Plazuela del Mercado

Los beneficios que obtenía a cambio por simplemente salir a caminar eran maravillosos, conseguía dinero fácil y cosas útiles para el local, aunque últimamente sentía el deseo de querer más y más de lo que ya poseo con más fuerza, si bien ese fue mi plan de inicio en cuanto puse el local con el pasar del tiempo aquel deseo había cedido a la vida relativamente normal y pacífica, teniendo comida en mi mesa y un lugar cómodo donde dormir, pero ahora quería lujos, riqueza, lo que miraba y llamaba mi atención lo debía obtener sino mi mente enloquecía por no tenerlo, mi avaricia se estaba saliendo de control y yo como su sirviente le hacía caso. El caminar me llevo a una plazuela en la cual busqué con la mirada un asiento disponible para descansar un momento, caminé hacía el asiento que vi libre con tranquilidad para luego sentarme, abrí los paquetes en los cuales venían las telas envueltas tocando con cuidado la llamada seda que era suave y delicada al tacto, sin duda quedaría preciosa para un vestido o toga para eventos sociales de la alta sociedad romana, conocida como el circulo de las intrigas, ya que entre ellos mismos se lanzaban puñales envenenados para desacreditar al otro, el poder era todo en aquel círculo social, ya que sin el no eran nada más que un mero ciudadano romano normal, todo era más fácil teniendo poder y riqueza en Roma, solamente debías saber como cuidar tu espalda y elegir sabiamente a tus aliados, teniendo en cuenta que siempre hay que tener a los amigos cerca, pero aún más cerca de los enemigos.

Con las manos aún en la suave seda, mi mente aún atosigada por los pensamientos sobre ninguna cosa en especial, solamente buscaba algo en que pensar y distraerme para que la avaricia no volviese a ella con sus constantes deseos y prórrogas sobre que es lo que quería con ansias, debía de ser fuerte y no sucumbir más cada vez el deseo era más irrefrenable me estaba consumiendo lenta y deliciosamente, esto último era lo que más tentaba la sabrosa sensación de satisfacción y placer por obtener lo deseado, aquello era embriagante me hacía querer tener más y más sin control alguno, rápidamente agité la cabeza intentando sacar aquellos pensamientos de mi mente que sucumbía rápidamente en ellos, me estaba volviendo débil.
- Lo mejor será comenzar a caminar - dije para mi misma en un susurro, mientras comenzaba a envolver la tela con delicadeza que pocas veces mostraba en público, podía ser como una dama delicada y educada, pero en los distritos bajos si eres así prepárate para ser asesinada o violada, por ello prefería mostrarme fuerte y hasta sádica con la gente ya me había acostumbrado a ser así y no había vuelta atrás a excepción que se me pagase, pero eso nunca pasaría nadie quiere a una mujer de los distritos, ya que para lo único que se querían a las mujeres de aquel lugar es meramente para el sexo puro y barato, me levanté con cuidado tomando los paquetes que contienen la tela y comencé a caminar lentamente nuevamente sin rumbo alguno.

Al dejar atrás la muchedumbre habitual del mercado llegue a una plazuela en la cual a pesar de lo anterior estaba más despejada se podría decir que se podía respirar, estiré mis brazos y vi una banca vacía a la cual me dirigía rápidamente para sentarme y descansar mis agotados pies, el simple hecho de hacer esto me hizo volver a mis pensamientos. El nuevo maestro al enterarse de mi comportamiento y el simple hecho de que los demás maestros no hicieran nada hizo que demostrara cierta molestia en su rostro juvenil, esto lo supe porque lo vi escondida detrás de un árbol un ligero temblor se hizo presente en mi cuerpo a pesar de mi edad sabía lo que podría pasarme, por primera vez tenía miedo ese hombre se veía más sabio y maduro que los demás, el temor era justificado porque en cuanto le vi él dirigió su mirada hacía el lugar en el que me encontraba escondida a lo único que atine a fue a transportarme a un lugar lejano donde no se me pudiera encontrar con facilidad ese lugar era la ciudad allí me podría confundir en la muchedumbre, eso era lo pensaba hasta que aparecí en el lugar y corrí por las calles como si mi vida dependiese de ello, hasta que tropecé con mis propios pies cayendo al suelo de piedra me comencé a levantar con lentitud hasta que vi frente a mí una sombra alcé la vista allí se encontraba el nuevo maestro con una expresión severa extendió su mano para ayudarme a levantar, aunque con el temor presente hice caso omiso y me levante temblorosa con la vista fija en él. Sacudí la cabeza al sentir la leve brisa contra mis cabellos enfriando algo el caluroso día, decidí levantarme de mi asiento y volver a caminar nuevamente dejando que mis pies me guiasen.

Por ahora todo resultaba tranquilo, pues de todo aquel grupo de sujetos ni uno pronunció ninguna palabra. Daba la pinta de una marcha funeraria, una en la que todos sentían un profundo respeto colectivo. De los hombres que custodiaban a los esclavos, en ninguno se albergaba un sentimiento de desprecio pues le era familiar aquella escena. También habían sido vendidos, escoltados y ahora les tocaba a ellos hacer lo mismo.

Incluso el que los guiaba a pesar de su rostro malhumorado, no expresaba ni evidenciaba racismo, superioridad. Ni siquiera por la suma pagada pues también los comprendía, igual comulgaba con su destino entendiendo que alguno de los esclavos celtas en algún momento ganaría su respeto, su orgullo y si bien le iba su libertad.

Las calles ya no resultaban tan abarrotadas, la noche comenzaba a cubrir las montañas por el poniente y las primeras antorchas en las afueras de la casas le daban una sobrecogedora visión. Una incómoda paz les envolvía apenas cruzaban con algún transeúnte era Morticus el que tocaba su frente con el puño cerrado y el pulgar sobre la frente a manera de saludo.

Zelghadis en un instante comenzaba a resentir las horas de ayuno. Su estómago le reclamaba alimento y el desconocimiento de si lo tendría asaltó su mente. A punto de decir algo su atención se fijó de inmediato en un extraño carromato. De madera castigada por el tiempo mostraba unos ventanales demasiados grandes en los cuales barras de acero herrumbroso bloqueaban aquel espacio abierto.

Una pequeña rampa en la parte trasera y en la delantera aguardaba un sujeto de baja estatura, prolongada barba que contrarrestaba su brillante calva. Una pareja de caballos se situaba más adelante listos para emprender la marcha en cuanto todos subieran a bordo. El orden empezó con Zelg seguido de los otros y los guardias extraños. Morticus y el sujeto extraño levantaron la rampa emparejandola con el resto de aquella jaula. Unas especies de bisagras hicieron el resto, chirriando el óxido cerraban aquella prisión ambulante.

No se dijo nada, el silencio fiel compañero de todos ellos. Sólo el aire cortado con el látigo pudo escucharse. Los caballos relincharon y en un momento más aquel coche emprendía la marcha dejando las huellas marcadas en aquel sector del mercado.