas al noreste y de igual forma como vos me tope con Aldebaran-

La lluvia aun caia a borbotones, el techo de madera parecia mecerse por el fuerte viento que se habia levantado. Los pinos y enormes arboles de afuera se movian violentamente contra la cabaña, agitando las ramas que parecian estar arañando la estructura del hogar de Aldebaran.

-¿Buscando tu destino, no es asi? Curioso... Pompeyo, Julio y Craso tambien buscaron su destino al aliarse bajo los ojos de Roma. Faltaria una persona mas y de seguro el destino nos tiene preparado algo... pero creo que nadie mas entrara por esa puerta-

Dicho esto, la puerta de madera que habia quedado abierta tras que Aldebaran y la pequeña Sylvanas se retiraran, se cerro fuertemente a causa del viento. Argol de pronto reia mientras se rascaba la cabeza, algo cansado por el clima como estaba. Los dias de lluvia amaba dormir al lado de la ventana mas cercana solo para oir como la lluvia caia afuera.

-Yo soy Legionario bajo el mando del general Vergilius. Ahora nos mandan a cubrir el frente sin peligro inminente. Una perdida de tiempo...-

Se froto los ojos con ambas manos en señal de fastidio, realmente al romano le molestara que los mandaran a ellos, justo a su division para acampar en el bosque. No hacia varios dias que habian regresado victoriosos de Germania y no estaria mal visto unas lindas vacaciones de una semana por lo menos, pero no.

-Si en realidad buscas tu destino hiciste bien al venir a Roma, Dahinten. Es uno de los lugares mas extravagantes del mundo y eso que vi muchos lugares en mis viajes-

Apoyo su codo en la mesa de madera y se sostuvo la cabeza con la mano de su diestra mientras observaba al hombre enfrente de el.

-¿Que sabes hacer? Podria ayudarte a entrar en la Legion si asi lo deseas. Tal vez no encuentres tu destino formando filas, pero en uno de los viajes capaz que encuentras algo interesante-

-¿De verdad te interesa entrar a la Legion?-

Argol observo interesado a Dahinten, ya que no estaba del todo seguro que el otro tomara en serio la propuesta de el. La legion podia tener sus momentos de gloria y honor, pero siempre estaba el lado amargo, traicion, luchas, peleas internas y externas, sangre, lagrimas y lodo, mucho lodo y mierda por donde mires. No siempre se alimentaban adecuadamente o dormian en condiciones apropiadas del clima. A veces la gloria y el honor se podian ir bien a la mierda.

-Si de verdad te interesa luego charlare con el general si lo prefieres o con otro hombre. Aun asi, ¿sabes lo que se hace en la legion, no?-

El romano queria estar seguro que el muchacho no tomara una decision equivocada, podia estar en la gloria como sufrir al igual que un cerdo al enlistarse en las tropas de Roma. Esa ciudad podia llegar a ser muy cruel cuando lo queria y Argol tenia las marcas de latigos en su espalda acentuando eso.

Penso en Ioros unos momentos, de seguro ese hombre podria hacer que Dahinten entre a su misma legion, ya que si Vergilius le habia mandado a Roma en su busca es que ese hombre de seguro tenia algun que otro contacto interesante.

-De igual forma, ¿donde pensaras quedarte? Es decir, no te quedaras todo el tiempo aqui, ¿verdad?-

Sabia que Aldebaran era muy bondadoso y sobretodo buen huesped al aceptar que extraños duerman en su choza. Pero a veces la confianza llevaba a lo peor, y Argol tenia bastante experiencia en eso, confiandose de mas y sufriendo duros castigos por su insolencia. Ademas esta cabaña estaba alejada de toda poblacion y no muy segura. Por otro lado, la villa donde Argol se entreno tenia muchos centinelas y de noche, y dia era patrullada.

-Podria acompañarte a mi villa, donde algunos soldados entrenan y conviven. Una sugerencia mas que nada, para evitar molestar al grandulon de Aldebaran-

Argol se levanto de la silla, depositando una gran moneda de oro sobre la mesa. El jabali estaba casi medio terminado y el romano a decir verdad estaba bastante satisfecho. Se acerco hacia la ventana y se apoyo en el marco con sus brazos cruzados notando que la lluvia ya habia parado hace unos minutos. Inmediatamente se corrio del ventanal y se dirigio a la puerta, abriendola con una mano para luego girar su rostro y observar a Dahinten.

-Sigueme, aprovechemos que la lluvia ceso-

Salio de la cabaña y noto que Hachi (su perro que estaba durmiendo afuera, cubriendose con el techo de madera) ya estaba mas que despierto. Movio su cola con alegria y ladro varias veces para luego seguir a su amo que se dirigia a un arbol donde habia atado a su caballo.

