Camino a las Villas

No habían sido muchas las horas en las que Octavius descansara dentro de su habitación. Si bien había sido un momento para reponer sus energías un poco menguadas por las actividades del día igual había sido una especie de refugio a su soledad. Desde su regreso a su natal ciudad, las cosas no eran lo que él había contemplado. Había sido su mismo hermano el que le hubiera revelado con antelación las nuevas instancias a las cuales arribaría, pero lejos estaba de comprender en su totalidad la magnitud a la cual Roma había decaído.

Por ahora, las cosas como se llevaban dentro del imperio dejaban mucho que desear, intentaría en sus posibilidades redirigir el rumbo de una ciudad que drásticamente sucumbía ante los caprichos personales de los que ahora gobernaban la prospera nación. Lejos estaban esos días en los que la sola idea de pensar en Roma evocaba en la mente un sitio ilustre y civilizado, alejado de los horrores de los campos de batalla que el mismo Octavius había labrado y presenciado con sus mismos ojos.

Una paradoja si se le miraba desde la perspectiva de las civilizaciones conquistadas. Para la mayoría de los pueblos sometidos, era Roma una nación barbara con ambiciones expansionistas nunca antes vistas desde que aquel rey de Macedonia emprendiera una odisea por el mundo. Los ilustres pensadores y políticos romanos intentaron repetir dichas hazañas, valiéndose para ello de sus ejércitos imponentes que llevaban a la cabeza generales capaces en el ámbito estratégico pero que sus acciones los hacía ser más incivilizados que los defensores a los cuales comúnmente se les atribuía el peyorativo de barbaros.

Ninguno de ellos podría imaginarse como ahora las cosas resultaban internamente. Analizando y recopilando todos los sucesos en su regreso, el primogénito del cesar actuaba en oposición de su detestada madrastra. No le importaba si sus acciones le generaban enemigos en todos los estratos sociales y militares, lo primordial era asegurarse de que su amada nación no se viera llevada a la perdición por meros caprichos personales. Que en aquella confrontación entre su tía y la emperatriz ahora convertida en su nueva madre, le dejaba en claro todo lo que en realidad era aquella serpiente.

Sólo sería cuestión de tiempo para que ella cometiera un único error como el que mostró en los pasillos del palacio y así Octavius se cercioraría de que las cosas tomaran su camino natural. Pero ahora, lejos de aquellas ideas se permitía un poco de consideración a los sentimientos de su alma y es que desde su llegada, había tenido roces con sus sentimientos y en especial de aquellos a los cuales les tenía un aprecio que no gozaba ningún otro que él conociera. Su carácter le hacía despreciar a la mayoría pero el recuerdo de una de sus primas le removió el deseo de visitarla en su villa.

¿Habría ella cambiado desde su partida?¿Le reconocería luego de aquellos años extraviado en una región hostil para todo romano?¿Que pensaría ella de verlo ahora con una actitud diferente a como era anteriormente? Todas aquellas prerrogativas le llegaron como agujas en su mente, y por extraño que pareciera le hicieron dirigirse a las propiedades de Fye que bien entendía no contaba con su aprecio por las acciones que se desarrollaron entre él y su hermano Virgilius, pero para lo que le importaba.

Y fue así como postrado en su cama, tuvo la idea de pasear por las villas sin nadie que lo siguiera. Necesitaba alejarse un poco de la ciudad y caminar por los caminos rupestres a pie, algo extraño para la mayoría de los ciudadanos nobles de Roma que viajaban al lomo de corceles esplendorosos o lujosos carros. Pero es que Octavius había adquirido costumbres ajenas cuando convivió con Kainan y su hermana Sarahissa, adoptaba entonces actitudes desprovistas de su título actual.