Las calles del mercado

Cubría mi rostro con la capucha para disimular un poco la mascara, simplemente no me acostumbraba a no usarla, tan solo en privado o frente a algunas personas no la utilizaba. Pero bueno tampoco era la idea llamar la atención, así que nada que unos harapos no hicieran pasar desapercibido.

-Tsk…hmhmhm – Contenía la risa, ya que la mascara haría ecos un poco extraños. Pero ver la reacción de la gente a nuestro alrededor cada vez que el estomago de Enya rugía de hambre era en verdad gracioso. Aunque mejor eran esas caras que ponía de ruego por llegar a las tiendas del mercado.

No fue mucho lo que habíamos caminado cuando comenzamos a ver algunos de los puestos ambulantes en el horizonte. Pero el calor y el sol hacían el camino mas extenuante, nos habíamos alejado un poco de la brisa que traía el río. Cada vez había más puestos, más grandes, con más variedades. Por instantes me detenía observando lo que exponían en alguno que otro pero suponía que el hambre de mi amiga ya la estaría hostigando mucho. – ¿Viste algo que le apetezca al ruidoso?- inquirí volteándome, pero me encontré hablando a la nada ya que Enya no estaba allí. Dirigí mi mirada unos metros mas adelante encontrando a mi compañera ya en un puesto. –Haha que impaciente.- musité mientras me acercaba a ella a ver que había encontrado.

Chrystalle se encontraba recorriendo nuevamente las calles del mercado pero esta vez sin observar los detalles que la rodeaban sólo quería encontrar la forma de llegar a la posada donde se alojada. Una nueva multitud de gente se amontonaba en el lugar, las calles lucían más pobladas para la joven de cabellos verdes que seguía su andar nada calmado.

-Este lugar parece un laberinto. Si sigo así voy a perderme realmente-

Los gritos de los comerciantes y de la gente a su alrededor le confundían provocando una desorientación que empezaba a molestarle, una pequeña gota de sudor recorrió su rostro resaltando su cansancio, siguió avanzando y a lo lejos pudo observar aquella fuente que antes había visitado.

Giro su rostro hacia la derecha y reconoció el lugar donde se hallaba, recorrió ese camino con rapidez esperando que la llevara a su destino. Cuando vio hacia atrás noto que había dejado el mercado, encontrándose ahora en un lugar más calmado y que el cual debía seguir.

La joven aristócrata avanzó por las calles del mercado, mirando alguno que otro puesto, aunque en realidad, ya no había mucho que ver pues era tarde, los últimos rayos de sol morían en el horizonte y los mercaderes terminaban de empacar sus mercancías y se disponían a volver a casa tras un árduo día de trabajo, mientras que Sacmis, paseaba solo por las ganas de caminar un rato. Uno de los comerciantes le regaló una manzana roja y brillante y le recomendó volver al sitio donde se hospeda, pues a esa hora, aquellas calles ya no eran seguras para una dama con un solo guardia, porque si, con la poca afluencia de gente, ya era fácil notar que el moreno la seguía vigilante. La muchacha agradeció el consejo e hizo una señal a su protector para que dejara de ocultarse, mordió la manzana jugosa y caminó enmarcada por el vaivén de su túnica, hacia otra parte del mercado, más para atravesarlo que por otra razón, volvería el día siguiente a comprar un par de cosas y tal vez algún esclavo que pareciera valer la pena y merecer una oportunidad de buscar la gloria de la arena.