Argol subio agilmente por la montura del animal, dandole pequeñas palmadas en la gran cabeza. Le dio un pequeño golpe al corcel y este empezo a caminar lentamente por el barro, chapoteando con sus herraduras.

-El perro se llama Hachi, un viejo amigo mio. Hachi, Dahinten. Dahinten, Hachi-

Argol sonrio cuando detuvo a su caballo en la puerta de la cabaña, esperando al otro hombre. Giro su cabeza hacia atras, solo para observar el camino, escondido entre el follaje e inundado de barro, que daba al campamento de la Legion. No notarian su presencia y ademas, tenia que hacerle un favor a otro compatriota.

El caballo estaba armado hasta los dientes. En un costado de la montura tenia un gran escudo que ocultaba las piernas de Argol, detras tenia varias mochilas con todos los aditamientos necesarios para acampar. En la espalda del romano ahora se veia una gran lanza que descansaba por un costado del caballo.

-Primero sera mejor que ya encuentres un lugar estable para quedarte. Luego preocupate por entrar en la Legion, entrena mucho porque solo los aptos podemos entrar. O eso es lo que dicen los centuriones al gritarnos-

El romano dio una carcajada, recordando como los asustaban en la academia. Muchos se quedaban en el camino, era cierto. Morian en entrenamientos o su fisico no alcanzaba el apropiado como para marchar incontables dias y portar estas armaduras tan pesadas como millones de rocas. Recordo a su instructor por unos minutos, un viejo con barba blanca y con millones de cicatrices en su rostro. Un guerrero de antaño. El le enseño lo que sabia y si Dahinten entraba a la Legion que mejor instructor que el viejo Rolux.

El caballo de Argol empezo a caminar por donde habia venido, tenian que salir del bosque para ir a la Villa.

-Como quieras. Puedo enseñarte la ciudad si asi quieres. Aunque primero tengo que llevar el caballo a los establos. Acompañame-

El caballo de Argol iba avanzando lentamente para que Dahinten pueda seguirle el ritmo a pie. No era tan comun que otras personas aparte de la nobleza y los legionarios tengan corceles, ya que no eran tan baratos cuidar de ellos ni disponer el tiempo necesario para asearlos y curarlos. Ademas Dahinten era un extranjero, un hombre que si no consiguio algun equino de donde vino, aqui no lo haria a no ser que tenga suficiente oro como para comprar alguno. Ahora que lo pensaba empezo a cuestionarse si en el mercado de animales habria algun que otro caballo para vender...

No. Los caballos de los mercados eran maltratados y no estaban en las mejores condiciones como para ser vendidos, pero lo hacian igual. La codicia era uno de los males mas grandes de Roma. No solo por ser la capital mas temida y gloriosa del mundo los ciudadanos vivian con honor y consuelo de que seran algun dia los reyes del mundo. Habia pestes, habia mercados negros, habia gente insana, ladrones, violadores... y hasta legionarios que violaban a mujeres en callejones. Por eso Argol le disgustaba estar en Roma, preferia vivir en campañas de guerra antes de volver a su ciudad.

-Y dime, Dahinten. ¿Como fue que llegaste a Roma?

-De verdad tuviste suerte al encontrar la cabaña de Aldebaran. Si lo hubieran hecho los legionarios esta charla no hubiera existido. Tenemos ordenes de arrestar o en su defecto matar a cuanto extranjero veamos que se acercan por el bosque. Hay otros caminos para ingresar a Roma. De verdad tuviste suerte. No solo porque pasaste desapercibido, si no porque no veo en ti peligro alguno-

Argol le guiño un ojo con confianza. Sus ordenes eran claras y consistian en no dejar pasar por el perimetro del campamento de legionarios a ningun intruso. El romano sabia que podria haberlo matado antes, pero algo se lo impidio. No vio maldad en el, al menos no por ahora. Parecia un buen hombre y como su relato decia, estaba realmente perdido por la zona.

-Si alguien pregunta solo di que eres un criado de las villas. Los extranjeros no son vistos con buenos ojos. Aunque ahora ya no lo se, despues de todo Diva es egipcia-

Hablo mas de lo que debia. Por una parte de seguro Dahinten no sabria quien es Diva, por lo que poco importaba. Argol trato de cambiar el tema rapidamente mientras chasqueaba los dedos para llamarle la atencion a Hachi el cual ladraba.

-¿Eres bueno con la espada? Podria ponerte a talar para ver cuanto tardas en cansarte... jaja, no lo tomes en serio-

Finalmente salieron del bosque y siguieron por el camino que daba a las villas. El proximo objeto era Villa Miseria.

La pequeña se aferraba con fuerza de la espalda del enorme sujeto pues su paso le sacudía un poco en su fuerza. Sin embargo algo se sentía diferente, ahora podía sentir con mucha más intensidad que antes aquella calidez que emanaba el cuerpo de Aldebarán, bastaba con tocarlo para poder envolverse en armonía. Los ojos de la chiquilla iban cerrados, con su más amplia sonrisa risueña surcando su rostro, su mente daba vueltas entre tantos pensamientos. Entreabrió apenas sus ojos observando la pulsera en su muñeca que con el andar hacia tintinear los cascabeles.

“Me convertiré en alguien grande, de quien puedas estar orgullosa, seré fuerte y no permitiré que haya personas que vivan lo que nosotras pasamos. Sin importar donde el camino me lleve se que no estaré sola”. Pensó para si misma, aunque mas bien estaba hablando con el recuerdo de su madre que siempre viviría en ella y en ese brazalete. Apoyó su mentón en el hombro de su nuevo maestro, alegre de estar alli, de haberlo conocido, todo claro dentro de su cabeza. Por fuera tan solo podía verse esa gran e infantil sonrisa.

Una vez mas la cabaña se hacía presente entre la espesa arboleda de aquellos bosques que ambos llamaban “hogar”. Tan pronto como el hombre abrió la puerta Sylvanas saltó hacia la alfombra cayendo en ella con gran agilidad para así rodar y sentir otra vez el deleite de su suavidad. A su lado estaba su bolsa de tesoros tal y como la había dejado, la tomó y observó a su alrededor sintiendo que algo faltaba.

-Parece que los otros ya se fueron.- musitó perezosamente y algo desinteresada. Revisó que nada le faltase y observó sus ropajes. –Lamento haberlos ensuciado tan pronto, es que es inevitable. – Dijo entre risillas mientras tocaba las manchas de tierra en sus ropas y dirigía su mirada a su enorme compañero, por un segundo se distrajo volviendo a mirar la cabañaza en su totalidad, se acerco a la fogata, pasando primero por el borde de la cama para tocar el cómodo colchón, guardando la sensación en su memoria para luego poder revivirla y sentirla como si estuviese allí. Su miradita blanquecina volvió a fijarse en Aldebarán.

- ¿No extrañarás este lugar?-

Las palabras del inmenso hombre tocaban su corazón, ella también sentía algo así, todo lo que tenía eran sus recuerdos, sus alegrías y tristezas. Tan solo alguno que otro elemento de valor que siempre llevaba consigo. Pero al no tener hogar, no había nada para extrañar, nada que le hiciera voltear atrás. Sylvanas rió ante el comentario sobre el oso, una risilla corta y alegre, que al irse solo marcaba una sonrisa sosegada.

Se acercó a Aldebarán a ver el libro que sostenía en sus manos y que este quería mostrarle. Algunas hojas estaban llenas de una escritura desprolija sin embargo a medida que las hojas pasaban ya no había nada, puro papel blanco. Sus ojos blanquecinos se entrecerraron y sus labios se torcieron en una mueca mientras observaba al gigantón relatarle sobre la historia de un guerrero y sobre su maestro. Era por su voz y su mirada que podía ver que había sido alguien de gran valor para él, tal vez hasta tanto como lo fue para ella su madre. Lo abrazó, sintiendo el frío del metal en su rostro, sin embargo ya no estaba segura si la calidez y la serenidad que sentía por dentro eran por su poder o por la alegría que se encendía en su interior. Las palabras del guerrero del mito seguían resonando en su cabeza, era una frase intensa, y llevaba misterio y al mismo tiempo era clara como el agua, al menos para ella.

-Creo que escuché sobre él…cuando vives en las calles escuchas muchas cosas, y junto al coliseo viven de boca en boca miles de historias.- musitó la pequeña alejando un poco el rostro del torso de su maestro para mirarlo a los ojos. – Creo que puedo entender al guerrero, cuando no tienes nada que perder, o simplemente no tienes nada, te pierdes a ti mismo. Vives de recuerdos, anhelando una meta, un propósito, algo que te haga seguir levantándote y caminar hacia adelante. Todo comienza a importarte porque no hay nada que acapare tu atención. Sin importar el porvenir querer lograr algo, que te recuerden. – murmuró desviando un poco la mirada, su tono se volvía algo tenue pero no perdía carisma. No se quitaba la alegría y la tranquilidad.

-Espero podamos completar este libro, se que será una gran aventura. Yo también quiero llegar a ser alguien grande, ser recordada, no por ego, mas bien para ser real. Poder hacer un bien a este mundo. Te prometo que no te decepcionare maestro. – dijo elevando su puño a la altura de su pecho, dándose aliento y sonriendo tiernamente a Alde.